El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 194 · enero-marzo 2021 · página 9
Artículos

La invención de la utopía europea

José María del Olmo Gutiérrez

Etnografía, cultura y política en torno a la identidad europea

emblema

Introducción

Hoy en día se habla y escribe mucho sobre la unidad europea y desde amplios sectores de la sociedad se acepta como dogma de fe de manera acrítica pero está por ver si esto es posible.

La construcción de Comunidad Económica Europea fue posible gracias al Plan Marshall en el contexto de la Guerra Fría como un dique para frenar el avance del comunismo soviético. En realidad, la Pax Europea solo fue factible cuando soviéticos y estadounidenses establecieron sus zonas de influencia tras la Segunda Guerra Mundial pero tras el colapso de la URSS y el actual repliegue de EE.UU., vuelven aparecer las diferencias que siempre ha habido en un continente donde su configuración geográfica recortada (llanuras, montañas, penínsulas e islas) ha impedido la existencia de un Estado o cultura comunes: civilización grecorromana versus mundo bárbaro; sur heleno-latino/norte-germánico/este eslavo/oeste céltico; sur católico-norte luterano-calvinista y este ortodoxo y musulmán; razas nórdica, balto-eslava, alpina, dinárica y mediterránea según la antropología física tradicional; países frugales y derrochadores en el plano económico... El hecho de que predominen ciertos rasgos culturales como las lenguas indoeuropeas, el cristianismo o la expansión arte renacentista en el siglo XVI no ha garantizado la paz y un sentimiento de cohesión, traduciéndose esto en un sinfín de guerras por la hegemonía continental y hasta mundial (Ej. Francia y España en el siglo XVII, Inglaterra y Francia en el siglo XVIII, Alemania y Gran Bretaña en el siglo XX). Realmente, sí se es riguroso, los únicos colectivos que tradicionalmente podrían recibir el calificativo de europeos son el judío y el gitano, ya que sus poblaciones habitan en todos los países y conocen todos los idiomas de este continente.

Etimología

euro
Moneda griega de 2 euros representando el mito del rapto de Europa.

La invención de Europa tendría un origen semítico. De raíz oriental son los vocablos «Asia» (Asu o «Levante/Este/Oriente») y «Europa» (Ereb o «Poniente/Oeste/Occidente»). Muchos lingüistas piensan que Europa proviene de la raíz semítica 'rb, que significa “ponerse el sol” (Occidente); irib en asirio, ereb en arameo, habiéndose propuesto la forma urūbā como la denominación original de las "tierras occidentales". Eran conceptos geográficos del primer milenio antes de la era cristiana que referían al lugar donde nacía y se ponía el sol, diferenciando posteriormente las tierras de Asia Menor (Turquía) de la Grecia continental y de los otros territorios al Norte y Oeste de la Hélade. El término fue adoptado posteriormente por los griegos. A continuación, este vocablo pasó al reino de lo imaginario. De Grecia surgió el mito de Europa (hija del greco-egipcio Agénor y de la cananea Telefasa), bella dama de la que se enamora Zeus y, tras seducirla camuflado en forma de toro, la traslada desde su Fenicia natal (Líbano) hasta Creta (cuna de la civilización helénica). Del mismo matrimonio, según la mitología, nacen Fénix (epónimo de Fenicia y de los púnicos) y Cílix (epónimo de Cilicia, en Asia Menor).

Eurorracismo. La creación de la raza blanca

El racismo biologicista europeo basa sus postulados en la creencia de que en el denominado Viejo Continente existe una entidad etnorracial homogénea –en cuanto orígenes– y diferenciada de las de otros continentes. Dicha idea presupone la unidad antropológica europea bajo el arquetipo de la «raza blanca», la cual es considerada distinta y superior a las demás. La noción de la existencia de una supuesta «raza blanca europea» –comúnmente identificada con el prototipo nórdico– fue acuñada por François Bernier, Carlos Linneo y Johann Friedrich Blumenbach en las primeras clasificaciones taxonómicas, perpetuándose desde entonces a través de distintos autores hasta la actualidad.

El naturalista sueco Carlos Linneo (1707-1778) , con la publicación de su Systema Naturae, postula de forma concluyente que los humanos, al igual que los animales y las plantas, pueden clasificarse en grupos y categorías. Linneo, superando la tradicional división entre Cristiandad y mundo infiel, fragmenta a la especie humana en cuatro grupos en función de su particular visión –no exenta de prejuicios racistas– de los rasgos físicos, psicológicos y sociales. Este autor establece las diferencias raciales según los continentes:

Homo europeus.– Blanco, sanguíneo, ardiente; pelo rubio abundante; ligero, fino, ingenioso, lleva ropas ceñidas; se rige por leyes.

Homo americanus.– Rojizo, bilioso, recto; pelo negro, liso y grueso; ventanas de la nariz dilatadas; cara pecosa; mentón casi imberbe; obstinado, alegre; vaga en libertad; se pinta con líneas curvas rojas; se rige por costumbres.

Homo asiaticus.– Cetrino, melancólico, grave; pelo oscuro; ojos rojizos; severo, fastuoso, avaro; se viste con ropas anchas; se rige por la opinión.

Homo afer.– Negro, indolente, de costumbres disolutas; pelo negro, crespo; piel aceitosa; nariz simiesca; labios gruesos; vagabundo, perezoso, negligente; se rige por lo arbitrario.

Johann Friedrich Blumenbach (1752-1840), naturalista y anatomista alemán, dividió a los seres humanos en cinco grupos según su entorno geográfico y su apariencia externa. A los pueblos de piel clara de Europa y partes adyacentes de Asia y África los denominó caucasianos (término acuñado en 1795); a los habitantes de Asia, incluyendo China y Japón, los llamó mongoles; a los pueblos de piel oscura de África, etíopes (vocablo de origen griego); a la mayoría de las poblaciones nativas del Nuevo Mundo, americanos; y a los polinesios y melanesios del Pacifico, así como a los aborígenes de Australia, malayos. Junto con Linneo, es uno de los padres de la antropología física. Consideraba que las razas eran una degeneración del prototipo caucásico (culminación de su belleza idealizada), aunque no creía en la superioridad mental o moral de unas poblaciones frente a otras. El francés George-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), modelo de científico ilustrado, catalogó también a todos los seres vivos en razas, géneros, familias, etcétera. El anatomista holandés Peter Camper (1722-1789) estableció, igualmente, una taxonomía de razas humanas a partir de los cráneos, partiendo del que para él resultaba ser el modelo perfecto: las cabezas de los atletas de la escultura clásica griega. Franz J. Gall (1758-1828) fundó la frenología, ciencia según la cual las predisposiciones morales e intelectuales de un ser humano se manifestaban como consecuencia de la forma que tenía su cráneo.

En la medida en que el pensamiento teológico iba siendo sustituido por el científico y racionalista, fueron apareciendo más pensadores que intentaban dar explicaciones nuevas al devenir histórico humano alejadas de las tradicionales. Y varios de ellos atribuyeron una importancia especial al tema de la raza. Los alemanes Carl G. Carus y Gustav F. Klem figuran entre los primeros autores que introducen el factor raza para interpretar la evolución de las culturas y la historia humana.

Todo este conjunto de ideas raciales y/o racistas no eran difundidas simplemente por científicos aislados, sino por significadas sociedades científicas, como la Sociedad Etnológica de París (fundada en 1839), la Sociedad Etnológica de Londres (creada en 1843) y la también londinense Sociedad Antropológica (establecida en 1863). Todas ellas eran, definitivamente, racistas en las tesis que defendían y difundían.

Las descripciones de la antropología física y genética han sido utilizadas para fomentar teorías y políticas racistas. Autores como Jörg Lanz von Liebenfels (Adolf Lanz), Arthur Gobineau o Georges Vacher de Lapouge justificaban el racismo decimonónico y proponían una eugenesia en base a índices cefálicos y otros rasgos corporales. Vacher de Lapouge (1854-1936), conde francés, fue autor de la obra Les selections sociales et l´aryen (Las selecciones sociales y los arios), en la que establece una división social según la raza. Para el aristócrata existirían grandes diferencias entre las razas mediterránea, alpina y nórdica (“aria”), atribuyendo a esta última todo tipo de excelencias ya que según él habría una estrecha relación entre el número de arios de una población y su grado de desarrollo. Vacher de Lapouge vivió el nacimiento efervescente de la antropología física en la segunda mitad del siglo XIX, en una época definida por las teorizaciones racistas y la obsesiva medición de cráneos en busca de elementos genéticos diferenciadores. El autor distinguía a tres tipos de europeos: el Homo europeus, dolicocéfalo y rubio; el Homo alpinus, braquicéfalo (celta o eslavo); y el Homo mediterraneus, dolicocéfalo moreno. Lapouge estableció una jerarquía particular de las razas europeas: el Homo europeus, es decir, los nórdicos arios, ocupaba el primer lugar en cualquier territorio en el que se encontrase; el Homo alpinus, el segundo, y el Homo mediterraneus, el tercero. El noble francés hablaba de la existencia de una lucha entre dolicocéfalos (nórdicos) y braquicéfalos (alpinos) en Europa central.

Razas europeas según la antropología física tradicional:

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Fuente: J. S. Weiner, El hombre: orígenes y evolución, Destino, Barcelona 1980, págs. 304-305.

Porcentaje de pelo rubio en Europa:

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Fuente: Percentage of light hair in Europe. www.eupedia.com

Distribución estimada del cromosoma-Y en Europa en subhaplogrupos hace 2000 años. La genética y la antropología física desmontan el mito de la existencia de una raza blanca europea:

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Fuente: Geographic spread and ethnic origins of European haplogroups Origins, age, spread and ethnic association of European haplogroups and subclades. www.eupedia.com

El descubrimiento del tronco lingüístico indoeuropeo: la hipótesis aria

El descubrimiento e investigación del tronco lingüístico indoeuropeo («ario») por Sir William Jones y Franz Bopp en los siglos XVIII y XIX llevó a una inmediata identificación entre los conceptos de raza blanca (noción anatómica) y cultura indoeuropea (noción cultural){1}. Paulatinamente, el sentido de identidad cristiano se ha visto acompañado/sustituido por un sentimiento de europeidad a raíz de la secularización y la creación de entidades supranacionales en este entorno (v.gr, Proyecto de los Estados Unidos de Europa de Aristide Briand en 1929 y creación de la CEE o Comunidad Económica Europea en 1957).

En 1686, Andreas Jäger postulaba la existencia de una lengua caucásica de la que habrían derivado el griego, el latín, los idiomas célticos, germánicos y eslavos así como el persa. El descubrimiento de las lenguas indoeuropeas (relación entre el persa y el sánscrito y los idiomas del Viejo Continente), no obstante, fue realizado por el lingüista Abraham-Hyacinthe Anquetil Duperron y el juez y filólogo inglés Sir William Jones, quién propuso su denominación en 1786. En 1816, el británico Thomas Young propuso denominar «indoeuropeo» a la extinta lengua madre postulada por Jones anteriormente y Franz Bopp, filólogo alemán, en el prólogo de 1833 a la segunda edición de su Vergleichende Grammatik, apoyó la propuesta de Young intentando desvincular la lingüística de las pasiones nacionalistas. El término «indogermánico» lo creó Julius von Klaproth en 1823 en su obra Asja Polyglotta y se utiliza en los países de habla alemana, presentando ciertas connotaciones raciales. Ello coincidió con el desarrollo del nacionalismo romántico alemán (Volksgeist) con la consiguiente identificación confusa de los conceptos de pueblo, nación y Estado (Heinrich von Treischke con su Historia de Alemania en el siglo XIX), el descubrimiento de «la familia lingüística semítica» –vocablo creado por el filólogo alemán A. L. Schözer en 1781– y el posterior resurgimiento del «antisemitismo» –término inventado por Wilhelm Marr a finales del S. XIX–, la selección arbitraria de Grecia como cuna de «lo occidental» y la popularización del racismo «científico» a manos de la antropología física, la lingüística, la historia y la psicología en el siglo XIX a raíz de la expansión imperialista (Congreso de Berlín, 1885).

Las teorías lingüísticas indoeuropeas pronto fueron asociadas a la idea de raza. En el siglo XIX, se creía que toda familia cultural estaba o había estado originalmente definida por una raza o pueblo concretos (Urvolk) y tenía un idioma primigenio (Ursprache) surgido en una patria primitiva (Urheimat). Dentro de tal marco, surgió la hipótesis aria. Los primitivos indoeuropeos fueron denominados arios por Friedrich Max Müller, quien emuló el nombre originario con el que se menciona en Los Vedas a los invasores kurgánicos del segundo milenio antes de la era cristiana. De probable raíz semítica, la palabra «ario» o aryas (= «noble, el mejor») fue utilizada por los indoeuropeos orientales a la hora de autodefinirse frente a los dasyus, nativos de piel oscura de la India. Asimismo, los reyes persas (v.gr, el Sha Pahlevi) utilizaban este vocablo entre sus títulos de honor; de hecho, «Irán» significa en farsi «el país de los arios». En Afganistán existe una región denominada Ariana, donde viven gentes de la etnia pashtún.

El vocablo ario se transplantó a Europa en el momento en el que se estaban fraguando las teorías racistas nórdicas. Utilizado ya por Herodoto, Johann Gottfried Rhode lo popularizó en 1820 y Friedrich Schlegel creó la «ariomanía racial» a partir de un vocablo lingüístico; en 1819, Schlegel nacionalizó el nombre asimilándolo al alemán Ehre (= «honor»), ejemplo que seguirían las cátedras lingüísticas de la segunda mitad del siglo XIX. La consecuencia de esta coincidencia fue la equiparación entre los conceptos de nórdico (raza), ario e indoeuropeo (cada vez más sinónimo de raza blanca o caucásica). Los autores racistas pretendieron ver en la raza nórdica, considerada como pura, la base biológica de los primigenios indoeuropeos. Los adalides de la arianidad creían que los nórdicos habían sido los creadores del sistema de castas y de la literatura védica india. Según su perspectiva etnoantropológica, los únicos arios que habrían mantenido «pura su sangre» serían los germanos. Aquí se produjo una transposición de nombres: ario se convirtió en sinónimo racial de nórdico y etnobiológico de indoeuropeo. Igualmente, el término «indogermano» se empezó a utilizar como equivalente de ario e indoeuropeo. En este contexto, el nacionalismo romántico alemán identificó a los germanos con la raza pura de los arios venidos de Asia, mientras que los demás pueblos europeos eran producto de mestizajes. A finales del siglo XIX se comenzó a proponer a Escandinavia como la patria originaria del pueblo ario-germano que desde allí habría emigrado hasta el resto de Europa. Dentro de este marco, el nacionalismo germano sustituía el viejo Ashkenaz de la Biblia por el moderno racismo biologicista. Además de la ciencia antropológica, se desarrolló un misticismo ario, basado en la revalorización del viejo paganismo germánico y el rechazo a la Biblia hebrea. Este misticismo condujo a la ariosofía esotérica de los teósofos y de los primeros nazis así como al mito de un Jesús blanquirrubio de ojos azules, fundador del cristianismo verdadero, adulterado por el judaísmo paulino.

Las palabras indoeuropeas presentan sonidos comunes que denotan un mismo origen etimológico. Este fenómeno es fácilmente rastreable en vocablos de tipo religioso, familiar o agrario, referidos a actividades que se realizan desde una remota antigüedad. Dichos términos conservan mejor su carácter arcaico debido a la poca evolución acontecida en el sentido original de determinados conceptos, útiles o animales, los cuales mantendrían su funcionalidad primitiva. Un ejemplo de tal arcaísmo se ve en la palabra «perro». El perro fue uno de los primeros animales domesticados. Se cree que hace 10.000 años ya estaba sometido al hombre en regiones tan dispares como Asia Menor, Norteamérica o Australia. El perro ya sería un animal familiar a los indoeuropeos antes de que comenzaran sus oleadas migratorias por Europa y Asia. La palabra que designa su nombre en distintas lenguas indoeuropeas probaría su domesticación previa a la dispersión étnica indoeuropea. Ello se ve en la repetición de los sonidos k, s y n en esta familia lingüística. Así, el nombre del perro{2} en sánscrito era svan, en persa antiguo span, en lituano szun, en viejo irlandés cun, en griego kúwn, en latín canis, en antiguo alemán hun.

La palabra castellana «hermano» deriva de germanus, elipsis de frater germanus (= «hermano auténtico»), de la cual también surgiría el término «germano». De este modo, «germano» designaría a una serie de pueblos relacionados entre sí a través de un antepasado común, los cuales conservarían ciertos vínculos étnicos y culturales diferenciados de los de otros grupos europeos (latinos, eslavos o celtas). Aun así, el nombre germanus, aplicado por los romanos a los pueblos de la Europa noroccidental, denota que éstos ya intuían ciertas similitudes lingüísticas.

En Europa, actualmente sobreviven siete ramas o familias del tronco lingüístico indoeuropeo{3}: germánica, báltica (lituano y letón), céltica (gaélicos), itálica, eslava, iliria (albanés) y helénica (griego). Fuera del Viejo Continente aún se conservan idiomas de corte kurgánico en el Cáucaso (v.gr, armenio), en la meseta irania (kurdo, farsi){4} y en el norte del Indostán (bengalí, urdu, hindi), así como en Sri Lanka (cingalés). De todas las variantes lingüísticas indoeuropeas actuales, es la báltica, en opinión de los expertos, la que más similitudes presentaría con la hipotética lengua originaria de los Kurganes. El indoeuropeo destacaría por tener ocho casos: nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo, ablativo, locativo e instrumental.

El lugar originario de los indoeuropeos ha sido muy discutido por los diferentes expertos. Inicialmente se creía que procedían de la India, desde donde emigrarían hacia Oriente Medio, Asia Menor y Europa. Posteriormente se les quiso dar una raíz geográfica europea. Actualmente, sobre todo tras investigaciones arqueológicas realizadas por Marija Gimbutas, se tiende a aceptar a los Kurganes como la patria originaria de las etnias indoeuropeas. La cultura de los Kurganes (indoeuropea) se habría conformado en las estepas del sur de Rusia, entre los mares Negro, Caspio y Aral, entre el 5.000 y el 4.500 a. C. A partir de ahí, emigrarían en sucesivas oleadas hacia el Este y el Oeste desde el tercer milenio; en el segundo milenio antes de la era cristiana llegarían hasta el norte de India, la meseta del Irán y Asia Menor; en el primer milenio invadirían la Europa mediterránea, etcétera.

Los primitivos indoeuropeos habrían emigrado a causa del desfase existente en las estepas rusas entre los recursos y la población. La rápida expansión de estos pueblos se debió a dos factores principales: por un lado, al uso de carros tirados por caballos; por otro, a la utilización de armas de hierro –metal más resistente que el bronce– durante sus conquistas. Las etnias kurgánicas{5} presentaban varios elementos comunes de vida material que los distinguían frente a otros pueblos de la Antigüedad: vida pastoril, construcción de poblados fortificados (castros) en zonas altas, utilización del hierro para fabricar sus armas, construcción de túmulos funerarios en donde se enterraba a los difuntos incinerados tras haber sido depositados en urnas (de ahí los famosos campos de urnas).

Las lenguas indoeuropeas aún conservan un gran número de palabras comunes a pesar del tiempo transcurrido desde la dispersión migratoria y de los avatares acontecidos a lo largo de la historia. En el siguiente esquema se ven algunos de los vocablos que mejor han conservado su raíz originaria:

«Ario»: Ariomano/Ariovisto (celta), aryás (sánscrito), Eire/Eriu (inglés). «Hermano»: Brathir (celta), brat (ruso), frater (latín), bhrátá (sánscrito), brother (inglés), Bruder (alemán), frátér (griego).

«Padre»: athir (celta), pater (latín), Vater (alemán), patér (griego).

«Viuda»: fedb (celta), udova (ruso), vidua (latín), vidhavá (sánscrito), widow (inglés), witwe (alemán).

«Campo»: akrs (celta), ager (latín), ájrah (sánscrito), crop (inglés), Acker (alemán), ágros (griego).

«Lana»: wulla (celta), vlona (ruso), lana (latín), úrná (sánscrito), wool (inglés), wolle (alemán), lános (griego).

«Yugo»: iugaán (celta), iugum (latín), jugám (sánscrito), yoke (inglés), Juch (alemán).

«Dios»: Tir (celta), Diovis/Iovis/Deus (latín), dyáus (sánscrito), Zio (alemán), Zeus (griego).

Ramas lingüísticas del tronco indoeuropeo:

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Fuente: I. E. S. Diego de Praves

La construcción política de Europa

La idea de Europa tuvo desde finales de la Edad Media un enfoque político. Muchos han sido los pensadores y políticos que han planteado ya desde finales de la Edad Media la idea de unidad continental. Unos lo hicieron con el fin de defenderse de un enemigo común; D. Luis Vives propuso en el siglo XVI una alianza contra el Imperio Otomano. Otros buscaban dirimir conflictos entre los distintos Estados y mantener así la paz. En esta línea, apostaron el duque de Sully, Penn, Rousseau, Kant, Bentham o Proudhon. A posteriori, durante los siglos XIX y XX, la idea de la unión europea ha sido defendida cada vez por más pensadores: Keyserling, Spengler, Husserl, Madariaga, Pío Baroja, Ortega i Gasset, Charles de Gaulle, etcétera.

Así como la Europa étnica fue inventada esencialmente por autores alemanes o germánicos en los siglos XVIII y XIX, la política tiene un origen medieval francés. La sustitución de la idea geográfica por la colectiva y social se produce en el siglo VIII, durante las escaramuzas que enfrentaron en Poitiers a musulmanes y cristianos francos (al mando de Carlos Martel). A esta crónica siguieron otras donde se utilizan las palabras «europeo» y «Europa». El término «europeo» se emplea durante la época carolingia, en los siglos IX y X, pero no será hasta el siglo XV, cuando el Papa Pío II (Enea Silvio Piccolomini) dedica a este territorio uno de sus ensayos tras la conquista de Constantinopla en 1453 por los turcos, cuando se generalice. Durante la Edad Moderna, el rey de Bohemia, Georges Podiebrad, publica un proyecto de federación donde prevé instituciones comunes, su funcionamiento y la toma de decisiones por una mayoría de «naciones».

La Europa política surge al norte del Mediterráneo y al oeste del Imperio Bizantino; la división entre Oriente y Occidente se materializa políticamente tras la división del Imperio Romano en dos regiones (posteriormente occidental latino-germana-céltica y cristiano-católica-protestante y oriental greco-eslava y cristiano-ortodoxa) en los siglos III y IV con Diocleciano y Teodosio. Los intentos de unificación territorial han variado desde los intentos de Carlomagno de resucitar a Roma con el Sacro Imperio Romano Germánico en el siglo IX, los esfuerzos para unir la cristiandad bajo la monarquía hispánica y el catolicismo con Carlos I/V en el siglo XVI (discurso de Andrés Laguna sobre el Orbis Europaeus Christianus y la Universitas Christiana), la creación de un imperio y del código civil liberal francés por Napoleón Bonaparte en el siglo XIX y la imposición depredadora de una Europa “aria” y nacional-socialista con hegemonía alemana (Deutschland über alles) a base del genocidio industrial de seres humanos por el régimen del III-Reich en el siglo XX.

En el período de entreguerras, surgen los primeros intentos factibles de unión continental: la Unión Económica Belga-Luxemburguesa de 1923 (BENELUX, al incorporarse Holanda en 1948) y la presentación de Aristide Briand, ministro francés de Asuntos Exteriores, a la Sociedad de Naciones en 1929 de un proyecto para los Estados Unidos de Europa (Unión Paneuropea). Durante la celebración del Congreso de Europa de La Haya, en 1948, se creó el Movimiento Europeo (alianza de grupos federalistas del continente). Ese mismo año vieron luz la militar Unión Europea Occidental (UEO) y la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) para administrar las ayudas del Plan Marshall. Seguidamente, en 1949, se firman el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) entre varios países capitalistas europeos y Estados Unidos y el Consejo de Asistencia Económica Mutua (COMECON) entre los países socialistas. En 1951, se firma el Tratado de París y se instituye la Comunidad Económica del Carbón y el Acero (CECA), a manos de Robert Schuman, ministro del gobierno francés, entre Francia, República Federal de Alemania, Italia y el BENELUX. En 1952, nace la Comunidad Europea de Defensa (CED) y, siguiendo la tónica de la Guerra Fría, en 1955 surgió el Pacto de Varsovia. El 25 de marzo de 1957 se establece por el Tratado de Roma la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o EURATOM) entre los miembros de la CECA con el fin de materializar la unión política y económica del continente. Paralela a la CEE y a iniciativa del Reino Unido, se crea la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, European Free Trade Association o Asociación Europea de Libre Comercio) en 1960, conformada por Reino Unido, Suecia, Noruega, Dinamarca, Suiza, Austria y Portugal.

La UE o Unión Europea (antigua CEE) ha sobrevivido hasta la actualidad y, bajo el eje franco-alemán, en distintas fases ha visto aumentar su número de socios a la par que cada vez integra más las políticas sociales, económicas, militares y culturales. Tiene instrumentos de gobierno como el Consejo de Ministros, la Comisión, el Parlamento, el Tribunal de Justicia, el Consejo Europeo o el Banco Central Europeo, desde los que se rigen los destinos de 400 millones de personas en veinticinco países (ampliación hacia el norte Mediterráneo, el centro y el este desde los años 60). El Acta Única (1992), la Constitución (2004) y la introducción del euro (2002) confirman el espacio legal, ejecutivo, judicial y económico con cesión de soberanía por parte de los Estados tradicionales.

La Europa neonazi y su espacio en la Nueva Derecha

La evolución del nacionalsocialismo de postguerra se ha encuadrado en marcos ajenos al alemán. Ya durante la guerra Hitler llamó a los habitantes de los territorios ocupados de la Europa Occidental a unirse en su cruzada contra el bolchevismo. Durante este período los alemanes hicieron una amplia campaña del nazismo por la zona germánica. A posteriori, dicha ideología se ha extendido por Europa y países de población európida como Estados Unidos, Argentina o Sudáfrica. Los nuevos ámbitos han adaptado el nazismo a su contexto etnorracial. El único elemento doctrinario que ha sobrevivido sin transformaciones es el antisemitismo genetista.

El cosmos neofascista y neonazi internacional inició su andadura en la década de 1950, cuando los distintos grupos nacionales establecieron contactos con el fin de coordinar sus acciones, definir nuevos objetivos e intercambiar información. Como resultado de estos encuentros surgieron una serie de organizaciones supraestatales de carácter eurorracista. Entre las coaliciones ultraderechistas son de destacar el MSE, el NOE, la WUNS, la JE y la Northen League.

El Movimiento Social Europeo (MSE, Mouvement Social Européen) nació en 1951 tras la conferencia de Malmoe y fue la primera organización supranacional en sugerir un paneuropeísmo fascista. Igualmente, se constituyó la Oficina Europea de Unión G. Amaudruz-J. Baumann. Participaron 50 organizaciones de 14 países. Aquí habrían participado figuras notables de la extrema derecha centroeuropea. Posteriormente, en 1951, se funda el Nuevo Orden Europeo (NOE, Nouvel Ordre Européen) a partir de una reunión de grupúsculos de ultraderecha celebrada en Zurich (Suiza). El NOE estaba presidido por Gaston-Armand Amaudruz (maestro de escuela nacido en 1922) y contaba con la colaboración de Erwin Vollenweider –uno de los fundadores del Partido Popular Suizo (PPS, Volkspartei der Schweiz-Parti Populaire Suisse)–, Arthur Fonjallaz (coronel y destacado del fascismo helvético) y René Binet (ex-trotskista, colaboracionista activo durante la Segunda Guerra Mundial y militante de la derecha radical poshitleriana). La organización tenía un alcance internacional y pretendía difundir una cosmovisión racial de la sociedad, el llamado «social-racismo». Binet definió la doctrina del NOE en dos textos ampliamente difundidos: Contribution à une éthique raciste (Contribución a una ética racista) y Socialisme national contre marxisme (Socialismo nacional contra marxismo). La Weltanschauung racista del NOE quedó sistematizada en el Manifiesto Social Racista, en el cual se concibe a Europa como una comunidad racial homogénea. En 1979 Amaudruz definió el eurorracismo en los siguientes términos: «Una confederación europea en principio occidental pero destinada a englobar enseguida a todos los pueblos arios del mundo, entre los cuales se hallan también los de América, Australia y la actual Unión Soviética». Aquí el concepto de ario, aplicado anteriormente al prototipo nórdico, pasó a ser sinónimo de blanco y europeo. Todas las consideradas razas autóctonas del “Viejo Continente” (nórdica, báltica, alpina, dinárica y mediterránea) quedaron a partir de entonces englobadas bajo dicha acepción. La NOE recibió la adhesión de numerosos partidos y activistas neofascistas, quienes coincidían en los congresos periódicos llevados a cabo por la asociación (París, 1952; Hannover 1954; Lausana, 1956 y 1962, etc.). Desde 1958 existía un periódico vinculado al NOE, L’Europe Réelle (La Europa Real), dirigido por Jean Robert Debbaut (antiguo SS valón). En este planteamiento de una lucha racial –con Carlos Linneo se empezó a clasificar antropológica, física, psicológica y moralmente a cada continente separando a blancos europeos de todos los demás habitantes del planeta– continental, el antisemitismo algunas veces se modera. Así, Maurice Bardèche, en la revista Defense de l’Occident, n° 32, afirma:

«El antisemitismo no es, en modo alguno, una consecuencia necesaria del racismo, porque el problema de las razas se encuentra planteado en una escala mundial en la que el problema de una minoría étnica judía no es más que un detalle del conjunto: corresponde a los judíos que el probema judío se convierta en una cuestión menor entre otras más graves (…) con la desaparición de los imperios empieza una nueva era: el siglo en el que los continentes blancos se encontrarán frente a frente con otros continentes (…) interesa a todo el mundo, y a los judíos en particular, que los judíos no desempeñen un modesto papel en una batalla decisiva.»

La Liga Nórdica (Northern League) fue fundada en 1957 por el antropólogo y doctrinario racista Roger Pearson, cuyos objetivos primordiales eran: «conducir a todos los pueblos originarios del Norte de Europa que se hallan diseminados en el mundo a una comprensión efectiva de su herencia común»; «combatir la amenaza que pesa desde el exterior sobre nuestra herencia biológica y cultural» (aludiendo al comunismo y a la presión demográfica del Tercer Mundo); y «combatir la insidiosa decadencia biológica y cultural del interior» (en referencia a la inmigración y las ideas progresistas). La Liga Nórdica entroncaba su ideario con el racismo rubio y el pangermanismo del siglo XIX. En 1959 la Liga Nórdica organizó una concentración internacional neonazi en Detmold (Alemania), donde asistieron fascistas de todo el mundo, incluidos miembros del Ku-Klux-Klan (KKK). En la reunión se conmemoraba la derrota infligida por Arminio –héroe nacional germánico– a las tropas romanas dirigidas por Varo en el bosque de Teotoburgo y se exhortaba al «renacimiento de los pueblos germánicos del Norte», con el objetivo de preservar la raza blanca (nórdica) de una supuesta amenaza de «contaminación racial» por parte de las poblaciones negra y judía, “fomentada” por los valores igualitarios de la Iglesia católica. Al final del encuentro, Friedrich Kuhfuss y Walter Grünn –un antisemita de origen alemán nacionalizado sueco– redactaron el “Programa de Detmold”, que propugnaba la unificación de todas las fuerzas nacionalsocialistas europeas y apelaba a luchar contra una triple conjura –judía, masónica y comunista– que actuaría a nivel mundial. Paralela a esta organización fue la Internacional Nórdica Proletaria en su Sección Francesa, que, con su revista Viking, pretendió extender en el mundo obrero la idea de que las diferencias sociales eran producto de una lucha de razas (arios autóctonos frente a judíos apátridas). En esta revista se publicó un artículo denominado “Nuestro combate” donde el autor se pregunta: «¿Qué se puede hacer para detener esta decadencia occidental francesa, para sacar de su turpor a los últimos arios puros? Descubrir la doctrina la doctrina de choque, aguijón y consuelo psicológico… una doctrina capaz de derribar el viejo edificio podrido de la demo-plutocracia y de hacer desaparecer el mito antinatural de “una sociedad sin clases”… Esta doctrina es el racismo revolucionario… él conducirá a la raza germana y blanca a la supremacía mundial… él construirá la Europa de los obreros y los nórdicos, que no tendrá nada que reclamar al marxismo y al capitalismo, forjará un tipo de hombre nuevo, cuyo valor se medirá con los criterios de la raza, de la herencia, de la nobleza biológica». La revista Viking, siguiendo el nazismo más ortodoxo, afirma en su intento de reclutar militantes entre los obreros sindicados que sólo la Federación Sindicalista Francesa dará a los pequeños proletarios arios conciencia «de este pequeño algo que hace su superioridad y su unidad ante cualquier patrón o mercader semita… Es preciso que el proletario francés comprenda: su lucha de “clase” es una lucha de razas que se ignora… El Explotador es el apátrida, el Explotado es el autóctono» (Varios, Los racismos políticos, Nova Terra, Barcelona 1971, págs. 155-186).

En 1953, en París, se crea el Movimiento de los Pueblos Europeos, a partir de grupos anteriores y con la participación de representantes argentinos y norteamericanos. En 1957, la fusión del MPE y del NOE da lugar al Movimiento Social Unido de Europa (MSUE). En 1959, se fundó en Viena (Austria) la Legión Europea de Jóvenes, y en 1961, durante la Conferencia de Norfolk, se creó el Círculo de la Europa del Norte. En 1962, surgió el Partido Nacionalista Europeo (PNE) de la mano de Mosley (Inglaterra), Thiriart (Bélgica), Von Thadden (Alemania) y Loredan (Italia). Igualmente, en Bruselas, se da a luz la Joven Legión Europea (JLE).

La Unión Mundial de Nacionalsocialistas (WUNS, World Union of National Socialists) se constituyó en el llamado Northern European Camp durante una reunión internacional celebrada en Costwold (Gran Bretaña), en agosto de 1962. Su objetivo inicial era agrupar a todos los nacionalsocialistas del mundo, aunque su incidencia real en el movimiento neonazi sería muy desigual. La WUNS nunca estableció una dirección jerarquizada y coordinada entre las diversas organizaciones neonazis del mundo, convirtiéndose esencialmente –como el NOE– en un medio de contacto de personas y entidades que vindicaban a Hitler, editaban boletines y propaganda en diversos idiomas y organizaban reuniones. Su dirección fue asumida por George Lincoln Rockwell, líder del Partido Nazi Americano (ANP, American Nazy Party), y por el británico Colin Jordan.

La Joven Europa (JE, Jeune Europe) apareció en 1963 de la mano del belga Jean Thiriart (1922–1992) y devino en un movimiento de extrema derecha de ámbito supranacional al adoptar un discurso innovador respecto a los antiguos postulados fascistas y nacionalsocialistas. JE reivindicaba una Europa unitaria y portadora de una «tercera vía»: un bloque político-económico independiente y alternativo tanto al sistema comunista como al capitalista. Esta concepción geopolítica de ultraderecha, que consideraba posible una Europa al margen de los dos bloques mundialmente dominantes, fue expuesta por Thiriart en su libro ¡Arriba Europa! Una Europa unida: un imperio de 400 millones de hombres. El discurso eurofascista de JE desterró la nostalgia por el Tercer Reich y relegó a un segundo plano –aunque sin descartarlas– las tendencias biologicistas y racistas herederas del nacionalsocialismo, dotó de un nuevo símbolo al fascismo europeo al adoptar como emblema la denominada cruz céltica (posteriormente recogida por los grupos skin–nazis), fundó secciones en diversos países europeos (España entre ellos) y llegó a plantearse la creación de una organización paralela allende el Atlántico, Joven América, de posiciones próximas al peronismo. La aventura política de Thiriart contó con sólidos apoyos internacionales: la Unión Minera del Alto Katanga (que promovía la secesión katangueña del Congo), la salazarista Policía Internacional y Defensa del Estado (PIDE, Policía Internacional e de Defensa do Estado), la Organización Armada Secreta (OAS, Organisation Armée Secrète) y otros sectores neo-colonialistas. La huella de la JE se hizo palpable a partir de 1966, cuando surge realmente un movimiento eurofascista renovado en los planos ideológico, iconográfico y estético. Las tesis pan-europeístas de Joven Europa se convirtieron en el referente de numerosos grupos neofascistas y neonazis de los años setenta y ochenta. Entre los adalides de la «tercera vía europea» se encuentran corrientes tan dispares como la nacionalrevolucionaria o la skin-nazi.

En España, la organización más emblemática al respecto es CEDADE (Círculo Español de Amigos de Europa), surgida en 1966 como agrupación cultural. La propaganda de CEDADE presentaba a la agrupación como una alternativa antisistema capaz de hacer frente al comunismo y al capitalismo. Su ideario se basaba en una profesión de fe europeísta. En su retórica hibridaba un euronacionalismo racista y antisemita con una defensa denodada de valores ecológicos y sociales. La base programática de CEDADE constaba de puntos como los siguientes:

Concebimos la idea de pueblo como un conjunto de individuos unidos por una misma misión y que presentan una unidad cultural, histórica y racial que los configura como nación. Europa, en cuanto etnia blanca, conforma esta unidad política, cultural y racial.

Como defensores de nuestra propia comunidad, somos nacionalistas. El nacionalismo europeo no significa renuncia al nacionalismo de los demás pueblos que constituyen nuestra raza, sino una continuación de él.

De este nacionalismo y de la necesidad de una verdadera justicia social, surge nuestro socialismo. Socialismo en el que cada uno deberá poner plenamente toda su capacidad al servicio de la nación de la que recibirá suficiente y proporcional compensación. Defendemos la propiedad privada que deberá ser accesible a todos los ciudadanos, limitada y responsable.

Las relaciones entre las distintas macrorrazas humanas, cada una desenvolviéndose en su propio ámbito, deberán ser de armonía y buena vecindad.

Nos oponemos a la inmigración de pueblos no-blancos a Europa, así como a la mezcla racial que supone la destrucción de todas las razas con sus valores.

Rechazamos el materialismo judío infiltrado entre nosotros, en todas sus versiones, por negar la verdadera sustancia intrínseca del hombre. Oposición al Sionismo Internacional y sus manifestaciones: altas finanzas, marxismo, capitalismo, masonería secreta, etcétera. Nos basamos, ante todo, en el idealismo, es decir, en la defensa de los más altos valores del espíritu.

Total apoyo a la familia y los hijos. Oposición por tanto al aborto y a la destrucción de la pareja.

Deben respetarse todas las religiones de principios universales, rechazando el ateísmo y los valores materialistas.

CEDADE. APTDO DE CORREOS 14.010. DPTO. LEG: B-11168. BARCELONA. 1980.
CEDADE. APTDO DE CORREOS 416. 39080. SANTANDER. 1987.

La tercera generación de raíz nacional-socialista es la creada a partir de la Nueva Derecha. Aquí el eurorracismo se camufla bajo reivindicaciones etnoculturalistas, reapareciendo el “mismo perro con distinto collar”. La Nueva Derecha surgió en Francia a finales de los años 60 como un movimiento cultural cuyo objetivo declarado era erigir un «contrapoder» a la izquierda y el marxismo en el plano de las ideas, mediante la formación de élites dirigentes.

Los orígenes de la Nueva Derecha (Nouvelle Droite) deben buscarse en los ambientes neofascistas franceses de inicios de los años 60, radicalizados por el abandono de Argelia. En 1963 fue creada Europe Action, publicación que debía ser el órgano de reflexión teórica de la ultraderecha francesa tras el fracaso de la OAS en su combate por impedir la descolonización de Argelia. La mencionada revista se convirtió en un revulsivo del neofascismo francés al preconizar un denominado «realismo biológico», con un discurso de connotaciones abiertamente racistas que exaltaba el nacionalismo y la lucha de la «raza occidental» contra el bolchevismo y el liberalismo. Alain de Benoist, principal ideólogo de la ND, escribió refiriéndose a los propósitos de Europe Action que «nuestra finalidad era simple: crear una élite de individuos capaces de propagar las ideas a todos los niveles». Esta estrategia devino el fin declarado del GRECE (Groupement de Recherche et d´Etudes pour la Civilisation Europeenne/Grupo de Intevestigación y Estudios para la Civilización Europea), constituido en 1968, cuyos portavoces fueron las revistas Éléments y Nouvelle École. El GRECE pretendía formar «hombres influyentes, situados en las esferas de decisión de hoy, y más aún en las de mañana». Por consiguiente, el GRECE planteó su lucha como un combate cultural no político y la ND se definió como un movimiento «metapolítico», que quería disputar la hegemonía ideológica a la izquierda y el marxismo. Su objetivo último era promover una «mayoría ideológica» que, mediante el «contrapoder cultural» ejercido, llegará a ser un día «mayoría política».

A mediados de los años 70, el GRECE multiplicó sus ámbitos de influencia, promoviendo círculos de asociación de los que el más conocido ha sido el llamado Club de l’Horloge (Club del Reloj), fundado en 1974. Esta expansión fue acompañada de la consecución de un espacio mediático (Le Fígaro-Magazine especialmente) y el impulso de una editorial propia, las Éditions Copernic. Paralelamente, su eco político creció, con un acercamiento a la derecha neoliberal francesa (en 1974 la ND apoyó a Valery Giscard d’Estaing en su presidencia). Progresivamente, la intelectualidad de la ND se ha ido situando en una zona difusa entre la derecha liberal y parlamentaria y la extrema derecha, siendo hoy difícil hablar de ella como algo monolítico y homogéneo.

La Nueva Derecha basa su discurso en la elaboración de un neorracismo planteado como un elogio de la diferencia. Los ejes temáticos originales de la ND proceden del neofascismo, adquiriendo una formulación nueva y una conformación mucho más cuidada. De este modo, el GRECE recuperó unos orígenes míticos de Europa concebida como una comunidad «orgánica» buscando sus raíces en las tradiciones indoeuropeas (celtas y griegas) y en la fuerza irracional del mundo pagano y bárbaro. En este contexto, se consideró el legado judeocristiano como un elemento ajeno y destructor de la civilización európida, al afirmar unos principios igualitarios supuestamente contrarios a las tradiciones europeas. La ND reformuló también el sueño paneuropeo fascista, acentuando la crítica al colonialismo cultural y económico norteamericano al que estaría sometida Europa y, a la vez, considerando al Tercer Mundo como un aliado natural en esta lucha contra el imperialismo. Para la ND, Europa debía recuperar su propia identidad y volver a irradiar su esplendor cultural en un mundo decadente, corrompido por el igualitarismo y la masificación.

El discurso actual del «choque de civilizaciones» –siguiendo la hipótesis de Samuel P. Huntington– según el cuál existiría una incompatibilidad entre el islamismo y el cristianismo, manifestada en última instancia en una lucha abanderada entre cristianos/occidentales y musulmanes por el control de Europa (Eurabia), entronca con el racialismo de la Nueva Derecha. Aquí, un concepto tan abstracto como es el de “civilización” acaba siendo considerado como un sujeto con similar rango al que pudieran tener un individuo o un Estado. La islamofobia copa parte del espacio que anteriormente tenían la judeofobia y el antisemitismo.

Esta férrea oposición de la ND al igualitarismo y los principios democráticos, así como su énfasis en el papel de las élites, descansa en un determinismo biológico extremo, bautizado por la ND como la politique du vivant. Pero desde su perspectiva, ya no se constataba la existencia de culturas «superiores» o «inferiores», sino «diferentes»; una diversidad que debía ser conservada evitando «mestizajes» étnicos e, implícitamente, raciales. Los portavoces de la ND se presentaban como «raciófilos» (amigos de las razas), mientras quienes luchaban contra la desigualdad racial eran designados como «raciófobos» (enemigos de las razas), en un juego semántico que perseguía un doble objetivo: la autolegitimación a la vez que se deslegitimaba al adversario.

Para el sociólogo P.-A. Taguieff (La identidad francesa y sus enemigos, Debats, 17, septiembre 1986, p. 38), la ND supuso la irrupción de una gran ofensiva cultural cuya finalidad era «inscribir en el sentido común la idea de que las diferencias entre poblaciones de origen europeo y extraeuropeo son absolutas y por eso mismo irreductibles». El resultado fue la coexistencia del discurso defensor de la inasimilabilidad de las razas por motivos culturales con el que lo hacía por razones biológicas, reforzándose mutuamente.

En España, uno de los introductores de la Nueva Derecha fue Jorge Verstrynge. Nacido en 1949 en Argelia, Verstrynge es hijo de W. Verstrynge, un alemán que trabajó como agente doble al servicio del Tercer Reich y de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial efectuó una rápida carrera política que le condujo a la Secretaría General de Alianza Popular, partido entonces liderado por Manuel Fraga. Desde este cargo, en 1980 intentó generar una corriente de opinión interna en A.P. favorable a la Nueva Derecha mediante la obra citada, que constituyó la mejor síntesis de los postulados «bio-políticos» de la ND escrita en España hasta el momento. El libro de Verstrynge ofrecía una exposición nítida y didáctica de la cosmovisión social de la ND, totalmente mediatizada por la biología, citando a etólogos, psicólogos y sociobiólogos siguiendo la ortodoxia de la politique du vivant.

Verstrynge, en Entre la cultura y el hombre, destacaba la importancia de la biología en la conducta individual y enfatizaba el papel de las cuatro pulsiones fundamentales que guían la actuación de la vida animal: agresividad, territorialidad, xenofobia y jerarquía. Desde esta óptica, el racismo era un comportamiento genéticamente predeterminado. El autor asumía las tesis de la ND tanto sobre el «elogio de la diferencia» y el racismo como la dicotomía semántica supuestamente existente entre los llamados «raciófilos» y «raciófobos»: «¿Vale más un planeta en el que coexisten tipos humanos y culturas varias, o un planeta dotado de una sola cultura, y, a {¿largo?} plazo, de un tipo humano?», se preguntaba Verstrynge. Habría así que distinguir entre «raciófobos» y «raciófilos». Los primeros «desean que desaparezcan las razas, es decir, que desean la uniformización de las formas de vida. Los otros piensan que la pluralidad de la Humanidad hace su riqueza» (p. 132). Siguiendo la ortodoxia de la ND, Verstrynge no dudaba en presentar la agresividad no sólo como un instinto inherente a la naturaleza humana, sino también como una pulsión positiva para la sociedad, citándose a él mismo y al propio Fraga como fuentes de autoridad: «Debemos ver la agresividad humana como algo, en principio, y exceptuando casos patológicos, positivo. Y la agresividad colectiva no escapa a esta ley: ’La guerra tiene sus funciones positivas, como cualquier otra institución social...’ » (Fraga, 1962; y Verstrynge, 1979).

Igualmente, en la obra se establecía a partir del llamado CI la correlación entre inteligencia y pertenencia a clases dirigentes, exaltando la estructuración jerárquica que ello comportaba. De este modo, cuando las clases rectoras se reproducían biológicamente con menor rapidez que el resto de la sociedad, se favorecía «la circulación social vertical» y se tendía a un modelo de estratificación más igualitario. Ello podía tener consecuencias socialmente negativas, al existir la posibilidad «de un empobrecimiento del pool genético de la sociedad como conjunto», pues «determinadas características biológicas ligadas al éxito aparecen con menos frecuencia». Se establecía de este modo una relación determinante entre biología y pertenencia a una clase social concreta:

«Una clase social, fenómeno en principio cultural, conduce, en virtud de unos principios biológicos (la selección y la sexualidad), a la aparición de otro hecho biológico (cierta correlación entre la función y la aptitud biológica para la misma, con tendencia a la acentuación, por segregación sexual, y por –de nuevo– selección funcional...).»

Esta visión biológica de la sociedad llevaba a legitimar una concepción conservadora del mundo:

«Parece inevitable que haya más conformistas que rebeldes, escriben (R. Fox y L. Tiger); es la única estrategia inteligente que puede tener la naturaleza, dado que es esencialmente conservadora. La mayoría de las mutaciones, sean genéticas o culturales, son nocivas. Hasta las que son beneficiosas se producen mucho más porque contribuyen a mantener una forma de vida tradicional, que porque conducen a nuevas posibilidades»... En otras palabras, “Toda innovación es aceptada más fácilmente si tiende a preservar el statu quo que si amenaza con romperlo”.» (Casals, Xavier. Neonazis en España. De las audiciones wagnerianas a los skinheads [1966-1995], Ed. Grijalbo, Barcelona, 1995, págs. 236-237.)

España frente a Europa. La leyenda blanca y el complejo de inferioridad frente a los países germánicos

La asunción de la leyenda blanca por parte de numerosos autores nacionales desde el siglo XVIII ha provocado cierto complejo de inferioridad e incluso una marcada hispanofobia entre amplios sectores de la sociedad española, cuyos ecos han llegado hasta la actualidad. Este autoodio se ve en marcos tan variados como la literatura, la filosofía y la política, llegando hasta la actualidad. A continuación veremos algunos ejemplos notorios.

Ernesto Giménez Caballero, en el prólogo de la obra de Pío Baroja Comunistas, judíos y demás ralea (Ed. Reconquista, Valladolid, 1938, pp. 5-6), recoge el complejo de inferioridad que mostraban numerosos autores españoles frente a «lo europeo» entre finales del siglo XIX y comienzos del XX:

«Yo he descrito en otra parte la caracterización de ese primer cuarto del siglo XX español. Bajo el influjo del pangermanismo, por un lado; y de las corrientes demo-liberales, por otro; «lo mediterráneo», era algo decadente; «lo latino», una cursilería. «Roma», un rincón olvidado, de barbarie y de reacción.

Los índices espirituales de esa época –toda la época de anteguerra– sientan la admiración por esa cosa vaga y rústica que llamaban «Europa». Es decir, por las «civilizaciones modernas» de lo francés, lo inglés y lo alemán.

Era el último estertor romántico de la «España moderna». La última expresión del «romanticismo español». Entendiendo por romanticismo, el anhelo hacia lo remoto, lo exótico, lo alógeno, lo lejano a nosotros mismos. Un romanticismo que empezó en el siglo XVIII con el «afrancesamiento», en costumbres y en literatura. Que en el XIX tomó un sesgo político hacia lo inglés. Y en ese cuarto del siglo XX, un carácter cientifista hacia lo alemán.

Todos los hombres-índice de tal época se buscaban sus antecedentes rubios, sentimentales, arios, antiafricanos y antirrománicos.

Baroja fue uno de los más significativos en esa búsqueda. «¡Archieuropeo, archieuropeo!», exclamaba en uno de sus libros, queriéndose definir. En otro libro, se complacía de que, en Valladolid, cuando estudiante, le tomasen por extranjero al ver su pelo rojizo. Baroja se afanó, como ningún otro vasco, en indagar el fondo pagano y antirromano de su raza vasca, de la raza de Jaun de Alzate. A su perro le llamó Thor, como a un dios germánico. Y en las puertas de su casa y en las solapas de su chaqueta, se colgó una svástica, una cruz gamada, mucho antes de que Hitler la hiciese emblema del racismo alemán.»

Pío Baroja, en su novela El árbol de la ciencia (Cátedra, Madrid 1989, págs. 40-41) nos ofrece abundantes y notorios ejemplos de esta influencia. La obra muestra nítidamente la óptica ideológica del autor, quien mezcla retazos autobiográficos con una profunda visión filosófica de la vida.

Baroja, europeísta convencido, pensaba que todos los problemas que acechaban a España se debían al aislamiento cultural, a la ignorancia de su pueblo y a un orgullo patriotero falso y petulante. En el capítulo II («Los estudiantes») de la primera parte, el prosista da su visión del concepto de pueblo y de cómo éste afectaba a la España de la Restauración:

«Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de fórmulas prácticas para la vida, consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente físico y moral. Tales fórmulas, tan especial manera de ver, constituyen un pragmatismo útil, simplificador, sintetizador.

El pragmatismo nacional cumple su misión mientras deja paso libre a la realidad; pero si se cierra este paso, entonces la normalidad de un pueblo se altera, la atmósfera se enrarece, las ideas y los hechos toman perspectivas falsas. En un ambiente de ficciones, residuo de un pragmatismo viejo y sin renovación, vivía el Madrid de hace años...

El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas dentro de la realidad e intentara adquirir una idea clara de su país y del papel que representaba en el mundo, no podía. La acción de la cultura europea en España era realmente restringida y localizada a cuestiones técnicas. Los periódicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia general era creer que lo grande de España podía ser pequeño fuera de ella y al contrario, por una especie de mala fe internacional.

Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas de España, o hablaban de ellas en broma, era porque nos odiaban; teníamos aquí grandes hombres que producían la envidia de otros países. Castelar, Cánovas, Echegaray... España entera, y Madrid sobre todo, vivían en un ambiente de optimismo absurdo. Todo lo español era lo mejor.

Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país pobre que se aísla, contribuía al estancamiento, a la fosilización de las ideas.»

El antisemitismo ha conformado el discurso europeísta en España y otras naciones de este entorno continental. Hay numerosos ejemplos del mismo. Así, Pío Baroja, en el capítulo V (El fondo del marxismo) del libro Comunistas, judíos y demás ralea (Ed. Reconquista, Valladolid, 1938, pp.66-68) afirma lo siguiente:

«La raza judía tiene, desde hace siglos, el deseo de imponerse al mundo. El judío cree que está destinada para ella la soberanía de los pueblos. Tiene una gran idea de su superioridad, un profundo desprecio por los demás, y es hombre de pocos escrúpulos.(…).

El judío tiene un fondo de rencor contra Europa; considera que el europeo le ha ofendido y entra con placer en todo lo que pueda desacreditar nuestro continente. Así se le ve figurar en el teatro, en la novela y en el cine erótico, en el cubismo, en las falsificaciones y en la legitimación del homosexualismo con Freud y sus discípulos.

El sentimiento de la raza hace que los judíos vean en el comunismo su venganza y la posibilidad de su triunfo.

Este fondo de odio semítico contra Europa y el deseo de que se hunda, ha dado un carácter de continuidad al marxismo y ha hecho que no se descomponga, ni degenere. (…)».

La asociación establecida entre los europeidad y el antisemitismo se ve en otros autores. Onésimo Redondo, en El regreso a la barbarie (JONS, 1933) da su peculiar visión de la Geografía y la Historia de España:

«España, como Hungría un tiempo, como Polonia, Grecia y hasta la Armenia y la Siria, es por la Geografía y por la Historia una zona fronteriza entre los núcleos seculares de civilización, y las mansiones también seculares de la barbarie... Somos históricamente una “zona de frotamiento” entre lo civilizado y lo africano, entre lo ario y lo semita... Por eso se expulsó a la morisma, organizada en reinos, y luego a los semitas de Judá, y por fin a los africanos que quedaban: a los moriscos... Pero hoy aparece el peligro de la nueva africanización: el marxismo... Vedle florecer con toda su lozanía en las provincias del Sur, donde la sangre mora perdura en el subsuelo de la raza... El marxismo español, y más andaluz, toma pronto la tea incendiaria, proclama “la guerra santa” y penetra en los cortijos y las dehesas alentada por los semitas de Madrid.

En España la aniquilación del marxismo es la continuación de la historia nacional (pues) la victoria definitiva del marxismo sería la reafricanización de España, la victoria definitiva de los elementos semitas, judíos y moriscos conservados étnica o espiritualmente en la Península y en Europa.

Por eso ahora nos invaden los judíos expulsados de otras naciones. Por eso el poder marxista lanza miradas de ternura y protección a los hebreos del norte de África.»

Por su parte, José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, en los apartados 2, 3 y 6 de su opúsculo España: germanos contra beréberes (1936), nos ofrece también una visión arianista de Historia de España, escribiendo lo siguiente con respecto:

«2. Con esta previa delimitación de conceptos, cabe resumir la cuestión inicial: ¿qué fue la Reconquista? Ya se sabe: desde el punto de vista infantil, el lento recobro de la tierra española por los españoles contra los moros que la habían invadido. Pero la cosa no fue así. En primer lugar, los moros (es más exacto llamarles «los moros» que «los árabes»; la mayor parte de los invasores fueron berberiscos del norte de África; los árabes, raza muy superior, formaban solamente la minoría directora) ocuparon la casi totalidad de la Península en poco tiempo, más del necesario, para una toma de posesión material, sin lucha… toda la inmensa España fue ocupada en paz, naturalmente, con los «españoles» que habitaron en ella. Los que se replegaron hacia Asturias fueron los supervivientes de entre los dignatarios y militares godos; es decir, de los que tres siglos antes habían sido, a su vez, considerados como invasores. El fondo popular indígena (celtibérico, semítico en gran parte, norteafricano por afinidad en otra, más o menos romanizado todo él) era tan ajeno a los godos como a los recién llegados. Es más, sentían muchas más razones de simpatía étnica y consuetudinaria con los vecinos del otro lado del Estrecho que con los rubios danubianos aparecidos tres siglos antes. Probablemente, la masa popular española se sintió mucho más a gusto gobernada por los moros que dominada por los germanos. Esto fue el principio de la Reconquista; al final, no hay ni que hablar. Después de seiscientos, de setecientos, de casi (en algunos sitios) ochocientos años de convivencia, la fusión de sangre y usos entre aborígenes y beréberes era indestructible; mientras que la compenetración entre indígenas y godos, entorpecida durante doscientos años por la dualidad jurídica y, en el fondo, rehusada siempre por el sentido racial de los germánicos, no pasó nunca de ser superficial...

3. En esquema –abstracción hecha de los mil Acarreos e influencias recíprocas de todos los elementos étnicos removidos durante ochocientos años–, la monarquía triunfante de los Reyes Católicos es la restauración de la monarquía gótico-española, católico-europea, destronada en el siglo VIII... Por otra parte, considerables extensiones de España, singularmente Asturias, León y el norte de Castilla, habían sido germanizadas sin solución de continuidad, durante mil años… sin contar con que su afinidad étnica con el norte de África era mucho menor que la de las gentes del sur y levante. La unidad nacional bajo los Reyes Católicos es, pues, la edificación del Estado unitario español con el sentido europeo, católico, germánico, de toda la Reconquista, y la culminación de la obra de germanización social y económica de España…

Tras de las escaramuzas tenía que llegar la batalla. Y ha llegado: es la República de 1931; va a ser, sobre todo, la República de 1936. Estas fechas, singularmente la segunda, representan la demolición de todo el aparato monárquico, religioso, aristocrático y militar que aún afirmaba, aunque en ruinas, la europeidad de España. Desde luego, la máquina estaba inoperante; pero lo grave es que su destrucción representa el desquite de la Reconquista, es decir, la nueva invasión beréber. Volveremos a lo indiferenciado. Probablemente, se ganará en placidez elemental en las condiciones populares de vida. Acaso el campesino andaluz, infinitamente triste y nostálgico, reanude el silencioso coloquio con la tierra de que fue desposeído. Casi media España se sentirá expresada inmejorablemente si esto ocurre. Desde luego, se habrá conseguido un perfecto ajuste en lo natural. Pero lo malo es que entonces será pueblo único, ya dominador y dominado en una sola pieza, un pueblo sin la más mínima aptitud para la cultura universal. La tuvieron los árabes; pero los árabes eran una pequeña casta directora, ya mil veces diluida en el fondo humano superviviente. La masa, que es la que va a triunfar ahora, no es árabe sino beréber. Lo que va a ser vencido es el resto germánico que aún nos ligaba a Europa.»

Conclusiones

El discurso europeísta, cuando no es acrítico, frecuentemente resalta solo aspectos positivos de carácter político, socio-económico o moral tales como la democracia, la industrialización, los derechos humanos, el Estado del Bienestar, olvidando otros como pueden ser las cruzadas, las inquisiciones, el imperialismo ejercido en otros continentes, los totalitarismos (comunista y nacional-socialista) o el genocidio de millones de seres humanos de forma industrializada en cámaras de gas en campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.

En España, se sigue asociando la idea de europeidad al modo de vida de los países del noroeste del continente y apenas hay una visión crítica de la pertenencia a la UE. Aspectos como la reconversión industrial impuesta a nuestro país tras la entrada a la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1985/1986, el asalto a los camiones con productos comestibles españoles por parte de agricultores franceses o la imposición de recortes en el Estado del Bienestar desde 2010 por parte de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE), que junto al Fondo Monetario Internacional (FMI) conformaron la temible troika, no han supuesto una reflexión sobre sí sería más conveniente recuperar la soberanía tradicional en el marco del Estado-nación en vez de cederla a instancias supranacionales sobre las que se ejerce poco o ningún control. De hecho, en el continente hay países que no pertenecen a la Unión Europea bien por decisión propia o bien por exclusión forzada, como Suiza, Islandia, Serbia y Albania.

Otro factor a tener en cuenta al construir el modelo de identidad europeo u occidental es la excesiva importancia que se han dado a las aportaciones procedentes del centro y del norte, cuando los principales rasgos culturales considerados propios tienen un origen mediterráneo y, frecuentemente, extraeuropeo. El mundo occidental tuvo su origen a orillas de Mar Mediterráneo. Tres fuentes básicas dieron lugar a esta civilización: Grecia, que aportó el canon escultórico, los órdenes arquitectónicos clásicos, la filosofía y la democracia; Roma, que dio origen al derecho latino, las lenguas romances/neolatinas como el castellano o el catalán y las obras públicas; e Israel, que fue génesis del cristianismo y la moral asociada a esta religión. De Oriente Próximo vinieron también la agricultura y la ganadería, el uso de la moneda (Lidia), la vida urbana y el comercio (Mesopotamia), la escritura (Sumeria) y el alfabeto (Fenicia), el aceite y el vino así como los principales elementos de lo que entendemos por civilización.

Fuentes bibliográficas y documentales

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Coronavirus: tumba del europeísmo y de otros -ismos”, FORJA 67.

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Del Olmo Gutiérrez, José María, III-Reich: el experimento nacional-socialista alemán, Éride, Madrid 2010, págs. 26-255.

Europa y el euro”, Teatro Crítico (21 diciembre 2011).

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Europa frente al coronavirus», FORJA 69.

Juaristi, Jon, El bosque imaginario. Genealogías míticas de los pueblos de Europa, Suma de Letras, Madrid 2001, págs. 255-426.

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Villar, Francisco, Los indoeuropeos y los orígenes de Europa, Gredos, Madrid 1991, págs. 430-442.

Temprano, Emilio, La caverna racial europea, Cátedra, Madrid 1990, págs. 36-158.

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{1} N.A.- Aquí no se tiene en cuenta que pueblos como el vasco, el finés, el estonio, el lapón o el magiar no tienen una filiación indoeuropea.

{2} N.A.- La palabra castellana «perro» tiene un origen preindoeuropeo, probablemente vascón o ibérico. No es una evolución del vocablo latino canis.

{3} N.A.- Aquí no se tiene en cuenta la expansión moderna de las lenguas indoeuropeas.

{4} N.A.- Familia indoaria: farsi, hindi, cingalés, bengalí, urdu, punjabi,...

{5} N.A.- Nombre derivado del tipo de túmulo funerario utilizado.

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