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El Catoblepas · número 194 · enero-marzo 2021 · página 13
Artículos

La batalla de Stalingrado

Juan Antonio Rivera Medina

Reconstrucción de la dura contienda que marcó la II Guerra Mundial

batalla

 
“Honor a ti por lo que el aire trae,
lo que se ha de cantar y lo cantado,
honor para tus madres y tus hijos
y tus nietos, Stalingrado.
Honor al combatiente de la bruma,
honor al Comisario y al soldado,
honor al cielo detrás de tu luna,
honor al sol de Stalingrado.”
  (Pablo Neruda, Nuevo Canto de Amor a Stalingrado).

1. Contexto

Queridos lectores, mucho se ha hablado de esta batalla y de la Segunda Guerra Mundial, en este texto simplemente se pretende hacer un acercamiento, conciso y divulgativo –sin profundizar en aspectos militares de sobra tratados en múltiples libros ya– para no olvidar una de las contiendas más sangrientas –y claves– de la historia.

Debemos trasladarnos al frente oriental en la Segunda Guerra Mundial para ubicarnos en el enfrentamiento que trataremos a continuación. Inmerso en plena guerra con toda Europa, Hitler decidió hacer oídos sordos a su Estado Mayor de no abrir dos frentes de guerra, y decidió comenzar su plan Barbarroja, nombre otorgado en honor a Federico I emperador del Sacro Imperio Germánico que consiguió el mayor apogeo de dicho Imperio.

Hitler fantaseaba con un imperio alemán que se extendiera desde el Rin hasta los montes Urales, para conseguir su espacio vital: Lebensraum. Y acabar con el hombre inferior (Untermensch), y es que consideraba a los soviéticos inferiores en estrategia, raza y odiaba acérrimamente el comunismo y por ende a Stalin (J. Eslava Galán, 2016, 308).

El plan era atacar y romper el pacto de no agresión –Ribbentrop-Mólotov– que habían firmado en agosto de 1939 la URSS y Alemania. Se decidió comenzar el ataque en mayo de 1941 para no sufrir las duras condiciones del invierno ruso. Pero antes de comenzar todo se tuerce, y es que Hitler retrasa el plan hasta junio debido a que tiene que socorrer a su aliada Italia que está comandada por el incompetente Mussolini.

Hitler lleva a cabo una guerra de exterminio en el frente oriental, mostrando su barbarie con cada ciudad conquistada y con cada prisionero. Dejando a su paso un rastro de sangre, destrucción y barbarie hasta ahora nunca vista.

Dentro de lo dicho en el anterior párrafo podemos hacer referencia a la actividad llevada a cabo por los Einsatzgruppen, que se encargaban de aniquilar a judíos, gitanos, comunistas… Llevaron a cabo “carnicerías” brutales, pero con una diferencia: en territorio soviético aumentaron las víctimas de sus fechorías: engrosando la lista de víctimas los comunistas también. En Kiev, donde había una gran población judía, llegan a cobrarse casi 40000 víctimas contando judíos y comunistas (J. Eslava Galán, 2016, 349-354).

Pero a los sueños de Hitler carecían de algo imprescindible: una dosis de realismo. Y es que no contaba con la astucia y perseverancia de Stalin y de los dirigentes del Ejército Rojo ni con que los soviéticos tanto hombres como mujeres darían sus vidas ni con la mayor arma posible: el General Invierno.

Se respiraban “días de vino y rosas” en Alemania, todo hacía presagiar que conquistarían el vasto territorio ruso antes de lo previsto, debido al ataque sorpresa que rompió el pacto de no agresión. Este ataque sorpresa desconcertó a los soviéticos.

Los alemanes que habían avanzado de forma inexorable se presentaron los soldados –del VI ejército alemán– el 23 de agosto de 1942, con uno de los ejércitos –y maquinaria de guerra– más potentes jamás vistos dispuestos a escribir un episodio que los elevase a los anales de la historia, pero en frente estaban los hombres y mujeres del Krasnaya Armiya dispuestos a dar su vida y sabían que, si resistían, el invierno ruso sería su aliado.

2. Batalla

Hitler comprendía que Stalingrado era el símbolo soviético, por su industria y por lo que ideológicamente representaba, por ello puso mucho énfasis en tomarla, pero los soviéticos eran conscientes de las consecuencias de la derrota también, y no se amilanaron ante el poderío nazi; el duelo estaba servido.

El ataque a la ciudad comenzó con un ataque de los panzers alemanes que pronto noquearon los cañones soviéticos, y se acercaban cada vez más a los barrios del norte. Mientras la Luftwaffe acompañaba el ataque, ante este ataque Stalingrado quedó sumida en ruinas desde el primer día.

La moral de los germanos estaba por las nubes pues tardaron menos de doce horas en desplazarse desde el puente Don hasta el interior de la ciudad. Y los días siguientes los alemanes continuaron destruyendo todo a su paso, hasta que el día 13 de septiembre los soviéticos contaban con 20.000 (algunas fuentes poco fiables los elevan a 40.000) soldados y escasa maquinaria de guerra para frenar al poderoso enemigo (Sin autor, 2009, 462).

Ante la situación desesperada e imposible hacía falta dar un golpe de mano, y Stalin otorgó la defensa al general Chuikov, un militar con un gran conocimiento estratégico. Y se acuñó el eslogan (y fue una orden explicita de Stalin y del alto mando soviético): “Ni un paso atrás”, y es que el ejército rojo parecía arrinconado y necesitaba sacudirse el letargo.

La mano de Chuikov se notó el segundo día de su mandato, pues la toma de la estación ferroviaria, un puesto clave, costó mucho esfuerzo y sangre a los nazis. Además, los alemanes ocuparon la colina de Mamayev Kurgan con gran dificultad. Pero a pesar de los éxitos germanos todo era un espejismo que más adelante comprobaremos. Los alemanes bombardearon sin parar la ciudad por el simple hecho de destruirla y se acabó convirtiendo en un mar de destrucción, dando paso más tarde la conocida como “guerra de ratas” (Sin autor, 2009, 463-464).

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En menos de dos semanas los hombres de Hitler habían ocupado el 75% de la ciudad, y mientras los soviéticos esperaban refuerzos vitales se produjo uno de los episodios más heroicos de la guerra: treinta soldados dirigidos por el sargento Pavlov ocuparon una casa en el centro de la ciudad de enorme valor estratégico y en plena zona de control nazi, y resistieron unos pocos hombres contra todo el poderío alemán hasta el final de la batalla.

La superioridad alemana se basaba en la blitzkrieg que la táctica que les permitió ocupar la casi totalidad de Europa. Pero esta estrategia se llevaba a cabo en espacios abiertos aniquilando con gran rapidez al enemigo. Pero en esta batalla los alemanes se vieron envueltos en la ya mencionada guerra de ratas.

Pero todo empezó a torcerse para los alemanes, pues el avance imparable se frenó, y estos se vieron envueltos en una guerra en la que se luchaba calle por calle, edificio por edificio. Los soviéticos aprovecharon esta carta a su favor y convirtieron la ciudad en una maraña infranqueable de búnkeres y barricadas.

En octubre se inició el asalto a la zona industrial de la ciudad, con enorme dificultad consiguieron ocuparla, ya ocupaban el 90% de la ciudad, y los soviéticos tan solo mediante milicias populares iban frenando la maquinaria germana, incluso las alcantarillas sirvieron para combatir a los rusos que mediante ellas se adentraban en territorio alemán causando bajas.

Hitler y el alto Estado Alemán ya se las prometían muy felices y en sus discursos anunciaba la inminente conquista de Stalingrado, pero vendieron “la piel del oso antes de cazarlo”. Y el día 19 de noviembre cambió el devenir de la batalla, comenzó la contraofensiva de Stalin el plan Urano, liderado por el mariscal ruso: Georgi Zhukov.

El ataque llegó justo en el momento clave, tras días de enfrentamientos en cada calle y de extenuar a los alemanes, los soviéticos lanzaron su contraataque. Los alemanes que ya se veían volviendo a Berlín como héroes se vieron desbordados por la “apisonadora soviética” en alianza con el cruento invierno.

El plan trazado tenía como objetivo realizar una pinza y rodear a las tropas nazis, pero el general Paulus no se dio cuenta a tiempo, y quedó sometido. Ante la situación desbordante aconsejó al Führer que debían replegarse, pero este ordenó no retirar las tropas y resistir a toda costa (A. Beevor, 2000, 415-416).

Hay teorías que apuntan que Paulus y sus soldados recibieron noticias de la llegada de refuerzos soviéticos, pero no sabían si creerlas o no, aun así, ubicó en el flanco izquierdo a las tropas rumanas de escasa experiencia, como demostraron cuando fueron arrasados por los carros de combate T-34 y los obuses rusos (D. Odalric, 2015, 71-72).

El 23 de noviembre culminó el plan y los nazis (entre unos 200.000-240.000 soldados aproximadamente) quedaron encerrados por la tenaza rusa, y pese a los intentos de pertrechar a los soldados acorralados y de lanzar un ataque en su ayuda los alemanes fueron incapaces de frenar la avalancha rusa.

Hitler renegó de la posibilidad de rendirse y afirmaba que podrían aguantar como en Demyansk, donde mediante un puente aéreo aguantaron de forma heroica el cercado del ejército Rojo. Goering –incoherente y halagador– prometió que era factible que la Luftwaffe llevase a cabo ese aprovisionamiento, no logrando trasladar ni 1/3 de los pertrechos prometidos.

La ciudad fue un enorme kessel (caldero) donde los germanos fueron víctima de la desnutrición. enfermedad, bajas temperaturas… los soviéticos conscientes de que ahora eran ellos quienes lideraban la iniciativa decidieron ir cerrando el cerco poco a poco; táctica conocida con el nombre de plan anillo.

La única posibilidad de salvar la situación estuvo en manos de von Manstein liderando el Grupo de Ejércitos del Don, con la conocida como Operación Tormenta de Invierno, que buscaba librar a las tropas de von Paulus del cerco, la cual acaba siendo un fracaso por un posible ataque soviético en la retaguardia (D. Odalric, 2015, 74-75).

El día 9 de enero los soviéticos dieron la posibilidad de rendirse a los alemanes, pero el oficial germano Gusovius tuvo que negarse, contra su conciencia por no desacatar las órdenes de Adolf (Sin autor, 2009, 473). Gusovius afirmó:

Tras recibir nuestra negativa a capitular según las órdenes que habíamos recibido, se fueron sin podérselo creer. Parecían dos médicos alejándose de la cama de un paciente moribundo pensando: no hay esperanza (Sin autor, 2009, 473).

Hitler incapaz de asumir la realidad confiaba en ganar aún la batalla y nombró a Paulus mariscal para motivarlo y alentarlo a resistir, pero la situación se había tornado imposible. Y se convirtió en el primer mariscal en rendirse de la historia de Alemania.

Pero el avance soviético se tornó imparable y el día 31 del mes de enero el mariscal Paulus y sus hombres se rindieron tras 162 días de contienda, la batalla acababa, con un mar de escombros y de muerte a su espalda.

3. Consecuencias

Se ponía fin a la batalla más cruenta del frente oriental, el cual continuaría durante dos años más. Pero Stalingrado resultó el giro crucial de los acontecimientos, cambiando las tornas y siendo el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial que auguró la derrota nazi.

Se estima que murieron entre 1 o 2 millones entre soldados y población civil. Sin contar los heridos. Es complicado fijar cifras por la diversidad de testimonios, pero rondan el millón o millón y medio en las filas soviéticas y casi alcanzan las bajas el millón en el bando del Eje, ya que no sólo murieron alemanes sino rumanos o italianos entre otros.

La derrota supuso el fin del sueño de Hitler de aniquilar a los comunistas, y supuso además la caída del mito de la invencibilidad de los nazis. Como afirma Nusbacher, un especialista de la Real Academia Militar de Sandhurst (Sin autor, 2009, 474):

Desde 1933 hasta 1943, durante diez años, los alemanes pudieron creerse mejores que nadie, no sólo como concepto abstracto, sino que podían aplastar efectivamente a sus enemigos y construir un superestado paneuropeo para la raza aria. Después de Stalingrado, ¿dónde estaba esa raza aria? (Sin autor, 2009, 474).

Dicha hecatombe fue resultado de muchos aspectos entre ellos el dominio de estrategia soviético y la fortaleza de sus soldados resistiendo como héroes hasta la llegada de refuerzos. Y además de los correspondientes errores de Hitler: como su excesiva confianza, otorgar la estrategia a un general como Paulus incapaz de contradecir las incongruencias del Führer y con una capacidad de liderazgo muy discutible. Además de la falta de previsión en muchos detalles cruciales como contar con uniformes apropiados para el duro invierno ruso.

Con esta victoria se reforzó el espíritu de lucha de los rusos y rusas, que se infundieron de valor para conseguir derrotar la amenaza nazi que se cernía sobre Europa. Continuaron avanzando y asestaron otro golpe mortal a la ya herida Alemania: la victoria en Kursk que para algunos historiadores fue inclusive más importante que Stalingrado, ya que hizo que los soviéticos consiguieron la iniciativa en el frente oriental.

En Kursk, Hitler pretendía dar un golpe de mano, pero se volvió en su contra como hemos dicho. Aconteció entre julio y agosto de 1943. Allí se asistió a la mayor batalla de tanques de la Segunda Guerra Mundial, y mientras se libraba dicho combate, el Führer tuvo que abrir otro frente en Italia pues los italianos eran invadidos por los aliados, iniciado con el desembarco en Sicilia.

Después de estas batallas todos conocemos el desenlace de la guerra más cruenta de la historia: el fin de la Alemania nazi y la división en dos bloques del mundo; un dualismo entre capitalismo y comunismo. Esto daría paso al comienzo de la Guerra Fría, pero ese es ya otro tema diferente.

Para acabar y regresando a la colina Mamayev Kurgan, lugar que nombramos durante el desarrollo de la batalla. Las autoridades construyeron allí entre los años 1959 y 1967 un monumento, conmemorando la gran victoria y culminado con una estatua simbólica de la “Madre Patria”. Además, allí se enterró el general encargado de la defensa de la ciudad, Chuikov, quién recibió el título de mariscal años después.

4. Testimonios

No cabe duda de que la batalla que hemos divulgado en este documento es quizás de los acontecimientos que mayor bibliografía, y producciones –tanto en el cine o como en la televisión– ha generado.

En este apartado haremos algunas menciones de algunos protagonistas y sus testimonios, para que el lector pueda acercarse lo máximo posible a la brutalidad de la batalla.

Entre los protagonistas de la batalla tenemos al por antonomasia conocido: Vasili Zaitsev, quien fue el francotirador más letal del Ejército soviético. Y sus palabras muestran la batalla contra los germanos mientras dominaban parte de la ciudad:

“Vi cómo los alemanes sacaban a rastras a una mujer (para violarla, sin duda). ¿Cómo no te afecta eso cuando no puedes hacer nada por salvarla? Estás en la línea del frente. No tienes suficientes hombres. Si sales corriendo a ayudarla te van a masacrar, sería un desastre. Y otras veces ves a chicas, jóvenes o niños colgados de los árboles en el parque. ¿Te afecta? Te causa un tremendo impacto” (J. Hellbeck, 2018).

Por otro lado, las palabras de Chuikov son imprescindibles:

“El enemigo nos bombardeaba sin cesar, intentaba echarnos de allí a bombazos” (J. Hellbeck, 2018).

“Mi orgullo no me lo permite (…) Me comportaría de una forma totalmente distinta si estuviera solo, pero nunca estoy solo (…) un comandante ve morir a miles de hombres, pero eso no debe afectarle. Puede llorar por ello cuando está a solas. Aquí puedes ver morir a tu mejor amigo, pero tienes que permanecer en pie como una roca” (J. Hellbeck, 2018). 

“Sabíamos perfectamente que Hitler no se iba a dar por vencido, y que iba a seguir lanzando más y más tropas contra nosotros. Pero debía sentir que era una lucha a vida o muerte, y que Stalingrado iba a seguir luchando hasta el final (…) No conocíamos la retirada. Hitler no había tenido eso en cuenta, y ese fue su error” (J. Hellbeck, 2018).

En referencia a estos testimonios de Hellbeck, podemos extraer las palabras de este reputado historiador: “no estaban adoctrinados ni obligados” por la URSS y “la base de la defensa” se debía a “la voluntad de todos los hombres del frente de no someterse a la violencia, a la tenebrosa fuerza de los esclavizadores e invasores alemanes”. Y es natural teniendo en cuenta las barbaridades cometidas en cada batalla, y la represión posterior llevada a cabo por los alemanes.

Los soldados rusos luchaban por convicción y por motivos ideológicos obvios. Defendían su país y eran conscientes de que, si perdían en Stalingrado, Alemania podría arrasar con todo lo que conocían.

La manipulada –y controvertida– orden Nº 227 del Comisario del Pueblo para la defensa de la Patria promulgada el 28 de julio de 1942 en Moscú dejaba claro que no podía cundir el derrotismo en el Ejército Rojo. Se buscaba motivar a las tropas e impedir que más territorio cayese en manos nazis, con la consiguiente represión de la población civil. Algunos fragmentos del documento:

“Debemos de defender cada punto, cada metro de tierra soviética obstinadamente, hasta la última gota de sangre, aferrarnos a cada pedazo de tierra y defenderlo tanto tiempo como sea posible. Nuestra Madre Patria está pasando por tiempos difíciles. Debemos detener, hacer retroceder y destruir al enemigo a cualquier precio. Los alemanes no son tan fuertes como los propaladores del pánico dicen. Ellos están empleando sus fuerzas al límite. Resistir su empuje ahora significa asegurar la victoria en el futuro.” (Iosif Stalin, 1942).

“¿Qué nos falta entonces? Nos falta orden y disciplina en las compañías, regimientos y divisiones, en las unidades de tanque, en los escuadrones de la Fuerza Aérea. Ésta es nuestra mayor desventaja. Ahora tenemos que introducir el orden y la disciplina más estricta en nuestro ejército si queremos salvar la situación y defender nuestra Patria.” (Iosif Stalin, 1942).

Es una medida extendida y aplicada por todos los ejércitos, y en cada contienda, sin orden y disciplina un ejército no puede vencer. Pero algunos historiadores –Beevor entre otros– aprovechan la ínfima oportunidad para atacar a Stalin, sin discernir datos o hechos objetivos.

Volviendo a los testimonios de la cruenta batalla podríamos reseñar las palabras de la enfermera Vera Gurova:

“La carnicería no tiene fin. Nunca había visto semejante cantidad de sangre como hasta ahora. Sé que debería olvidarlo –es mi trabajo. Pero eso no significa que no sienta empatía con los heridos” (J. Hellbeck, 2018).

Por otro lado, el sargento Pist afirmaba que:

“Aquellos últimos días fueron horribles: miles de cadáveres, y los soldados heridos muriéndose por las calles (…) y para colmo recibíamos un intenso fuego de su artillería y sus aviones” (J. Hellbeck, 2018). 

Continuando con el bando nazi, un soldado en su diario personal redactó lo siguiente:

“No veo forma de salir de este infierno (…) Todavía no me hago a la idea de la muerte, pero esa diabólica música de la batalla, que trae la muerte, no cesa de sonar y sonar”

Y para finalizar no hay mejor colofón que el testimonio de Gusovius de la decimosexta división acorazada:

“Vimos que la mayoría de los combatientes rusos eran mujeres. Aunque llevábamos dos años y medio peleando y ya estábamos muy curtidos, pensamos ´Dios mío ¿Qué clase de guerra es esta?´ ” (Sin autor, 2009, 460).

5. Bibliografía

Beevor, A. (2000), Stalingrado, Crítica, Barcelona.

Canal de Historia (2009), Las grandes batallas de la Historia, Plaza y Janes, Barcelona.

Eslava Galán, J. (2016), La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos, Editorial Planeta, Barcelona.

Hellbeck, J. (2018), “Stalingrado. La ciudad que derrotó al Tercer Reich”, Galaxia Gutenberg.

Odalric de Caixal y Mata, D. (2015), “La batalla de Stalingrado: el principio del fin del ejército alemán en el Este”, Aequitas, 5, pp. 59-78.

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