El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 195 · abril-junio 2021 · página 8
Artículos

Fascismo: crítica y estudio desde el materialismo filosófico

Alejandro Perdomo Fermín

Se analizan los diferentes elementos del fascismo, incluyendo su relación con el marxismo de entreguerras

Adolfo y Benito

Preámbulo

La idea de este ensayo tiene su génesis como una respuesta a un vulgar artículo surgido desde un círculo sectario de marxismo ortodoxo, panfletero. Libre de cualquier modestia, más que contestar, la finalidad detrás del ensayo es la redefinición del fascismo en la historiografía y desde la perspectiva del materialismo filosófico{1}. Además, disponer de una buena crítica contra el purismo de algunos sectores marxistas que contrarios al vigor del materialismo histórico, aquel que estableció Marx, llegan a perspectivas monistas, limitadas y cerradas. Damos al lector la posibilidad de interpretar el ensayo de la manera que estime, ya sea que lo vea como un aporte al estudio del fascismo o como la necesidad de redefinir a un fenómeno histórico incluso desde el marxismo{2}.

Aunque un artículo motivado a atacar de forma tan sectaria, y con apenas argumentos que dar, no debiera de tener espacio de difusión, es necesario aún así comentarlo de forma crítica. Nos referimos a «La Escuela de Gustavo Bueno y sus intentos de blanquear al fascismo»{3} de Bitácora Marxista-Leninista. Habría que admitir que la idea de escribir este ensayo surge de los argumentos allí esgrimidos. Argumentos que, por supuesto, son sumamente personalistas, circunstanciales y casi caricaturescos. Pero no le quitemos crédito a los redactores de aquel espacio, puesto que eso ha permitido la proliferación de lo que a continuación el lector podrá apreciar.

El artículo comienza con la siguiente afirmación: «la famosa Escuela de Bueno no es sino la filosofía burguesa al servicio del fascismo nacional, algo que se demuestra por sí solo». Cuántos errores en un corto pasaje, ¿conciencia burguesa? ¿Fascismo como anacronía? ¿La filosofía está al servicio de y para? Pensar que cada tramo del pensamiento es burgués puede ser peligroso, al menos que admitamos que incluso el marxismo es parte de la conciencia burguesa porque desciende de la sociedad burguesa y porque bebe, de hecho, del pensamiento burgués. O admitimos que hay pensamientos no necesariamente burgueses, por más que sean parte del proceso de aburguesamiento de la sociedad, y que el fascismo puede encontrarse entre estos como hay evidencia. Ahora habría que analizar las posibilidades de que exista un fascismo nacional en España{4}, y en tiempos donde el fascismo no tiene presencia por su obvio exterminio ideológico a partir en la Guerra y la posguerra{5}. Un anacronismo si vemos la evidencia a disposición, un anacronismo si consideramos el debate académico al respecto o la campaña de vulgarización, lo que ya creemos que en parte corresponde a lo lingüístico{6}. El fascismo en España, empero, es lo que Ledesma llama «fascitización» refiriéndose a los «fascitizados» y es que con esto se refiere a un proceso ideológico, de holización pero que, más bien, desemboca en algo distinto, que puede disentir de sus orígenes pero partiendo de esto. (Lanzas, 1935, p. 15). Pero tendríamos que admitir que es un proceso que se da en su época por la importancia política del fascismo, en tanto Europa desarrolla movimientos fascitizados pero no fascistas de forma plena. Pero esta realidad política determinada dista de la realidad política europea actual, y más concretamente española, por lo que hay que señalar el gran anacronismo que se presenta cuando se quiere asumir que VOX, o incluso el Estado de Partidos en España, es producto del fascismo o son fascismos nacionales. Ni siquiera podría apuntarse a un proceso de fascitización por el simple hecho de que ya ni siquiera hay referentes políticos fascistas, porque no hay una internacionalización del fascismo como se pretendía en las entreguerras con financiamiento y asesoría italiana.

Un problema ideológico, en la propia ceguera de quienes parten de un marco ideológico, es precisamente el asunto de anteponer la estética a los planes, programas y acciones{7}. Compartir saludos, simbología y discursos es una señal de preocupación para los más ortodoxos. Esto tiene que incluir hasta las circunstancias más pobres e irrelevantes. Como el anticomunismo, ¿el anticomunismo crea fascistas?{8} Muchos historiadores, a pesar de que entienden el fascismo como italiano y hablan de la influencia fascista sobre la España franquista, suelen incurrir en errores de esta índole casi refiriéndose a tópicos estéticos y algunos otros más etológicos –autoritarismo, exaltación, líder fuerte–. Este suele ser el mayor argumento, y no el político, para creer que la Falange, o la Falange de JONS, es un movimiento fascista en lo político y no espiritualmente. En el campo estrictamente político, estatal, es curioso ver como también pueden hacerse analogías carentes de sentido en un sector y otro. Los marxistas pueden ser más lúcidos en el sentido político, a la hora de entender las acciones políticas o las políticas económicas pero fracasando al catalogarlas todas de burguesas porque el Estado es burgués. Más vulgar puede ser el tema intervención estatal, ya no hablando de marxismos ortodoxos, es fetichismo diario para los más radicales liberales, y libertarios, porque esto permite unir a todos sus enemigos políticos, e ideológicos, en una absurda dicotomía individualismo-colectivismo.

Veamos el embrollo que hay en torno al fascismo: los movimientos fascistas y los fascitizados no son diferenciados en lo absoluto, mucho menos se diferencia estos con partidos políticos que asumen el nacionalismo o con partidos demoliberales populistas con cierta retórica nacionalista. Admitiendo que al sol de hoy supone debate para los historiadores el definir el fascismo, y cómo con tanta facilidad un sector de gente, puede sin más encasillar a un partido político, demoliberal y que seguramente tenderá a cierto conservadurismo, como un partido fascista y todavía peor, como un fascismo español –es decir, desarrollado ideológicamente y con acción política–. Si VOX tuviera que representar un fascismo nacional, probablemente una gran mayoría de partidos de este corte, demoliberales y otros más conservadores, tendrían también que serlo. Y sin ir muy lejos, el Partido Comunista de Rusia con un programa político que tiende al nacionalismo, al apoyo de la política exterior rusa –menos imperialista que la soviética por sus propias limitaciones geopolíticas– y a oponerse a la inmigración, harían que este fuese un referente popular del fascismo. Por tanto, un fascismo nacional ruso y ¿filosoviético?

Entre la basura periodística, y los medios de difusión de sectas, se han popularizado críticas infundadas. Críticas al materialismo filosófico sin tan siquiera entender su ABC, sin entender que como filosofía –y no ideología– su función es triturar cualquier idea, y que el hecho que una persona o varias personas, traten de secuestrar o tomar elementos del materialismo filosófico –como otras personas toman ideas filosóficas, o toman como suyas ciertas ideologías– dista de que pueda diluirse en cualquier ideología. En el artículo al que hemos hecho referencia citan, a su vez, un artículo periodístico donde se habla de un ala marxista de VOX que toma el materialismo filosófico para sí y que manifiesta que los extremos se tocan, como si existieran por ejemplos los «extremos» y como si los partidos políticos no pudieran confluir ya en muchísimos aspectos{9}.

En la defensa de la nación, indudablemente, tendrían que confluir todos los ciudadanos de una nación aunque haya quienes se opongan. No pueden existir partidos políticos intestinos sin nación precisamente, en tanto nación política equivale a un Estado existente. Hablamos de que una nación política, más que una ficción jurídica, implica base geográfica, implica comunidad, implica gente. Una nación política, empero, no se entiende sin Estado. En Inglaterra, por ejemplo, se logran Gobiernos unitarios durante las dos Guerras, incluso en la Depresión por motivos evidentes: los partidos políticos, ya no por mero consenso político, acuerdan unificar el Gobierno para tomar decisiones de urgencia y no dividir la nación. Si lo viéramos de la forma monista que plantea el artículo y su autor Antonio Chinchetru, que habría que comenzar a dudar del tipo de periodismo que hace, estaríamos frente a dos extremos tocándose. Si la política, y la identificación –izquierdas, derecha–, depende de las coincidencias, de los puntos en común o de «tocarse» lo más probable es que tenga que renunciarse a las etiquetas y, sin pena alguna, reconocer que todos los partidos políticos, ideologías encarnadas o grupos políticos, son lo mismo; o entenderlo de otras maneras más coherentes y prácticas. Primero, entender una expresión schmittniana básica sobre lo político y es que, a saber, nos referimos a que el Estado, en respuesta a las despolitizaciones, desea abarcar el dominio de lo real con la disposición de abarcar todo ámbito. (Schmitt, 2009, p. 53). Es así como podemos ver que la Iglesia, con la Reforma, pierde poder eclesiástico sobre el Sacro Imperio, o la propia Inglaterra, y los soberanos se alzan, a su vez, como cabezas de su propia Iglesia en el ya conocido cesaropapismo.

El Gobierno, en un progresivo grado de estatalización, hasta que logra gestarse un aparato como el Estado logra, pues, comenzar a abarcar todo lo posible y hacerlo lo político a medida de que le sea posible. Desde la biopolítica –y aquí podríamos hablar desde Foucault hasta Agamben– hasta la propia Educación. Todos los Estados, estén representados por los partidos políticos que estén representados, van a moverse sobre todos los ámbitos posibles y no por mera arbitrariedad sino porque la propia conformación técnico-administrativa del Estado así lo ha permitido, visto así en el largo proceso de reglamentación y legislación.

Nuestra segunda conclusión, sobre los «extremos», es apuntar a los distintos procesos de ecualización política que vive cada forma de Estado en particular, que en su seno tiene ya sea izquierdas –generaciones de izquierdas– o modulaciones de la derecha que, de una forma u otra, se enfrentan por el dominio político, el dominio del aparato estatal. Independientemente de la forma de elegibilidad o del sistema imperante. El alzamiento de la URSS como orden geopolítico, y como una morfología –la socialista, la supuesta «izquierda» unívoca– permite que, por ejemplo, en el Occidente comience a tomarse más en serio la ejecución de medidas de bienestar social desde la democracia de mercado pletórico. Sea en la forma de seguridad social o de subsidios, proceso que a su vez también llevaban las distintas derechas socialistas en las entreguerras como una respuesta negativa a la socialdemocracia y al marxismo. La caída de la URSS, y por tanto el fin de la hegemonía de una izquierda histórica como la comunista, termina con sepultar las diferencias: al fin y al cabo, ¿Boris Johnson se tocaría con los laboristas por representar el otro extremo? ¿o Boris Johnson sería menos de derecha y más de izquierdas por su última victoria electoral donde prometió a los trabajadores todo tipo de beneficios sociales? Podríamos preguntarnos, para agregarle más tensión al asunto, ¿qué diferencia programática real, o qué postura frente al Estado, tienen los partidos políticos españoles como para que se diferencien? Quizás esta pregunta podría contestarse si diferenciamos entre partidos intestinos y partidos extravagantes, secesionistas. En ese sentido, conservar o no la nación es lo que puede determinar la presencia de izquierdas y derecha, también derechas porque entrarían en juego varias modulaciones.  Pero en el campo económico, social, la diferenciación es absurda: no la hay. Sin embargo, la posición del materialismo filosófico –a saber, sus planteamientos teóricos– los veremos más adelante, en el capítulo dedicado a ellos de forma introductoria y breve si se puede.

La pobreza de los argumentos esgrimidos por aquel artículo, al que ya más adelante no prestaremos atención por poder desarrollar el ensayo en torno al fascismo, se basan esencialmente en definir qué hacen los discípulos de Gustavo Bueno como si un sistema filosófico dependiera de ello. Por otro lado, la descontextualización de citas, y el débil entendimiento del fascismo, hace que cualquier pasaje que haga referencia al fascismo pase a ser, automáticamente, una apología al fascismo. Lejos de eso, y haciéndole un favor a los redactores del artículo, nos encargaremos de hacer un repaso por El mito de la derecha para que puedan entenderse las categorías del materialismo filosófico en torno a la derecha y a las izquierdas. Citan incluso a Enzo Traverso sin ni siquiera darse un repaso entero por la obra donde sigue dando el estatuto de modernismo, y por tanto de movimiento revolucionario –desde la contrarrevolución– porque dista de ser, necesariamente, un movimiento conservador o estático. Implicando que exista la idea de lo estático, la idea de un consevadurismo materialmente posible porque todo está en constante cambio. Aglutinar conservadores, o llevar a cabo la misión de la contrarrevolución –bajo otros fines–, no implica estar en la misma trinchera. Más adelante fundamentaremos esto.

Irónicamente, el mismo Traverso (2005) reconoce que la mayoría de las acciones del fascismo, en torno a regodearse con conservadores y sectores de poder como industriales, está en la necesidad de acumular fuerzas y hacerse con el poder. Dice que la adhesión de ciertos grupos, el Ejército o los industriales, no atiende a compartir la visión fascista sino por conservadurismo y el fascismo, que logra un aliado común, los aglutina pero no por esto están exentos de conflictos y contradicciones (p. 251). Por otro lado, dice Traverso que  conflictos entre autoritarismo conservador y fascismo se produjeron en el curso de los años treinta y cuarenta tanto con la caída de Dolfuss en Austria para 1934 como la aniquilación de la Guardia de Hierro por Antonescu así como el famoso atentado contra Hitler por parte de un sector de la élite junker, prusiana encarnada, en este sentido, por von Stauffenberg.  Esto no lo menciona Traverso pero los conflictos de Hitler con Serrano Súñer y Franco son bastante evidentes como no solo figura en la política exterior sino en las Bormann-Vermeke –las conversaciones privadas de Hitler–. El nacionalsocialismo, una vez asentado el franquismo, apuesta por los falangistas, la División azul y el general Agustín Muñoz Grandes buscando en este sector descontento un alzamiento contra Franco{10}. Aunque si hiciéramos un análisis purista, el nacionalsocialismo estaría fuera de la órbita del fascismo o, por ejemplo, sería un «fascismo a la inversa» proalemán el de los falangistas contra el conservadurismo franquista. De hecho, dice Hitler «pero en cualquier caso hemos de promover tanto como podamos la popularidad del general Muñoz Grande [sic], que es un hombre enérgico, y por ello el más adecuado para dominar la situación». (Trevor-Roper, 2000, pp. 569-570).{11}

En Austria, fuera del asesinato de Dolfuss, dos movimientos nacionalistas, uno fascitizado y otro nacionalsocialista, competían por la posición de su país, ya sea el Heimwehrfor que proclamaba un nacionalismo austríaco, y ya no alemán, que buscaba una Austria independiente mientras que la sección nazi de Austria buscaba la incorporación a Alemania o la gran Alemania. Otros problemas de esta índole se daban respecto a los fascitizados rexistas contra los también fascitizados secesionistas flamencos del VNV. Incluso el consenso dentro de los movimientos fascitizados, o más conservadores, era breve y circunstancial. Transilvania era otro punto de disputa tanto para Cruz Flechada y la Guardia de Hierro –más un nacionalcatolicismo fascitizado que un fascismo–, los últimos firmes creyentes de que Transilvania era parte de la gran Rumania. (Morgan, 2003, pp. 159-160).

Desde el supuesto de clase obrera contra burguesía, en la forma más maniquea, y desde el supuesto de la sociedad burguesa, por tanto todo aquello que viene de ella es burgués y defiende la legalidad burguesa, es posible admitir que el fascismo se erige como defensor, por gusto e intención, del capitalismo.  La realidad está lejos, por más que haya elementos que puedan interpretarse así, de que un grupo –en un momento de crisis– se alza para salvaguardar al capitalismo como si, de alguna manera, pudiesen saber su ciclo de vida y como si la salvación, apegándonos al discurso, dependiera específicamente de una porra más fuerte.

Aquí, de lleno, vemos el principal problema de algunos grupúsculos comunistas. Sobre todo los que se escinden en pequeñas sectas, en ortodoxias que están en constante oposición. En grupos que tienden a la desorganización y a querer generar una supuesta vanguardia –sin proletariado, sin organización y con folclorismo–, e incluso a seguir desarrollando la teoría marxista cuando, en realidad, es panfleterismo. Sin más preámbulos, y no queriendo extender para nada este apartado de carácter introductorio, damos paso al cuerpo del ensayo en cuestión.

En torno a los mitos y las ideologías

El materialismo histórico, como reconoce Mannheim, es el punto de unión entre las concepciones de ideología particular e ideología total. Es la ideología el gran proceso de transformación de los mitos, en razón de sustituirlos. El análisis del materialismo histórico en relación a la ideología es negativo, en tanto su postura contra la ideología es crítica. Dicho de otro modo, las ideologías que son representadas ya por grupos son intencionales y su extensión no atiende a generar una consciencia por necesidad, sino como una deformación intencionada. (Bueno, Hidalgo e Iglesias, 1991, pp. 29-30). Decía Silva (2011) que Marx era un ideoclasta, que su propósito era aplastar y triturar ideas constantemente tal como decía Miguel de Unamuno: «Si los iconoclastas son rompe ídolos, yo soy ideoclas­ta o rompe ideas». (p. 31).

Cuando se hace crítica a la visión de sociedad burguesa, de derecho burgués y de ciencia burguesa es que, justamente, se busca quebrantar el monismo detrás de esto. La sociedad burguesa, si utilizamos el término, debe entenderse no sólo como un resultado determinado histórico sino como la confluencia de muchos elementos y como la refluencia de otros elementos previos, tales como cuando Lenin habla de vestigios de derecho burgués en el socialismo, o en lo que él considera socialismo o como cuando Marx habla de formas económicas integrándose, en mayor o menor medida, a otras formas superiores o como cuando Bueno habla de refluencias de la sociedad natural en la política o refluencias de la sociedad política estatal en la sociedad política postestatal. (Bueno, 1992, pp. 266-267).

Si se puede entender a la sociedad burguesa como una consecuencia del desarrollo histórico, que implica factores políticos, sociales y económicos, es posible entender que una sociedad burguesa no tiene porqué ser monolítica, no tiene porqué tener unicidad de pensamiento, unicidad de grupos y que, más bien, tiene tantas divergencias como sociedades previas. Si fuera bajo la visión aportada por el marxismo, en cuanto el fascismo es burgués –cuestión que tocan historiadores, más a la izquierda comunista, como Vajda–, los círculos de pensamiento burgueses y los revolucionarios burgueses tendrían que ser considerados feudalistas. ¿Feudalistas cómo resultados de la sociedad feudal o cómo firmes creyentes del esquema feudal? Creemos que de usar el calificativo lo coherente sería lo primero y, sin embargo, sería una cuestión de etiquetas porque está claro que asumimos que hay consecuencias históricas puesto se desarrollan determinadas relaciones económicas e interacciones entre las distintas capas de la sociedad política.

No hay civilización sin ideologías, dice Bueno (1991), refiriéndose a su importancia en tanto representan la primera gran revolución de los mitos: el que estos pasan a convertirse en ideologías. Las ideologías dan cohesión a grupos sociales, y como puede atribuirse al marxismo, pueden ser las ideologías ya no particulares, sino grupales e ir en función de todo un esquema social. La sociedad burguesa, de cualquier manera, estuvo definida por su época y pudo, al ser heterogénea, dividirse en vertientes y en resultados ideológicos que, sin embargo, no significa esto que sus productos, o vertientes, tiendan a estar cohesionados en unicidad. La verdad es que puede haber disociación, puede haber enfrentamiento y contradicción. (p. 30).

El embrollo dentro del marxismo y el panfleterismo

En una de sus disputas con Manuel Sacristán, a quien personalmente le profesamos un gran respeto por ser uno de los grandes introductores y difusores del marxismo en España y por tanto en el mundo hispano, Gustavo Bueno hace referencia a la actitud antifilosófica y, a saber, galeata, defensiva, reactiva que hay dentro de sectores del marxismo. (Bueno, 1970, p. 55). Puede que uno de los problemas históricos de los marxistas, si así nos permiten llamarlo, es la primacía de la ideología en razón de ser un ABC, un manual funcionalmente político en donde el análisis queda reducido a la órbita de la ideología, del credo. Bajo esos preceptos, el análisis y el revisar categorías se hace una ardua tarea.

Esto no significa que no hayamos encontrado académicos marxistas, de gran preparación, cuya importancia es descomunal en los campos donde llevan a cabo sus investigaciones. Shaikh, Piketty, Harvey, Cottrell, Anderson, etcétera. Nuestra crítica –y esperamos que el lector sea consciente de esto, que entienda las motivaciones detrás de la parte crítica del ensayo– va encaminada no a atacar la naturaleza del marxismo, ni la metodología del marxismo porque no corresponde a esto, sino al fascismo. Pero es imposible hablar de fascismo sin marxismo no porque sean extremos, opuestos que se tocan, astros gemelos o totalitarismos –cualquier calificativo ridículo– sino porque la explicación temprana al fascismo, al fenómeno fascista, es precisamente de una izquierda comunista, proviene de la Internacional comunista.

Muchos acontecimientos políticos de la época de las entreguerras se entienden con la actitud de la Internacional, con las definiciones, con la correspondencia y los frentepopulares. Esto, indudablemente, tiene consecuencias en la historiografía por la forma en que se concibe el fenómeno mucho tiempo. La historiografía con objeto en el fascismo ha presentado dos grandes problemas, de otros tantos: el fascismo genérico –que incluye al nazismo–, el fascismo como un todo, y la dificultad de definir el fascismo. El fascismo eterno, o ur fascismo, la vulgarización del término fascista o su uso como descalificativo son otros de los grandes problemas.

El panfleterismo en el marxismo, que es el apegarse a manuales y dogmas, ha contribuido a estas dificultades tanto en el período de gestación del fascismo como en la actualidad porque como puede apreciarse: sigue difundiéndose literatura, desde mundana hasta académica, de neofascismos y tópicos relacionados a Partidos demoliberales como fascistas. Uno de esos síntomas de panfleterismo es asumir, por ejemplo, la vaga y catastrófica concepción de fascismo acuñada por la Internacional que preside Dimitrov como «la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero». Tesis que, indirectamente, bebe de la gramsciana pero que termina por sepultarla por ser un producto del sexto Congreso de la Internacional. Es decir, la tesis del socialfascismo que lleva a muchos fracasos. Zetkin, en una de las tempranas definiciones, dice que es «la expresión más directa de la ofensiva general emprendida por la burguesía mundial contra el proletariado». Según  Turner (1975) el fascismo y el nacionalsocialismo quedan comprimidos en una sola visión según la concepción de la dictadura terrorista abierta que relata Dimitrov y de aquí se desprende una de las grandes problemáticas para entender el fascismo{12}.

Para Sternhell (1994) el nacionalsocialismo no es fascista, o verdaderamente fascista por su carácter racial (pp. 93-97) que, consideramos, no es el simple hecho de despreciar, o de tomar un antisemitismo sistémico sino por la propia idea de Estado racial, que dista de la de Estado ético. De Felice considera que el fascismo, refiriéndose efectivamente al modelo italiano, era fundamentalmente diferente al nacionalsocialismo por las tendencias atávicas, o arcaicas, del nacionalsocialismo (De Felice, 1977, pp. 20-26). Bajo este supuesto, podríamos trasladar el ejercicio de análisis a otras formas de nacionalismo que como indica Morgan pueden atender a un mismo tronco común.  Nicolaides (2013), aún así, concluye que si bien tienen similitudes y diferencias, las diferencias no impiden que «el nacionalsocialismo sea visto como un movimiento verdaderamente fascista porque la congruencia entre ellos supera con creces cualquier diferencia» (p. 16). Pero, ¿no sería reduccionista esta posición por más consenso que haya en la historiografía? Reduccionista porque las diferencias no son puntuales, ni es que no sean suficientes. Es que sí son suficientes, más que suficientes. ¿Acaso la visión en torno al Estado es la misma? Si tuviéramos que cohesionar formas de modernismo, hasta el comunismo podría ser visto coherente respecto al fascismo y al nacionalsocialismo. El falangismo, aún teniendo algunas coincidencias, no puede considerarse ni de cerca un movimiento fascista. Por eso, instamos, a diferenciar entre Partidos susceptibles de fascitización, fascismo espiritual, y fascismo netamente político, institucionalizado. El III Reich genera una comunidad política totalmente distinta al Estado monárquico, con un Gobierno italiano fascista.

Trotsky, lejos de cualquier divergencia que pueda haber, establece unas características más reales, y coherentes, respecto al fenómeno tales como el ser un movimiento de masas, tal como ser «demagógicos» en cuanto a retórica socialista (cosa que ningún marxista está dispuesto a admitir, en tanto secuestran cualquier noción de socialismo) y como, por ejemplo, ataca la falta de estrechez de la Internacional cuando esta sugiere que la dictadura de Miguel Primo de Rivera es un fascismo. Esto no solo lo desmentirá él, sino toda la historiografía política y de las ideas posterior. Lo mismo ha de ser aplicable a una amalgama de movimientos denominados fascistas, bien podría llamársele a Pilsudski –que Dimitrov llama fascista, de todos modos–, Mannerheim, Antonescu, etcétera.

Según Mandel los puntos que integran la teoría trotskista del fascismo son cinco. Primero, que su auge es una expresión de una grave crisis social del capitalismo maduro. Es decir, como crisis de reproducción de capital y que la función de los fascistas es, por medio de la fuerza, revertir la reproducción de capital a sus condiciones previas en beneficio de los grandes monopolios. Se apoya en los beneficios millonarios de los privados en Alemania e Italia. Luego, y en relación al segundo punto, sostiene Trotsky que el fascismo es la realización y la negación, al mismo tiempo, de las tendencias inherentes al capital monopolista en cuanto a organizar de forma totalitaria la vida y negación porque este proceso totalitario, dice Mandel, solo puede darse mediante una «profunda expropiación política». Tercero, es el fascismo la destrucción de todas las conquistas del movimiento obrero y que es el único, no así los Estados gendarmes, que puede diezmar y desmoralizar al conjunto de la clase obrera. Cuarto, que solo un movimiento así –el fascismo– puede surgir de la pequeña burguesía, que atemorizada, acabada y en quiebra emprende una retórica anticapitalista y que tras cierto tiempo de desarrollo, puede convertirse en un movimiento de masas. Por último, el aplastamiento del proletariado que, según Trotsky, es necesario para la consecución de los fines de la dictadura fascista. (Mandel, 2011 pp. 33-37).

Podemos estar de acuerdo o no con muchos de los postulados, lo cierto es que hay toda una fisionomía de lo que implica el fascismo en lo político desde un sector de la izquierda comunista, que es el caso del trotskismo. A diferencia de la ortodoxia, el trotskismo identifica mejor a los fascismos y puede distinguirlos de los nacionalismos varios, de los arribismos y de movimientos conservadores, tradicionalistas, reaccionarios, entre otros. Podremos ahondar brevemente como introducción a la crítica.

Pero para matizar, y fuera de las definiciones anteriormente dadas, la primera en el movimiento comunista es la esbozada por Gramsci en 1919. Gramsci mira en el fascismo uno de los rostros de la pequeñaburguesía, una de sus representaciones. Una fuerza que lo corrompe todo, que es una contradicción y no antítesis. El fascismo, según Gramsci, es incapaz de crear una forma de Estado (Gramsci, 1979, pp. 67-68). Esta, comenta Santorelli, dista de las definiciones liberales de contrarrevolución preventiva de Fabri, la idea nacionalfascismo de Salvatorelli o las réplicas de Croce a los gentilianos, el antirisorgimento (Gramsci, 1979, pp. 16-17). En las tesis de Lyon, el PCI manifiesta que «en sustancia el fascismo modifica el programa de conservación y de reacción que siempre ha dominado la política italiana solamente por un modo distinto de concebir el proceso de unificación de fuerzas reaccionarias» (Gramsci, 1979, p. 18). Es correcto decir que el fascismo político, que no es ya d'annunziano ni del todo gentiliano, no logra concebir su propia forma de Estado, al contrario: es absorbido por el débil Estado italiano, ese Estado cuya forma de Gobierno es la monarquía bajo la casa de Saboya{13}. Mussolini es, de hecho, depuesto por el propio rey Víctor Manuel cuando acuerda con los Aliados el cambiar de bando y no quedaría Mussolini en libertad, después del rescate en el Gran Sasso, sin una respuesta alemana. Serían las tropas alemanas las que controlarían los restos del Estado italiano en la situación de ocupación de Italia.

Poulantzas, un marxista estructuralista, dedica una obra al embrollo del fascismo y del comunismo en las entreguerras, los déficits a la hora de entender el fenómeno fascista. Señala varios de los problemas estructurales y de estrategia que repercuten, sin duda alguna, en la victoria del fascismo y del nacionalsocialismo. El fascismo, para el PCUS, fue un resultado inevitable de la decadencia del capitalismo y era, por tanto, la última carta de la burguesía. Sin embargo, algunos marxistas advirtieron estas problemáticas cuando Ernst Thalmann advirtió en la sección alemana de la Internacional, en diciembre de 1931, que no se ha luchado con la suficiente fuerza con la teoría de la inevitabilidad de la dictadura fascista bajo el capitalismo monopolista. (Poulantzas, 2018, p. 71).  Y por supuesto, no hay inevitabilidad alguna porque, de hecho, fue efímero el éxito de algunos movimientos de este corte en otros países y porque, de haber sido inevitable, Mosley se hubiese alzado sobre Inglaterra. De ser inevitable, hubiéramos visto refluencias del fascismo en la actualidad. Aunque claro, esto está claro para algunas personas que en dictaduras militares, o en regímenes autoritarios, ven fascismos. Un ejemplo claro, al que no dedicaremos espacio por su naturaleza, es Umberto Eco y su ur-fascismo. Catorce puntos para un mínimo fascista, una visión idealista del fascismo y que le separa de lo que realmente representa.

El mito de la derecha y el posicionamiento teórico del materialismo filosófico

La base de la que partimos, en potencia, para este ensayo y estudio general del fascismo es el materialismo filosófico y más concretamente la obra El mito de la derecha. La obra en cuestión no es perfecta, ni definitiva. Es decir, aún cuando encerramos ideologías, o facciones políticas, en categorías no estamos exentos de caer en contradicciones, o incluso en dilemas. Si hablamos de izquierdas indefinidas, casi refiriéndonos a vanguardias artísticas y literarias, ¿es posible hablar de derechas indefinidas en estas coordenadas? Por ejemplo, la derecha indefinida en la obra se entiende de forma distinta a la izquierda indefinida en El mito de la izquierda: las izquierdas y la derecha. La primera como una sucesión de movimientos, y Partidos, posteriores a la caída del fascismo a los que, por ejemplo, podríamos catalogar vulgarmente como neofascistas, neonazis o como un criterio para clasificar a los verdes. En cambio, el nivel de indefinición en las izquierdas va en torno a grupúsculos que dependen de izquierdas, en este caso, definidas.

…Los fascismos suelen ser considerados ordinariamente por las izquierdas como movimientos de derecha, y aun de extrema derecha. Sin embargo, muchos partidos o corrientes que se consideran fascistas rechazan enérgicamente su clasificación como movimientos de derecha, así como también su identificación como movimientos de izquierda, hasta el punto de que algunos llegan a considerar como rasgo característico constitutivo del fascismo este rechazo a la división entre derechas e izquierdas. (Bueno, 2008, p. 289).

Bueno habla de derecha no alineada, luego dividiendo a la derecha no alineada en varios grupos. Nos interesa el segundo grupo de derecha no alineada, que es en relación al fascismo y el nacionalsocialismo. (Bueno, 2008, p. 284). Uno de nuestros planteamientos es que estos grupos siguen siendo insuficientes para un análisis más preciso por su sencillez, aunque estemos de acuerdo en lo propuesto por Bueno.  No obstante, nosotros propondríamos que no se relegara el género al fascismo y al nacionalsocialismo sin más, puesto que encontramos una amplitud de movimientos nacionalistas identificados con una tercera posición y justamente con el rechazo a las derechas –modulaciones– y a las izquierdas –generaciones– o más concretamente, a unas específicamente: ni liberales, ni marxistas.

En este sentido, la propuesta en un primer plano indicaría el renombrar el segundo género a tercerposicionismo porque esto nos permitiría contar movimientos adicionales sin que, necesariamente, formen parte del fascismo o del nacionalsocialismo. Esto tendría que incluir, por lógica, movimientos que todavía no están en el marco de las entreguerras sino antes de la Primera Guerra Mundial, de forma que el hito de los nacionalismos no quede relegado a este conflicto y al surgimiento del fascismo. Renombrando el género bien podríamos aglutinarlos a todos sin ningún problema y se diferenciaría, esencialmente, entre nacionalismos tercerposicionistas varios con el fascismo y el nacionalsocialismo. Una noción de fascismo genérico precisamente deja de contribuir a un correcto análisis de las especies pertenecientes a este género. Creemos que lo genérico, en todo caso, podría ser la tercera posición o un nacionalismo que engendra otros, que engendra especies.

Derechas no alineadas
Especie
Primer grupo: partidos nacionalistas secesionistas o extravagantesTrece Colonias, movimientos independentistas que surgen en respuesta a Napoleón y las Cortes de Cádiz. La Cosiata (Venezuela) contra la Gran Colombia. Partidos contemporáneos como el VNV, el PNV, ERC, etcétera.
Segundo grupo: fascismo y nacionalsocialismo. TercerposicionismoNacionalismos no tradicionales: Akateeminen Karjala-Seura (1920-1944), Nacionalbolchevismo en la línea de Niekisch (1926-1934), Neosocialismo (1930), Partido Social Nacionalista Sirio (1932), Michel Aflaq y el socialismo árabe (1939), Yamahiriya (1977–2011), entre otros.
 
Nacionalsocialismo y etnocentrismo: Partido Nacionalsocialista Checo (1897), Partido Obrero Alemán de Austria-Hungría y su posterior sucesor austriaco (1903), Partido Obrero Alemán (1919-1920) y Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (1920-1945), Ustacha (1929-1945), Organización de Nacionalistas Ucranianos (1929-1960), Frente Negro (1930-1934), Partido Fascista Ruso de Manchukuo (1931-1943), Partido Obrero Nacionalsocialista Búlgaro (1932-1934), Ejército Insurgente Ucraniano (1942-1945). etnocacerismo peruano (2000), entre otros.
 
Fascismo y fascitizados: Partido Nacional Fascista (1919-1945), Le Faisceau (1925-1928), Guardia de Hierro (1927-1941), Parti Fasciste Révolutionnaire (1928-1945), Rexismo (1930-1945), BUF o Unión Británica de Fascistas (1933-1940), Partido de la Cruz Flechada (1933-1945), Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (1932-1934), el fascitizado IKL (1932-1944), Vlaams Nationaal Verbond o VNV a medida de que se fascitiza (1933-1945), entre otros.
 
Nueva derecha: Movimiento por la Unión (1948-1973), GRECE (1968), Partido Social-Nacional de Ucrania (1991-1995), Partido Nacionalbolchevique (1993-2007), Svoboda (1995) American Freedom Party (2010), American Identity Movement (2016), Partido Socialista Progresista de Ucrania (1996), entre otros.
Derechas indefinidasMovimiento Pirata, verdes y ecologistas, libertarismo y paleolibertarismo, paleoconservadurismo, Partido Liberal Austriaco, Frente Nacional, MBR-200 (1982-1997) y su evolución en el MVR (1997-2007) hasta el PSUV (2007), entre otros. Los ecofascismos pueden incluirse sin problema, sin formar parte de los fascismos clásicos.

En el ensayo hemos entrado en detalles con la categoría fascitización, fascitizado o fascismo espiritual. Cuando hacemos referencia a Partidos fascitizados, o ideologías fascitizadas, es que no son plenamente fascistas por sus particularidades. Entre estos podríamos incluir a Cruz Flechada, JONS o la Falange Española junto a la Falange Española de JONS (no confundir con la Falange de FET y JONS de Franco), la Guardia de Hierro y en menor plano, el rexismo o Partido Rexista. La cuestión del catolicismo, y la negación de un modernismo, es el mayor motivo para diferenciarlos y solo darles un grado de fascitización por la obvia influencia. En los casos donde haya partidos secesionistas en otras categorías, cuando deberían ser extravagantes, es a medida de su grado de fascitización o de su grado de etnocentrismo por encima de la idea de una nación política. Casos del OUN, el VNV o incluso ERC cuando tuvo simpatías con Mussolini. Movimientos como Lapua son considerados fascistas, o fascitizados, por su furibundo nacionalismo y anticomunismo pero creemos que formaría parte de la derecha primaria finesa, tal como el carlismo y el tradicionalismo son remanentes de la derecha primaria en España.

Al chavismo, o socialismo bolivariano, lo habíamos enmarcado en un artículo publicado en El Catoblepas como una derecha no alineada. Creemos que al no partir de la coyuntura posterior a la IIGM, y al no tener relación directa con los nacionalismos/fascismos no debe de considerarse estrictamente un tercerposicionismo. Por el contrario, creemos que debe estar entre las derechas indefinidas además por su desarrollo teórico en las distintas fases (MBR-MVR-PSUV).

En los nacionalismos no tradicionales incluimos a movimientos que no pueden considerarse ni fascistas, ni fascitizados. Movimientos que tampoco tengan relación formal, o involuntaria, con el nacionalsocialismo ni que puedan considerarse etnocentristas. Son nacionalismos no tradicionales porque, en general, parten de una posición de no alineación (lo que los hace derechas no alineadas) y porque parten tanto de la negación del marxismo, como del capitalismo y abogan por una tercera vía. Los regímenes árabes, panarabistas y el nacionalbolchevismo (alemán, no el actual) pueden entenderse desde esta especie. Conviene diferenciarlos de lo que Bueno llama nueva derecha, refiriéndose a grupúsculos y refluencias más concretas.

Entendemos que la categorización de nueva derecha la da Bueno como una concesión a grupos que se autodenominan así, generalmente refiriéndose a grupos que heredan parte del pensamiento de los tercerposicionismos y el fascismo así como del nacionalsocialismo. Extendemos la lista para incluir a movimientos identitarios, “neo” y otros de características como el eurasianismo o que pudieran entrar en las derechas indefinidas.

Por la naturaleza del ensayo, no es lo idóneo ahondar en las especies porque traería como resultado que nos desviemos del tópico esencial: el fascismo. Sin embargo, hemos hecho el intento de especificar –porque sirve para separar y por tanto, esclarecer– qué movimientos son fascistas, cuáles están fascitizados y qué otros movimientos pertenecen a la órbita del nacionalsocialismo. Distinguimos algunos con esa herencia y otros nacionalismos previos, o contemporáneos, con características similares –no sociológicas, ni con rasgos determinados– que en otras circunstancias, se podrían denominar fascismos. Nuestra tabla de referencia tendría que servir para el estudio del fascismo, y de otras formas no alineadas, en el materialismo filosófico y para futuros aportes, o revisiones, a El mito de la derecha.

Ahora, en la siguiente tabla, proponemos un modelo para describir los fines prolépticos, en forma de planes y programas, con su respectiva anamnesis o antecedentes para que el lector se sirva de un marco de referencia del fascismo, en sus fines políticos, desde el materialismo filosófico. Por otro lado, habría que reconocer que algunos de esos fines prolépticos propuestos por el fascismo son, de hecho, utópicos e irrealizables. La idea de hombre nuevo en el materialismo filosófico es tachada de metafísica precisamente por su marcado idealismo, por la imposibilidad de su realización material. Una de las ideas centrales del fascismo, aparte de la gestación de una nueva forma de sociedad, es precisamente crear un nuevo hombre fascista que parta de los mitos fascistas de la juventud, el heroísmo y la abnegación.

Fines prolépticosAnamnesisPlanes y programas
Imperio colonial italiano sobre todo el Mediterráneo. Italia como centro de gravedadIrrendentismo sobre Trieste y Trento, la pérdida de Abisinia y la obtención de Libia. Necesidad de crear un imperio colonialGuerra italo-etíope (1935)
Invasión italiana de Albania (1939)
Guerra greco-italiana (1940-1941)
Frente mediterráneo (1940-1943)
Revitalización nacional de Italia, segundo risorgimentoCrisis italiana tras la IGM, debilitamiento del Estado y atraso industrial. Ausencia de imperioAusteridad y privatización (1922-1936)
Autarquía fascista (1936 en adelante)
Construcción de un socialismo nacional y rectificación del capitalismoCoyuntura entre clases sociales, el influjo de ideas sorelianas y sindicalismo. La experiencia d’annunziana y la propuesta de Corradini. AnticomunismoSocializzazione fascista por medio de la Ley de Socialización (1943)
Manifiesto de Verona (1943)
Nuevo hombre fascista y nueva sociedad sobre la base del Estado éticoSacralización de la política en Mazzini, vitalismo, futurismo de Antonio Marinetti, etcéteraTodos los programas culturales que desembocan en mitos, ritos. Estética fascista, simbología, costumbres.

La idea de establecer un Imperio colonial italiano está conectada al romanticismo italiano y a su idea, constante, de establecer una potencia regional que pudiese contrarrestar el peso de los vecinos austríacos, quienes anteriormente controlaban la mayoría de las entidades que hoy día pertenecen a la moderna Italia. El Reino de Cerdeña logra unificar a la nación y el recién creado Reino de Italia se propone un espacio entre los imperialismos pero su base económica sigue siendo agraria, atrasada. Mientras Alemania y los Estados Unidos, por ejemplo, se erigen como potencias industriales y establecen nuevas esferas de influencia. A Italia no le queda más opción que tener una postura vacilante, procurarse un espacio en África con Abisinia y poner su ojo sobre el Egeo y el Mediterráneo.

La Primera Guerra Mundial abre espacio a los italianos para liberarse de una decadente Austria, que todavía «secuestraba» posesiones italianas como Trento y Trieste así como partes de Venecia y Dalmacia. Italia se alineó con los Aliados, teniendo casi un año de preparación para la guerra, con el fin de recuperar aquellos territorios que habían sido adjudicados al Imperio austríaco tras la derrota de Napoleón. El ortograma imperialista, en tanto prolepsis, va formándose de forma cercana con la propia idea nacional, con la materialización del nacionalismo italiano. El risorgimento es, al mismo tiempo, una reivindicación imperialista y busca, en esencia, envolver a los enemigos. A los austríacos y a los turcos, unos que tenían los ojos sobre el sur de Europa y otros que tenían tanto los Balcanes como el Mediterráneo. Con la Guerra ítalo-turca, por ejemplo, se materializó una de las primeras acciones imperialistas del Reino de Italia. Obtuvo grandes posesiones otomanas en el Mediterráneo, véase el Dodecaneso, y África del norte.

Curiosamente con la Primera Guerra Mundial, el enemigo no solo sería envuelto sino aniquilado políticamente. Con una anamnesis en la idea de envolver al enemigo, y reivindicarse en el estadio colonial, los fascistas heredan, pues, una prolepsis que lleva tiempo perfeccionándose y que los fascistas, en el poder desde 1922, se proponen llevar a cabo progresivamente. Aunque, por supuesto, la Segunda Guerra Mundial termina con estos planes y termina en la eliminación material, política, del fascismo. Pero el fin más inmediato –junto a la restauración económica– era la creación de un Imperio colonial italiano que rivalizara con el de las naciones vecinas europeas, puesto que los Saboya consideraban el no haber sido justamente retribuidos a pesar de la participación en la Primera Guerra Mundial. Los fascistas, como es sabido, lograron extender ese Imperio italiano fraguado tiempo después de la formación italiana en contra de los deseos de las demás potencias coloniales. La relación del risorgimento con el imperialismo italiano, y con la articulación de los fascistas –pese a la ruptura que Gentile señala que hay entre fascismo y risorgimento, no sin reconocer la herencia–, es especialmente grande al tratarse del monopolio de una política contra todos, contra otras formas de Estado. Era, pues, un movimiento de cohesión nacional incluso después de la formación del Reino de Italia. De acuerdo a Levis Sullam (2015) las interpretaciones en torno a Mazzini y el risorgimento, basadas en Emilio Gentile, han sido enfáticas en el carácter particular del nacionalismo italiano, de aquí a que Riall vea que la cultura nacionalista del nacionalismo italiano sea un ejemplo de religión política y que, antes que los fascistas, este movimiento nacional se procura la sacralización de la política que, a su juicio, ocurre en el siglo siguiente, en el siglo XX. Sullam sugiere que otro autor, Duggan, considera que la concepción nacional de Mazzini era el foco de una religión secular. Es especialmente interesante cuando el autor rescata a Silva Patriarca, en Italian Vices: Nation and Character from the Risorgimento to the Republic, aludiendo a una continuidad estructural en el discurso nacionalista desde el risorgimento –un poco divergente con Gentile–, de tal manera que es coherente que haya sido refluente en el período fascista. Levis Sullam incluye en su obra remisiones a Graziano, a quien alude como seguidor de Rusconi, la religión civil o secular es un proyecto mazziniano llevado a cabo, después de la reunificación, por Francesco Crepi. Menciona a Gregor, que ya todos conocemos, cuando dice que el fascismo –aunque nos remite al nazismo también, en lo que no estamos de acuerdo– parte de un linaje intelectual que data a Hegel y a Mazzini, al menos reconociendo que se trata del Hegel de Giovanni Gentile{14}, el filósofo del fascismo. Emilio Gentile que ya hay una ideologización nacional desde la guerra de Libia en 1912 a los fines de generar una suerte de religión política y de unir a la nación contra los otros. (pp. 115-116). Aconsejamos la lectura de Mazzini, the Risorgimento, and the Origins of Fascism, epílogo de Giuseppe Mazzini and the Origins of Fascism del autor Simon Levis Sullam de donde sustraemos las anteriores conclusiones. Consideramos la obra, en general, de un carácter genuino, de un rigor impecable y con amplias remisiones a la literatura dedicada al fascismo. La importancia genealógica de Mazzini y de su pensamiento social sobre el fascismo radica en la contraposición a los valores de la Revolución Francesa, en la primacía de los deberes sobre los derechos y en el ataque a la democracia –o por lo menos a la visión heredada de esta– así como la crítica de la lucha de clases, teniendo especial interés la cooperación entre estas, y el anticomunismo que no es precisamente nuevo sino que radica en los enfrentamientos que hubo entre genoveses y marxistas. (Levis Sullam, 2015, p. 117). La idea de un nuevo nacionalismo, que cree una nueva sociedad italiana, tiene un germen previo como parece quedar demostrado. Mussolini, que recupera a Mazzini en la época de Saló, le conocía literariamente desde hace mucho. Por ejemplo, cuando servía en el Ejército italiano le leyó hasta el hartazgo. Precisamente porque cada soldado de infantería tenía un ejemplar de la obra de Mazzini en su equipamiento, porque a los soldados se les solía «adoctrinar» en el ideal nacional. El ideal de una nación recién formada, si al caso vamos. Esto demuestra que dialécticamente, en el curso de la ideas, el fascismo no se gesta necesariamente desde la originalidad de sus ideólogos. Más bien, vemos como una tradición de pensamiento influye en el fascismo y le da forma. El fascismo político, el de los fasci de 1919, es por tanto la experiencia práctica del escuadrismo. Es la evolución de la experiencia de Fiume. Quizás habría que valorar la idea de que los fascistas quisieron erigirse como los reconstructores de la nación italiana y que la Monarquía, a la que aceptaban por realismo, no les iba a ser un impedimento en la construcción de este proceso aunque quisieran, por supuesto, engendrar nuevas instituciones. Puede que los fascistas fueran tan pragmáticos como Mazzini en este sentido.

Sin embargo, el desarrollo de estos planes y ortogramas nacionales, imperiales en cierta manera, fue un rotundo fracaso. Algunos partieron, como ya lo señalamos, de bases idealistas. La idea de la construcción de la nueva sociedad fascista y del socialismo fascista. Pero, veámoslo de otra forma, Mussolini confiesa en repetidas ocasiones su renuncia a este principio y que con el fascismo ve, más bien, una maquinaria para hacerse con el poder. El fascismo tiene algo de pragmatismo político, a pesar de sus bases ideológicas idealistas.

El fascismo tiene historia, no es una consecuencia inevitable del curso del capitalismo

Sabemos con claridad que el fascismo no nace por generación espontánea, las ideologías no son productos, específicamente, de una mente determinada sino que atienden a un largo proceso de desarrollo histórico, en el campo de las ideas.

Al fascismo intelectualmente se le puede encontrar raíces u orígenes en Barrès, quien engendra un nacionalismo francés, en su vertiente más chovinista y antisemita. Un nacionalismo en el que se busca un sentido de pertenencia cultural, tradicional y regional único. Tal nacionalismo orgánico parte, sin dudarlo, de una postura modernista de rechazo a lo realmente existente, al republicanismo, a la sociedad feudal y al socialismo, por ejemplo, promoviendo un socialismo nacional, o nacionalsocialismo –donde surgiría realmente el término– como haría tiempo después Enrico Corradini. (Griffin, 2007, p. 77). Justicia social, rechazo a la división de clases –o lucha de clases– y exaltación de lo francés, por encima de cualquier otro elemento. La idea de un nacionalismo orgánico surge en Barrès como forma de revitalizar la nación francesa que, a su juicio, era decadente motivado, principalmente, a la crisis de identidad nacional que había generado el asunto Dreyfus en Francia. La tradición nacionalista sería heredada por Charles Maurras que entra en conexión con el sindicalismo soreliano y que produce, sin duda, parte de la síntesis que heredaría, al menos en el caso francés, Georges Valois con Le Faisceau.

Dice Traverso (2005) que los padres espirituales, en la misma posición que los anteriores autores, son Maurice Barres, con su conocido proyecto de autoritarismo, culto al líder, anticapitalismo, antisemitismo y romanticismo revolucionario,  y por otro lado Georges Sorel, que es el avatar del sindicalismo, un antiguo marxista que hace su revisión antimaterialista desde Le Bon, Bergson, Pareto y Nietzsche. Y no extraña, empero, la importancia de Francia, en determinados períodos históricos, en la ideología o en la gestación de las ideas políticas. Es decir, desde el jacobinismo hasta el protofascismo tienen su génesis en Francia. Alega nuestro autor que la Tercera República es el verdadero laboratorio de lo que sería el protofascismo o su génesis dialéctica. En ese sentido, diría que este estaría tomando forma desde mucho antes de 1914 como parece figurar en Sternhell y Soucy. Esta tendencia, a un socialismo nacional o nacionalista, se vería acentuada porlas convergencias entre Edouard Drumont, autor de La France, Charles Maurras, quien es conocido por ser fundador de Action Francaise, Gabriel Tarde e Hyppolite Taine, historiador, junto a Gustave Le Bon y George Vacher de Lapuge. El otro gran proceso, señala Traverso, se da de la mano de la transición de las izquierdas socialistas a las derechas nacionalistas con la llegada de Mussolini al poder. En los años treinta, señala el autor, el fascismo se vería encarnado por fascitizados, o fascistas espirituales{15}, como Marcel Deat, Jacques Doriot, Bertrand de Jouvenel, Thierry Maulnier, Emmanuel Mounier, Henri De Man, Pierre Drieu La Rochelle y Robert Brasillach. (pp. 242-243).

¿La incoherencia del fascismo?

Esta pregunta la rescata Enzo Traverso, basado en Gentile y De Felice, apelando a su coherencia ideológica. Frente a posiciones como la de Bobbio, dice Traverso que el fascismo se apropió de varios elementos preexistentes fundiéndolos en su síntesis, que es una síntesis nueva. Dice, por ejemplo, que los valores conservadores, disueltos en el maelstrom fascista, normalmente cambiaban sus códigos y resurgían, en palabras del autor, en una forma moderna, modernista{16} con una nueva connotación. (Traverso, 2005, p. 232). La tesis que expondremos más adelante de la mano de Roger Griffin.

Para Traverso (2005), el fascismo bebe de un darwinismo social que transforma la idea organicista de comunidad heredada del Antiguo Régimen en una visión monolítica de la nación en donde el militarismo y el imperialismo mutan al rechazo de la democracia y de la legalidad, donde existe el culto nacional y el culto, en efecto, al Estado. El fascismo es el rechazo al individualismo y la exaltación a la masa, lo que dista de estar, necesariamente, al servicio de la burguesía que prefiere, si se puede decir así, el culto al individualismo en razón de estar fundada la sociedad burguesa sobre la idea de Individuo. (p. 234).

Uno de los puntos fundamentales de la naturaleza del fascismo es la articulación de los principios nacidos antes del bolchevismo en 1917 –lo cual es curioso, pues resalta el carácter universal de la Revolución de Octubre tanto como la Revolución Francesa– y que su anticomunismo, antimarxismo, es parte de la propia antiilustración aunque en La doctrina del fascismo se deje muy claro que no se propone volver a antes de 1789 aunque se luche contra esos principios.

En un discurso del 7 de abril de 1926, dice Mussolini: «Nosotros representamos un principio nuevo en el mundo, nosotros representamos la antítesis neta categórica, definitiva, de todo el mundo de la democracia, de la plutocracia, de la masonería, o, en pocas palabras, de todo el mundo de los inmortales principios de 1789». Como antítesis de todo lo existente, casi como cuando el comunismo rechaza la sociedad burguesa y el modo de producción imperante, el fascismo hace de todo lo existente su mayor enemigo. El anticomunismo es esencial, sin embargo, porque el fascismo coexiste con todo lo demás pero no puede coexistir con el comunismo nacional, en tanto movimiento político y no forma política, y se propone aniquilarlos por todos los mecanismos. Pero un pragmático Mussolini –que parece haber renunciado a los principios fascistas que él promovía{17}, o al menos parcialmente– entiende que no puede acabar ya con el «socialismo realmente existente» porque eso supondría eliminar políticamente a la URSS, a lo que se presta por sus compromisos por Alemania pero no porque fuera el objetivo del Reino de Italia. Mussolini decía que siempre procuraba mantener buenas relaciones con la Unión Soviética, por más que no ocultara su condena pública al socialismo soviético, y que consideraba a la URSS un buen mercado para sus productos. (Zachariae, 1949, p. 39).

Pero estas son las contradicciones ideológicas típicas del plano político, en tanto una ideología jamás podría anteponerse a la razón de Estado, a la conservación o su supervivencia. En este punto, cualquier orden político puede dar lecciones y es la URSS uno de los referentes del realismo político del siglo XX. No iba a sacrificar la China maoísta sus pretensiones territoriales, que datan a los Qing y el zarismo, por amistad internacionalista con la URSS ni mucho menos iba a haber una paz hermanada, sino una pax como demostró la caída de la URSS y el alzamiento de China como potencia con su statu quo en Asia Central, otrora territorio ruso. Ninguna nación, por más socialista que fuese, iba a sacrificar su soberanía, supervivencia y estabilidad por hermanamiento socialista ni por fraternidad proletaria. No son precisamente Hungría y Checoslovaquia casos de internacionalismo cuando los tanques soviéticos entran. La coexistencia pacífica entre Oriente y Occidente, entendidas como morfologías geopolíticas, dan simplemente a entender una dialéctica de Estados implícita y la imposibilidad de la consecución de ciertos objetivos: el más obvio, la revolución comunista mundial. La ideología, en todo caso, puede ser el sostén metapolítico de un Imperio, su idea límite en un contexto determinado. Aquí, desde el materialismo filosófico, nos movemos en las coordenadas del concepto metapolítico, una idea terciogenérica.

El fascismo, de haber tenido contradicciones, las tuvo como cualquier otro movimiento político que bebe de una ideología determinada. La ideología no es un manual para la acción, es simple y llanamente doctrina, mitología. Y cuando toca asumir el gobierno, se debe escoger entre una vía racional, técnica y, por tanto, realista o partir del idealismo de una ideología –no negando que puedan haber principios, ni considerando que las ideologías no deban de existir– para solucionar los problemas políticos tradicionales. Lo cierto es que la propia eutaxia, en tanto buen gobierno, tenderá a levantarse por encima de planteamientos ideológicos o mitos. La revolución fascista fue, digamos, un imposible político tanto por la geopolítica imperante como la propia intencionalidad de los fascistas pero habría que considerar el grado de universalidad del fascismo o al menos la idea de promoverlo con una serie de valores universales{18} –¡los valores de una revolución han de ser exportables y han de partir de una idea de Género humano!– pero muchas contradicciones se presentan, en tanto, no consigue ser realmente un universalismo. No obstante, es nuestro deber darle análisis –y nos serviremos de Morgan, en relación a un capítulo que dedica en su obra a la internacionalización del fascismo– y poder sacar las conclusiones más lúcidas del asunto.

Lo que debemos acotar es que la universalidad fascista no puede entenderse, realmente, como la idea de la revolución mundial y del proletariado mundial, internacional. De los proletarios de todo el mundo. Como tampoco puede entenderse como la Declaración de los Derechos del Hombre donde todos los hombres, según el texto, nacen iguales y que aplica a toda la Humanidad sin distinción alguna. Idea que, por supuesto, rescata el presidente Wilson –un neokantiano en la práctica– y que, posteriormente, sustenta el poderío de los EE.UU con la muerte súbita de la Unión Soviética. A pesar de lo esbozado, no se puede decir que el fascismo no interpretó una fascitización de Europa como un rechazo a la democracia parlamentaria y a lo realmente existente.

De acuerdo a Morgan (2003) los discursos y escritos de Mussolini desde 1930, y con génesis en la ruptura con la democracia parlamentaria en 1925, fueron encaminados a una universalidad fascista y a la idea del fascismo como un fenómeno mundial como podía apreciarse con entusiasmo en las juventudes fascistas o en periódicos universitarios, de estudiantes, tales como Critica Fascista o Anti-Europa. (p. 167).  Esta universalidad, incluso si partiéramos de la noción de un fascismo genérico, no podría extrapolarse al nacionalsocialismo. Un proyecto político que clama única y exclusivamente por la unidad de Europa, una Europa sin fronteras con un férreo Estado racial, donde la premisa sea volver los territorios eslavos lo que es India para Inglaterra –en palabras de Hitler– carecería de cualquier tipo de universalidad, pues sus limitaciones van en torno al concepto de raza y a la conexión con el suelo, con la tierra. Los arios «de verdad» deben volver a Alemania, lo que es otra palabra para decir Europa. Los fascistas, por su parte, no niegan una posible unidad europea incluso en una especie de confederación con Alemania –que tenía a casi toda Europa a su merced–, fue así planteado por Mussolini en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial pero la idea de una fascitización, sin importar si los partidos fascitizados o fascistas espirituales, adoptan el programa o no, es algo que Mussolini no contemplaba nada más para el continente europeo. En la Doctrina del fascismo dice que «el fascismo tiene ya en el mundo la universalidad de todas las doctrinas que, al realizarse, representan un momento en la historia del espíritu humano».

Hoy afirmo que el fascismo, como idea, doctrina, realización, es universal; italiano en sus instituciones particulares, el fascismo es universal en su espíritu, y no podría ser de otro modo. El espíritu es universal por su naturaleza misma. Por lo tanto, podemos prever una Europa fascista, una Europa cuyas instituciones se inspiren en las doctrinas y en la práctica del fascismo. Es decir, una Europa que resuelva, en sentido fascista, el problema del Estado moderno, del Estado del siglo XX, que es muy diverso de los Estados que existían antes de 1789 o que se formaron después. El fascismo actualmente responde a exigencias de carácter universal. Efectivamente, resuelve el triple problema de las relaciones entre Estado e individuo, entre Estado y grupos, entre grupos y grupos organizados. (Mensaje del año IX de la era fascista, a los directorios federales reunidos en el Palacio Venecia, 1931)

Distinto es que hablemos de la práctica donde, sin atender mucho a los detalles, podemos apreciar que tal universalización no existió en el campo material, que no hubo principios fascistas imperantes ni que el fascismo actuó como movimiento totalizador. Por el contrario, sería un error entender la fascitización de determinados Partidos, que en muchos casos no estaban alineados con Italia, como un ejemplo de esta universalización. Mussolini lo solía ver de esta forma cuando la realidad era más compleja, era otra. El fascismo, sin ir muy lejos, estaba relegado a un Estado del Mediterráneo de menor importancia que por cuestiones diplomáticas terminó bajo la órbita alemana.

Los esfuerzos –en vano– de internacionalizar el fascismo se dan cuando movimientos, y teóricos, fascistas confluyen en la Conferencia de Volta, celebrada en Roma, en 1932. Lo interesante fue el registro del enfrentamiento entre delegaciones alemanas e italianas, motivado el asunto por las pésimas relaciones diplomáticas entre ambas naciones. Una fascitizada, como el Tercer Reich, y otra fascista como el Reino de Italia.

Cuando se celebró en Montreux otra cumbre los nacionalsocialistas se negaron a acudir, a la par de que se dice de que, en realidad, nunca fue invitado ningún delegado alemán del nacionalsocialismo. En Montreux Eugenio Coselschi planteó a los representantes de los movimientos nacionalistas de países como Austria, Francia, Lituania, los Países Bajos, Noruega y Portugal, las nociones y principios que debían de tener los fascistas y la posibilidad de construir el fascismo como se hizo políticamente en Italia. Recalcando su carácter nacional, volvía a presentarlo como un movimiento de características universales del que podía hacerse cualquier país con su propia revolución nacional. El fascismo italiano, de acuerdo a Coselchi, encarnaba ciertos principios de aplicación universal que deberían ser el «común denominador de todos» los «fascismos», que deberían aceptar las ideas fascistas italianas como las suyas propias, como nacionales. (Morgan, 2003, p. 169). Puede que este sea uno de los puntos más importantes para hablar de un fascismo genérico sobre unos fascismos específicos pero sigue siendo insuficiente por las contradicciones. Es decir, ¿por qué no aceptar que el fascismo es una forma de nacionalismo? ¿y que Europa, en torno al contexto de las entreguerras, desarrolló formas de nacionalismo que no necesariamente fueron fascistas? Sino que la fascitización, o el fascismo espiritual, fue un proceso influyente desde la experiencia arribista fascista de 1922 que pudo hacer a muchos otros Partidos, o fuerzas políticas, replantear varios de sus principios y adoptar otros de ser posible.

En el caso italo-germano, dos naciones, que pronto estarían unidas en el Eje, se atacaban mutuamente por la hegemonía de Europa aunque, en esencia, Italia jamás se hubiera hecho con la hegemonía de Europa simple y llanamente porque no podía competir con el potencial industrial, y militar, de Alemania nazi. Siguiendo a Morgan (2003), Alfred Rosenberg comenzaría a organizar sus propios congresos internacionales para difundir su «filosofía» y la fraseología típica del Tercer Reich, concediendo que se le pueda llamar así a semejante sarta de incoherencias racialistas. (p. 169).

Gentile (2003) critica la postura en la cual los mitos y organización fascistas se consideran máscaras demagógicas de la burguesía motivada a engañar a las masas y mantenerlas bajo el telón burgués y que sus valores, principios o mitos pueden ser vistos de forma insignificante e irrelevante. Razón tiene al criticar el monismo de varios sectores de la historiografía donde solo se da primacía a lo que él llama juegos de poder y lucha de clases (p. 77) . El autor apunta a una coherencia en los ritos, símbolos y mitos fascistas, enfrentándose a la postura donde el fascismo es per se incoherente, sin propósitos ni valores propios.

Alega que de ser todo esto –mitos, principios, símbolos– una ilusión burguesa, los fascistas serían los primeros engañados pero la verdad es que estos mitos eran considerados por los mismos fascistas una expresión coherente, una cosmovisión, una forma de interpretar la política. Los fascistas, como solía decir Mussolini, suelen engendrar gran parte de sus ideas de la práctica y no por esto negando, por ejemplo, el peso del desarrollo intelectual francés en el siglo XIX e italiano a comienzos del siglo XX. En palabras del autor, el fascismo es la expresión y materialización de un conjunto de vivencias y es, por tanto, su interpretación de la sociedad de masas moderna y que esta interpretación desemboca en la búsqueda de la transformación de la realidad por medio de instituciones –que como, más adelante se verá y en parte hemos dicho, no consideramos que haya sido posible– y en la creación de aquella sociedad modernista que aboga por el übermensch fascista. (Gentile, 2003, p. 78).

Razones para creer que la política de masas fascista no es improvisación, ni política de iniciados, es un hecho. Señala Gentile (2003) que el fascismo parte de una larga tradición de cultura política italiana y europea, como ya hemos apuntado antes. Los mitos, ritos y formas colectivas del fascismo son producto del descubrimiento del antirracionalismo, de la forma irracional de vida. El antirracionalismo es la depreciación de todos los principios imperantes, de todo lo existente en Italia en el cambio de siglo, tanto de derecha como de izquierda, como hemos y de los principios –racionales– rectores del hombre. (pp. 78-79). Dicho de otra forma, el uso racional de lo irracional.

Ideología, modernismo político y fuentes

Griffin es importante, a nuestro juicio, en el estudio del fascismo porque reúne todas las fuentes académicas de mayor importancia. Su labor investigativa es formidable. En relación al fascismo, Griffin cita a Osbourne por su concisión aunque no define, realmente, lo que es el fascismo sino que establecería una fisonomía. Dice Osbourne que el fascismo es «una forma de modernismo político», que es una forma «radical de revolución» y que al fascismo no se le puede considerar una «reliquia» o un «arcaísmo» (Griffin, 2007, pp. 180-181). La cuestión es que el criterio de revolución no puede ser aristotélico, ni puede implicar volver atrás o al punto de partida. En un sentido político, implica reorganización, nuevas instituciones. Probablemente el fascismo, de no haber pactado con la monarquía en la Marcha sobre Roma, pudo haber agrietado el Gobierno y tomado el poder. Por el contrario, el ideario fascista implica transformaciones políticas, sociales y económicas aunque estas, a juicio del lector, no supongan las formas más idóneas. No descarta el uso de la violencia revolucionaria y tacharle de movimiento contrarrevolucionario, en un sentido peyorativo, no sería coherente puesto que no están alzándose contra ninguna revolución previa, salvo que se quiera denominar a la casa de Saboya, y al risorgimento, como un proceso revolucionario cuando se trata más bien de un proceso de construcción nacional, de creación de la nación política italiana. Pero incluso desde la contrarrevolución tendría que ser revolucionario si pretende transformar acabando con la modernidad liberal, con el socialismo y con el conservadurismo. No obstante, el fascismo buscaba la conquista del poder político a toda costa y no ya desde el antipartido, desde posiciones puristas.

El historiador Morgan (2003) sentencia que los marxistas suelen asumir que las únicas revoluciones reales posibles se dan desde la izquierda{19}. Concede que, de hecho, la definición de los marxistas –la de Dimitrov esencialmente– pueda tener sentido si se analiza cómo los fascistas favorecieron intereses privados y conservadores. (p. 197). La cuestión es que el darles razón, o quitársela, no es para él un interés inmediato. Morgan considera que el fascismo, bajo una definición concreta y coherente de revolución, ha de considerarse revolucionario. De esta manera, se ve que Morgan no está en contradicción con muchas de las posturas de la historiografía consecuente que busca desentrañar lo que significa el fascismo.

Cuando Mussolini decidió convertir su movimiento en un partido a finales de 1921, algunos de sus tempranos seguidores idealistas consideraron que eso era descender al turbio campo del parlamentarismo burgués. Ser un partido situaba el hablar por encima del actuar, los acuerdos por encima de los principios y los intereses rivales por encima de una nación unida. Lo que los primeros fascistas idealistas consideraban que ofrecían era una nueva forma de vida pública –un «antipartido»– capaz de agrupar a toda la nación, en oposición tanto al liberalismo parlamentario, que fomentaba la facción, como al socialismo, con su lucha de clases  […] La mayoría de los fascistas llamaban a sus organizaciones movimientos o campos  o bandas o rassemblements o fasci: hermandades que no enfrentaban unos intereses a otros, sino que se proponían unir y revitalizar a la nación. (Paxton, 2019, p. 113).

Para Eatwell, citado por Griffin, la ideología fascista es una forma de pensamiento que predica la necesidad de un renacimiento, o revitalización social, en una tercera vía radical. La ideología fascista es una forma de pensamiento que predica la necesidad de un renacimiento social. Payne, que es una autoridad en el tema, es citado también por Griffin y dice que el fascismo puede definirse como una forma de «ultranacionalismo» revolucionario para el renacimiento nacional cuya base es una filosofía vitalista. Pasa a Gregor y le cita, siendo que el fascismo según él es una «demanda apasionada de renovación nacional» que es «incondicionalmente nacionalista, redentora, renovadora y agresiva». Blinkhorn también considera, en la línea de los anteriores, que el fascismo implica un renacimiento de una condición existente de sujeción, decadencia o degeneración para crear un nuevo hombre fascista.

Teóricamente el fascismo se alza como un movimiento político transformador pero en la praxis no transforma, siendo que consigue todo lo contrario. Se ecualiza en las estructuras monárquicas del Reino de los Saboya y actúa Mussolini, puesto a dedo, en carácter de Primer Ministro. Las leyes fascistas, que siguen atendiendo a la misma racionalidad que las leyes de otros países occidentales, son legislación que sigue firmando el rey en tanto jefe de Estado y que atienden a motivos administrativos, de Estado, no a un proceso de transformación radical.

De acuerdo a Griffin, basado en Renzo de Felice, el fascismo y el nacionalsocialismo asumieron dos diferentes hábitats para la modernidad, en el sentido de que el fascismo estaba dirigido a construir un homo novus y transformar, fuere cual fuere el mecanismo, la sociedad y el individuo en «direcciones» nunca antes tomadas. Por otro lado, el nacionalsocialismo era una restauración de unos «valores previos», era una reacción. Las diferencias elementales están claras: el fascismo es un movimiento que tiene su origen en el futurismo o en el trágico y poético D’annunzio, cuyas bases son netamente artísticas. El nazismo lleva a cabo la tarea de destruir las vanguardias artísticas, incluso las irracionalistas. (Griffin, 2007, pp. 26-27). Varios de los artistas del régimen fueron considerados degenerados por el tipo de arte, como es el caso también en la literatura expresionista: Gottfried Benn es un claro ejemplo de hombre acallado por el régimen, aún siendo allegado o afín a este. Era Benn un irracionalista, un antiintelectual. (Hamilton, 1971, p. 176).

Nuestro autor cuando cita hace ver que hay un nuevo consenso académico, refiriéndose al de los noventa y principios del dos mil. Este consenso es en torno al fascismo y definirlo, puesto que por décadas –dice el autor, quizás refiriéndose a Payne, Nolte y Furet– el fascismo es considerado todo lo contrario. Resalta el que se apunte al hombre nuevo, a la construcción de una nueva sociedad y concluye que eso, en pocas palabras, apunta a un modernismo. Lo que Sternhell denomina el «nuevo siglo» –dice Mussolini que el siglo del Estado, un siglo de Derecha entre comillas–, la «nueva civilización», la «revolución moral» o la «revolución de las almas». El fascismo se autodenomina regenerador, un movimiento o ideología por la vida, por la regeneración de Europa. Una suerte de vitalismo. (Griffin, 2007, p. 180).

Conviene apegarse a La naturaleza del fascismo, teniendo un ejemplar en inglés y partiendo de una traducción propia, con una extensa cita donde se define al fascismo como modernismo político y se le da una fisonomía amplia.

El fascismo es una especie revolucionaria de modernismo político originado en el principios del siglo XX cuya misión es combatir la supuesta degeneración fuerzas de la historia contemporánea (decadencia) al producir una alternativa modernidad y temporalidad (un «nuevo orden» y una «nueva era») basada en el renacimiento, o palingenesia, de la nación. Los fascistas conciben la nación como un organismo moldeado por factores históricos, culturales y, en algunos casos, étnicos y hereditarios, una construcción mítica incompatible con liberales, conservadores y comunistas teorías de la sociedad. La salud de este organismo que ven socavada como mucho por los principios del pluralismo institucional y cultural, el individualismo, y consumismo globalizado promovido por el liberalismo como por el régimen global de justicia social e igualdad humana identificada por el socialismo en teoría como la objetivo último de la historia, o por la defensa conservadora de la «tradición». El proceso fascista de regeneración nacional exige medidas radicales para crear o afirmar la vitalidad y la fuerza nacional en las esferas del arte, la cultura, la cohesión, economía, política y política exterior. En las condiciones de crisis aguda que prevaleció en Europa después de 1918, los fascistas vieron el vehículo natural para esta regeneración, una vez que se logró una masa crítica de apoyo popular, en un movimiento nacionalista con una base de masas y cuadros paramilitares que en la transición a la nueva nación utilizaría la propaganda y la violencia para crear la nueva comunidad nacional. El carisma de los líderes fascistas dependía de su éxito en el desempeño del papel de un profeta moderno que ofreció a sus seguidores un nuevo «laberinto» (visión del mundo) para redimir a la nación del caos y llevarla a una nueva era, una que se basó en un pasado mitificado para regenerar el futuro. Por tanto, el fascismo puede interpretarse en un nivel como una política intensamente politizada. forma de la revuelta modernista contra la decadencia. Su dinámica modernista en el período de entreguerras se manifiesta en la importancia que concede a la cultura como un sitio de regeneración social total, su énfasis en la creatividad artística como la fuente de la visión y los valores superiores, su adhesión a la lógica de la destrucción creativa (que en casos extremos podría fomentar persecuciones genocidas presuntos enemigos raciales), su convicción de que una época histórica superada moría y amanecía uno nuevo, y la virulencia de sus ataques sobre el materialismo, el individualismo y la pérdida de valores superiores supuestamente trajeron consigo acerca de la modernidad. También condicionan la forma en que opera como un moderno movimiento de revitalización, el sincretismo extremo de su ideología y sus actos draconianos para provocar la limpieza, regeneración y sacralización de la comunidad nacional, y crear el nuevo hombre fascista. Construido de esta manera, el carácter distintivo del fascismo se puede encapsular en la definición taquigráfica: «el fascismo es una forma de modernismo programático que busca conquistar el poder político para realizar una visión totalizadora de renacimiento nacional o étnico. Su fin último es superar la decadencia que ha destruido un sentido de pertenencia comunitaria y ha agotado la modernidad de significado y trascendencia y marcar el comienzo de una nueva era de homogeneidad cultural». (Griffin, 1991, pp. 44-45).

Clair en La responsabilidad del artista, citado Mainer, se pregunta qué responsabilidad ha tenido la modernidad, lo que él llama un fruto perverso del romanticismo cuya perversión ha sido obra del fascismo, en esa «teodicea» del mal que hace perder el rostro, aniquila al hombre y vuelve impotente la palabra del hombre. Se refiere, por supuesto, al carácter «oficial» de determinados movimientos artísticos en detrimento de otros. Es de sorprenderse la relación del fascismo con el arte, o la relación del nazismo con las «vanguardias» artísticas, o más bien con algunos pobres artistas Emil Nolde o con poetas como Gottfried Benn y el tristemente célebre Adolf Bartels. (Giménez Caballero, & Mainer, 2005).

Dice Mosse (1996) que la estética del fascismo debe situarse como una religión cívica, una fe no tradicional cuya liturgia y símbolos radican en que las creencias fascistas cobren vida. La religión cívica dice, a diferencia de la tradicional, surge por una preocupación por la vida en la Tierra y en la naturaleza del Estado y la nación. (pp. 245-246). Pese a que Mosse considera que la estética fascista no inventó nada –pero tomó otra dirección–, apuntando a los estereotipos ya existentes, da énfasis a la importancia del fascismo en la recuperación, precisamente, de estos mitos, estereotipos y el culto a la estética. En cambio, el fascismo para Mosse presenta un nuevo invento: el Partido político que parte de la religión cívica para abarcar todos los aspectos de la vida del ciudadano (Mosse, 1996, p. 249). Consideramos esencial la idea de la política de masas, y de la religión cívica, porque muestra la evolución del Partido político en tanto instrumento, en tanto liturgia y ya no como una simple organización oligárquica. Mientras que la estética no se reduce a los imaginarios nacionales, sino a la creación de principios vitales, a la definición del otro –alteridad– y a gestar una sociedad moderna, rompiendo contra todo lo anterior. Tal liturgia fascista hizo, digamos, institucional el vínculo que ya existía entre la estética y la política. A saber, el proyecto protofascista de un Estado en Fiume de D’Annunzio es uno de los ejemplos tempranos. Considera Mosse (1996) que la estética cobra especial importancia con los eventos, y los ritos públicos, donde marchan las juventudes y se juega tanto con el color como con la forma de los hombres que participan en los eventos, siempre apuntando a una intencionalidad política potencialmente litúrgica. Las juventudes, que eran la punta de lanza en los fascismos y otros movimientos fascitizados, representaban el modelo ideal de hombre fascista. Todo este espectáculo en el fascismo hace que orden y progreso pueden reconciliarse. (p. 251). El fascismo no puede entenderse sólo dentro de los factores políticos o económicos, sino que también debe entenderse desde el arte y la poesía porque en él tiene parte de sus orígenes. Como modernismo, es inseparable de las vanguardias artísticas. Como constructor de una sociedad nueva, y de un superhombre fascista, debe erigirse como religión civil al mismo tiempo,

Política económica del fascismo y matices

Gramsci cree que la naturaleza del fascismo, o de la pequeñaburguesía que adopta el rostro del fascismo, es la de ser esclava del capitalismo. Sin embargo, nos parece una afirmación que hay que tomar cuidadosamente. Es decir, todos los Partidos políticos y grupos políticos –en tal caso– deben de ser «esclavos» del capitalismo, incluso los Partidos comunistas que se oponen al capitalismo. Esto si asumimos otro término que no sea el de esclavitud, uno como relaciones sociales de producción.

En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. (Marx, 1989, p. 66)

Dicho por Marx, los «hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad». Esto es parte del análisis marxista, en tanto piedra angular, en el sentido de que el productor se ve sometido a la mercancía, y no al contrario. Contextualizado a este caso, los agentes políticos, o los propios individuos, no actúan fuera de la lógica capitalista, fuera de sus leyes aunque intenten amortiguarlas o desligarse, más concretamente, de un grupo con el fin de armonizar contradicciones. Los fascistas sin ser liberales se apoyan en un programa de liberalizaciones, su política monetaria y fiscal es, de hecho, admirada en su momento por los liberales. Por ejemplo, el segundo país en unificación del derecho privado es Italia gracias al Código civil del año 1942 cumpliendo así con el sueño de Cesare Vivante, el de superar la distinción entre derecho civil y comercial. Serían los fascistas, que representaban la idea de corporación como célula de mayor importancia en la vida política, social y económica, los que crearían la unicidad legal –por supuesto, no todo estaba codificado– incluso rigiendo la legislación laboral en el mismo Código. (Goldschmit, 1979, pp. 27-28).

Más que ser esclavos, y no quita que en el seno del PNF haya habido facciones, existen intereses económicos y grupos de industriales, terratenientes y, en general empresarios, que potencian tanto el ascenso de movimientos como su integración al Gobierno. Un caso análogo es con el NSDAP cuando Hitler, en contra de las premisas iniciales pequeñoburguesas y en contra del ala de izquierda de los Strasser, se apoya en los industrialistas alemanes que son el mayor sostén del Partido. Pero no cabe mencionar que todo el NSDAP es esclavo de la burguesía industrialista alemana, ni cabe a destacar que haya un pensamiento monolítico. Hitler, ni siquiera puede integrarse dentro del núcleo de la pequeñaburguesía, al ser en teoría de origen proletario, un militar desmovilizado que se dedica a trabajos varios y en, ocasiones, vive como el lumpen en su peor época. El desclasamiento, lejos de los intereses de grupo, ocurre más bien cuando el soberano se desprende de su grupo a los fines de establecer planes y programas de interés general. De Felice suele apoyarse de un punto similar en su trabajo cuando habla de un Duce moderado frente las facciones del PNF.

El otro problema sería movilizar el asunto a la dicotomía base-superestructura. La economía, en tanto base, determina la estructura que se alza sobre ella. Es decir, leyes, costumbres, religión, etcétera. Una metáfora que, evidentemente, ha hecho daño por su reduccionismo burdo. El propio Marx no contribuyó mucho a aclarar el asunto pese a exponer en una carta que solo la base es determinante en última instancia. Pero no podríamos saber cuál es la implicación de esa hipotética última instancia salvo que lo interpretemos como que la base, en realidad, no determina ninguna superestructura sino que hay, como dice Bueno, estructuras envolventes.

Lo cierto es que sería un enredo pensar desde estas dos categorías cuando el curso de la religión, desde religiones primarias hasta terciarias, dista de partir de una base económica. El embrollo respecto a los marxistas del siglo XX es en cuanto al fascismo como consecuencia de un capitalismo decadente cuando el asunto es más complejo, cuando se ignora incluso la política y el desarrollo dialéctico que hay detrás. Las metáforas marxistas suelen ser interpretadas casi religiosamente aún sin entender que son eso, metáforas. Entender los fenómenos ideológicos desde el desarrollo de un orden económico, y de su posible decadencia, no supone la vía más coherente; al contrario, es la vía monista y reduccionista.

Lo mismo ha ocurrido con las metáforas de Marx. Tomada la obra de éste como evangelio, se nos quiere hacer pasar camello por cable, y «superestructura» y «reflejo» pretenden acomodar­se y justificarse como explicaciones del fenómeno ideológico, sin darse cuenta los comentaristas neoevangélicos de que si real­mente la ideología fuese una superestructura o un reflejo, enton­ces Marx sería por un lado el más ferviente platonista creyente en un mundo de ideas aparte e independiente, montado sobre la estructura social, y por el otro sería defensor de la absurda tesis que hace de las ideas y los valores sociales un pasivo e inerte reflejo, un mundo inactivo y puramente especular. (Silva, 2011, p. 31)

El fascismo económicamente, al menos cuando la Depresión rompe la estabilidad económica, implica metábasis, como el propio keynesianismo, en sentido progresivo. Desde el materialismo filosófico se considera que, por ejemplo, el fascismo deja de ser simplemente una etapa interna de desenvolvimiento del capitalismo, para convertirse en una rectificación dialéctica ante la experiencia socialista. (Bueno, 1972, pp. 111-112).

Italia, que venía de un sector ferrocarrilero nacionalizado, proponía de la mano de Benito Mussolini la privatización del ferrocarril, como también figura en su programa de 1921. A pesar de los intentos, no pudo privatizarse como fue así en Bélgica parcialmente. (Bel, 2009, p. 2). Gramsci solía, cuando todavía el fascismo no era un movimiento político estrictamente cohesionado, mofarse de los liberales cuando aludía a que era una vergüenza para los liberales históricos, y los de su época, que Marinetti secuestrara el programa liberal. Que fuera un sujeto como Marinetti, y su grupo, el que llevara a cabo las mayores propuestas liberales. Pero más que asumir que el fascismo, cuando se encuentra en la estructura política, es necesariamente un apéndice de las grandes élites, un esclavo del capitalismo o un movimiento con simpatías liberales es una posición sumamente reduccionista. Tendríamos que ser honestos y reconocer que llevar a cabo programas de privatización, o liberalización, dista de tener una agenda cuyo fin sea el liberalismo económico, o de que esta necesariamente forme parte del ser liberal. Es decir, la economía de una nación tiene necesidades concretas y pueden ir desde el agrandamiento del Estado hasta su reducción.

A finales de junio de 1925,  nos comenta el mismo autor que antes de la privatización de las redes urbanas y regionales, la participación del Estado era del 69,9% y obtenía el 90,0% de los ingresos generados por las vías urbanas. El Estado tenía una participación del 87,4% en los ingresos totales. Después de la privatización de 1925, todas las líneas urbanas y regionales pertenecían al empresariado. El Estado ingresaba 68,9% de los ingresos totales, a diferencia del previo 90,0% . Esto es una caída del 31,1%. (Bel, 2009, p. 7)

Nos parece un error pensar que el Estado es necesariamente antagónico al mercado, a las firmas privadas, etcétera. La tesis marxista clásica, por supuesto, considera que el Estado capitalista es una dictadura de la burguesía aunque utilice deliberadamente el término dictadura, casi como sinónimo de Estado, cuando lo que se trata es de entender que existen dirigencias, clases que aspiran a la dirigencia de una forma política o a un Estado determinado. El problema en síntesis es ver al Estado única y exclusivamente como una dictadura, el problema es entender la política como una consecuencia de relaciones económicas previas. Es decir, lo que Marx entiende como Estado, que es más bien la política y no el Estado en el sentido moderno, se da como consecuencia de una economía preexistente cuando la relación es, más bien, contraria. Difícilmente pueda hablarse de economía en sociedades prepolíticas. Ahora, respecto a las élites dirigentes hay más que decir. Estas se dotan de una falsa autoconsciencia como clase dirigente. El ejemplo histórico vienen a ser los burgueses revolucionarios franceses. Los imaginarios nacionales, de la nación política, no dejan de alguna manera ser un reflejo de esta autoconsciencia ficticia.

De aquí valdría la pena sacar a relucir los rescates a la banca, a determinados ramos industriales. En la Italia fascista, para febrero de 1923 el Estado acuerda rescatar a Ansaldo, una firma militar declarada en bancarrota, y Ansaldo queda bajo control estatal hasta 1925 que es reprivatizada por la venta de las acciones del Gobierno. El Estado, de la venta, recibe 207,5 millones por las acciones que disponía, con un pago base de 41,5 millones de liras, de manera que lo restante se abonaría en cinco años a una tasa de interés anual del 5%. (Bel, 2009, p.8)

Otra tesis que sustenta que el fascismo, no diferente a cualquier Gobierno de turno en un régimen económico imperante, actúa de acuerdo a las necesidades de su momento, en una economía devastada por la guerra, es el hecho de que después de la Depresión se cambie el esquema económico por uno autárquico, de obras públicas y destinado, sin duda alguna, a la expansión imperialista para poder abrirse rumbo a los mercados que Italia no accedía, a los que sí accedía el Reino Unido como mayor imperio realmente existente.

¿No estaríamos frente a ese proceso de absorción que tanto denominaba Gramsci respecto al Estado italiano y la imposibilidad de los fascistas de construir su propia base política? Esta incapacidad, que Gramsci no logra ver enteramente, de hecho se materializa en el infértil Consejo Fascista o en las corporaciones. En la práctica eran letra muerta, a pesar de que hubo una dictadura homologada por Víctor Manuel III. Que el fascismo en la práctica no termina por revolucionar nada, ni consigue engendrar una forma de Estado es un hecho. Lo dice Mussolini, casi en crítica a Hitler, refiriéndose al dar tiempo al pueblo y no forzarlo. Que a pesar de concepción hegeliana de Estado, del «socialismo» nacionalista en el que creía Mussolini al más estilo Corradini, no se le puede catalogar ni encasillar bajo ningún concepto. Se trata de procesos de ecualización en el que pueden confluir ideologías, movimientos políticos y escuelas económicas.

Otra razón para considerar, aún en el temprano fascismo, como se abandona un programa más socialista por uno casi liberal, o de total apoyo, a los ramos industriales y a los productores es la derrota electoral de los fascistas como lo explica Robert Paxton.

Resultó en la práctica que el anticapitalismo de los fascistas era sumamente selectivo. El socialismo que querían ellos, incluso los de tendencias más radicales, era un «nacionalsocialismo»: uno que solo rechazaba los derechos de propiedad del enemigo o del extranjero –incluidos los de los enemigos internos–. Valoraban a los productores nacionales. Fue, sobre todo, ofreciendo un remedio eficaz contra la revolución socialista como acabó el fascismo encontrando en la práctica un espacio. Si Mussolini aún conservaba alguna esperanza en 1919 de fundar un socialismo alternativo en vez de un antisocialismo, no tardó en desengañarse de esas ideas al comprobar qué era lo que funcionaba en la política italiana y lo que no. Los decepcionantes resultados electorales que obtuvo con un programa nacionalista de izquierdas en Milán en noviembre de 1919 debieron de servirle, sin duda, de lección. (Paxton, 2019, p. 111).

Pero, a pesar de que las políticas de liberalización más importantes del siglo XX se dan en el Reino de Italia y en Alemania nazi, no hay motivos para creer que sean regímenes demoliberales, proliberales sino que siguen siendo regímenes iliberales. Al contrario, hay políticas dirigistas que han de resaltarse lejos de la oleada de privatizaciones y del temprano laissez-faire italiano. Por ejemplo, es bien conocida la política agraria llevada a cabo por Mussolini que implica el rescate de áreas marginales, y baldías, con fines de cultivación. Los fondos se invirtieron para mecanizar la producción por hectárea. Esto, según el autor al que nos ceñimos, tuvo su objeto en latifundios improductivos, pantanos infértiles y áreas deshabitadas, poco desarrolladas. (De Corso, 2015). Para 1937 surge IRI como marco institucional para regular, en acuerdo con empresas públicas y privadas, la economía nacional por medio de asignación de recursos y planes. En pocas palabras, un ente descentralizado de Fomento. (Petri, 2002; De Corso, 2015).

Consultando la investigación de Hughes (2018) también podríamos considerar que el temprano principio de colectividad, de colectivo, que ensalzaba el fascismo se explicaba, de hecho, desde la propia figura del individuo a pesar de estar el colectivo, en el fascismo, por encima del individuo. Considera el académico que el pueblo italiano, o al menos un sector del pueblo italiano, se sentía atraído por la iniciativa de Mussolini aunque haya sido esta una política de austeridad por el simple hecho de que el Gobierno liberal, en el ya conocido periodo liberal, haya sido decadente y débil así como haya fallado en el propósito de convertir a Italia en una potencia de primer orden. Italia fue un país con un amplio sentimiento irredentista en la Primera Guerra Mundial, con la idea de unificarse con los italianos de Trieste y Trento, así como tras el término de la misma por no haber logrado las concesiones, ni la posición de Francia o el Reino Unido, los mayores beneficiados de la contienda en términos de reparaciones, colonias y poderío. (p. 15). Pero claro, esto es lo que Mattei denominaba la austeridad racional con miras al autosacrificio y a la inclinación individualista. Mussolini hacía énfasis en ver la austeridad económica como una suerte de redención nacional, como un risorgimento económico. Fuera de esto, nosotros creemos que el Gobierno italiano, fascista y con unos sectores liberales, simplemente agotó las cartas que tenía para mejorar su situación económica, ya sea por medio de la temprana austeridad o el intervencionismo. Morgan (2003) afirma lo mismo, aunque apuntando al contexto de la industrialización para la guerra, en relación a los fascistas y el proceso de revigorización nacional. Los fascistas buscan asegurarse una economía nacional fuerte, dice, creyendo en la revitalización del poderío nacional pero, por otro lado, para financiar la guerra porque las guerras, a su vez, son vistas en el fascismo como una forma de devolverle, curiosamente, la fuerza, la energía y el vigor a los pueblos. Visión que comparte el nacionalsocialismo. Al fin y al cabo, el fascismo hizo práctica de ambas sin que se le pueda considerar de un sector o de otro. Consideramos, pues, que el conjunto de actividades administrativas o políticas económicas no, necesariamente, determinan los objetivos de un grupo. Si así fuera, tendríamos que encasillar a China, inmediatamente, como liberal por las políticas liberales del denguismo en razón de la reconstrucción económica de China.

Gran parte de la literatura coincide con la idea de la modernización y la tecnocracia{20}. Por ejemplo, Morgan (2003) llega a la conclusión de que la modernización fascista, en tanto su pretensión de construir un hombre y una sociedad nuevas, parte precisamente de la idea de la regeneración económica y de la industrialización. Dice que los movimientos fascistas combinan elementos de un nuevo orden, con lo antiguo, de una manera en la cual el camino es subversivo y antisistema. Y nuevamente, si asumimos la tesis del fascismo genérico, podríamos incluir al nazismo como un ejemplo de esto: la glorificación del nazismo a la máquina, a la industria y a la productividad –el romanticismo de acero de Goebbels dice nuestro autor–  porque sobre esto se asienta el futuro de Alemania y por tanto, de la raza. Pero incluso esta sociedad tecnocrática, más en el caso nazi y no tanto en el italiano, es vista como una realidad distinta, e hipotética, del capitalismo al que se le sigue achacando la mayoría de los problemas sociales y económicos sin, por supuesto, hacerlo desde la noción de la lucha de clases en tanto motor sino, más bien, desde posiciones idealistas (p. 190-194).

La figura de Mussolini y sus ideas

Habiendo hablado previamente del fascismo político, del fascismo en lo filosófico y de su curso de desarrollo la figura de Mussolini es importante porque hay que entenderlo desde el campo de la realpolítica. En este capítulo, más que remitirnos a los historiadores, nos remitimos al propio Mussolini. El carácter ambiguo de su pensamiento, por ejemplo, da a entender muchos aspectos no monolíticos, y oscuros, del fascismo.

Según su médico, asignado por Hitler durante la República de Saló, Mussolini todavía se autodenominaba socialista por, digámoslo así, coherencia con sus orígenes aunque renunciando, por supuesto, a las posturas tradicionales. Por ejemplo, la lucha de clases.

No he perseguido estas ideas y estos objetivos por codicia de poder o sed de conquista, ni mucho menos para grabar mi nombre en la historia; el fin de las conquistas fascistas era solamente el de poder alcanzar un primer objetivo, del que sacar los medios para la creación de un nuevo orden social en Italia. Y cuanto más el Fascismo se propagaba en el corazón y en el cerebro de todos los italianos, llegando a ser parte de su vida moral, tanto más se acercaba el momento en que hubiera tenido que nacer el socialismo del futuro. Ya que es justo que le confiese abiertamente que nunca he tenido la intención de hacer del Fascismo una especie de religión eterna. Cuanto más se desarrollaba el Fascismo, tanto más podía llegar a ser liberal, y hoy creo que he alcanzado el punto en que puedo tender mi mano a cualquier compatriota mío, que al igual que yo esté dispuesto a trabajar para la conquista de un verdadero socialismo. (Zachariae, 1949, p. 71).

Los comunistas, y en general sectores de las izquierdas políticas socialistas, suelen secuestrar el término. A esto Gustavo Bueno lo denomina secuestro ideológico, no en perjuicio de que idea sea correcta o incorrecta. La analogía, en este caso, es lo mismo que excluir al resto de las religiones y asumir que el cristianismo católico es, por ejemplo, la única y la verdadera aún cuando en los cuatro continentes hay variedad de religiones terciarias y la gran mayoría, curiosamente, aboga por un único Dios. En este sentido, se aboga por un socialismo único frente al resto de los socialismos.

La tendencia a «secuestrar» (o «circunscribir») el género en alguna de sus especies, es decir, a circunscribir el género (socialismo, en nuestro caso) en alguna especie suya determinada («socialismo real» como designación de la Unión Soviética; «Partido Socialista Obrero Español» como designación de la socialdemocracia española autoproclamada de izquierdas). Una «circunscripción» que desborda de hecho el horizonte literario (o retórico) de la antonomasia o de la sinécdoque (pars pro toto) y que se convierte en un auténtico «secuestro ideológico» que equivale prácticamente al rechazo del reconocimiento de otras especies de socialismo como especies históricas, sobreentendiéndolas, a lo sumo, como especies meramente teóricas, por ejemplo, como «socialismo de cátedra». La Unión Soviética «secuestró» el término socialismo hasta el punto de llegar a considerar a la socialdemocracia alemana como una especie de fascismo («socialfascismo»). (Bueno, 2006).

Marx, por su lado, no parece ajeno a una categorización de este tipo aunque, evidentemente, caiga en el rechazo a otras formas de socialismo por considerarlas superadas, socialismos estrictamente filosóficos. Y con razón, en muchos casos, Engels hacía críticas a Metternich, a Bismarck o a Napoleón sobre las nacionalizaciones al no considerarlas, bajo ningún concepto, una vía al socialismo. No porque desde determinada militancia, desde el secuestro, sino porque la nacionalización del ferrocarril en Bismarck, por ejemplo, atiende a medios estratégicos para movilizar a las tropas y sus suministros. En este caso, se habla de medio y finalidad. El medio es la nacionalización, la estatización pero, claramente, hay fines distintos. A los fines de conectar ambas tesis, tendríamos que remitir al Manifiesto comunista pero antes convendría citar a Engels.

Y digo que tiene que hacerse cargo, pues, la nacionalización sólo representará un progreso económico, un paso de avance hacia la conquista por la sociedad de todas las fuerzas productivas, aunque esta medida sea llevada a cabo por el Estado actual, cuando los medios de producción o de transporte se desborden ya realmente de los cauces directivos de una sociedad anónima, cuando, por tanto, la medida de la nacionalización sea ya económicamente inevitable […] Si la nacionalización de la industria del tabaco fuese socialismo, habría que incluir entre los fundadores del socialismo a Napoleón y a Metternich […] De otro modo, habría que clasificar también entre las instituciones socialistas a la Real Compañía de Comercio Marítimo, la Real Manufactura de Porcelanas, y hasta los sastres de compañía del ejército, sin olvidar la nacionalización de los prostíbulos propuesta muy en serio, allá por el año treinta y tantos, bajo Federico Guillermo III, por un hombre muy listo. (Engels, 2001, p.56).

He aquí la cuestión. Distingue entre fines directivos, administrativos o de gestión frente a la nacionalización, o estatización, cuando sea inevitable en razón de que suponga un beneficio verdadero al trabajador y pueda ser sometido, en cualquier instancia, a control obrero. Consideramos que el debate en torno a cómo lograr dicha socialización es complejo, ambiguo. Ahora bien, Marx distingue en el Manifiesto comunista una literatura socialista y comunista que incluye desde socialismo reaccionario (feudal, pequeñoburgués y alemán), socialismo burgués o conservador hasta socialismos crítico-utópicos. (Marx, 2014, pp. 37-48). Esto implica que la tesis de Bueno tiene algún sustento marxista, en tanto Marx no deja de reconocer que hay una categoría genérica, así como tampoco deja de reconocer los específicos pero insta, por ejemplo, a superar los específicos y he aquí el surgimiento del socialismo científico como método infalible de análisis. Respecto al socialismo alemán o verdadero, diría:

A la intromisión chapucera de esa retórica filosófica tras las revoluciones del pensamiento francés se la bautizó con el nombre de «Filosofía de la acción», «Socialismo verdadero», «Ciencia alemana del Socialismo» o «Fundamentación filosófica del Socialismo». La literatura social-comunista francesa quedó así literalmente castrada. Y como quiera que en las manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una clase contra las otras, el alemán adquirió conciencia de haber superado la «unilateralidad francesa» y de defender, en lugar de necesidades reales, la necesidad de la verdad y, en lugar de los intereses del proletariado, los intereses del ser humano, del hombre en sí, del hombre que no pertenece a una clase ni pertenece en absoluto a la realidad, sino tan sólo al cielo nebuloso de la fantasía filosófica. (Marx, 2014, pp. 41-42).

El hombre de Tréveris, sin llamarlo secuestro ideológico, hace el mismo uso de la categoría para referirse a las acciones de los «verdaderos» socialistas alemanes que no eran más que un cúmulo de reaccionarios que bajo medidas de esta índole mantenían a la burguesía contra la espada y la pared. El fin de extrapolarlo a nuestro análisis no es con esto querer conceder la condición al fascismo de un socialismo, ni mucho menos. Incluso si así se le pudiera denominar, o se aceptara que Mussolini guardaba para sí remanentes de un socialismo de corte derechista, no sería realmente lo que se pretende. La pretensión es demostrar, una vez más, el carácter ambivalente y no monolítico del fascismo sea ya en el campo de las ideas, sea ya en el campo económico donde, claramente, se ven dos períodos: el temprano que comprende el ascenso del fascismo hasta la Depresión. El período de la Depresión hasta la entrada a la guerra y la formación de la RSI que llama a una nueva socialización y hasta alza una Constituyente para ganar una autonomía relativa respecto a las tropas de ocupación alemanas.

Si nuestra conclusión fuera que el movimiento fascista es, sin más, la ofensiva de la burguesía internacional contra el proletariado no entenderíamos ni el desarrollo de la Carta de Trabajo, ni la esquematización sindical en la RSI. Tampoco entenderíamos lo que de Felice denomina el consenso. Se refiere al consenso entre el fascismo y la sociedad italiana, razón por la que autores Deakin infieren que el desmoronamiento del Reino de Italia, y el surgimiento de la RSI, es un proceso externo y no realmente interno en el sentido de apelar a inestabilidad política previa. Estos factores externos, en efecto, son los de la guerra y la progresiva derrota del Eje. A pesar de esto, otra de las tesis de Deakin es que la RSI es una victoria de Mussolini sobre Hitler aunque Mussolini no tuviere nada con lo que negociar. Prima, aparentemente, la vieja amistad entre ambos y la lealtad que le tenía de alguna forma Mussolini a Hitler, a pesar del descontento y las críticas.

La RSI es una República virtual, fantasma. El liderazgo es alemán, los líderes son las fuerzas de ocupación alemanas y es Mussolini quien constantemente se encuentra recibiendo órdenes del Cuartel General en Alemania. Pero era la oportunidad que Mussolini, que todavía no daba al Eje por derrotado, tenía de construir ese nuevo orden social del que hablaba: que podemos decirlo sin tapujos, es el mismo arribismo sin el rey.

La socialización fascista es la solución lógica y racional que evita, por un lado, la burocratización de la economía a través del capitalismo de Estado y, por otro, supera el individualismo de la economía liberal que fue un eficaz instrumento de progreso en los comienzos de la economía capitalista, pero que hoy no puede ser considerado como una solución acorde con las exigencias del carácter «social» de las comunidades nacionales.Por medio de la socialización, los mejores elementos procedentes de las clases trabajadoras realizarán su experimento. (Mussolini, 1976, p. 81).

Mussolini, como soberano y la cara más visible del fascismo, es un ejemplo de aquel pragmatismo político que tanto hemos mencionado y de que sus ideas, más bien, distan de ser estáticas. En ocasiones pueden ser divergentes entre sí pero lo que demuestra el papel de Mussolini, como gestor de una obra política, es la naturaleza ambigua del fascismo que los comunistas, e incluso los demoliberales, jamás entendieron con exactitud. Parte de la victoria del fascismo radica en su naturaleza camaleónica, oscura. Los fascistas sacralizaron la política, tomaron todas las vías de conquista del poder y trataron de erigirse como la alternativa del siglo XX, como una idea genuina desde el Estado. El fascismo era la negación del tradicionalismo, del jacobinismo y de cualquier sostén del sistema realmente existente, puesto que buscaba construir otro. Ahí, verbigracia, podría verse la peligrosidad que tenía para los comunistas el fascismo porque se alzaba como una alternativa, ideológicamente hablando, para el comunismo. A pesar de todo, el fascismo pareció menos peligroso que el nazismo para Occidente al final de la guerra. Este tema lo ha tratado ya Battini en The Missing Italian Nuremberg: Cultural Amnesia and Postwar Politics. Podemos inferir porque, en realidad, conservó el orden conocido. Por realismo político, claro. Eran las posibilidades reales que tenía.

Conclusiones

Nuestras últimas conclusiones, tras el desarrollo del ensayo, serán puntualizadas y brevemente comentadas. Conclusiones que con el tiempo podrían ser revisadas y, cómo no, extendidas para que las tesis puedan trascender a lo largo del tiempo dentro de la literatura sobre el fascismo. Este ensayo, al que no queremos atribuir méritos ni grandes logros de forma prematura, no estará exento, ni tiene que estarlo, de las polémicas tradicionales. Es de esperar que surjan y bienvenidas sean. Como dijo Marx en el prólogo de El Capital: «Bienvenidos todos los juicios fundados en una crítica científica». Queda puntualizar, matizar de forma concisa y darle término al trabajo.

  1. Los errores abruptos de la teoría marxista en cuanto al análisis del fascismo. La Internacional comunista, partiendo de los más graves errores de la propia teoría marxista, contribuyó a sepultar todo estudio y toda estrategia política coherente. Al estudio de un enemigo político, en tanto enemigo público, se interpuso la dicotomía base-superestructura. Se interpuso, además, el maniqueísmo de clases y la ulterior decadencia del capitalismo, que los marxistas consideraban un hecho.
  2. El fascismo es un fenómeno histórico a medida de que se entiende como una parte integrante de los nacionalismos de entreguerras. Si el fascismo se entiende desde esta perspectiva, como una derivación de los nacionalismos varios, efectivamente puede hablarse de un fenómeno histórico con años de antecedentes, explicado además desde una dialéctica de naciones. Naciones vencedoras, naciones vencidas. El fascismo es, por lógica, una forma de nacionalismo que, no obstante, busca romper con el tradicionalismo y con el sistema demoliberal como su negación dialéctica.
  3. El fascismo, dentro de las derechas no alineadas, debe ser especie y no género. Partir de esta posición implica que el fascismo, y el nacionalsocialismo, se distancien pero pasen a estar subordinados a lo que creemos que son los nacionalismos de entreguerras o los tercerposicionismos. Es decir, que no haya un fascismo genérico y luego fascismos específicos. Atacamos esta posición en la historiografía actual como también la atacamos en el materialismo filosófico. Partimos de la bibliografía necesaria para sustentarnos adecuadamente en esto. Vemos correcto la forma en que lo hemos planteado en la tabla en la sección específica. Sin embargo, consideramos que pueden hacerse las correcciones pertinentes en caso de haber una crítica o una acotación de terceros autores.
  4. El fascismo, insistimos, es un modernismo. Esta categoría de modernismo, y por tanto de soñar con una sociedad nueva por más utópica que sea, le da un grado de igualdad –al promover una sociedad, en tanto antítesis de lo ya existente– respecto al comunismo y con esto no queremos hermanarlos, ni decir que sean lo mismo. Por el contrario, creemos que es falaz igualarlos. Hay diferencias entre los grados de universalidad promovidos. Mientras Mussolini no rechaza la internacionalización del fascismo, en realidad no parte de ningún Género Humano mientras el comunismo sí lo hace. Pero hay que insistir en que ambos son modernismos; cuestión que los comunistas, incluso al sol de hoy, no aceptan. Nos remitimos a Emilio Gentile, a Robert Griffin y a un sinfín de autores.
  5. El fascismo desde la perspectiva etic es revolucionario pero desde la emic no es revolucionario. El fascismo se concibe revolucionario, y sus bases parten de esta tesis, pero resulta –por determinaciones políticas– en todo lo contrario. No se construye la nueva sociedad fascista, en la práctica no hay nuevo hombre ni el fascismo, aunque se intenta, logra imponerse como la religión civil por encima de la religión, en el sentido real, que es el catolicismo. Por el contrario, Letrán podría considerarse una victoria para el Papa pero no por ello una derrota para Mussolini, quien gana notable poder con esto. La cuestión radica en que la primacía del catolicismo romano combate, por negación, a la primacía de la religión civil. De aquí a que el temprano Mussolini haya sido un furibundo anticlerical.
  6. El rescate de la categoría fascitización, fascitizado o fascismo espiritual. La ubicamos en la historiografía, y en la filosofía política, de una forma u otra. Hay Partidos influidos en el fascismo por su originalidad y por sus pretensiones universalistas, en un menor grado que las del comunismo. Es innegable que el nacionalsindicalismo toma elementos del fascismo y busca adaptarlos al ámbito nacional, aunque en la unión con la Falange termina por rechazar muchos. Motivado a esto, expusimos la obra de Ramiro Ledesma para demostrar este distanciamiento. Estos fascismos espirituales no son fascismos en lo político, no son movimientos plenamente fascistas. Sus elementos nacionales, o políticos particulares, los hacen salir del fascismo pero ser fascitizados.
  7. El fascismo demuestra, desde la perspectiva del materialismo filosófico, un proceso de ecualización política, social, económica. En el apartado relacionado a la economía del fascismo pudimos ver, y demostrar, que no fue un movimiento con una postura unívoca respecto a los planes y programas de orden económico. Puede concebirse como una rectificación del socialismo pero también del capitalismo y puede verse, en ausencia de ortodoxia económica, que el fascismo aglutina todos los elementos de uno y otro para lo que ellos consideraban que sería el renacer nacional de Italia, la Italia imperial, romana. De hecho, puede verse la pretensión de un socialismo por parte de Mussolini y un sector del PNF.

Con estas conclusiones, podemos abrir el debate sobre el fascismo dentro del materialismo filosófico para su redefinición y su posición, o papel, dentro del curso del pensamiento y de las ideologías. Sin mucho más que agregar, es deber dar por terminado el ensayo como parte de un ejercicio crítico que puede ser de interés para quienes ponen sus ojos en las ideologías, al menos en las del siglo XX por su genuinidad y los fines planteados.

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{1} En el año 2010, en El Catoblepas, Daniel López Rodríguez publicó un artículo de nombre «Redefinición del fascismo» que partía de las coordenadas del materialismo filosófico. Recomendamos su lectura por el rigor crítico y por ser uno de los primeros artículos sobre el tema, desde el MF. Recuperado de https://nodulo.org/ec/2010/n100p17.htm

{2} Y haciendo honor a la verdad, esto sería desde un materialismo histórico desprovisto de toda finalidad política porque el entendimiento del fascismo, o el débil intento que se hace desde la Internacional, es con fines políticos. La lucha contra el fascismo, el antifascismo contra todo lo que parece ser fascismo y esto, claramente, da a entender el débil entendimiento de los marxistas contemporáneos al fascismo.

{3} Bitácora Marxista Leninista (2020). La Escuela de Gustavo Bueno y sus intentos de blanquear al fascismo. Recuperado de http://bitacoramarxistaleninista.blogspot.com/2020/08/la-escuela-de-gustavo-bueno-y-sus.html?m=1#more

{4} Ramiro Ledesma, o más bien bajo su pseudónimo Roberto Lanzas, puede ser la respuesta que busca el lector sobre el fascismo español, o el fascismo nacional. Ledesma hace un análisis de los problemas del fascismo en España y considera al fascismo como fenómeno mundial y en España al fascismo como una arista. Dice Ledesma: «No hay, pues, fascismo. Los que mejor lo saben son los antifascistas, y de ellos, los ejecutores de la revolución de octubre, que saben muy bien que sólo la ausencia del fascismo, del verdadero, les ha permitido recobrarse». (Lanzas, 1935, p. 16).

{5} Aunque es evidente el servicio que dieron fascistas, y nazis «regenerados» a la CIA, a las democracias homologadas y al Occidente capitalista, la eliminación ideológica fue un hecho porque sus principales agentes, implicando que el fascismo haya tenido representación en Italia y Alemania (creemos que en Italia sin más), porque fue la eliminación política lo primero. En ese sentido, fue eliminada la República Social Italiana y fue eliminado todo lo que implicaba el III Reich más no, necesariamente, la vida o las ideas. Cualquiera puede acceder a literatura fascista, o nacionalsocialista aún cuando son «proscritos». El excesivo entrecomillado atiende a la obvia presencia de fascistas, o de antiguos nacionalsocialistas, en administraciones «democráticas».

{6} El que una palabra o un término cambie su sentido o adopte otro sentido. En tanto el ser fascista no es ser fascista ya, sino cualquier cosa. Trump, Bolsonaro o Erdogan son fascistas. Esto, por supuesto, ha contribuido a un nuevo debate en la Academia en cuanto al resurgimiento del fascismo. Pareciera que el BREXIT, o el populismo, pudiera verse como un resurgimiento del fascismo cuando lo que se ignora es que la política de masas es la política del siglo XX y, por tanto, del siglo XXI.

{7} Pero esto no quiere decir tampoco, y aprovechamos la nota para apuntarlo, que al compartir una acción política, por su forma, ciertos grupos o facciones tengan el mismo propósito. A saber, ni el marxismo ni los fascistas niegan la lucha armada y no por ello son lo mismo; no es fascista el marxismo, ni es marxista el fascismo. Otro elemento es la ecualización, tal como se señala en El mito de la derecha, ¿qué diferencia concreta hay entre la Derecha, en cualquier modulación, y las izquierdas si todas quieren legislar sobre la misma materia y coexisten en las democracias homologadas? Frente a la ausencia de posturas claras en torno al Estado, se han ecualizado.

{8} Si algo habría que resaltar del anticomunismo, más que hacer a todos fascistas, es que según Traverso representa el punto de unión política estratégica, y de convergencia, del nazismo, fascismo y franquismo. Tres movimientos diametralmente opuestos pero unidos por una política exterior común, por una geopolítica determinada y los mismos enemigos. Que Italia y Alemania acabaran en una alianza, y en un pacto, no se debe precisamente a las simpatías, o a la futura amistad personal Hitler-Mussolini, sino a la propia dialéctica de Estados: Alemania es quien apoya a Italia en la Segunda guerra italo-etíope, durante la autarquía y en la Guerra civil española fueron el mayor sostén de Franco. (Traverso, 2005, p. 248).

{9} El ‘ala’ marxista de Vox inspirada por Gustavo Bueno: los extremos se tocan (28 de octubre de 2018). El Español. Recuperado de https://www.elespanol.com/reportajes/20181028/marxista-vox-inspirada-gustavo-bueno-extremos-tocan/348466417_0.html

{10} Stanley G. Payne lo relata bien en Franco, citamos: «Franco no ignoraba que los diplomáticos y agentes alemanes habían estado maniobrando con los elementos más fascistas de su régimen con el fin de aumentar la presión sobre él para que entrase en la guerra (o incluso para sustituir a Franco por otra persona). A fines de 1942 estuvo de acuerdo en que Arrese efectuara el viaje a Berlín que los alemanes habían pedido, pero a cambio insistía en que Muñoz Grandes, comandante de la División Azul, debía volver a España». (Payne, 1992, p. 62)

{11} Respecto a las conversaciones de Hitler, hemos consultado tanto la versión anglosajona como la traducida al español. Pero me he decantado por la traducción en la versión editorial de Editorial Crítica.

{12} En El mito de la derecha, escribe Gustavo Bueno: «el uso de fascismo como concepto político borroso y dualista, que se mantiene en la zona de ecualización, fue utilizado precisamente por los socialdemócratas, comunistas, anarquistas y otros partidos del Frente Popular, sobre todo a raíz de la Revolución de 1934 y de la Guerra Civil de 1936-1939 en España». (Bueno, 2008, p. 287).

{13} El famoso historiador Paul Preston nos recuerda, verbigracia, que incluso los intentos ambiciosos de cabecillas fascistas como De Vecchi, Farinacci y Balbo de fascitizar el Ejército fueron frustrados. (Preston, 2005, p. 7). Sería un claro ejemplo de la infertilidad fascista a la hora de erigir una forma de Estado determinada y esto implicaría, por ejemplo, alteraciones institucionales en el Ejército. Esta diferencia clave puede notarse en la sustitución del aparato bélico zarista, institucional y políticamente, por el Ejército Rojo. La purga de oficiales zaristas y el haber instituido la Academia de Frunze donde entraron veteranos bolcheviques de la Guerra Civil, precisamente no de origen aristócrata o con formación militar. Chuikov puede decir mucho al respecto.

{14} La conexión de Giovanni Gentile con Mazzini, filosóficamente hablando, es más interesante cuando se recuerda que él escribió una obra sobre el mismo, de título I profeti del Risorgimento, un año después de la victoria del fascismo. Gentile, hegeliano confeso, recuerda el papel de Mazzini como el precursor de una nueva situación política, de un nuevo momento político cuya influencia debe ser considerada invaluable como símbolo del idealismo. La concepción espiritual del fascismo parte, esencialmente, de las máximas Dio e il Popolo y Pensiero e Azione. Levis Sullam (2015) apunta a la influencia de las ideas mazzinianas en la Carta de Carnaro sobre Fiume y en el desarrollo de un sindicalismo italiano, corporativista, de seño fascista. (p. 117).

{15} Lo que da a entender que la categoría tiene difusión, que una cosa es el fascismo político, definido, frente al indefinido, al espiritual o al proceso de fascitización, a los fascitizados. He aquí parte de lo que queremos resaltar.

{16}

{17} En cambio, la historiadora Luisa Passerini (2009) reconoce que Mussolini actuaba como mediador en la forma en que se comunicaba y se expresaba –en cuanto al lenguaje público, oficial– y que esto iba conforme a la estrategia de legitimidad que suponía el abandono del anticonformismo de D'Annunzio, habiendo luego interpretaciones más moderadas. Un abandono casi formal del futurismo. (p. 74).

{18} Esta idea de la universalidad revolucionaria la desarrolla magistralmente Pedro Insua en una lección en Oviedo el día 12 de marzo de 2018. Ver «Dialéctica y revolución» en fgbueno.es/act/efo164.htm

{19} Tomando el pasaje con reservas, por supuesto. La más precisa fisonomía de revoluciones, y de acontecimientos de índole histórica, la hace precisamente Marx desde el materialismo histórico en torno a las revoluciones burguesas. Los procesos nacionales, de gestación de la nación política, son «revoluciones» (entrecomillas por su limitado sentido, salvo que hablemos de la francesa) y otros procesos particularmente de clase, de contradicciones de clase, son descritos por Marx y los posteriores marxistas. Tampoco es que sea desde la izquierda, en sentido unívoco, puesto que derecha/izquierda es una dicotomía rechazada por el marxismo.

{20} Herbert Marcuse, respecto al nacionalsocialismo, acuña el vocablo tecnocracia. Dice que «…el Tercer Reich es en realidad una forma de "tecnocracia": las consideraciones técnicas de la eficiencia y la racionalidad imperialistas sustituyen a las normas tradicionales de rentabilidad y bienestar general». (Marcuse, 2001, p. 54.)

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