El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 195 · abril-junio 2021 · página 10
Artículos

El reinado de Isabel II y la nación política española

Amparo García López

La construcción del Estado liberal

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Iniciamos la presentación del tema que vamos a relatar con una cita significativa, a nuestro juicio. Se trata del final de un libro hace algunos años (2015) titulado “De las urnas al hemiciclo. Elecciones y parlamentarismo en la Península Ibérica (1875-1926)” (Fundación Cánovas y Marcial Pons, Javier Moreno Luzón, Pedro Tavares de Almeida editores). El último capítulo elaborado por Carlos Dardé (profesor de la Universidad de Cantabria) termina precisamente con ella. Dice así: “La crítica regeneracionista –Costa y Ortega y Gasset en especial– sigue todavía pesando demasiado. Como muestra, valga una cita de la escritora Rosa Regás, mientras ocupaba la Dirección de la Biblioteca Nacional, en 2007 (estuvo en el cargo de 2004-2007). Somos una democracia joven, que no pasa de los treinta años, más los cinco que nos concedió la Segunda República y […] el resto de nuestra historia hemos estado bajo férula de dictaduras y monarquías absolutas”. La autora era citada en una entrevista realizada a Teresa Gimpera que publicó la Revista Semanal del Diario ABC el 23 de febrero de 2020. En ella, la actriz y modelo, musa indiscutible de la “gauche divine” de la Barcelona del tardofranquismo, recuerda aquella época, cuyo símbolo por excelencia era el Club Boccacio fundado por ella y Oriol Regás, en donde se reunían “intelectuales muy interesantes como Rosa Regás, Ricardo Bofill, Marsé…”. Queda claro que la “intelectual” desconoce el siglo XIX español, la aparición y desarrollo del Liberalismo y configuración de nuestra Nación política.

La finalidad del artículo responde a la importancia de un período clave de la historia de España en su conformación como nación política, nacida en las Cortes de Cádiz a la vez que se configura el Estado liberal.

En la guerra carlista mantenida frente al pretendiente, defensor del Antiguo Régimen, se forjan los generales que, además de su carrera militar en la contienda, se convertirán en jefes de partidos y de gobierno impulsores de Leyes e Instituciones duraderas más allá de la época que nos compete. Acceden al cargo a través de pronunciamientos, término recogido en las siglas BRAE en 1852, bajo la acepción de alzamiento. “Los militares-políticos del régimen triunfante en la guerra civil… son promocionados como hombres fuertes por moderados o por progresistas, ante el defectuoso mecanismo del juego parlamentario… Ninguno de ellos representó una intervención del ejército como tal en la política española”. El autor precisa la afirmación con una cita que acompaña “el pronunciamiento militar –advierte Fernández Bastarreche– no es (en ocasiones) sino el brazo ejecutor de un pronunciamiento civil. Sustituyamos en “ocasiones” por “en general”. (Carlos Seco Serrano, “Militarismo y Civilismo en la España contemporánea”. Instituto de Estudios Económicos, Madrid, 1984, pág. 81. La cita es de “El ejército español en el siglo XIX, pág. 13”).

Entre los hombres que adquieren relevancia, destacamos la figura de Narváez de cuya biografía exhaustiva, publicada en 2012, se destaca su carrera militar realizada durante la guerra civil, porque ella será no solo el campo de maniobras de los ejércitos isabelino y carlista, sino el escenario de enfrentamientos entre sus figuras destacadas que aspiran a dirigir las fuerzas armadas y la nación. De ahí la azarosa carrera militar de Narváez y el triunfo final de Espartero.

Indispensable resulta, por otra parte, recordar el origen de la dialéctica, mantenida a lo largo del siglo XIX, a raíz de la Revolución Francesa y su versión española en las Cortes de Cádiz. Ambas instituciones en tensión permanente por mantener privilegios la una, mientras las Cortes intentan socavarlos. Es precisamente la Guerra de la Independencia quién define la posición de la revolución española llevada a cabo por la segunda generación de izquierda liberal de 1812. Respecto al trono defiende la soberanía nacional pero con características muy específicas, relacionadas con la situación que acompañaba. La invasión del ejército francés dio lugar a las Juntas Provinciales que se saltaron la obediencia debida al Estado francés, Duque de Vert, porque interpretaron que, no teniendo órdenes del rey, preso en Bayona, disociaron la soberanía y la colocaron en el pueblo, ejercitando de hecho desacato frente al Estado. No fue así por parte de los afrancesados (Gustavo Bueno: Liberalismo de derecha y de izquierda, 2012). Hecho que parecen desconocer los afrancesados realmente existentes que reniegan de la Guerra de la Independencia.

Por último, hay que tener siempre presente la actuación de las otras potencias europeas. Estamos ante la dialéctica de Estados, en este caso de Imperios, el todavía existente español o de los de Austro-Hungría y Rusia y los emergentes de Francia y Gran Bretaña. Las injerencias serán permanentes con el apoyo a destacados miembros del progresismo español, como la presencia de la flota británica en la toma de Bilbao, aunque también la armada española, hecho que no suele recordarse; más tarde ejercerán su influencia en el matrimonio de la Reina o en algunos de los pronunciamientos como el de la “Vicalvarada”, que se relata.

Estaríamos, pues, ante el contexto (entorno, dintorno y contorno) de la época presentada.

El objetivo será conocer la trayectoria política del liberalismo durante la vida y reinado de Isabel II, a través de tres libros y para la presentación de O’Donnell se utiliza el prólogo de Javier Paredes del Episodio Nacional de Galdós titulado “O’Donnell, Aita. Tettauen” (Espasa 2008). El mismo Javier Paredes (catedrático de Historia de la Universidad de Alcalá) es el maestro y director de la tesis (luego libro editado) de Manuel Salcedo Olid sobre Narváez, que se presenta. Son biografías, y por tanto, juegan un papel neutro, sino fuera porque contienen afirmaciones que podrían interpretarse como versión ideologizada al uso. Se trata, por tanto, de una Historia Fenomenológica en la que uno o dos sujetos operatorios con sus planes y programas inciden en la Historia como es la configuración política de una nación. Por otra parte, al confrontarse, se convierten en claro exponente de una ciencia β operatoria, siendo determinante el individuo que reconstruye esta parte de la Historia de España. Puede llegar a convertirse en β2 si deriva en Historia Política o en simple nematología (ideología).

El primero de ellos se titula “Isabel II y su tiempo”. Su autora es Carmen Llorca y fue publicado por la editorial Itsmo en 1956; comenzamos recordando sus datos biográficos. Hija de padres industriales, Carmen Llorca Villaplana (21 de noviembre 1921 Alcoy - 29 junio 1998 Madrid), es historiadora, escritora y política española y una de las primeras mujeres que desde el sector intelectual y filas conservadoras en España comenzó a intervenir en la vida pública. En 1974 fue la primera mujer que presidió el Ateneo de Madrid; publicó, además del citado libro, Cádiz y la 1ª República (1973), Las mujeres de los dictadores (1978), Llámame Evita, 1980, hasta un total de diez. En 1982, durante la 2ª legislatura, obtiene escaño en el Congreso y en el año 1987, en el Parlamento Europeo. Hasta 1977 milita en FET y de las JONS. Posteriormente en 1987, Coalición Popular, Alianza Popular, Partido Popular. Condecorada con la Orden de las Artes y Letras en Francia y la de Alfonso X el Sabio en España, fue directora de la Oficina de Turismo en Milán y la Vicesecretaria de la Junta Central de Información y Turismo y de Educación popular. En enero de 1977 “La Crónica” y “Diario 16” destacan: “Carmen Llorca presenta su grupo feminista: “Mujeres independientes” con 1.300 mujeres en un mes. Colabora en la Fundación Cánovas, en los periódicos YA, Pueblo (Emilio Romero) y RNE. Obtiene el título de Doctora con cátedra en Ciencias de la Información. Archivos (usados principalmente): Palacio (Sección Secretaria) y Real Academia de la Historia.

En la contraportada del libro se recoge: “La autora ha logrado aportar, mediante una investigación minuciosa en la que no se oculta la viva simpatía por la condición humana de Isabel II, nuevas perspectivas acerca de determinadas actuaciones y responsabilidades de un período decisivo de nuestra historia contemporánea” pág. 82. Parte II. Bajo el reinado de Isabel. Cap. 1. La mayoría de edad “… porque si los progresistas destruyen la Monarquía los moderados la envilecen”. Carmen Llorca se dispone a relatar, en el capítulo II “Los matrimonios españoles”, la elección de Francisco de Asís como esposo de la reina Isabel, convirtiéndole así en rey consorte. Se trata, por tanto, de una visión emic de carácter psicologista.

El segundo libro sobre Isabel II está escrito por Isabel Maura Burdiel Bueno, conocida por Isabel Burdiel, nacida en Badajoz en 1958, su título: “Isabel II, una biografía. 1830-1904”. Publicado en 2010 por la editorial Taurus, recibió en 2011 el Premio Nacional de Historia. Catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia, es autora de numerosos trabajos sobre Historia política y cultural del liberalismo del siglo XIX, como “La política de los notables” (1987), ediciones críticas sobre “La Vindicación de los derechos de la mujer” de Mary Wollstonecraft (1994) y “Frankestein” de Mary Shelley (1996). Ha codirigido los volúmenes de biografías “Liberales, agitadores y conspiradores (2000, Espasa) y “Liberales Eminentes” (2008). Realiza con Manuel Pérez Ledesma, investigaciones sobre la construcción de la identidad y en 2015 publica una “Historia Biográfica en Europa, Nuevas perspectivas” junto a Roy Foster.

En la Parte I. Cap. 5. ”La monarquía moderada y el laberinto de Palacio plantea la tesis central que desarrolla en las 844 páginas que el libro comprende. Las otras 90, dedicadas a notas, recogen principalmente documentación de los Archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores francés y británico. La investigación de la obra fue realizada en el marco del proyecto FF2008-02107/FISO y se ha beneficiado de los debates de la Red Europea sobre Teoría y Práctica de la Biografía Histórica (HAR 2008-03428), ambos financiados por el Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España. Pues bien, la tesis que centra el libro de Burdiel (p. 201) antes aludida dice lo siguiente “… Incapaces de cuestionar abiertamente la prerrogativa regia, los moderados encontraron que la mejor manera de forzar la voluntad real era contaminar todas las decisiones políticas de la reina con razones espurias de orden personal y, a ser posible, del carácter más escandaloso… para evitar que la reina… escapase de las manos del sector mayoritario del moderantismo y, en concreto del círculo de poder que rodeaba a María Cristina”. Ya se ha señalado que desde la Revolución Francesa, todas las monarquías europeas mantuvieron un perpetuo enfrentamiento con los liberales en aras de mantener prerrogativas que éstos pretendían arrancar y depositar en la capa conjuntiva del nuevo Estado liberal.

Para presentar el libro realiza una introducción titulada: “El reinado Isabelino y el pecado original de la Monarquía española” y escribe en su primera página: “En manos de aquellos cronistas de ocasión, que se  asomaban desde las luces del recién inaugurado siglo XX al oscuro pasado español” [Isabel falleció en París en el año 1904]… la Reina … “había sido demasiado joven para hacerse cargo de la dirección de un país recién salido “de las garras de la Inquisición” y sin preparación “para ingresar en el club de las naciones civilizadas y liberales”. Op. cit. p.13. En la página siguiente insiste en que los reporteros que acudieron a las pompas fúnebres “parece que disfrutaron del espectáculo del duelo de una vieja y exótica monarquía cuyo recuerdo moría con aquella anciana reina española. Remata el preámbulo con un fragmento de la carta que “su primo hermano, cuñado y antiguo aspirante a su mano, el infante Enrique de Borbón” le envía a Isabel el 18 de enero de 1868. “Nacisteis para representar con turbante en la cabeza, la corte de los Serrallos, y no un pueblo europeo y constitucional” (pág. 15) -recogida en el Archivo de la RAH, colección Narváez II, vol. 20, docs. 10 y 11. Recordamos al respecto que en el año 2016, la editorial Taurus publica en Barcelona un libro de Xavier Andreu Miralles titulado “El descubrimiento de España. Mito romántico e identidad nacional”. El autor presenta a España como la construcción intelectual de liberales e intelectuales del siglo XIX en conexión con las visiones de viajeros extranjeros que convierte a España en un producto exótico ligado al legado andalusí.

Anteriormente y para justificar el exotismo de la monarquía española echa mano de los periódicos franceses como “Le Fígaro” que recogen todos los tópicos acerca de la España decimonónica: “la intransigencia religiosa, la falta de educación de un pueblo embrutecido, la ambición de sus generales y políticos, el cainismo español, los pronunciamientos, las cuarteladas y las revoluciones”.

Como contrapunto haremos breve trayectoria histórica de Francia en paralelo a la del período de la monarquía analizada: Carlos X, sucesor de Luis XVIII, Borbón restaurado en el trono por las potencias europeas que derrotaron a Napoleón, fue derribado por la revolución de 1830 (novela de “Los Miserables” de Víctor Hugo). En su lugar se colocó en el trono a Luis Felipe de Orleans, muy bien relacionado, por cierto, con la familia real española; perderá la corona debido a otra revolución, la de 1848 que derivó en la proclamación de la Comuna de París y, después de tres años de confrontación civil, la situación permitió que el ejército, con Napoleón III al frente, diera un golpe de estado, dando paso al inicio del Segundo Imperio (proceso analizado por Carlos Marx en “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte” (Ariel quincenal 1971), siguiendo la mecánica interna de lucha de clases. El emperador será derrotado por Prusia en la batalla de Sedan (1870). Raymond Carr llama la atención acerca de que los historiadores no hayan hecho hincapié en el desastre económico y amenaza política que representaba para Francia la candidatura de Hohenzollern al trono español en 1868, excusa utilizada para iniciar la guerra franco-prusiana, dado que era francés el 35% del total de la inversión extranjera en España. (Raymond Carr, España 1808-1939. Ariel, Barcelona 1966, pág. 267).

Es conveniente, de igual modo, recordar que las naciones políticas de Italia y Alemania no se configuran hasta 1870, en que la batalla de Sedán permite su unificación. Que Bélgica se constituye en nación independiente de Holanda, sometida a ella desde 1815 como Países Bajos, convertidos en estado tapón de Francia, durante el Congreso de Viena, en la oleada revolucionaria de 1830 y organizada como monarquía constituyente electiva, bajo el reinado de Leopoldo I de Sajonia Coburgo, ducado anexionado a Prusia en 1815. De igual modo Austria aparece en 1918 cuando el final de la 1ª Guerra Mundial desmembra el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Turco aunque Grecia ya había conseguido su liberación en 1830 con el apoyo de Gran Bretaña (Lord Byron). Esta última se encontraba en plena expansión colonial depredadora después del desguace del territorio hispanoamericano apoyando a los caudillos criollos Bolívar y San Martín (“Malditos Libertadores” en expresión de Augusto Zamora que da título a su libro presentado en Gijón en febrero 2020). Desde el fin de la guerra de Sucesión a la corona española (1714), realmente guerra europea entre Imperio Austro-Húngaro, Francia, Inglaterra y Prusia, se había instaurado en Gran Bretaña la dinastía alemana de los Hannover (Jorge I, 1714-1727) sustituyendo a la de los Estuardos (1688 María Estuardo II y Guillermo III de Orange, seguida de la Reina Ana). Durante el s. XIX se mantuvo en el trono la reina Victoria (1839-1901) casada con Alberto, hijo del recién estrenado rey belga, Leopoldo, antes mencionado.

El tercer libro, es una biografía de Ramón María Narváez (1799-1868) escrito por Manuel Salcedo Olid, y publicado por Homolegens en 2012. Su autor, nacido en Madrid, es doctor en Historia por la Universidad de Alcalá y apasionado por el estudio de la Historia de España en el s. XIX. En 2008 había publicado un estudio-prólogo a los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, titulado “Narváez y las tormentas del 48”.

En la contraportada de la biografía manifiesta su principal objetivo como es el de elaborar “un relato detallado de la peripecia vital y un ponderado retrato de quién, con sus innegables limitaciones, demostró ser, además de soldado valeroso y general capaz, un político inteligente y bienintencionado, un patriota y uno de los pocos verdaderos hombres de Estado que en España ha habido”.

En la introducción (pp. 9-12) comenta Manuel Salcedo que “Narváez no fue objeto de estudios de verdadera entidad en la centuria en que se desarrolló su vida. Dada la relevancia de su persona, sus autores se limitaron a dibujar cuadros que lo denostaran o le ensalzasen en función de sus afinidades políticas y finalidades personales, y en general, prescindieron de cualquier labor investigadora. Destaca cierto mérito en la titulada, “La historia militar y política de D. Ramón María Narváez” en la que, además, colaboró el mismo biografiado. Se convertirán en fuente fundamental de las dos monografías que en el s. XX se dedicaron a la vida del duque de Valencia: “Narváez el Espadón de Loja” elaborada por los hermanos José y Manuel Prados López, Compañía bibliográfica española en 1952 y “Un dictador liberal, Narváez” de Andrés Révesz. Madrid, Aguilar, 1953. Además se conserva un anónimo titulado, “Historia militar y política de Don Ramón María Narváez”, Madrid, Imprenta de Don José Ducazcal, 1849.

En 1962 se abrió el Archivo Narváez, conservado en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, integrado por una parte del conjunto de papeles que el duque de Valencia habría ido guardando a lo largo de su vida. El académico encargado de estudiarlo e inventariarlo, Jesús Pavón, se propuso utilizar sus fondos para realizar el primer estudio serio y moderno de la vida de Narváez, pero su muerte privó de la que hubiera podido convertirse, en una biografía bastante definitiva del Duque de Valencia. El autor inicia la tesis doctoral con su maestro Javier Paredes al hilo de la apertura al público de otra porción de los documentos reunidos por Narváez, la que, adquirida y llevada a Chile por el que fuera embajador de esa nación en Madrid, Sergio Fernández Lorraín, fuese comprada en octubre de 1995 con fondos de los ministerios de Cultura y Educación y Ciencia y de la propia Real Academia de la Historia. Compuesto de 134 cajas que contienen un total de 30.000 documentos se convierten en la base fundamental de su trabajo.

El otro personaje que presidió el gobierno de Isabel II por un período de 5 años (1858-1863) fue Leopoldo O’Donnell además de los cuatro meses en 1856 cuando Espartero abandona el gobierno del bienio progresista de 1854-56, a raíz de la Vicalvarada, durante el cual será ministro de la Guerra. Finalmente, entre 1865-1866, antes de morir en Biarritz, al año siguiente.

Ramón María Narváez

La carrera militar del general, minuciosamente relatada por Manuel Salcedo, se inicia al servicio de Espoz y Mina, que se enfrenta a los carlistas atrincherados en la Seo de Urgel, donde organizaron una Junta. Una vez liquidado el foco insurgente, es traslado a Navarra con su general para pelear en la primera guerra carlista. Cuando Espoz y Mina se da de baja por edad y mala salud, entra al servicio de Luis Fernández de Córdoba, hecho clave en su carrera militar, participando en hechos gloriosos de la contienda. La afinidad que mantiene con el nuevo general, servirá para ganarse la animadversión de quién aspiraba a ser el único héroe de guerra tan prolongada: Espartero. El General Fernández de Córdoba será destituido y, con los nuevos jefes nombrados, Narváez empezará a encontrar problemas de tal calibre que le conducirán ante dos consejos de guerra, el último de los cuales, en compañía de su antiguo general, acusados ambos de organizar un pronunciamiento militar en Sevilla. Su huida a París y Lisboa, respectivamente, en vísperas del abrazo de Vergara, les mantiene ausentes en el momento de finalizarse la guerra. Se presenta a continuación el relato de los hechos.

Nace en agosto de 1799, mientras Napoleón Bonaparte apuraba los últimos días junto a las tropas que había llevado a su expedición de Egipto; su lugar de nacimiento fue la granadina ciudad de Loja, situada en un valle regado por el rio Genil. Segundo y pequeño de dos hermanos, cuyos progenitores eran miembros de linajes arraigados a la época de los Reyes Católicos en su conquista de Loja, recibió su primera formación, humanidades, aprendiendo latín en el colegio seminario de la ciudad (especula Pabón) o bien recibió educación particular en casa. A principios de 1815 ingresa en el ejército (con 16 años), aunque debido a su status familiar lo haría en la Guardia Real, recién remozado ejército por Fernando VII al instaurarse como rey absoluto. Concretamente entra como cadete en las Guardias Valonas de Infantería creadas por Felipe V en 1704 y para ello se traslada a Madrid a iniciar su carrera militar en un cuerpo de carácter aristocrático. Se ascendía en el escalafón no por simple turno de antigüedad, sino por riguroso examen y llega así a brigadier, cargo que desempeñaría hasta 1825, según consta en su hoja de servicios.

Carlos Seco recogiendo el proyecto de Jesús Pavón en “Narváez y su época (Austral, Espasa Calpe, Madrid, pág. 56-57) dice lo siguiente a propósito de la figura del General: “Según la imagen legendaria forjada por los enemigos de Narváez -y consagrada en el torbellino revolucionario de 1868- aquel no pasaría políticamente de un militarote. Su horizonte intelectual era el de un aldeano andaluz, como gobernante fue un tirano típico y vulgar. Sus sentimientos nos eran humano, sino brutales. Que tal hombre hubiese sido una primera figura en España, durante un cuarto de siglo, constituía una vergüenza más de nuestra historia contemporánea, admitida, como otras, por causas y efectos diversos”. Y añade: “pero este personaje no servía, no podía ser admitido sin más en la literatura. Enfocado de un modo realista por tres cumbres (Baroja, Galdós y Valle Inclán) de la novela española en el gran ciclo que cubre el último tercio del siglo XIX y el primero del XX, la imagen de Narváez cobra dimensiones mucho más acordes con su significación esencial. (op. cit., pág. 99).

Andrés Borrego, que sostuvo con él una relación sometida a bruscas oscilaciones destaca que siempre consiguió imponerse a los realistas de la localidad y que su formación era incompleta: “La España del s. XIX. Colección de conferencias históricas celebradas durante el curso 1885-1886. Ateneo. Madrid. Imprenta El Liberal. Volumen I, pág. 448. Idea que comparte Carmen Llorca (op. cit., pág. 122). “Simple, directo, intuitivo, más dado a la acción que a la reflexión” (J. L. Comellas, Los moderados en el poder (1844-54), Madrid CSIC 1970).

Su carrera militar pasó por grandes incertidumbres. En 1817 los batallones de la guardia Real pasaron de 5 a 3 y los cadetes de la academia donde se integraba Narváez se quedaron sin puesto conformándose con un empleo de supernumerario, que también perdió por un decreto de las cortes de 1820 (Trienio Liberal) quién suprimiría tales empleos. El gobierno decidió finalmente intervenir solicitando a las Cortes que, por una vez, pudiese nombrar alféreces supernumerarios a aquellos cadetes dignos de excepción. Con ello pasaría a integrarse en el ejército propiamente dicho, aunque de momento actuó en la academia como profesor de Matemáticas. En el nuevo Régimen Liberal “el más avanzado políticamente del Viejo Continente” (Manuel Salcedo Olid, p.29), coexistían los doceañistas (moderados) y los veinteañistas (exaltados) que ejercerán su presión en la calle y se sustentarán en las sociedades secretas, las patrióticas y la Milicia Nacional.

Durante la legislatura de 1822-23, la Asamblea elegida tuvo carácter radical, mientras que Fernando VII optó por un gobierno moderado (Martínez de la Rosa), con el resultado de que se producirán insurrecciones de unos y otros. Uno de los más graves tuvo lugar el 30 de junio de 1922 en el que hay un enfrentamiento físico entre miembros de la Guardia Real y otros de la Milicia Nacional porque dentro de aquella había partidarios del Antiguo Régimen; así cuatro batallones salen de Madrid en dirección a “El Pardo” haciendo pública su rebeldía. Narváez estaba en el cuartel de Santa Isabel (Hospital) y participa en las discusiones de ambos, defendiendo que la rebeldía conllevaba la ruptura del juramento a la Constitución y es contraria a la disciplina militar. Los enfrentamientos armados se produjeron en la “casa de Correos” (Puerta del Sol) y en la Plaza de la Constitución (Plaza Mayor). Los hermanos Fernández de Córdoba (Luis y José) huyeron al extranjero y unos 300 guardias pudieron organizarse para escapar por el camino de Segovia. Su captura corrió a cargo de los denominados Guardias Leales, entre ellos Narváez, quienes les alcanzaron, mataron a algunos y capturaron a un total de 150.

El nuevo gobierno será de carácter exaltado (Evaristo S. Miguel), ya que el monarca pudo pensar que este hecho podría precipitar la intervención de las tropas de la Santa Alianza. Pero, por el momento, tenía que afrontar un conflicto interno como era la creciente resistencia armada de los realistas en el norte peninsular que en junio de 1822 habían instaurado en Seo de Urgel una Junta Superior Provincial de Cataluña (Regencia de Urgel). Se decidió una ofensiva militar en el Principado bajo el mando de Francisco Espoz y Mina, guerrillero famoso durante la Guerra de la Independencia. Conviene recordar que el éxito de la movilización popular durante ella se debió también a la existencia de las llamadas milicias provinciales, que habrían servido para canalizar la movilización contra el invasor; sus componentes seguían dedicados a sus ocupaciones habituales y cada tres meses se concentraban para ejercitarse en el manejo de las armas, efectuar maniobras y pasar revista, por lo que eran concebidas como unidades de un ejército de segunda línea, como ejército del Antiguo Régimen potenciado por los borbones (Pablo Casado Burbano, Las fuerzas armadas en el inicio del constitucionalismo español, Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid 1982, pág. 35). Entre sus huestes quedaría integrado Narváez a quién su lealtad, evidenciada durante este tiempo, le hizo merecedor de destino en ese ejército, y en su Estado Mayor quedaría encuadrado como ayudante de campo del propio general en jefe. En Zaragoza se reunió con él para tomar Castellfullit, refugio de los varones realistas que habían huido de Cervera. En el asedio, la voladura de un torreón y posterior reconocimiento de su puerta, recibió Narváez una herida de bala; el proyectil le alcanzaría un costado, atravesándole de lado a lado por debajo de los riñones (mal de la piedra, enfermedad gástrica, Balnearios) y se recupera durante un mes en Igualada, mientras los miembros de la Regencia serían obligados por las tropas liberales a pasar la frontera. Como buen liberal estuvo inserto en una sociedad masónica en la que Narváez era alférez de guardia, bajo el nombre de “Bruto” (José Cepeda Gómez, “El ejército en la política española (1787-1843); Madrid. Fundación Universitaria española 1990. Página 268). El autor realizó su tesis doctoral en 1982, titulada: “Teoría del pronunciamiento. El intervencionismo militar en el reinado de Isabel II y el acceso de los generales al poder político, conservado en el Servicio de Reprografía de la Universidad Complutense de Madrid).

Aunque la campaña termina con el bloqueo de la Seo de Urgel (febrero de 1823), no serviría para estabilizar la existencia del régimen liberal español. El duque de Angulema y los Cien mil hijos de San Luis entraron en España y les hace frente el general navarro en S. Quirce y Vich, pero las tropas intervencionistas les forzaron a la rendición. El objetivo principal de Angulema era llegar a Sevilla donde estaban el Rey, el gobierno y las Cortes, después de pasar por Madrid donde estableció una Regencia. Al paso que se producía el derrumbamiento liberal se desencadenaba la reacción ultra, aunque Angulema hizo lo posible por neutralizarla. El príncipe francés era -escribe Pabón- noble en todos los sentidos de la palabra, desde la rectitud de intención hasta corrección de los modales, pasando por el desprendimiento hacia las riquezas, el poder y los honores. Se asemejaba a su abuelo, Luis de Borbón, hijo de Luis XV, que no reinó…. Canning, primer ministro inglés, enemigo resuelto de la expedición francesa, afirmó luego que “nunca un Ejército había ocasionado tan pocos males y había impedido tantos”. Fernández de Córdoba, incorporado al ejército de los 100.000, participaba de su criterio conciliador. Como escribía Angulena al ministro francés Villèle, “los españoles no querían que los franceses abandonasen el país. Los realistas porque vuelven a ser los amos; los constitucionalistas porque les protegemos contra las venganzas”. Canning reconocía esta paradoja: “Los franceses entraron en el país para defender al partido fanático contra los constitucionalistas y ahora están protegiendo al partido constitucional de los fanáticos”. Citado por Pabón en Narváez… pág. 193. Recogido por Seco Serrano, opus cit., pág. 65.

Narváez, durante este lapso de tiempo y hasta 8 meses después de la restauración de Fernando VII, permanecería prisionero en Francia. El régimen constitucional, el trienio, había concluido el 1 de octubre de 1823 en que Riego y el gobierno español recluido en la sitiada ciudad de Cádiz, acabarían rindiéndose. En junio de ese año, el rey de España firmaba un decreto que hacía posible la liberación por parte de Francia de los prisioneros (intento de suicidio de Narváez en la prisión: José Luis Comellas, págs. 186-187).

En su vuelta a España se instaló en Loja, al no aceptar someterse a un proceso de depuración de la oficialidad, quedando en situación de licencia indefinida o ilimitada. En la casa familiar se encontró 4 nuevos “hermanos” (él tenía uno, José María), hijos de una hermana de su madre que había enviudado y con uno de ellos, Concepción, parece que mantuvo una relación sentimental, obteniendo cierta fama de crápula por sus galanteos. Igualmente aprovechó para empezar a cultivar alguna de las tierras que su padre le cedió y llegaría a arrendar diversas parcelas; su energía, capacidad y ambición, le permitió, desde tiempos realmente tempranos, vivir de manera independiente y desahogada.

Durante 1825-1829, se casan su hermano y su prima Consuelo que aportarán sendos hijos a la familia. Por fin el 15 de octubre de 1832, la reina regente María Cristina de Borbón, encargada desde el día 6 de la dirección del reino, durante la enfermedad de su esposo, promulgó un decreto de amnistía dirigido a los liberales del Trienio. La revolución de julio en Francia había provocado una auténtica marea revolucionaria, cuyo ejemplo más significativo sería el fracaso de la romántica empresa de Torrijos y sus compañeros. Y por otra parte el alumbramiento de la reina Cristina, estando ya publicada la Pragmática Sanción, hizo que la propia Reina contribuyera a un plan de atracción, colmando de mercedes y ascensos a altos mandos y oficiales. Los sucesos de la Granja de octubre de 1832 estudiados por Federico Suárez Verdeguer (Los sucesos de la Granja, Madrid 1952) están catalogados como un auténtico golpe de estado. El 29 de septiembre de 1833 sobreviene la muerte de Fernando VII y la alianza entre fernandinos y liberales demostró que era el único medio de llevar al trono a la princesa Isabel a la vez que la excepcional oportunidad de imponer las ideas liberales, sacando al país del dominio del absolutismo defendido por D. Carlos y los suyos. Ya habían conseguido el 1 de octubre de 1832 hacerse con el gobierno, presidido por Cea Bermúdez, que emprendería de inmediato el desmantelamiento del aparato de poder de los carlistas y de sustitución de éstos en la administración y la milicia, por partidarios de la princesa. El conflicto dinástico iba a convertir al ejército en árbitro de la situación política “ahora la autoridad real sola era insuficiente, y la única institución en la que se podía confiar era el ejército” (Stanley G. Payne, “Ejército y Sociedad en la España liberal (1808-1936)”, Madrid, 1976, pág. 34). Tras los sucesos de la Granja fueron depurados generales como Maroto y entre los no generales el verdadero genio militar en el bando de D. Carlos, Zumalacárregui, que no permitieron sofocar el inicio de la guerra y por otra parte consolidaron la formación de un ejército carlista.

Narváez, rehabilitado, se traslada a Madrid once días después de la muerte del rey; sería nombrado capitán de infantería y comenzaría a servir en el Regimiento de la Princesa, creado ese mismo año, que contaba con una oficialidad seleccionada entre los militares más adictos a la reina.

Los carlistas dominaban la situación en las Provincias Vascongadas y diversas Partidas estaban presentes en el Norte y Este del País; el carlismo parecía destinado a diluirse hasta que la actividad de Tomás de Zumalacárregui conseguiría reactivar la causa. El gobierno será sustituido por otro más decidido liberal, el de Martínez de la Rosa que entrega a Jenaro Quesada el mando supremo de las tropas que habían de hacer frente a D. Carlos, mientras Narváez comenzó oficialmente su participación en el conflicto carlista en marzo de 1834 al frente de la 1ª compañía del 4º Regimiento de la guardia Real de Infantería.

El escaso éxito de las primeras incursiones contra Zumalacárregui decidió al Gobierno a dividir a las tropas que operaban en el Norte en dos ejércitos, uno el de las Provincias Vascongadas y el otro el de Navarra, confiando el mando del primero al general Osma y del segundo a Francisco Espoz y Mina. La vista por las filas de la Guardia trajo a este último el reconocimiento de Narváez y no quiso que se apartase ya de su lado, convirtiéndole en ayudante del general en jefe. Poco más tarde se uniría a ellos Francisco Serrano.

La campaña se centraba al Norte de Navarra donde liberales y carlistas recibían ayudas a través de la frontera francesa y además se buscaba entrar en Pamplona el tren de provisiones. A propósito de ello, Espoz y Mina propuso a Narváez el ascenso a 2º comandante de infantería, que le sería concedido. Levantado el cerco de Elizondo las tropas liberales se encaminan a Pamplona pero al llegar a ella se enteran de que Zumalacárregui ya se había apoderado de la misma.

Espoz y Mina solicita su licencia definitiva a causa de su quebrantada salud y será sustituido por Jerónimo Valdés. En las Provincias Vascongadas había recibido el mando Luis Fernández de Córdoba y, elevado Valdés al Ministerio de la Guerra, es encargado del mando de Vascongadas y Navarra, además del de las tropas que hubiese en las Capitanías Generales de Castilla y Aragón. No hubo ninguna victoria relevante y si varias derrotas sonadas. Raymond Carr recoge “junto a Espartero y Seoane un núcleo de militares como el citado Valdés además de otros, Rodil y Alaix, como un grupo unido porque habían derribado al Capitán General de Perú, Pezuela, sospechosos de haberse vendido antes de la batalla de Ayacucho” (op. cit., pág. 218). Valdés coacciona a jefes y oficiales para que firmasen un acta en que se declarasen favorables a la intervención de fuerzas extranjeras, a lo que se opone Narváez y será el encargado, por decisión de Rivero al mando de la brigada, de enviar una nota al ministerio afirmando que “sería mejor acabar nosotros mismos la guerra” (D.S.C. Congreso, 23 de noviembre de 1850, pág. 160, recogido por Manuel Salcedo, op. cit., pág. 89).

Finalmente Valdés renuncia a su mando y el nuevo gobierno, bajo la presidencia del Conde de Toreno, se decide a buscar un general de confianza que diese un cambio radical a la campaña, encontrando en Fernández de Córdoba el hombre indicado quién, abandonando la capital, marcharía a Bilbao para tomar posesión de su mando el 4 de julio de 1835, fecha en la que pasaría revista a sus hombres y pudo reencontrar, a la cabeza del regimiento del Infante a Ramón María Narváez cuya vida entraría, desde ese momento, en un periodo crucial: a los 10 meses le auparía al empleo de brigadier; mientras Zumalacárregui ha muerto a consecuencia de las heridas recibidas en el sitio de Bilbao, sustituyéndole González Moreno. En el objetivo de la toma de Mendigorría (Rio Arga). Las tropas que debían componer la izquierda (carretera del Puente de la Reina) están mandadas por Espartero y el regimiento del Infante, dirigido por Narváez, esperaba a entrar cuando Espartero hubiese realizado la primera embestida; el objetivo se cumpliría y a Narváez se le otorga especial recompensa por la toma del puente sobre el Arga: asciende a teniente coronel. Encargado de la persecución de la partida del cura Merino, se enfrentó a él con éxito. El cura dispersó las tropas para que huyeran y Narváez les dejó en libertad para volver a sus pueblos avisando a los alcaldes que los vigilasen. Años más tarde apuñalaría a la reina en la presentación de su hija Isabel a la Virgen de Atocha.

La Reina gobernadora encarga a Mendizábal la formación de nuevo gobierno, mientras Narváez sigue en Vitoria junto a Fernández de Córdoba. Cae en profunda depresión (abundantes) y solicita el retiro pidiendo la Administración de Correos de Bilbao, argumentando que está cansado de la guerra después de 6 meses contra los realistas de la Regencia de Urgel, 4 frente a los 100.000 hijos y en la carlista llevaba ya 18 sin interrupción, convencido además de que la excesiva duración de la guerra era resultado de la impericia de los mandos y resolución de los gobiernos liberales.

Mendizábal decide el reclutamiento de una quinta de 100.000 hombres pero no había dinero y María Cristina lo ofrece al gobierno a tal efecto, iniciativa que secundarían varios españoles, entre ellos Narváez (18.000 reales igual al de un sueldo anual). Los ministros le dan publicidad (La Gaceta de Madrid), aunque él no era pobre y mantenía su sólida posición económica; a la vez, su protector Fernández de Córdoba valora a Narváez como “general distinguido” para ofrecer a la patria un “general en jefe liberal”. Narváez exigiría en Vitoria que se diese a su cuerpo una satisfacción cumplida, como así lo hizo Fernández de Córdoba, consiguiendo convertir aquel regimiento en el más subordinado y de oficialidad más fiel a su jefe; se sabe por su hoja de servicios que el 1 de enero de 1836 sería ascendido a coronel. En la batalla siguiente, Arlaban, una bala le alcanzó la cabeza y hubo de permanecer 5 meses en Vitoria para recuperarse.

Durante la convalecencia de Narváez en Madrid, el gabinete Mendizábal había sido sustituido por uno moderado dirigido por Isturiz (15 de mayo 1836) con destitución de mandos militares menos proclives al progresismo, entre ellos Fernández de Córdoba, reemplazado por Evaristo S. Miguel. Habrá convocatoria de elecciones constituyentes ante la petición progresista, acompañada de desórdenes públicos para poner en vigor la Constitución de 1812 y derogar el Estatuto Real de Martínez de la Rosa. Los motines y alzamientos alcanzaron a Zaragoza a la vez que hay actividad de los partidos carlistas en Aragón y para hacerlas frente se decide el traslado de fuerzas del Norte al mando de Narváez quién sin entrar en Zaragoza, pasa al Bajo Aragón y en pocos días se enfrentaría con el tigre del Maestrazgo, Ramón Cabrera. En julio de 1836 se producen levantamientos en las ciudades andaluzas pidiendo la Constitución de 1812 y el 12 de agosto tiene lugar La Sargentada de la Granja, “vergonzoso motín, cuyos cabecillas, un grupo de sargentos vendidos al oro de Mendizábal, actuaron como simple instrumento del dictador” (Seco Serrano…pág. 89). La Regente firma un decreto proclamando el código gaditano, el día 13 huye Isturiz a raíz de un motín progresista y el nuevo jefe de gobierno será José Mª Calatrava.

En esos momentos Narváez es más bien progresista, a la vez que destaca la supremacía en sus sentimientos: respeto a la autoridad y a la ordenanza, actitud leal y disciplinada y de hecho era el único general del ejército del centro capaz de mantener el orden y la subordinación de sus tropas, así como su fidelidad y obediencia al gobierno. Por eso empezaron a fijarse en él la opinión pública general y los grupos de influencia de uno y otro signo. (Salcedo Olid, Ramón María …pp. 116, 117). Tanto es así que en septiembre de 1836, solicitado por el jefe interino del Norte Marcelino Oráa vuelve a la zona y se produce un hecho fortuito: Narváez era amigo de Ros de Olano desde que ambos fueran ayudantes de Campo de Espoz y Mina. Ros se entrevista con Andrés Borrego hombre de peso de la prensa del progreso, para convencerle de que visite al de Loja. El periodista quedó impresionado, buscó al embajador británico Villiers para pedirle que influyese en el gobierno español, dado que Inglaterra tenía mucho peso en el mismo, para que llamase a Narváez. Cuando vuelve a Madrid empieza a recibir propuestas políticas para que se integre en sus filas, siendo la primera la del progresista Joaquín María López, seguida de la comida con el moderado Duque de Veragua. La contestación en ambos casos fue la misma: él era liberal quería ser sólo soldado y no adscribirse a ningún partido; deseaba permanecer neutral (Salcedo Olid… pp. 124-125).

Recibe nuevas órdenes del gobierno para que se ponga al frente de las tropas con los refuerzos prometidos y se marchara a enfrentarse con Gómez: En Arganda uniría su división con los refuerzos pero se empeñó en desfilar por Madrid: se presenta en Atocha, atraviesa la ciudad y sale por la Puerta de San Vicente. Frente a Palacio solicita que salga María Cristina al balcón a través de Ros de Olano, jefe de Estado Mayor. Cuando ésta accede sólo vería parte de las mismas. Actitud caprichosa y hasta temeraria sin consecuencias inmediatas. Sale de Madrid provisto de órdenes (5 de noviembre 1836) concretas: que obrase de acuerdo a los Generales Rodil y Alaix pero le facultaban para variar la dirección, si lo creía necesario. Posteriormente (8 de noviembre) viene la destitución de Rodil, encomendándole que asuma el mando de su división y el día 9, al llegar a Osuna, camino de Algeciras en donde estaba Gómez, recibe una Real Orden del Gobierno indicándole que prevalezca su opinión frente a la del señor general Rivero que cercaba con su columna la ciudad de Ronda. Este hecho aumentó la incomodidad de Narváez porque la orden atentaba contra la estructura jerárquica del mando. Así se lo hizo saber al gabinete, apreciación desoída por los ministros, a la vez que envían otra orden, reprochando a Alaix el que no hubiera salido ya camino de Ávila después de entregar de inmediato el mando de su división al de Loja, como se le había ordenado. Se llega así al rio Majaceite a 5 km. y medio del rio Guadalete, donde los carlistas, después del embate de las tropas cristinas, retroceden y, al ver cerrado el camino que Gómez había previsto para la retirada, desanimados y nerviosos, emprendieron una huida desordenada. Desde entonces a Narváez se le conoce como el héroe de Majaceite. (Biblioteca de la Real Academia de la Historia BRAH archivo Narváez: Borrador del parte de Narváez relativo a acción de Majaceite, Expediente personal, hoja de servicios en Servicio Histórico Militar). A pesar de todo, no había significado la destrucción final de la expedición y por ello se dispuso a seguir los pasos de Gómez llegando a las inmediaciones de Cabra. En los altos de Cabra descubriría que Alaix permanecía junto a sus tropas y la rebelión se consumaba al grito de “Viva Alaix, muera Narváez”. Los de Gómez estaban formados al otro lado del pueblo y en vez de lanzarse sobre ellos, Alaix ordenó hacer alto, dando lugar a que los carlistas se pusiesen en marcha y escapasen.

Asumiendo que nada tenía que hacer allí, tras reunirse con su división, se encaminó a Loja. En su exposición desde la ciudad natal, dirigida a la reina madre el mismo día de su llegada, exigía justicia enérgica y pronta. Nada iba a conseguir dado que las razones de lo ocurrido se debían a un decisivo juego de fuerzas, en el terreno político y militar, que enfrentaban a Luis Fernández de Córdoba y Espartero por el dominio del ejército, cuestión que conllevaba la influencia sobre los asuntos de la nación, recordando a la vez que Narváez era amigo de Córdoba y Alaix de Espartero. De hecho Alaix, al saberse protegido por Espartero, alcanzaría y derrotaría a Gómez en Alcaudete, a partir de lo cual se volvió a Navarra. En el camino, Narváez recibe la noticia de que el Ministerio pretendía dejar sin castigo los hechos y dado que venía a Madrid como el héroe de Majaceite, el gabinete, aunque frio, le ofrece la Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica que no acepta y se vuelve a Alcalá con sus tropas, decidido a abandonar la carrera militar. No tardó en recibir orden de traslado a Burgos para ponerse a las órdenes de Ribero en aras de contribuir a la salvación de Bilbao por deseo expreso de Espartero. Según le permitía un decreto reciente pidió a Ribero permiso y pasaporte para marchar a Madrid aunque antes llevó a sus hombres a Burgos por las nevadas cumbres de Somosierra (diciembre) donde perdió 5 soldados por temporal, a la vez que solicita sustituto al frente de su división mientras arregla la licencia solicitada. Para esa fecha Espartero le había tanteado para ganarle hacia su bando, pero confirmada la inclinación de Narváez hacia Fernández de Córdoba, se afianzó en hacerle objeto de su constante inquina. La contestación gubernamental sería la de su traslado a Cuenca, detenido para responder en Consejo de Guerra, a la vez que se celebra una sesión de Cortes donde sólo se escucharon críticas hacía él, por lo que Narváez pidió a Andrés Borrego redactase y publicase una carta reivindicando su honor y actuación. (Salcedo Olid… pág. 143).

Al llegar a Cuenca es recibido triunfalmente por la Milicia Nacional y las autoridades, encabezadas por Narciso López, antiguo compañero de armas y comandante general de la plaza. Las partidas carlistas aumentaron sus correrías por la provincia obligando a López a salir en su persecución acompañado de la Milicia Nacional y dejó a Narváez en su lugar al frente de la plaza. En la celebración, a su vuelta, pasando revista a las tropas, el caballo que montaba Narváez se desboca y tira al suelo al jinete, rompiéndose a resultas un brazo. El 22 febrero 1837 recibe una R. Orden para que se traslade a Plasencia, por lo que se decide a solicitar permiso para quedarse algunos días de descanso en Toledo, actuando de mediador Francisco Serrano. El gobierno, no obstante, insiste en el explícito acatamiento y se nombra fiscal para el interrogatorio. Finalmente el dictamen es favorable a Narváez que incluye el sobreseimiento de la causa y concesión de la licencia solicitada. Es llamado a Madrid y se le encarga la formación y mando del ejército de reserva de Andalucía distinguiéndose por sus labores de captación y organización. Será elegido diputado por tres circunscripciones, aceptando el distrito de Sevilla y en ese mismo año recibe el ascenso a Mariscal de Campo. Quedaba muy poco para culminar la tarea de configuración del ejército de reserva de Andalucía cuando una nueva orden del gobierno le obliga a pasar a Castilla la Vieja (Septiembre 1838). Viene a Madrid y decide entrar con sus tropas en la capital, postura que le coloca en posición vulnerable respecto a Espartero. Se urde una conspiración contra él difundiendo el rumor de que Narváez, en connivencia con la Milicia Nacional, iba a hacerse con el control de la Capital y a punto se estuvo de tener un enfrentamiento armado. Quiso la casualidad de que Barueco, miliciano al que Narváez salvó la vida en 1822 en la plaza de la Constitución, convence a las autoridades para que vayan a hablar con los jefes de la Milicia y con Narváez y así cesó la alarma al ver que la conspiración no existía (noche 28 octubre 1838). Narváez ve muchos enemigos y pide separación del servicio porque se hace clara la inquina de Espartero al enviar una exposición a la Reina Regente criticando la formación ejército de reserva de 40.000 hombres propuesta por Narváez y solicita quitarle todos los méritos de guerra y el título de Mariscal de Campo. Parte para Sevilla invitado por Fdez. de Córdoba y allí ambos cayeron presos de la provocación que llevaba a la confrontación Milicia/Ejército. Con ello Espartero se libraría de los dos personajes que le molestaban.

Los hechos de Sevilla son una segunda parte de lo ocurrido en Madrid y esta es la secuencia de los hechos: los progresistas provocan algaradas porque quieren impedir que se abran las Cortes, en colaboración con la Milicia Nacional y se levantan contra el Conde de Clonard, Capitán General de Andalucía, por su severo comportamiento. La Junta formada por Ayuntamiento y milicianos designaría, para sustituir a Clonard, al gobernador militar Fontecilla quién pidió hablar con los milicianos; pero la revuelta se agrava y hay disparos de la Milicia, ante lo cual Fernández de Córdoba propuso una nueva Junta presidida por él y llamaría a Narváez para poner orden, evitándose así la batalla con medidas de apaciguamiento. La contestación del Gobierno y la Reina Regente será la orden de que Córdoba entregue el mando de la ciudad al mariscal de Campo Sanjuanena a la vez que inician consejo de guerra a Córdoba y Narváez. Éste último solicita a Borrego y Manuel Cortina que se hagan cargo de la causa mientras Espartero realiza una exposición a la Reina Regente solicitando la pena de muerte. En espera de que llegara el procesamiento, en condiciones de estricta vigilancia y por temor a perder la vida, se decide a preparar la huida con destino Gibraltar (26 diciembre 1838) en donde las autoridades le conminan a que busque pronto otro sitio, que será Inglaterra, hasta que finalmente se instala en Paris, mientras Fernández de Córdoba se irá a Lisboa donde morirá de fiebres.  El Convenio de Vergara (agosto 1839) viene acompañado de la exclusión de Narváez y Córdoba de la lista de generales. Raymond Carr no acepta el falso pronunciamiento y apunta hacia una conspiración urdida por Fernández de Córdoba que tenía en Sevilla relaciones con un grupo de exaltados. (Raymond Carr, pág. 216). Frente a esta afirmación Carlos Seco explica la farsa del pronunciamiento urdida por Espartero. (Seco Serrano, pág. 86). Del relato de Manuel Salcedo destacamos la contrariedad, incluso enfado de Narváez, al enterarse de los hechos y ver a su amigo envuelto en ellos, remarcando que acudiría a Sevilla por patriotismo (evitar males mayores) y amistad. Por otra parte sus valedores Manuel Cortina y Andrés Borrego le aconsejaron separar las causas de ambos, ante el inminente juicio (Salcedo Olid: Los sucesos de Sevilla, pp. 178 a 190).

En febrero de 1840 hay elecciones con amplia mayoría moderada (Narváez y Córdoba no se presentan). María Cristina y su hija se van a recibir aguas termales a Cataluña y aspiran a entrevistarse con Espartero. Cuando la Reina Regente firma la Ley de Ayuntamientos (alcaldes designados) se recrudecen las protestas y los ministros con María Cristina buscan refugio en barcos extranjeros. Finalmente la Regente designa el gobierno progresista (julio 1840) de Antonio González con claro predominio de Espartero. En Madrid ante los disturbios y alzamientos progresistas, María Cristina solicita el apoyo de Espartero y éste se niega si no es nombrado Presidente de Gobierno, siendo triunfalmente acogido por la Junta revolucionaria de Madrid; se encamina hacia Valencia donde estaba María Cristina (con su gobierno); ella cesa en su Regencia, entregándole la tutela de sus hijas y viaja exiliada hacia Francia en donde residirá hasta junio 1843. En París está Narváez que había conocido a una aristócrata emparentada con la emperatriz Josefina y contrajo con ella matrimonio en 1843: María Alejandra Tascher de la Pagerie. Pronto comenzaría con el resto de emigrados y la financiación de María Cristina a conspirar en contra de Espartero con una primera intentona el 7 octubre de 1841 en la que falló el sigilo y sincronización a causa del adelanto de O’Donnell porque las autoridades habían descubierto la trama. Muchos fueron deportados a las islas Marianas y siete fusilados entre ellos Diego de León. En la conjura de 1843 se empieza a ver a Narváez el alma de la conspiración, creándose una organización secreta militar en la que O’Donnell será presidente, Narváez vicepresidente, mientras los civiles, en torno a la Regente, formarían una Junta Civil, que presidirá Martínez de la Rosa.

El fracaso de la Regencia de Espartero radicaría en el abandono de su propio partido dado que les dio la impresión de querer aunar la Regencia y la dirección total del país, con lo que solo mantenía el apoyo de un reducido número de Ayacuchos. Espartero nombra a uno de sus críticos jefe de gobierno, Joaquín María López que dura diez días en el cargo; pensó suspender las Cortes pero no le dio tiempo porque la Sociedad Militar había entrado en España. El 30 de julio Espartero, tras fracasar en su intento de dominar Sevilla y Cádiz, embarcó en un buque de guerra británico.

Mientras en Barcelona se presenta Prim quién proclama que debía de tomar el mando Serrano, al que la Junta, creada a tal efecto, le nombra Ministro Universal, firmando el decreto de destitución de Espartero. Éste último envía un mensaje a Narváez para entrar juntos en Madrid, dado que el alzamiento antiesparterista se convierte en una carrera de progresistas y moderados para ver quién se hacía con el control de la revolución y el dominio de la situación, tras el posible triunfo. Reunidos los dos (Serrano y Narváez) en Torrejón de Ardoz, ofrecen un espectáculo de fraternidad y conciliación. Será la última batalla en la que tome parte Narváez.

El gobierno López fue restaurado con el título de provisional y aunque la totalidad de ministros es progresista, los moderados ocuparon cargos decisivos tanto en la administración como en Palacio y en el ámbito militar, además de que, por su relación con María Cristina en París, Narváez recibió el encargo del cuidado y protección de sus hijas. Afronta el desarme de la Milicia Nacional y lo consigue sin incidentes a pesar de que la disolución de las Cortes (julio 43), provocaría revueltas por incumplir Serrano la promesa de convocar Junta Central que reuniese a las Provinciales. También hay revueltas militares por las medidas tomadas en el ejército como las de contemplar ascensos de un grado a los que habían abandonado las filas del Regente y rebajas de dos años de servicio a todos los soldados; pero al hacerse efectivos los nuevos destinos tenían, los agraciados, que irse a provincias distantes de sus pueblos por lo que promueven alborotos y hay oficiales heridos; en respuesta se aplica un castigo ejemplar, siendo pasados por las armas. En estos primeros tiempos Narváez frustra una conspiración revolucionaria que se estaba gestando en Madrid dando orden de que las tropas ocupasen lugares estratégicos para evitar el alzamiento, y solamente tiene lugar la explosión de un polvorín en la puerta de Bilbao, descubriéndose los planes para asesinarle en la persona de Bernardo Iglesias; Narváez es el único que se salva de los tres ocupantes del vehículo.

Otro de los primeros asuntos que se abordaron fue el adelanto de la mayoría de edad de la reina que se aprobó en octubre 1843 a iniciativa de Narváez y los moderados, en aras de evitar una nueva regencia. Las nuevas Cortes serán plasmación electoral de la coalición revolucionaria y Narváez saldrá como Diputado por Valencia; entre los decretos aprobados destacamos el del reconocimiento de empleos y honores al exregente hasta su salida de España y la amnistía para los esparteristas. El primer enfrentamiento importante entre moderados y progresistas se da por la elección del Presidente de las Cortes para sustituir a Olózaga, ahora Jefe de Gabinete. Olózaga será exonerado acusado de forzar a la Reina para conseguir la firma de disolución de las Cortes.

Se inicia la década moderada, 5 diciembre 1843 y el nuevo presidente de gobierno será Luis González Bravo, antes progresista exaltado, quién concederá permiso para el retorno de la Reina Madre y el 4 enero 1844 Narváez será elegido Capitán General de los ejércitos españoles. González Bravo presenta su dimisión el 2 de mayo de 1844 e inmediatamente es nombrado Narváez que, con 43 años, gobernará desde 1844 a 1846. Manuel Salcedo destaca aspectos negativos de su talante como la excesiva brusquedad y limitada capacidad de resistencia a la incomprensión de sus intenciones, frente a su inteligencia, picardía, disposición a la conciliación y al entendimiento y su amor a la patria y a sus Instituciones, especialmente a la Corona y a las personas que la representaban.

Uno de sus primeros decretos será el de la organización de la Guardia Civil y, aunque hubo el precedente de González Bravo, el de Narváez la contempla como un cuerpo militar frente al carácter civil del anterior. Tendrá que abordar la detención de Prim por conspirar para matar al jefe de gobierno solicitando su indulto a la reina, además de hacer frente a Zurbano, militar logroñés que será uno de los últimos defensores de Espartero al que intenta disuadir pero, al echarse al monte con sus hijos, finalmente serán fusilados. Destaca como tarea de gobierno la promulgación de la Constitución 1845, con el objetivo de dar a la Nación estabilidad necesaria para que se pudiese promover el desarrollo del país y que estará en vigor hasta 1869. De ese mismo año será el plan de estudios de la Universidad Española elaborado por Gil y Zárate.

Importante también la reforma de su ministro de Hacienda Alejandro Mon, que reconvierte los 101 impuestos en cuatro tipos, reforma que tendrá una duración de 100 años; los impuestos eran dos directos, contribución territorial y subsidio industrial y de comercio y dos indirectos, derechos de puertas y los llamados consumos; el peso de la territorial era pequeña y por eso la recaudación se apoyó más en los consumos, además de que el fraude, la ocultación y desconocimiento de la base imponible, hicieron que los ingresos siguieran siendo inferiores a los previstos. Quedó sin resolver el problema endémico de la deuda pero sirvió para estabilizar la recaudación y permitir un cierto control de los ingresos.

Se lleva a cabo también la elaboración de una Ley de Administración Local y Provincial con sujeción al poder central. La centralización del Estado estará apoyada en Gobernadores Civiles, Militares y Diputaciones y la Ley Local y Provincial contemplaba la creación del Consejo Provincial con funciones consultivas del Gobernador y jurisdiccionales en lo contencioso administrativo. Compuesto por tres o cinco miembros que elige el Gobierno, a propuesta de la Diputación, está presidido por el Gobernador Civil que adquiere por esta medio una intervención en la administración de justicia lo que en ciertos puntos resultaba decisiva. En la nueva Ley Municipal la Corona designa alcaldes y tenientes de alcaldes, no solo en las capitales, sino en las cabezas de partido cuya población alcance dos mil habitantes, en tanto que el Gobernador lo nombra en los restantes lugares. La centralización es defendida por Miguel Artola “como consecuencia necesaria del aumento de la población que ocupa un territorio determinado y corresponde al incremento de organización necesario para limitar los conflictos… lo que se condena es la falta de representatividad”. Al centralismo atribuye Artola la aparición del “provincialismo” fenómeno que comienza a manifestarse a finales del reinado de Isabel II y que refleja, según su autor, la frustración de los grupos de provincia cuyas ambiciones políticas no encuentran posibilidades de acción frente a las clientelas constituidas por el gobierno y sus delegados. Este hecho sería para el historiador la versión incipiente de los inmediatos movimientos nacionalistas (Miguel Artola, La burguesía revolucionaria, 1808-1874, Alianza Universidad, 1980, pp. 240 y 249). En cuanto al concepto de representatividad analizado por Gustavo Bueno “Democracia representativa”, destaca el salto idealista de quienes la defiende, por su falta de neutralidad, cuando no caen en el más puro escepticismo, concluyendo que la idea es confusa, amorfa, dado que la representación no es posible, es un pseudoconcepto. Como ejemplo, en la época estudiada la continua alusión de Espartero al cumplimiento de la “voluntad general” por él ejercida. Y llegando al límite, en términos actuales “…el remedio ‘más democracia’ (más representatividad) puede interpretarse en el sentido de un federalismo libertario (por ejemplo, en el sentido que algunos propugnan de la transformación de España en diecisiete Estados libres asociados), porque entonces, la gobernabilidad del Estado se aproximaría al límite cero de su balcanización y reabsorción en uniones de radio mayor (como pueda serlo la Unión Europea de las Regiones)”. (Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente, Pentalfa Ediciones, Oviedo 2020, pág. 327).

Narváez se opondrá a la boda de Isabel, con el Marqués de Montemolin, Carlos Luis, en quién había abdicado Carlos María Isidro, como un proyecto de unión dinástica, defendida por Jaime Balmes y el marqués de Viluma y antes de terminar esta etapa de gobierno recibirá el título de Duque de Valencia presentando su dimisión el 11 de febrero de 1846, debido a su actitud independiente y la pérdida de apoyo de Palacio por el asunto de Méjico, ya que María Cristina quería la corona para un hijo de Muñoz. Decide volver a Francia a vivir con Alejandra Tascher y en 1847 nace su primer hijo. Se encuentra con apuros económicos por la quiebra de la bolsa de los que le sacará el Marqués de Salamanca, que estaba ejerciendo de embajador en París; se enfrentará a la muerte de su hijo Rodrigo y al nacimiento de su hija Consuelo, habida fuera del ámbito matrimonial, cuya concepción y peripecia vital quedan aún envueltas en tinieblas.

Durante su segundo mandato (1847-1851) tiene lugar la fusión del antiguo banco de San Fernando con el de Isabel II, dando lugar al Banco Español de San Fernando, bautizado en 1856 con el nombre de Banco de España y sede actual en la Plaza de Cibeles. A partir de 1874 termina de centralizarse en el nuevo banco estatal todo lo concerniente a la emisión y control de la moneda. En cuanto al Proyecto de ley que contempla la dotación de culto y clero se convertirá en norma en aras de un intento de Concordato con la Santa Sede que suscribirá en 1851 su sucesor Bravo Murillo. En 1849 se instaura la aplicación del sistema decimal a los pesos y medidas, además de la ley para la regulación de Sociedades por Acciones.

Ante la revolución de 1848 en distintos lugares de Europa (Comuna de París…) Narváez obtiene plenos poderes de las Cortes para decretar la suspensión de las garantías constitucionales por un periodo de nueve meses, comenzando a continuación la elaboración del Código Penal, modelo de ordenamiento que pervivirá hasta bien avanzado el siglo XX. El contenido del código refleja el cambio de coyuntura política: las penas por los delitos contra la libertad individual experimentan una sensible reducción respecto al anterior. Por el contrario los atentados y desacatos contra la autoridad conocen un notorio endurecimiento con penas de prisión que pueden llegar a ser de varios años de duración. La redacción del Código Civil tuvo un desarrollo excepcionalmente laborioso. A la derogación de todos los fueros, leyes, usos y costumbres, se añadían los principios de propiedad individual, libre circulación y disposición de los bienes. El proyecto fue sometido a información pública de los tribunales, facultades y colegios de abogados y, ante la resistencia creciente, su promulgación definitiva no llegaría hasta 1889. El asunto de los fueros será pura teoría pues el origen de la excepcionalidad foral que reconoce la Constitución actual se remonta al abrazo de Vergara de 1839, principal contrapartida para el bando carlista, que no fue otra que el reconocimiento de los mismos, sin perjuicio de la aceptación de la unidad constitucional de la Monarquía… “Las cuentas territoriales que ordenó elaborar el ministro Montoro lo dejan claro: el Gobierno Vasco cuenta con algo más del doble de recursos que todos los demás (Mikel Buesa, “De fuero a privilegio”, La Razón, domingo 26 de noviembre de 2017).

A Narváez le siguió Bravo Murillo (1851-1852) que emprendió un programa de obras públicas, con el Canal de Isabel II, su más destacado ejemplo; a la vez continuó la tarea emprendida por Alejandro Mon, ministro de Hacienda de Narváez, llevando a cabo la transformación de la deuda pública en consolidada, con lo que se permitía pagar intereses con regularidad, mantener una ley de contabilidad y elaborar, por primera vez, un proyecto presupuestario sin déficit.

La presencia de Sartorius, sucesor en las tareas de gobierno, propician el triunfo del pronunciamiento conocido como la Vicalvarada, a raíz de la cual, Espartero gobernará durante dos años con O’Donnell como ministro de la Guerra. Durante ellos (1854-1856) se llevará a cabo una nueva desamortización (Pascual Madoz) de carácter eclesiástico y civil (bienes comunales), además de dos leyes significativas: la de Ferrocarriles y la de Sociedades Bancarias y Crediticias.        

De nuevo estará Narváez, como Jefe de Gabinete, que lo hará durante un año (1856-1857). Continuará la legislación financiera y la política de Obras Públicas, en especial la construcción de ferrocarriles (Madrid-Zaragoza-Alicante MZA). Por otra parte se organiza la tarea estadística de los presupuestos generales del Estado, procediéndose a la elaboración del primer censo demográfico y, antes de terminar su mandato, promulga la Ley de Instrucción Pública conocida como Ley Moyano, ministro de Fomento que la lleva a cabo, encargada de planificar la educación pública a niveles de enseñanza primaria y secundaria, en vigor hasta bien avanzado el siglo XX. Ese mismo año se inaugura el Hospital de la Princesa.

El otro General que sería Jefe de Gobierno durante periodos largos y actividad institucional y legislativa destacada será…

Leopoldo O’Donnell

Los O’Donnell, durante la Edad Media, fueron familia influyente de Irlanda a la que la Reforma de Enrique VIII (siglo XVI) primero y la revolución de Cromwell (1648) después, obligó a emigrar a alguno de los O’Donnell eligiendo España como lugar de destino de su destierro. Leopoldo será hijo de José Enrique (1769-1834) quién hizo su carrera militar luchando contra los franceses en la Guerra de la Independencia, destacando su victoria en la Bisbal, provincia de Gerona, recompensado por ello con el título de conde de la Bisbal.

Enrique hermano de Leopoldo, participa en la 1ª Guerra Carlista (1833-40) a favor de Carlos y a raíz del convenio de Vergara fue homologado como comandante, llegando a ser teniente general y participa en la Guerra de Marruecos (1859-60). Obtiene acta de diputado en las Cortes Constituyentes de 1869.

Leopoldo nace en Santa Cruz de Tenerife (1809) e ingresa como subteniente en el regimiento de infantería llamado imperial Alejandro. Dotado de capacidad y dotes de gobierno, además de prestigio militar, hizo posible que fuera ministro de la Guerra, siendo Presidente Espartero (Vicalvarada) y presidió el gobierno durante los meses de julio a octubre de 1856 cuando abandona Espartero, y de nuevo entre el 30 de junio de 1858 y 2 de marzo de 1863, casi 5 años, con el partido de la Unión Liberal.

“Originado en las inquietudes de los elementos más aperturistas del moderantismo (puritanos). Inicia el proceso de su configuración política en los sucesos de 1854 pero será a partir de 1858 cuando cristalice como partido. Pretensión atractiva en momentos de profunda división en los dos partidos tradicionales (moderado y progresista) será apoyado por individuos como Posada Herrera o Cánovas del Castillo. Pero en su origen tenía el principio de su debilidad como es el de carecer de un contenido ideológico claro… Por eso, con los años se vio sometido a un proceso en sentido inverso al que le había dado consistencia: la evacuación de sus propias filas por buena parte de sus integrantes, para volver al seno de sus formaciones de origen. De este modo, tras el gobierno largo, el juego político quedaría restablecido, prácticamente en sus condiciones anteriores, con la Unión Liberal constituida casi en una fracción, aunque poderosa, del partido moderado, que, más debilitado tras la experiencia que el progresista, se alternaría con ella en el poder durante el escaso tiempo que quedó de vida al reinado de Isabel II”.

En cuanto a Narváez no vio con simpatía la formación de un nuevo partido que, aunque formado por miembros de los ya existentes, viniera a complicar las complejas relaciones políticas a que habían dado lugar éstos, a los que pretendía relegar a posiciones marginales dentro del escenario político” (Manuel Salcedo Olid, pp. 595-96).

O’Donnell volvió a presidir el gobierno de junio de 1865 hasta julio de 1866, reservándose también la cartera de Guerra. Galdós lo retrata en cuatro trazos hacia 1838 (29 años). “Era un chicarrón de alta estatura y cabellos de oro, bigote escaso, azules ojos de mirar sereno y dulce, fisonomía impasible estatuaria, a prueba de emociones, para todos los casos, alegres o adversos, tenía la misma sonrisa tenue, delicada, como de finísima burla al estilo anglosajón”. (Javier Paredes, “O’Donnell, Aita Tetuán, Espasa 2008, pp. 9-10. Carmen Llorca… pág. 148). Tenía 24 años cuando, contra todo pronóstico, puso su espada al servicio de la España liberal.

Sus primeros hechos de armas en la guerra carlista se localizan en Aragón, Navarra y Provincias Vascongadas. Concretamente, por su comportamiento en Lumbier se le nombró coronel; más tarde, por la gloriosa jornada de Unzá, fue ascendido a brigadier y a partir de entonces se convirtió en pieza básica del ejército que defendía la causa de Isabel II, estando presente en los escenarios decisivos del conflicto: Bilbao, Estella, Mendigorría, Los Arcos y Erice, donde fue herido de gravedad. En 1839, cuando todavía no había cumplido los treinta años, para sustituir al general Noguera se le nombra general en jefe del ejército del Centro, demarcación que comprendía Aragón, Valencia y Murcia. Por entonces los carlistas se habían hecho fuertes en la zona del Maestrazgo. Cabrera, concretamente, había puesto cerco a Lucena, por lo que O’Donnell acudió en ayuda de la población. La derrota infligida al Tigre del Maestrazgo ganó definitivamente a la región de Valencia para la causa de Isabel II. Por la importancia de esta victoria fue ascendido a teniente general y años después, en 1847, se le otorgó el título de conde de Lucena. Durante el año 1840 fue protagonista de numerosas acciones militares, que contribuyeron a que por fin Cabrera cruzara la frontera al frente de los últimos carlistas que todavía permanecían sublevados un año después de que se hubiera firmado el Convenio de Vergara.

Durante la regencia de Espartero (1840-1843) emigró a Francia por motivos políticos, de donde regresó para hacerse cargo de la capitanía general de La Habana en 1844, donde permaneció hasta 1848. Allí descubre los planes de Espartero para proclamar la República de Cuba bajo la protección de Gran Bretaña, contando con el respaldo de Estados Unidos (Seco Serrano, op. cit., pág. 111). De regreso a la Península, ocupó un escaño en el Senado y se le encomendó la Dirección General de Infantería. En 1844 se había hecho con el poder el partido moderado, y lo retendría durante diez años ininterrumpidamente. Y fue al final de este periodo cuando emergió la personalidad política de O’Donnell, dando tono y color a toda una época, pues, como afirma Galdós al principio del Episodio que el ilustre escritor titula con el nombre del general, «Fue O’Donnell una época, como lo fueron antes y después Espartero y Prim, y como estos, sus ideas crearon diversos hechos públicos y sus actos engendraron infinidad de manifestaciones particulares que, amasadas y conglomeradas, adquirieron en la sucesión de los días carácter de unidad histórica» (Javier Paredes… pág. 10).

Entre las tareas de sus gobiernos, destacamos:

En 1858 se inaugura el ferrocarril Castillejo-Toledo, concluido su trazado básico en 1865, con los gabinetes de Armero e Istúriz. Construcción del Canal de Lozoya y viaje a Asturias con el inicio del Puerto de Gijón e iluminación de Oviedo. Al año siguiente, construcción del Canal del Rio Manzanares, seguido del juicio a Esteban Collantes (Ministro de Fomento) por prevaricación y estafa a propósito de la piedra utilizada para el puente; Cánovas fue el fiscal y Manuel Cortina su abogado. Ese mismo año se lleva a cabo la organización del Ministerio de Justicia y la carrera fiscal, asimismo la creación del Cuerpo de Ingenieros de Montes, la reorganización del Ministerio de Fomento y el desarrollo de la Ley Moyano que fijaba la carrera profesoral de Maestros, Catedráticos de Instituto y de Universidad, así como la Ley del Notariado (notariado moderno), la Ley Hipotecaria que incluía aspectos de economía de mercado, de derechos de propiedad, reorganizaba el Registro y articulaba la carrera de registradores. Durante el bienio se ponen en marcha las medidas desamortizadoras y nueva legislación en materia de ferrocarriles, de bancos de emisión y sociedades de crédito; finalmente la Ley de Minas, y regulación profesional de abogados e ingenieros. La Marina aumentó en un 300% convirtiéndose en la sexta europea.

España participó de la oleada de expansión económica europea desde principios de los años 50, con una política gubernamental de inversión en obras públicas, liberalización y organización del mercado de la propiedad, marco legal para las inversiones extranjeras (Pereire, Rothschild) y las nacionales.

Reinado de Isabel II

Los liberales de Cádiz pasan a la conspiración acompañada de intentos fracasados de levantamientos, cuando Fernando VII (1784-1833) es repuesto en el trono como rey absoluto por las potencias que han derrotado a Napoleón y “Restauran” Europa en el Congreso de Viena (Rusia, Austria y Prusia). Consiguen gobernar durante tres años, cuando el levantamiento de Riego triunfa con las tropas afincadas en Andalucía para embarcarse hacia Hispanoamérica y sofocar las rebeliones dirigidas por criollos (e Inglaterra) frente al ejército real. Denominado traidor por Augusto Zamora, embajador de Nicaragua en España, en su citado libro que sostiene la imposibilidad de la derrota de Ayacucho (1824) si hubiesen llegado a tiempo las tropas de Riego. Ya durante el trienio (1820-1823) aparecieron diferencias entre los más moderados y otra facción exaltada (La Fontana de Oro. Galdós, café reabierto 1994, C/. Vitoria, 1, manteniendo barras y estrado iniciales). El Congreso de Verona liquida el Gobierno Liberal, enviando a los 100.000 hijos de S. Luis y repone a Fernando VII como monarca absoluto.

Sin embargo en diciembre de 1829 llega a España con 23 años María Cristina de Nápoles (1806-1878) para contraer matrimonio con el rey, de 45 años. El 10 de octubre de 1830 da a luz a la princesa Isabel y en enero de 1832 a la infanta Luisa Fernanda. Se presenta una complicación de orden interno y otra de carácter internacional, pues Austria, la Santa Sede, Prusia y Rusia no reconocieron a Isabel, mientras Cerdeña y las dos Sicilias se inclinaron por D. Carlos (VI), hermano del rey. Luis Felipe de Orleans a pesar de reconocer –como Inglaterra– a la reina Isabel, seguía una política un tanto turbia pensando que como el carlismo estaba centrado en los vascos y navarros, jugaba con la idea de formar con ellos otra Suiza entre Francia y España, por lo que se mostraba reacio a prestar ayuda a las tropas de Isabel II. (Carmen Llorca, p. 31, sin documento acreditativo).

Previamente hubo que acomodar la legislación a las necesidades sobrevenidas. La Ley Sálica que Felipe V impuso con el Auto Acordado de 1713 había de ser abolida por la Pragmática Sanción, ley aprobada en las Cortes de 1789. Fue promulgada por Fernando VII definitivamente el 22 de septiembre de 1832. Así la reina pudo ser jurada como heredera el 20 de junio de 1833. José Ramón Urquijo Goitia, profesor investigador del CSIC y académico de la RAH, recuerda en el 175 aniversario del acto, las circunstancias especiales en el que se desarrolló, reprochando a sus biógrafos (Llorca, Burdiel) el silencio mantenido sobre los mismos. Varias cortes de diferentes ramas de la familia Borbón (Francia, Nápoles, Cerdeña) iniciaron presiones para intentar la anulación de la Pragmática y a fines de 1832 en que Fernando VII parecía acercarse al final de su existencia, los embajadores italianos de Nápoles y Cerdeña y el de Austria, unidos al pretendiente D. Carlos consiguieron su anulación. Recuperado el monarca, restableció la situación anterior y expulsó a los diplomáticos que habían intervenido, con lo que el Consejo de Ministros decidió, a propuesta del Rey, acelerar la ceremonia de la jura ante las Cortes. Publicado el decreto de convocatoria, las representaciones extranjeras defendieron la necesidad de que los embajadores no fueran invitados, o bien se ausentaran de Madrid en esas fechas. Los comentarios de Metternich en París aconsejaban estar presentes en el acto para reforzar a Cea Bermúdez, Presidente de Gobierno de carácter conservador. Finalmente la homogeneidad de la actuación apareció cuando el embajador ruso comentó que había recibido órdenes del Zar para asistir al acto. La única ausencia fue la napolitana (“Así fue la azarosa jura de la Princesa de Asturias”, La Razón, 14 de octubre de 2018). En su resumen cronológico final, Carmen Llorca reseña que D. Carlos es reconocido por el reino de Cerdeña y el de las Dos Sicilias y que a la Reina la reconocen Gran Bretaña y Francia, mientras la Santa Sede, Austria, Prusia y Rusia se abstuvieron, pág. 329.

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En la década de los 30 serán los llamados progresistas, de los cuales Álvaro de Mendizábal y su desamortización eclesiástica es lo más destacado del momento. Este político “asociado con el poder asombroso y mágico del crédito, prometió que facilitaría el dinero para poner en pie un nuevo ejército de reclutas forzosos en aras de ganar la guerra del norte. Había conocido el mercado de capitales en los doce años que estuvo allí y para obtener un empréstito inglés estaba dispuesto a rescindir la prohibición de importar tejidos ingleses, cubriendo el interés del crédito mediante unos derechos de importación del 25% sobre los productos textiles admitidos. Palmerston estaba en contra porque serviría tan solo para empeorar las relaciones con Francia que veía en Mendizábal un agente inglés. El crédito inglés de Mendizábal se desplomó con la crisis de 1835, evaporándose el interés de los especuladores por los bonos españoles. Ya le había advertido David Ricardo a Palmerston que los ingleses dispuestos a invertir en España sentían mayor interés por las acciones de ferrocarriles que hacia los créditos al gobierno español. Ante ello la leva quedó en un asunto de reclutas forzosos, mal equipados y revoltosos” (Raymond Carr… pág. 175).

Hay que señalar que el decreto de desamortización eclesiástica de 1836 vino acompañado del de la supresión de la Mesta, abolición del régimen señorial, reforma arancelaria y libertad de la industria con la inauguración de los altos hornos de Marbella (Heredia) y a principios de los 40 los de Vizcaya (Bolueta, Ybarra), incorporándose el vapor a la industria, acompañada de una ley de minas. A partir de los años cuarenta se introducirán las selfactinas en la industria algodonera catalana. Reinando todavía Fernando VII se aprobó el Primer Código de Comercio (1829), decretándose la libertad mercantil, acompañada de la Ley de Enjuiciamiento sobre los negocios y causas mercantiles. En 1831 había sido abierta la Bolsa de Madrid que ocupó inicialmente un antiguo edificio monástico. Pronto se convirtió en uno de los centros neurálgicos de la vida económica del país, especialmente gracias a las operaciones especulativas que propiciaron la desamortización, primero, y más tarde la construcción de ferrocarriles y operaciones de deuda.

La presencia progresista en el gobierno comporta un cambio en la cúpula militar. Fernández de Córdoba será sustituido por Espartero al frente de la campaña del Norte y también se resentirá el entonces brigadier Narváez en la cuestión de la persecución contra el carlista Gómez de la que entonces él estaba encargado. Pese a su triunfo sobre el carlista y a sufrir una insurrección en sus tropas organizada por los partidarios de Espartero (Alaix), Narváez será el sacrificado, como se ha comprobado.

La guerra del norte termina con el abrazo de Vergara que no vino como consecuencia de una victoria definitiva, sino mediante transacciones secretas entre Maroto, el Generalísimo carlista y el jefe isabelino Espartero. El primero despejó su camino liberándose de sus rivales en las propias filas con ejecuciones sumarias; según Fernández de Córdoba, Espartero proyectaba hacer lo mismo en las filas cristinas de haber conseguido que él y Narváez acudiesen a Valladolid para declarar por las acusaciones que pesaban sobre ellos tras el oscuro affaire de Sevilla (Carlos Seco…pág. 91). Las negociaciones de paz presuponían el mantenimiento de los fueros y garantías para el ejército carlista, foralismo que ensalza Raymond Carr como bello movimiento romántico (Raymond Carr… pág. 221).

Sabemos que en la guerra carlista se determina el ascenso y popularidad de Espartero hasta convertirse en Regente y que, sin embargo, su triunfo y actuación durante los tres años de gobierno, concitan la animadversión de su propio partido que unido a los moderados y la Reina Madre provocan su caída y posterior emigración a Inglaterra. Todavía habrá un Gobierno presidido por González Bravo, periodista, político, autor dramático, que, desde el Guirigay, ha insultado con verdadero placer a la Reina Madre durante los años de su Regencia. Traerá de nuevo a María Cristina a España pero su gobierno durará el tiempo que ella tarde en imponerse en Palacio.

El 2 de mayo de 1844, Narváez es nombrado Jefe de Gobierno, cargo que ostenta hasta febrero de 1846 y se promulga la Constitución de 1845 de carácter moderado respecto a la anterior del 37 con un Senado no electivo, ampliación de existencia legal de las Cortes de 3 a 5 años, supresión de la Milicia Nacional además de establecer la confesionalidad católica de la Nación Española.

Matrimonio de Isabel II

Durante el interregno del marqués de Miraflores, se aborda la cuestión de los regios enlaces (12 febrero 1846 - 16 marzo 1846). Durante la niñez de Isabel el asunto se planteó en términos españoles y familiares dado que se trataba del matrimonio de Isabel con su primo Carlos Luis (conde de Montemolin), hijo del pretendiente D. Carlos, pero una vez vencido este, perdió fuerza aunque no sería totalmente olvidado a nivel nacional e internacional. Por otra parte la hermana de María Cristina, Luisa Carlota, esposa de Fco. de Paula (hermano de Fernando VII) quería casar a Isabel y a su hermana Luisa Fernanda con sus dos hijos Enrique y Francisco de Asís, aunque la Reina Madre aspiraba a emparentarse con el rey francés, Luis Felipe de Orleans. Ya en época de la Regencia de Espartero se hicieron gestiones en torno a Leopoldo de Bélgica para que Isabel se uniera con su sobrino Leopoldo de Coburgo, primo de Alberto el consorte de la Reina Victoria. Sin embargo la negociación desencadenó una rápida contraofensiva por parte de Francia. Un matrimonio Coburgo debilitaría su influencia sobre España, muy dañada por la especial relación británica que cultivaba Espartero y desequilibraría sus fronteras mediterráneas a favor de Inglaterra en un momento en que la colonia de Argelia y los avances franceses en Túnez y Egipto convertían la región en especialmente sensible. Un agente francés, agregado a la embajada española (Michel Pageot) comenzó a recorrer las cancillerías europeas (Inglaterra, Austria, Prusia) con el objetivo de lograr que España “se redujese a un matrimonio Borbón” y a cambio Francia sacrificaría toda pretensión propia. Luis Felipe y la reina Victoria, reunidos en el castillo de Eu sancionaron con quién no debía casarse la joven reina: ni con un hijo de Luis Felipe de Orleans, ni con un pariente de la familia real inglesa, es decir, un Coburgo.

Ya había sido abandonada la primera opción de María Cristina como fue la de su hermano pequeño, el Conde Trápani, en la idea de que, un matrimonio de adolescentes como ambos eran, la permitiría manejar el Palacio a su antojo. La solución quedó reducida a los dos primos, hijos de la hermana Luisa Carlota, mejorada además por su fallecimiento en 1844. Pero de los dos el menor, el infante D. Enrique, había caído bajo la influencia de la facción más apasionada del partido progresista español y por ende el preferido de los ingleses. Por tanto la Reina se casaría con Francisco de Asís, decisión intranquilizadora por sus condiciones físicas, por su carácter y por sus simpatías políticas. El matrimonio de la reina quedaría asociado al de la infanta Luisa Fernanda con el duque de Montpensier, hijo de Luis Felipe de Orleans. Ante la incapacidad para tener descendencia la reina, bien podría aspirar la infanta a aportar el posible sucesor al trono de España.

Cuando se lleva a efecto la solución final, a Miraflores, hastiado y retirado, le sucede Isturiz que no se opone a nada ni tiene pretensiones. Narváez es llamado al Gobierno, pero su candidatura no prospera por desavenencias con la Reina Madre. Lo cierto es que todos han sabido poner su veto y ninguno da la solución. Todos han intrigado para hacer fracasar una combinación, pero ninguno se ha opuesto para impedir la candidatura que más perjudicaba a la Reina.

“El balance de todas estas negociaciones es desconsolador y la solución deplorable. La influencia francesa se ha impuesto en todos los órdenes y las más destacadas figuras del partido moderado han acabado peleadas entre sí… Si se hubieses prescindido de los acuerdos de Eu, que podían obligar a los contratantes pero no a España, que no había intervenido, Isabel II hubiera podido concertar la boda que le hubiese apetecido (Constitución de 1837). María Cristina lo ha hecho todo mezquino, lo ha embrollado todo y los partidos lo han arruinado. ¿Por qué esos temores de que Francia retire su Embajador o Inglaterra trate de imponer su gobierno?. ¿No se apresurará Narváez a demostrar, poco después, con la expulsión de Bulwer, lo irrisorio, lo ficticio de tales amenazas?. Con todos estos manejos, todos –María Cristina y sus políticos– han desconocido un principio fundamental: la soberanía de España (Carmen Llorca, op. cit., p.96).

Galdós comenta a propósito del día de la boda: “todo el regocijo de los corazones, toda la efusión de las almas era para la Reina Isabel, para su juventud risueña y llena de esperanzas, para su rostro sonrosado, en que la virginidad y la gracia picaresca fundían sus encantos; para su nariz respingada, que bien podía llamarse una nariz popular; para su boca, que no habría sido tan simpática si fuese más chica; para su desarrollo de garganta y busto más avanzado de lo que ordenara la edad; para todo aquel conjunto lozano y sonriente y aquella inocencia frescachona. Desfilando en la soberbia carroza entre las apretadas masas del pueblo, iba Isabel en sus glorias”. “Tiene garbo y simpatía de comadre chulapona,” dice de ella Valle Inclán (Carmen Llorca, págs. 98 y 100).

La presencia relámpago de Narváez en 1846 (20 días) es seguida hasta octubre de 1847, en que el general ocupará la jefatura de gobierno por un periodo de 5 años (excepto el relámpago de 1 día que mantuvo Cleonard), de gobiernos presididos por Javier Isturíz, el marqués de casa Irujo y el de Salamanca. Ese mes de octubre de 1847, Narváez inicia sus tareas coincidiendo con el cumpleaños de la Reina sin la presencia de su marido. El General es concluyente en sus determinaciones y el día 13 se va a por el Rey a El Pardo, en donde se había instalado y se lo trae a Palacio. Es notorio que Francisco de Asís será un decidido enemigo de Narváez en todo momento.

Un día después de haberse formado el Ministerio, Serrano buscó a Narváez y le comunica que aquella misma noche los progresistas se apoderarían del poder porque la reina estaba semirresuelta a dárselo a Mendizabal; en medio de la conspiración el embajador británico Henry Lytton Bulwer. La revolución de febrero de 1848 en Francia con la caída del régimen de Luis Felipe produjo rápido contagio en Europa por lo que Narváez presenta un proyecto de ley de poderes excepcionales, convertido en Ley en el mes de marzo y mantenida en vigor durante 9 meses, con lo que los conatos de insurrección progresista y levantamientos carlistas desde el año anterior, pudieron ser sofocados por las medidas preventivas. El duque de la Victoria zanja también el asunto del general Serrano. La Reina adolescente (16 años) defraudada de su experiencia matrimonial se queda fascinada por la juventud y prestigio del general Serrano (27 años), quién utilizará del modo más audaz su poder conquistador. El affaire Serrano había sido urdido por el diplomático británico Bulwer, expulsado finalmente por Narváez. El general Serrano, “frio, ambicioso, soberbio y desapasionado, hará de las preferencias soberanas una demostración pública que será vitoreada con aclamaciones y atrevidos piropos de la gente popular mientras el progresismo demuestra que la elección del favorito era muy acertada. Pero a la vez es la denuncia a la nación de la situación irregular del matrimonio real y será explotado por los progresistas para desprestigiar el matrimonio acordado por los moderados” (Carmen Llorca, pág. 102); para zanjar la situación Narváez ofrece la Capitanía General de Granada a Serrano. Respecto a la actitud de Isabel, recordamos a María Antonieta nombrada por D. Gustavo Bueno como ejemplo de nación biológica: el protocolo de Palacio exigía testigos en la noche de boda de los Reyes para asegurar la descendencia. Luis XVI sufría una enfermedad que solucionó tardíamente al ser operado. En este caso, la imposibilidad genética de Francisco de Asís, dictaminado por la tradición médica oral decía que padecía de hijospadias, malformación congénita del aparato genital masculino y que consiste en una apertura de la uretra antes de su lugar natural. La propia María Cristina había aludido repetidamente ante los embajadores Bresson y Bulwer a la impotencia probada de su sobrino.

Serrano pronto será sustituido por el marqués de Bedmar que durante todo el año 1848, él y la reina viven, contra toda oposición, la historia de su amistad. Así llega el año 1849 en que Bedmar solicita del Rey un año de licencia para pasar a París (era gentilhombre de Cámara del Rey e Intendente de Palacio); a cambio le complacerá en política deshaciéndose de Narváez. Llegamos así a la famosa crisis del gabinete relámpago de Cleonard (19 de octubre de 1849; 27 horas). (Isabel Burdiel pág. 225).

A propósito del ministerio relámpago Cleonard, Galdós le pregunta a Isabel por su explicación y ésta es la respuesta de la Reina: “Cierto que aquel cambio de ministerio fue una equivocación, pero al siguiente día quedó todo arreglado… Yo tenía entonces diecinueve años… Este me aconsejaba una cosa, aquel otra, y luego venía un tercero que me decía: ni aquello ni esto debes de hacer, sino lo de más allá… Póngase usted en mi caso. Diecinueve años metida en un laberinto por el cual tenía que andar palpando las paredes, pues no había luz que me guiara. Si alguno me encendía una luz venía otro y me la apagaba…” (B. P. Galdós, Memoranda, Bringas y Thiers, 2019, pág. 48. Recogido por Carmen Llorca, pág. 119).

“Sobre los amantes de Isabel II se ha hablado abundantemente… En el archivo de la Prefectura de Policía de París existe un informe, fechado en 1876 en el que se recogen las relaciones amorosas más importantes de la reina, la forma en que sus cartas fueron utilizadas por los ministros y por su propio marido para chantajearla personal y políticamente; la cortesía de Práxedes Mateo Sagasta le devuelve un paquete con documentación comprometida. Isabel Burdiel insiste, al referirse a Carmen Llorca, que tuvo la experiencia directa desde la publicación de su primera obra de Isabel II, añadiendo que el profesor Fernández Almagro depositó en su momento en la Academia de la Historia una correspondencia privada de la Reina con alguno de esos amantes; también que el depósito fue provisional y que hoy en día esa documentación ha vuelto a algún archivo privado. Por otra parte, existen indicios de que Natalio Rivas, abogado, político y escritor (1865-1958), poseía en su archivo privado otra correspondencia entre el marqués de Bedmar e Isabel II en la que es patente la relación que mantuvieron a finales de la década de los 1840. Las indicaciones más concretas proceden sobre todo de la biografía de Carmen Llorca, quién, implícitamente, deja entender que ha consultado esa documentación a la que hoy ya no tenemos acceso. (Isabel Burdiel… Nota 106 del cap.5). El conocido lance de las manos regias encima de la barandilla en el teatro, fue la señal que la Reina usó para asentir al deseo de Bedmar, su protector Miraflores y sobre todo del Rey de expulsar a Narváez del gobierno. Pues bien, para esta información Carmen Llorca alude al Archivo de Palacio, Caja 12. En cuanto al golpe de mano palaciego, Narváez no dudó en actuar y la mayor excusa será el pesado fardo de un matrimonio indeseado con un hombre mezquino, intrigante y grotesco, a quién despreciaba más allá de todo disimulo. Aquello era demasiado para Narváez por lo que acompañado de Fernando Fernández de Córdoba, anunció al rey que quedaba arrestado en sus habitaciones hasta nueva orden.

En 1850 Narváez, superada la crisis palaciega y el pánico de los efectos de la oleada revolucionaria de 1848, parece estar asentado en el gobierno; solo el Rey es irreductible y sigue en la idea de hacerle caer. Una de las mil razones por las que le odia es porque no le dejaba ser caprichoso: el General no le consentía el más leve histerismo. La Reina ahora vuelve a dejarse cortejar por José María Ruiz de Arana, futuro duque de Baena por su matrimonio, en 1859 con la Duquesa de ese título. Pero una cierta hostilidad hacia su estilo autoritario conjugó todas las enemistades que el general venía cultivando. La ocasión vino con el pulso que mantuvo con su prestigioso titular de Hacienda y Obras Publicas Bravo Murillo a propósito de los recortes en el gasto militar que el ministro proponía, a raíz del cual Narváez presenta su dimisión. Le sucede el propio Bravo Murillo excelente economista, enérgico y tenaz, emprendió una reorganización de la administración, además de llevar a feliz término obras importantísimas como el famoso canal de Isabel II, ferrocarriles… (Juan Pro: Bravo Murillo. Política y orden en la España liberal. Madrid, Síntesis 2006, en Carmen Llorca, pág. 133). “Uno de los muchos estadistas españoles que creyeron que la tarea de poner la civilización material española a la altura de Europa estaba fuera del alcance de la maquinaria constitucional liberal y de la empresa privada, Inglaterra era un caso excepcional. El verdadero modelo era Francia. Su programa de obras públicas fue más ambicioso que el de ningún gobierno desde el siglo XVIII: bajo su mandato el Ministerio de Fomento financió ferrocarriles, un teatro nacional, el Canal de Isabel II y el Canal de Castilla para abrir los mercados del norte al trigo castellano y crear opinión pública con periódicos del Gobierno.

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Político honrado y administrador competente… Lo que Bravo Murillo no comprendió fue que en diez años el constitucionalismo adulterado se había convertido en instrumento de una oligarquía poderosa… Un instrumento será el Senado (349 senadores, 98 de ellos generales) donde los generales disidentes habían afirmado un derecho a critica a su superior militar, incluso al propio Narváez”. (Raymond Carr… pág. 242).

Comenzó a gobernar el 10 de enero de 1851, después de Narváez y se mantuvo hasta diciembre de 1852. Se inicia con él la elaboración de un proyecto de reforma constitucional en un sentido autoritario coincidiendo con el golpe de Estado de Luis Napoleón en Francia en diciembre de 1851. Reanudó las relaciones con la Santa Sede con la que habían contemporizado gobiernos moderados desde 1844 a propósito de las medidas desamortizadoras de Mendizábal. El envío por parte de Narváez, en plena revolución de 1848, de una expedición militar de apoyo al nuevo Papa, Pio IX, habían mejorado sustancialmente las relaciones con Roma. Sin embargo el mismo Narváez se había resistido a conceder a la Iglesia todas las satisfacciones que exigía y fue Bravo Murillo el que acabó haciéndolo en el Concordato de 1851. Bajo su gobierno se sabe con certeza que la Reina espera otro hijo (el primero nace en julio de 1850 y muere poco después). En este caso nace la princesa de Asturias el 20 de diciembre y el 2 de febrero de 1852 Isabel se traslada a la Virgen de Atocha para presentar a la recién nacida, donde será apuñalada por el clérigo Martín Merino quién fue detenido, ejecutado y esparcidas sus cenizas. El rigor de Bravo Murillo se hace extensible a la idea de eliminar obstáculos parlamentarios innecesarios para la recta, ordenada y racional labor administrativa y de fomento de la riqueza, legítimo objetivo de la acción de gobierno de técnicos de la administración. Los nueve proyectos legislativos que componían la reforma en discusión respondían a la necesidad de cirugía urgente del cuerpo enfermo de la política española; un caso más de regeneracionismo de nuestra historia. La propuesta no contaba con el apoyo del grueso del partido moderado, tampoco con el del ejército liderado por Narváez quien personalmente ataca desde el Senado al gabinete más moderado y menos prudente de todos, además de otras críticas del ala puritana como Leopoldo O’Donnell. El fracaso de su iniciativa, supuso el final de su gobierno, acompañado de su enemistad con Palacio al negarse a enriquecer a los hijos de María Cristina y de su segundo marido (Fernando Muñoz, duque de Riánsares que ocupan el Palacio de Rejas desde su regreso a Madrid); es tan inflexible en esto como en política.

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Palacio de Rejas. Rehabilitado por el Estado en 1980. Desde 1987 Escuela Superior de Conservación y Restauración de bienes culturales de Madrid (ESCRBC)

Entre 1852 (diciembre) y 1854 (julio) se suceden tres gabinetes moderados presididos por el conde de Alcoy (influencia de los Muñoz) Lersundi y Luis Sartorius, conde de S. Luis. Impetuoso y complaciente ha de abordar la aparición de la cuestión de los ferrocarriles, negocio oscuro y escandaloso que manifiesta cómo María Cristina había apoyado siempre la solicitud del marqués de Salamanca porque representaba también los intereses del duque de Riánsares. La oposición del Senado y la votación contraria del Congreso, le llevan a tomar medidas que, a pesar del mal resultado, repetirá González Bravo en 1868: desterrar generales distinguidos y destituir de sus empleos a conocidas personalidades, amén de amordazar a la prensa. Naturalmente los perseguidos se unen y prepararán la revolución. O’Donnell, organiza y dirige la revolución contra S. Luis. Sublevadas las tropas en los alrededores de Madrid (Vicálvaro) la Reina le envía representantes para negociar y a través de ellos le hacen llegar a Isabel el manifiesto de Alcalá de Henares (28 junio 1854). No hay arreglo posible. Se trata de depurar el gobierno y en la operación han tomado parte los moderados y, sin duda alguna, el mismo Narváez. Se procede con lentitud por ambas partes hasta que la energía de Cánovas, secretario de O’Donnell, redacta y presenta en Madrid el manifiesto del Manzanares. El pueblo se lanza a la calle y toma parte en la revolución atacando los palacios de la Reina Madre, Salamanca y Sartorius. (José-Ramón Urquijo y Goitia, la revolución de 1854 en Madrid, CSIC, 1984). La reina no duda, al fin, en llamar a Espartero que hace su entrada en Madrid en medio de aclamaciones populares. María Cristina abandona secretamente España y las Cortes certifican a Espartero como Presidente de Gobierno mientras O’Donnell mantiene la cartera de Guerra. Los dos políticos, representantes de partidos diferentes, aunque no demasiado separados por sus ideas políticas forman una coalición, no alternancia en el uso del poder.  “La viciada práctica electoral supeditará cada cambio real a un pronunciamiento. La crisis de 1840 que abre el trienio esparterista, es en realidad un pronunciamiento del partido progresista que se ampara en el prestigio militar de Espartero. En 1843, la presión de los moderados, acordes con un progresismo al que el propio Regente ha dividido, derriba el Gobierno esparterista. En la pugna producida, los moderados se agrupan tras un espadón: Narváez (1844). Diez años después (1854) la situación se produce a la inversa. El moderantismo escindido hace frente común con los progresistas, largo tiempo alejados del poder. Aunque estos de momento se beneficien del pronunciamiento, la situación evoluciona hacia una tercera fórmula política, encarnada por un nuevo Caudillo: O’Donnell”. (Seco Serrano… pág. 80).

Isabel Burdiel dedica un capítulo a las jornadas revolucionarias y a los comentarios de periódicos extranjeros, The Times, o del embajador inglés Howen vertiendo la idea de que la soberanía popular es conquistada por la fuerza de las armas. La prensa española, dice Burdiel “incluso aquella más cercana a posturas conservadoras del alzamiento, enfatiza supuestos historicistas clásicos que recoge del periódico El Faro Nacional, 25 de julio de 1854, de tendencia moderado unionista: De esta sencilla idea, inspirada por la recta razón, confirmada por la historia y santificada por la relación misma, se deduce la máxima de eterna verdad de que los reyes son para los pueblos, y no los pueblos para los reyes” (Isabel Burdiel…, pp. 327, 328) y (cita 78, p. 883)”. ¿Conocerá la insigne historiadora al Padre Mariana?. La misma autora, al referirse a las negociaciones, llevadas a cabo entre la coalición gubernamental para tomar medidas inmediatas, afirma que lo poco que se sabe al respecto procede de los embajadores francés e inglés, a quienes recurrió Espartero para que utilizasen su influencia en busca de cierta unidad de acción (nota 89 p. 883 de Howen a Clarendon). Insiste el embajador, con quien Espartero consultaba muy a menudo, que era incapaz de saber qué quería realmente el general al escribirle a su ministerio (p. 333) y un poco antes ha recogido otra cita (nº 91 p. 883) de la Revolución en España “K. Marx y F. Engels, Barcelona Ariel 1970 p. 70, en la que un tal Frederick Hardman, íntimo amigo del lugarteniente de Espartero, Gurrea, escribió a su periódico, afirmando el convencimiento de que Isabel firmaría su acta de abdicación, citando los candidatos que sonaban por aquellos días como alternativa: el infante D. Enrique, hermano de Fco. de Asís, preferido por Inglaterra, Montpensier, hijo del derrocado Luis Felipe de Orleans, casado con Luis Fernanda, hermana de Isabel y al parecer preferida de María Cristina y D. Pedro IV de Portugal. Se ha hablado incluso de una República federal, recogiendo más información del embajador inglés al Ministerio de Exteriores y vuelca documentación de NA (National Archives = Archivos nacionales británicos) y FO (Foreing Offices = Ministerio de Asuntos exteriores británico) que dice: por la proclamación de varias Juntas, no diría que esta posibilidad es menor, refiriéndose a traer una República y realizar la desmembración del Reino que en Cataluña, Valencia y Andalucía está muy activo el sentimiento (Cita 96 y 97 p. 334). De las mismas fuentes recoge el despacho de Howen a Clarendon (30 agosto 1854) en que el embajador insiste en la presencia del su homólogo norteamericano, Soule, quién habría repartido dinero entre los sublevados con el objetivo de que se proclamase la República a cambio de la venta de la isla de Cuba. (Nota 124, p. 885).

De hecho, el 20 de noviembre de 1854, Howen ha hecho una declaración a Clarendon recogida por la Nación y la Época el día 24, recordando que “la cuestión monárquica y dinástica de España es una cuestión europea, y algún título tienen para dar amistosos consejos, o expresar simpatías acordes con las de la nación, los representantes de aquellas potencias”, añadiendo que la aceptación de príncipe extranjero sería difícil. (Cita 49 p. 888). Las incógnitas se despejaron con la apertura de las nuevas Cortes configuradas con importante número de caras nuevas (52%) de mayoría progresista 134, seguida por representantes de la Unión Liberal 65, moderados 24 y 34 demócratas (257 diputados). Eran 41 abogados-propietarios, 43 abogados, 43 propietarios, 12 catedráticos, 19 periodistas y escritores, 37 militares, 2 diplomáticos, 10 magistrados, jueces y fiscales, 2 hacendistas y economistas, 10 comerciantes, 2 farmacéuticos, 6 banqueros, 8 funcionarios, 5 médicos, 1 ingeniero, 1 marino, 13 nobles titulados (Isabel Burdiel… p.886 nota 19, recogido de Isabel Casanova, El Bienio progresista).

Por lo demás, la actuación del Gobierno de filiación básicamente progresista irá encaminado a proseguir la labor desamortizadora de Pascual Madoz, no solo eclesiástica, sino en este caso y principalmente civil: bienes municipales de propios y comunes. “La revolución le había destacado progresista de izquierda y representante político del capitalismo catalán siendo gobernador civil de Barcelona” (Raymond Carrr… pág. 244, en alusión a Madoz). En la eclesiástica se incluía cantidad importante de bienes de la Iglesia, del clero secular y de los establecimientos de beneficencia que habían quedado sin vender. Vino acompañada esta ley de la discusión de la base 2ª de la Constitución sobre la tolerancia religiosa. La intención era conceder amplía libertad de cultos, medidas que vendrán acompañadas de la ruptura de relaciones con la Santa Sede selladas en el Concordato de 1851 (Papa Pio IX). Con ello hacemos referencia a la nueva Carta que se estaba elaborando conocida como la “no nata” de 1856 porque no llegó a ser promulgada.

Se desatan de nuevo las intrigas urdidas desde Palacio (Francisco de Asís) que vuelven a resucitar la antigua idea de atraer a las familias carlistas bajo la fórmula de abdicación de Isabel II; Francisco de Asís sería nuevo Regente de la princesa de Asturias, Isabel, seguida de matrimonio con algún descendiente de D. Carlos, fuese el que fuese el heredero. En una palabra buscar la reconciliación dinástica de un pacto de familia. La conjura se neutralizó, entre otras razones, porque los liberales moderados no estaban dispuestos a pagar el altísimo precio de un pacto con los carlistas que pondría en peligro los logros de la ruptura liberal con el absolutismo.

Encargada de evitar la reacción de un partido moderado, por otra parte demasiado fraccionado y los excesos revolucionarios de demócratas y republicanos que desbordasen el constitucionalismo, se crearía un partido aún embrionario llamado La Unión Liberal con Andrés Borrego como ideólogo y Antonio Cánovas de impulsor. El bienio por, otra parte, fue acompañado de un fuerte aumento de conflictividad social. Epidemia de cólera, escasez de grano agravada por la guerra de Crimea (54-56) Rusia/Francia, más las medidas desamortizadoras que dejan a los campesinos sin el uso de bienes municipales de propios y comunes y, como prueba, la insurrección castellana de julio del 1854 (Valladolid, Palencia, Medina de Rioseco).

El bienio terminó con la clausura por periodo estival de las Cortes Constituyentes que habían elaborado y aprobado la Constitución de 1856. Además, el partido progresista iba perdiendo apoyos a costa de la ampliación de los demócratas y de la configuración de esa Unión Liberal de centro en torno a la figura de O’Donnell, opción favorita de Luis Napoleón mientras Inglaterra (Howen) enfriaba su entusiasmo por Espartero porque no había conseguido todavía ninguno de los tratados de comercio preferentes que esperaba. Tampoco prosperó la idea progresista de buscar alternativa a su jefe porque había demasiadas pretensiones personales: Allende Salazar, Madoz, Salustiano Olózaga, Escosura. Al final Espartero dimite y es necesaria una remodelación de gabinete. O’Donnell juró como primer ministro el 14 de julio y mantuvo la idea de coalición al incluir progresistas y conservadores puritanos. Había llegado a ser primer ministro por la incompatibilidad entre Escosura ministro de Gobernación y él mismo como ministro de la Guerra. Ante la necesidad de elegir, la Reina se decide por este último y Espartero haciéndose solidario de Escosura se retira con él (¿golpe de estado?). Termina de esta manera el inestable arreglo surgido como consecuencia de la revolución de Vicálvaro y se inicia una política nueva bajo el mando de O’Donnell, que intenta ser más equilibrada que la progresista y más ecuánime que la de los moderados y, como es lógico, dura muy escasos meses. “Resultaba preferible conseguir las alianzas con las clases respetables mediante la defensa del orden a armar a las menos respetables para oponerlas a la contrarevolución. Este dilema acabó con todos los gobiernos revolucionarios españoles”. (Raymond Carr… pág. 241). ¿Reproche en defensa de la revolución?, ¿qué tipo de revolución defiende?.

En estos dos años de convivencia política, en sus constantes visitas a Palacio y en su trato obligado con la Reina, O’Donnell ha tenido la oportunidad de penetrar y estudiar el carácter de la Soberana. No necesita tanto tiempo para rendirse ante su gracia y simpatía…. Lo que le sucede es que tiene mucho dominio y seguridad en el gobierno de sus sentimientos. El que ha nacido en su corazón hacia la Reina está hasta por encima de sus ideales políticos. Es muy posible que a conservar este amor en la sombra delicada del respeto contribuya el que O’Donnell tiene cuarenta y cinco años, cuando la Reina sólo cuenta veinticuatro…; también lo es que esa misma diferencia de edad aviva el amor, aunque imponga una modificación protectora que lo convierte en ideal. Esto no es bastante obstáculo, si no se hubiera propuesto por ambas partes guardar la más absoluta delicadeza, porque en Isabel II el amor no ha encontrado jamás el salvable límite de los años, ni de las jerarquías. O’Donnell está a su lado, dispuesto a secundar sus propósitos, pero preparado también a hacerla claudicar… Narváez no hará esto jamás. El no consentiría. Y es la razón por la que en O’Donnell tiene el Duque de Valencia un competidor muy fuerte… Su política ha estado más de acuerdo con Palacio y suele hacer las cosas sin tanta contemplación. Narváez es la audacia, la fuerza. A su paso despierta la animosidad. No se preocupa en ocultar un comentario ofensivo, ni disimular su antipatía…”. El Duque de Valencia exhibe a la reina y la hace viajar, dando sensación de despreocupación y solidez. Narváez prefiere la popularidad de la reina a través de donaciones que hace al Estado de su particular patrimonio. (Carmen Llorca, págs. 148 a 151).

O’Donnell queriendo dar a conocer sus inclinaciones moderadas, suprimirá las actas adicionales impuestas durante el bienio progresista y restablecerá íntegramente la Constitución de 1845, pero Isabel II se niega a cumplir determinadas leyes desamortizadoras. El Conde de Lucena no se congraciará con el partido moderado y Narváez dirigirá el movimiento contra él mientras Isabel quiere conciliar a ambos ofreciendo a O’Donnell la cartera de Guerra pero éste no quiere repetir lo que le ocurrió con Espartero. Resumiendo Isabel, cansada, en el baile palaciego de su cumpleaños da la señal: niega a O’Donnell el rigodón de honor (Burdiel p. 489).

De nuevo llega el momento de Narváez (octubre 1856 a octubre 1857), quién no consiguiendo de O’Donnell el pacto de un bipartidismo alternante o la fusión liberal de su mentor Fernández de Córdoba, ha de apoyarse en figuras de liberalismo primario como Nocedal. Por las mismas fechas, aparece en la prensa la noticia de las muertes repentinas del Marqués de los Arenales, hijo segundo del de Alcañices, ayudante de Narváez y Urbiztondo, jefe del cuarto del Rey: ataque cerebral, pulmonía fulminante, producido por un escirro durante su estancia en Filipinas, en relación con el segundo; el primero por enfermedad repentina. La noticia sale en los periódicos: La Época, La Discusión, el León Español y sólo en este último se habla de una conspiración carlista pero sin indicio de sospecha sobre los citados fallecimientos, en alusión a alguna de las maquinaciones de Francisco de Asís.

Los años 1856-1858 representan un momento de inflexión del reinado de Isabel II, en la trayectoria de los partidos moderado y progresista surgidos de la revolución; se asiste además a la configuración de la Unión Liberal, partido con el que gobernará O’Donnell cinco años a partir de 1858, recogiendo moderados puritanos y progresistas enfadados con Espartero por su abuso de personalismo y descontentos al no recibir el tratamiento que esperaban de él. El partido progresista, al retirarse Espartero, se ha quedado sin jefe y los dos que lo pueden ser, Madoz y Olózaga no cuentan con un militar significativo, a la vez que el sector moderado se acerca a O’Donnell.

En el mes de septiembre de 1857, Narváez está en el límite de su paciencia con Puigmoltó, nuevo amigo regio, tras haberle pronosticado “sus días contados” y al exigir a la Reina el alejamiento de su favorito a cambio de su dimisión, la disyuntiva estaba clara y Narváez abandona el Ministerio (Burdiel, pág. 489).

En octubre de 1858 llegará el nuevo turno de O’Donnell quién por otra parte había seguido manteniendo relaciones con la Corte en el convencimiento de que antes o después necesitarían sus servicios. Sin embargo él prefiere un cambio suave y, antes de llamarle, habrá un corto gabinete Armero que restablecería las relaciones con la Santa Sede y será reemplazado por Isturiz quién hará frente a una campaña de desprestigio en las Cortes al comparar a las dos Reinas Isabel (I, II) exigiendo explicaciones por la concesión de la gran Cruz de Isabel la Católica a un hermano de Sor Patrocinio. La monja, a la que Salustiano Olózaga amó antes de tomar los hábitos, había alcanzado gran ascendente en la Corte al lado de la Reina, desde que ésta la llamara para convencer al Rey de la necesidad de su presencia ante el inminente nacimiento de Alfonso XII y los actos que acompañarían a tal evento. Había aterrizado en Palacio, requerida por la Infanta Carlota para la formación religiosa de sus hijos y conseguirá un destacado puesto en la camarilla de Francisco de Asís. Confinada por la sentencia que se dictó contra ella en 1836 a propósito del revuelo de sus milagrosas llagas, aparece en el convento de Jesús a donde acude el esposo de la Reina a celebrar conversaciones religiosas; ha mantenido dos destierros: uno breve a raíz del Ministerio relámpago de Cleonard y otro durante el bienio progresista y, a la vuelta, su objetivo será convertirse en consejera de la Reina; será el nacimiento del heredero el que le dé la ocasión buscada.

Otro personaje que se instala en la Corte (1857) es el padre Claret como confesor de la Reina y llega a su vida la figura de Miguel Tenorio, iniciándose una etapa más sosegada y romántica. Miguel Tenorio es poeta pero también político moderado que conseguirá, durante el gobierno del Conde de San Luis (1854) el título de gentilhombre de la Cámara de la Reina.

A nivel internacional se inicia la guerra de África. Reproducimos dos visiones de la contienda: “España se hallaba introvertida y la guerra de África tiene el mérito de despertar el apagado sentimiento nacional dormido y empequeñecido por las guerras parlamentarias y las intrigas palaciegas, pronunciamientos y tertulias de sociedades secretas… la conquista de Tetuán suscitó gran apoteosis nacional del ejército, con la Reina como heredera de Isabel la Católica. No proporcionó adquisiciones territoriales –éstas habían sido prohibidas por Inglaterra– pero justificó la misión española contra el infiel y calmó la sed de regeneración nacional. En palabras de O’Donnell, consiguió levantar a España de su postración. Se trata de guerra de honor no basada en interés económico de acción, reflejo de una nación que se sentía madura para la responsabilidad colonial en un sentido abstracto y no materialista; de ahí el resentimiento español por la quisquillosa tutela de Inglaterra. En Cataluña la popularidad de los voluntarios y de Prim, el general catalán, exponente de la gesta en la batalla de los Castillejos (enero 1860) fue extraordinaria; ello prueba que el patriotismo nacional aún podía en los años 60, abarcar los amores regionales. Fue, como muchas guerras, una emoción política unificadora, eslabón entre el patriotismo que más tarde arriesgaría una guerra con Alemania y se enfrentaría con los Estados Unidos y el mito patriótico de 1808. Sería la única satisfacción del orgullo nacional español en la época moderna, acompañada, como es obligado que lo sea el nacionalismo en España de una suave ola anglofóbica” (Raymond Carr, op. cit., pp. 257 y 258).

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“En las intervenciones de aliento imperialista, propiciadas por tropas e intereses extranjeros en esas zonas, consideradas áreas de influencia, se puede inscribir la intervención nacional española… Es necesario no exagerar las confluencias entre nacionalismo conservador, que ligaba patria y catolicismo, con el liberal y progresista que aunaba patria con pueblo y con misión civilizadora”. Destaca la popularidad de la guerra entre las clases trabajadoras catalanas que propició la creación de los “voluntarios catalanes”, “Prim se convirtió en su héroe nacional… (porque) la guerra es la continuación de la política… también en el ámbito nacional”, en alusión a Clausewitz. Y concluye “para la Corte la guerra se entendió como una manera de engrandecer y demostrar el poder, no de la nación, sino de la monarquía quien hizo donativos para los soldados y sus familias (Burdiel, pp. de 624 a 629).

Los autores, distanciados en tiempo y espacio (Oxford 1966-Madrid 2010) utilizan argumentos de diversa índole para explicar la guerra de África. El “peculiar patriotismo español” en peligro ante la aparición del “duradero y saludable” movimiento nacionalista, es justificado por Raymond Carr al enraizarse en el romanticismo anglo-alemán, como el de Cataluña, mientras los castellanos copiaron el modelo francés merecedor del virulento ataque de Larra (op. cit., pág. 209). Igualmente ensalza el foralismo como “bello movimiento romántico” (pág. 221). Confirma su teoría en páginas posteriores dedicadas a defender con fervor a los intelectuales krausistas (págs. 294-295).

Carmen Burdiel saluda la guerra capaz de convertir en “héroe nacional” al Conde de Reus (Prim), mientras es vitoreado por las clases obreras catalanas, dándose así la equivalencia entre patriotismo, radicalismo y obrerismo.

El ejército español tomó Tetuán (1860) y puso cerco a Tánger pero la presión inglesa obligó a aceptar un acuerdo de paz. El Sultán cedió Sidi-Ifni, ampliación de Ceuta y Melilla y una indemnización que, de hecho no llegó a pagar del todo. Habría que recordar que no muchos años después, 1909, la Guerra de África vino acompañada de la Semana Trágica de Barcelona (La Ciudad Quemada, film del año 1976) y de la caída de Maura. La visión de Eduardo Dato es distinta a la de O’Donnell, no participando en la primera Guerra Mundial (patriotismo/internacionalismo). Morirá en 1921, víctima de un atentado terrorista.

Poco antes el ejército español había acompañado a las tropas francesas en su expedición a la Cochinchina, inicio de la ocupación colonial francesa de Indochina. En 1861, O’Donnell, siguiendo con su política exterior de prestigio realiza ahora la anexión de Santo Domingo, operación que hubo de cancelar por presiones internacionales y a continuación sucede la cuestión de México. Prim será enviado a la expedición con Francia e Inglaterra pero no colabora, retirando sus tropas, en derrocar el gobierno de Juárez, alegando que el objetivo era castigar por impago de deuda. Hay que señalar que Prim estaba casado con una rica heredera, sobrina de Juárez. La posterior derrota francesa y la ejecución de Maximiliano le dieron la razón pero le colocarán en tan abierta contradicción con Francia que en adelante dicha potencia estorbará todas sus aspiraciones políticas, además del odio de Prim a la Corona al no defender su actuación frente a la nación vecina. “Y empieza a partir de ese momento, su guerra abierta contra el trono y O’Donnell, quién en perfecta armonía con Francia está dispuesto a sacrificar a Prim antes de romper el equilibrio… Se inicia así el ataque de la revolución. Olózaga, incapaz, por su carácter, de acciones audaces, se deja arrastrar por el brillante y belicoso temperamento de Prim” (Carmen Llorca, pp.188, 189).

O’Donnell caerá por presión de María Cristina que desea volver a España y el ministro no lo acepta. La dimisión tuvo lugar a primeros de marzo de 1863, con el pretexto de que la Reina no quiso acceder a la disolución de Cortes pedida por él. Previo paso a la llegada de Narváez se formará el gabinete Miraflores, Arrazola y Mon sin resolver la cuestión de traer a España a la Reina Madre.

“Nadie podrá evitar la revolución. Los dos caudillos de los diferentes partidos la contendrán mientras vivan, pero cuando ellos desaparezcan, la revolución lo inundará todo y llegará hasta el Trono. Acababa de incorporarse a ella Prim, genio militar, político enérgico y audaz; impetuoso e inteligente. Si la cuestión de México le ha inutilizado, Isabel II le ha llamado y ha tratado de convencerle para formar un partido y dispuesta está a entregarle el poder. En excelentes relaciones con Francia, no le dieron a Prim la oportunidad del mando y por fuerza tuvo que permanecer en la oposición. Equivocada política de complacencia con el exterior, que nunca ha favorecido a España”. (C. Ll. p. 191).

Narváez es nombrado jefe de gobierno en septiembre de 1864. En su relación con los Reyes es más brusco y franco, menos amable que su predecesor. Sin contemplaciones exige a los Reyes el alejamiento de sus favoritos. Su carácter le impide someterse a esas miserias y no cede a prestar el apoyo de Palacio para que Meneses (amigo del rey) obtenga el acta de diputado por Valderrobles. María Cristina consigue entrar en España y, sintiéndose extraña, bien pronto se vuelve a Francia con los suyos y los Montpensier.

Trabajosa es la existencia del gabinete Narváez. El detonante de la situación será la petición que hace el ministro a la Reina repitiendo lo que ya había hecho en 1848: vender parte de los bienes del Real Patrimonio y entregar al Estado el 65% de la venta de los mismos. Una pluma, la de Emilio Castelar, escribe un conjunto de artículos “De quién es el Patrimonio” en su periódico La Democracia, hasta qué el último de ellos “El Rasgo” le lleva a ser expulsado de su Cátedra; los estudiantes se levantan en defensa del escritor, produciéndose un choque con la policía acompañado de varios heridos y muertos. Es lo que se conoce como la noche de San Daniel que provoca la dimisión de Narváez y aumenta la impopularidad de la monarquía.

De nuevo O’Donnell (julio del 1865) en el poder, aborda el reconocimiento del reino de Italia a la que se había negado Isabel bajo el gabinete Narváez y solicita el alejamiento de Sor Patrocinio y el padre Claret. Isabel II le complacerá sacrificando a Tenorio quien cesa en su cargo, aboliéndose el empleo que tenía (Gentilhombre de la Cámara de la Reina).

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Un hecho más que sería aprovechado por la oposición para desprestigiar a la Corona y a su gabinete. Declarada una epidemia de cólera en Madrid, la Reina, en su sexto mes de embarazo, consideró oportuno continuar instalada en la Granja y no regresar a la Corte en septiembre, a la vez que Francisco de Asís no colabora supliendo a la Reina con su presencia. Isabel envía a O’Donnell un millón de reales de su patrimonio para ayudar a remediar las desgracias que sean posibles en la forma que juzgue oportuno el gobierno. En el exterior O’Donnell hace frente al conflicto de Perú y Chile por los ataques a colonos españoles allí establecidos (Talambó), en la que tuvo gloriosa intervención la Marina española (1866: Puerto del Callao). Ese mismo año (enero) se ha sublevado el general Prim, convencido de que no obtendría el poder más que a través de la revolución; vencido, repite en junio la intentona con la insurrección del Cuartel de San Gil en donde O’Donnell cuenta con la colaboración de Narváez y Serrano entre otros, reprimiéndose severamente la rebelión, y hasta la Reina intervino llamando a Campoamor para que sacase a Castelar, escondido en casa de Carolina Coronado, y le condujese a una embajada. Narváez, por su parte, está dispuesto a colaborar con O’Donnell pero éste, por el contrario, aspira a reforzar el Senado con partidarios de su partido. Cuando días después O’Donnell presenta la lista de senadores a Isabel II y ésta rehúsa aceptarla, el jefe de gobierno presenta su dimisión irrevocable (junio 1866). Fallecerá en Biarritz en noviembre de 1867.

Le sucederá Narváez (julio 1866) con sus fuerzas físicas bastante menguadas. Su discurso en el Congreso muestra su determinación a hacer respetar la Constitución y manifiesta en su acción de gobierno inclinaciones liberales y benévolas. Su figura inspira confianza pero los revolucionarios que antes no se atrevían con él, ahora son muchos y ya no les importa el General.

Un suceso ayuda a preparar los ánimos revolucionarios. En viaje de la Reina para visitar a los Reyes de Portugal, la máquina exploradora que precedía al tren real, no pudo detenerse ante una multitud que se agolpaba para verla, se precipita sobre la vía y será atropellada, provocando una auténtica catástrofe. Isabel II continuó viaje, extremo que la revolución aprovechó para excitar más los ánimos contra la Monarquía “rotos cráneos de los infelices impelidos a aquel sitio por el látigo de los agentes del gobierno”, por mucho que la Reina, se detuviera a la vuelta en Daimiel, visitara a los damnificados y mandara celebrar un funeral por las víctimas con su presencia. En el mes de abril de 1868 muere Narváez, víctima de una pulmonía.

Le sucederá González Bravo (abril 1868) como presidente de Gobierno que consigue con su actuación el mismo resultado que el Conde de San Luis en 1854. Con ello se precipita la revolución, sobre todo a partir del momento en que los Unionistas se fusionan con los progresistas en el pacto de Ostende, después de la muerte de O’Donnell.

El 19 de septiembre de 1868 triunfa la revolución, conocida como “La Gloriosa”. La Reina se exilia en París, instalándose en el palacio de Castilla, convertido en sede de la Unesco entre 1946 y 1958.

«Desde el liberalismo, principalmente, en conflicto permanente con las últimas pulsaciones “de la derecha”, del Antiguo Régimen (representado por el carlismo y por el integrismo), se trabaja a lo largo de todo el siglo XIX y principios del XX en crear las instituciones propias de la Nación española, y de un patriotismo español que contrapondrá la Patria grande –la Nación– a las patrias chicas, las regiones. Instituciones tales como las Milicias Nacionales, la taurina Fiesta Nacional, la Biblioteca Nacional, las Escuelas Nacionales, los Institutos Nacionales, la institucionalización de la Historia nacional de España, y por supuesto la promoción de la música nacional, la literatura nacional, la historia de la filosofía española, etc. Y desde luego, la redefinición de España en cincuenta provincias, que borraba la división de España del Antiguo Régimen en reinos.» (Gustavo Bueno, España no es un mito, Temas de Hoy 2005, pág. 140.)

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