El Catoblepas · número 195 · abril-junio 2021 · página 14
El cristianismo como institución
Pedro Espejo-Saavedra Roca
Una observación y dos apostillas a la encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco I
Este breve comentario que no pretende ser desde luego una valoración general de la Encíclica, sólo se centra en dos detalles de la misma que se tratan desde la perspectiva de un vulgar cristiano aficionado a la filosofía.
La intención del título hace referencia a una obra del filósofo de Vich Jaime Balmes (1810‑1848), El protestantismo comparado con el catolicismo, cuyo capítulo XXX se titula: Dos maneras de considerar al cristianismo, como una doctrina y como una institución. A nosotros nos parece, que a pesar del éxito que tuvo Balmes, hoy está excesivamente olvidado, y quizás fuera necesario rescatar de algún modo su contribución filosófica, dicho esto, sin ser un estudioso profundo de la misma. Es más, nos parece, que su contribución filosófica no desmerece la de sus, más o menos, contemporáneos Marx, Nietzsche y Freud, que son tan profusamente citados hoy en día.
El título de Filosofía fundamental no significa una pretensión vanidosa, sino el objeto de que se trata. No me lisonjeo de fundar en filosofía, pero me propongo examinar sus cuestiones fundamentales, por esto llamo a la obra Filosofía fundamental. Me ha impulsado a publicarla el deseo de contribuir a que los estudios filosóficos adquieran en España mayor amplitud de la que tienen en la actualidad, y de prevenir, en cuanto alcancen mis débiles fuerzas, un grave peligro que nos amenaza: el de introducírsenos una filosofía plagada de errores trascendentales. A pesar de la turbación de los tiempos, se nota en España un desarrollo intelectual que, dentro de algunos años, de se hará sentir con mucha fuerza; y es preciso guardarnos de que los errores que se han extendido por moda, se arraiguen por principios. Tamaña calamidad sólo puede precaverse con estudios sólidos y bien dirigidos: en nuestra época el mal no se contiene con la sola represión; es necesario ahogarle con la abundancia de bien. La presente obra ¿podrá conducir a este objeto? El público lo ha de juzgar. [Jaime Balmes, Filosofía fundamental, Ediciones Hispánicas (1940), Prólogo tomo I, pág. 2, resaltado en el original.]
El aspecto que aquí queremos resaltar es la idea de institución como elemento definitorio del espacio antropológico y fundamento a más del resto del espacio filosófico. Para esto partimos de diversos trabajos del profesor Gustavo Bueno Martínez que recoge la mejor tradición filosófica española en su sistema del Materialismo Filosófico. Especialmente ajustado nos parece su artículo Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones, publicado en la revista El Basilisco, n° 37, también disponible en fgbueno.es/bas/bas237.htm.
En síntesis, nos parece que la idea de institución permite disociar entre el saber religioso, por ejemplo, del cristianismo, de la filosofía cristiana. Y digo disociar y no separar porque toda filosofía cristiana, sólo estará bien fundada, si incorpora los dogmas de dicha religión a su doctrina filosófica. Y esto, en general, tanto para las religiones positivas (posturas teístas, es decir, las grandes religiones terciarias: panteístas, cristianos, musulmanes y judía) como para las posturas religiosas no teístas (agnosticismo, materialismo, deísmo).
A más, sólo desde esta disociación, el carácter sacramental de las religiones positivas puede mantener su racionalidad, es decir, su verdad. Y esto es esencial cuando una postura religiosa se enfrenta críticamente a todas las demás. Dicho de otro modo. Mientras que cualquier saber se basa en su verdad, y todo saber alberga, aunque sea momentáneamente errores, es decir, saber verdadero y erróneo, la verdadera filosofía, como saber de segundo grado, nunca alcanza la filosofía verdadera, y se mueve siempre en su propia certeza crítica (signo tautogórico).
Por eso nosotros proponemos la consideración del cristianismo como institución, es decir, como Iglesia fundada, en este caso, por Cristo.
Viniendo Jesús a los términos de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros que Jeremías u otro de los profetas.” Y él les dijo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Tomando la palabra Pedro, dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Y Jesús, respondiendo, dijo: “Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del sepulcro no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos.” Entonces ordenó a los discípulos que a nadie dijeran que él era el Mesías. [Mt 16, 13‑20, Nuevo Testamento, Nácar-Cólunga, BAC (2002).]
Entonces parece natural defender que la Iglesia católica, como organización multinacional, define su forma de gobierno como monarquía colegial, en el que los obispos mantienen la tradición apostólica desde Pentecostés, guiados por el Espíritu Santo y en compañía de la Inmaculada Virgen María. El Papa Francisco I, a 1 de noviembre de 2020, es el argentino, nacido en Buenos aires en 1936, el máximo representante de Cristo en la tierra.
En el primer libro, oh Teófilo, traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que fue arrebato a lo alto después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido. [Hch 1, 1-2.]
Entonces, y en esto consiste nuestra observación, el papa en su labor apostólica, no puede situarse en una perspectiva filosófica o crítica, porque esto supondría negar el carácter de su cargo institucional, ya se dirija específicamente a sus feligreses, ya se dirija a todos los hombres de buena voluntad.
A más, no sólo negaría su cargo institucional, sino que al situarse en la crítica filosófica debería tomar partido por un sistema filosófico concreto –la filosofía cristiana es necesariamente sistemática según nuestro criterio– y esto supondría negar la riqueza teológica (diversidad de concepciones cristianas), en tanto la teología es una disciplina filosófica, de la propia Iglesia de Cristo.
Además, dado que su labor apostólica es fundamentalmente de carácter práctico –aunque, por supuesto no se excluyen los componentes especulativos, que sin embargo, son más estables–, tampoco puede concretar toda la casuística social y debe ceñirse a unas orientaciones generales, que aunque suficientes, cada cristiano debe aplicar a las circunstancias de su vida concreta, sin duda con la ayuda de la práctica litúrgica y actividades de la propia Iglesia y en su caso del consejo de los propios sacerdotes o hermanos de sus respectivas parroquias, &c.
Con esta observación hemos pretendido caracterizar el marco literario de los escritos papales. Por otra parte estas dificultades se ven menguadas por la inspiración del Espíritu Santo y por el asesoramiento del Colegio Espiscopal, según los casos.
Nuestra primera apostilla se refiere a un sintagma “esencia fraterna” que aparece en el párrafo n° 77 del capítulo segundo titulado Un extraño en el camino, primero del epígrafe Recomenzar.
Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ente la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. [Francisco I, Fratelli Tutti (2020), n° 77.]
Es claro que el sintagma “esencia fraterna” expresa de manera ontológica el propio título de la encíclica Fratelli Tutti. Antes de nada lo de “fraterna” es una calificación estrictamente cristiana en tanto los cristianos somos hermanos en Cristo, hijos de Dios Padre. Esta denominación podría con grandes dificultades extenderse a los judíos y a los musulmanes en tanto son religiones monoteístas. Pero desde luego no sería aplicable al resto de posturas religiosas, a no ser que se diluya el concepto de “hermano” hasta hacerse equivalente a, por ejemplo, “amigo”, “compatriota”, “compañero”, en general, “hombre de buena voluntad”, o incluso “hombre”, como especie biológica.
Pero lo que nos interesa apostillar aquí es la idea de esencia. Nosotros preferiríamos decir “materia fraterna”. Vamos a explicar el porqué.
Si tomamos la ontología del Materialismo Filosófico de Bueno, el Mundo se divide en tres géneros de materialidad M₁, M₂ y M₃. Nosotros los hemos denominado respectivamente materia sustancial (M₁), materia existencial (M₂) y materia esencial (M₃). Hemos desarrollado esta ontología en el sentido de que los índices suponen un orden de división. Así M₁ en tanto que sustancial se refiere a la unidad del mundo por el carácter sinalógico de los cuerpos físicos. M₂ distingue entre las existencias inanimadas y las animadas o seres vivos. Y M₃ diferencia entre esencias porfirianas de los seres inanimados, las esencias plotinianas de los seres vivos no humanos y las esencias platónicas de los hombres, cuya naturaleza, decimos siguiendo a Aristóteles es política. Aquí no entramos en la estructura teórica de las ideas de substancia, existencia y esencia, lo que nos llevaría a desarrollar una Metafísica. Simplemente, para no alargarnos, nos quedamos con su dimensión ontológica de la clasificación de los seres y la completa imbricación de las diferentes materias en ellos.
Pues bien, desde nuestras coordenadas, lo que está afirmando el Papa con su sintagma es que el Reino de Cristo supone, tras su segunda venida una realización completa de la esencia humana, que según nuestra propuesta pasa de política a fraterna.
Nosotros lo que queremos apostillar es que la realización completa del Mundo que supone la segunda venida de Cristo y que los cristianos intentamos implantar ahora, guiados por el Papa, no sólo afecta a la esencia plotiniana de los seres vivos no humanos, y a la esencia porfiriana, sino a la totalidad de la existencia de todos los seres e incluso a su substancialidad corporal. Esto está en consonancia, nos parece, con la fe en la resurrección de los muertos.
Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. [Is, 11, 6, Promesa de paz.]
En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. Nada os sería imposible. [Mt, 17, 20, La transfiguración.]
Ahora bien, la expresión del Papa Francisco es más correcta de lo que parece si se tiene en cuenta nuestra naturaleza como hermanos en Cristo porque en la realización completa del Mundo nosotros somos los herederos del Reino, esa es la promesa que nos hizo Cristo y los cristianos creemos en un Dios fiel.
Si esto es así, la única solución que a mí se me ocurre es que el Cielo como lugar más grande absorberá o hará explícito al espacio‑tiempo del Universo. De ahí que deban existir seres específicamente celestiales: los ángeles.
A más, desde nuestras coordenadas la esencia política del hombre conforma el espacio filosófico que supone la inconmensurabilidad entre la Bondad, la Verdad y la Belleza. Pues, bien, la materia fraterna supone, por tanto, la armonía entre las tres, es decir, el reinado de Dios Trino, es decir, el reinado del Bien Absoluto o Supremo.
Para nuestra segunda apostilla utilizaremos lo que falta del n° 77 donde dice:
Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los violentos de los que sólo se ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien.
Para una mayor claridad del lector que no esté al corriente de la Encíclica, con “nuestra historia” se refiere a la parábola del samaritano, como ejemplo de fraternidad. Con “pueblo” se refiere a “pueblo de Dios”. Por eso el punto termina con la sustantivación de “pongámonos al servicio del bien”. Sin duda el bien es Dios. Vemos como el texto tiene un carácter estrictamente cristiano. O dicho de otro modo, sólo desde el cristianismo la sustantivación es asumible, sino caeríamos en una sustancialización insoportable de la idea de bien, ¿qué bien? Por otra parte la finalidad última del contenido de este punto 77 es fundamentalmente práctica: “alimentemos lo bueno”.
Nuestra crítica se sustenta en el hecho de que la Filosofía Práctica sólo se realiza como consumación o implicación simultánea de la Antropología (belleza) y la Filosofía Especulativa (verdad). Es cierto que ambas (también la Antropología implica la Filosofía Especulativa) sólo alcanzan su sentido último en la Filosofía Práctica. Pero también es cierto que este sentido no puede negar sus orígenes implicativos.
Desde este punto de vista la frase “Que otros sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de poder” es excesivamente derrotista. De hecho nos parece que sólo puede ser asumible si se entiende que la política y la economía están guiados por los juegos de poder. Es más, hay que suponer que los juegos de poder están siempre guiados por intereses malvados. Podríamos decir que son irracionales por ser juegos, e injustos porque son de poder. ¿Pero por qué habría de ser así? Los juegos pueden ser entretenidos y pueden servir para fortalecer la amistad, y el poder puede ser resultado de una mayor calidad o mérito, o incluso de una mayor autoridad moral.
Desde luego el ejercicio de la política está lleno de corrupciones como la propia práctica sacerdotal. De hecho, si llevamos al extremo la literalidad de la frase sería profundamente irreverente, si suponemos que el Reino de Cristo supone una realización completa de la naturaleza humana, es decir, de su esencia política, eso sí radicalmente transformada, o mejor redimida. Aunque desde luego, nunca está de menos señalar el camino que aún nos queda por andar.
Esto nos parece que no tiene mayor problema porque se sobreentiende por el contexto en el que está dicho. Aunque debemos matizar que el trabajo de político es tan digno como cualquier otro, es más, supone cierta preocupación por el bienestar de los demás, que es precisamente lo que el Papa Francisco, nos parece, que intenta promover con su Encíclica.
Pero lo que nos interesa apostillar es su referencia a la economía. Aquí la cuestión es completamente distinta, porque mientras la actividad política se rige por la certeza filosófica que es un saber de segundo grado, la economía necesariamente es un saber de primer grado, es decir, se rige por la verdad. Entonces la afirmación sólo puede referirse a la negación de ciertas prácticas económicas en tanto en cuanto, precisamente, niegan o no aceptan esta verdad económica. Lo que se plantea entonces es ¿cuál es la naturaleza de la verdad económica? Desde luego mantenemos que la verdad no es la certeza, pero parece que tampoco la verdad económica es lógica, ni tampoco artística. Tampoco parece que sea religiosa, al menos desde el cristianismo.
Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a expulsar a los que allí vendían y compraban, y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas; no permitía que nadie transportase objeto alguno al templo, y los enseñaba y decía: “¿No está escrito Mi casa será casa de oración para todas las gentes? Pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.” [Mt 11, 15‑17, Expulsión de los vendedores. Subrayado nuestro, resaltado en el original.]
Entonces según nuestras coordenadas epistemológicas nos quedan dos saberes: o bien la economía es un saber tecnológico o bien es un saber científico. Si suponemos que es un saber tecnológico, la bondad o maldad de tal saber se deberá a la finalidad con que usemos la verdad de dicho saber y no al saber mismo. Por ejemplo, la energía nuclear se podría utilizar para acabar, quizás sólo momentáneamente, con la vida en la Tierra. Pero también, por ejemplo, sirve para sostener el desarrollo de una nación como la japonesa que cobija aproximadamente a 100 millones de personas.
Sin embargo, a nosotros nos parece que la economía es una ciencia. El hecho indirecto que nos induce a pensar esto es que consideramos las crisis económicas como algo característico de las leyes económicas. ¿Por qué? Porque si fuera un saber tecnológico la nación o las naciones más poderosas no se verían sometidas a ellas. Si bien es cierto que cuanto mayor sea la potencia económica de la nación más llevadera serán los efectos de la crisis. Por tanto, si aceptamos que la economía es una ciencia deberemos aceptar que la naturaleza de su verdad es determinante. Aquí estamos aplicando la Teoría del Cierre Categorial que define este carácter determinante de la verdad científica como identidad sintética. Recapitulando todas las hipótesis: la economía no es ni buena ni mala, cumpliremos sus leyes nos guste o no nos guste, al igual que la Tierra gira alrededor del Sol, a pesar de que los fenómenos se puedan aparentemente interpretar de otro modo, quizás más conforme con nuestros sentimientos egoístas o egocéntricos. La cuestión es entonces encontrar las leyes económicas –de forma aproximada, porque las construcciones verdaderas de los saberes humanos nunca agotan los materiales de esas construcciones, es decir, nunca consiguen su determinación completa– para prevenir o atenuar sus efectos.
Repetimos, si todo esto fuera así, las repercusiones teológicas serían inmensas. Señalaremos únicamente las consecuencias que nos parece que tiene sobre la polémica suscitada por Joaquín de Fiore en el s. XII.
El juicio más completo, el mejor fundado sobre un análisis atento, y el más equilibrado, nos parece el que aporta el cardenal Ratzinger en su tesis sobre la Teología de la Historia en San Buenaventura. El examen de los puntos sobre los cuales es posible cierta influencia Joaquinita, le conduce a pensar que esta influencia ha debido ejercerse a través de intermediarios que habían ya aplicado puntos de vista del abad de Fiore al movimiento franciscano. Y concluye que “la distancia que separa a Buenaventura de Joaquín es más grande de lo que podría parecer a primera vista. No acepta la idea de una edad del Espíritu. Es cierto que, para él, las últimas órdenes religiosas son órdenes del Espíritu; es cierto que el Espíritu, en la última edad, adquiere un poder particular, pero la edad, en cuanto tal, sigue siendo edad de Cristo. Precisamente, en el In Hexaemeron, la idea de Cristo, “centro de todo”, alcanza su más alta expresión. Cristo aparece allí como “el eje de los sucesos del mundo”. Lo que más importaba a Joaquín era destacar la superación de la segunda edad por la tercera. Para Buenaventura, que se apoya igualmente sobre la oposición paralela de las dos edades, se trata, por el contrario, de mostrar que Cristo es el verdadero centro, el giro decisivo de la historia. La idea fundamental de su esquema histórico significa, al mismo tiempo, su alejamiento definitivo de Joaquín.56 Die Geschichtstheologie des hl. Bonaventura. Munich y Zurich, 1959, pp. 119-120; cf. pp. 106-108. [La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore, Henri de Lubac (1981), Ediciones Encuentro (2011), vols. I y II; pág. 136. Resaltado en el original. La tesis de Joseph Ratzinger que se menciona en esta cita está editada en España, entre otros, por la editorial Ediciones Encuentro (2004) con el título La teología de la historia de San Buenaventura.]
Aceptando lo esencial de esta valoración, nos parece que también se debe contemplar la propuesta de Joaquín de Fiore en el sentido de que todas las Personas de la Trinidad cumplen con su labor. De modo esquemático: el Padre con la creación del Universo, Cristo con la proclamación del evangelio y con la posibilidad de redención de los hombres mediante su sacrificio pascual, y el Espíritu Santo, nos parece, por la inapelabilidad de las verdades de las ciencias modernas. Esta inapelabilidad sólo será cerrada o concluida por el juicio final de Cristo en su segunda venida: “y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”. Esto es lo que se defiende en la anterior cita, a mi juicio, con muy buen criterio doctrinal. Lo que no quita, sin embargo, para que las tres Personas trinitarias realicen su labor, y por tanto, cumplan sus promesas.
Está claro que esto sólo podrá ser aceptado por un cristiano si acepta los diferentes y múltiples condicionantes de nuestra argumentación. Los demás, de manera sincrética, deberán rechazarlo debido a lo fundado de sus contrarias posturas religiosas.
Hay que resaltar, de nuevo, que aquí sólo hemos desarrollado ciertas líneas. Se pueden plantear, entre otras, las siguientes cuestiones: ¿la valoración de los políticos como profesión estaría relacionada con la verdad de la Sociología en tanto que éstos forman una clase social?, ¿qué papel juegan las naciones políticas en el establecimiento de las clases sociales, incluidas las diferentes clases sacerdotales?, ¿cómo se conjugan las diferentes verdades de las ciencias en el espacio filosófico?, ¿cuántas ciencias hay y cuáles son?, ¿cuáles son sus leyes?, &c.