El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 195 · abril-junio 2021 · página 16
Libros

Sobre Ciencia y pseudociencia en psicología y psiquiatría

José Carlos Loredo Narciandi

A propósito del último libro de Marino Pérez Álvarez (Alianza, Madrid 2021)

portada

Este libro merece convertirse en una referencia. Por tres razones. La primera es que su autor vierte en sus páginas, depurados, buena parte de los resultados de investigaciones que viene brindándonos desde hace tres décadas en obras como Médicos, pacientes y placebos (Pentalfa, 1990), Ciudad, individuo y psicología (Siglo XXI, 1992), Las cuatro causas de los trastornos psicológicos (Universitas, 2003), Contingencia y drama (Minerva, 2004), La invención de trastornos mentales (Alianza, 2007, con Héctor González Pardo), Las raíces de la psicopatología moderna (Pirámide, 2011) o El mito del cerebro creador (Alianza, 2011), amén de artículos, capítulos, ediciones e intervenciones orales.

La segunda razón es que trata cuestiones que son al mismo tiempo actuales y clásicas. Lo cual, por lo demás, constituye el genuino modo en que algo puede ser actual sin dejar de ser interesante. Son cuestiones relativas al estatuto gnoseológico de las disciplinas psi {1} y a su supuesta ubicación entre las ciencias naturales y las sociales. Una ubicación que no sólo facilitaría el reduccionismo propiamente dicho, hacia abajo (hacia los genes, la fisiología, el cerebro, &c.), sino también el reduccionismo hacia arriba, esto es, hacia estructuras formales de índole cultural, semiótica, social, &c.

La tercera y última razón por la que el libro merece convertirse en una referencia es que dichas cuestiones, sin abordarse en él desde un punto de vista inédito, ni mucho menos extravagante, sí se abordan desde una perspectiva que choca con corrientes hegemónicas de la psicología y la psiquiatría, llenas de presupuestos discutibles que, sin embargo, se hacen pasar casi por verdades de sentido común. Por ejemplo, es frecuente que los periódicos abran su sección de divulgación informando de que, gracias a tal o cual técnica de exploración neurocientífica, se han descubierto las “bases biológicas” de determinada conducta, dando a entender que con eso ya se ha explicado científicamente y ha sido liberada de las tinieblas de la especulación, donde moran las ciencias sociales y la filosofía. Para la mayoría de los periodistas, pero también para buena parte de los neurocientíficos –unos y otros de mentalidad monista–, es de sentido común que el cerebro constituye una realidad más material, más real, que la experiencia de los sujetos, que su comportamiento o que los marcos institucionales en los que éste se desarrolla.

Marino Pérez identifica ese tipo de presupuestos y los rebasa críticamente reconstruyendo en otros términos algunos de los fenómenos de los que pretenden dar cuenta y ofreciéndonos parámetros para extender su análisis a cualquier otro fenómeno de la misma naturaleza. “Críticamente” significa que no lo hace de forma ingenua, sino consciente de la carga filosófica de las cuestiones implicadas. Pérez pone las cartas sobre la mesa haciendo explícitos sus propios presupuestos, que remiten al materialismo filosófico de Gustavo Bueno, si bien en el contexto de lo que se ha dado en llamar “giro ontológico” de la filosofía, y concretamente del “nuevo realismo” contemporáneo –reacción al socioconstruccionismo–, algunos de cuyos representantes (Hubert Dreyfus, Maurizio Ferraris, Markus Gabriel, Graham Harman y Charles Taylor) le sirven para tomar como punto de partida el mundo en vez de engolfarse en el problema epistemológico del conocimiento. Eso sí, frente a estos autores se hace valer el carácter pluralista de la ontología bueniana, más refinada. Además, para teorizar las realidades psicológicas se recurre a ideas de la fenomenología y el existencialismo en tanto que enfoques especialmente ajustados a la textura de tales realidades.

Ahora bien, aunque puede considerarse un ensayo sistemático, no estamos ante un libro de filosofía de la psicología en sentido convencional. No desarrolla directamente, aunque lo impregnen, cuestiones como la de la relación entre mente y cuerpo, la representación, las metodologías cuantitativas frente a las cualitativas, la unidad y diversidad de la disciplina, &c. Puede considerarse un libro de psicología, entendiendo por tal uno de psicología teórica o de teoría psicológica. Aun sin explicitarlos como tales, el autor defiende en él una serie de principios teóricos que vertebran toda una concepción sistemática de la psicología, al menos entendida como práctica psicoterapéutica (pero, según veremos en breve, de forma que la psicoterapia podría constituir una sinécdoque de la psicología).{2} Conforme se van pasando las páginas se va advirtiendo que los problemas tratados, aunque exijan criterios filosóficos (ontológicos y gnoseológicos), no se resuelven apelando a la autoridad de una filosofía que los dirima desde fuera, sino que se ventilan desde el interior de la disciplina. Se trata además de problemas teóricos y prácticos (psicoterapéuticos) que a su vez remiten a cuestiones gnoseológicas de primera magnitud, las cuales se hacen visibles en cuanto se coteja el título del libro con su contenido. Veamos en qué sentido.

Aunque el título es Ciencia y pseudociencia en psicología y psiquiatría, el objeto de análisis es la psicoterapia, a la que se consagran en torno al cuarenta por ciento de las páginas. A ella se dedica toda la parte III (“La psicoterapia: más allá de la analogía médica”), donde desemboca las partes I (“No hay escape de la filosofía: la cuestión es qué filosofía”) y II (“Ciencia y pseudociencia: más fácil de mostrar que de demostrar”). En la introducción se indica lo primero que habría que indicar a un psicólogo o un psiquiatra estándar que quisiera leer el libro sin prejuicios, a saber: que es ingenuo pensar que los modelos biomédicos y mecanicistas del comportamiento humano son los mejores por hallarse asentados en el llamado método científico. Suponiendo que ese psicólogo o psiquiatra no se limitara a dar carpetazo exclamando “¡magufo!” –sería alucinante que alguien como el autor de esta obra fuese acusado de eso, pero el fundamentalismo científico nunca debe subestimarse–, se encontrará con el argumento de que ni existe la ciencia en general (y, en todo caso, qué sea ciencia es un problema filosófico) ni lo que la define es un método (pues hay varios) o el consenso de una supuesta comunidad científica (pues la racionalidad pide más bien contraste, controversia). Tal argumento se despliega en los siguientes capítulos, donde se revisan concepciones vigentes acerca del conocimiento científico (parte I) y criterios propuestos desde algunas de ellas para distinguir la ciencia de la pseudociencia (parte II), entre los cuales, dicho sea de paso, he echado de menos los derivados de la décupla de Mario Bunge.{3} La revisión se realiza sin dejar de hacer pie en materiales psicológicos y psiquiátricos. En la primera parte, que muestra que existen otros tipos de conocimiento aparte del científico (mitológico, religioso, artesanal...), pertinentes además para la psicología y la psiquiatría, se hace parada en grandes cosmovisiones presentes en ambas disciplinas y se defiende que la psicoterapia se asienta en el terreno de las ciencias sociales. En la segunda parte, que muestra la imposibilidad de adoptar criterios generales, formales o abstractos de demarcación entre ciencia y pseudociencia, se analizan al respecto tres ejemplos psicológico-clínicos (la desensibilización y el reprocesamiento por movimientos oculares, el trastorno de estrés postraumático y la terapia cognitivo-conductual), se critica la mala ciencia (a menudo escudada detrás del rechazo a la pseudociencia) y se señalan casos de “psicopalabrería” y “neuropalabrería”.

Llegamos así a la tercera parte del libro, donde se aborda la psicoterapia. El adversario aquí es el modelo médico, entendiendo por tal el que se basa en que los problemas psicológicos son enfermedades explicables biológica o neurofisiológicamente y tratables farmacológicamente. El autor se detiene en cuatro cuestiones: el funcionamiento real de la medicación psiquiátrica (más allá de la dicotomía “pastillas sí, pastillas no”), la función del efecto placebo (que, por omnipresente, mejor sería utilizar de manera favorable), la naturaleza de los trastornos psicológicos (concebidos desde una perspectiva contextual que remite a la biografía de cada persona) y el funcionamiento real de la psicoterapia (la cual, resumiendo, se describe como una ceremonia en sentido antropológico). La obra termina analizando la anatomía y la fisiología de los tratamientos psicológicos, por así llamarlas. La anatomía remite a una estructura coincidente –subraya Pérez– con la de la retórica tradicional, con su ethos (la función del terapeuta, incluyendo su aspecto y su reputación), su pathos (el consultante, cliente o paciente) y su logos (el discurso, la mitología, el marco de inteligibilidad). La fisiología remite a un modo de funcionar basado en una relación interpersonal acotada espaciotemporalmente, que instaura una experiencia singular, separada de la vida cotidiana. Más que como una tecnología propiamente dicha –una aplicación de principios científicos– la psicoterapia aparece como un ritual,{4} lo cual obviamente no excluye componentes tecnológicos, y menos aún técnicos. Bien al contrario, estos componentes son imprescindibles.

A ojos del autor, pues, la psicoterapia termina siendo una figura cultural:

“Como institución social, la psicoterapia sería una institución intermedia entre los individuos y las instituciones básicas de la sociedad que, aunque ordenadas al bienestar, no dejan de generar malestares […]. Como figura antropológica, la psicoterapia viene a ser un rito-de-paso bajo cuya perspectiva se percibe el escenario paralelo (subjuntivo, posibilista) que ofrece gracias a su estructura social transformadora (experiencial, reestructuradora)” (pág. 419).

Así pues, y volviendo al título, si bien el libro trata cuestiones de ciencia y pseudociencia, no se habla en él de psicología y psiquiatría en general, sino de asuntos que se hallan en el corazón de la psicología clínica y la psicoterapia. No se habla de la psicología y la psiquiatría en tanto que corpus teóricos; por lo pronto, porque se asume su heterogeneidad, su falta de unidad. Pero tampoco están presentes áreas de la psicología como la psicología evolutiva o la psicología social. Sólo está presente la psicología clínica. ¿Por qué, entonces, el título es Ciencia y pseudociencia en psicología y psiquiatría, en lugar de Ciencia y pseudocencia en psicoterapia? Aunque habría que preguntar al autor, me aventuro a sugerir una repuesta –más allá de que “[e]n la psicoterapia es donde se plasman y convergen la psicología y la psiquiatría” (pág. 15)– con la cual él no tiene por qué estar de acuerdo, desde luego. En todo caso, se trata de uno de los múltiples hilos de la trama de la obra y es del que voy a tirar para concluir esta reseña, sin perjuicio de que otros sean igualmente interesantes o dignos de discusión.

Cabe ensayar la siguiente idea. La psicología no es sólo psicoterapia, pero las prácticas psicoterapéuticas constituyen quizás una sinécdoque de la psicología en su conjunto porque materializan de una forma especialmente patente los efectos subjetivadores de la psicología y lo hacen de acuerdo con principios que se suponen formulados por ésta. Según ha señalado Bruno Latour,{5} los dispositivos psicoterapéuticos vendrían a ser, para los sujetos, algo equivalente a lo que los dispositivos de laboratorio serían para los objetos. Los sujetos no están ahí, dados de manera natural, como realidades preexistentes, sino que se construyen a través de operaciones pautadas técnica o artesanalmente. Operaciones ritualizadas.

Es algo similar a lo que ocurre con los sujetos experimentales en los laboratorios de psicología, donde los artefactos (taquistoscopios, eye trackers, pantallas, &c.) pasan a un primer plano dentro de una disposición de elementos (instrucciones sobre la tarea, estrategias para evitar que se conozca la hipótesis del experimento, ubicación en un lugar aislado, autoridad del experimentador...) orientados a identificar fenómenos de subjetividad.{6} Aquí “identificar” no significa “descubrir”, pues no hay subjetividad preexistente en un sentido realista tradicional, sino “producir”, “fijar” o “construir”, sin que este último término tenga por qué poseer un significado socioconstruccionista. En todo caso, merced a la psicoterapia tal producción de subjetividad sucede a gran escala: a escala sociocultural. Por medio de una panoplia de dispositivos que llevan funcionando largo tiempo en los países occidentales –desde las escuelas hasta las consultas, pasando por hospitales, cárceles, empresas o medios de comunicación de masas–, la gente se experimenta a sí misma more psicológico, esto es, de acuerdo con categorías psicológicas o psiquiátricas, que funcionan así como categorías performativas.

No es este, desde luego, el lugar para revisar los trabajos que desde hace ya medio siglo se han realizado analizando disciplinas psi desde la teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno, pero sí podemos traer a colación la distinción entre metodologías α y β operatorias,{7} que como es sabido se refieren respectivamente a aquellas en las cuales el sujeto queda neutralizado en favor de estructuras objetivas y aquellas en las cuales las operaciones de los sujetos permanecen dentro del campo disciplinar de que se trate, con varias situaciones intermedias posibles (representadas con subíndices y números romanos). Pues bien, aunque el libro de Marino Pérez no acuda a esta distinción, es posible recordarla aquí para subrayar el carácter β operatorio de las situaciones psicoterapéuticas (en el propio artículo de Bueno de 1978 aparece el “psicoanálisis clínico” como ejemplo de metodología β2, de índole abiertamente práctica). Por tanto, sin dejar de convivir –si bien de manera conflictiva– con metodologías α operatorias dentro de la psicología disciplinar y la psiquiatría disciplinar (en el artículo de Bueno aparecen las psicologías objetivistas de Pauvov y Bechterev como casos α), la psicoterapia es una técnica o una praxis antes que una tecnología o una ciencia aplicada. Lo cual, por otro lado, no implica desdoro alguno y entronca con el recordatorio de Marino Pérez según el cual existen otros conocimientos aparte de los científicos y son relevantes para la actividad psicoterapéutica.

Ahora bien, si la psicoterapia funciona como una sinécdoque de la psicología, lo hace al mismo tiempo que coexiste, como acabo de señalar, con otras “partes” de la psicología que no son β operatorias –o no en el mismo grado– y con las cuales ha estado siempre y siempre va a estar en conflicto estructural, en la medida en que constituyen focos de reduccionismo (hacia abajo o hacia arriba), esto es, vías de fuga a perspectivas que, en lugar de amoldarse a la textura ontológica de aquello en lo que consiste una persona, nos centrifugan hacia estructuras objetivas, propias de situaciones α. Se trata de estructuras no personales, sino subpersonales o suprapersonales: las que tienen que ver con procesos neurofisiológicos (en enfoques neurocientíficos y psicobiológicos), con pautas formalizadas de comportamiento colectivo (en enfoques psicosociales), con mecanismos de implantación de hábitos (en enfoques conductistas), con procesos genéricos de interiorización de pautas culturales (en enfoques vygotskianos), con configuraciones científico-epistemológicas (en enfoques piagetianos), con flujos computacionales (en enfoques cognitivos), &c.

En buena medida, e históricamente hablando, la psicoterapia aterriza en el campo de la psicología y la psiquiatría desde la tradición de las técnicas del espíritu (confesión, cura animarum, retórica, rezo...), y en ese heterogéneo campo se ve obligada a convivir con preocupaciones procedentes de la tradición filosófica (cómo se genera el conocimiento individual, qué significa percibir el mundo...) y biológico-médica (cómo se adaptan los organismos al medio, qué relación hay entre lesiones cerebrales y disfunciones...). Estas preocupaciones adquieren forma psicológica en medio de una tensión irresoluble definida por la ida y vuelta constante entre la vocación tecnoasistencial que justifica la existencia de las disciplinas psi y la aspiración científica que les otorga crédito. En todo caso, si llevamos adelante la idea de que la psicoterapia es una sinécdoque de la psicología porque esta última consiste en una vasta maquinaria de producción de subjetividad, entonces no habría que decir que la psicoterapia es psicología aplicada, sino más bien que la psicología es psicoterapia teorizada. Otra cosa es que esté mejor o peor teorizada.

Estamos, en fin, ante una obra que suscita ese tipo de cuestiones y que probablemente suscite reacciones. Podría leerse casi como un Teatro crítico de las disciplinas psi, en tanto analiza críticamente creencias comunes entre profesores, profesionales y estudiantes. Pero no es una obra de psicología crítica si por tal se entiende la que desacredita esas creencias despachando las disciplinas psi como meros dispositivos de poder al servicio del capitalismo, la dominación, el poder, el Estado, el Capital, el individualismo neoliberal... Pérez entra en el análisis de los contenidos de esas disciplinas y lo hace hasta tal punto que su libro, desplegado, podría servir para montar todo un curso de psicología. En qué sentido cupiera llamar ciencia a esa psicología ya es otra cuestión. Una cuestión que, una vez leído y entendido el libro, no puede tratarse ingenuamente.

Sea como fuere, esperemos que las reacciones que suscite esta publicación en el gremio psi sean argumentadas antes que instintivas.

——

{1} Esta expresión, que el autor utiliza en algún momento, es habitual en algunos trabajos que siguen la estela de Michel Foucault y del sociólogo Nikolas Rose, que fue quien la hizo célebre durante los años noventa aplicando las ideas de Foucault y de Guilles Deleuze al análisis de la expansión de la psicología, la psiquiatría y disciplinas afines, entendidas como prácticas ligadas tecnologías de gobierno típicas de las democracias liberales (véanse Governing the Soul. The Shaping of the Private Self, Routledge, 1989, e Inventing Our Selves. Psychology, Power and Personhood, Cambridge University Press, 1996). La expresión tiene la ventaja de que, en lugar de ser denotativa, abarca todas las connotaciones del “campo psi”: psicología, psiquiatría, psicoanálisis, psicopedagogía, &c.

{2} Siendo estrictos, habría que hablar aquí de psicología y psiquiatría. Aunque el planteamiento de Marino Pérez –contextual o centrado en la persona antes que en mecanismos fisiológicos o formales– parece avenirse mejor con una sensibilidad psicológica que psiquiátrica, él mismo insiste en que ni toda la psiquiatría es reduccionista (biologista) ni toda la psicología deja de serlo, sino que la grieta entre enfoques mecanicistas y humanistas o contextuales las traviesa a ambas. Si estoy empleando el término “psicología” lo hago por su mayor cercanía a conceptos como subjetividad, experiencia, sensaciones, &c. (el segundo género de materialidad descrito por Gustavo Bueno, diríamos), intentando evitar las connotaciones reduccionistas biomédicas que a menudo tiene la palabra “psiquiatría”.

{3} Las pseudociencias, ¡vaya timo!, Laetoli, 2010.

{4} Contemplar la psicoterapia como una ceremonia no es extraño para quien tenga noticia de los estudios antropológicos sobre los rituales de autores como Lévi-Strauss, Mary Douglas, Clifford Geertz (citado en el libro), Victor Turner (citado y usado en el libro)... Sin embargo, quizás extrañe a muchos psicólogos y psiquiatras, a pesar de que a menudo manejen –en su representación, más que en su ejercicio– un modelo mecanicista de intervención que desde otro punto de vista sí es bastante raro. En palabras de Pérez: “Si esta imagen de la psicoterapia como rito-de-paso resulta extraña, ¿qué decir de su imagen como 'taller de reperación de mecanismos averiados'?” (pág. 419).

{5} Investigación sobre los modos de existencia, Paidós, 2013.

{6} Cf. Arthur Arruda Leal Ferreira, “Tecnologías del yo e introspección experimental. Un posible campo de estudios historiográficos”, Revista de Historia de la Psicología, 36 (1), 2015, págs. 91-112.

{7} Expuesta, p.ej., en “En torno al concepto de ‘ciencias humanas’. La distinción entre metodologías α-operatorias y β-operatorias”, El Basilisco, 2, 1978, págs. 12-46.

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