El Catoblepas · número 196 · julio-septiembre 2021 · página 7
Amantes de la sabiduría
Adolfo Monje Justo
Grandes filósofas en el cine
Introducción
La filosofía no es una labor exclusiva de hombres, a pesar de que los grandes manuales de Historia de la Filosofía, los libros de textos o el currículo de Filosofía se olvide tradicionalmente de ello. Dentro de la historia del pensamiento encontramos a multitud de mujeres que tuvieron que luchar para que su voz se oyera en un mundo dominado desde todas las instancias por el sexo masculino. Muchas veces sus historias son tenidas como heroicas, y es que es muy difícil luchar contra lo convencionalmente establecido. Pero este esfuerzo titánico no tiene su correspondencia en la visibilidad que la historiografía ha dado a unas mujeres que reivindicaron y demostraron que su lucidez reflexiva merece el mismo reconocimiento y estatus filosófico.
En las últimas décadas el cine se ha acercado a un buen puñado de pensadoras, haciendo que sus figuras vuelvan a saltar a la palestra después, en algunos casos, de mucho tiempo de olvido. Nuestra intención es realizar un recorrido, necesario pero incompleto, por algunas de las últimas producciones dedicadas a traer al presente la vida, siempre interesantes y atractivas, de estas mujeres filósofas que, desafiando lo establecido, lograron visibilidad y reconocimiento dentro del ámbito del pensamiento. Atendiendo a un orden cronológico dentro de la Historia de la Filosofía, las películas que analizaremos serán: Ágora (Alejandro Amenábar, 2009), dedicada a Hipatia de Alejandría; Lou Andreas-Salomé (Cordula Kablitz-Post, 2016), biografía sobre la escritora y pensadora rusa; Hannah Arendt (Margarethe von Trotta, 2012), película homónima que relata un episodio fundamental en la vida de la filósofa alemana; y, finalmente, María querida (José Luis García Sánchez, 2004), que se acerca a la figura de nuestra filósofa más universal, María Zambrano.
Hipatia de Alejandría, la amante de la sabiduría
En este recorrido cinematográfico por algunas de las grandes filósofas que ha retratado el cine, nos vamos a detener en primer lugar en la figura de Hipatia de Alejandría, una filósofa sobre la que es imposible diferenciar la realidad de la leyenda. Pocos son los testimonios y fuentes antiguas que nos hacen reconstruir la vida de esta pensadora neoplatónica que fue testigo de los últimos coletazos de la Antigüedad, antes de que Occidente se sumiera en un largo invierno dominado por el teocentrismo. En las últimas décadas muchas son las publicaciones que han intentado recuperar, aportando algo de luz, la figura de esta mujer que dedicó su vida a la filosofía y la ciencia. Además de diversos ensayos, novelas y documentales, la película Ágora de Alejandro Amenábar contribuyó a popularizar la imagen de esta filósofa que durante la Ilustración se convirtió en todo un símbolo de integridad intelectual frente a la barbarie dogmática de la religión. Aunque la película no ayuda a desentrañar esa diferencia ente la mujer que fue y el mito en que se convirtió, sí que constituye una hermosa visión idealizada de esta amante de la sabiduría.
Lo que hace con maestría Amenábar es recrear fielmente los acontecimientos que ocurrieron a finales del siglo IV y principios del V en la antaña capital cultural del mundo antiguo: Alejandría de Egipto. Ya poco quedaba del esplendor que la había convertido en el epicentro del saber conocido y, en su lugar, el ansia de conocimiento fue relegado por un afán desmedido por hacerse con el control político y espiritual en el seno de esta lejana provincia del caduco Imperio Romano. A ello contribuyó la mezcla irreconciliable de creencias religiosas que convivían en aquel momento: el judaísmo, el floreciente cristianismo y los últimos reductos politeístas encabezados por la antigua aristocracia de la ciudad, a la que pertenecía precisamente Hipatia, interpretada magistralmente en el filme por Rachel Weisz. En un mundo podrido y en descomposición, Amenábar nos presenta a una mujer ensimismada con el conocimiento de los cielos ejerciendo su maestría a un grupo elitista de jóvenes que no tardarían en ocupar cargos de relevancia en el poder. Entre ellos se encontraba Sinesio de Cirene (Rupert Evans), uno de sus alumnos más queridos y gracias al cual podemos reconstruir, a través de las numerosas cartas que se han conservado, cómo era su modelo de enseñanza y quiénes eran algunos de esos discípulos fieles a la filósofa. En este sentido, aunque Amenábar se permite alguna licencia dramática, intentó ser lo más fiel posible a los nombres que aparecen en esas cartas. Entre ellos se encontraban tanto cristianos como paganos, hecho que incide en el carácter abierto de esta maestra del saber que solo encontraba la divinidad en los cielos.
Precisamente en el estudio de los astros es donde se centra la película. Olvidándose de su faceta de filósofa, en Ágora se presenta a Hipatia como una científica obsesionada por dar sentido a una cosmología que Pitágoras, Aristóteles o Claudio Ptolomeo habían ayudado a construir pero que presentaba todavía grandes deficiencias, especialmente en lo referente al movimiento de las errantes. Esta pasión por las matemáticas y la astronomía se la debe a su padre, Teón (Michael Lonsdale), con el que siempre ha colaborado en sus investigaciones y estudios. Para Hipatia, desde una perspectiva eminentemente platónica, entiende las matemáticas y la astronomía como disciplinas propedéuticas para alcanzar el conocimiento verdadero, aquello que se encuentra en lo más alto. Así lo expresa Maria Dzielska en su interesante estudio sobre la que fue conocida como «la filósofa egipcia»:
“Además de enseñar ontología y ética, Hipatia imparte matemáticas y astronomía. Sinesio recuerda esas clases con la misma admiración y respeto que expresa por las consagradas a la filosofía pura. En este círculo las matemáticas no son más que otro instrumento, muy importante, para adquirir conocimientos metafísicos. Sus verdades dirigen a los estudiantes a una esfera epistemológica más elevada, los prepara para las generalizaciones, les abre los ojos a la realidad ideal. (…) De todas las ciencias matemáticas auxiliares del conocimiento metafísico, Hipatia coloca la astronomía en el lugar más alto.”{1}
Amenábar utiliza este hecho para construir un verdadero y sentido homenaje a la historia de la astronomía, fantaseando con la idea de que Hipatia antes de morir dedujera que los movimientos de los planetas no fueran circulares, como siempre se había pensado, sino elípticos, tal como demostraría Kepler muchos siglos después. De este modo, tanto en sus clases como en sus discusiones, se alude a grandes matemáticos y astrónomos como Apolonio de Perga, Euclides, Aristarco de Samos o Ptolomeo. A partir de diferentes estudios y experimentos se nos presenta a una Hipatia obsesionada por explicar el movimiento de los astros hasta el final de sus días, una obsesión erudita que contrasta con el ansia de poder que tienen cuantos la rodean y que incide en el carácter idealista de la filósofa, más preocupara por las cuestiones intelectuales que por las mundanas. A pesar de todo, se nos presenta, al mismo tiempo, como una mujer comprometida, al que no dudan en acudir a ella todo aquel que busque un buen consejo. Entre ellos se encuentra Orestes (Oscar Isaac), prefecto imperial de Alejandría que en la película se le presenta como uno de los discípulos de Hipatia pero que en realidad solo conoció en los últimos años de su vida. Como confirma Maria Dzielska, basándose en las fuentes de Sócrates Escolástico, “Hipatia y Orestes se conocen bien y se ven con frecuencia, y que el prefecto la consulta sobre cuestiones municipales y políticas. (…) Orestes busca sus consejos con tanta confianza que se le cree por completo bajo su influencia y participa de la hostilidad de Hipatia hacia el patriarca Cirilo y la política de la Iglesia de Alejandría.”{2}
A este hecho que aparece fielmente reflejado en la película, Amenábar añade una supuesta historia de desamor entre ambos que nada tiene que ver con realidad. A pesar de todo, esta historia nos sirve para penetrar en el carácter indomable de la filósofa. De todos es sabido que Hipatia llevó una vida casta y alejada de los placeres mundanos. Siguiendo los preceptos neoplatónicos hasta sus últimas consecuencias, la pensadora renunció a la satisfacción de las pasiones guiada por el deseo de purificar su alma a través de la ascesis. Esto es lo que intenta transmitir a sus discípulos con su ejemplo. Una de las pocas anécdotas que nos ha llegado de la vida de la filósofa tiene que ver con este deseo de pureza que siempre intentó mantener. “Según la información de Damascio, uno de los alumnos de Hipatia se enamora de ella. Incapaz de controlar sus sentimientos, el joven confiesa su amor. Hipatia resuelve castigarlo y encuentra un método eficaz para alejarlo. Como símbolo de la maternidad del cuerpo femenino le muestra su paño higiénico, haciéndole el reproche siguiente: «Esto es lo que amas en realidad, jovencito, y no la belleza por sí misma».”{3} Este discípulo en la película es un Orestes que, a pesar de la negativa, nunca perderá su admiración por una mujer que reencarna tanto la belleza física como la espiritual.
Esta fue una de las características que más llamó la atención a Amenábar sobre la filósofa. Tal como manifiesta en los comentarios a la película:
“Se ha especulado mucho sobre por qué Hipatia no tuvo amantes conocidos o no se casó nunca. Y Mateo Gil [coguionista de la película] y yo le dimos muchas vueltas. Pensamos: ¿fue lesbiana o realmente fue un intento de reforzar su carrera intelectual? Y decidimos adoptar esa visión. Hipatia, una especie de vestal casada con el cielo y dedicada a su investigación. Y de haberse casado se habría visto relegada a un segundo plano y hubiera tenido que frenar su carrera intelectual. De hecho Teón fue alguien obsesionado por educar a Hipatia como un filósofo más y las crónicas cuentan que ella vestía con la toga de los filósofos. Ella estaba empeñada en ser tratada como un filósofo más en la Biblioteca.”{4}
Efectivamente, Hipatia, tal como nos muestra la película, es una mujer decidida y resuelta, cuya única finalidad en la vida es el conocimiento y la pureza de espíritu. De ahí que se mantuviera virgen hasta el final de sus días, ya que, yéndonos a la propia etimología de la palabra «Filosofía», ella solo podía amar la sabiduría. De este modo, la película nos presenta a un auténtico modelo de actitud frente al conocimiento, una encarnación del espíritu racional y crítico que emana del saber filosófico. En un mundo donde el mito todavía estaba muy presente, Hipatia representa el logos. De ahí que tras su muerte, la filósofa se convirtiera en todo un símbolo del progreso.
Lou Andreas-Salomé, la mujer que nunca quiso amar
La figura de la escritora rusa Lou Andreas-Salomé (1861-1937) siempre ha provocado un magnetismo especial que ha hecho que, en algunas ocasiones, tengamos una imagen distorsionada de una mujer extraordinaria que, como tantas otras, tuvo que luchar a contracorriente en una sociedad supeditada a las más férreas convenciones sociales. Ante un panorama tan desolador que coadyuvaba a la mujer al incumplimiento y abandono de todo deseo de autorrealización personal, Lou Andreas-Salomé optó por rebelarse contra un sistema patriarcal que avocaba a la mujer a tener como máxima aspiración ser la esposa de un hombre que la protegiera y la mantuviera. Pero las aspiraciones de esta intelectual nacida en San Petersburgo chocaron desde bien joven con una sociedad que solo ponía obstáculos. Gracias a su carácter y su inquebrantable empeño, Lou se hizo un hueco destacado en los ambientes intelectuales de finales del siglo XIX y principios del XX, donde no tardó en convertirse en un referente de mujer moderna y librepensadora, a la par que los primeros movimientos feministas iban floreciendo en toda Europa.
Lou Andreas-Salomé (Cordula Kablitz-Post, 2016) es una película alemana estrenada recientemente que indaga en los episodios más importantes de la vida de aquella, que como nos sugiere el cartel promocional del filme, fue «venerada por Nietzsche, deseada por Rilke y admirada por Freud». Este convencional biopic está inspirado en uno de sus escritos autobiográficos de referencia, Mirada retrospectiva. Compendio de algunos recuerdos de la vida, que supone la mejor y más fiable obra para acercarse a esta atractiva figura. Precisamente, la película se centra en el proceso que dio luz a estas memorias que la escritora elaboró con la ayuda de Ernst Pfeiffer, consiguiente editor de esta y otras obras de la escritora.
El comienzo del filme nos sitúa en 1933 en Gotinga, ciudad alemana donde vivió los últimos años de su vida. En plena ascensión del régimen nazi, Lou Andreas-Salomé (Nicole Heesters), ya anciana, escribe una carta a su amigo Freud. En ella le cuenta su preocupación mientras en las calles se queman los libros del médico austriaco, junto a los de Marx y Lenin. En el ocaso de su vida, Lou, que ha perdido prácticamente la visión, quiere escribir sus memorias ante la incertidumbre política que reina y el delicado estado de salud en el que se encuentra. Ante la imposibilidad física de hacerlo ella misma, la escritora se sirve de Ernst Pfeiffer (Matthias Lier), un germanista que acude a Lou en busca de ayuda y que será el que transcribirá a máquina sus memorias. En ellas, la escritora, ensayista y psicoanalista irá haciendo un extenso recorrido desde su niñez en Rusia, pasando por todos aquellos episodios que crearán su fuerte personalidad y forjarán su indomable carácter. El tránsito de un episodio a otro lo marcarán las diversas postales que Lou irá extrayendo de la caja donde guarda todas sus fotografías, testimonios gráficos de incalculable valor historiográfico que ayudaron a que su fantástica historia no cayese en el olvido. Dichas postales, que cobran vida, se convierten en el decorado, cuasi teatral, que marca la transición de un episodio a otro y que aporta el elemento estético más destacable de un filme que, en algunos momentos, nos recuerda a una pobre telenovela de época.
Desde bien joven, comprobamos como Lou tiene que hacer frente a las convenciones que le impiden como niña jugar con sus hermanos en el jardín. “Una niña debe jugar dentro de casa”, le recuerda su padre mientras la levanta del suelo después de haberse caído de un árbol mientras jugaba con su hermano. De esta manera nos advierte cómo desde pequeña ya comienza a plantearse el sinsentido y la disgregación irracional por géneros. A ello contribuirá una madre seria y asentada en la inamovible costumbre, que se empeñará, tras la muerte de su marido y padre de Lou, a que su hija siga el camino marcado por la tradición. Pero la futura escritora convertirá en un mantra el mensaje que su padre le dejó escrito antes de fallecer cuando solo contaba con 16 años: “conviértete en quien eres”. A partir de este consejo, Lou pronto comprendió que para llevar una existencia plena debía formarse intelectualmente, de ahí que pase largas horas en la librería San Petersburgo, donde conocerá al primer hombre que marcará su vida, el pastor holandés Hendrik Gillot (Marcel Hensema), que se convertirá en el guía intelectual de una joven deseosa de saber. Para ello se empapó de los grandes clásicos de la Filosofía, hecho que la llevó a replantearse sus creencias y negarse a hacer la confirmación. La controvertida relación con Gillot, mucho mayor que ella, acabó cuando Lou rechazó la propuesta de matrimonio que este le hizo. A partir de este momento, que en la película se recoge como algo traumático, Andreas-Salomé decide que nunca más se enamoraría y que renunciaría a toda experiencia erótica, ya que entendía que esto solo le avocaría a alejarse de su auténtico cometido en la vida: la excelencia intelectual.
Con este afán se matricula en Filosofía y Religión en la Universidad de Zurich, la única universidad europea que permitía estudiar a las mujeres. Allí siguió formándose y devorando lo más relevante de la filosofía alemana, de la que se convirtió en gran especialista. Por sus graves problemas de salud tuvo que trasladarse junto a su madre a Roma, ciudad en la que conocerá al filósofo Paul Rée (Philipp Hauss) que, junto con Friedrich Nietzsche (Alexander Scheler), conformarán la famosa triada que tantas especulaciones ha provocado en la historiografía posterior. Este es uno de los episodios donde más se recrea la película, ya que nos ayudará a desentrañar lo más profundo de las inquietudes de la escritora. Encandilados de su gran atractivo físico y, ante todo, de su inspiradora aura intelectual, ambos quedaron prendidamente enamorados de una mujer que, ya hacía tiempo, había decidido no sucumbir al eros. Y es que para Lou Andreas-Salomé la renuncia a la satisfacción carnal libera la creatividad intelectual. Es interesante, al respecto, una de las acaloradas discusiones que mantiene con Nietzsche durante la película. Ante la imposibilidad del pensador alemán de acercarse sexualmente a ella, este le dice exaltado: “si nunca se entrega a un hombre no experimentará el principio dionisíaco, conocer por sí misma la parte pasional, sensual e irracional de su ser.” A lo que Andreas-Salomé sentencia: “me inclino más por el principio apolíneo: la razón y la independencia de las emociones.”
De este modo, rechazó la propuesta de matrimonio de ambos, a pesar de que su madre no veía con malos ojos que se casase con Rée. Pero ella solo buscaba una relación intelectual, un intercambio creativo que dicha amistad, sin duda, había potenciado y enriquecido. Alejándose de Nietzsche, cuya amistad comenzaba a ser tóxica, Rée y Lou deciden trasladarse a Berlín para vivir juntos en lo que constituye otra provocación a las convenciones sociales. Pero cuando la relación intelectual con Rée llega a su fin, Andreas-Salomé decide casarse con el profesor de lenguas orientales Friedrich Carl Andreas (Merab Ninidze), con el que convivió durante cuarenta y tres años en la más plena libertad. Con esta jugada maestra, consiguió satisfacer los deseos de su madre al mismo tiempo que tenía plena libertad de movimiento para viajar o relacionarse con otros hombres, entre ellos Rainer Maria Rilke (Julius Feldmeier), poeta con el que vivirá su relación más pasional y el único que le hizo replantearse que Nietzsche podría tener razón al afirmar que el principio dionisíaco siempre termina imponiéndose al apolíneo. Pero como con todos los hombres importantes de su vida, Andreas-Salomé puso fin a la relación una vez que enfriándose emocionalmente se empobreció la conexión intelectual entre ambos.
Ese rechazo categórico al compromiso está provocado por un deseo irrefrenable de libertad, que la entiende como la única condición para llevar una vida plena. De ahí que rompiera cualquier relación que terminara convirtiéndose en una cárcel emocional. Así lo expresa, veladamente, en uno de los discursos con los que se abre el filme: “La falta de espacio es tan negativo para el desarrollo de la mujer como la falta de movimiento para el desarrollo del hombre. Nada influye más en la emancipación de la mujer que el sentir que se encuentra artificialmente delimitada y saber que eso podría obstaculizar su camino hacia la veneración total de la vida, e impedir que encuentre el punto desde el cual ella y su vida puedan celebrar su enigmática y entrelazada armonía.”
Como hemos comprobado, la negativa de la pensadora para enamorarse obedece a un miedo irracional, casi una fobia, a quedar esclavizada por los deseos y las pasiones que provocarían una falta de libertad emocional y un alejamiento imperdonable del ideal de conocimiento. Al final del filme, cuando brevemente se trata su relación con Sigmund Freud (Harald Schrott), se deja entrever, durante una de las sesiones de psicoanálisis a la que le somete el médico austriaco, que este rechazo al compromiso puede obedecer a un complejo de Edipo que nunca superó por la muerte temprana de su padre.
Como relata el filme, la vida de Lou Andreas-Salomé no es más que la afirmación de la autodeterminación de una mujer que no solamente tuvo que luchar contra los roles establecidos sino también consigo misma. De este modo, sin ser una película sobresaliente, constituye una buena forma de introducirnos en la biografía de una mujer extraordinaria que logró con su vida una relativa emancipación, que supuso, al mismo tiempo, un impulso y un reflejo donde se miraron los primeros movimientos feministas de la época. Terminando con la reflexión de Arantzazu González en El pensamiento filosófico de Lou Andreas-Salomé, sobre el pensamiento feminista de la escritora:
“Y, así, considera que la mujer no debe confundir su aspiración a metas emancipatorias con la búsqueda de su propio ser y su propio desarrollo. Pero, en todo caso, necesita «libertad y otra vez libertad», y en consecuencia con ello han de romperse todos los límites y las estrecheces artificiales, todas las reglas tradicionales establecidas para la conducta de las féminas. Si tenemos en cuenta que Lou orientó su interés hacia la temática ‘mujer’ en la época en la que el movimiento feminista como tal se encontraba en su nacimiento, podemos hallar en ello la referencia a un ‘topos’ común en la época. Lou percibe el peligro que entraña la afirmación de un mundo interpretado por el hombre y por ello afirma, constantemente, el valor de ‘lo femenino’.”{5}
Hannah Arendt, pensamiento frente a la barbarie
Hannah Arendt (1906-1975) podemos considerarla una de las grandes filósofas de todos los tiempos. Inserta en una época del todo convulsa, vivió de primera mano las devastadoras consecuencias que supusieron el alzamiento y expansión del régimen nazi por toda Europa. Iniciada en la filosofía por algunos de los grandes pensadores de la primera mitad del siglo XX (Husserl, Heidegger, Jasper) y tras huir de Alemania por su condición de judía, en Estados Unidos encontró una segunda patria que le permitió, desde la perspectiva que le dio el tiempo y el espacio, sistematizar una teoría sobre los totalitarismos y demás males que asolaron al Viejo Continente.
En torno a esta figura tan atractiva se estrenó en 2012 un filme bajo la dirección de Margarethe von Trotta, una realizadora inserta en el heterogéneo movimiento del Nuevo Cine Alemán. Más que ser un convencional biopic, como el de Lou Andreas-Salomé, la película se centra en una época muy concreta de su biografía, quizás la más difícil y polémica de su carrera filosófica. En 1961, esta pensadora judía quiso vivir de primera mano el juicio celebrado en Jerusalén contra uno de los máximos responsables del genocidio nazi, Adolph Eichmann, oficial de las SS que fue capturado por el Mossad en Argentina. Para ello se ofreció como reportera para The New Yorker, de donde surgieron una serie de artículos y, posteriormente, una de las grandes obras de referencia de su carrera: Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal (1963).
Siempre recelosa de lo que se encontraría allí, estaba convencida de que dicho proceso constituía, al fin y al cabo, un juicio a la historia más que el juicio justo a un hombre. La película arranca con la detención del dirigente nazi y recrea, casi de un modo documental, los momentos claves de un proceso en el que todo estaba prefijado. Ante esta pantomima, se presenta a una Arendt poco entusiasta que, más que sentirse testigo de la historia, utilizó dicha farsa para repensar uno de los conceptos claves de su pensamiento, su concepción del mal.
Arendt, interpretada magistralmente por Barbara Sukowa, que ya había trabajado con Margarethe von Trotta dando vida a Rosa Luxemburgo en su película homónima (1986), aparece en el filme, además de como una fumadora compulsiva, como una mujer con carácter, aunque de espíritu afable, que no duda en utilizar su consabido estatus y su personalidad desbordante para atraer la atención de su alumnado y de la opinión pública en general. Son innumerables los planos que se recrean en su figura pensativa en análisis constante tanto del mundo que le rodea, la época histórica que le tocó vivir, como de sus propias decisiones. Y es que para esta pensadora el filosofar no es más que mantener un diálogo consigo misma. Una idea que, según el filme, remite a la mayor enseñanza que sacó de Martin Heidegger, su profesor y amante de juventud. Una época sumamente importante de su vida que también está presente en la película. A través de diversos flashback, reflejos de la memoria de la pensadora, Margarethe von Trotta nos da ciertas pinceladas de la evolución de una relación que pasó del amor verdadero a la decepción, tras la ambigüedad que demostró su profesor en Marburgo con el Partido Nacionalsocialista. A pesar de todo, tal como refleja su fotografía siempre omnipresente en el escritorio, Heidegger constituyó la guía y punto de partida de su pensamiento, una tarea solitaria y en constante lucha consigo misma.
Esto es lo que refleja la película precisamente. Desde el momento en que se decide a cubrir el juicio contra Eichmann, su intención es, lejos del trámite periodístico, indagar en las claves filosóficas que están detrás del mayor acto de crueldad de todos los tiempos. El problema es que la búsqueda del sentido de las cosas no siempre coincide con el sentir colectivo, ese que se queda en la superficie y no le interesa indagar en la raíz del problema. Ahí está la clave de la tarea filosófica. En este sentido, Arendt, lejos de demonizar la figura del oficial nazi y alejándose de su concepción primigenia del “mal radical” presente en Los orígenes del totalitarismo (1951), pretende explicar cómo personas normales y padres de familia como Eichmann pudieron participar en el intento de exterminio de la población judía. Este fue el primer punto polémico que encontramos en sus escritos sobre el proceso, tal como se refleja en la película. Para muchos era incomprensible que Arendt humanizase a una persona que era considerado por la gran mayoría como un monstruo sin escrúpulos. Pero tras escuchar su defensa en el juicio comprobó y, en cierto modo, creyó que no se sentía responsable de aquello de lo que se le acusaba, ya que, en el fondo, solo se veía como un engranaje más de una maquinaria mucho más compleja. Es interesante al respecto la discusión que mantiene durante la película con su gran amigo y antiguo compañero en Marburgo, Hans Jonas, amistad que se resquebrajó tras la publicación de los artículos en The New Yorker.
– Hans Jonas: “Pero Eichmann era un monstruo. Y cuando digo monstruo, no quiero decir el diablo. No necesitas ser listo o poderoso para comportarte como un monstruo.”
– Hannah Arendt: “Estás siendo tan simplista. Lo nuevo del fenómeno de Eichmann es que hay tantos como él. Es un ser humano aterradoramente normal.”
– Hans Jonas: “No todas las personas normales eran jefes del departamento 4B-4 de la Oficina de Seguridad del Reich encargados de exterminar a los judíos de Europa.”
– Hannah Arendt: “En eso tienes razón. Pero él se consideraba un siervo obediente de Alemania que debía obedecer las órdenes de Führer. «Mi lealtad es mi honor». Las órdenes del Führer se convirtieron en ley. No se sentía culpable en el sentido de la acusación. Se estaba comportando conforme a la ley.”
– Hans Jonas: “Entonces nadie es responsable ni culpable. Toda persona cuerda sabe que matar está mal. (…) No puedes escribir así para el New Yorker. Es demasiado abstracto. Es confuso. Ellos no quieren una lección de filosofía. Tienen que saber lo que hizo el nazi Eichmann.”
Pero para una persona que todo lo observa bajo el filtro de la filosofía eso se convierte en un sinsentido. Eichmann no fue un monstruo sino un hombre mediocre que solo actuó conforme a la ley. De ahí surge su idea de la “banalidad del mal”, un concepto que, por lo que representaba, no fue comprendido ni aceptado. A pesar de que en Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal intentó sistematizarlo, las reacciones en su contra se intensificaron, recibiendo multitud de cartas y reprimendas por su polémica postura.
El segundo aspecto delicado que trata la película, en torno a las consecuencias que acarrearon sus escritos sobre el juicio a Eichmann, fue la afirmación, en uno de sus artículos, de la implicación de las autoridades judías en el holocausto. A pesar de que el director de The New Yorker intentó persuadir a Arendt para eliminar esta controvertida referencia, la pensadora, fiel a su naturaleza obstinada, da un salto al vacío ante una comunidad judía que siempre se ha visto como víctima pero que es incapaz de asumir sus errores. Recelosa del nuevo Estado de Israel, a pesar de haber sido partícipe de diversos movimientos sionistas en su juventud, Arendt no duda en arremeter contra aquellos que ayudaron, desde dentro, a que la Solución Final se materializase. En la película es especialmente relevante, al respecto, los diferentes encuentros que mantiene con Kurt Blumenfeld, gran amigo que en el ocaso de su vida dio la espalda a Arendt al no perdonarle el “ensañamiento” con su pueblo.
En torno a estas dos polémicas se construye una película que ayuda a desentrañar la concepción que esta mujer, que estudió y se codeó con los mejores filósofos de su tiempo, tiene sobre la filosofía. En una incesante búsqueda de la verdad, observamos como la reflexión filosófica se convierte en una lucha titánica frente a aquellos que están empeñados en ocultarla o, al menos, distorsionarla. Al respecto es sumamente interesante el discurso de defensa que da al final de la película en la Universidad frente a aquellos que quisieron fulminarla. En él hace un alegato de la labor de pensar como único antídoto posible frente a la barbarie.
“Yo nunca he defendido a Eichmann. Tan solo he querido reconciliar la increíble mediocridad del hombre con las terribles consecuencias. Intentar comprender no significa perdonar. Así que toda mi responsabilidad es comprender y será también la responsabilidad de cualquiera que desee estudiar sobre este u otro tema. Desde Sócrates y Platón entendemos que el pensamiento es algo así como el diálogo silencioso que el alma tiene consigo misma. Al negarse a ser una persona pasó a ser su propia víctima renunciando, sin saberlo, a una de sus máximas facultades, la capacidad de pensar. Y como consecuencia cuando dejó de pensar dejó de discernir. Fue la incapacidad de pensar la que hizo posible que muchos hombres, digamos normales y corrientes, cometiesen actos de barbarie a una escala enorme, actos que nunca se habían visto jamás. Es cierto, he tratado estos temas desde una perspectiva principalmente filosófica. La esencia del pensamiento, el pensamiento al que me refiero, no es la del conocimiento sino la que distingue entre el mal y el bien, entre lo bello y lo feo. Y lo que yo busco es que el pensar dé fuerza a las personas para que puedan evitar el desastre en aquellos momentos en los que todo parece perdido.”
La última década de su vida, Arendt se la pasó intentando explicar esta teoría. Es significativo, al respecto, la recopilación de escritos de esta época bajo el título de Responsabilidad y juicio. En ellos ahonda en cuestiones como la responsabilidad personal bajo una dictadura, la responsabilidad colectiva o la interdependencia entre el pensar y las reflexiones morales. Esta es, precisamente, la reflexión con el que termina la película, tal como hemos reproducido anteriormente. Para Arendt no puede haber responsabilidad moral (no así jurídica) en un acto de barbarie si el que la comete posee “una curiosa y absolutamente auténtica incapacidad para pensar”. El pensamiento de este modo es condición sine qua non para el obrar y, ante todo, el valorar desde el punto de vista ético la conducta. Este carácter práctico del pensamiento, esta incapacidad de tener mala conciencia, como le ocurría a Eichmann, es aquello que preocupó a la filósofa hasta sus últimos días. Tal como sostiene en “El pensar y las reflexiones morales”: “¿La actividad de pensar, en sí misma, el hábito de examinar y de reflexionar acerca de todo lo que acontezca que «condicione» a los hombres contra el mal? (…) Por último, ¿no se refuerza la urgencia de estas cuestiones por el hecho bien conocido y alarmante de que solo la buena gente es capaz de tener mala conciencia, mientras que esta es un fenómeno entre los auténticos criminales? Una buena conciencia no existe sino como ausencia de una mala.”{6} Tanto una como otra necesitan de una reflexión, de un interés por entender y comprender las consecuencias de tus actos. De ahí surge la auténtica responsabilidad tanto del santo como del villano. Ante la ausencia de este hecho, tal como le sucedía a Eichmann, el mal siempre será un asunto banal.
María Zambrano, la mujer como saber poético
María Zambrano (1904-1991), nuestra filósofa más reconocible, al igual que Hannah Arendt, fue otra mujer que sufrió de primera mano la convulsión política de su tiempo, hecho que la llevó a un obligado y duro exilio lejos de la patria. La gran diferencia con la pensadora alemana es que, en el ocaso de su vida, decidió regresar al país que la vio nacer tras ese largo periplo que la llevó por diversos países americanos y europeos. En ellos fraguó una extensa obra que la convierte, posiblemente, en la pensadora más importante de lengua hispana.
Además de los diversos documentales que existen sobre su figura, dentro del ámbito de la ficción contamos con la película María querida (José Luis García Sánchez, 2004), un curioso y atrevido filme, que nos presenta a una María Zambrano en la última etapa de su vida. Con guion de Rafael Azcona e interpretada magistralmente por Pilar Bardem, trabajo que le valió el premio a mejor actriz en la Seminci de Valladolid, nos encontramos con una interesante propuesta a caballo entre el cine documental y la ficción. Coincidiendo con el centenario del nacimiento de la pensadora en Vélez-Málaga, esta película financiada por el Gobierno andaluz pretende ser un homenaje póstumo a una de las mujeres más ilustres nacidas en dicha región.
La historia que relata se traslada a 1988, año en el que Zambrano recibe el Premio Cervantes, la primera mujer que recibió el galardón más importante de las letras españolas. Muy deteriorada físicamente, la película se abre con una rueda de prensa en su casa tras publicarse la noticia de dicho reconocimiento. Allí conoce a Lola, una joven periodista de TVE que no tarda en prendarse de su elocuencia y magnetismo. Mientras que montan el reportaje, le proponen que ruede una película de corte documental sobre la pensadora. A partir de ese momento y tras aceptar la filósofa la propuesta, el filme se convierte en la recreación del rodaje de un documental que nos ayuda, de un modo original, a revivir los pasos y recuerdos de una mujer que, como dice el director de la cinta, fue “perdedora de todas las batallas del siglo XX y ganadora de la gran guerra: la liberación e integración de la figura de la mujer en nuestro país.”{7}
En este sentido, la película, aunque recrea en cierto modo la vida de la pensadora, en el fondo lo hace desde la más simple ficción. A través de la amistad que entabla con la periodista, contemplamos a una mujer que, aunque muy débil físicamente, su cabeza rezuma una lucidez asombrosa. A través de las diversas entrevistas que conforman el documental, vamos siendo testigos de que, aunque tuvo que vivir largo tiempo exiliada, todo lo que es se lo debe a sus años de formación antes de desencadenarse la Guerra Civil. De manera serena y ensimismada recuerda sus años de niñez en Segovia y Madrid, el gran amor de su vida que fue su primo Miguel Pizarro y, cómo no, aquellos años en la Universidad Central de Madrid donde se codeó con aquellas personas que cambiaron el rumbo cultural de un país que pronto sucumbiría, como le sucediera a la Alemania de Arendt, a la más cruel represión. Bajo el magisterio de José Ortega y Gasset, Xavier Zubiri o García Morente, María Zambrano no tardaría en proponer su teoría más reconocible, «la razón poética», concepción filosófica que tiene su germen en 1939 en una de las obras más definitorias de su pensamiento: Filosofía y poesía.
Con esta obra pretende volver a encontrar dos disciplinas que tradicionalmente han estado confrontadas pero que, según la pensadora malagueña, se necesitan para profundizar en lo más hondo de la realidad. En una teoría que muchos asocian al segundo Heidegger, reivindica el poder que tenían las palabras de los primeros filósofos, en donde poesía y logos confluían hacia un fin común. Fue Platón quien, expulsando a los poetas de la polis, encumbró la razón como única fuente posible de conocimiento y provocando, consecuentemente, un divorcio irreconciliable durante toda la historia del pensamiento occidental entre filosofía y poesía. Pero para Zambrano ambas disciplinas por separado nunca encontrarán la auténtica esencia de la verdad. Si, como sostiene en la película, “el verdadero proceso de la filosofía y su progreso estriba en descender cada vez a capas más profundas de la ignorancia, a adentrarse en las tinieblas originarias del ser y de la realidad”, esta tarea solo puede ser transitada desde la razón poética, aquella que precisamente penetra en lo originario, en definitiva, aquella que iluminará la palabra que defina tanto lo concreto como lo universal.
“Poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por la gracia. La filosofía búsqueda, requerimiento guiado por un método.”{8}
Esta dicotomía entre pensamiento y poesía puede extrapolarse, dentro de la obra de Zambrano, a la dualidad entre el hombre y la mujer, tal como aparece expresado en el artículo Eloísa o la existencia de la mujer. En esta obra definitoria de la concepción ontológica que la pensadora asocia a lo masculino y lo femenino dentro de la filosofía occidental, establece su ambigua visión sobre el papel que la mujer ha jugado en la propia historia. Al mismo tiempo que la filosofía racional y metódica supeditó a un segundo plano el saber poético, ese papel secundario y oculto, aunque no por ello necesario, le ha correspondido a la mujer con respecto al hombre, que ha sido el encargado de escribir y objetivar la historia. Si el hombre es logos, la mujer es existencia poética, entendidos ambos como los dos elementos constitutivos de la razón poética. Como afirma Isabel Balza en su artículo “Una aproximación a lo femenino en María Zambrano”: “Frente al lugar objetivo del hombre en la historia y en el mundo, la mujer ocupa un lugar subterráneo, lugar que es recatado por la poesía. (…) Ello se entiende si recordamos que el discurso poético es para Zambrano aquel ejercicio de la razón que se ocupa de todo lo que el discurso racional o científico desecha: lo que en la autora aparece englobado bajo el término «entrañas»: lo escondido, lo oculto, aquello en definitiva que no ha alcanzado ser.”{9}
La lectura de Eloísa o la existencia de la mujer es lo que hace que Lola, la protagonista de la película, profundice en el pensamiento y la personalidad de alguien que se sabe existiendo en y desde lo femenino. En una secuencia de la misma, contemplamos a Lola ensimismada leyendo un pasaje de esta obra que Zambrano dedicó a la que fuera esposa de Pedro Abelardo.
“La mirada en que la mujer se mira a sí misma es distinta a la análoga del varón. Es esencial a la vida humana el saberse o saber algo de sí misma. Pero el hombre adquiere este saber casi siempre en forma de idea, de definición. La definición es la forma más viril del conocimiento. Mientras la mujer suele verse vivir desde dentro, sin definición, de modo directo, distinguiendo del personaje que el hombre necesita crear para verse vivir. Es muy masculino verse vivir desde una idea o desde un personaje. Femenino es verse vivir hacia dentro, como si la mirada saliera situada de un centro más allá del corazón pero entrañable siempre.”
Como comprobamos en este pasaje que lee Lola, para Zambrano, efectivamente, lo femenino debemos asociarlo definitivamente con la poesía ya que tiene que ver con las “entrañas” en el sentido en que la mujer siempre se vive hacia dentro. En el interior se encuentra lo definitorio de lo femenino que la pensadora malagueña termina asociando al alma. Frente a ella nos encontramos el espíritu, que es lo que podemos asociar al hombre, un ser que busca sentido en la razón, no en el sentimiento, como es el caso de la mujer. De este modo, volviendo al artículo de Isabel Balza, “Zambrano defiende que la mujer no ha tenido modo de existencia ontológica, pero sí analiza una manera específica de existencia para las mujeres. Este modo de existencia y de expresión femeninos lo encuentra Zambrano en el amor.”{10}
Esta última idea está muy presente de nuevo en la película, en la cual Lola, esa periodista que se redescubre a través de las conversaciones con la pensadora, encuentra una nueva forma de definir su feminidad en un momento en el que acaba de separarse de su marido y ha encontrado el amor en otro hombre. Ante las dudas que le suscita esta nueva relación, Zambrano le hace comprender que solo en el amor las mujeres a lo largo de la historia han llegado a realizarse. Pero esto implica la supeditación obligada al otro, la razón de ser de su existir. Y en este sentido la figura de referencia es Eloísa. Como afirma María Fogler en “Las diferentes perspectivas de lo femenino en la obra de María Zambrano”: “En la cultura medieval expresarse a sí misma significa en el caso de la mujer confesar su amor, porque en esta época la vida de la mujer está inseparablemente unida al amor. La mujer en la visión de Zambrano es percibida como un ser alógico, sentimental.”{11} Lola termina confesando su amor a Pepe, el hombre con el que terminará teniendo un hijo. En este sentido, Eloísa y Lola terminan fundiéndose al final del filme.
Aquí es donde reside la idea más cuestionable de la pensadora a la hora de entender su visión de la mujer siempre supeditada al hombre, entendido ambos como complementos necesarios, como lo son, respectivamente, la poesía y la filosofía. Además de excluir en esta afirmación toda posibilidad de un amor pleno desde el plano homosexual, ya que siempre se entendería como algo incompleto, siguiendo con la reflexión de María Fogler: “Lo que parece hacer la filósofa en la descripción histórica del puesto de la mujer en la cultura occidental es reducir la visión de lo femenino a lo opuesto –entendido como lo complementario- de lo masculino. La mujer no puede alcanzar su existencia verdadera sin amar, cuidar o neutralizar a los hombres. De esta manera, lo masculino empieza a ser inevitablemente necesario para la existencia de la mujer. Por tanto, Zambrano misma parece sugerir la dependencia de las mujeres de lo masculino.”{12}
Esta ambigua visión del amor choca de lleno con la visión que del mismo tenía Lou Andreas-Salomé, una mujer que, como hemos comprobado, se negó a enamorarse. Una renuncia que se sustenta en la idea de que el sexo femenino puede llegar a la máxima plenitud existencial e intelectual sin necesidad de vivir al resguardo de un hombre. Es interesante al respecto el artículo que Zambrano dedicó a la figura de la escritora rusa y que apareció en 1933 en la Revista de Occidente bajo el título de “Lou Andreas-Salomé: Nietzsche”. En dicho escrito, la filósofa malagueña, en vez de reseñar el libro que la autora dedicó a la filosofía de Nietzsche, lo que hace es analizar las fatales consecuencias que supuso para el pensador el rechazo de Andreas-Salomé, convirtiéndose el artículo en un desconcertante reproche:
“Nietzsche, ímpetu sin fin de vida, necesitaba de la gracia luminosa que detuviera su desesperada carrera, que encantara su ambición demoníaca, que hiciera por fin descansar al judío errante. Mas, es entonces, ella, Lou Salomé, la que no puede detenerse. ¡Tremendo destino es para una mujer no poder detenerse, no aceptar a elevar su feminidad a norma luminosa, aquietadora y alentadora de la vida de un hombre! (…)
Si es algo la mujer en la vida de un hombre como Nietzsche –quizá, de todo hombre- es creador de orden. Ordenar graciosamente la barbarie de los instintos, la selva del sentimiento, la contradicción de los anhelos, fue la misión que declinó Lou Salomé frente a Dionysos germánico.”{13}
En esta dicotomía radica la ambigüedad de Zambrano con respecto a su perspectiva de lo femenino. Si, por un lado, intentó ensalzar la figura de la mujer asociándola al saber poético, partiendo de la idea de que este siempre estará supeditado al saber racional, propio del hombre, la misma, nunca podrá gozar de la independencia por la que luchó Lou Andreas-Salomé. Mientras que Zambrano supedita lo femenino al encuentro necesario con lo masculino, la escritora rusa se liberó de las cadenas del compromiso y demostró con su vida que el amor no debe convertirse en el fin último de toda mujer si, realmente, quiere alcanzar la plenitud y la autorrealización.
Conclusión
Como hemos comprobado a través de este incompleto recorrido por las películas más representativas de los últimos años que tienen como protagonistas a algunas de las grandes pensadoras de todos los tiempos, todas ellas tienen una particular relación con la filosofía. Aunque todas coinciden en que les tocó vivir en épocas difíciles y convulsas, supieron encontrar en la filosofía un refugio en el que instalarse con la finalidad de comprender sus respectivos contextos históricos y rebelarse contra una sociedad opresiva y discriminatoria frente a la mujer. Cada una de estas mujeres utilizaron el pensamiento como guía para instalarse en el presente haciendo frente, cada cual a su manera, a las trabas y reparos que su labor provocaba.
Gracias a esta valiente apuesta de traer al presente la figura de algunas de las filósofas más destacadas de la historia, nos es más fácil acercarnos a lo que fue la vida y el pensamiento de aquellas amantes de la sabiduría que nos dejaron un legado innegable tanto con su obra (Andreas-Salomé, Arendt y Zambrano) como con su leyenda (Hipatia). Este recorrido nos ha ayudado a entender la filosofía en y desde lo femenino, una visión necesaria que, por desgracia, muchas veces se encuentra olvidada o simplemente escondida.
Aquellos que se acerquen a estas películas seguro que encuentran una excusa para seguir indagando en estas mujeres extraordinarias que no se conformaron con asumir los roles establecidos sino que, rodeadas y admiradas por los grandes filósofos e intelectuales de sus respectivas épocas, se convirtieron en una influencia innegable, un modelo en el que se miraron muchos de los movimientos feministas de la historia. Porque si algo nos enseñaron estas cuatro filósofas es que la libertad y la autorrealización solo es posible mediante la lucidez del pensamiento, esa que hace posible entender que ninguna labor, incluida la filosofía, debe medirse por el sexo.
Bibliografía
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Eichmann en Jerusalén. Debolsillo, Madrid, 2017.
Balza, Isabel. “Una aproximación a lo femenino en María Zambrano” en Paradigma: revista universitaria de cultura, n° 5, Universidad de Málaga, 2008.
Boella, Laura. Pensar con el corazón. Hannah Arendt, Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano. Narcea, Madrid, 2010.
Bruzzese, Marina y Martino, Giulio de. Las filósofas. Cátedra, Madrid, 2000.
Dzielska, María. Hipatia de Alejandría. Siruela, Madrid, 2009.
Fogler, María. “Las diferentes perspectivas de lo femenino en la obra de María Zambrano” en Aurora. Papeles del «Seminario María Zambrano», n° 17, Barcelona, Noviembre-diciembre 2016.
Gálvez, Pedro. Hypatia. La mujer que amó la ciencia. Lumen, Barcelona, 2004.
González, Arantzazu. El pensamiento filosófico de Lou Andreas-Salomé. Cátedra, Madrid, 1997.
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Piña, Begoña. “Las filósofas feministas, indomables también en el cine” en Público, 27-04-2018. https://www.publico.es
Roldán Usó, Pilar. “Mujeres filósofas del siglo XX en el cine” en El espectador imaginario, n° 66. Octubre 2015. http://www.elespectadorimaginario.com/
Zambrano, María. Obras completas (8 volúmenes). Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016.
——
{1} Dzielska, María, Hipatia de Alejandría, Siruela, Madrid 2009, p. 67.
{2} Dzielska, María, op. cit., p. 52.
{3} Dzielska, María, op. cit., p. 63 y 64.
{4} Comentarios de Alejandro Amenábar incluidos en la edición en DVD de Ágora.
{5} González, Arantzazu, El pensamiento filosófico de Lou Andreas-Salomé, Cátedra, Madrid 1997, p. 118.
{6} Arendt, Hannah, “El pensar y las reflexiones morales” en Responsabilidad y juicio, Paidós, Barcelona 2007, p. 162.
{7} Declaraciones de José Luis García Sánchez para el making of de la película.
{8} Zambrano, María, Filosofía y poesía en Obras Completas I, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2015, p. 687.
{9} Balza, Isabel, “Una aproximación a lo femenino en María Zambrano” en Paradigma: revista universitaria de cultura, n° 5, Universidad de Málaga 2008, p. 10.
{10} Balza, Isabel, op. cit., p. 10.
{11} Fogler, María, “Las diferentes perspectivas de lo femenino en la obra de María Zambrano” en Aurora. Papeles del «Seminario María Zambrano», n° 17, Barcelona, noviembre-diciembre 2016, p. 47.
{12} Fogler, María, op. cit., p. 47.
{13} Zambrano, María, “Lou Andreas-Salomé: Nietzsche” en Obras completas II, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2016, p. 557.