El Catoblepas · número 196 · julio-septiembre 2021 · página 10
Los límites de la libertad individual en el horizonte de la seguridad del Estado
Darío Martínez Rodríguez
Análisis aquí y ahora
1. Definirse. Algunos límites
Tema controvertido. La tradición lo avala. Obligado definirnos. Vaya por delante. Por libertad hemos de entender todo hacer consciente de un sujeto corpóreo, operatorio, propósito y reconocido como persona, y del que es causa necesaria (responsable), logrando vivir y vivir mejor en tanto que convive con otras personas, siendo lo mejor aquello que entendemos como bien, en tanto “que sabemos con certeza que nos es útil” (Espinosa, 1980: 249). En su operar libre está la posibilidad de ser mejor persona y de hacer a los otros mejores en tanto que entendemos lo útil con ideas adecuadas.
Los hombres, en cuanto que viven bajo la guía de la razón, son lo más útil que hay para el hombre [se ha de concluir que los dioses, o el dios de las religiones monoteístas, es prescindible; no será necesario acudir a ellos o a él, doblegarnos a su voluntad para ser mejores y libres], y de esta suerte, es conforme a la guía de la razón el que nos esforcemos necesariamente por conseguir que los hombres vivan, a su vez, bajo la guía de la razón. Pero el bien que para sí apetece el que vive según el dictamen de la razón, esto es, el que sigue la virtud, consiste en conocer; por consiguiente, el bien que todo aquel que sigue la virtud apetece para sí, lo deseará también para los demás hombres” (Espinosa, 1980: 279-280).
Sus virtudes serán la «firmeza» hacia uno mismo y la «generosidad» hacia los demás (Espinosa, 1980: 225). En tanto que individuo las acciones por racionales serán las que tienen como principio la individualidad corporal. Esto es la ética. En tanto que miembro de un grupo serán las acciones propositivas, prudentes, racionales y acordadas por todos en función de las circunstancias, que posibiliten una mejor pervivencia del grupo, las que constituirán la moral. Actuar moral y éticamente no siempre da como resultado un equilibrio, una especie de propiedad conmutativa ajena a contradicciones. Hay contradicciones y muchas de ellas ineludibles. Luego: “Soy libre no tanto por ser «causa de mis actos» cuanto porque mis actos son los que me constituyen como persona capaz de convertirse en causa adecuada de esos actos” (Bueno, 1995: 335-336).
Por seguridad entenderemos el marco dinámico, histórico y social en el que un individuo indiferenciado puede por la fuerza de la razón y la prudencia dar sentido a su trayectoria de vida y conducir lo que es su ser como persona hacia el bien en tanto que útil. Evitar situaciones de riesgo innecesarias, no útiles, flexibilizar las posibilidades de actuación para poder elegir lo mejor, vivir en un contexto político que no lo legisle todo ya que no limita las pasiones, sino que incrementa los vicios otorga seguridad: “El que pretenda determinarlo todo por leyes, provocará los vicios más bien que los corregirá” (Espinosa, 1986: 308). Por tanto, yendo a nuestro presente en marcha, evitar que el control político esté en manos de movimientos exaltados y engrandecidos por principios revelados y míticos de un grupo o pueblo hará que nuestras vidas sean más seguras y más libres. Vivir según dictámenes rigurosos que de ser críticamente sorteados por ciudadanos que se desvíen de la doctrina oficial y dogmática supongan el escarnio público, el ninguneo como forma soterrada de censura, o directamente el castigo, es un síntoma de tiempos atropellados por unos pocos que acreditados como laicos se manifiestan como curas de tiempos pasados. El ascetismo público derivado de coacciones silenciosas de la comunidad de fieles se amplía del trabajo a la casa, del espacio público o semipúblico al privado. En una especie de luteranismo posmoderno por repliegue del catolicismo (universal, no particular) religioso y no religioso o ateo.
Lutero, si bien libertaba al pueblo de la autoridad de la iglesia, lo obligaba a someterse a una autoridad mucho más tiránica, la de un Dios [irracional ya que no argumentaba en forma de silogismo, desde las premisas a la conclusión siguiendo pasos lógicos, y además con una voluntad infinita, arbitraria, absolutamente libre y por supuesto desconocida] que exigía como condición esencial de salvación la completa sumisión del hombre y el aniquilamiento de su personalidad individual. La «fe» de Lutero consistía en la convicción de que sólo a condición de someterse uno podía ser amado, solución ésta que tiene mucho de común con el principio de la completa sumisión del individuo al Estado [hoy Gobierno autonómico con aspiraciones de nación política] y al líder (Fromm, 2018: 136).
Y en esta misma línea de control férreo de la libertad y siendo conscientes de lo controvertido del asunto nos dice Armesilla con respecto a la religión católica como diferente del budismo, el protestantismo y del Islám entre otras formas de religión:
[…] esto es así porque entre su dogmas la Iglesia tiene la noción de que los católicos no son una congregación de fieles, que también, sino de pecadores [quizá ayude a no verse como un pueblo elegido con carta blanca para hacer lo que desde su capacidad alcance, es decir una libertad positiva para dominar a otros pueblos y en límite a todos], con lo que es permisiva con el pecado siempre y cuando haya confesión de los mismos en algún momento de la vida del individuo, y si no hay confesión ni arrepentimiento alguno, según el dogma católico, el individuo irá al Infierno, en este sentido, el catolicismo es, de todas las religiones, la que da más libertad de obrar al individuo, ya que otras como el budismo, el protestantismo o el Islam, entre otras, obligan a aquel que profesa su fe a llevar una vida en la que la rectitud moral y los comportamientos por las escrituras sean leit-motiv de la existencia individual y grupal, y en las que cualquier desviación, por ligera que sea, será condenada por la comunidad (Armesilla, 2012. 38-39).
Continuando para concluir:
En el protestantismo y el Islam, ambas religiones cuya raíz real se encuentra en la teología aristotélica, existe una fuerte presión social de todos contra todos, por lo que el pecador o el infiel será castigado en vida de manera brutal, bien siendo quemado por “bruja” como en la Inglaterra o en la Norteamérica del siglo XVII, bien siendo decapitado o apedreado por “infiel” en los países mahometanos; a pesar de su estructura jerárquica y no democrática [algo que irrita al fundamentalismo democrático] la Iglesia Católica, al considerar a los seres humanos pecadores que recibirán el perdón de dios en algún momento de sus vida si se arrepienten y se confiesan, por razón de dogma, da mucha más libertad a los individuos que otras confesiones religiosas (Armesilla, 2012: 39).
Hoy parece que todo comienza a ser tasado, desde lo público a lo privado. El acceso desde la distancia, la velocidad, el instante, podrá transformar lo que es íntimo y privado en público con solo pulsar un botón dada la posibilidad virtual y real de poder ver y oír a través de los cuerpos opacos y en directo.
En las sociedades políticas caracterizadas por su divergencia las soluciones a los infinitos problemas son necesariamente parciales. No existe el equilibrio perfecto. La libertad del individuo no es perfectamente compatible con la seguridad del Estado, ni la seguridad del Estado es la mejor práctica política para garantizar la libertad individual. El orden bueno (justicia social) no es lo mismo que el buen orden (justicia política). El reino de la plena libertad individual y la seguridad del Estado no son de este mundo. Las buenas acciones individuales o las buenas prácticas políticas no sólo generan bien. Las propuestas utópicas un desafío peligroso por irracional cuando no estériles por inoperantes. Los actuales planteamientos de las izquierdas indefinidas podríamos así entenderlos como actos voluntarios de mala fe. Desde Zapatero al actual papa Francisco. Las utopías de hoy son difusas como todas hasta ahora, no muestran un camino posible para su consecución porque simplemente no existe, prescinden del Estado, más concretamente del moderno y beligerante en su esencia con el Antiguo Régimen y menosprecian el presente. Su abultada carencia doctrinal obedece a un desconocimiento soberbio y desinteresado de Marx y su dialéctica de clases y Estados, ya no hay contradicciones sociales, con un buen discurso político de denuncia se puede alcanzar la deseada paz, el bienestar, la armonía social, de la mano de la buena gente y del fin de la fronteras nacionales de los actuales estados modernos; la vuelta al despotismo ilustrado (“no pienses, obedece”), a la idea irracional de hombre de Rousseau, y a una ficción sobre el origen del Estado por el consentimiento arropado para darle sentido por un velo de ignorancia hasta el consenso razonable de Rawls donde lo justo prevalece sobre lo bueno y racional, son la coartada perfecta para el relativismo posmoderno que ahonda en el desprecio a toda verdad, venga de donde venga, y más si está apoyada en evidencias científicas a modo de identidades sintéticas, o se construye en forma de geometrización de ideas en symploké no demostrativa por imposible de la Filosofía de corte académico, es decir platónico y con el uso y el auxilio de argumentos dialécticos.
2. Territorio, fronteras y seguridad
Es un bosquejo. La propiedad privada colectiva, de exclusividad de una entidad política, es su territorio delimitado por fronteras por las que se ha de velar y por los recursos en él dados y apropiados en exclusiva frente a otros. Un Estado como totalidad atributiva es frente a terceros y es el origen de la propiedad privada. Los otros pueden ser otros Estados constituidos en torno a un derecho, un territorio y unos ciudadanos, o unas sociedades no políticas, naturales, tribales, sin Estado, más vulnerables a una posible fagocitación por endoculturización, e incluso más expuestas a un posible exterminio por parte de las voluntades colectivas más poderosas organizadas alrededor de un complejo marco jurídico, y de unos saberes científicos y tecnológicos con capacidad para imponerse por la fuerza hasta someter al conquistado. La seguridad de un Estado entre otras cosas pasa por la defensa de sus fronteras. La inseguridad pasará pues por el interés externo por eliminarlas, ya sea mediante la guerra y la invasión, o bien sea a través de un proceso más sibilino, lento, y menos beligerante, no por ello no violento, de derruir las plataformas políticas de los actuales Estados-nación hasta convertirlas en tantos pueblos como etnias y lenguas vernáculas sean reconocidas y patrocinadas. Dividiendo al Estado el ciudadano recién parido no gana en derechos, gana en obligaciones con respecto a voluntades colectivas más poderosas y constituidas en la actualidad en Estados-nación democráticamente homologados (o no, el caso por ejemplo de la República Popular China) y sumergidos en la vorágine recurrente del Mercado Pletórico; Estados que sí han sabido mantener sus capacidad y operatoriedad, facultades que los habilita a poder tomar las decisiones necesarias para mantener el bienestar de sus ciudadanos y con él su libertad para poder delimitar con mayor alcance su libertad de. Estados con planes y programas de futuro, sociedades políticas maduras que delegan en los representantes elegidos periódica y democráticamente (o no) el hacer de lo posible, que les otorgan libremente la capacidad de diseñar prudentemente el bienestar de los intereses compartidos por el conjunto de los ciudadanos. Una sociedad política donde la nación será la tierra que permite yacer a sus muertos y que quiere albergar a sus hijos, una Nación Política que eleva a comunidad toda una cultura, con una lengua compartida para poner en marcha un ortograma eutáxico. Una Nación Política de ciudadanos, histórica, que supera las particularidades étnicas, grupales, feudales, sin diluirlas, pero «holizándolas» para convertirlas en ineficaces y asomarse así a la actual dialéctica de Estados con una garantía interna de consensos de mínimos a nivel de las clases sociales que configuran la sociedad civil en su dialéctica por hacerse internamente con el poder.
De las relaciones políticas con otros: comercio, defensa y diplomacia. La seguridad de la ciudadanía española entendida desde las esferas del actual poder nuclear del Estado como totalidad atributiva y frente a otras, como más arriba señalamos, pasa por garantizar las fronteras, mantener el territorio, la tierra que alberga a nuestros muertos y que ha de prepararse con la guía de la prudencia para representar las trayectorias de vida de nuestros hijos. Sin enemigos reconocidos, sin entender la dialéctica de Estados en el interior de un universo político distributivo y global, sin clases universales, sin género humano universal que sirva de plataforma programática dirigida a un Ego Trascendental civilizador único (salvo presencia confirmada de voluntades no terrestres), no se aprecia peligro alguno que pueda alterar la soberanía. Ante tanta bondad la prudencia política se ausenta, y el hacer propositivo de otros no se percibe cuando ya es demasiado tarde. La inmigración privada y masiva desde el sur de nuestro territorio, la estrategia política del vecino Marruecos cuyo finis operantis no es otro que la anexión, históricamente reivindicada, de Ceuta y Melilla, pone en peligro la seguridad de los ciudadanos de ambas ciudades autónomas si es que ésta ha de ser entendida como garantía jurídica emanada en forma de normas de la Constitución del 78 (algunos prefieren del régimen del 78); una seguridad que pretende proteger: la vida, la propiedad privada y la libertad individual a la vez que fomenta la obligación de luchar por un interés común que de materializarse se entenderá como Estado de Bienestar y de Derecho.
En la línea socialdemócrata, copia de la constitución alemana, el bienestar es un derecho obtenido como consecuencia de una Guerra Fría con lo que en su momento no era otra cosa que el «socialismo real» (Suslov) de la extinta Unión Soviética; con su colapso por implosión, por su fracaso como doctrina política, sin el cadáver siquiera del comunismo, las sociedades capitalistas del bienestar pierden su norte, es decir, ya no será prioritaria la seguridad laboral, ya no habrá clase obrera, sino pobres, sin techo, desplazados del sistema, trabajadores pobres, asistidos por Cáritas o Cruz Roja en lo más básico, buena gente; ciudadanos indiferenciados, y sin fuerza para la transformación de un sistema político que los ha dejado de lado; de su inoperatividad, es un hecho que no ocupan espacios televisivos, y menos en directo, la tranquilidad de los líderes que dicen representarlos. En su aceptación de una realidad perversa que los desplaza la seguridad de los privilegios de los que pueden con legitimidad ejercer el poder. En el haber libre de sus líderes está la responsabilidad ajena de sus errores.
Ante una globalización cubierta de relativismo y fin de los ejércitos y las fronteras en su finis operantis. Un sistema globalizado y seguro del «fin de la historia» (Fukuyama), basado en una armonía recurrente diseñada por la responsabilidad, la razón y los millones de «egos diminutos» (Gustavo Bueno) entendidos como individualidades infinitas y sin ventanas que de no ser coaccionadas operaran simplemente bien; sin embargo, la realpolitik es otra, en el operar de cada Estado está (emic) la búsqueda de la paz, para ello se preparan para la guerra y se valen de otros Estados insignificantes en el tablero geoestratégico y político mundial para asegurar la salud financiera y los intercambios comerciales que: “representan guerras potenciales resueltas pacíficamente” mientras que “las guerras son el desenlace de transacciones desafortunadas” (Martín Jiménez, 2020: 100). El finis operis no es otro que un número de Estados con asiento en la ONU como nunca hubo hasta ahora, actualmente son 193 los países reconocidos. El imperialismo depredador y colonial de los siglos pasados se entendió como un gigante ingobernable. Mejor hoy un control a distancia (mixto: depredador y generador de un mercado más dinámico y recurrente de consumidores del mundo), sin presencia de ejércitos y funcionarios que con el tiempo esquilmen las arcas de la metrópoli. Por lo tanto, hay más libertad para que unos Estados en la dialéctica por la supervivencia y el interés común de sus ciudadanos operen con mayores cotas de poder, eviten conflictos indeseados, se unan para compartir la seguridad, y formen parte de la historia universal. Todo ello a costa de diluir en la inoperancia a aquellos que con abastecer a los titulares y vencederos de la historia de materias primas y ser la cantera inagotable de trabajadores no cualificados alcancen el poco honroso papel de figurantes necesarios.
Hablando de ineficacia, de falta de poder materializado como voluntad colectiva capaz de cambiar trayectorias de domino perjudiciales para nuestros intereses, la Unión Europea, club de tiburones, es una comunidad política ficción:
“Una nación es una comunidad estable, históricamente formada, de idiomas, de territorio, de vida económica, de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura […] Sólo la existencia de todos los rasgos distintivos, en conjunto, forma la nación [diríamos política, huelga decir que no es la tribu, la raza, sino que la nación política es una «holización» de la naciones étnicas, débilmente lograda en España, y como hacer político no materializado en la extinta Unión Soviética o en Yugoslavia]” (Stalin, 1978: 14).
Como biocenosis política (Bueno, 1999: 403-409) no puede doblegar a los Estados-nación, compartir una misma lengua vernácula, eliminar fronteras (de momento), presentar ortogramas compartidos. Además, no es el resultado de una historia de amistad e intereses comunes. Pues bien, esa Europa sublimada y desmaterializada con la música de Beethoven (sirvió para espolear a la Wehrmacht en la Segunda Guerra Mundial, me imagino que en la Operación Barbarroja iniciada a finales de junio de 1941 sonaría como un anticipo del «triunfo de la voluntad», telos de un Imperio ultradepredador, racista, que entendía la victoria sobre la Unión Soviética como extermino en su guerra total contra el Ejército Rojo, y la ocupación de su territorio y la apropiación de sus recursos la despensa segura para su futuro Estado de Derecho y Bienestar, es decir su particular «Lebensraum» o espacio vital) erosiona con una perseverancia estoica el conjunto de una plataforma unida por la lengua y la historia que con Portugal podría hacerle frente en la toma de decisiones directamente vinculadas con la política exterior y el comercio (capa cortical), y con la gestión y planificación del Estado (capa basal). También erosiona la integridad y unidad como Nación Política, ambas torpedeadas por los nacionalismos de corte étnico, neofeudales (etic), y ávidos de privilegios de clase como el derecho a un territorio como propio cuando es de todos (soberanía nacional) mediante la farsa del derecho de autodeterminación. Disputas internas que nos hacen menos libres al debilitar el Estado: “El fin del Estado, repito, no es convertir a los hombres de seres racionales en bestias o autómatas, sino lograr más bien que su alma (mens) y su cuerpo desempeñen sus funciones con seguridad, y que ellos se sirva de su razón libre y que no se combatan con odios, iras o engaños, ni se ataquen con perversas intenciones. El verdadero fin del Estado es la libertad” (Spinoza, 1986: 410-411). Empequeñecernos nos hace más sumisos en la actual Unión Europea de Francia, Alemania y Polonia (Triángulo de Weimar). Menos libres, menos seguros, por no saber con el rigor de una prognosis bien argumentada cuál será nuestro futuro.
Con el hilo poético del barco de Teseo, nuestra mejor baza política es reconstruir con otros materiales los restos de la nave del que fuera el Imperio Generador español, un nuevo proyecto de izquierda definido, racional, universalista que nos haga mejores y dialécticamente combata el liberalismo, el nacionalismo étnico fraccionario y neofeudal, la quiebra de la razón posmoderna, y la asimilación para solucionar nuestros males de voluntades arbitrarias, divinas, religiosas abiertas en exclusiva a unas élites gnósticas que dicen conocer y poseer el salvoconducto para sus programas políticos particulares. Líderes que son (emic) los guardianes de saberes que no pueden estar al alcance de todos, en otras palabras: los nuevos laicos sin alzacuellos que obligan al que no sabe ni sabrá a someterse dulcemente a la tiranía de un pueblo aureolado culturalmente al que el individuo, la persona en mínimos, es libre si pertenece al lugar en el que puede, difícilmente y por temor, ser; fuera de la comunidad nacional étnico/cultural, pura, sin mezcla, no anárquica ni pobre, el hombre es simplemente nada, es un sujeto pre-político y por tanto carece de derechos (al no ser buena gente se ha de entender que será un amoral), estando de este modo desprotegido por no estar jurídicamente dignificado. Una muestra, nos dice Pujol:
[..] cuando el hombre vive en estas condiciones [imbuido del espíritu que la existencia de un pueblo le proporciona], llega a ser un hombre definido, cuadrado, algo concreto. Tiene una mentalidad, tiene unas condiciones hondas, tiene unos hábitos, tiene una forma, es alguien. En cambio, el hombre sobre el que no actúan eficazmente sus comunidades naturales [cursiva nuestra, por tal se entiende una nación con derecho a Estado en tanto que comunidad étnica] (por ejemplo, porque están espiritualmente enfermas: una familia deshecha, un pueblo destruido) no tiene forma. No es nadie. Hay una cosa, por tanto, que ha de quedar clara: el conjunto de formas que la comunidad popular o nacional es capaza de darnos, constituye un hecho necesario para nuestro pleno desarrollo humano (Caja, 2013: 335-336).
3. La libertad entre personas
De la libertad y la seguridad en el horizonte interpersonal. Solo desde el mirador privilegiado de la distancia. El caso de España en el presente en marcha, infecto, plural, cambiante y dinámico. Nación Política débil. Naciones étnicas cada vez más poderosas por no ser en el transcurso de la historia holizadas, trituradas racionalmente para incorporarlas a la unidad política. La diferencia se consagra, sea cual sea, más allá del valor de la misma, ya sea esta en forma de atributos que enriquecen ya sean estos atributos que discriminan. La lengua española prescindible. Las lenguas vernáculas de cada territorio normalizadas para ser entendidas en exclusiva por los nativos. En esta torre de Babel el funcionariado de Hegel como motor de la historia dirige su astuta razón hacia lo particular e identitario, una sustanciación que se supone constitutiva de la cultura/etnia nacional y la justificación ideológica para su independencia, pero, ojo, no todo hecho diferencial es un privilegio:
Ahora bien, la tendencia a interpretar los rasgos distintivos, los «hechos diferenciales», como si fueran rasgos constitutivos no sólo es constante, sino muy peligrosa: entre un grupo de alumnos de una escuela, aquel que sea tuerto será distinguido por los demás como «el tuerto», porque éste es un rasgo distintivo; el peligro está en que este rasgo distintivo sea poco a poco considerado, por comodidad o acaso por mala fe, como un rasgo constitutivo, como si lo esencial de ese alumno fuese ser tuerto. Pero la mayor sorpresa nos la proporcionaría este alumno si se nos mostrase «identificado» con su condición de tuerto, por el orgullo que le produce su «hecho diferencial» (Bueno, 2005a: 175-176).
Atrás queda el proyecto universalizador de estirpe greco-romana del espíritu absoluto (Hegel) a través del espíritu objetivo (Marx y la vuelta del revés de Hegel). El ciudadano desplazado, no integrado, no asimilado diría en su día el honorable Pujol (Caja, 2013: 323-363), vería mermada su libertad, y por la fuerza de sus limitaciones impuestas su seguridad. La lengua en la vía pública identifica. La prudencia se convierte en autocensura. Temas de calado político y de impacto directo para sus vidas en el día a día mejor mantenerlos en el espacio seguro del silencio. De no ser así, servir sin razonar, obedecer a quien manda, rendirle pleitesía. Muy trascendental y kantiano: «debo porque debo». Los nacionalismos fraccionarios intentan (y lo van logrando) libertar a cada uno de sus pueblos del yugo del Estado español. El resultado no es la anarquía sino un nuevo servilismo. La autoridad no desaparece. Para salvarse el individuo ha de ser otro ciudadano gobernado por una fe sin mácula en el líder, depositario de grandes ideas, tanto que no pueden ser juzgadas (tomo las palabras del Sr. Junqueras durante su defensa en el juicio por el procés). Este nuevo orden es menos libre, más tiránico, carismático (Weber), y por su capacidad como nuevo Estado, más débil en el tablero de ajedrez de la geopolítica mundial. La Europa de los pueblos, la España como nación de naciones no política (de serlo sería algo así como un decaedro regular) sería un conglomerado a lo sumo confederado de territorios troquelados por cada una de las diferentes culturas cuyo régimen controlado por unos cuantos privilegiados sería una democracia degrada hasta la «oclocracia», con claros tintes asamblearios, disidentes de la democracia representativa, embarcados en un proyecto político que denominan «democracia radical», directa, de gente decente que toma sus decisiones a modo de «sóviet posmoderno» y cuyo resultado inexorable no sería otro que una sociedad libre de problemas irresolubles, sin conflictos fuertes, armoniosa, pacífica, perpetua y éticamente definitiva…en el mejor de los mundos posibles, o bien y peor aún un régimen político neofeudal. Una vuelta en nombre del progreso de las prácticas políticas del Antiguo Régimen, el fin de las izquierdas no revolucionarias (o lo que queda de ellas), en nombre de unas izquierdas indefinidas ajenas a la razón cuando no pertrechadas de razones persuasivas y patológicas, y vaciadas de la universalidad y de la dialéctica necesaria para poder identificar a su rival político. Un ejercicio de la política degradado el cual se apoya en principios coordinadores de todo un sistema revelados y/o particulares y que son los constitutivos e identitarios de la derecha política:
Al provenir de Naciones Étnicas estos movimientos fraccionarios, y por tanto, de etnias cuya situación de diferenciación era anterior a la constitución revolucionaria de la nación política, el materialismo filosófico, además, ha dado la denominación a estos fraccionarismos de neofeudalismo. El neofeudalismo hace referencia a todo grupo separatista que pretende, a través de la Nación Fraccionaria, conformar un nuevo estado basado en premisas étnico/culturales y que busca en contextos históricos previos a la Racionalización por Holización de las Sociedades Políticas del Antiguo Régimen que las convirtieron en Naciones Políticas modernas (España, Francia, Italia, Alemania, Venezuela, Argentina, Uruguay, Brasil, &c.) su justificación de opresión: estos grupos se suelen camuflar de izquierdas para medrar socialmente, acusando de paso de fascistas a todo aquel que desvele su origen reaccionario, ya que resulta un anacronismo total el pretenderse de Izquierda Política invocando situaciones políticas anteriores a las grandes revoluciones que dieron lugar a las Naciones Políticas; por ello invocan el derecho de autodeterminación (amparándose en la Carta de las Naciones Unidas de 1948 [ratificado por España el 27 de julio de 1977]) para sólo ellos poder votar en él, convirtiendo ese derecho en un privilegio, similar a los privilegios medievales que ciertos territorios tenían en el Antiguo Régimen, y de ahí el nombre de Neofeudalismo (Armesilla, 2012. 135).
Con la pandemia por el SARS-CoV-2 en España el proceso de desintegración no se desacelera. Ahora es un Estado de mínimos entendido como totalidad distributiva. En un momento de quietud productiva, distributiva y de consumo sin precedentes, con una economía en muchos sectores al borde del colapso por falta de la inercia necesaria para recuperar su recurrencia, con un aumento desmesurado del paro, cierres masivos de pequeñas y medianas empresas, coacciones legalmente amparadas a la libertad de movimiento y reunión de los ciudadanos de cada una de las comunidades autónomas, se aprueban unos presupuestos, que se dicen sociales y progresistas, con el apoyo de partidos políticos que explícitamente, tal y como recogen en su programas electorales y manifiestan públicamente, quieren que España desaparezca como entidad política. Buscan menos Estado, limitar nuestra soberanía, hacernos menos libres al estimular el enfrentamiento, al refrescar odios innecesarios, al alentar afectos sometidos al capricho y ajenos a la razón (García Maestro, 2020). España como Nación Política y miembro con derecho del club europeo es el término medio del silogismo aristotélico por demostración (científico). En la conclusión, como todos ya saben, desaparece:
Muy cerca de la misma «cruzada» contra el «término medio», imprescindible para el razonamiento histórico, actúan quienes en nuestros días (sobreentendiendo sin duda que «ser europeo» es equivalente a «ser hombre» o, por lo menos, a formar parte de la «vanguardia de la Humanidad», como creían Husserl y Ortega) reivindican su condición de europeos directamente, es decir, sin necesidad de ser españoles [o lo que es lo mismo: fachas] («en Europa nos encontraremos de nuevo», concluyeron aquellos separatistas catalanes, vascos y gallegos que firmaron el Pacto de Barcelona [hablando en inglés, una primera piedra para el éxito de su programa político desintegrador es que el español no sea legua vehicular] (Bueno, 2005b:2).
Es increíble que los funcionarios del Estado, los señores que suponemos en buena lid intelectual, y, con la sincera objetividad evaluada por un tribunal legalmente seleccionado de sus capacidades, puedan ser asalariados de un sistema público que con el dinero percibido su único propósito no sea otro que la destrucción de quien colectivamente y con esfuerzo de todos les permitimos que cobren. Ahora esto se llama patriotismo. Sinceramente por muy habitual que parezca no se puede entender como un ejercicio de la razón.
Y es sorprendente y poco alentador el papel de muchos de los artistas españoles que subidos al carro del arte contemporáneo reivindican la disidencia, la libertad de expresión desde un arte no sustantivo al no ser neutralizados de su hacer público por voluntad propia. No hay arte sustantivo, no adjetivo e independiente de los poderes políticos y de los dogmas ideológicos de turno.
«La ficción que se descubre tras un análisis mínimamente crítico de la realidad del arte español contemporáneo, es que muchos de los sujetos que aparecen etiquetados como “artistas” (no todos, como es natural) no son tales, sino que ejercen descaradamente como comisarios políticos. La ilusión, el engaño, que esconde la institución Arte contemporáneo en España es que muchas de los materiales que presenta como artísticos no son tales. Sostener una posición política a través de la práctica artística ya implicaría la destrucción de la sustantividad de la obra de arte: no podríamos hablar de arte sustantivo, sino de arte adjetivo, precisamente porque dichas obras no logran segregar a los sujetos operatorios que las realizan» (Hernández, 2020.13).
El artista hoy se compromete y se somete a la ideología dominante. Se dice antisistema, combate la globalización, y a un tiempo propone un sistema turbocapitalista y global, presuponiendo una ética trascendental que dejaría pasmado al mismo Kant, diluyendo en el relato de la mera ficción la dialéctica de clases y de Estados, mostrándonos como artificios de la apariencia los conflictos, los desequilibrios, motores imprescindibles de una historia por hacer desconocida por ser el futuro ignorado y estar sujeto a convenciones y voluntades impredecibles. Marx se fosiliza. El krausismo triunfante y «artista de la razón» cultivado en las universidades españoles le concede al artista contemporáneo en España estatuto de héroe de las mayorías. El transductor interpreta para otros y nos dice qué es arte y qué no es arte. El romanticismo alemán con su idealismo trascendental inexpugnable a la razón, nouménico, flota con toda comodidad en el proceloso mar de los nacionalismos. Ahora el artista con su obra materializada, elevada a una santidad laica de diseño involucra al autor en la obra, no lo neutraliza, no hace de su hacer un resultado sustantivado, sino dependiente y servil de otros poderes. La obra de arte debería mostrarnos su actividad, su fin ineludible para poder subsistir: conducir al espectador, dado su necesario carácter psicagógico (Alvargonzález, 2021), para apelar a sus emociones, sus sentimientos y a su razón, para demandarle preguntas novedosas, sin respuesta precisa, abiertas a la exploración; pero ahora el objetivo en el espectador indiferenciado pero inmerso en un contexto de relativismo y posmodernidad ineludible, es aflorar desde su ser más íntimo (quizá oculto de otro modo), valores para nada elevados, equipados de dicotomías maniqueas, de odios, de sinrazón, de afectos espurios sin expiar, dejando paso al desencuentro, a una libertad de expresión como creación sin capacidad por mutilada. El individuo flotante ineludiblemente se desorienta obedeciendo dulcemente a demiurgos revolucionarios de tocador. La libertad se degrada por incapacidad. La seguridad se asegura con el silencio de la crítica no homologada. Lo trivial triunfa y la disidencia de un arte entendido como totalidad distributiva, diverso, materialmente heterogéneo, poiético (que congela el tiempo: pintura, escultura, arquitectura) y práctico (narra, se ejecuta en el tiempo: danza, ópera, música, cine, teatro), sustantivo y capaz de neutralizar a su autor, de construir ficciones no comprometidas con la verdad, de analizar alternativas para diseñar con el músculo de la razón otros mundos (hiperrealidad), con medios técnicos y tecnológicos disponibles e inmanentes al mundo en marcha que el artista deconstruye para reconstruir de forma novedosa, técnica y original, capaz psicagógicamente de conducir al espectador a lo mejor, para evitar que caiga en la barbarie y posibilitar un pensar con habilidad y seguridad tanto de su persona como la de los demás, ese arte, sostenemos, desgraciadamente simplemente desaparece. Este efecto catártico anulado se dilata hacia el pasado haciendo naufragar en el desprecio lo que de otro modo sólo podría ser visto desde la retrospectiva del presente como arte sustantivo capaz de enriquecernos por su único y esencial contenido: la obra de arte en su desnudo finis operis.
En otro orden. Nueva ley educativa, la llamada Ley Celaá. Aprobada sin enmiendas en el Senado. Se llevó como borrador definitivo. En la misma línea su predecesor el Sr. Wert. Una única puntualización. Un buen sistema educativo es la mejor garantía para que todo ciudadano pueda hacer de la sociedad civil un lugar constituido por una heterogeneidad de clases sociales permeable al mérito. En nuestro país se supone que ese ciudadano sería el español, pero resulta que no es así. Leemos en la reciente ley educativa publicada en el Boletín Oficial del Estado el 30 de diciembre de 2020:
“En algún curso de la etapa [se refiere a la ESO en su primera etapa, es decir en los tres cursos iniciales de la educación secundaria] todos los alumnos y alumnas cursarán la materia de Educación en Valores cívicos y éticos. En dicha materia, que prestará especial atención a la reflexión ética, se incluirán contenidos referidos al conocimiento y respeto de los Derechos Humanos y de la Infancia, a los recogidos en la Constitución española, a la educación para el desarrollo sostenible y la ciudadanía mundial, a la igualdad de mujeres y hombres, al valor del respeto a la diversidad y al papel social de los impuestos y la justicia fiscal, fomentando el espíritu crítico y la cultura de paz y no violencia” [La cursiva y el añadido entre corchetes es nuestro]).
La geometría, el saber capaz de construir verdades ajenas a voluntades en forma de axiomas, teoremas o principios coordinadores de sistemas capaces de poder dar cuenta de las causas de lo meramente aparente, de lo cambiante y circunscrito a la opinión, real pero conducente al error, era la llave que por méritos propios permitía que los ciudadanos atenienses de la época de Platón pudieran acceder a la Academia. Hoy lo que originariamente fue la paideia se destina a perpetuar las diferencias igualando la mediocridad. Se diluyen los saberes comprometidos con la verdad, se sustituyen por exigencias psicológicas, emocionales, sentimentales, voluntariosas, y lo que se logra como resultado es mostrar un mundo que no es y templar con la persuasión lo que no es más que un conjunto diseminado de «individuos flotantes» ávidos de novedad, atomizados por falta de compromisos colectivos y sociales orientados a la estabilidad del Estado, colmados de gustos dirigidos que entienden como propios, autónomos, libres e incluso racionales, dando lugar a soldados dispuestos a la dulce obediencia y deseosos de satisfacciones instantáneas por la vía del consumo y del ocio estresante.
4. Fin y propósito
Por último. No ofrece seguridad el empeño por legislar a toda prisa sobre la muerte. Espinosa encontraba en el sabio la reflexión como meditación sobre la vida (Espinosa, 1980: 309). Un apunte. La libertad de un individuo no es condición necesaria para que en función de su decisión libre obligue a otro a realizar aquello que él libremente no quiere hacer. Como dice el oncólogo Ángel Jiménez Lacave en una entrevista publicada en La Nueva España el 17 de octubre de 2014: “¿En qué lugar queda la libertad o el derecho a decidir? Cuando alguien dice que quiere morir lo que se observa es que la libertad de los demás termina cuando te quitan la libertad a ti como médico. Éste es el criterio profesional: si una persona quiere morir, a mí como médico no me puede obligar a matarle”{1}. Quizá la puerta que se abra, en forma de negocio, es la de someterse a un mercado de la muerte que permita a unos cuantos vivir a cuerpo de rey con la eliminación de vidas que por consenso se consideran indignas de ser vividas. Terreno resbaladizo (Bueno, 1996. 200-236). Legislar no es fácil y menos cuando se cree saber y se entienden los presupuestos ideológicos como luces que ayudan a ver en las tinieblas.
Corolario. La seguridad y la libertad se constituyen como realidad luchando y entendiendo en el regressus la necesidad de una realidad plural (ontología), dinámica e infecta que ha de ser geometrizada con la urdimbre de las ideas, resultado (gnoseología) de los saberes categoriales y mundanos de primer grado. La pugna ha de ser:
1. Contra el relativismo posmoderno que deriva en la fuerza del que quiere el poder por incomparecencia o apatía de la mayoría. No hace mucho se acudió el uso de una violencia sutil enmascarada de democrática para doblegar desde el privilegio de unos pocos al conjunto de la sociedad. Su fuerza tolerada hizo tambalearse las estructuras esenciales del Estado. Los socios europeos y el poder judicial de cada uno de ellos se convirtieron en actores a distancia y patrocinadores indirectos por su no hacer. La posmodernidad retorna a la premodernidad y los nacionalismos secesionistas de nuestro país hallan el momento idóneo para plasmar en verdaderas estructuras de Estado lo que hasta el momento no era otra cosa que un programa ideológico ya bien fermentado. Tras el referéndum no autorizado en Cataluña llegaba el momento para que un país amigo, se supone que, de forma objetiva, debiera dirimir sobre el prófugo y máximo responsable de los tristes acontecimientos vividos el 1-O. La cuestión principalmente se circunscribía a la naturaleza de tal acto. ¿Podría ser considerado como un caso de violencia o no? Los jueces alemanes lo tenían claro, la violencia del anterior presidente de Cataluña no había logrado doblegar al Estado, luego su acción no debía ser condenable. Era una cuestión hermenéutica sobre qué entendían por violencia. Parece obvio que su interpretación oscilaba entre el ser o el no ser, no había grados de violencia cuando el asunto del que se trataba era el de un delito de rebelión, o en el código penal alemán de alta traición. Era una cuestión de carácter ontológico, esencial. Desde sus presupuestos, sí podemos entender como un acto de rebelión el golpe de estado perpetrado el 23-F dado que 347 de los 350 diputados presentes en el Parlamento español en aquel momento se doblegaron ante las amenazas más que violentas e irracionales del teniente coronel Tejero. En el caso de que no hubiese sido así, es decir, que por ejemplo sólo tres se hubiesen doblegado, el acto de Tejero al no haber coaccionado a los representantes políticos del Estado hubiese podido ser considerado como no violento. Cuando menos resultaría una decisión curiosa, cuando no sorprendente, por estar, según creemos, en las antípodas de la razón, la cobardía pasaría a ser virtud y el compromiso político con España pasaría a ser inmoral.
La decisión jurídica se centró en la idea de violencia. Pero, ¿qué es? Rastreando en la tradición griega, hoy por cierto ninguneada, con el mismo Aristóteles, se puede decir que “hay violencia y coacción siempre que la causa que obliga a los seres a hacer lo que hacen es exterior a ellos; y no hay violencia desde el momento que la causa es interior y que está en los seres mismos que obran”{2} ¿Esto significa que siempre ha de ser como democráticamente se cree irracional y condenable? Ni mucho menos, y esto contra los fundamentalistas democráticos, en muchas situaciones el ejercicio de una buena labor, de una labor justa, requiere por parte de quien ostenta la autoridad del ejercicio de la violencia con el fin de obligar al que voluntariamente no quiere a hacer aquello que le puede resultar más beneficioso, así al orientarlo hacia la virtud de la sabiduría (ahora nada menos que con Platón, ¡casi nada!, se entenderá como un acto que permite sacar al esclavo, al satisfecho y que no sabe, de la caverna); por ejemplo, el profesor en el aula ha de obligar al alumno, ha de ejercer su autoridad navegando entre el ordeno y mando y el mero consejo, siendo consciente de que el alumno hoy atesora en líneas generales una tendencia natural al reposo, al no hacer, a vivir conscientemente y plenamente satisfecho.
Volviendo al tema. Las acciones emprendidas por el anterior gobierno de Cataluña, ¿hicieron que se doblegara el Estado? Parece que no, sus capas conjuntiva, basal, y cortical permanecieron esencialmente inalteradas, con variaciones pero no de carácter irreversible. Los jueces alemanes estaban en lo cierto. Ahora bien, ¿lo que hicieron los ciudadanos catalanes en ese momento de tensión derivado del 1-O obedeció a una causa exterior a ellos o no? La respuesta está en cada uno de nosotros, somos tan soberanos como ellos en tanto que ciudadanos españoles para juzgarlo. Me pregunto, con dicha acción temeraria liderada por el Sr. Puigdemont, ¿facilitó la convivencia en Cataluña?, ¿mejoró su situación económica?, ¿disminuyó la tensión?, ¿introdujo, como haber propio de su acción política, un conjunto de soluciones parciales a los problemas de los catalanes que permitiese hablar con sentido de un mayor grado de estabilidad?, ¿hizo posible que se pudiese hablar de cualquier asunto y libremente en Cataluña?, ¿se garantizó la libre circulación por la comunidad autónoma de Cataluña de personas y mercancías? En definitiva, y ahora apuntando a los jueces alemanes: ¿lo que obligó a hacer lo que hicieron muchos ciudadanos en Cataluña y muchas empresas, sin llegar a doblegar al Estado, fue voluntario u obedeció a causas externas a ellos, es decir a coacciones ajenas a la ley? Que cada uno juzgue.
2. Beligerante dialécticamente con la locura «subjetual» y «objetual» de las extravagancias. Atraen, son mayoría, pero han de ser trituradas. De ellas no se extrae más libertad, sino más sumisión, error y sacralización del engaño. No puede haber un mercado pletórico de ideas manipuladoras y absurdas, v.g. las sectas, los videntes, o las institucionalizadas casas de apuestas y loterías. Permítaseme una reflexión sobre el juego de azar en España, una versión laica de la predestinación calvinista en la que el fiel se salva por méritos no acreditados ante los demás, sólo acreditados ante la inexpugnable voluntad infinita de dios o ante la diosa fortuna. Leía en una revista publicada por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) que durante el año 2017 (supongo que en el año 2020 a falta de datos oficiales y a pesar de las circunstancias gobernadas por la pandemia sean similares, si no mayores) el número de jugadores en España alcanzaba la cifra de 1,3 millones, un 2,76% del total de la población. Hemos de tener en cuenta que los menores de 18 años no pueden legalmente jugar y siendo 8,7 millones de jóvenes daría como resultado un 3,39% de adictos a los juegos de azar. Las formas de juego son diversas: apuestas, bingo, concursos, casinos y póquer. El juego de azar online crece como la espuma espoleado, alentado, sugerido, promocionado por empresas rigurosas con una ética que podríamos definir por un código deontológico no muy elevado pero si poderoso por eficaz. Se puede resumir en dos premisas: evitar el error y obtener beneficios. Para su consecución es indispensable un saber hacer complejo y materializado por profesionales, por especialistas en diferentes ramas de la ciencia. Son ellos los que en equipo han de poner en marcha una dinámica de negocio que no sólo persuada sino que garantice la fidelidad del cliente y logre además otorgarle en su hacer la condición de persona libre, entendida ésta como ausencia de ataduras que impida la realización de sus deseos. Muchas ciencias humanas con el apoyo incondicional de ciencias tan especiales como las matemáticas han de lograr obtener un producto que permita dominar, controlar, las conductas de sus potenciales consumidores. Los resultados son magníficos, la ayuda de las nuevas tecnologías y el compromiso de muchos famosos en su promoción está siendo todo un éxito. Un logro particular, de grupos privilegiados y que en el marco legislativo actual velan por sus intereses, más allá de enredos morales sobre el bien y el mal.
Pero en este juego de puro azar alguien pierde, y el que pierde en la falsa ruleta de la fortuna, pierde de una forma poco decorosa, su derrota es una enfermedad, una patología tan seria por grave como la ludopatía. Su persona se deteriora, su «firmeza» se debilita y sus acciones ahora dirigidas no le llevan a la «alegría», a lo mejor y más útil, lo arrastran a la degradación propia y al desencuentro con los más cercanos, así se rompen lazos familiares y se truncan amistades. ¿Es su acción poco ética? Sí, sin lugar a dudas. ¿Es ajena a la ética? No. Detrás se esconde el triunfo de una ética fraguada para ser vendida en el mercado de lo personal, de la voluntad autónoma, a través de un proceso irracional por su carga de fe que permite al potencial jugador salir de lo rutinario y alcanzar la felicidad. Es el triunfo de un nuevo protestantismo sin dios, es el pasaporte a la gracia del que hasta entonces solamente era uno más, un desgraciado más. Lo peor es que un país en el que se tendría que velar por el bien común esto se obvia, ni siquiera se tiene en cuenta o si acaso resulta un mal menor que hemos de asumir. Los juegos de azar, cualquiera que sea, nos empobrecen. El juego en forma de apuestas controladas por oscuros demiurgos no nos hace mejores, no nos convierte en mejores ciudadanos, nos esclaviza atándonos a las apariencias del falso azar. Y en la adicción de nuestros cada vez más jóvenes enfermos y de los más vulnerables tenemos lo que el sefardí holandés Espinosa supo entender:
“Llamo «servidumbre» a la potencia humana para moderar y reprimir sus afectos, pues el hombre sometido a los afectos no es independiente, sino que está bajo la jurisdicción de la fortuna, cuyo poder sobre él llega hasta tal punto que a menudo se siente obligado, aun viendo lo que es mejor para él, a hacer lo que es peor” (Espinosa: 1980: 245).
Es decir, más alienación, más miseria, más degradación personal en beneficio del puro negocio…de unos pocos.
3. Eficaz y mordaz frente a los irracionalismos particularistas o universalistas que al ser practicados por iluminados desbordan la razón y someten al disidente. Contra la barbarie, el fundamentalismo, el idealismo y contra todo tipo de dogmatismo; muchos racionales, pero también patológicos, ficticios, dominadores y en última instancia peligrosos.
4. No nihilista, transformadora y por tanto ha de estar implantada políticamente. Maquillar la realidad, hacer de la filosofía un saber de tocador, es gnosticismo, en el progressus: inoperante y por derivación un saber perpetuador de una realidad que entendemos como negativa. Presencia difusa, menos eficaz, por la diversidad de ofertas, la pluralidad de planteamientos, más o menos sistemáticos, y la libertad de los individuos receptores y del compromiso voluntario. En una democracia homologada el gnosticismo no puede sortearse a través de la imposición desde el núcleo del poder político. La línea perversa de su transformación en ideología oficial haría del saber filosófico un saber dogmático y exento del presente en marcha. Por cierto, el gnosticismo académico y ajeno a lo mundano por ser en esencia despreciable no se supera, dándole una vuelta de revés de naturaleza hermenéutica que luche por descifrar las claves de aquellas doctrinas ya reveladas y depositarias de la verdad violada en el presente y en el pasado ya fracasadas, por intelectuales ineficaces que conviertan la reflexión en mero relato, se supera combatiéndolo desde una filosofía crítica, sistemática capaz de dar cuenta y triturar tanto la mentira como los saberes hoy y en nuestro presente en marcha simplemente arcaicos e inoperantes; un leninismo de partido asambleario en la vanguardia del saber que se habrá de dirigir a la ruptura de las cadenas alienadoras es hoy por hoy un arcaísmo en forma de «sóviet posmoderno», entre otras razones por la ineficacia a la hora de agrupar a la masa, a la clase social oprimida o simplemente a la buena gente.
Bibliografía y webgrafía básica
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(2021). “La idea de artes sustantivas” (EFO 221).
Armesilla, Santiago (2012). Escritos de la disidencia disidente. Lulu. Carolina del Norte (EE.UU).
Bueno Martínez, Gustavo (1996). El sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral. Oviedo. Pentalfa.
(1999). España frente a Europa. Barcelona. Editorial Prensa Ibérica.
(2005a). España no es un mito. Claves para una defensa razonada. Madrid. Temas de hoy.
(2005b). “Sobre el análisis filosófico del Quijote”, El Catoblepas, 46:2.
Caja, Francisco (2013). La raza catalana / 2. La invasión de los ultracuerpos. Madrid. Encuentro.
Espinosa, Baruch de (1980). Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid. Orbis.
(1986). Tratado teológico-político. Madrid. Alianza Editorial.
Fromm, Erich (2018). El miedo a la libertad. Barcelona. Paidos.
González Maestro, Jesús (2020). La democracia en su callejo sin salida: fracaso histórico e irreversible de un sistema de gobierno. Extraído de youtube.com/watch?v=ZZ2CTop8Su8.
Hernández García, Paloma (2020). “Corrupción ideológica en las artes”, El Catoblepas, 193:13.
Martín Jiménez, Luis Carlos, El mito del capitalismo, Pentalfa, Oviedo 2020.
Platón (2000). La República. Madrid. Gredos.
Stalin, José (1978). La cuestión nacional. Madrid. Júcar.
——
{1} La Nueva España, consultada el 04 de enero de 2021 a las 18: 39: lne.es/asturias/2014/10/17/persona-quiere-morir-medico-obligar-19937098.html.
{2} Patricio de Azcárate (1873). Obras de Aristóteles. La gran moral. Libro primero, capítulo XIII Tomo 2, pág. 28. Extraído de filosofia.org/cla/ari/azc02028.htm.