El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 197 · octubre-diciembre 2021 · página 11
Artículos

Diálogos entre la Naturaleza y la Humanidad

Jesús Pérez Caballero

Dos alegorías viajan a la isla más remota del planeta, Tristán de Acuña, para discutir sobre temas antiguos y presentes, como la guerra, el imperio estadounidense o el secesionismo, con algunas intervenciones del escribiente hispano mexicano que preparó el documento
 

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I. Preámbulo

Hacía mucho que la Naturaleza y la Humanidad no se encontraban. ¿Qué pasaba con los hombres, que hacían lo posible por ir contra sí mismos y contra su unidad? Guerras civiles, conquistas, maldad refinada, sadismo grabado y publicitado. No era posible que pasaran los años, los siglos, y todas las desgracias tuvieran un aire a ya vistas.

Sin embargo, por fin, la Naturaleza y la Humanidad se reencontraban. Querían dialogar, pero como no se pusieron de acuerdo sobre dónde hacerlo, optaron por el sitio más neutral posible. Como tal, definieron una pequeña isla en medio del Atlántico, Tristán de Acuña. A la elección se agregaron tres razones.

Era el punto más alejado de cualquier masa de tierra continental y, por tanto, de mayorías que pudieran increparles algo o contradecir sus postulados con sus acciones. La isla más cercana, Santa Elena, era demasiado irrelevante, muerto y podrido Napoleón, como para que sus habitantes les perturbasen de algún modo. Esa identificación de aislamiento con capacidad de razonar era un lema de la Humanidad que la Naturaleza, siendo mucho más escéptica, aceptaba a regañadientes (sobre todo porque lo único que quería, y a lo que supeditaba el diálogo, era a que la dejasen en paz, de una vez por todas).

La segunda razón era que ambas alegorías se sentían muy cómodas en el mundo anglosajón, aunque este quedase circunscrito a un punto suspensivo varado en el Atlántico.  Reino Unidos y EEUU eran sus modelos filosófico políticos – mejor dicho, el de la Humanidad, puesto que la Naturaleza, teniéndolos muy en cuenta, pensaba en español – y veían tan unidas la utopía y la democracia, como la manzana en la espalda del escarabajo kafkiano. Incluso la Humanidad caviló durante varias semanas (luego se le quitó la tontería) que, si sus diálogos alcanzaban cotas de excelencia, podrían usar Tristán de Acuña como el enésimo experimento utopista para reordenar a la sociedad y, de ahí, ir ganando al resto del archipiélago, a las islas cercanas, a la masa continental africana, y luego más al norte, a Europa (con Iberoamérica no se atrevía). Por esa anglofilia, a la Humanidad, como se verá, le molestó que el escribiente fuera hispano mexicano, y tuvieran que dialogar en esa lengua, y no en inglés, que era la que prefería, con el esnobismo timorato con que Borges declamaba contra el estilo del Quijote{1}.

La tercera razón tenía que ver, precisamente, con esa obra de Cervantes. Ambas, la Naturaleza y la Humanidad, la leyeron, aunque en momentos distintos de su existencia. La Humanidad la leyó cuando se publicaron cada una de las partes, aunque, retrospectivamente, juraba haberlo hecho en 1492, esto es, el año mismo en que nació («nací con el Quijote en la mano», se jactaba). La Naturaleza no lo había leído hasta 1945 (luego no ha dejado de releerlo), simultaneándolo con la curiosidad de cómo iban a terminar los juicios de Núremberg, donde tanto se mentaba a la Humanidad para discutir la naturaleza del nazismo{2}. Tras sus lecturas, ambas coincidieron en la fascinación por la historia de Sancho como gobernador de la isla de Barataria{3}. Sabían que tal lugar no era una isla, y que algunos de sus súbditos eran actores para dar la imagen de reino, pero la sencillez como se trataban los problemas (un poco con esos moldeamientos fofos con que se idealiza a Islandia respecto a la UE y a Taiwán en relación a China) les parecía un modelo de sabiduría, a la Humanidad por igualitaria (Sancho ascendiendo de campesino a rey, aun de mentira) y democrática (Sancho apoyándose en sus consejeros y dimitiendo con tanta facilidad como quien escupe agua, aunque todo fuera una escenificación), y a la Naturaleza por la capacidad sanchista de adaptación, con la naturalidad de quien lleva un broche camafeo más parecido a sí que su mismo rostro.

Sin embargo, y tristemente, en el fondo ambas estaban entendiendo el episodio al revés, tendenciosamente volteado, y con la terquedad de los carroñeros, que no presuponen que ha habido una muerte para que ellos tengan comida, como si el cadáver estuviera ahí solo para ellos. Es decir, las alegorías no veían el trasfondo, las continuidades de una Barataria convertida en apéndice de una escenografía montada por unos duques aragoneses. Barataria era como grabar un plató televisivo y poco se podía extrapolar de ese pequeño mundo moral, salvo para un día a día apolítico, del mismo modo que Tristán de Acuña, antes que un experimento político consensuado, es un laboratorio acotado por la escasez de recursos  (salvando las distancias, como los cangrejos que no agotan los huevos de los pájaros bobos de la isla atolón de Clipperton, igual hacen los tristanios, que deben hilar muy fino para no terminar con los recursos de la isla; por ejemplo, se comen, del par de huevos de los pingüinos saltarrocas norteños que desovan allá, el más débil, para dejar el otro y que nazcan más pinnamins, como los llaman los lugareños) y por los retos de estudiar la endogamia de una permutación de siete apellidos. Tristán de Acuña, como Sancho en su Barataria, no vive aislada, salvo si se lo permiten (y en el olvido de un bien mostrenco también hay una decisión, aun por dejadez). A pesar de todo ello, se les puede perdonar que, como alegorías, tuvieran deslices de este tipo.

La isla de Tristán de Acuña está habitada, pero los tristanios tenían demasiado trabajo como para que la visita de las alegorías les importara, más allá de la hospitalidad al inicio y al final. Como coincidió que la Humanidad y la Naturaleza estaban en África en esos momentos, embarcaron en la surafricana Ciudad del Cabo y, como el viaje a la isla duraba varios días (a veces, semanas), aprovecharon para ponerse de acuerdo en las reglas del diálogo. Serían tres diálogos, desde el amanecer al anochecer, cada lunes, separados entre sí por una semana; cada diálogo lo empezaría quien consensuaran y se cerraría según su propio desarrollo; y los temas serían elegidos por una y otra, y el tercero por alguien neutral, ya decidirían cómo. Además, se les ocurrió contratar, de entre quienes viajaban en el barco SA Agulhas II, a un escribiente que recopilase sus palabras, en caso de que les aguijoneara el ego y, algún día, quisieran verlas publicadas, como así ha sucedido.

Cuando llegaron a Tristán, les fue a recoger uno de los lugareños y los llevó en su destartalada picop Toyota a la casa que les había alquilado, en uno de los extremos de la isla al que solamente se acercaron los pocos y huidizos gatos (no por interés en las contertulias, sino porque entre sus equipajes se habían colado varias ratas). La casa alquilada tenía dos plantas, y la Humanidad, por ser la más joven de las dos, eligió la habitación más grande del piso superior, que tenía una cama, varios muebles y un balcón desde el que se divisaba el resto de la isla. Al establecerse, lo primero que hizo la Humanidad fue pedir ayuda al escribiente para cambiar las sábanas y acomodar un espejo que se había traído, y que siempre viajaba con ella. Además, sacaron la mesa plegable que necesitaba colocar encima de otra mesa, para que la Humanidad pudiera apoyar y reposar sus enormes manos y, sobre todo, su cabeza de gigante, que debía mantener erguida con unos metales dolorosísimos, si no quería que oscilase como una pinchosa rosa de los vientos. Sin embargo, no le importó el polvo, ni restos de comida que el arrendador había dejado de las celebraciones –bastante solitaria por las restricciones del COVID-19 – del fin de año, ni de que de sus cajas salieran las ratas, con la consiguiente presencia de gatos, primero en los balcones y los alféizares y, ya confianzudos, dentro de la misma casa. Si bien los gatos dormían en la buhardilla, sus continuas incursiones para cazar hacían que el escribiente del diálogo tuviera que mantenerlos a raya (menos a uno, que la Naturaleza acogió), unas veces con palabras, otras a aspavientos, y siempre en voz baja y sin hacer ruido, para no interrumpir el hilo argumental de las contertulias.

La Naturaleza, que siempre prefería el espacio a la comodidad, no quiso quedarse con la otra habitación, más chiquita, de la última planta y prefirió quitar todos los muebles de abajo, salvo un sofá. Hasta pretendió tumbar las paredes que separaban el salón de la cocina, y pedir al escribiente que sacara la nevera y demás al jardín, pero la Humanidad le disuadió por los problemas que acarrearía con el arrendador. Al final, la Naturaleza se conformó con instalarse en el sofá, con las sábanas que la Humanidad había rechazado, y jugar con el gato adoptado.

El juego consistía en perseguirse por turnos. La Naturaleza –y esto es así, que el escribiente lo vio– iniciaba persiguiendo al gato y este se escondía. La Naturaleza hacía como que no lo veía, aunque lo tenía bien ubicado, hasta que, súbitamente, hacía como que lo descubría. En ese momento, el gato se revolvía y perseguía a la Naturaleza. Eso permitía compensar el contexto estéril de caza para el gato (y para la Naturaleza, que tenía necesidades semejantes). Cuando quería terminar el juego, la Naturaleza se daba la vuelta y silbaba, y eso lo identificaba el gato con el final. La Naturaleza había comprobado que no bastaba darse la vuelta, ya que el gato lo interpretaba, a veces, como parte del juego, y se lanzaba contra la espalda de ella. En cambio, si había silbido de por medio, el gato se iba a explorar otras partes de la casa o se marchaba a la buhardilla a dormir. ¿Por qué era así? La Naturaleza vinculaba el silbido con la previsibilidad que exigía ese pequeño depredador que podía ser, a su vez, presa. Una melodía reforzaba la conducta de darse la vuelta, y hacía más fácil el cambio de la acción. Además, la melodía implicaba que quien silbaba estaba comprometido con su nueva acción. Para el gato, era un atajo cognitivo, que le hacía deducir que al silbido no le estaba aparejado girarse e iniciar las persecuciones, esto es, el peligro controlado. En fin, para la Naturaleza el silbido grababa, acústicamente, el nuevo patrón de conducta, lo anticipaba en la medida en que ese sonido (y la misma voz), van por delante de uno y ayudan a prever las acciones del cuerpo que se tiene delante.

Así fue como la Naturaleza y la Humanidad se instalaron, y, ciertamente, a penas volvieron a intercambiar palabra, salvo en los momentos de diálogo. Estuvieron de acuerdo en decirle al escribiente que se buscase alojamiento en el asentamiento de Edimburgo de los Siete Mares, y así hizo este, aunque le costó el triple que el salario de sus empleadores, y poco le quedaba para comer o navegar en el cíber café del pueblo. Entre diálogo y otros asuntos desconocidos, la Humanidad y la Naturaleza estuvieron en la isla casi un mes.

 
II. Diálogo inicial

— Naturaleza: Antes de elegir el tema de la plática, he estado pensando algo sobre la estructura del diálogo…

— Humanidad: Me has leído el pensamiento. Yo también quería proponer algo al respecto…

— N.: Di.

— H.: ¿Por qué mejor no exponer cada una un monólogo? Tú tendrías la mitad del día para exponer lo que quieres decir del tema y yo, tras escucharte, diría mi monólogo. Después, al atardecer, antes de que se haga de noche, discutiríamos nuestras exposiciones. Creo que así nuestro discurso sería más homogéneo y ajustaríamos mejor los argumentos.

— N.: [Pensativa, pero, inmediatamente, con beligerancia] ¿¡Por qué mejor, Segismundo, no te quedas tú arriba y yo aquí abajo, y hacemos, simultáneamente, nuestros respectivos soliloquios, y cuando acabemos nos los enviamos por correo electrónico o notas de audio de WhatsApp!?

— H.: ¿Qué quieres decir?

— N.: Que no hemos hecho toda esta logística para no entrelazarnos de algún modo. Bien podríamos habernos videollamado y habernos quedado tú en Nueva York y yo en Jalisco.

— H.: Si eso piensas… Prefiero no seguir discutiendo. Ok. Entonces, ¿qué propones?

— N.: Necesitamos a un tercero para el diálogo [mirando al escribiente]. Creo que él podría servirnos. [Al escribiente] ¿Qué te parece?

— Escribiente: No sabría decirles. Yo me había hecho a la idea de solamente transcribir…

— N.: Además, eres profesor. Seguro nos sirves de buen contrapunto. Si queremos llegar a algo no podemos platicar únicamente las dos. Va a ser un desastre, nos vamos a obcecar en nuestras posiciones.

— H.: ¿Ya lo conocías? [La Humanidad y el escribiente lo niegan, sorprendido este, divertida aquella]. Me parece que sí os conocéis y que tú buscas que él te apoye en todas tus afirmaciones, son el tipo de cosas que…

— E.: [Interrumpiendo a la Humanidad] Disculpe, pero no le permito esas acusaciones. Yo venía a una investigación de campo sobre clan y demografía, mi universidad me avala, y… Bueno, si no quieren que esté aquí, me voy, yo ya tengo mi trabajo…

— N.: Tranquilo, tranquilo. Seamos razonables. Tengamos en cuenta que los buenos diálogos son a tres. Piensen en Las Leyes de Platón, el Demócrates primero de Sepúlveda o Las veladas de San Petersburgo de De Maistre. Aunque solo sea para vincularnos a esos precedentes{4}

— H.: ¡En tu línea, ejemplos de reaccionarios!

— E.: Si ustedes me pagan un poco más, no tengo problema en participar, ¿eh?

— H.: Ya veo que, como siempre, un fascista y un capitalista me quieren hacer una pinza…

— N.: Sí que empezamos bien a dialogar… Mira, ¿por qué mejor no te expongo el tema que quería para este primer día, y si te interesa, lo platicamos, y vamos viendo si es necesario o no incluir a un tercero?

— H.: Pero que el escribiente no se distraiga, su función principal es apuntar todo esto.

— E.: Así es, no lo dude.

— H.: Y si hacen falta notas al pie, las pones [el escribiente asiente, solícito].

— N.: Bien. Ha costado llegar a un primer acuerdo… Bueno, el tema que quería plantearte para hoy es, precisamente, la idea de «hombre natural».

— H.: ¡Claro, claro! Ya me tendiste la trampa, ¿verdad?: «hombres peinando y maquillando cabezas ensangrentadas, y la propia boca de las mujeres mancillada de sangre. ¡He aquí el hombre natural{5}.

— N.: Es un buen punto de partida, por mucho que te emputes…

— H.: No y no. No puedo aceptar tu propuesta.

— N.: ¿Por qué? No lo entiendo. Si estoy partiendo de que existe una «Humanidad» y lo único que te propongo discutir es si es una «Humanidad buena» o una «Humanidad mala».

— H.: Te conozco y tú no argumentas: acechas y atrapas. Sé que dices eso como metáforas, sin creer en ello y solo para tenderme el cebo de dar una imagen tan negativa de la Humanidad que defenderla sea – y soy benévola –, equipararla a un león, a un lobo o, en el mejor de los casos, a un mono. Sí me estás concediendo algo, claro, pero es un paquete bomba.

— E.: ¿Eso lo transcribo?

— H.: ¿Cómo?

— E.: Lo de la bomba…

— H.: Y, ¿por qué no?

— E.: Por si lo censurasen… Por si fuera incitación al delito, algo así…

— H.: [Sin responder al escribiente, pregunta a la Naturaleza lentamente, como si no estuvieran hablando en el mismo idioma] ¿No podrías reformular el tema, de un modo que no tomes ventaja?

— N.: Veamos. ¿Te parece que discutamos sobre la paz y la guerra?

— H.: ¿En qué sentido?

— N.: En el clásico. En el de si hay guerras justas, por ejemplo.

— H.: Podría aceptar ese tema, pero siempre que no lo utilices para defender el imperialismo, ni para rescatar a algunos de los autores que siempre me recomiendas – como quien lanza un mensaje dentro de una botella – y que yo, indefectiblemente, te devuelvo como un cóctel molotov y con mis insultos, porque estoy harto de que los desentierres. Bien enterrados estaban…

— N.: Se supone que, aunque seas ingenua…

— H.:… Si me insultas, me voy, y te quedas tú con…

— N.: [Alzando la voz – lo que es un ruido parecido a un bufido de jabalí que espera, entre los arbustos, a que lo cacen alguna de las batidas que salieron al amanecer – pero, paulatinamente, volviendo a un tono mesurado] Se supone que, a pesar de tus ideas, compartes conmigo – o no tendrías tu nombre, que presupone un interés, aun mínimo, de expandir tus valores – el querer enfrentarte a la «libertad caprichosa». No podemos admitir caprichos de «indignados», «ofendidos» o, simplemente, «malhumorados», como si los argumentos, cuando se menciona a autores como los que te he dicho (sé que estás pensando en fray Ginés de Sepúlveda, que te da especial tirria y a quien me consta que ya de joven quisiste matar), se nutrieran de nuestros grados de ira, igual que las sombras del Hades lo hacían de la sangre de quien atravesaba Cimeria para recibir consejo del espíritu de Tiresias. A pesar de lo que quieras colegir, la importancia de Sepúlveda para comprender la idea de «enemigo» y, por tanto, de «persona», es enorme, tanto o más grande que el olvido de ese autor. Cierra tus castos ojos (blancos por embotamiento, la lengua y el cerebro arrugados de pliegues psicologistas/sección melodrama) y no asumas una…

— H.:… Te escucho, te escucho, pero porque sé a dónde vas y me preparo para no llegar allá nunca.

— N.:… No asumas, decía, una posición pararreligiosa, de «canción del vencido»{6}.

— H.: Continúa, si es que esa ya me la sé.

— N.: Lo que tú digas… Sin embargo, el negro sobre blanco es lo que tiene: como El globo rojo de la película{7}, los argumentos hacen su camino, independientemente de los gritos de asombro, la jerarquía del pánico o la condescendencia que coagule en equis siglo. Coincidirás conmigo, al menos, en que el estrellato en la historia – oficial o no oficial – no depende del valor de las obras, si no de factores extraliterarios, como el perfecto embone de unas tesis con una recreación de la historia, la capacidad de los religiosos para imponer sus tesis en la conquista (espiritual) de territorios descubiertos o el uso partidista, siempre tan bélico como propagandístico/netflíxtico.

— H.: Es que eso de la «libertad caprichosa» no sé lo que significa. Yo también puedo ponerme a atacarte con adjetivos. Dogmático motorizado cargado de silogismos armamentísticos podría encajarte per-fec-ta-men-te.

— N.: Si tienes paciencia, te lo explico. Pero va a ser un poco largo, porque no es cuestión de sostener algo sin argumentarlo…

— H.: Ya sabía a qué venía cuando acepté tu propuesta de dialogar. Va, di lo que tienes en mente.

— N.: Para empezar, olvídate de la escala individual de las libertades caprichosas. Hay que cambiar de escala. Por ejemplo, una que parta de que los imperios se fijan unos en otros, mientras que los Estados solo se definen como vencedores de los otros Estados. Incluso decir que un imperio es hegemónico sobre otros, eso ya implica las victorias de la reunión de varias entidades políticas, ¿no? Piensa en el ejemplo del imperio estadounidense (contigo es curioso, porque you love New York as much as you hate USA), que está armado – no me vas a negar el emblema, tú que eres tan lectora de Alciato que llevas una playera de él día sí, día también– con un gigantesco báculo/bisturí bifronte –uno el Derecho imperial, otro la tecnología militar– para auscultar que solamente asegurará su futuro si se fija en sus rivales imperiales (China y Rusia) y si se confronta con los restos de los imperios a los que sucedió (español, inglés), tomando las mejores enseñanzas de cada uno. Pero también, en dialéctica con restos con los que convive día a día, esto es, calculando si será marejadilla o tsunami lo que venga de México, de Suramérica, o del tejer y destejer de la geopolítica del Pacífico. En otras palabras, «[n]o fue tanto –como usualmente lo representan los nacionalistas– el nacionalismo el que destruyó los imperios, sino que los imperios fueron debilitados o disueltos por otros imperios, permitiendo entonces a los Estados-nación dar un paso adelante»{8}.

— H.: Todo eso tiene algo de interés, pero me da la impresión de que estás en varias conversaciones simultáneas, no sé, a lo mejor estás ahora hablando a tu vez con la Estupidez o con la Pedantería, porque no sé qué tiene que ver todo eso que dices con mi pregunta, y mucho menos con la guerra.

— N.: Permíteme tantito, ten paciencia, que nos vamos a entender. Esta visión pasada/presente/futura imperial de cada territorio, no es por afán de dominio, sino porque, y ahora bajamos a la escala que me pedías aclarar, los imperios dejan huellas, restos, sobre quien vive en ellos, y el sujeto está obligado a pronunciarse, aunque no lo quiera, salvo asumir que una persona corre mejor aligerándose el peso al cortar las piernas, el torso y la cabeza. Esa idea coordinadora de imperio creo que es la de El Ego trascendental{9}

— H.: Sí, sí: Homo sum, humani nihil a me alienum puto, pero hay que ser más variadilla y, sobre todo, concretar las respuestas…

— N.: [Encogiéndose de hombros] Te decía que es a los «egos diminutos» de los que habla el filósofo español y que podemos conectar con la idea de libertad como se entiende a día de hoy («autodeterminación psicologista del individuo»), a quienes podemos asociar con la libertad caprichosa de los neoplatónicos. Era caprichosa por imposible (y contraponían la idea, contraintuitiva, de una libertad de elección vertical, necesaria, en «la red de causalidad del universo que abarca todo»), pues no se puede introducir una libertad de elección en un universo perfilado por causas interconectadas{10}.

— H.: Vale, entiendo que hay algo por encima de nosotros, que nos coordina, al fin y al cabo, soy la Humanidad, ¿recuerdas? Pero, vaya, ¿cuándo vas a terminar de exponer tu defensa de la guerra, para que así pueda contradecirte?

— N.: Usa todo el sarcasmo que quieras… Es más, si a pesar de lo que te argumento, la indignación –disfrazada de palabras suaves, paternales/maternales o técnicas– te impiden seguir dialogando, algo habremos ganado: Tú, tiempo libre para seguir embotada, y yo, la oportunidad de buscar otra interlocutora que sí se plantee las aristas de esta polémica. Porque la polémica es gigantesca, y continuará, independientemente de lo que yo te diga… Tanto Juan Ginés de Sepúlveda como, en menor medida, otros pensadores españoles, requieren ser estudiados una y otra vez, independientemente del reproche moral que susciten a tus castos ojos (castojos, se podría decir, por lo que tienen de rastrojos los clichés que blandes) que patrullan, descentralizadamente, a la caza de quien se aparte del pensamiento hegemónico, como esos carros voladores de los mundos de Philip K. Dick.

— H.: Lo tuyo no son los chistes, ni los guiños. En fin. Me gustaría que concretases tu punto o, si has terminado, me dejaras hablar. De hecho, tengo un argumento que creo puede derribar todos los tuyos (algunos bien construidos, eso sí) y la polvareda que levantas con tus ocurrencias. ¿Sí has terminado, entonces? ¿Es mucho pedir que sintetices tu tesis en tu siguiente intervención?

— N.: Sí, si no me interrumpes [la Humanidad le indica con una de sus manos gigantescas, con tanto esfuerzo que le hace sudar, que prosiga]. Bien. Voy a mencionar, por última vez, ese libro que denuestas, y lo hago porque creo que da una clave que puedes aceptar, aunque sea parcialmente. Reiteradamente, uno de los dialogantes, Demócrates (que es griego por la influencia aristotélica del autor), contradice el pacifismo de Leopoldo (que, como sabes, significa en alemán antiguo «quien es valiente con el pueblo, en el ejército o en la batalla» y alude a las guerras de religión de la época en la que se escribió el texto). Le reprocha que asocie la guerra a «hombres crueles», y que piense que solo se guerrea por codicia (psicologismo) y que, en el fondo, el hombre es el único ser cruel (fatalismo) que realiza un acto contrario a natura (idealismo){11}. Si giramos la retórica leopoldiana («¿cuándo los leones hicieron guerra a los leones?, ¿cuándo los tigres a los tigres?»{12}), veremos que la diferencia no es la guerra, sino otras cuestiones conexas: ¿Cuándo los leones tuvieron compasión de rehenes? ¿Cuándo los tigres hicieron treguas? O, a otros niveles: ¿Cuándo los lobos pudieron aniquilarse de manera definitiva con instrumentos como bombas atómicas o pudieron matar a distancia con barridos como los de los drones, y tuvieron que establecer contrapesos jurídicos, morales y éticos para no empantanarse en represalias y contrarrepresalias similares a las descritas para la violencia primigenia girardiana?

— H.: Asumo que se guerrea por causas conexas. «Objetivas», si quieres. Pero, ¿no hay un cálculo personal en el inicio de toda guerra? Sujetos deciden según su psicología o sobre prejuicios… Si no, lo que estás diciendo es que hay algo por encima de las personas, el espíritu hegeliano de la historia o algo así, que a mí me parece útil como perspectiva, pero a todas luces falso. Pero bueno, no me quiero meter en ese terreno. Prefiero ir a aspectos más concretos, a un par de ejemplos reales de guerras recientes y tú me dirás, por su resultado, si tu planteamiento, que creo puede resumirse en que a veces la guerra es necesaria (más que justa), es el correcto o si, como yo te he planteado muchas veces, el número de las guerras necesarias en tan ínfimo que son hipótesis de laboratorio [la Naturaleza niega con la cabeza lentamente y mantiene cerrado su único ojo; parece que la cíclope se va a quedar dormida y abandonar un diálogo con el que, en el fondo, tampoco está de acuerdo; pero, súbitamente, abre el ojo con más fuerza y azuza a la Humanidad a que continúe hablando].

No voy a extenderme en los siguientes casos, solo los pongo en la mesa para que entiendas qué quiero decir. El primero es el de la guerra de Irak, vaya, la invasión de EEUU de ese país en 2003. No me digas que no fue un desastre. Al principio parecía que podía ordenarse un lugar así, que bastaban un Paul Bremer con botas{13}, una fortaleza militar abrumadora por aquí, unas instituciones democráticas por allá, una criba de ex baazistas por acullá. Pero lo que resultó es que «el régimen de Sadam se echó al monte»{14}. Es decir, que la institucionalidad oficial dejó sus puestos de trabajo (purgados o por convicción de resistir al invasor) y pasaron con sus armas, conocimiento, contactos, e incluso lo que pudieron robar, a ser una insurgencia. Pero era una insurgencia iceberg, una guerrilla distinta a lo que asociamos como «opositores», porque el fondo era todo el entramado oficial que no podía haber desaparecido, aunque se hiciera invisible y se fuera de las oficinas gubernamentales (y la oficina pasara a ser el piso franco desde donde organizaban los atentados), y apoyado por clanes sunníes, con lógicas que se escapan a la mentalidad estadounidense como el agua entre las manos. Y si añades que a semejante jaleo se metieron extremistas chiíes, terroristas de toda laya o los peones de las influyentes potencias regionales como Irán, Siria o Turquía, tienes un desastre que hace que Irak esté mucho peor ahora que cuando antes de la invasión.

El segundo ejemplo es el México actual. Tú hace décadas que decidiste mudarte allá y seguro vas a corregir puntos de los que te planteo, pero lo de mandar al ejército y la marina contra vaguedades armadas son casi «guerras floridas», sin mucho sentido más que el consiguiente nuevo cadáver (ejecutado extrajudicialmente, sobre todo)… Para empezar, nadie cree en que esa ofensiva militar (que ya ni es ofensiva, porque carece de temporalidad) vaya a redundar en la justicia mexicana, no solo porque el juego es de suma cero, sino porque la gente, a ese respecto, va por libre: linchamientos, vigilantismo, o, directamente, ni se denuncia… Se prefiere gestionar los asuntos a espaldas de la institucionalidad oficial, y cara a cara con quien sea, y no siempre de modo violento, ¿eh? Son negociaciones, pagos de un dinero para agilizar trámites absurdos, prevención con muchísimo ingenio… En fin, es toda una atmósfera paralela donde el empuje bélico no sirve para lo que dice servir (de algo servirá, seguro: para dar una imagen de que el Estado sigue ahí). Claro que hay que interceptar a un comando armado con cuernos de chivo y vestidos pixelados, de esos que pululan por tantas brechas locales y carreteras federales, ¡por supuesto que sí! Pero es que la relación entre los cuerpos castrenses y los civiles armados no es de una línea roja, sino bidireccional: Por deserción, cooptación o los mismos individuos que desde las instituciones oficiales se atraen a los delincuentes, para hacer negocios conjuntos. Entonces, ¿por qué se debería considerar que las relaciones son in media res y no en los diferentes tonos de grisura de la sociedad mexicana y sus inercias históricas y políticas? ¡Que lean y relean Los bandidos de Ríos Frío y se dejen de ingenuidades!

Acabo: Es por eso que, si se desciende a lo microscópico de cada guerra, uno se encuentra con que están ese tipo de situaciones que aconsejan, siempre, buscar otras alternativas.

— N.: «¿[P]or qué las naciones no han tenido tanto ánimo o tanta dicha como los individuos? ¿Y cómo no han convenido jamás en una asociación general para terminar las querellas entre las naciones, como han convenido en una soberanía nacional para terminar las de las provincias?»{15}. Creo que con esa cita ya te podría explicar el punto primero… Que EEUU decidiera intervenir en Irak, tampoco lo veo yo bien, pero solo lo veo ahora, así que te querría preguntar: ¿Tú te oponías a esa guerra porque sabías que el testamento de Sadam iba a ser una de las mejores campañas de insurgencia que se recuerdan? ¿O más bien te oponías por un maximalismo moral de que era una «guerra imperialista», ilegítima, y punto? No mientas, porque estoy seguro que tú sabías que de la invasión iba a montarse tal maquinaria insurgente, tanto como esa maquinaria insurgente sabía que de ellos iba a aparecer un engendro como el Estado Islámico. Lo que quiero decir es que el interés geoestratégico de EEUU para esa guerra solo puede verse en relación a otras potencias, y que la escala en la que te mueves tú te dificulta comprender las acciones, incluso si son mentiras (más bien, faroles u órdagos, quizá distractores, si bien es evidente que muchos sujetos mintieron).

Además, hay varias cosas que sí puedo incorporar a mis presupuestos. Piensa en el principio de coordinación de la Partida II{16}, es muy útil para que no te pierdas en lo que te expongo. O sea, tomando el caso de esa invasión de EEUU a Irak, si el imperio intenta lisar las estructuras clánicas y tribales, así como los arreglos enraizados en la institucionalidad oficial iraquí, con suficiente éxito como el de la homologación de la Europa occidental a las instituciones estadounidenses tras la Segunda Guerra Mundial, entonces, ¿quién podía negarse a una intervención así? Al menos, habría que bajarle un poco al maximalismo moral, ¿no? Sin embargo, si como sucedió efectivamente, el repliegue y contraataque de lo que quedaba tras la toma de Bagdad se puede resumir en que «el Estado de Saddam Hussein se echó al monte» y después pudo utilizar a grupos, alineados con sus postulados baazistas o islámicos, para sostener una insurgencia armada que, con esos restos operativos del Estado, ya caminó sola, entonces tenemos lo contrario: Un desastre, como dices. Esa confrontación de instituciones heriles impuestas, e inútiles, implicó la continuación de las divisiones entre suníes, chiíes y kurdos, hasta el punto de que ahora Irak es tres Estados de facto, donde antes había uno, y los estadounidenses nunca pasaron de ser unas fuerzas de ocupación extractora. Sí, te lo concedo, pero, ¿no te das cuenta que llego a esa conclusión de un modo distinto a ti, y es ese proceso argumental el que cuenta, más que la coincidencia?

— H.: ¿Y sobre lo que te he planteado de México?

— N.: Te diría que tienes parte de razón con lo de la fluidez con que se pasa de lo militar a lo civil o de lo militar a lo delincuencial, o a cómo se hace tabla rasa de relaciones concretas, informales y no oficiales, apelando a esqueletos oficialistas continuistas, alucinadamente vinculados a eventos de hace cincuenta, cien, quinientos años. Pero creo que hay algo que se te escapa, porque te empeñas en ver todo a ras de suelo, a escala de los individuos, y como desde fuera (desde la Humanidad). No te voy a decir que las razones de que México esté como esté sean a causa de una «mano negra» estadounidense; sería ridículo. Pero sí creo que arroja algo de luz mirar hacia el vecino del norte para entender a la ex Nueva España.

— H.: Va, di, pues.

— N.: Mi tesis es que de EEUU emana un núcleo imperial federal, que será la idea de soberanía que subyace en ese país como imperio, el primer imperio, si lo piensas, que lo ha sido durante el período de mayor desarrollo de la idea de Estado. Tal presupuesto tiene necesariamente que influir en lo que se haga de las tribus/naciones indias que son parte del territorio estadounidense y que, en cierto modo, señalan otro tipo de temporalidad y de territorialidad, como si cubriesen el suelo estadounidense con la hojarasca de los negativos de la fotografía con la que opera su Derecho imperial, fronteras continentales hacia adentro. ¿Estamos de acuerdo?

— H.: Parece lógico.

— N.: Sin embargo, las naciones indias, por su naturaleza, si quieres verlo así, «primigenia» (su jerarquía axiológica no es natural en abstracto, pero sí se piensa como tal en las democracias) conllevan un matiz secesionista. Verlas así (temer en qué pueden querer convertirse) exige la construcción de una «teoría del bandido», por usar el paralelismo schmittiano de la Teoría del partisano/guerrillero. Pero esa idea de bandidaje puede aplicarse, también, a quiénes perturben todo orden imperial, lo que incluye a México, como a cualquier otro país; pero con más razón a México, puesto que EEUU se define, parcialmente, en dialéctica con el vecino del sur. Desde esos presupuestos schmittianos puede aplicarse el trasfondo «telúrico» a actores mexicanos asociados a violencia no estatal (guerrillero, bandido, cacique &c.). Así, del mismo modo que Schmitt se basó en su análisis en la guerrilla española de principios del siglo XIX frente a las tropas napoléonicas, Jean Meyer, en su prefacio a La Cristiada, señalaba que los alzados cristeros (1926-1929 y 1934-1938) no eran ni papistas ni pro Estado mexicano, pero sí estaban, dogmáticamente, a favor de la cristiandad y de la idea de México{17}. Son matices, ideas-fuerza, que no debemos subestimar cómo se construye el enemigo en México.

— H.: No divagues, ¿puedes concretar por qué es importante entender el Derecho imperial estadounidense para comprender lo que sucede en México?

— N.: Piénsalo bien. La idea de guerra que tiene EEUU es una idea «marina». Piensa una extensión marítima, sobre la que distribuyas «cubos» con capacidad, en cada una de sus fachadas, norte, sur, este y oeste, para captar datos, procesarlos en inteligencia contra el enemigo, para capturarlo o matarlo, y que, además, eso se haga retroalimentándose, para encontrar más datos, inteligencia y la captura o el asesinato de más enemigos{18}. Eso, políticamente, establece una geografía del manto insular, por así decirlo. EEUU se concibe como isla, y es insularmente como se despliega. Por ello, se tiene una perspectiva marina. Las implicaciones para la tecnología es que han de posibilitar la expansión hacia el mar, para atrapar islas; en la tierra hostil, generar enclaves; y en la tierra aliada, establecer bases.

— H.: Creo que sé por dónde vas…

— N.: Claro… Eso hace que la soberanía imperial gabacha sea incuestionable en su núcleo (federación, estados federados y, con matices en las naciones indias), pero va aminorándose a medida que se sale de la tierra firme (Mainland). En ocasiones, es por líneas rojas culturales, como las que establecen los denominados «casos insulares» (Insular Cases), una serie de sentencias que permiten distintos tratamientos a los territorios que EEUU va adquiriendo, sobre todo las islas. Otras veces, ese aminoramiento se debe a factores estructurales, como la lejanía del territorio de la masa de tierra continental. Así, la irrelevancia de algunas ínsulas con las que envuelve lugares del Pacífico es relativa, y conservarlas solo es útil para posibles reactivaciones de su importancia, por ejemplo, en términos medioambientales o de recursos. Finalmente, las costuras del imperialismo se observan en otros lugares controlados por EEUU de facto (la isla de Diego García o bien espacios cotidianos, extraterritoriales, donde la CIA torturaba) o interpretados como «botas sobre el terreno», como las bases militares o los enclaves como Guantánamo. Son figuras que, por utilizar un nombre descriptivo, pueden llamarse contra-bases. Se trata de unidades territoriales de distinta naturaleza. Algunos de ellos son enclaves, como el de la bahía de Guantánamo. Otros, como la Zona del Canal de Panamá, estaban muy ligados a logística de la perspectiva marina, como también lo estuvo la isla de Navaza. Además, hay territorios que han ganado luz (penumbra, señalarían –emic– activistas de derechos humanos), como la isla de Diego García, catalogado de «agujero negro» o prisión clandestina. De hecho, hay otras prisiones clandestinas, sea en bases o bodegas militares en lugares como Irak o Afganistán, en oficinas, en hoteles o, ya móviles, en aviones («vuelos de la CIA»). Puede verse que un modo de alterar la legalidad es alterar el terreno, como excavar para obtener una isla subterránea –así podría imaginarse un enclave como Guantánamo– o salirse de él, es decir, crear una Laputa o isla en el aire –que es el trasfondo que se daría a aviones que se convierten en centros de tortura–.

— H.: Abrevia, abrevia y di cómo todo eso tendría que ver con México, que me parece que estás llevando a mi argumento a un baldío para matarlo absurdamente, como los dos asesinos a Josef K.

— N.: Pues de lo que te he expuesto, quédate con que la imagen que deja esa geografía del Derecho imperial estadounidense es la de un núcleo federal, cubierto por la masa territorial de los estados federados, que a su vez se ramifican en las naciones indias. En esta metáfora planetaria, la atmósfera serían las bases (y también las contra-bases), mientras que los satélites serían los territorios insulares, con sus anillos de territorios con estatus aún menores, como los atolones.

— H.: Sigo sin ver cómo se aplica eso a México…

— N.: ¿Cómo no lo ves? El ordenamiento jurídico político federal mexicano tiene presupuestos anglosajones, pero solo para oponerse a sus raíces novohispanas y sin ver aspectos clánicos o caciquiles, por lo que lleva a los callejones sin salida competenciales que aún se ven en el siglo XXI; y también la teoría del enemigo que manejan es gringa. Partir de la base doctrinal que te he explicado, pero sin la tecnología estadounidense, ¿no aboca a los puntos ciegos que mencionabas en tu crítica a la «guerra» en México? Si lo juntas con el conocimiento del terreno de los bandidos mexicanos actuales, y cómo instituciones oficiales (con inercias y personas) los fortalecen o los toleran, ¿no te empieza a quedar claro la relación entre entender el Derecho imperial estadounidense y la actual «guerra interinstitucional» mexicana?

— H.: Pues ahora no sé si llamarla «guerra»…

— N.: Puedes usar esa palabra y dejar «conflicto armado no internacional» a juristas e hijos de juristas…

— H.: Bueno, continúa, no quería interrumpirte, creo que estoy de acuerdo.

— N.: Lo que sí es un contraste enorme es que el Derecho imperial estadounidense, como todo Derecho imperial, es extremadamente legalista, y no solo en las formas, sino en el fondo. La extensión de la ley como escalpelo y sistematización permite separar a EEUU lo que es irrelevante, de lo que merece gravitar en su entorno y sistematizarse, o lo que debe ser apartado, expelido o eliminado. En cambio, en México la relación entre normas y Derecho es muchísimo más difícil, borrosa, complicada. Pero incluso una institución jurídico política como la de la guerra requiere de claridad. Y la tiene, incluso en México: Hay reglas de enfrentamiento, pero no como se postula desde el marco estadounidense (y mucho menos desde el postulado del Derecho internacional humanitario), códigos y venganzas que desconocemos, y así, sucesivamente se mexicanizan las instituciones hegemónicas.

— H.: Veamos [pide al escribiente que le ayude a quitarse varias barras de acero, para poder apoyar su cabeza gigante sobre varios cojines]. Estoy de acuerdo con algunas cosas que dices y muy en desacuerdo con otras. Pero, en general, siento que ves demasiado a ras de cielo y lo que planteas es como si me despersonalizara. «Al mismo tiempo me pregunté, /Fui a un abismo lleno de aire;/Me respondió una voz:/Yo soy el Individuo»…

— N.: Sí, Nicanor Parra se leyó el Eclesiastés

 – H.:… Pero bueno, nunca voy a estar en posición [mueve su manota para colocar bien uno de los cojines y mira torvo a la Naturaleza y con desprecio al escribiente, que, ante esa mirada, se echa para atrás y se cae de su taburete], digo que no voy a estar nunca en posición de decidir a esa escala de la que hablas, porque ni me interesa, ni creo en ella. Así que te la puedes quedar, mientras no me molestes en mi escala.

— N.: Vaya por Dios… ¿Y cuál es esa escala tuya impermeable?

— H.: La escala local, lo comunitario. «Lo local» es lo que te propongo discutir la semana que viene, y te voy a recomendar algo de literatura al respecto y es mejor terminar aquí este primer diálogo. Son muchas las cosas en las que pensar y que quiero ordenar, para reunirlas en mis argumentos del próximo diálogo.

La Humanidad se queda recostada en el sofá, pensativa. Pero la Naturaleza le despierta de su sueño hegeliano al pedirle que se retire a su recámara. La Humanidad maldice para sí su cuerpo y esas manos, que ni siquiera caben ya sobre las mesas de la casa, y, sobre todo, su cabeza gigante que le impide moverse sin ayuda. El escribiente está repasando sus textos e imaginando en qué notas al pie puede escabullirse y, a la vez, asomar su cara, pero pronto las órdenes de la Humanidad para que le ayude a incorporarse lo devuelven a su triste realidad de siervo. Guarda los papeles en los que va apuntando en un sitio que él cree secreto – no es así, ya que la Naturaleza, como buen cíclope, se cree linterna y faro, y todo lo ve – y ayuda a la Humanidad a subir las escaleras. La Naturaleza solamente quería estar sola, además de molestar a la Humanidad, y no se sienta en el sofá vacío. En cambio, sale al jardín y busca si alguien ronda alrededor de la casa, aunque sabe que Tristán es, probablemente, el guijarro más pacífico del planeta. Pero es la costumbre de vigilar. También le ayuda a distraerse de lo que nunca quiere reconocer para sí: Que cualquier argumento que dé, cualquier silogismo, carecen de manos, y que, a lo sumo, tienen unos minúsculos, y débiles, apéndices, insuficientes para convencer a los demás. Hacen falta otras cosas más, que la Humanidad, sin duda, obtiene tan astuta como cínicamente.

 
III. Diálogo intermedio

Pasó la semana acordada y el escribiente regresó a la casa. Lo había traído su arrendador (que era el mismo que el de la Humanidad y a la Naturaleza). En general, los poco menos de trescientos tristanios habían sido amables, aunque la isla era tan pequeña y tan inerme que la adscripción incondicional a sus caracteres era, casi, fatalista. El aleph de la antropología tiene su núcleo en insularidades de este tipo (literales o metafóricas), y el escribiente se sentía un antropólogo más, anotando cada conversación, viendo el doble fondo de cada calle, relacionando la fauna autóctona con corrientes darwinianas subterráneas. En fin, que lo que menos deseaba para ese día soleado era transcribir la conversación de dos seres monstruosos – a su juicio, y estaba seguro que a juicio de los tristanios, que como descendientes de soldados, balleneros o marineros eran renuentes a gentes que, como las alegorías, llamaban tanto la atención –. Aun así, era su deber de escribiente presentarse a la hora acordada.

Llamó a la puerta y preguntó si estaban listos. Escuchó una voz lejana – no estaba seguro si era la de la Naturaleza – invitándole a entrar. Ya en el salón, vio que la Naturaleza estaba ayudando a bajar las escaleras a la Humanidad. Si la semana pasada le pareció al escribiente grotesco el modo cómo las manos casi le sobraban, ahora la Humanidad intentaba sostenerse una cabeza que ¡¿habría crecido más?!, mientras la Naturaleza hacía todo el esfuerzo para la bajada. Al final, tan lentamente que el escribiente dejó todo listo para tomar las notas del día, la Humanidad pudo recostarse en una cama que, como recordaba el escribiente, era la de la habitación desocupada de arriba.

— Humanidad: Aquí me quedo, pues.

— Escribiente: ¿Se muda aquí abajo, entonces?

— H.: Solo la cama. Mis cosas siguen arriba. ¿Empezamos?

— E.: Estoy listo… Pero, ¡vaya!, es curioso que, en la condición en que se encuentra usted, haya preferido estar alojada en la parte de arriba, con todas esas escaleras que, se ve, le cuestan tanto subir y bajar.

— Naturaleza: [Que aprovecha rápido lo que él cree una pulla del escribiente a la Humanidad] Nuestra amiga se cree alemana, y si algo puede hacerse difícil, ¿por qué iba a hacerlo fácil?

— H.: [Se incorpora haciendo un esfuerzo tal que durante todo el diálogo estará, por el dolor, frotándose sus muñecas. Dirigiéndose al escribiente] No siempre he estado así, esto va y viene. [A la Naturaleza] Por mucho que dialoguemos, eso no cambiará nunca, igual que tu reaccionarismo.

— N.: [Conteniéndose, pero con su único ojo clavado en el costado de la Humanidad, el que se ve más desprotegido y en el que podría clavar una de sus lanzas, si el agente aduanal surafricano se las hubiera dejado embarcar en el SA Agulhas II] No hemos venido a pelear con las manos, sino con palabras [Pero esperando a que la Humanidad vuelva a hablarle así, para abalanzarse sobre ella y despedazarla].

— E.: Tendríamos que ir empezando, ya que luego me ofrecieron un tour por el campo de golf que tienen en la isla. Necesito que haya algo de luz…

— H.: [Mirando al escribiente como si lo viera por primera vez] Sí, sí. No seamos egoístas. Comencemos.

— N.: [Suspira] Comencemos.

— H.: Si recuerdas, te dije que para el segundo diálogo el tema que quiero que toquemos es el de «lo local». Como respeto a mis mayores, aunque esto no es un cheque en blanco, ¿eh?, me adaptaré a lo que seguro me pedirías. Primero, definiré que entiendo por lo local y, en segundo lugar, mis razones para señalar la importancia de ello, por ejemplo, ante lo universal.

— N.: De acuerdo.

— H.: Ok. Para mí, lo local es la lengua de cuando eres pequeño, tus costumbres, vaya. Lo que te hace sentir como parte de un todo, que puedes abarcar (los amigos de siempre, la comunidad a la que te vinculas). Eso creo que es lo que nos hace humanos y a la Humanidad, bueno, pues podría definirme como el collar hecho de esas perlas de comunidades, tan plural que, siendo distintos, permite reunimos por lo que nos diferencia.

— E.: [Los ojos como platos y mirando reiteradamente a una y otra interlocutora] Ah, ¿terminó? Perdón, es que no escuché la definición de lo local, o no escuché bien, vaya…

— H.: [Con un rictus de luna sádica] ¿Estoy hablando contigo?

— E.: Es que como se ha limitado a enumerar sin definir lo que…

— H.: [A la Naturaleza] No estamos para perder el tiempo, ¿verdad?

— E.: No, no, si solo quería contar una anécdota que creo tiene que ver con lo que acaba usted de decir. Si me lo permite…

— H.: No, no te lo permito.

— N.: Deja que comente, ¿por qué te molesta tanto?

— H.: Ok, que diga lo que quiera y luego ya se calle.

— E.: Mire, sí le va a parecer interesante, estoy seguro. Yo andaba en la actual Puebla de los Ángeles (la ciudad que antes se llamaba Puebla de Zaragoza), capital de la entidad federativa mexicana del mismo nombre, invitado, en mi calidad de profesor-investigador, a un congreso universitario sobre autodefensas. Tras finalizar el debate, fuimos a un bar del centro. Hablando sobre temas más allá de la cerveza que estábamos bebiendo – se suponía que, como académicos, debíamos trascender un poco – comenté en el grupo que la idea de «universalidad» cada vez era más difícil de concebir. Millones de perspectivas se atrincheraban («cada uno que actúe desde su trinchera» era una frase muy de moda en 2017) para llegar, a lo sumo, a un empate que bajase cuanto antes los picos de desazón, ira o miedo del interlocutor. Todo parecía solucionarse con dar un puesto de trabajo o de gobierno para la «perspectiva» que cada uno de esos millones defendía, la solución era abrir una revista o un espacio para un artículo que defendiera cualquier idea enunciada y así, todos como parte de un puzle regenerado infinitamente y que termina achicando el espacio de quien se plantee resolverlo. Del grupo de los que estábamos debatiendo apenas nadie hizo caso, aunque la única que me siguió la plática – quizá por un tema generacional – dijo que la universalidad estaba «sobrevalorada» y que yo era, en el fondo, «imperialista y epistemicida» (y «feo», añadió uno de los contertulios), y que había que «perseverar, canto a canto, en lo local, como Jean-Jacques Rousseau y Rita Segato, que tenían formación musical». Bueno, mi interlocutora no dijo lo local, decía «comunidad», de ahí que desde que usted empezó a exponer todo su desarrollo me haya recordado esta anécdota, es curioso porque me he dado cuenta que en la universidad juntar la tríada comunidad/pueblo/resistencia abre casi todas las puertas, incluso en el campo de la sociología, que es el mío, todas las reticencias se desmoronan ante esas palabras, son como mágicas, como el flautista de Hamelín, no sé si a ustedes les pase igual, ¿les ha pasado?

— N.: [Divertida] Continúe, continúe.

— E.: Yo me quedé cavilando, hasta que me vino la pregunta: «Entonces, para ti, ¿qué es más decisivo [quería preguntarle por algo que le obligase a afinar su modo de argumentar], el intentar establecer qué de universal y de límites tiene una idea de justicia o el poder llamar de treinta modos distintos a una fuente, a la nieve o a los camellos?». Algo así le pregunté. No hubo debate. Ella dijo que era tan bello tener treinta nombres para los objetos cotidianos. En fin, otra vez lo poético en la política, cuando podrían quedarse en sus ámbitos, y hacer tanto en ellos. En cualquier caso, la veda estaba abierta y uno de los interlocutores (el que me había llamado feo), un poblano en sus veinte, me preguntó dónde estaban los indígenas europeos, que seguro que con ideas como las mías no quedaba ni uno. Intenté explicarle el giro nazi que implicaban esos debates, nada extrapolables al marco mexicano…

— N.: ¡Exacto! ¡Eso es! Como tampoco puede serlo el paradigma «izquierda» y «derecha» para entender fenómenos como la construcción institucional novohispana o posrevolucionaria del Estado mexicano, el rol de movimientos como el priísta o el morenista en ámbitos no políticos, o el de otros, sean violentos (por ejemplo, los cristeros) o pacíficos (como el sinarquismo)… Todo eso suele saldarse con una retórica tan ingeniosa como ridícula, por obtusa («Estado fallido»; «cristeros, bola de fanáticos»; sinarquismo como «fascismo prieto»){19}.

— H.: ¿Para qué disimulabais, si ya me teníais preparada esta encerrona?

— N.: Para nada es como dices. Pero es que este joven ha dado una de las claves. A lo mejor no sabe cómo ni por qué, pero ha pinchado tu globo, por así decirlo. Se supone que la idea de universalidad te definía, y ahora, ¿te vuelves a la compartimentalización de ese relativismo cultural que subyace en tu idea de comunidad? ¿No te das cuenta que con eso, tú misma te vuelves otra cosa, que no puede llamarse ya «Humanidad»?

— H.: También hay que tener buen porte para usar un disfraz.

— N.: Si yo no tengo problema en que se abandone pensar en términos de «Humanidad», tan dañina, aunque lamentaría la pérdida de una amiga como tú… Pero no el impulso universal, que es parte de la naturaleza de la razón. Lo local, como lo concibes, es como un Anteo que se roba el lecho de Procusto.

— E.: ¿Pro-qué? Estoy un poco nervioso, no querría que discutieran por mi culpa. Además, me pierdo entre «Humanidad» con mayúsculas y en minúsculas, ¿podrían ustedes…?

— H.:… No es tu turno, ¡cállate el hocico! Yo pienso distinto a ti, Naturaleza. Yo pienso que, si contradiciéndome, logro una mayor cota de libertad, y adquiero la identidad que busco, ¡pues bienvenida la contradicción, como si fuera un camafeo en mi disfraz! Yo hablo de autonomía…. Escucha este contraejemplo, no sé si conoces la República Libre de la Tierra de la Libertad o Free Republic of Liberland.

— N.: No… Aunque me resulta extraño no pisar a cada paso la cola de una tautología tan grande.

— H.: Menos chistes y escucha bien mi contraejemplo, que te voy a convencer. Si agarras un folleto de este proyecto empresarial ves que toma los valores políticos libertarios como puntales y quiere desplegarse, silogismo a silogismo, a partir del axioma de haber «encontrado» tierra de nadie (terra nullius), ¡no me digas que no es brillante!{20} Escucha, resulta que a este territorio de siete km2 a la orilla occidental del Danubio, conocido como Gornja Siga, no lo reclama ni Serbia ni Croacia, con quien tiene frontera. Resulta que es una tierra de nadie un poco particular. No es terra nullius por lejanía, no descubrimiento o una superficie ínfima, sino porque Serbia, al renunciar a ella, gana diez veces más territorio del que tenía antes de la resolución de la Comisión de arbitraje de la conferencia sobre Yugoslavia o Comisión Badinter (del 27 de agosto de 1991, sustanciado durante la guerra de los Balcanes y en el marco de la Comunidad Económica Europea). Mientras, si Croacia lo acepta como parte de su territorio, aunque haga frontera con esa parte oeste del río Danubio, ello le supondría reconocer la adquisición serbia{21}. De esto se deduce que es Croacia la que debe actuar; si no ha impugnado esa distribución y de facto convive con Serbia como país, debería incorporar ese lugar… Pero, ¿cómo? ¿Quizá como un Hong Kong balcánico?

— N.: Órale, eso último no sé si es oxímoron o hiperestesia…

— H.: Sí, sigue con tus bromas, eso es que estás nerviosa… Proclamada «Libertilandia»  (llamémosla así, ya que República Libre de la Tierra de la Libertad te suena tautológico), el 13 de abril de 2015, en honor al cumpleaños del tercer presidente, «padre fundador» y redactor de la Declaración de Independencia de EEUU, mi amado Thomas Jefferson, tiene un origen tan pedestre – es decir, tan de nuestro tiempo, lo que no sé a ti, pero a mis dos ojos le da un toque muy cool – como que el presidente del proyecto, Vit Jedlička tecleara en Wikipedia la expresión «tierra de nadie» y apareciera ese territorio a sus ojos de usuario digital{22}.

No me interrumpas… El conjunto de individuos que se abrogan la representación de ese protoestado, es decir, la capacidad de materializar lo que son abstracciones, ideas, sugerencias, en un proyecto que parte de ideal a empresarial-material y, posteriormente, a político-material, se encuentran fuera del territorio, pues nadie hay en la isla. Al intentar entrar son detenidos por la policía croata y Jedlička ha estado en prisión, lo que siempre ayuda a la causa de los presidentes de repúblicas autoproclamadas. Su principal sede es Praga, ya que el líder fue miembro del partido libertario de ese país. Utilizan Internet y unas relaciones interpersonales donde los individuos son tan importantes como los Estados, pero no más que las empresas («un país/empresa emergente basado en principios liberales»), mientras que la compra de territorios en Iberoamérica, junto a la ciudadanía virtual (e-citizenship, como Estonia, que tiene un programa también muy interesante) y el uso del río como plataforma de expansión (naves/casas/empresas) son sus apuestas de futuro{23}. Entonces, si se establecen esos principios, habrá no solo una tierra de la libertad, sino que sus principios se expandirán a cada lugar donde haya un ciudadano libre: Una autodeterminación negociada con el parent state, que acordará que el territorio se emancipe y, en unos casos habrá un Mónaco y en otros una comuna, en unos un país de, qué sé yo, furries, y en otros de gobernantes filósofos alineados con tus tesis… Con la ortodoxia ideológica que quieran, o con ninguna, si así les place.

— N.: Más que una emancipación veo el voluntarismo de pensar que de cortarte un brazo o una pierna, y sembrarlos, va a salirte un hijo… Pero continúa, continúa…

— H.: Como les dé la gana, así es, ¿qué te parece? ¡Inapelable! Por ejemplo, el promotor de la iniciativa Ciudad Libre Privada (Free Private City) plantea una empresa que ofrece lo que da cada Estado, pero mejor, y con el lema de que «el principal servicio […] es asegurarse de que no se perturba al orden libre y que la vida y propiedad de los residentes son seguras»{24}. Es imposible no caer rendido ante esos planteamientos, ¿verdad?

— N.: Si ya te ibas cayendo previamente, sin duda caerás también en esos planteamientos…

— H.: No, en serio, ¿qué piensas de lo que te he expuesto?

— N.: «Mónaco», dijiste… [Suspira y se queda en silencio un minuto. El tiempo se pasa rápido, ya que, mientras ordena su réplica mira con humildad un punto fijo y, si acaso, mueve la cabeza asintiendo]. Entiendo, entre la bruma de confeti – perdóname, pero eso es lo que me transmite tu planteamiento –, que el núcleo ideológico de lo que explicas es que la adscripción a un Estado es voluntaria, aunque bien podría llamarse una variante de la «libertad caprichosa». También se deduce que tu idea de «autonomía» es la «secesión» de toda la vida. Entiendo que primero habría que promover entre las personas la ideología de estos territorios gratuitos –creo que esa es una mejor traducción de free, puesto que «libres» parasita connotaciones positivas para distraer de las contradicciones–, en el sentido de arbitrarios, caprichosos, como quien entrase en una tienda y comprase lo que le plazca, un día desea comprar una cerveza «Island Brew», otro día una gatita y en otro se compra una soberanía nueva. Como si cada pretensión fuera de la misma entidad y su consecución (o dificultad, o imposibilidad de ella) tuvieran las mismas consecuencias. Pero, por otro lado, puesto que dependen de llegar al consenso con el «territorio padre» (como lo llaman), han de convencer al gobierno del país para que ahogue la soberanía de una de sus partes y la entregue porque sí… ¿No ves todos los absurdos de defender un mundo repleto de Estados que agrietan los actuales, lo estúpido y cursi de «florecer» en cada barrio, en cada edificio y multiplicarse hasta la tripofobia? Hay tanto implícito en lo que dices, ¿no te das cuenta?

— H.: [Murmurando] Pues si se quieren autodeterminar, no le veo yo ningún problema. [Alza la voz tan bruscamente que el escribiente se cae del taburete, aunque esta vez no se golpea en la cabeza] ¡¿Y quién eres tú para impedírmelo?!

— N.: [Piensa: «Complicaban sus instintos resucitados con residuos turbios de películas, de lecturas, de consignas»{25}… Y musita: «Hasta la Humanidad… Da igual qué ideología, es lo que hay»] Voy a intentar ser sintético, porque todo lo implícito en lo que has expuesto es tanto que si tiro del hilo vas a acabar amortajada. Para empezar, puedes no tener en cuenta esto que te digo – es una mera impresión y no podría sostenerla con argumentos –, pero no puedo evitar pensar que has construido tu argumentación para oponerte a lo que te planteaba sobre los imperios. En vez de definir lo local, has buscado una dicotomía extremadamente maniquea en la que asocias lo imperial a lo grande, a lo alejado, mientras que lo local lo vinculas a la comunidad, a lo chico, a microestados, como si no hubiera posibilidades intermedias (imperios donde las ciudades eran imprescindibles y, prácticamente, la unidad de medida) o Estados pequeños alejados para su ciudadanía de cualquier idea que tú asocias al buen poder político, como «igualdad». Eso es, me parece, lo que ha impulsado tu tesis. Pero bueno, tal vez no sea así.

Sin embargo, lo que sí se deduce claramente de tu argumentación es un síndrome de Robinson apabullante, mezcla del contractualismo que hoy todo lo cubre y el tábano del mito político de los países americanos, que se creen que todo nació en el siglo XIX, para, desde ese trampolín, saltar hacia atrás y cortejar a los pueblos originarios (se dirá un mexicano que viva en esa bruma: «Todo empezó hace quinientos años, y si nos embadurnamos con las cenizas y los jirones de los pueblos originarios podremos cegar y enmudecer el polémico período de 1517-1821»). Pero te aviso que es imposible partir de cero (¿qué eres, una pinche viajera en el tiempo?), como si se pudieses hacer y rehacer a voluntad, a utilidad, a silogismo, estructuras como el Estado, como si aumentar o disminuir Estados se hiciese pacíficamente, y no el germen de más problemas, que se salvarían por la beatitud constituyente. Y el reverso de lo que sostienes con tu variante es un ahistoricismo empresarial, como si los troceamientos o divisiones pudiesen hacerse impunemente o sin daño o sin costes imprevisibles («al fin y al cabo – seguro te dirás –, la secesión es como las empresas que brotan tras la aplicación de una ley antimonopolio»). «Mónaco», decías… ¡Tranquila, Grace Kelly!… Hay que afinar mucho para correlacionar pequeñez con éxito… A las polis griegas, ¿les benefició ser pequeñas o otros factores, como la situación geográfica, la filosofía o la escritura, el control a los metecos, a los esclavos y a las mujeres? En las ciudades-Estado del Renacimiento, ¿influyó su tamaño, o se beneficiaron de otros factores, entre ellos, la llegada de los expulsados griegos por el imperio otomano, o la protección imperial?

— H.: Entonces, ¿ni aunque un lugar sea tierra de nadie puede servir para iniciar un sueño político como el que te he expuesto?

— N.: Tú y tus silogismos… Los construyes como castillos de naipes y luego te extraña que respirar cerca los derrumbe… Ese lugar que dices está enclavado en un país centroeuropeo, y a pesar de su accidente fluvial, que lo posibilitó, no está aislado. Lo problemático, de fondo, es eso: En situaciones de no man’s land, cambio de soberanía y ocupación, afirmar que la propiedad es un «derecho natural», en tanto «institución natural prepolítica» distinta a los poderes soberanos{26}, tiene muchas aristas, y algunas de ellas, por escondidas que estén, si se descubren te deshinchan todo lo que dices tú y el gobernoide de Libertilandia. Dicho de otro modo, una tierra de nadie es tan poco prepolítica como una masa pacífica. Léete bien al autor que me recomendaste para preparar este diálogo. El tal Rossman se plantea que si un grupo pacífico (una facción, una banda, que él legitima con el término «micronación» y que podemos extender a las «naciones sin Estado») quiere secesionarse y reclama un territorio, tal vez el Estado no esté legitimado para oponerse… Eso es lo que se deduce de su afirmación de presuponer razón a cualquier grupo que blanda un «derecho a la autodeterminación», como si ese presupuesto se dedujese del presupuesto predominante, es decir, la conservación de la integridad del Estado{27}. Sin embargo, con eso lo único que demuestra es la ignorancia de no saber que un líquido tan supuestamente pacífico como el agua, a determinada presión, puede cortar hasta la piedra – un corte en frío con chorro de agua, por ejemplo–, y así es como debería continuarse la metáfora de las cacareadas «masas pacíficas», como si juntarse en un grupo de decenas de personas, aun en silencio, mirando fijamente un punto, no fuera ya de por sí amenazador. Lo pacífico puede ser el lema que defiendan o lo que exijan, pero nunca ellos mismos, aunque se limiten a estar juntos y callados cubriendo tres cuadras… Piénsalo de otro modo, si quieres: Incluso un gas, incorpóreo, puede asfixiarte –que es como podemos hiperbolizar a los panfletos que demuelen, día a día, la legitimidad de un Estado–.

De esto que te digo puedes sacar la conclusión de que las diferencias entre un Estado (incluso un microestado), una «nación sin Estado» y una «micronación» no son, de nuevo, de escala, sino de naturaleza, y es la misma que existe entre alma y cerebro. Como no existen, es fácil poblar el mundo de «almas» – tanto como adherirse a una religión –; pero lo complicado viene si quieres agregar los correlativos cuerpo y cerebro. Es la circularidad de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello: Los personajes ya tienen autor, y la búsqueda de uno es tramposa, puesto que se lo intenta cazar para hacerlo personaje, para anularlo, y el autor no puede, si quiere seguir siendo tal, entrar en esos planteamientos… Si sustituyes a «autor» por «Estado» y a «personaje» por «nación sin Estado» entenderás lo que sostengo. Para acabar, tu Libertilandia es un experimento intelectual que, quizás, genera estándares morales y azuza (según ellos, «iluminan con la libertad») a los Estados y a los ciudadanos (yo también considero las pláticas del profesor Bastos Boubeta en YouTube); pero, ¿quién vive en un faro? Eso sí, te concedo que, como proyecto político empresarial, puede ser tan real como el mercado bursátil.  

— H.: Pero la voluntad de un grupo que decide decidir…

— N.: Pero es que entiendes la voluntad como si solamente hiciera falta poner placas solares en la azotea y encauzarla como una energía más. Es un error común, si es parecido a lo que te comentaba el otro día de Kumar… Él entiende España como un «imperio de la península ibérica hacia adentro», en un sentido en que habría «protoestados» como los hubo en la América del siglo XIX{28}. Pero es falaz, porque en eso está implícito considerar a toda nación como un «mini imperio», un absurdo aún más circense. Igualmente lo es considerar todo municipio como un «mini Estado» o, incluso, un hogar como un «municipio chiquito». Es decir, no todo territorio, a lo Ernst Marcus y sus fórceps centroeuropeos, sería parte de «un laboratorio gigante de la soberanía», potencialmente «una plantación de Estados embrionarios»{29}, salvo que hagamos fiesta del peligro de «los cantonalistas del villorrio soberano»{30}.

Lo que aparece en estos planteamientos es, de nuevo, una idea de Estado como la unidad de medida, que se capta mejor con el axioma, equivocado, de: Todo imperio es un Estado deformado hacia arriba y toda provincia está, si la dejan, en camino de ser un Estado. Esto se debe a la analogación, epidérmica, entre el Estado y la democracia, por lo que, si reformulamos el axioma anterior quedaría: Todo imperio es un Estado deformado hacia arriba por autoritarismo y toda provincia está, si dejan que se autodetermine, en camino de ser un Estado. El «fantasma de la máquina» (democrática), en reversión de la expresión de Steven Pinker, se muestra con claridad. Sostener –como usualmente se lo representan los secesionistas y los de Libertilandia son Talarias de Hermes para sus postulados– que una parte del territorio a secesionar «descubre su conciencia» –«se autodetermina, un poquito o un muchito»– para salir como parte de un territorio y reemerger como un todo constituido en un nuevo Estado («¿qué impide que, si hay doscientos Estados, pase a haber doscientos mil?») es la misma lógica del borracho que, frente a la enésima copa, se convence para traspasar el umbral hacia la embriaguez y, ya completamente embriagado, agradece al sobrio que fue la cortesía.

— H.: No sé si quiero seguir discutiendo contigo… No, si me faltas al respeto… Me quitas las ganas de encontrar la verdad y de repensar el mundo de manera distinta…

— N.: ¿Por qué no te dejas de mensadas y diriges todas tus fuerzas a metas realistas y a las que no tengas que dar de comer espantapájaros?

— H.: ¿Como cuáles, a tu juicio?

— N.: Otra opción, menos romántica, es la ocupación, pero de un territorio que, siendo parte clara de un Estado, no esté siendo utilizado, se infrautilice o individuos lo puedan revalorizar por su trabajo. Sería el caso de esos individuos que, a diferencia de utilizar las empresas que comienzan a explotar pieles de zorro o guano en lugares inhóspitos de islas del Ártico o del Pacífico, construyen casas, pavimentan terrenos o erigen farolas. Si miro a México, estoy pensando en sitios de la frontera o baldíos que no caen en ninguna administración por estar entre linderos municipales o donde las instituciones oficiales no actúan por equis motivo. A diferencia de Libertilandia, que virtualmente proclaman la necesidad de que el silogismo cree el territorio y, con esa seguridad, pueden comenzar a construir o a aprovechar lo construido, real o virtualmente, los ejemplos que te digo son de individuos físicamente en un lugar que no es tierra de nadie sobre el silogismo, pero que lo es en la práctica y lo hacen territorio, sin que intervenga ese maximalismo de la Libertad. Alegoría que, por cierto, si recuerdas, no quiso participar en nuestros diálogos, a pesar de que se los anunciamos con muchísima antelación y de que nos aseguramos que recibiese la invitación en uno de los pocos momentos en los que no anda borracha.

— H.: Sí, se la pasaba posteando en Tumblr y ahora en Instagram…

— N.: Ajá. Tomemos el caso de un baldío ubicado en un ejido, una figura de la propiedad típica mexicana que reúne rasgos de la tierra comunal, pero cuyo régimen se ha liberalizado recientemente; un baldío del que nadie, en las jurisdicciones administrativas de Zapopan y Tlaquepaque, se responsabiliza. Unas familias compran terrenos de los ejidatarios (sobre todo, a un huevón que vive en una casa desvencijada, pero que posee y malvende sus parcelas heredadas), comienzan a construir sin permisos… Comienzan a necesitar, por ejemplo, luz, un servicio que en México es federal. También agua, que en depende de cada municipio (hay una institución distinta en cada ciudad). La luz la consiguen tras pagar a un conseguidor, que hace los trámites por ellos ante quién sabe quién, y logra que el territorio quede ubicado, administrativamente, como perteneciente a Guadalajara. El agua, la consiguen, de momento, con tinacos en la azotea y el aljibe en los subterráneos. Para el nombre de las calles, logran que se les ponga el de las prolongaciones de las ya existentes… El pavimentado y sus mismas casas, aprovechándose de la parálisis institucional de la pandemia por COVID-19. Ya tienen el enclave municipal por gestión colectiva. Se entra por un portón que han erigido, de tal manera que no sepas que vas a dar a un coto y no a un bosque. Y así vas haciendo las cosas.

— H.: Pues eso es lo que te decía, de abajo a arriba, desde lo local a lo general…

— N.: No, el énfasis es otro: Se hacen las cosas de facto, porque se pueden hacer, y se va consolidando lo que se puede, en un vaivén de la fuerza y la norma tan acotador como retráctil. El «Derecho», los «derechos y libertades»… ¡Eso viene luego, güey!

Continúan una media hora hablando de lo mismo, pero ya en los remolinos que deja la conversación. Quien considera que ha expuesto sus puntos y ha influido, aun brizna a brizna, en el otro, ve esos momentos como la falta de impedimentos para llegar a la otra orilla. No es el caso de la Humanidad, temerosa de lo que ha escuchado, y que comienza a perder su hache mayúscula, a disolverse en cualquier hombre, con problemas, complicados y pedestres como los de los colonos de ese lugar en el área metropolitana tapatía. Parecería que los cuencos unidos por membranas que tenía por manos mostrasen, ahora, los dedos mejor perfilados y que empezase a agarrar las cosas por sí misma. Parecería que la cabeza volviera a un tamaño que no virase, pendularmente, hacia los lados, como a merced de soplos retóricos. La Humanidad se recuesta en la cama del salón, con los ojos entrecerrados, preguntando si el Internet del cíber café del asentamiento ya funciona un poco más rápido, cosas que, en esos momentos, suenan a preparativos para el sueño.

 
IV. Diálogo final

«Retomando nuevamente el tema de esa junta, querría decir lo siguiente. Soy de la opinión de que si alguien la pusiera como una especie de ancla de toda la ciudad, un ancla con todo lo que necesita, podría salvar y conservar todo lo que queremos»{31}.

El escribiente, al entrar la semana siguiente a la casa, y viendo que solamente está la Naturaleza sentada en el sofá y con el gato en el regazo, se siente impelido a decir lo que ha venido rumiando. Comenta que sería adecuado que, como visitantes, la Naturaleza y la Humanidad hiciesen algo junto a los lugareños, ahora que están a punto de marcharse. Por, ejemplo, el escribiente cuenta que un visitante de hace un par de años llegó con un detector de metales e iba por la isla pasándolo. Encontró objetos de los primeros colonos, los legó al museo local. Además, enseñaba a los niños cómo detectar las monedas que él mismo escondía{32}. «Esas monedas escondidas son la metáfora perfecta de cómo funcionan, para el orden político internacional, las normas que permiten existir a esta isla», piensa la Naturaleza. Luego, el escribiente cuenta que hay una celebración, que este año coincide con el día después de que la Naturaleza y la Humanidad tomen su barco de regreso hacia las Maldivas. Se trata del «Día de ratas» (Ratting day), donde los hombres tristanios, con sus perros, hacen una batida de las ratas que asolan los campos de patatas, para mantener a raya a la población de roedores. Tras la cacería, las colas, «contadas y medidas», sirven para señalar a los ganadores (el cazador que tenga más colas, quien haya arrancado la más larga){33}. «No hay ceremonia que perfile mejor a este puñado de reyes tristanios en su cáscara de nuez», piensa la Naturaleza, a quien cada vez le simpatizan más estos isleños.

— Escribiente: Disculpe, ¿quiere que suba a preguntar a la señorita si está lista?

— Naturaleza: Ayer llegó muy tarde del cíber café, así que imagino querrá dormir un poco más. Con que empecemos el diálogo en un ratito, creo que nos dará tiempo a terminar.

— E.: Lo que usted quiera… Pero, si ahora tenemos tiempo, le puedo compartir algo que he ido investigando… Me llamó mucho la atención lo que comentó sobre Libertilandia y vi que los promotores tienen relaciones con Estados de iure. Por ejemplo, con Guatemala. Encontré que visitaron ese país el representante de Libertilandia en EEUU, David Molineaux, el ministroide –como usted dice– de Asuntos Exteriores, Thomas Walls y Jedlička, y posaron con un retrato de José Cecilio del Valle, uno de los próceres la Guatemala post novohispana…

— N.: Ya ves como usan las analogías del «por qué ellos, los pueblos americanos, sí y nosotros, los libertarios de la geografía, no, si ambos buscamos la misma Libertad».

— E.: Sí, algo así… Pues en ese país se entrevistaron con empresarios, educadores –de la Universidad Francisco Marroquín, «la mayor institución libertaria de educación superior en el mundo»–, miembros de la burocracia guatemalteca y un europarlamentario, Daniel Hannan, «arquitecto del referéndum de la salida de Gran Bretaña de la UE y proponente de los ideales» de la constitución. Su tour continuó en EEUU{34}.

— N.: Sí, esa mancuerna entre conservadores y libertarianos es habitual. Con el apoyo a Trump pasó así, o fíjate que algunos de los de Vox, vía su Fundación Disenso, están atrapados por las sirenitas de ancaps, tan despistados que no saben que eso erosiona tanto España (o más), que los movimientos secesionistas tradicionales. Vox debería darse cuenta que esos ancaps son la esfinge colibrí, ese insecto que en Europa hace creer a muchos que aún hay colibrís en el viejo continente.

— E.: Eso yo ya no lo sé, no me gustan los colibrís y no creo en las esfinges, pero siguiendo con el hilo de lo que le comentaba me topé con una entrevista al tal Molineaux, en el canal oficial de Libertilandia. Allí señala que «antes de que fundase y proclamara Libertilandia había trabajado para varios candidatos libertarianos en oficinas locales». Los contactó en abril de 2015, casi recién fundado el proyecto, y se unió a él. Alaba al bienestar psicológico y el desafío intelectual de fundar «un nuevo Estado» sobre los principios ideológicos que él comparte, y pide que cualquier individuo se una, que «serán capaces de encontrar un nicho para cualquiera»{35}.

— N.: El tema da para mucho, sí…

— E.: Si le parece, mire qué otra investigación realicé, esta con mucho más tiempo, para la…

— Humanidad: [Bajando por su propio pie, con proporciones e, incluso, facciones, muy parecidas a las del escribiente. Este, sorprendido, le quiere preguntar algo a la Naturaleza, pero desiste] Nuestro último día, ¿verdad?

— N.: Sí. Así pasa el tiempo cuando una se divierte.

— H.: Sí, claro.

— N.: Pues ya, ¿no? ¿Ponemos en práctica el modo de decidir el último tema?

— H.: [Se sienta en una silla de madera; ya no está la cama abajo. Estira las manos, tan humanas como las que están tecleando esto, y un rostro que, a la luz del mediodía, ya se observa que es igual al del escribiente, que no quiere o no sabe darse por aludido ante semejante robo] Sí.

— N.: Bien. Acuérdate de las tres reglas: Decide él [señalando al escribiente], tiene que ser un tema relacionado con lo que hemos discutido las dos semanas previas y sorteamos quién empieza [la Humanidad asiente, pero está haciendo más caso a un espejito que ha sacado y se está mirando el rostro]

— H.: ¿Qué tema pensaste?

— E.: Si me lo permiten, querría leerles unos extractos que sitúen el debate que les plantearía, ya que si no se incluyen los…

— N.: Sí, sí, de acuerdo. [La Humanidad sonríe beatífica, asiente y pasa a quedarse con la mirada fija en el suelo].

— E.: De acuerdo. Qué amables. Omito algunas referencias para que la lectura sea fluida, y queda así:

«La tarea que los futuristas rusos se habían propuesto era crear un nuevo lenguaje de la humanidad que reemplazaría a todos los demás lenguajes humanos en la sociedad del futuro. Una figura central […] era Velimir Khlebnikov, a quien sus amigos llamaban el presidente del planeta Tierra (predsedatel ’zemnogo shara) [….] [En esa línea, pasa a citar a Kondakov] [s]e argumentó que […] el lenguaje, como cualquier herramienta, necesitaba ser perfeccionado, pulido y protegido cuidadosamente de cualquier tipo de contaminación y la más mínima descomposición […]. Por eso la influencia de la premisa clave de la Nueva Teoría de [Nikolái Yákovlevich] Marr, –según la cual el lenguaje como fenómeno de clase podría desarrollarse y mejorar hacia el lenguaje comunista–, continuó dominando la lingüística soviética durante muchos años después de la muerte de Marr en la década de 1930. Los autores del partido continuaron argumentando, no de modo diferente a las vanguardias políticas y artísticas, que el lenguaje utilizado en la escritura bolchevique era superior al lenguaje utilizado por los “autores burgueses y oportunistas” en su precisión, en el grado de su “veracidad científica” (nauchnost’) y en su orientación hacia el futuro, y que la tarea del partido era “inocular” (privit’) a los lectores con vocabulario, fraseología y consignas concretas escritas en este lenguaje superior […]»{36}.

Ese sería el fragmento. No sé qué les sugiera a ustedes…

— N.: Me parece que el tema tiene que ver con parte de lo que ya hemos estado debatiendo, sí. [La Humanidad asiente, con mucho énfasis, muy divertida, casi como si estuviera bailando al ritmo de unos audífonos invisibles]. Excelente, entonces ambas estamos de acuerdo, así que sortearemos quién empieza…

— H.: ¡No hace falta! Puedes empezar tú. Te escucharé encantada y, si acaso, ya matizaré lo que sea… Pero, ¡no creo! Estoy segura que vamos a estar de acuerdo ciento por ciento.

— N.: Pero… ¿Qué? ¿Por qué?

— H.: Lo intuyo tanto que ya lo veo. Además, me pregunto: ¿Para qué discutir entre nosotras? [Se levanta y camina hacia la Naturaleza. Le pone una de sus manos humanas en el hombro y se vuelve, hacia la puerta de entrada. La abre y camina hacia el jardín, hasta alejarse, esta vez, corriendo, pero como quien hace running].

— E.: [Se levanta] ¿Mejor voy tras ella?

— N.: ¿Para qué? No sé qué por qué finja así… Lástima… El párrafo que has planteado daba para el diálogo. No sé, se me ocurrían las neolenguas recientes, ese culto de esperantista alucinado a la letra E (ahora, amics i amigues, parece que todes les persones hablen en un dizque catalán sin saberlo), que antes era la pasión de hojarasca por la X (todxs alineadxs, como con los ojxs cosidxs a la lengua)…

— E.: A mí me recuerdan a un poema, no sé si conozca, de Rimbaud, llamado «Vocales».

— N.: Sí, son como ese soneto, pero sin poesía.

— E.: [Mira por la ventana, hacia lo poco que se distingue ya de la Humanidad y, más a lo lejos, del asentamiento de Edimburgo de los Siete Mares]. No regresa. A lo mejor es que usted la ha convencido en todo, ¿no?

— N.: ¿Tú crees? Para lo que ha supuesto, casi mejor que se hubiera quedado con sus pajaritos mentales y seguir platicando un poco más.

— E.: Me da tiempo a ordenar bien lo transcrito y que usted lo revise.

— N.: [Se levanta y extiende la mano para ver los papeles del escribiente] De todas formas, es fácil saber a dónde se va cada día…

— E.: Al cíber. Desde que puede moverse bien no sale de allá.

——

{1} La corrección fue que «hubo una época en que yo creía que Quevedo era mejor que Cervantes. Tal vez Quevedo era mejor escritor página por página, y línea por línea. Pero en conjunto es infinitamente inferior, porque nunca pudo crear un personaje como el Quijote». Barone, Orlando (comp.). Diálogos Jorge Luis Borges/ Ernesto Sabato. Emecé, Buenos Aires, 1996, p. 56. Seguidamente, el Borges del diálogo intenta echar un capote al Borges anterior, al separar forma y fondo, y resaltar que «el personaje es más importante que lo que le sucede». Sin embargo, Sabato corrige, de nuevo, bien: «Don Quijote es el conjunto de sus aventuras o no es nada»; «[e]l Quijote es lo que le sucede, está definido por las cosas que le suceden, como diría un fenomenólogo», ibídem, p. 57. En todo caso, la mejor defensa la da el propio Borges, que al hablar de sus escritores dice «Cervantes, porque yo he luchado contra mi vieja y equivocada opinión, y él ha sobrevivido a mis vanos intentos, como sobrevivirá Tolstoi a las traducciones», ibídem, p. 60.

{2} Puede aprovecharse esa afirmación para explicar (aunque queda claro a lo largo de los diálogos), que la alegoría de la Naturaleza no se refiere al «medio ambiente», sino a esencia, conjunto de rasgos de una cosa.

{3} Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, edición en línea del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, segunda parte, capítulo XLV, 1615, https://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte2/cap45/default.htm

{4} La Naturaleza olvida ejemplos de otros números. De dos (los diálogos socráticos); de cuatro (El diálogo de la lengua, de Juan de Valdés); de siete, como «el Colloquium heptalomeres, de Juan Bodino, quien nos ofreció la conversación o simposium que, en torno a la religión, mantuvieron, hace ya cuatro siglos, un católico, un calvinista, un luterano, un judío, un mahometano, un tal Senamus y otro tal Torralba”, Gustavo Bueno, Zapatero y el pensamiento Alicia. Un presidente en el país de las maravillas, Temas de Hoy, Madrid, 2006, p. 62; o el diálogo a nueve sobre violencia, guerra y narcotráfico en México, titulado «Nuestra guerra: Una conversación», publicado en Nexos, 1 de noviembre de 2011, https://web.archive.org/web/20211025193802/https://www.nexos.com.mx/?p=14554

{5} De Maistre, José, «Elucidación sobre los sacrificios», introducción, traducción y notas de Mariano Sverdloff, Stylos, 28 (28), pp. 106-282, 2019, https://repositorio.uca.edu.ar/bitstream/123456789/9698/1/elucidacion-sacrificios-maistre.pdf , p. 145. Cursivas en el original.

{6} Casesmeiro, Jorge, «Natalia K. Denisova: “El problema de Hispanoamérica es ontológico”», El Imparcial, 10 de abril de 2018, https://www.elimparcial.es/noticia/188533/denisova-el-problema-de-hispanoamerica-es-ontologico.html. «[L]a Visión de los vencidos [de Miguel León Portilla, publicada en 1959] podría llamarse una edición del libro XII [Libro de la conquista] de Sahagún [son once de quince capítulos] con algunos textos añadidos», pasada por el tamiz de minusvalorar la labor española – la coordinación de alumnos trilingües en latín, español y náhuatl en Tlatelolco, que nos permite pensar en antecedentes, no desdeñables por lejanos, de la Escuela de traductores de Toledo – en pos de unos «sabios indios». Korotkikh Denisova, Natalia, Filosofía de la historia de América: los cronistas de Indias en el pensamiento español, tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2018, http://eprints.ucm.es/47280/1/T39853.pdf, pp. 448 y 450-451.

{7} Creo que la Naturaleza se refiere a Le ballon rouge, de Albert Lamorisse (1956).

{8} Kumar, Krishan, «Nation-states as empires, empires as nation-states: Two principles, one practice?», Theory and Society, vol. 39, núm. 2, 119-143, 2010, p. 136. Eso sí, hay que considerar que si no se parte de una idea de imperio basada en la coordinación (en las Partidas o en G. Bueno) se llega a contradicciones que Kumar no salva, al considerar una cuestión de escala la diferencia entre Estado e imperio: «los imperios pueden ser naciones en mayúsculas; los Estados-nación, imperios bajo otro nombre». Entonces, ¿cómo concuerda esto con su afirmación previa de que los imperios son universalistas? Diciendo que la diferencia es, por así decirlo, que el nacionalismo de los imperialistas es el imperialismo universalista. Ibídem, pp. 130-132. Las traducciones son propias, salvo que indique lo contrario.

{9} «[C]onfinar este Ego trascendental en el terreno más positivo y vulgar de la vida cotidiana, el terreno en el cual pululan los egos individuales (ei) – que en lo sucesivo denominaremos como egos diminutos – ocupados, de modo narcisista, en sus intereses vegetativos, en sus negocios, sentimientos, éxitos o fracasos más “prosaicos”». Gustavo Bueno, El ego trascendental [edición digital], Pentalfa Ediciones, Oviedo, 2016, p. 34.

{10} Chlup, Radek, Proclus: an introduction, Cambridge University Press, Nueva York, 2012, p. 217.

{11} Sepúlveda, Juan Ginés, Diálogo llamado Demócrates, estudio preliminar y edición de Francisco Castilla Urbano, Tecnos, Madrid, 2012 [1535], p. 11, en intervención de Leopoldo (L). Sobre el párrafo, pocos encarnaron ese fatalismo ridículo, por pretenciosamente autodestructivo, como Lutero, al decir de Vitoria, que expone: «Lutero, que no dejó nada sin contaminar, niega que los cristianos puedan lícitamente empuñar las armas contra los turcos, fundándose en los pasajes de la Escritura anteriormente citados y en que si los turcos invaden la cristiandad es porque ésa es la voluntad de Dios, a la cual no es lícito resistir». Vitoria, Francisco de, Relecciones sobre los indios y el derecho de guerra, 3ª edición, Austral, Madrid, 1975, p. 111.

{12} Sepúlveda, op. cit., p. 29, L.

{13} «Por supuesto, el diseño de la nueva bandera nacional fue aprobado por el autoproclamado experto en lucha contra el terrorismo y vestido siempre con buen gusto, el virrey de Irak, Paul Bremer, quien es bien conocido por vestir costosas botas de combate cosidas a mano con trajes de mil dólares hechos a medida y corbatas de seda de diseñador». Riverbend [seudónimo], Baghdad Burning. Girl Blog from Iraq [edición digital], prólogo de Ahdaf Soueif e introducción de James Ridgeway, The Feminist Press y The City University of New York, Nueva York, 2005, p. 436.

{14} La expresión es de Hugo A. Cañete, en Salduero, Goyo (productor) y Cañete, Hugo A. (entrevistador), HistoCast 113-De la Guerra de Irak al Estado Islámico. Parte I (2003-2008), HistoCast, 3 de abril de 2016, https://archive.org/details/HistoCast113DeLaGuerraDeIrakAlEstadoIslamicoParteI20032008

{15} De Maistre, José, Las veladas de San Petersburgo o coloquios sobre el gobierno temporal de la providencia, 3ª edición, Madrid, Espasa Calpe, 1966, p. 158.

{16} Comentada por Gustavo Bueno, España frente a Europa, 3ª edición, Alba Editorial, Barcelona, 2000, p. 342.

{17} Meyer, Jean, La Cristiada. La guerra de los cristeros, 14ª edición, Siglo XXI editores, México, 2013, p. xiii.

{18} Sobre esto, puede escucharse la divulgación de Salduero, Goyo (productor) y Jordán, Javier (entrevistado), HistoCast 151-Fuerzas especiales de EEUU contra Al Qaeda, HistoCast, 26 de noviembre de 2017, https://archive.org/details/HistoCast151FuerzasEspecialesDeEEUUContraAlQaeda

{19} Avitia Hernández, Antonio, «Elogiada y desdeñada narrativa de los últimos e incómodos cristeros» [prólogo], en Antonio Estrada M. (autor), Rescoldo (pp. 11-28), 6ª edición, Jus, México, 2011, p. 13. «Prieto» significa moreno.

{20} Free Republic of Liberland. To Live And Let Live, 2017, https://web.archive.org/web/20210519010800/http://investment.ll.land/files/downloads/2017_02_Liberland_brozura_web-komplet.pdf  

{21} Rossman, Gabriel, «Extremely Loud and Incredibly Close (But Still So Far): Assessing Liberland’s Claim of Statehood», Chicago Journal of International Law, vol. 17, núm. 1, 306-339, 2016, https://chicagounbound.uchicago.edu/cjil/vol17/iss1/10, pp. 311-313.

{22} Free Republic of Liberland, op. cit., p. 12. Pretenden establecer «enclaves orientados a la libertad», ibídem, p. 5.

{23} Luboš Vopasek apud Free Republic of Liberland, op. cit., p. 15. El hálito empresarial es indudable, puesto que incluye una sede en el K10 praguense, un antiguo edificio reconvertido en centro de oficinas, y la comercialización – el boteo de la gente bien – de su propio vino y cerveza, pero también aplicaciones de celular, monedas o, ambiciosamente, casas flotantes (Seasteadings) a lo largo del Danubio, y una aerolínea, ibídem, pp. 26-27, 30-31 y 47.

{24} Titus Gebel apud Free Republic of Liberland, op. cit., p. 17.

{25} Foxá, Agustín de, Madrid, de Corte a Checa, Editorial Prensa Española, 1962, p. 182.

{26} Ederington L., Benjamin, «Property as a Natural Institution: The Separation of Property from Sovereignty in International Law», American University International Law Review, vol. 13, núm. 2 (1997), 263-331, especialmente, pp. 266, 276 y 280-281.

{27} Rossman, op. cit., pp. 317-318 y 328.

{28} Kumar, op. cit., p. 128.

{29} Ernst Marcus apud Wheatley, Natasha, «Spectral Legal Personality in Interwar International Law: On New Ways of Not Being a State», Law and History Review, vol. 35, n. 3, 2017, pp. 753-787. doi: https://doi.org/10.1017/S0738248017000256, p. 771.

{30} Campos, Cristian, «¿Ha muerto la izquierda? 40 claves del asesinato de una ideología a manos de PSOE y Podemos», El Español, 23 de febrero de 2020, https://archive.vn/o2DP3 . La dificultad de sobrevivir en un entorno de potencias internacionales, hace que se pueda aducir un factor temporal para acreditar el desprecio con la que se veía a estos sujetos políticos que lo fian todo a nacer políticamente para morir militarmente: «Republiquillas cortas», esto es, «provincias constituidas como pequeñas repúblicas [que] no tendrían oportunidad de subsistir aisladas dentro del concierto internacional tan lleno de conflictos y ambiciones». El ejemplo histórico, pero vigente, es de José Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra apud Estrada, Rafael, Padre Mier. Vida y pensamiento, Monterrey: Poder Judicial del Estado de Nuevo León, 2016, https://web.archive.org/web/20201214234948/http://www.pjenl.gob.mx/Publicaciones/Libros/57/docs/57.pdf , pp. 201-202. En esa línea, el dominico señala que, «escarmentados […] de sus soberanías parciales», se vedaría la potestad de formar tales «gobiernitos». Ibídem, p. 201.

{31} Platón, Diálogos. IX. Leyes (Libros VII-XII), introducción, traducción y notas de Francisco Lisi, Editorial Gredos, Madrid, 1999, Libro XII, p. 329, 961c, Ateniense.

{32} Erez, Gan, «Competition Winner achieves his Dream Trip», Tristan da Cunha Visit News: Special 2018 Visitor to Tristan, 26 de diciembre de 2018, https://web.archive.org/web/20211003105954/https://www.tristandc.com/news-2018-12-23-ganerez.php

{33} Repetto, Randal, «Ratting Day 2021», Tristan da Cunha Ratting Day, https://web.archive.org/web/20211016175724/https://www.tristandc.com/newsratting.php 

{34} Free Republic of Liberland, op. cit., p. 6.

{35} The Liberland Show with Adam Carswell, Episode 8 - David Molineaux Representative to the United States, YouTube, 1 de marzo de 2019, https://www.youtube.com/watch?v=obw9bssXVC4 . El video tenía, a 26 de octubre de 2021, 388 visitas (un par mías y otra de la Humanidad).

{36} Yurchak, Alexei, Everything Was Forever Until it Was No More. The Last Soviet Generation, Princeton University Press, Princeton y Oxford, 2005, pp. 39-40.

El Catoblepas
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