El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 197 · octubre-diciembre 2021 · página 12
Artículos

Sobre lo políticamente correcto y el cinismo en la educación universitaria actual

Ander Gómez Alonso

Contraste entre ciertas normas de la Universidad Pública de Navarra y el orden realmente existente en la institución
 

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En el presente artículo elaboraremos una diatriba contra aquellas normas positivas que, enraizadas en el marco jurídico de la Universidad Pública de Navarra, promueven formas de un cinismo abominable. Evidentemente, el blanco de nuestra acometida no sólo estará constituido por tales disposiciones, sino también, y muy especialmente, por aquellas élites que con su complicidad o autoría directa las engendran y salvaguardan.

Para un tratamiento más pormenorizado de la cuestión, léase la excelente obra de Jesús G. Maestro «Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI», cuyos postulados suscribimos en gran medida.

Como bien se apunta en el libro antedicho, a nadie sorprende que hoy día las universidades públicas constituyan el terreno de juego predilecto de las más variopintas ideologías posmodernas –nacionalismo, feminismo, ecologismo… &c.–. En este sentido, la Universidad Pública de Navarra no es una excepción.

Dicha institución abriga en su seno, para regocijo de la mayoría y estupefacción de nadie, ciertas normas jurídicas cuya realización material deviene imposible a la luz del marco ideológico imperante en la sociedad política española. Y así, cuando contrastamos la letra de tales disposiciones con el orden «realmente existente», comprobamos cómo la máscara de ilusorios derechos y libertades que propugnan se desvanece ante la tiranía del gremio de turno.

Para efectuar un análisis mínimamente riguroso del asunto en liza, debemos concretar el contenido de los siguientes puntos, a saber: 1) de qué normas o disposiciones hablamos; 2) cuál es ese «orden realmente existente» en la vida académica.

 
I. Sobre ciertas disposiciones de la Universidad Pública de Navarra

Veamos a continuación cuál es el contenido de determinadas normas embridadas en el marco jurídico-institucional de la Universidad Pública de Navarra. Como ya se ha adelantado, el siguiente apartado versará sobre la comparación de su tenor para con el orden «realmente existente» en dicho espacio académico.

Comencemos por lo dispuesto en la Disposición Adicional 6ª de los Estatutos de la meritada institución. La letra de este precepto constituye, a nuestro juicio, la matriz más básica y elemental de todo cuanto se dirá. Habida cuenta de su cardinal importancia, permítasenos citar literalmente su contenido: «La Universidad Pública de Navarra, en el ámbito de sus competencias, promoverá las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo sean reales y efectivas y, en concreto, removerá los obstáculos que dificulten o impidan su plenitud, facilitando la participación de todos los miembros de la comunidad universitaria en la vida académica».

Fruto de este óbice, mas ciñéndonos al personal docente e investigador, hallamos la positivización del derecho constitucional a la libertad de cátedra, «sin más límite que los establecidos por la Constitución y las leyes, y los derivados de la planificación académica y organización de las enseñanzas» –art. 76. a) de los Estatutos-.

En cuanto al alumnado, comprobamos cómo el artículo 97 de la precitada normativa omite mencionar cualesquiera libertades de las que aquellos fuesen acreedores, por ejemplo, la libertad de expresión; lo cual, dicho sea de paso, resulta un tanto premonitorio a tenor de la conclusión que posteriormente explicitaremos. Es por ello que debemos acudir a otro instrumento jurídico, a saber, la Ley Orgánica 6/2001, de Universidades, en cuyo precepto 46.2, al consignar los «derechos y deberes de los estudiantes», garantiza el derecho de estos a la «libertad de expresión, de reunión y de asociación en el ámbito universitario» -letra g)–.

Por supuesto, el férreo y rigurosísimo compromiso de la Universidad Pública de Navarra respecto de las libertades de sus paisanos, implica, ineluctablemente, el favorecimiento del «diálogo, el debate y el contraste de ideas, al servicio del progreso social y cultural, con vocación de constituirse en una institución de referencia y liderazgo [… ]» –ex art. 3.c) de los Estatutos–.

Por otra parte, resulta imprescindible, por imperativo categórico posmoderno, aderezar todo lo ya expuesto con esa idea del «espíritu crítico». El V Plan Estratégico de la Universidad Pública de Navarra para los años 2020-2023, arguye que uno de sus valores –que no principios{1}– es la «innovación», concretamente, el «espíritu crítico».

Por tal se entiende, según el texto en cuestión, la «capacidad para analizar e interpretar hechos y cuestionar los principios, valores y normas propias de su entorno, siendo capaz de formarse un criterio propio que permite tomar decisiones» –pág. 11 del Plan Estratégico–.

Sin embargo, puestos a cuestionar los «principios, valores y normas propias» de un espacio dado –cosa que haremos más abajo–, ¿cómo definiríamos ese «entorno» que abarca la Universidad Pública de Navarra? Nada más y nada menos que como un lugar dedicado a la «transferencia de conocimiento, [… ] formación integral de las personas y [… ] promoción de la cultura». En síntesis: «un espacio de pensamiento libre y abierto» –pág. 10 del referido Plan Estratégico–.

Así, al término de sus estudios, el homo universitatis típicamente posmoderno ya egresado de la mentada institución, comprueba con orgullo cómo formó parte de «una Universidad dinámica, impulsora de la economía del conocimiento y promotora de una sociedad abierta, cohesionada y crítica» –pág. 10–.

Baste decir que todo lo expuesto hasta ahora no es más que charlatanería barata, contrapunto de la realidad que diseccionaremos acto seguido.

 
II. Sobre el orden «realmente existente»

Pues bien, ¿cómo analizamos la realidad material existente en el campus universitario? Acudiremos al refugio, ineludible por demás, de la propia experiencia que hemos cosechado durante seis años de estudio en las aulas de la Universidad Pública de Navarra, que consideramos se halla corroborada por la obra de Jesús G. Maestro que citáramos previamente, y, en definitiva, por cualquier individuo mínimamente perspicaz que haya pisado una universidad pública en los últimos años.

No debería sorprendernos, como bien apunta el autor antedicho, que en pleno 2021 las instituciones universitarias se hayan erigido en el terreno de juego predilecto de las más variopintas ideologías posmodernas –feminismo, nacionalismo, ecologismo… &c.–. Estas últimas presuponen una «vasta empresa de deconstrucción antropológica y cultural de las sociedades occidentales, al ritmo que marcan los grupos de interés y sus cámaras de resonancia universitaria»{2}. Se caracterizan, asimismo, por el predominio indiscutible de ideas descontextualizadas tales como «tolerancia», «solidaridad», «empatía»… &c.{3}, lo cual, a la postre, y precisamente por la falta de parámetros de análisis, genera numerosas contradicciones –que prácticamente nadie expondrá en público, dicho sea de paso–.

Cualesquiera sean tales «grupos de interés» extramuros de la Universidad –objeto que ahora no nos compete analizar–, lo cierto es que en el seno de esta germinan, florecen, y metastatizan, cuantos gremios sean perentorios para canalizar la ideología de turno. De suerte que, en última instancia, «la misión institucional de estas últimas [las universidades públicas] consiste en reescribir, troquelar, y adecentar el pasado para adaptarlo a las consignas del día»{4}.

Es de sobra conocido que la ideología, por intercesión del grupo que fuere, impera en la educación pública –en general–, y, por supuesto, en la propia universidad que tantas veces hemos citado, como su parásito totalizante. No es de extrañar, por tanto, que en la Universidad Pública de Navarra encontremos una «Unidad de Igualdad», u otra «Unidad Técnica del Euskera»; en efecto, una y otra responden a su matriz ideológica de corte posmoderno –feminismo y nacionalismo, respectivamente–.

Y bien, ¿cómo se conjuga todo ello para con el tenor de las disposiciones que en el anterior apartado consignáramos? Esto es, ¿cómo se conjuga, en el seno de nuestra particularísima Universidad, la existencia de tales ideologías, con la libertad de los individuos ajenos a estas? Ahora lo veremos. Pero, antes de ello, maticemos someramente qué entendemos por «libertad».

Tal y como intuimos el lector conocerá, Bueno distinguía dos «acepciones, momentos, o aspectos léxicos», relativos a la palabra «libertad». De una parte, «una acepción negativa, según la cual libertad significa, ante todo, negación de dependencia respecto de algo, inmunidad respecto de alguna determinación»{5}. Y, por otro lado, «una acepción positiva, según la cual libertad significa, ante todo, la misma potencia o poder de hacer algo por sí mismo»{6}.

En este sentido, se habla de la «libertad de especificación para escoger esto o lo otro»{7} –es decir, libertad para–; y, correlativamente, de una suerte de libertad de que implicaría «libertad de coacción, libertad de trabas que impiden mi propia operación»{8}. Mas, como bien apunta el ínclito autor, «la libertad para presupone una libertad de [… ]. Es obvio que la libertad de sólo cobra un sentido preciso cuando se fijan los parámetros respecto de los cuales alguien se considera retrospectivamente trabado o coaccionado»{9}.

Y baste referir más sobre el particular.

Adviértase, asimismo, que «todos somos “posmodernos” (desde el momento en que estamos moldeados por nuestra época [la actual]) pero no todos somos “posmodernistas”»{10}.

En cualquier caso, y como decíamos unas líneas más arriba, el elenco de ilusorios derechos y libertades propugnados desde el marco jurídico –ya analizado– se desvanece, en la realidad, ante la tiranía del gremio de turno; grupúsculo dominado y consumido por ciertos packs ideológicos predicados de continuo.

Son los grandes relatos de la posmodernidad aquellos que, enraizados dentro del marco institucional de la Universidad Pública de Navarra, sobrevuelan toda actividad universitaria, aureolando por doquier el mantra de lo «políticamente correcto». Controlan la administración desde dentro, a la par que también fiscalizan la actividad fuera de tal círculo burocrático. Lógicamente, aquello se lleva a término con el concurso de las élites administrativas, mientras que esto último acontece mediante la acción de grupos de alumnos pertenecientes a un gremio concreto –nacionalista, feminista… &c.–.

En otras palabras: dichos relatos parasitan ideológicamente los órganos de gobierno y funcionamiento de la Universidad, con la imprescindible connivencia de sus élites, inspirando la promulgación de cuantas disposiciones sean pertinentes para mantener el status quo de lo políticamente correcto. Y, por otro lado, también aseguran, a través de la camarilla de turno, que cualquier actividad universitaria llevada a cabo fuera del ámbito administrativo se ajuste a un marco ideológico determinado.

Por todo ello argüimos que los derechos y libertades anteriormente referenciados, a saber, la libertad de cátedra, expresión, asociación, reunión… &c., habrán de ajustarse, ineludiblemente, a los auspicios de lo políticamente correcto -propugnado institucionalmente, y predicado gremialmente-. Esto es, que la libertad de cada uno de los miembros que componen la comunidad universitaria se afirmará en tanto no contravenga los dictados de la posmodernidad; desterrando a un ostracismo más o menos severo a aquellos individuos que no los acepten… Siempre y cuando expresen públicamente su disidencia.

Lo expuesto en el parágrafo antecedente no nos resulta ajeno. Recuérdese, por ejemplo, que una de las limitaciones de la libertad de cátedra es la derivada «de la planificación académica y organización de las enseñanzas» -art. 76.a) de los Estatutos de la Universidad Pública de Navarra–. ¿Y cómo se planifica y organiza hoy día la enseñanza si no es a través de la coyuntura de lo políticamente correcto? Entonces, ¿qué tipo de «libertad» cabe esperar de las universidades públicas –en general–, y de la Universidad Pública de Navarra –en particular-?

Dice Lenin en su obra Estado y Revolución, que «la libertad de la sociedad capitalista sigue siendo siempre, poco más o menos, lo que era la libertad en las antiguas repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas»{11}. Lo mismo sucede en aquellos lugares, ¿«templos del conocimiento»?,  que tiempo ha hipotecaran la libertad del conjunto de sus moradores en favor de la de ciertos grupos fuertemente ideologizados –pertenecientes a la «izquierda indefinida» de que hablara Bueno–. La consecuencia directa es que estos últimos, sustentados sobre su coyunta con el apparatchik burocrático, devienen acreedores de una amplísima libertad en franca contraposición con la del lumpen disidente, manifestada, sobre todo, en la detentación y exhibición de suculentos privilegios.

¿De qué tipo de privilegios hablamos? Entre otros{12}, la posibilidad de mascar el exabrupto que deseen sabiéndose intocables. Saben de antemano que nadie osará entablar una réplica; y, quien lo haga, será anatematizado inmediatamente. Este es uno de los motivos en virtud de los cuales la verdadera libertad de expresión, para los discrepantes, se halla hoy día fuera del campus{13}.

Seamos honestos: ¿acaso hay plena libertad en una clase de Derecho Penal para cuestionar el artículo primero de la Ley Orgánica 1/2004, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género? ¿Cómo defender la lengua española cuando el nacionalismo impera por doquier en las universidades gallegas, vascas, navarras y catalanas? Podríamos consignar más ejemplos; ahora bien, nos abstendremos por razones de concisión. Sea como fuere, sí advertiremos nuevamente que las consecuencias de apartarse públicamente de la matriz ideológica posmoderna serán nefastas para el disidente –en función de la rebeldía mostrada, por supuesto–.

Recordemos aquel fragmento de los Estatutos de la Universidad Pública de Navarra que pregonaba «la participación de todos los miembros de la comunidad universitaria en la vida académica»Disposición Adicional 6ª–. ¿Cómo es posible conseguir la plena participación de la comunidad universitaria? Tal cosa parece imposible: la supervivencia de lo políticamente correcto depende del silencio de una amplia fracción de estudiantes, profesores, administrativos… &c., indiferentes o quizá escépticos, pero pragmáticos en el sentido de callar para evitar complicaciones laborales o personales{14}.

No podemos sino preguntarnos: ¿dónde queda la libertad para la confrontación dialéctica? ¿Por qué el lumpen discrepante no puede hacer uso de su «espíritu crítico» en igualdad de condiciones que la élite ideológica? ¿Acaso se fomenta el «debate» o el «contraste de ideas»? ¿Cómo es posible afirmar que la libertad y la igualdad del individuo son reales y efectivas en la Universidad? El cinismo en este punto es, sencillamente, execrable.

Miente –¿¡deliberadamente!?– quien diga que la universidad constituye un entorno de libertad, amplio, de debate… &c. La realidad es más bien distinta. Sólo pueden homologarse ciertos grupos –feministas, nacionalistas, ecologistas… &c.-; sólo estos monopolizan el espacio físico jugando a falsarias revoluciones; son los únicos habilitados para exponer sus postulados –a pesar de que sean manifiestamente cuestionables, pero esto a nadie parece importarle-; y, para más inri, se encargan de ejercer las más sutilísimas funciones censoras –en el seno del propio grupo, de corte sectario, mas también sobre los extraños al mismo–.

Permítasenos advertir, no obstante, que la censura sólo es dable pensarla respecto de aquellos individuos que disienten de la totalidad del marco ideológico de lo políticamente correcto, o, en su caso, de una parte del mismo. Cuando las narrativas posmodernas se promueven, transversalmente, desde cualquier institución de nuestra sociedad política, cabe deducir que quienes las impulsan y abrazan no están sujetos a ninguna tipología de censura{15}. Afirmar lo contrario es una pura ridiculez.

Resulta insoportable que el marco jurídico universitario pregone constantemente la idea de «libertad» sobre el papel y se desviva por explicitarla en incontables disposiciones; cuando, en honor a la verdad, nos encontramos con una educación pública –en general– y universitaria –en particular–, intervenida por una serie de ideologías cuya única opción viable de supervivencia pasa por coartar la libertad de expresión, cátedra, reunión… &c., de una amplia mayoría que calla, y, consecuentemente, otorga. Mas, ¿qué otorga exactamente? Carta de naturaleza a una serie de grupos fruto de la cual devienen acreedores de poder; un poder que emplean, indudablemente, para medrar, parasitar las instituciones, y sojuzgar al resto.

Vayamos concluyendo.

«La universidad se ha vendido gratuita y lúdicamente a las inquisiciones»{16} de la posmodernidad. Metastatizan dentro del cuerpo universitario ciertas camarillas corrompidas ideológicamente que ostentan el poder. En uso de un cinismo repugnante, se pregonan una serie de derechos y libertades que no son tal en la medida en que, para ejercerse real y efectivamente, han de circunscribirse al marco de lo políticamente correcto. Ello provoca, para los «no aureolados», ora rechazo frontal –como es el caso de una minoría–, ora indiferencia –tal y como acontece con una amplia fracción de la comunidad universitaria–.

Afirmamos que en el campus no hay «debate», «contraste de ideas», o «espíritu crítico» alguno. Y no hay tal porque se pondría en jaque el marco ideológico imperante, amenazando la legitimidad de sus élites; cosa que, como es lógico, no están dispuestas a admitir.

La Universidad Pública en general, y la Universidad Pública de Navarra como caso particular, no constituyen «espacios de pensamiento libre y abiertos». Aseverar tal cosa es manifiestamente falso. El posmodernismo castiga todo ataque contra el vigente establishment.

Las Universidades Públicas no construyen una «sociedad abierta, cohesionada y crítica». Muy al contrario, lanzan al mercado laboral{17} hordas de jóvenes incompetentes cuyo único blasón es la ideología que profesan; ingenuos e inconscientes, creen seriamente entablar una suerte de «batalla revolucionaria» contra las mismas élites que los han parido, ignorando que ambos se alimentan recíprocamente{18}. Y, tras las monsergas de ambos, se erige la sombra de una clase trabajadora cada vez más desposeída, dividida por las ideologías de turno.  

Resulta difícil resignarse. Sin embargo, «la augusta libertad, ¿pierde sus encantos porque los viles agentes de la tiranía traten de profanarla?»{19}. ¿Cómo emanciparse de los tumores que corroen las instituciones universitarias y políticas? Sin duda, es una cuestión ciertamente compleja, frente a la cual argüimos: il nous faut de l'audace, encore de l'audace, toujours de l'audace{20}.

Y, por último, no olvidemos que «una sensibilidad que gime casi exclusivamente por los enemigos de la libertad resulta sospechosa»{21}. Confiamos en que el lector matice quiénes poseen tal «sensibilidad» y de qué resulta sospechosa.

 
Bibliografía

Bueno Martínez, Gustavo. El sentido de la vida; Pentalfa, Oviedo, 1996.

Bueno Martínez, Gustavo. Panfleto contra la democracia realmente existente. Pentalfa, Oviedo, 2020.

Erriguel, Adriano. Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos. Ed. Homo Legens, 2020.

G. Maestro, Jesús. Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI. Ed. Academia del Hispanismo, 2020.

Ilich Uliánov, Lenin. Estado y revolución. Ed. Progreso, 1986.

Milton, John. El paraíso perdido. Alianza Editorial, 2019.

Robespierre, Maximilien, «Respuesta de la Convención Nacional a los manifiestos de los reyes coaligados contra la República».

Zizek, Slavoj, presenta a Robespierre. Virtud y terror. Extracto de su «respuesta a la acusación de Louvet». Akal editores, 2011.

——

{1} «Berenice Levet subraya con agudeza que «frente a la palabra “principios” (que por su etimología se refiere a los comienzos, a aquello que ha sido creado por los ancestros, al origen fundador que nos sostiene) se prefiere la palabra valores por su carácter más flexible: los valores se negocian e intercambian como en la Bolsa, y tienen además la virtud de ser universales». Berenice Levet, Le crépuscule des idoles progresistes, en «Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos.», de Adriano Erriguel; Ed. Homo Legens, 2020; pág. 73.

{2} Ibidem. Pág. 24

{3} «Tanto bien, sin embargo, sólo en mí el mal produjo / sólo engendró malicia». Milton, John. El paraíso perdido. Alianza Editorial, 2019. Pág. 129.

{4} Erriguel, Adriano. Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos. Ed. Homo Legens, 2020. Pág. 24.

{5} Bueno Martínez, Gustavo. El sentido de la vida; Pentalfa, Oviedo, 1996. Pág. 238.

{6} Ibidem. Pág. 239.

{7} Bueno Martínez, Gustavo. Panfleto contra la democracia realmente existente. Pentalfa, Oviedo, 2020. Pág. 218.

{8} Ibidem.

{9} Ibidem.

{10} Erriguel, Adriano. Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos. Ed. Homo Legens, 2020. Pág. 200.

{11} Ilich Uliánov, Lenin. Estado y revolución. Ed. Progreso, 1986. Pág. 89.

{12} Elaboración de órganos institucionales a la carta, adquisición de cargos administrativos, promoción profesional, reconocimientos, honores, prebendas… &c.

{13} Por el momento. Las perspectivas de cara al futuro no son precisamente halagüeñas.

{14} Lo cual no excluye, a nuestro juicio, cierta simiente de cobardía –imputable también a quien estas líneas escribe cuando realizó sus estudios universitarios–.

{15} Autológica, dialógica y normativa, según la taxonomía contenida en la página 76 de la obra Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI, de G. Maestro, Jesús –citada debidamente a continuación–.

{16} G. Maestro, Jesús. Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI. Ed. Academia del Hispanismo, 2020. Pág. 92.

{17} ¿Con escaso éxito?

{18} Pues tanto unos como otros comparten matriz ideológica. El «sistema», por tanto, deviene recurrente. En síntesis: todo sigue igual ad infinitum.

{19} Robespierre, Maximilien, en su «Respuesta de la Convención Nacional a los manifiestos de los reyes coaligados contra la República».

{20} Del discurso pronunciado por Georges-Jacques Danton el 2 de septiembre de 1795.

{21} Zizek, Slavoj, presenta a Robespierre. Virtud y terror. Extracto de su «respuesta a la acusación de Louvet». Akal editores, 2011. Pág. 128.

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