El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 197 · octubre-diciembre 2021 · página 13
Libros

La muerte según Soler Gil

Martín López Corredoira

Reseña del libro de Francisco José Soler Gil, Al fin y al cabo. Reflexiones en la muerte de un amigo (Encuentro, Madrid 2021)

portada

Francisco Soler nos presenta un sobrio tratado sobre la espinosa cuestión de la muerte, impregnado de un temple de filósofo que analiza sin que le tiemble el pulso aquello en lo que le va la vida al autor y al resto de los mortales.

En los dos primeros capítulos, sobre lo que se sabe de la muerte en términos biológicos o biográficos, no hay ideas que puedan suponer un disenso. Creo que aquí estamos todos de acuerdo. En mi opinión, quizá la parte de más enjundia son los capítulos III, IV y V sobre las reacciones colectivas o individuales ante la muerte. Abarca en su análisis todo el espectro de reacciones conocidas en nuestra sociedad. Si bien, se centra ante todo en la cuestión de la muerte individualizada en nuestra sociedad individualista, en la que cada persona es entendida como una entidad separada de las demás. Domina más bien la comezón de querer dar una respuesta al cómo asimilar la muerte de cada individuo.

En el capítulo III nos habla de los rituales funerarios como una característica de nuestra especie, pero parece no tener en cuenta que algunas otras especies también pueden tener algo semejante a rituales funerarios, como en el caso de los elefantes.

Habla el libro sobre la idea de reencarnación. No se menciona, pero quizá hubiera sido pertinente, alguna reflexión sobre lo absurdo de la idea de un alma reencarnada que no recuerda sus vidas pasadas.

Nos habla Soler sobre el materialismo como una posición fría y carente de humanidad. Así –nos dice el autor– el recuerdo no puede consolar, y mejor incluso sería prescindir de los rituales funerarios para quien sostiene una filosofía materialista y no creyente. No me parece a mí que deba confundirse el materialismo (la visión alejada de todo dualismo, y de la existencia de seres no materiales), con la visión fría carente de empatía por nuestros semejantes, y en el que los individuos se comportan como si fueran máquinas desechables. Es este un prejuicio de las personas religiosas –e indudablemente Soler lo es, como manifiesta explícitamente– pensar que sólo la religión da sentido a la vida, y pensar que los ritos funerarios son algo exclusivo de personas religiosas.

En el capítulo V admite Soler que algunos temen la muerte y se apoyan en la religión para superar sus temores, pero piensa también que otros temen a Dios y el juicio moral de su propia vida, y se apartan por ello de la religión. Bien, pero suena a algo como lo que suelen hacer los políticos cuando se les critica por una conducta improcedente: “y tú más”. Parece más bien querer escurrirse el bulto ante la opinión –bastante certera a mi modo de ver– de que el miedo a la muerte es el gran sostén de las religiones.

Los capítulos VI y VII son una defensa más explícita sobre argumentos teístas. En el capítulo VI indica que el materialismo no explica el orden natural, y el teísmo sí da una explicación coherente. Pensamiento, conciencia y libertad sustentan la idea de lo mental, en un dualismo teísta. Ideas muy discutibles y sobre las que no me entretendré aquí en refutar, pues ya lo he hecho en otros múltiples trabajos, incluido un libro donde Soler y yo discutimos sobre el tema (Dios o la materia).

En el capítulo VII (último) afirma Soler que le gusta la vida, y el buen tabaco y el vino, pero que no puede dejar de contemplar todo eso como fragmentos que están esperando una plenitud y un sentido. Al mundo le falta algo –dice Soler–, algo que ni siquiera una vida intensa podrá colmar. Pero el tabaco mata, aumenta el riesgo de morir más tempranamente. Quizá debiera habernos argumentado los motivos para comprar papeletas para una muerte más temprana si tanto gusta de la vida, ¿un deseo de reunirte pronto con Dios? Algo de eso hay, aunque no lo afirma Soler explícitamente.

Echo de menos en la obra alguna perspectiva más holista, quizá más típica de sociedades orientales tradicionales, donde no cabe preguntarse por el sentido de la muerte de un individuo, porque lo que realmente cobra sentido en términos de vida es la colectividad, la sociedad global o la especie. También autores occidentales han hecho incursiones en esa idea sobre la carencia de importancia de la muerte de un solo individuo. De Schopenhauer me parece certera su visión metafórica de que los individuos son como las hojas del árbol. ¿Por qué preocuparse cuando una hoja cae si sabemos que nacerán otras? Las hojas dirían si pensaran y hablasen: “¡Quiero vivir! No quiero caer del árbol”. No saben estas hojitas que la vida que cuenta es la del árbol y no la de su individuación. Tras esas hojas vendrán otras que sustituirán a las primeras. La vida sigue y los individuos no son nada; en tal abstracción se basan algunas de las más grandes filosofías. Quizá Schopenhauer fue inspirado por las filosofías orientales en tal posición, o quizá tomó la metáfora de una de las Meditaciones del estoico Marco Aurelio que dice:

Pequeñas hojas son también tus hijitos, hojitas asimismo estos pequeños seres que te aclaman sinceramente y te exaltan, o bien por el contrario te maldicen, o en secreto te censuran y se burlan de ti, y hojitas igualmente los que recibirán tu fama póstuma. Porque todo ‘resurge en la estación primaveral’. Luego, el viento las derriba; a continuación, otra maleza brota en sustitución de ésta. Común a todas las cosas es la fugacidad. Pero tú todo lo rehúyes y persigues como si fuera a ser eterno.

O remontándose a Homero:

Como la generación de las hojas, así la de los hombres,
las hojas el viento las esparce por tierra, pero el bosque
reverdeciendo produce otras, y llega la estación primaveral:
así una generación de hombres nace y otra termina.

Lo más parecido a este modo de sentir en el libro de Soler se encuentra en la mención de las visiones de Epicuro sobre la despreocupación de la muerte, pero sigue refiriéndose Epicuro a una perspectiva individualista.

El modo poético sin dramatismos de entender la muerte está también ausente en el libro. La visión poética de la muerte quizá no entre en el libro, que trata de ser más bien un compendio de reflexiones, y no de literatura. No obstante, no estaría de más haberse acercado a algún elemento de la vasta literatura poética existente en torno a la muerte. Quizá, después de la idea de “amor&”, es la “muerte” una de los temas más traídos a colación en poesía, especialmente la idea romántica de la muerte como liberación. O el suicidio. Y, por supuesto, esa relación entre amor y muerte, Eros y Thanatos, como aparece también explotada en abundante literatura, aparte de Freud.

Realmente, pienso que es bastante ardua la labor de tratar el tema de la muerte en un libro de 200 y algo páginas. Yo no lo haría mejor, y seguro que me dejaría en el tintero muchas ideas que circulan por los libros. En cualquier caso, hay que reconocer que, aunque no están todos los que son, si son todos los que están, y los temas que toca, con gran maestría, suponen una gran composición sobre el tema.

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