El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 198 · enero-marzo 2022 · página 3
Artículos

La Idea de Nación en José Stalin

José Luis Pozo Fajarnés

El problema nacional y la Rusia imperialista{1}

El 15 de marzo de 1917, tras el triunfo de la revolución rusa en su primera etapa, que llevo al poder al partido menchevique, el Zar de Rusia Nicolás II se vio obligado a abdicar. Alejandro Kérenski fue el primer presidente de la nueva República. En octubre de ese mismo año Lenin dirigirá la que se considera auténtica Revolución rusa. El 3 de abril de 1922, Stalin se convirtió en el hombre más poderoso del Partido Comunista Ruso, un año después nació la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y tras la muerte de Lenin en 1924 se convirtió en el hombre más poderoso de la URSS. Pero el poder de Stalin fue aumentando, de manera que su control de la política internacional fue ampliándose con el paso del tiempo y por el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Tras ésta Stalin tenía influencia sobre medio mundo. Una influencia que solo terminó con su muerte en 1953.

1. José Stalin y el problema nacional

Entre 1913 y 1923 Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, conocido por todos por su seudónimo, «Stalin», escribió una serie de textos y artículos, que están compilados en un librito que lleva por título El marxismo y el problema nacional (Ediciones Cepe, Buenos Aires 1973). En él, incide en cuestiones asumidas por Lenin al criticar las posiciones de Rosa Luxemburgo. De manera que al leer el texto de Stalin se aclaran algunas de las afirmaciones de aquel, que en sus diatribas, quedaban un tanto oscurecidas para el lector debido a que, muchas de ellas se daban por conocidas para los lectores de la época. Stalin trató el tema de forma sistemática mientras que Lenin lo había hecho de manera más dispersa. Quizá ese fue el motivo de que, este último, le encargara al primero que clarificara el asunto. Y, al parecer, a ello se dedicó, con bastante éxito, aunque, desde nuestra perspectiva, no consiguió su propósito sino todo lo contrario. Stalin, a la vez que desarrolla críticas puntuales a distintos enemigos del partido bolchevique, hace una crítica más general contra los fundamentos de las tesis que esgrimen los que se oponen a las de Lenin, cuando este último defendía la «autodeterminación de las naciones». En El marxismo y el problema nacional, Stalin se opone a los planteamientos de Otto Bauer y de Rudolf Springer (que era un seudónimo de Karl Renner, político socialdemócrata que llegaría a ser el presidente de Austria tras la Segunda Guerra Mundial. Y lo fue hasta que le sobrevino la muerte en 1950).

El primero de los escritos, compilados en esta obra de Stalin, es el más extenso y de mayor relevancia, además de que le da título a toda la obra. En este primero, Stalin nos da su particular definición de «nación», una definición que al parecer fue muy bien acogida por Lenin, pues es bien sabido que aplaudió el ensayo de su acólito (definición que podremos leer algo más adelante). La definición estalinista sería además, con el paso de los años, asumida por los movimientos nacionalistas, además de por muchos partidos de izquierda. Hoy podemos considerarla, desde nuestros parámetros, como una idea fuerza asumida acríticamente por la inmensa mayoría de la gente. Por otra parte, que Stalin no mencione a Fichte en su escrito, deriva en que nadie asuma la adscripción fichteana de su definición.

Stalin, como Lenin, desarrolla sus tesis «sobre el terreno». Parte de constatar que tras la Revolución de 1905, en la que los intereses de los rusos fueron comunes, se dio una desilusión generalizada, y lo que antes ecualizaba a todos para conseguir un futuro mejor ahora tiende a lo contrario, a parcelar esos intereses:

Pero cuando en el espíritu se insinuaron las dudas, las gentes comenzaron a dispersarse por barrios nacionales: ¡qué cada cual cuente solo consigo! ¡El «problema nacional» ante todo! (Stalin, 1973, p. 9).

Incide en que el capitalismo avanzó en Rusia tras la toma del poder por parte de los liberales burgueses y, en la misma línea que Lenin, asegura que la historia sigue sus pasos necesariamente que, en su desarrollo, el sistema capitalista que se abre paso en Rusia genera diferencias entre el campo y la ciudad, genera desarrollo en el transporte, y, de forma paralela, una consolidación económica de las nacionalidades de Rusia.

Estamos en las primeras páginas del texto, todavía Stalin no ha dado la definición de «nación» que ya hemos apuntado. Nos preguntamos si las nacionalidades que se consolidan son «naciones políticas». ¿Es Rusia, en los primeros años trascurridos después de la revolución de 1905, una «nación de naciones»? Concepto absurdo, pese a que hoy en día sea habitual. En el año 1973, cuando se edita este texto, podemos leer en él el término «nacionalidad», que como sabemos es un término que se hará famoso en España por introducirse con gran protagonismo en el texto de la Constitución de 1978. Por otra parte, en los escritos de Lenin y Rosa Luxemburgo sobre el problema nacional, también lo hemos encontrado. Lenin señalaba en sus discursos, respecto esta cuestión, unas palabras de Kautsky a las que hará alguna puntualización:

Los Estados de composición abigarrada en el sentido nacional (los titulados Estados de nacionalidades, a diferencia de Estados nacionales) son «siempre Estados cuya estructuración interna, por muy diversas razones, ha quedado en situación anormal o no se ha desarrollado suficientemente» (atrasada). De suyo se entiende que Kautsky habla de anormalidad exclusivamente en el sentido de no corresponder a lo más adecuado a las exigencias del capitalismo en desarrollo (Lenin, Sobre la cuestión nacional, Abraxas, Buenos Aires 1973, p. 19).

En el artículo El derecho de las naciones a la autodeterminación, escrito por Rosa Luxemburgo en 1908 –y teniendo también como objetivo de sus críticas a Kautsky–, hace una distinción entre «nación» y «nacionalidad», tanto al referirse al Estado ruso, como al austriaco:

El Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) propone una solución general de la cuestión nacional en todas sus manifestaciones, solución que se expresa en el punto nueve de su programa. En él se propugna una república democrática cuya instauración garantizaría, entre otras cosas, «el derecho a la autodeterminación a todas las nacionalidades que formen parte del estado» (Luxemburgo, 1998, p.12).

El partido austriaco resolvería el problema de las nacionalidades no mediante una fórmula metafísica que deje en manos de cada nacionalidad la solución de la cuestión nacional según su propio punto de vista, sino mediante un plan bien definido. La socialdemocracia austriaca exige la supresión de la estructura estatal existente en Austria, que no es sino una suma de «reinos» y «principados» fragmentados y reagrupados durante la Edad Media por la política dinástica de los Habsburgo, donde cada reino alberga en un mismo territorio distintas nacionalidades. Frente a esta situación, el partido socialdemócrata exige que estos reinos y estados se dividan en territorios basados en la nacionalidad, y que estos territorios nacionales se agrupen en una unión estatal (Luxemburgo, 1998, p. 13).

Parece ser que estas pueden ser las fuentes en las que se basaron los «padres» de la Constitución Española de 1978 cuando definieron las distintas regiones españolas como «nacionalidades». La Constitución en el segundo artículo dice lo siguiente: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.»

Según Rosa Luxemburgo, en Rusia y Austria-Hungría (pues en el año en que escribe su artículo, Austria tenía un extenso territorio que iba desde el sur de Polonia, incluida Chequia y Eslovaquia, hasta gran parte de lo que años después será Yugoslavia, extendiéndose también hacia el este, de manera que ocupaba territorio de la actual Rumanía, y hacia el oeste, parte de la actual Italia), había «nacionalidades» diferentes. Stalin, decía lo mismo respecto de la Rusia de la época en que escribió su texto sobre la cuestión nacional, en la que el control del territorio lo tenía la Duma. En la España de 1978, se reconoce, por mor de la Constitución, lo mismo.

Pero esas nacionalidades no son naciones políticas, tal y como hemos podido ver previamente, atendiendo a lo que Gustavo Bueno nos ha dejado dicho. Tales nacionalidades no se pueden entender sin los marcos imperialistas en las que se conformaron, a lo sumo son naciones étnicas, en unos casos, o reinos en otros, pero que si tienen historia, no es por su protagonismo directo en la Historia con mayúsculas, la Universal, sino por participar del Imperio que conformaban: el ruso, el austro-húngaro o el español. En ningún caso son naciones políticas, como la ambigüedad de los textos de Luxemburgo, parece querer asumir. Lo mismo que sucede con el de Stalin, y con el texto constitucional español. Este es el gran error implicado en esta nematología que estamos confrontando, y que tiene su origen en los textos de Fichte.

Como en este autor, encontramos en el texto de Stalin claras referencias a lo que denominan «sentimientos nacionales», como si tal reducción psicologista diera razones para la constitución de las naciones. Según el socialdemócrata georgiano, esos sentimientos fueron favorecidos en el periodo de monarquía constitucional en el que se estaban desarrollando los acontecimientos que derivarían en la Revolución de Octubre:

El desarrollo de los periódicos y de la literatura en general, cierta libertad de prensa y de las instituciones culturales, el desarrollo de los teatros populares, &c., contribuyeron sin duda alguna a favorecer los «sentimientos nacionales». La Duma, con su campaña electoral y sus grupos políticos, abrió nuevas posibilidades para reavivar las nacionalidades, dio una nueva y ancha palestra para movilizarlas. (Stalin, 1973, p. 10).

Stalin señala en su ensayo que el gobierno liberal ruso y los gobiernos liberales europeos fomentan, desde un interés coincidente, el nacionalismo belicoso que día a día va tomando más fuerza y relevancia en Rusia. Siguiendo las pautas de la crítica de Lenin, Stalin enfoca la suya: el discurso lo dirige contra los antibolcheviques judíos, que querían separar a los obreros judíos del resto, contra los liquidacionistas rusos; contra los nacionalistas ucranianos, georgianos y armenios; y también contra el islamismo de los tártaros. A la que deja de lado es a la socialdemócrata polaca contra la que Lenin escribe su diatriba, Rosa Luxemburgo. Y eso que el eje del problema sigue siendo el escueto apartado 9 del programa del POSDR, que lleva por título: Derecho de autodeterminación para todas las naciones que forma parte del estado.

Unas páginas más adelante Stalin dará una definición del «derecho de autodeterminación» en la que pueden leerse las cuestiones que lo van a problematizar. En esa definición aparecen ideas en las que tendremos que incidir:

El derecho de autodeterminación significa que solo la propia nación tiene derecho a determinar sus destinos, que nadie tiene derecho a inmiscuirse por la fuerza en la vida de una nación, a destruir sus escuelas y demás instituciones, a violar sus hábitos y costumbres, a perseguir su idioma, a menoscabar sus derechos. (Stalin, 1973, p. 26).

Stalin señala que los marxistas rusos querían expresar, mediante este apartado 9, una suerte de derecho «universal» de las naciones, pues sin dar más explicaciones señala que «las naciones tienen derecho no solo a la autonomía, sino también a la separación» (Stalin, 1973, p. 66). Stalin, como Lenin, critica la interpretación que, del apartado 9, hacen algunos «socialdemócratas», y a los que también considera unos «liquidadores del partido de los obreros».

Pero en esta fase de la consolidación de la burguesía de Rusia, que analizan Lenin y Stalin, los movimientos nacionalistas iban cobrando cada vez más fuerza. Y pese a esa defensa del derecho de autodeterminación Stalin tiene paralelamente una postura opuesta. Stalin ve el peligro que supone su vigor al oponerse al movimiento de liberación que, lejos de separar, unía a todos los que habían coordinado sus fuerzas e intereses en el derrocamiento del absolutismo zarista:

En este momento difícil, incumbía a la socialdemocracia una alta misión: oponer resistencia al nacionalismo, proteger a las masas contra la «epidemia» general. Pues la socialdemocracia y solamente ella, podía hacer esto contraponiendo al nacionalismo el arma probada del internacionalismo, la unidad y la indivisibilidad de la lucha de clases. Y cuanto más fuerte avanzase la ola de nacionalismo, más potente debía resonar la voz de la socialdemocracia en pro de la fraternidad y de la unidad de los proletarios de todas las nacionalidades de Rusia. En estas circunstancias, se requería una firmeza especial por parte de los socialdemócratas de las regiones de la periferia (las más industrializadas de Rusia), que chocaba directamente con el movimiento nacionalista. (Stalin, 1973, p. 10).

Como ya había hecho Lenin, Stalin tendrá que puntualizar en qué momento del desarrollo histórico el movimiento nacionalista es positivo para la emancipación de la clase obrera.

2. La idea de nación en Stalin

José Stalin constata que, en el marco de esa confrontación, los que deben contraponer las ideas internacionalistas a los distintos nacionalismos se dispersan y no observan una clara posición. Lo que Stalin propone es un estudio «serio y completo» de lo que es el nacionalismo. La pregunta que tenemos que hacer aquí es si consiguió lo que se proponía. La respuesta es que no, pues el punto principal que es clarificar el concepto central de «nación», queda igual de borroso, o más. Su ensayo comienza, tras una pequeña introducción, por el capítulo titulado La nación, en el que se hace la pregunta fundamental: «¿Qué es la nación?». Varios momentos contestan, uno por uno, la autopregunta de Stalin, unos momentos que aquí retomamos siguiendo la secuencia marcada por el propio autor:

1. La nación es una «comunidad de hombres formada históricamente». Stalin afirma que las naciones actuales derivan de tribus y etnias que se mezclaron, algo que no vamos a negar, pero que no va al núcleo de la cuestión. La temporalidad en la que incide no es lo que tiene mayor relevancia, pues queda dislocada si no se diferencia entre lo que es una nación política –que es lo que está Stalin considerando– y lo que es un Imperio: De los italianos, por ejemplo, señala que se han formado por una mezcla de romanos, germanos, etruscos, griegos, árabes... Y no cabe más que la perplejidad ante tal afirmación, ¿por qué no atiende Stalin a la complejidad de lo que fue Roma. Ésta no era una mera tribu, y menos aún una etnia. Nombrar a «los romanos» así es algo disparatado, es no atender a lo que supuso ese Imperio –idea totalmente alejada de la de tribu– y a dejar de lado la dispersión de cualquier etnia –por el fenómeno de sumersión de unas en otras, según aumentaba el Imperio– que tuviera la sociedad romana en su base. Sin entrar en más polémicas podemos señalar que el primer momento de la respuesta de Stalin a lo que sea la nación no es en absoluto acertado.

2. Una «comunidad estable de hombres» y no un conglomerado accidental. Aquí Stalin sí parece incidir en la idea de Imperio, pero de modo no adecuado, dado que lo considera una suerte de error histórico. De estos «conglomerados accidentales» Stalin solo nombra los de Ciro y Alejandro Magno. Podía haber puesto muchos más ejemplos, la misma Roma antes apuntada, que es un Imperio más relevante que el de Alejandro, pese a ser éste el primero de entre los que llamamos «generadores» (la filosofía de la historia del materialismo filosófico así lo expresa, de manera que entre los «Imperios generadores» incluiremos los dos nombrados hasta ahora, de Macedonia y Roma, y también al español del principio de la era moderna, pero también el soviético, que derivará de la acción política de los bolcheviques). El Imperio persa, el de Ciro señalado por Stalin, no es un imperio generador, sino que de catalogarlo de algún modo, sería todo lo contrario: «depredador». Ejemplo de Imperio depredador más cercanos en el tiempo, de la Época Moderna, es el inglés, aunque podríamos considerar algunos otros de menor calado, como lo son los promovidos por Francia y Holanda. Las afirmaciones de Stalin saltan por los aires al contraponerlas a una filosofía de la historia materialista en sentido estricto. Stalin, para ajustar su explicación al sistema del marxismo-leninismo, trastoca totalmente la categoría «Imperio», de tal manera que en el contexto teórico de su doctrina «Imperio» tiene un significado transformado, adaptado a una explicación inconsistente con el devenir histórico. Para él, el Imperio es un modo superestructural de explotación que tiene la burguesía, el modo de explotación más elaborado de la historia, y al que la clase obrera debe derrocar, organizándose internacionalmente para contrarrestarla. Solo de esa manera podrá arribar, tras la dictadura del proletariado, a la sociedad sin clases. Encontramos pues en las afirmaciones de Stalin lo que desarrolló teóricamente, unos pocos años después Lenin en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo.

El caso de España no se ajusta a lo que señalan Stalin y Lenin. España fue la primera nación europea, pues era nación antes de la Constitución de Cádiz. Lo era ya, precisamente por haber sido antes Imperio: era una «nación histórica». Por otra parte, Stalin no tiene en cuenta que si Rusia puede denominarse como nación, lo es por ser antes el Imperio de los zares, el cual «envolvió» a otros territorios que no eran la actual Rusia, algo que tiene similitudes con el caso de España. La Rusia cristiana, a partir del siglo XV, «reconquistó» desde Moscú –sobre todo a los tártaros– el territorio que la conformaría a principios del siglo XX. Stalin no considera la «nación histórica», ni la «envolvente», ni el significado de nación para que esta pudiera aplicarse al modo de las metáforas a la transformación de las sociedades humanas, organizadas en instituciones. Esta debilidad teórica deriva de lo que antes ya señalamos, de que para Stalin solo tiene relevancia el concepto de «nación política». Stalin está definiendo solo ese modo de ver la «nación», que es la idea de nación tal y como se expresa en la época moderna por los revolucionarios franceses. Esta nación es la única considerada por Stalin, la que está definiendo. Solo si tenemos esto en cuenta entenderemos lo que va a expresar de ahora en adelante, y veremos lo disparatados, vacuos y contradictorios que se muestran sus planteamientos.

3. Otro rasgo característico, según Stalin, de la nación es que se define como «comunidad de idioma». Aquí, el futuro hombre fuerte del partido de los soviets, diferencia entre «comunidades nacionales» y «comunidades estatales». Las primeras no pueden concebirse sin un idioma común. Las segundas –Stalin las ejemplifica con Austria y la misma Rusia–, pese a ser comunidades estables, como las primeras, no tienen un idioma común. Los checos conforman una nación, por tener un idioma dentro del Estado austriaco, y lo mismo dice de Polonia respecto de Rusia (Stalin les da el estatus de «nación» a Chequia y a la Polonia rusa, por el hecho de ser «comunidades de idioma»; aunque más adelante puntualizará que tener un solo rasgo no define a una nación). En esta distinción estalinista se pueden rastrear las argumentos de los nacionalistas vascos y catalanes para llamar a España «Estado español». Y quizá, por la misma restricción de Stalin, buscan no solo la consolidación del idioma, sino otros rasgos, otras «señas de identidad» añadidas. Aunque estás tengan que elaborarse a partir de ficciones históricas, o a partir de reconstrucciones culturales falsas.

4. El siguiente rasgo considerado por Stalin es que una nación tiene es el de tener «comunidad de territorio». Las naciones pueden ser distintas aunque hablen los mismos idiomas, señala los casos de Noruega y Dinamarca, y el de los ingleses y los norteamericanos (entendemos que se refiere a EE.UU.), también incide en los casos de Irlanda e Inglaterra (no considera aquí el caso español, el de la relación de España y las naciones hispanoamericanas). Dice Stalin que estos países no conforman unidades nacionales pese a tener la misma lengua por no tener relaciones duraderas entre ellos, por no tener vida común. La explicación de cómo se conforma «Norteamérica» como nación es de lo más burda y de una total falta de rigor: «Antiguamente, ingleses y norteamericanos poblaban un solo territorio, Inglaterra, y formaban una sola nación. Más tarde, una parte de los habitantes de Inglaterra emigró de este país a un nuevo territorio, Norteamérica, y aquí, a lo largo del tiempo, formó una nueva nación, la norteamericana. Territorio diversos determinaron la formación de naciones diversas» (Stalin, 1973, p. 13). Debemos incidir en que esta explicación no muestra algo fundamental en la consideración del territorio. El territorio es la patria. Es de donde surge el medio de vida, y hace obligatoria su defensa, previa conquista en algunos casos, pues nadie tiene derecho de propiedad universal. Dice Gustavo Bueno que «la Patria tiene que ver ante todo con la misma capa basal sobre la que se asienta cada Estado. Y, ante todo, con el territorio que esa sociedad política se ha “apropiado” como suyo, resistiendo a cualquier otro Estado que pretenda atravesar sus fronteras. El Estado sólo puede constituirse en un territorio delimitado por su apropiación (se atribuye a Henry S. Maine, Ancient Law, 1861, el criterio de la territorialidad como criterio distintivo entre la sociedad primitiva sin Estado y la sociedad civilizada, con Estado)»{2}. Esto en lo que aquí incidimos, y que Stalin no trata cuando quiere definir la nación, lo tuvo sin embargo en cuenta cuando dirigió su nación durante muchos años. Stalin defendió el territorio soviético, como ningún otro mandatario ruso en toda la historia lo había hecho antes (la Segunda Guerra Mundial la denominaban, en los años de la antigua Unión Soviética, «la Gran Guerra Patria», y hoy día la siguen llamando así), y como Imperialista que fue la URSS quiso no solo mantener sino controlar cada vez más territorio. La dialéctica de Estados no ha cesado nunca, y lleva a que las naciones estén en permanente confrontación, al modo de la biocenosis que se da en el contexto de la naturaleza. La dialéctica de estados va cambiando el mundo, no así la ley histórica de los marxistas. Los hechos acaecidos a finales del pasado siglo, en que hemos visto la desaparición del denominado «bloque del este» –grupo de naciones bajo la hegemonía de la URSS–, han dado la razón al materialismo filosófico y se la han quitado al histórico, fundado por Marx.

5. El quinto rasgo que Stalin considera es que una nación tiene que tener una «comunidad de vida económica». En este rasgo, además del rasgo de la lengua común, también incide Lenin. Stalin sigue dando explicaciones relativas a las relaciones entre Inglaterra y Norteamérica. Afirma que no conforman una nación por el hecho de que también les falta este vínculo económico imprescindible para que lo sean. Los norteamericanos son nación por ello mismo, por conformar una economía única. Esto se contradice con lo que antes ha expresado para los Imperios que crecían rápidamente; si no considera a los indios que vivían en su territorio, y que fueron casi exterminados, si podía considerar a los mejicanos o a los españoles, los cuales tenían intereses enfrentados a los de los recién nacidos Estado Unidos. Las fronteras de este último se trastocaron, como las de los «conglomerados accidentales» antes señalados, los cuales se mantuvieron en el tiempo mucho más que el poco más de un siglo que llevaba expandiéndose la nación norteamericana. Las fronteras de esta estaban en movimiento, sin embargo a Stalin no le preocupa esta nueva contradicción. Este argumento que incide en la comunidad de vida económica, también lo ejemplifica con su Georgia natal. Según señala, Georgia conforma una nación desde el XIX, ya que antes los principados que la conformaban, guerreaban constantemente entre ellos y no tenían relaciones comerciales comunes (pero denominar como nación a Georgia nos parece gratuito; Stalin denomina nación a Georgia porque sus planteamientos son herederos del idealismo racionalista alemán. Pero una nación no se ajusta a un modelo anterior preexistente sino que se conforma en su trayectoria histórica, in medias res. Cualquier otra consideración peca de idealismo).

6. El último rasgo es el que derrumba la poca consistencia que pudiera tener la definición de nación que nos da Stalin. Para él una nación tiene que ser una «comunidad psicológica». Dice que para que una nación sea tal, los que a ella pertenecen se tiene que sentir de esa nación. El reduccionismo psicologista de la propuesta estalinista no sirve como argumento, pues lejos de fortalecer las razones lo que hacen es producir el efecto contrario. Stalin afirma que un observador no puede expresar lo que los miembros de una nación sienten, pero que puede comprobar sus sentimientos gracias a las expresiones culturales, que «las naciones se distinguen unas de otras no solo por sus condiciones de vida, sino también por su fisonomía espiritual, que se expresa en las peculiaridades de la cultura nacional» (Stalin, 1973, p. 14). Aquí podemos comprobar nuevamente la influencia del idealismo de la filosofía moderna en los autores marxistas. El racionalismo alemán es el que está en la base de esta propuesta estalinista. Al principio de nuestro trabajo hemos atendido a que fue Teófilo Fichte el que definió el Estado como «Estado de cultura». Desde los parámetros del materialismo filosófico no puede aceptarse tal explicación, y consideramos este último rasgo como el más débil de todos los hasta ahora expuestos. Solo partiendo de esa nematología idealista que tanto influyó en estos autores que paradójicamente se denominaban materialistas, puede comprenderse este reduccionismo psicológico. La nematología racionalista es por definición individualista, y es diametralmente opuesta a la explicación pluralista que el materialismo filosófico defiende: a partir de la consideración del ser psicológico nada podemos afirmar, pues todo lo que puede conocerse deriva de lo que el sujeto operatorio desarrolla en su actividad «manual». Por otra parte, la racionalidad solo puede desarrollarse en el seno de instituciones, nunca de forma aislada, individualmente. Por todo esto afirmamos que nada puede decirse de lo que signifique «sentirse» ruso, ucraniano o checo, pero tampoco catalán o vasco. Acudir al «sentimiento nacional» para dar a entender lo que sea la nación es no decir absolutamente nada.

Stalin afirma que solo si se dan todos los rasgos distintivos que acaba de definir, es cuando puede hablarse de una nación, y que las naciones son entidades sujetas a cambio, que nacen y que desaparecen. Por otra parte recoge la mayoría de estos rasgos analizados en una sola expresión:

Nación es una comunidad estable, históricamente formada, de idioma de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura. (Stalin, 1973, p. 15){3}.

3. La cuestión nacional

Stalin, pese a la borrosidad de su definición se va a cargar de argumentos para derrumbar la fundamentación de los enemigos de Lenin de fuera y de dentro de Rusia. Stalin va a oponer el derecho de autodeterminación de esas naciones que acaba de definir a otro derecho que considera pernicioso para los intereses de la clase obrera: el derecho de autonomía nacional-cultural. Este derecho es el que defienden los dos autores que ya mencionamos más arriba, Springer y Bauer. Haciendo un inciso, señalaremos que la debilidad de ambas posiciones se dibuja hoy claramente cuando comprobamos que ambos planteamientos contrapuestos dejan de serlo, pues se han reconciliado. Los nacionalistas de hoy día no hacen distingos entre esos dos planteamientos que tan enconadamente se enfrentaban en esos primeros años del siglo XX. Que esto suceda hace ver la debilidad de ambas argumentaciones, como también lo eran las de Lenin y Luxemburgo. Pero no por ello abandonaremos la lectura de Stalin y Lenin, frente a Springer y Bauer, y Rosa Luxemburgo respectivamente. El choque tiene un mayor calado en Stalin, pues exacerba la confrontación dando muchos argumentos tomados también de la realpolitik, argumentos que contrarrestaban la defensa que Springer y Bauer hacían de la autonomía nacional-cultural. Estos expresaban, frente a lo que hemos leído en Stalin, que incluso puede haber naciones sin que tengan un territorio, o sin que tengan una lengua común (v. g., el caso de los judíos, los cuales tampoco tienen el rasgo, también necesario para Stalin, de ser una comunidad de vida económica).

Stalin, como Lenin y antes Marx, al expresar sus consideraciones de lo que es, o de cómo se conforma una nación, solo tiene en cuenta una idea de nación: la «nación política». Una idea que, como también hemos dicho, expresó la tradición racionalista (tradición de la que es deudora el materialismo histórico de inaugurado por Marx y desarrollado y transformado por Lenin). Stalin lo que hacen es incardinar esta idea de nación política definida por los franceses en el transcurrir de una historia que ellos consideran que se da solo en una línea posible, la línea del materialismo histórico. La nación para Stalin, y para Lenin, es una categoría que solo puede ser considerada en el marco del modo de producción capitalista. Stalin dice que solo en ese contexto se consolidaron las naciones modernas como Francia, Inglaterra, Alemania, Italia (España no la nombra, como tampoco a otras naciones europeas; y tampoco menciona en ningún caso a naciones hispanoparlantes americanas). La explicación de tal mecanismo se supone que es el mismo defendido por Lenin: el desarrollo de las fuerzas productivas determina la superestructura estatal, y esa superestructura es el estado nacional. Pero que las naciones se conformen, necesariamente, en el devenir histórico, por una ley dialéctica, no nos parece una explicación materialista, pese a que se denomine la teoría «materialismo histórico». Además, el marco en el que Stalin señala que «necesariamente» se consolidan o se estructuran las realidades nacionales es un marco fallido, la ley histórica del marxismo se ha demostrado que era un fiasco. La historia no se dirige a la libertad y a la emancipación del género humano una vez eliminadas las fronteras de las naciones.

Stalin tiene en cuenta esa única idea de nación, preexistente, dado su carácter metafísico, a la cual las transformaciones de la historia se van a acomodar. «Nación» tiene un carácter innato, y expresa los caracteres que deben comportar los hombres que viven en ella. Si no se ajustan a la definición, no son nación, así lo hemos podido leer. Stalin a partir de ello nos dirá cuáles son los grupos sociales que, en esta época marcada por el modo de producción capitalista, han conseguido esa meta. Stalin acepta la separación de las dos épocas expresadas por Lenin. La primera de ellas atendía a la conformación de las naciones en el momento final del feudalismo y del absolutismo. Es el momento en el que se comienzan a crear los Estados democráticos. Los primeros en conformarse como nación, en desarrollar un estado democrático, fueron los Estados Unidos, luego vendría Inglaterra, Francia, &c. Todos estos llamarán a la nueva forma de organización política como «soberanía popular», que para Stalin es lo mismo que decir «sistema de gobierno democrático».

Pero como ya hemos denunciado, su idea de nación no resulta clarificadora sino que emborrona todo. El problema que surge con la propuesta idealista de Stalin, y con la que Lenin muestra su conformidad –no solo porque se lo encargara, sino porque no hizo ninguna crítica del mismo sino al parecer todo lo contrario–, es que distintos grupos o fragmentos de algunas naciones, pueden ajustarse a lo que Stalin define como nación y autoproclamarse como tales (esto es lo que sucede hoy día en España, entre otras cosas, animados tanto por lo que Stalin afirma sobre lo que define una nación como por los argumentos de Bauer y Springer que Stalin quiere demoler; lo cual resulta como hemos señalado de lo más paradójico).

Stalin también afirma que no sucede lo mismo en Oriente, que allí las naciones llegan tarde (las llama naciones, pese a que también asegura que no se van a conformar como tales), de modo que no pueden ajustarse a todos los rasgos definidos. Además, que los intereses de las naciones que las dominan no les permiten consolidarse como Estados nacionales independientes (es muy difícil aclarar el embrollo en el que Stalin nos sitúa). Dice Stalin que son naciones pero sin Estado, aquí pues tenemos la justificación teórica del nacionalismo expresada sin fundamento, como hemos visto, pero a la vez sin ningún tapujo. El único caso que reconoce, con caracteres parecidos en occidente, es el de Irlanda respecto de Inglaterra. Pero son muchos los de la zona oriental cercana a Rusia (por supuesto que no habla de Cataluña ni de Vascongadas, respecto de España tales «naciones» no eran más que diminutos reductos sin repercusión política en el interior, y por lo mismo mucha menos en el exterior. Solo el paso de los años y los distintos avatares que se sucedieron en España hicieron que ese diminuto germen creciera como un tumor, el cual hoy va cargándose de razones teóricas, a partir de escritos como los de los autores que analizamos en su confrontación.

Así se constituyeron como nación los checos, los polacos, &c., en Austria; los croatas, &c., en Hungría; los letones, los lituanos, ucranianos, georgianos, armenios, &c., en Rusia. Y así, lo que era Europa occidental era una excepción (Irlanda), se convierte en regla en Oriente. (Stalin, 1973, p. 22).

Stalin escribe que la política de los que subyugan a las naciones –de las que no se han conformado como Estados– es perniciosa para el desarrollo de la historia, pues tales formas de represión frenan el desarrollo de la fuerza espiritual del proletariado. Lo frenan al no permitirles el voto, o al no dejarles que se expresen en su lengua natal. Tal represión afecta a los que en el futuro deben tomar las riendas del cambio histórico:

No se puede hablar seriamente del pleno desarrollo de las facultades espirituales del obrero tártaro o judío, cuando no se le permite servirse de su lengua materna en las asambleas o en las conferencias y cuando se le cierran las escuelas… la política de represión nacional es también peligrosa en otro aspecto para la causa del proletariado. Esta política desvía la atención de extensas capas de la población de los problemas sociales, de los problemas de la lucha de clases hacia los problemas nacionales, hacia los problemas «comunes» al proletariado y a la burguesía. (Stalin, 1973, p. 25).

Cuando escribe este pequeño tratado faltan más de diez años para que alcance el poder absoluto en el partido, luego vendrá el control del nuevo Estado, pero tendrían que pasar muchos años para que la nueva nación soviética se conformara como una potencia con él a la cabeza. Stalin solo consolidaría su poder absoluto con el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Tomo muchas decisiones en pro de la ley necesaria del marxismo, y muchas de ellas referidas a las cuestiones que tienen que ver con el «problema nacional», aunque para él parece ser que tal problema había dejado de serlo, al menos si atendemos a lo que pasaba dentro de las fronteras del nuevo Estado. Stalin hizo lo que le pareció más oportuno con las naciones inmersas en él. Pese a reconocer en los textos que estamos analizando su derecho de autodeterminación, si este derecho entraba en conflicto con el interés más abarcante de la clase obrera internacionalista, tal derecho quedaría anulado. Después de considerar lo que paso con el bloque del este, el cual iba a acabar con el capitalismo por la ley le la historia, solo podemos señalar aquí que las decisiones de Stalin cuando estuvo en el poder fueron las decisiones de un líder imperialista que tuvo un enemigo más poderoso, más eficaz.

Para ejemplificar lo que acabamos de decir, podemos atender a un problema que a día de hoy tiene unas repercusiones que se están mostrando de forma diáfana. Stalin y Jrushchov tomaron unas decisiones, respecto de los habitantes de Crimea que han derivado en lo que desde hace unos años está sucediendo en la zona. Lo que ocurrió en Crimea a principios de los años cuarenta fue que la península se declaró independiente de Rusia una vez fue invadida por el ejército de Tercer Reich. Stalin, tras expulsar a las tropas alemanas en el año 1944, deportó doscientos mil tártaros de Crimea rumbo a Siberia, donde murieron la mayoría, y junto con los tártaros deportó a otras etnias y a otros grupos que también la habitaban: caucasianos del norte, búlgaros, griegos, alemanes, armenios… después pobló la península con rusos. La península de Crimea siempre había pertenecido a Rusia, solo cuando Jrushchov accedió al poder pasó a manos de los ucranianos (se dice que Jrushchov la regaló a Ucrania a cambio de no ser delatado por su participación en las purgas estalinistas). Quizá, hoy día, Crimea no se hubiera mostrado abiertamente rusófila si Stalin no hubiera derivado allí a esos rusos nativos a cambio de los rusófobos tártaros que mandó a Siberia. Por otra parte, el problema de Crimea no sería tal si Jrushchov, saltándose toda la teorización de Stalin y de Lenin no hubiera regalado el territorio, el cual es fundamental para los intereses rusos, pues el mar Negro es la única salida marítima eficaz de la Rusia europea: el mar Báltico, en la zona norte, está congelado muchos meses al año. Los descendientes de esos rusos «traspasados» son los que en marzo de 2014 votaron en bloque la segregación de Ucrania y su posterior unificación con la Rusia de Vladimir Putin{4}.

Las decisiones de Stalin y de los dirigentes que le siguieron se ajustaban a los intereses de un Imperio que quiere hacerse fuerte frente a otros Imperios en liza. Pero las decisiones estaban en muchos casos mediatizadas por una doctrina que consideraban verdadera y que les hacía suponer que sus decisiones estaban avaladas por la ley de la historia. Ley que estaba dirigida por una suerte de idea aureolada (la aureola que iluminaba la idea la mostraba de forma realista, potente, pero tan irreal era la aureola como la idea). El caso es que las decisiones, expresadas en magníficos planes quinquenales, no hicieron más fuerte a los socialistas que a los que tenían en frente, y el Imperio de los soviets se hundió. Pero el hecho de que la metodología política se mostrara un fiasco no destruyó totalmente a Rusia. Siguen teniendo su territorio, su patria, y se están recuperando. El marco de toma de decisiones en el que Putin se mueve ahora es otro diferente, sigue siendo como antes un contexto de lucha de imperialismos, pero ahora los dos son capitalistas. Hoy el Imperio ruso no es el Imperio generador soviético, ese Imperio, con sus leyes y su moral, no está en la mente de Putin. La meta fabulosa de una sociedad global de hombres libres no dirige los intereses del gobierno ruso del siglo XXI.

Respecto de lo que en el texto de Stalin leemos sobre la nación siguen asaltándonos multitud de dudas. Y seguimos preguntándonos a qué puede ser que se refiera cuando habla de las naciones, ¿a todas las que hay en el mundo?, ¿cuáles sean éstas a su entender? Stalin ya ha señalado que hay naciones en el seno de otras, como Irlanda, como Georgia, como Ucrania, &c., pero tenemos que preguntarnos si las colonias de los países europeos serán naciones también, y ¿los territorios emancipados de España son también naciones? Ni Stalin, ni Lenin son nada claros al respecto. Cuando Stalin habla más adelante de los tártaros que habitan la Transcaucasia, los trata como una nación, pero tal y como habla de ellos solo podemos considerarlos como una «nación étnica», pues a tal tipo de nación solo la borrosidad la puede equiparar a lo que es una nación política. Para situarnos de nuevo, la nación política puede considerarse definida, tal y como hoy se entiende, a partir de la expresión dada por franceses o, como también hemos señalado, por los españoles de la Constitución de Cádiz cuando afirmaban que la soberanía era no del rey sino popular. Los tártaros de Transcaucasia están muy lejos de poder ser considerados nación en este sentido. Solo tras la Revolución rusa se conformó una mayoría como República en el territorio denominado Tartaristán, pasando a formar parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Si pensamos en otras naciones actuales que han salido a la palestra por los conflictos políticos, podemos considerar muchos ejemplos paradigmáticos, el primero el de Libia. Nadie de los que han narrado los acontecimientos que allí se fueron sucediendo desde principios de 2011, expresó nunca que las tribus que luchaban entre ellas, tras la caída de Muamar el Gadafi, fueran naciones. Ni en Libia ni en otros lugares del mundo nadie llama naciones a esos grupos humanos (las tribus libias son los bereberes, los tuareg, los tebou; en ningún medio de comunicación se nombraron a estos grupos étnicos como naciones). Las naciones que se conformaron en la URSS (las Repúblicas fundadas por Stalin), o las que se quieren llamar naciones en España (Cataluña, Vascongadas), no tienen historia propia, como tampoco la tienen las tribus libias, solo tienen la historia que comparten con la nación que las aglutina. Tienen papel en la historia, pero solo el que les haya tocado representar en el teatro que es su nación de referencia.

 Ni Stalin ni Lenin diferenciaban entre las distintas definiciones de nación que hemos dado más arriba. Ni uno ni otro tampoco podían pensar en la importancia del Imperio zarista para la consolidación de Rusia como nación envolvente. Como pasó en España, en la historia de Rusia podemos atisbar un desarrollo que puede llevarnos a expresar una nacionalidad histórica para ella, antes de que consideremos el embrión de nación política que surgió tras la desposesión del poder absoluto del zar Nicolás II y la asunción de parte del poder por los liberales rusos, y otros hombres poderosos de la nobleza. Durante el periodo comprendido entre 1905 y 1917, el Imperio Ruso no solo fue controlado por el Zar sino que la Duma tuvo parte en las decisiones políticas que se tomaron (cinco Dumas fueron elegidas, al modo de los gobiernos liberales). La Duma fue conformándose como el poder legislativo del Imperio, por ello se llamaba «Duma imperial». El estatuto del Zar nunca estuvo muy claro en este periodo, pero lo que sí paso es que su poder fue en declive. En esos años, la capital del Imperio ruso seguía siendo San Petersburgo y más de las tres cuartas partes de la población del Imperio vivían en la zona europea. Desde San Petersburgo el control zarista se desarrollaba sobre unos cien grupos étnicos diferentes. Más del cuarenta por ciento de la población estaba conformada por el grupo étnico ruso. Este Imperio es el que empezó a mellar la Revolución de 1905, transformando una nación envolvente (de esa gran cantidad de naciones étnicas que lo conformaban) en el híbrido político que hemos apuntado. Durante esos convulsos años –no solo por la política interior sino también por la exterior– el Imperio dejaría de tener control sobre diferentes naciones étnicas. Las cuales se conformarían como naciones políticas independientes (Polonia o Finlandia), se unirían unas con otras y con la República Soviética Rusa (Letonia, Estonia, Lituania, Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, el Cáucaso…), no pasaron a otras naciones (Alaska, algunas provincias de la actual Turquía). Pero ni Lenin ni Stalin tienen en consideración otra idea de nación que no sea la política. Rechazan el imperialismo derrocado tanto como el capitalista que deberán derrocar la clase obrera, y por ello se les escapa que ante sus ojos, en la historia de Rusia, se dio un fenómeno envolvente que forma parte de la trayectoria histórica de Rusia. Una Rusia que podemos considerar como «nación histórica» antes de que se comenzara su camino hacia la consolidación como «nación política» tras la primera Revolución de 1905. Pero tanto Lenin como su discípulo Stalin, no consideran estas distintas posibilidades de nación, Solo consideran que la nación aparece cuando puede hablarse de la nación política, cuando se da, en la organización del Estado, la «democracia». Su foco de preocupación es el que marca la doctrina marxista del desarrollo histórico. Solo hay naciones políticas y lo importante es la ley de la historia que va a hacer que en el seno de las mismas continúe la lucha de clases. En la nación política surgirán necesariamente movimientos de masas desestructurados que llevarán a nuevos cambios progresivos y a nuevas formas de orden social. Esto es lo que sucede en la primera de las etapas definidas por Lenin. La cual, una vez agotada, derivará en la segunda, en la que las clases que aparecían como heterogéneas se van separando, se van definiendo. Los Estados democráticos, las «naciones» que se han consolidado provocan que en su seno la clase obrera tome conciencia del papel que ocupa en el devenir histórico, tiene que concienciarse y saberse parte de un proyecto de humanidad, en el que los intereses circunscritos a los límites nacionales no serán los de la mayoría sino de una pequeña parte, los intereses de la burguesía. Este segundo momento es el de la lucha por la emancipación de toda la clase obrera, el del «internacionalismo proletario».

En el primer momento definido por Lenin se sitúa Stalin cuando dice que la Socialdemocracia debe luchar por el derecho de autodeterminación de las naciones. La socialdemocracia tiene como objetivo poner fin a la política de opresión nacional, llevarla a la mínima expresión. El proletariado consciente, que ha ido adquiriendo «conciencia de clase» (un concepto implícito en los autores marxistas desde el origen pero que fue estudiado más en detalle, años más tarde, por el marxista húngaro Jorge Lukács), tendrá que dirigir su política a eliminar esa tensión entre naciones. Todo lo contrario que la burguesía, que prolonga y agudiza el movimiento nacional: «…el proletariado consciente no puede colocarse bajo la bandera “nacional” de la burguesía». (Stalin, 1973, p. 27).

Stalin en su texto de 1913 se refiere al caso de Polonia. Su escrito se desarrolla en paralelo a la lucha política que su jefe de filas está desarrollando (Stalin critica en su escrito, como lo ha hecho Lenin, al Bund de los judíos, a los liquidadores rusos y a la Luxemburgo). Con la explicación de Stalin la confrontación entre los anteriores quiere buscar la raíz del problema. Comienza por señalar que en el programa de los socialdemócratas austriacos uno de sus puntos es el derecho a la autonomía de checos y polacos (ya hemos señalado que Polonia está dividida en esos años en tres partes, y Rusia y Austria tienen dos de ellas incorporadas a sus territorios, y la otra la tiene la nueva Alemania). Stalin incide en que estos socialdemócratas no luchan porque checos y polacos se autodeterminen como nación, y puedan vivir en un territorio propio que se denomine Checoslovaquia o Polonia, sino que luchan por su autodeterminación aunque estén viviendo en otros países. Los socialdemócratas austriacos luchan por la autonomía de checos y polacos en general, sin considerar fronteras:

Esta es la razón de que tal autonomía se denomine nacional y no territorial. (Stalin, 1973, p. 36).

Aquí observamos de nuevo, aunque con una mayor claridad, la falta de definición del concepto nación. Y ello, tanto en lo que defienden los socialdemócratas austriacos como en lo que defiende Stalin. No sabemos si hacen referencia a la nación en referencia a la historia, que a veces la nombran para justificar posturas, a la etnia o a la soberanía que como pueblos tienen en esta época de ampliación y consolidación del control burgués de la política mundial.

Observa que, con la política socialdemócrata austriaca, puede suceder algo que no quiere para Rusia, y que es lo mismo que desechaba Lenin. Austria puede convertirse, si los socialdemócratas siguen con su política, no en una unidad de regiones autónomas sino en una unión de nacionalidades autónomas, constituidas independientemente del territorio, las cuales además estarán desvinculadas del poder político pues solo podrán atender a lo que tenga que ver con su cultura. Los liquidadores y algunos socialdemócratas austriacos criticaban a los rusos del POSDR que no aplicaban para Rusia el apartado 9 del Programa marxista. Pero Stalin les recrimina señalando que una cosa es lo que la socialdemocracia debe tener como referencia, esto sería lo que dice el apartado 9, y otra lo que en un momento histórico debe hacerse, de manera que se consiga el fin último al que va dirigida su política, un mundo socialista.

Stalin marca diferencias entre lo que el programa socialdemócrata persigue y lo que son derechos de las naciones. El ejemplo que pone para clarificar esta distinción es muy claro, por lo que podemos incidir en él. Dice el que va a ser el dirigente soviético más importante de la historia que una cosa es lo que puede leerse en el programa marxista sobre la libertad religiosa y otra la tarea que tienen los socialdemócratas respecto de la religión. El programa reconoce que una persona tiene derecho a profesar la religión que quiera, y la socialdemocracia velará por ello, pero siempre anteponiendo el interés del proletariado:

La socialdemocracia protestará siempre contra las persecuciones de que se haga objeto a los católicos y a los protestantes, defenderá siempre el derecho de las naciones a practicar cualquier religión, pero, al mismo tiempo, partiendo de una comprensión acertada de los intereses del proletariado, hará agitación en contra del catolicismo y del protestantismo y de la religión ortodoxa, con el fin de asegurar el triunfo de la concepción socialista del mundo. (Stalin, 1973, pp. 67-68).

El caso de la religión sirve como modelo a Stalin para hacer entender que la política de la socialdemocracia tiene que anteponer siempre el derecho de esa mayoría que es la clase obrera. Los intereses económicos de la burguesía nacionalista, pese a ser más progresivos que los religiosos del clero, también se dejarán de lado cuando se opongan a los del proletariado.

Pero vamos a detenernos en el interés que mueve la postura de los socialdemócratas austriacos, a la que Stalin dedica la mayor parte de su ensayo. La autonomía que promueven estos socialdemócratas no sería nacional, sino que sería nacional-cultural y los teóricos de esta postura son los dirigentes socialdemócratas Springer y Bauer:

Pero Bauer va todavía más lejos. Está profundamente convencido de que las «uniones nacionales» comunes a todas las clases, «constituidas» por él y por Springer, habrán de servir, en cierto modo, de prototipo para la sociedad socialista del futuro. Pues sabe que (a partir de ahora Stalin cita el texto de Bauer «La cuestión nacional») «el régimen socialista de la sociedad… desmembrará a la humanidad en comunidades nacionalmente delimitadas», que bajo el socialismo se realizará la «agrupación de la humanidad en comunidades nacionales autónomas», que «de este modo, la sociedad socialista presentará indudablemente un cuadro abigarrado de uniones nacionales de personas y de corporaciones territoriales», y que, consiguientemente, «el principio socialista de la nacionalidad es la síntesis suprema del principio nacional y de la autonomía nacional». (Stalin, 1973, pp. 41-42).

Según Stalin afirma, Bauer sustituye de forma inexplicable la autodeterminación de las naciones por algo que no es lo mismo, por la autonomía nacional. El georgiano se esfuerza en separar ambas cuestiones. Ya hemos visto que en el planteamiento marxista el derecho de autodeterminación se considera algo positivo pues se enmarca en el desarrollo de la historia. Las naciones burguesas se deben consolidar, deben organizarse, de cara a que en el momento posterior se dé por mor de la organización proletaria dirigida por el partido un debilitamiento de las diferencias nacionales y un énfasis en el internacionalismo. En el seno de las naciones consolidadas la clase obrera limará las diferencias nacionales multiplicadas por los intereses de la burguesía. Pero en Austria, debido a esa parcelación nacionalista esto es más difícil de que se pueda conseguir pues las diferencias culturales entre nacionalidades autónomas han aumentado. La diferencia entre el principio de autodeterminación y la autonomía de las naciones es que mientras que, en el primero, lo relevante es un territorio en cuyo seno la clase obrera no se dispersa, en el segundo, al ponerse el acento en la cultura, se da una diferenciación entre las naciones. Con tal separación en el seno del Estado de naciones culturales, la tarea histórica que la clase obrera tiene asignada es más difícil de llevarse a cabo. Para Stalin un efecto de tal perniciosa política nacional-cultural es que en lugar de un único partido socialdemócrata austriaco para abogar por el internacionalismo se da una multiplicidad de intereses partidistas y el movimiento obrero está escindido:

La idea de autonomía nacional sienta las premisas psicológicas para la división del partido obrero único en diversos partidos organizados por nacionalidades. Tras los partidos se fraccionan los sindicatos, y el resultado es un completo aislamiento… la cosa ha llegado hasta el punto de que , en vez de un partido internacional único, hoy existen seis partidos seis partidos nacionales, uno de los cuales, el partido socialdemócrata checo, no quiere incluso tener la menor relación con la socialdemocracia alemana. (Stalin, 1973, p. 46).

Stalin desecha, por considerarlo un error histórico contrario al determinismo de la ley de la historia, la defensa de «la autonomía nacional». Por otra parte, Stalin sabe que en Rusia el problema nacional no es el problema principal como sucede en Austria. En Rusia lo que más preocupa es la mala organización de sus recursos, la cual deriva de un desarrollo histórico distinto. La mayor parte de Rusia depende de una economía que no se ha desarrollado tanto como en Europa. Por ello es por lo que afirma que el problema principal de Rusia es el problema agrario. Así pues, el problema de la autonomía nacional queda totalmente relegado. El problema nacional es para los austriacos lo más relevante, es el problema principal, y los socialdemócratas agotan todas sus fuerzas en solventar los enfrentamientos pero en Rusia lo que debe solventarse es el problema del campo, y que cuando este se resuelva, se solventará por añadidura el problema de las naciones, su «liberación». La solución de este problema es para Stalin un paso previo, pues significa situarse en un momento histórico imprescindible para dar el salto a la emancipación de la clase obrera. Este salto no es viable si no desaparecen de la Gran Rusia todos los restos del modo de producción feudal. La lucha de los socialdemócratas rusos no pasa por limar diferencias entre nacionalidades culturales, estas no chocan entre sí, el problema es general. Rusia, en opinión de Stalin podrá emanciparse sin dar el paso en falso de dar autonomía cultural a las naciones, o, más que falso, contraproducente para el desarrollo del devenir histórico. Los que en Rusia abogan por desarrollar una política como la austriaca, los liquidadores contra los que ya Lenin argumentaba en contra, no proponen una metodología de lucha eficaz. El problema nacional según Stalin tiene soluciones distintas en países distintos, pues las condiciones históricas son diferentes:

¿Acaso no es evidente que, en esta situación, solo hombres aficionados al papeleo, que quieren «resolver» el problema nacional fuera del espacio y del tiempo, pueden tomar ejemplo de Austria e ir a tomar prestado su programa?... Repito: condiciones históricas concretas como punto de partida y planteamiento dialéctico del problema como el único planteamiento exacto: he aquí la clave para la solución del problema nacional. (Stalin, 1973, p. 35).

El interés nacional de las burguesías de cada nación va en una dirección y la de los obreros va en otra, para Lenin la igualdad que persiguen los obreros no es la que emana de las peticiones nacionales de la burguesía, sino una abstracta. Los proletarios no pueden ser nacionalistas por ese mismo motivo.

Como Lenin, Stalin ve las diferencias entre regiones y ve ese peligroso fortalecimiento hegemónico granruso que sería promovido si se aplicarán las ideas de los liquidadores. Pero tras la Revolución de Octubre no fueron estas ideas las que se pusieron en marcha. Una vez que los bolcheviques tomaron el poder trataron de amortiguar las diferencias entre las diferencias entre las regiones. Para ello Stalin expresa una tarea, que lo es del partido, una tarea educadora que los proletarios rusos se deben echar sobre sus espadas, dado que están mucho más preparados en el marxismo científico que lo están los proletarios de las regiones limítrofes. Si la tarea se realiza como debe ser, los problemas nacionales que pudieran aparecer no tendrán por qué poner en peligro la revolución y el acercamiento natural de los proletarios de todas las regiones (la tarea de los socialistas granrusos, nos dirá más adelante Stalin es la de fomentar lo que denomina «escuelas de cuadros», para formar especialistas en la doctrina. Los futuros cuadros se seleccionan de entre los miembros de cada una de las nacionalidades):

La experiencia del Cáucaso pone de manifiesto toda la conveniencia de este tipo de organización. Si los caucasianos lograron vencer todos los razonamientos nacionales entre los obreros armenios y tártaros, si lograron garantizar a la población contra las matanzas y los ametrallamientos, si en Bakú, en este caleidoscopio de grupos nacionales, ya no son posibles hoy los choques de carácter nacional…{5} Pero el tipo de organización no influye solamente en el trabajo práctico. Imprime un sello indeleble a toda vida espiritual del obrero. El obrero vive la vida de su organización crece espiritualmente y se educa en ella. Por eso al moverse dentro de su organización y al encontrarse siempre allí con sus camaradas de otras nacionalidades, librando conjuntamente con ellos una lucha común, bajo la dirección de la colectividad común, se va compenetrando profundamente en el sentido de la idea de que los obreros son, ante todo, miembros de una sola familia de clase, miembros del ejército único del socialismo. (Stalin, 1973, p. 76).

4. La Rusia imperialista de Stalin y Lenin

Stalin quiere un gran Estado sin nacionalidades. Un Estado que cada vez irá adhiriendo más y más naciones que desdibujaran sus fronteras porque los intereses del proletariado son antinacionalistas. El fin que persigue la política rusa es la del universalismo comunista. ¿Por qué no llaman ni Lenin ni Stalin a esta estrategia política imperialista? Porque la idea de lo que es un Imperio de ambos autores es la que había expresado Lenin, el imperialismo es la forma desarrollada del capitalismo. Nada más alejado de lo que significa para ellos la sociedad socialista (pero esto es nematología, una nematología que en menos de un siglo se mostró errónea). Según Lenin, las naciones capitalistas consolidadas en occidente, tienen puestas las miras en el resto del mundo para colonizarlo, de manera que la burguesía de estas naciones se enriquezca cada vez más. Ni Stalin ni Lenin consideran otra idea de Imperio que no tenga esa meta, no consideran por tanto que la política socialdemócrata rusa sea imperialista.

La cuestión nacional es un «problema», así lo vieron Lenin y Stalin. La política nacional de la burguesía va en contra de los intereses universalistas del proletariado. Una vez que la clase obrera –gracias a estar dirigida por una socialdemocracia organizada como partido de nuevo tipo– toma el poder, los intereses de la burguesía, que se había organizado en naciones, se enfrentan con todo su ímpetu a los del proletariado. Con el desarrollo de la historia las naciones, tal y como había dicho Lenin, dejaran de ser opositoras y terminarán por desdibujar sus fronteras para dar paso en el futuro a la sociedad de la libertad. Pero este nuevo Imperio que surge, que es Imperio porque pese a delimitar su frontera nacional no tiene fronteras y quiere hacerse universal, es un Imperio generador que tiene como meta la emancipación de toda la humanidad{6}. Los dirigentes marxistas así lo veían, los de dentro y los de fuera, pero eso como se pudo comprobar con el paso de los años no sucedió:

De este modo, la Revolución de Octubre, acabando con el viejo movimiento nacional-burgués-liberador, inauguró la era del nuevo movimiento, del movimiento socialista de los obreros y de los campesinos de las nacionalidades oprimid, dirigido contra toda opresión –y por consiguiente también contra la opresión nacional–, contra el Poder de la burguesía, de la «propia» y de la extraña, contra todo imperialismo en general (Stalin, 1973, p. 94).

Para Stalin, como para Lenin el único Imperialismo era el capitalista. El concepto «Imperio» tiene una connotación negativa para los autores de finales del XIX, pues parece referirse solo a los intereses de las clases opresoras, de los mandatarios de los regímenes absolutos que quieren volver al poder de los viejos imperios antiguos, o de los nuevos burgueses que van tomando cada vez más poder y van transformando el sistema económico en un sistema de control imperialista. Lenin denomina a la última fase del capitalismo, a la fase en la que el internacionalismo de los obreros tiene que hacerse más fuerte también, «Imperialismo». Pero Rusia nace tras la Revolución de Octubre como otro Imperio, en pugna con el denostado por los marxistas, un Imperio que tiene que contrarrestar los intereses nacionalistas de la burguesía:

(La Revolución rusa) ensanchó el marco del problema nacional, convirtiéndolo, de problema particular de la lucha contra la opresión nacional, en el problema general de liberar del imperialismo a los pueblos oprimidos, a las colonias y semicolonias. (Stalin, 1973, p. 96).

Lenin escribió en 1916 un texto que aparece en el recopilatorio Sobre la cuestión nacional, en el que señala, con relación al capitalismo colonialista, unas importantes ideas de referencia para la política posterior de la Rusia bolchevique. Si en Marx pueden observarse ciertos visos de promoción civilizadora en los colonialismos del siglo XIX, en Lenin desaparecen, como podemos ver en lo que hasta ahora hemos leído. El marxista ruso considera que en esta fase del capitalismo la tarea revolucionaria pertenece a la clase obrera pues la burguesía solo se ocupa de la acumulación de capital y la consiguiente esquilmación de la riqueza de las colonias. Las bases de construcción del socialismo no es su tarea ya sino que lo es del proletariado:

El imperialismo es la etapa superior del desarrollo del capitalismo. En los países adelantados, el capital sobrepasó los marcos de los Estados nacionales y colocó al monopolio en el lugar de la libre competencia, creando todas las premisas objetivas para la realización del socialismo. Por eso, en Europa occidental y en los Estados Unidos se plantea en la orden del día la lucha revolucionaria del proletariado por el derrocamiento de los go­biernos capitalistas y por la expropiación ele la burguesía. El imperialismo empuja a las masas hacia esta lucha al agudizar en grado enorme las contradicciones de clase, al empeorar la situación de las masas, tanto en el sentido económico, —trusts, carestía— como en lo político: auge del militarismo, mayor fre­cuencia de las guerras, recrudecimiento de la reacción, afianza­miento y ampliación de la opresión nacional y de la rapiña co­lonialista. El socialismo victorioso debe necesariamente realizar la democracia total; por consiguiente, no solo tiene que poner enpráctica la absoluta igualdad de derechos entre las naciones, sino también realizar el derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación, es decir, el derecho a la libre separación po­lítica. Los partidos socialistas que no demostraran en toda su actividad, ahora, durante la revolución, como luego de la victo­ria, ser capaces de liberar a las naciones avasalladas y construir las relaciones con las mismas sobre la base de una unión libre –y una unión libre, sin libertad de separación, es una frase mentirosa–, tales partidos cometerían una traición al socialismo. (Lenin, 1973, pp. 127-128).

La idea de democracia en Lenin no es la misma que la que impulsaba la burguesía, pero tampoco la de Marx, pues en esencia no se alejaba mucho de la primera. En Lenin la democracia tiene un carácter particular y que impregnó toda la política futura de la URSS y de los partidos comunistas que se organizaban en el seno de los países capitalistas. Lenin propone un «partido de nuevo tipo» en el que la organización del mismo sea en base a lo que denominó el «centralismo democrático». Para algunos críticos del leninismo se hace difícil coordinar ambos conceptos, «centralismo» y «democracia». Pero según sus defensores son dos partes unidas de manera orgánica, y que conforman una unidad dialéctica, al condicionarse entre sí. El primero mira por la imprescindible unidad de acción y la segunda que todos los miembros de la célula del partido participen de forma activa y lejos del acatamiento ciego de órdenes jerarquizadas. Se trata de que no se pierda ni un ápice de talento ni de fuerza de lucha. Por otra parte, la democracia no sólo debe dirigirse a la crítica sino a la asunción de los problemas y a la participación en sus soluciones.

Pero Lenin, también está convencido de que toda organización política es superestructural, que cuando todos los hombres sean libres incluso la democracia será un arcaísmo. Lenin es marxista:

Desde luego, la democracia también es una forma de Estado que deberá desaparecer cuando desaparezca el Estado, pero eso sólo ocurrirá cuando se produzca la transición del socialismo, definitivamente victorioso y consolidado, al comunismo integral. (Lenin, 1973, p. 128).

Pero antes de que eso ocurra las organizaciones proletarias, de nuevo tipo, tienen una tarea ingente. La burguesía ha conformado una organización imperialista de control económico y subsiguientemente político que ordena los distintos países del mundo. Lenin afirma que, en el contexto del Imperialismo, se dan tres tipos distintos de países:

1. Países capitalistas desarrollados de Europa occidental y los Estados Unidos Estos son los países opresores, en ellos, el proletariado tiene unas tareas que son las ya definidas por Marx y Engels respecto del proletariado inglés respecto de Irlanda (Lenin en sus escritos sobre el problema nacional nunca atiende a Hispanoamérica).

2. Los países del este de Europa: Rusia, los Balcanes y Austria. En éstos la particularidad de las luchas democrático-burguesas derivo en un exacerbamiento de la lucha nacional. El proletariado de los distintos países debe culminar la consolidación democrática en sus naciones pero también colaborar a la transformación de las más atrasadas. Esto último sobre todo mediante el reconocimiento de su derecho a la autodeterminación. Solo así podrá fusionarse la lucha de todos los obreros de los distintos países.

3. El tercer grupo de países son los semicoloniales, Lenin nombra a China, a Persia, a Turquía y a todas las colonias (no pensamos que Lenin tenga en cuenta a Hispanoamérica, por el hecho de que si así fuera, al menos lo señalaría en alguna ocasión. Considerar a estos países hispanohablantes como colonias, sería un error, pero echamos en falta alguna consideración de su estatus político, como había hecho Marx, aunque fuera de forma errónea). En todos ellos la democracia de la burguesía es nula. Los socialistas deben pedir la liberación, sin costes o indemnizaciones. En tal solicitud está implícito el derecho a la autodeterminación, de manera que además, los socialistas de los países colonizadores deberán apoyar los movimientos que en esos países aboguen por la democracia y posteriormente por la revolución.

Pero frente a lo que Lenin, y el marxismo en general, considera que es el Imperialismo, desde los parámetros del materialismo filosófico diferenciamos entre dos formas del mismo. El primero de ellos es el no considerado por los marxistas, un Imperialismo al estilo de los que se dieron en la Época Antigua (el imperio griego de Alejandro Magno y el romano) o del que se dio en la moderna, el Imperio español. Este último, sin embargo, tiene una diferencia muy marcada, pues su universalidad está doblemente definida, la derivada de la religión, pues el imperio español es un imperio católico y porque consiguió demostrar lo que los otros no consiguieron, que tenía límites.

Gustavo Bueno en el artículo que sobre España puntualiza que, al aparecer los límites, también se demuestra la inviabilidad de los fines que llevaban a la construcción del imperio, pues esos mismos límites contradecían la concepción de universalidad: «unos límites que anunciarán, de un modo u otro –tal es nuestra tesis–, la idea de la decadencia»{7}. Ya hemos dicho, en páginas anteriores, que estos imperios, el macedonio, el griego y el español, fueron calificados por Gustavo Bueno como «generadores». Es más, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que sería inaugurada y desarrollada por los autores marxistas que estamos comentando, es considerada también por él como Imperio generador. La URSS nace con esta vocación, una vocación que deriva de otra idea que no es la católica, que quiere igualar a todos como hijos de Dios, sino con la igualdad del racionalismo moderno que define a los hombres como individuos conformadores de una clase universal –clase en sentido de la lógica–, la clase de la «humanidad». La humanidad no es nada, es una sustantivación espuria, no ha existido, ni existe, ni existirá, es una idea metafísica como también lo es la idea de Dios, del que, supuestamente, según el cristianismo, todos somos hijos. Los imperios generadores son muy diferentes a los imperios definidos por el marxismo-leninismo. Este es el segundo tipo de Imperio. Los Imperios burgueses que expresa Lenin, y a los que Stalin apunta en el escrito que estamos comentando, son Imperios «depredadores». Antes de que puedan considerarse a Inglaterra, a Holanda o a Portugal, como naciones políticas ya actuaban a la manera de imperialismos depredadores{8}. El marxismo-leninismo conceptualiza esta forma de capitalismo como colonialismo, y se relaciona directamente con lo que ellos también denominan «Imperialismo» y que va a relacionarse con la fase de expansión colonial:

El desarrollo del capitalismo en Europa no es un fenómeno casual. En Europa el capital comienza a sentirse apretado y pugna por escapar a países ajenos, buscando nuevos mercados, mano de obra barata, nuevas bases de inversión. (Stalin, 1973, p. 72).

Es en este marco en el que Stalin ve como positivo, para los intereses del proletariado, el derecho de autodeterminación de las naciones. Se circunscribe al marco del desarrollo leninista separado en las dos fases ya señaladas, la primera era la de consolidación como nación, pues solo en su seno la socialdemocracia trabajará para limar los intereses nacionalistas que la burguesía promoverá. Los territorios, que pueden considerarse como parte de un botín para el imperialismo depredador, tienen que conformarse como naciones. Stalin pone el ejemplo de los Balcanes, que están en medio de la lucha por el territorio que dirimen tanto los aliados de Alemania de un lado, frente a Rusia y los suyos por otro lado. Los dos imperialismos quieren esos territorios. Los teutones, apoyados por Italia, que son las naciones políticas que se han estructurado en último lugar, se sienten constreñidos para crecer industrialmente y quieren más territorio. Las naciones políticas consolidadas, Francia e Inglaterra, apoyan contra las anteriores a Rusia. En sus cálculos el territorio de los Balcanes debe ser aprovechado para sus intereses. Esta guerra derivará en 1914 en la Primera Guerra Mundial, e indirectamente en la Segunda, pues los intereses de las burguesías centroeuropeas que perdieron la primera seguirán vivos. Stalin había escrito el ensayo solicitado por Lenin un año antes del comienzo del conflicto, y aboga por el derecho de autodeterminación de los Balcanes, solo si éste se da, el curso de la historia derivará en el interés de toda la Humanidad.

Stalin veía contraproducente la autonomía nacional-cultural, pues dispersaba los intereses de la clase obrera. Las tesis de Bauer y de Springer que el partido de los socialistas judíos, el Bund, quería poner en marcha en Rusia es desechado por los bolcheviques, como ya hemos podido ver tanto en las tesis de Lenin, como en las de Stalin, de manera que este último señala que la autonomía cultural-nacional que aquellos defendían no puede ser tomada en consideración por la socialdemocracia. Rusia no puede convertirse en una unión de naciones en ese sentido. Las culturas y los idiomas dispersas por los territorios serán respetados y fomentados, pero por encima de ellos está el interés de los proletarios, que limará las diferencias. Esto último se sobrepone a toda diferenciación nacional pues lejos de tender a la diferenciación, que es el efecto que se da siempre bajo los intereses del capitalismo, la política emancipatoria de la clase obrera va en la dirección contraria.

Si atendemos ahora al momento actual y ponemos las miras en la situación española, observamos que los nacionalistas españoles aprovechan lo que les interesa de las tesis de Stalin (lo hacen, pese a que lo nombran muy poco, lo cual se entiende, dado el desprestigio que hoy día tiene). Las tesis Sobre la cuestión nacional de Stalin se adaptan a los intereses nacionalistas y ello hace que la hagan suya en lo fundamental. Pero las cortapisas que ponía a la autonomía cultural no la circunscriben ni los nacionalistas catalanes, ni los nacionalistas vascos, ni los gallegos (no vamos aquí a enumerar otros movimientos nacionalistas menores que se dan en España, pese a que veamos con preocupación su proliferación), todo lo contrario, los nacionalistas, en vista de esa «idea de nación» (que como hemos visto no se sabe de dónde sale, aunque podemos afirmar que Stalin la ve, al modo del racionalismo liberal, como una idea innata) y dada su «realidad» piensan que es suficiente darle contenido: una cultura (que no tienen problema en construir, inventar. Aunque el mayor invento sea la lengua, la cual pese a existir se debe reinventar, hacer una «unificación»: el «batúa» vasco es una creación actual, el vasco que hoy enseñan en las ikastolas es una invención del siglo XX).

Pero la fuerza que da unidad a las naciones no deriva de una ley de la historia. Las naciones solo pueden consolidarse por una defensa del territorio, de su capa basal, frente a los que quieran romperla y arrebatarla. La nación debe saber que está inmersa en una dialéctica de poder en la que no puede permitir ningún secesionismo, esto lo veía Stalin diáfanamente, pues apoyaba la autodeterminación de los pueblos que debían consolidarse como naciones, pero ante la autonomía de las nacionalidades-culturales ponía todas las cortapisas a que nos hemos referido. Y ante el derecho abstracto de autodeterminación enfrentaba la tarea de los socialdemócratas que tenían en mente la idea «aureolar» del socialismo futuro{9}.

Pero como podemos comprobar el esfuerzo por definir el derecho de autodeterminación, está preso de «la cuestión nacional», en la misma definición de la idea de «nación». Por mucho que quiera definirse concretarse, clarificarse, es imposible. El gran problema es que no hay en Lenin ni en Stalin una definición clara de lo que entienden por nación.

5. La cuestión de las nacionalidades tras la Revolución rusa

Tras la Revolución rusa ninguna otra de las consideradas «naciones» por Stalin dejarían la Unión, todas ellas pasaron a denominarse, a partir de 1923, Repúblicas. Para Stalin el gobierno de Kérenski tenía las características de los gobiernos europeos. En ellos la burguesía quiere desarrollar el sistema que la enriquece, el capitalismo, un sistema económico que subyuga a los pueblos. Solo cuando triunfe la Revolución la clase obrera en el poder limará esas diferencias nacionales. Desde la doctrina marxista que se va a poner en práctica y que Stalin va a liderar va a darse el derecho de autodeterminación de derecho, pero no de hecho. El ortograma va a empezar a dibujarse y de la URSS no va a separarse ninguna nacionalidad, sino que se va a producir un efecto contrario, la URSS no va a crecer como Estado pero su Imperialismo va a aumentar su poder, pero solo hasta que su fuerza se muestre menor a la de los otros imperialismos que van a pugnar contra él. Lo que se denominaba en el discurso de Lenin «la cuestión nacional» pasa a ser en el periodo de consolidación de la URSS en «el problema nacional», que es el nombre que siempre le dio José Stalin.

El gobierno burgués de Kérenski, tras eliminar el poder central del Zar que oprimía las naciones, dio libertad a las burguesías de la periferia del viejo Imperio para crear las distintas naciones. Eso entendían los mencheviques por derecho de autodeterminación, tomar el poder de las regiones de la periferia y separarlas del centro controlado por la Gran Rusia. Durante el periodo transcurrido entre las dos etapas revolucionarias del 17 se produjo una ruptura que derivó en que tras la Revolución de octubre, los «gobiernos nacionales» de la periferia le declararon la guerra al gobierno socialista del centro. La contrarrevolución externa, la burguesía de los países europeos apoyaron a los burgueses de las regiones periféricas, pero las fuerzas de la clase obrera terminaron por vencer. Aquí podemos ver el comienzo de la expansión del imperio generador socialista:

De este modo, la Revolución de Octubre, acabando con el viejo movimiento nacional burgués liberador, inauguró la era del nuevo movimiento socialista de los obreros y de los campesinos de las nacionalidades oprimidas, dirigido contra toda opresión –y por consiguiente también contra la opresión nacional–, contra el Poder de la burguesía de la «propia» y de la extraña, contra todo imperialismo en general. (Stalin, 1973, p. 94).

Un crítico del marxismo como fue Hans Kelsen reconoció que en los primeros años del sistema soviético la democracia era muy efectiva, se refiere a la democracia procedimental puesta en funcionamiento a la vez que se ponía en marcha el aparato gubernamental en base a los soviets. Dice Juan Ruiz Manero citando palabras de Kelsen:

Estas críticas van, sin embargo, acompañadas del señalamiento de aspectos positivos, entre ellos el propio sistema piramidal de los soviets y la posibilidad permanente de revocación de os representantes que este sistema contempla. Escribe, en este sentido: «cuando se señala el hecho de que la elección indirecta por parte de las personas reunidas diariamente en las empresas es más adecuada para expresar las intuiciones de las masas que cambian rápidamente en la revolución, que el pesado aparato de las elecciones universales y directas, que solo se ponen en movimiento en intervalos de tiempo más largos, esto es ciertamente exacto», y, refiriéndose a la «posibilidad –que existe evidentemente en relación con los miembros de todos los soviets– de una revocación en cualquier momento, sobre la base de una evaluación libre» señala que «en este punto precisamente la constitución consiliar soviética realiza un principio absolutamente democrático. Y supera las degeneraciones de la democracia que en el sistema representativo surgieron…»{10}.

La efectividad de la democracia que observa Kelsen deriva de la organización que Lenin propone para la dirección de la sociedad soviética. El partido –el de «nuevo tipo» definido por Lenin en ¿Qué hacer?{11}– tiene un funcionamiento organizativo que antes hemos denominado como «centralismo democrático», solo esta forma de organización coordina de forma eficaz la lucha revolucionaria. Pero también es eficaz para la organización social, para Lenin supone la auténtica forma democrática, algo que como hemos visto aplaude Kelsen que fue uno de los críticos más duros del marxismo. Lenin veía que para conectar las cuestiones locales y la dirección del partido el centralismo democrático era una solución que se adaptaba mejor que cualquier otra. Solo así se fomentaba la cohesión social y la unidad de acción. Mientras que se conseguía lo más importante el mantenimiento de la necesaria unidad ideológica.

En un texto que Lenin escribe en mayo de 1917, hace hincapié en el derecho de autodeterminación de las naciones, solo desde su consideración podrá observarse y garantizarse «la plena solidaridad de los obreros de distintas naciones y permite un acercamiento verdaderamente democrático entre éstas» (Lenin, 1973, p. 143). Pero cuando Lenin ve cerca la Revolución es cuando también puntualiza ciertos límites para la autodeterminación no considerados anteriormente:

La cuestión del derecho de las naciones a separarse libre­mente no debe confundirse con la cuestión de la conveniencia de la separación de esta o aquella nación en tal o cual momento» Esta última cuestión deberá resolverla el partido del proleta­riado de un modo absolutamente independiente en cada caso concreto, desde el punto de vista de los intereses de todo el desarrollo social y de los intereses de la lucha de clases del proletariado por el socialismo. (Lenin, 1973, p. 144).

Además muestra una gran contundencia ante las posiciones de los que tanto él como Stalin había criticado unos años antes, los defensores de la «autonomía nacional-cultural». Lenin perfila la acción política de éstos en oposición a los intereses del proletariado. A ésta no puede beneficiarle que otros interesas dirijan los asuntos escolares, los cuales pasan en tales autonomías a Seims (Parlamentos nacionales) que no consideran el interés de la clase obrera sino de la burguesía enfrentada a ella{12}:

La autonomía, cultural nacional traza una frontera artificial entre los obreros que viven en la misma localidad y hasta entre los que trabajan en la misma empresa, según per­tenezcan a esta o a la otra «cultura nacional», es decir, refuer­za los lazos entre los obreros y la cultura, burguesa de cada nación por separado, mientras la tarea, de la socialdemocracia consiste en fortalecer la cultura internacional del proletariado del mundo entero. (Lenin, 1973, p. 144).

Tras tres años de consolidación de la Revolución rusa, la política de la Rusia revolucionaria se dirige hacia la unión de las distintas nacionalidades bajo control ruso. Stalin señala que tal unión no puede darse en base a las tesis en pro de las autonomías nacional-culturales defendidas y promovidas por Bauer y Springer. El paso de los años además ha dado más argumentos a Stalin para negar la bondad de tal postura, pues esa política cuesta en marcha en la vecina Austria no ha tenido los frutos que se esperaban. Austria se había consolidado como Estado en 1867, en torno a la Monarquía austrohúngara. Su estructura política y social era muy compleja por derivar de una historia también muy compleja. Por otra parte, su mayoría teutona no había sido la que llevó a cabo la unión de los germanos, la cual se consolidó en el norte, y contra sus intereses, gracias a la política de Bismark. El Estado austriaco además de un amplio porcentaje de germanos, alrededor del veinticinco, estaba conformado por otras muchas naciones étnicas. Algunas de estas son las que consolidaros en los últimos años unos derechos nacionalculturales que lejos de hacer fuere al Estado austrohúngaro, lo debilitaron grandemente, tanto que en 1919 el estado surgido cincuenta años atrás se disolvería:

La experiencia de Austria-Hungría (patria de la autonomía nacionalcultural) en los últimos años ha puesto de manifiesto todo lo que hay de efímero y de no viable en la autonomía nacionalcultural como forma de unión entre las masas trabajadoras de las nacionalidades de un Estado multinacional. (Stalin, 1973, p. 101).

El maltrecho devenir de Austria daba razones a Stalin para contrarrestar las teorías de los que habían abogado por fomentar los nacionalismos culturales también en Rusia, los socialdemócratas liquidadores de las regiones del mar Báltico, pero también de Ucrania o de Georgia. Pero sobre todo del partido Bund. A estos se refiere en este momento, cuando expresa que han perdido la batalla política, la Rusia de 1920 ya no tiene dudas sobre cómo debe atenderse al problema nacional dentro de las fronteras, los judíos del Bund así lo reconocieron:

Finalmente, el heraldo de la autonomía nacional-cultural en Rusia. El en un tiempo famoso Bund, se vio obligado a reconocer oficialmente por sí mismo, no hace mucho, lo superfluo de la autonomía nacional-cultural, declarando abiertamente que: «La reivindicación de la autonomía nacional-cultural, presentada dentro del marco del régimen capitalista, pierde su sentido bajo las condiciones de la revolución socialista». (Stalin, 1973, pp. 101-102)

Lenin había señalado en 1912 que una de las críticas que se hacía del control ruso de las regiones limítrofes tenía como uno de sus caracteres más marcados la imposición del idioma. Para contrarrestar esas críticas Stalin desarrolla su política nacional. El ruso es el idioma oficial de todo el territorio controlado por la revolución pero el nuevo poder soviético, que «emana del pueblo» y que es «querido por el pueblo» –así lo expresa el mismo Stalin (como vemos, la metafísica que justificaba las ideas de la burguesía sigue estando presente en los socialistas del siglo XX). Pero para que el Poder soviético sea todavía más querido, debe ser comprendido, y por ello debe acercarse más a las masas populares. Stalin promueve que se les hable a los soviéticos no rusos, a los de la periferia, en sus idiomas natales, así lo expresa en su discurso de octubre de 1920. Los nuevos dirigentes tienen que extraerse en su mayor parte de los propios lugares. Por ello fomenta un gran aparato educador, un sistema de hacer «cuadros del partido»{13} que den a conocer en sus lugares natales, en sus idiomas correspondientes los logros de la revolución y que además sean los que dirijan las nuevas repúblicas de forma autónoma, pero en armonía con el todo y lejos de las diferencias nacionales:

Algunos camaradas consideran las Repúblicas autónomas de Rusia, y en general, la autonomía soviética, como un mal de Rusia, y en general, la autonomía soviética como un mal pasajero, aunque necesario, que no se puede por menos de permitir en vista de algunas circunstancias, pero contra el que hay que luchar para poder extirparlo algún día. Huelga demostrar que esta concepción es radicalmente falsa y no tiene, en todo caso, nada que ver con la política del Poder Soviético respecto al problema nacional. La autonomía soviética no es algo abstracto ni inventado, y aún menos se la debe concebir como una vacua promesa declarativa. La autonomía soviética es la forma más real y más concreta de unión de la periferia con la Rusia central. (Stalin, 1973, p. 105-106).

Al año siguiente, en el X Congreso del Partido Comunista de Rusia (todavía no se había conformado como «de la Unión soviética», como PCUS; tal denominación se le dio tras la Segunda Guerra Mundial, en 1952), Stalin presentó un informe en el que expresa las transformaciones de la recién estrenada Unión Soviética sin alejarse un ápice de las directrices marcadas por la ley de la historia del materialismo marxista. Stalin no considera otro tipo de nación que la expresada por las constituciones liberales cuando surgen las naciones modernas europeas. Señala que los hombres comienzan a organizarse en naciones solo cuando se liquida el feudalismo. Con el surgimiento de las naciones modernas aparece también lo que Stalin denomina opresión nacional. En el análisis del problema nacional Lenin había señalado dos etapas: la de la consolidación burguesa del poder (que se caracterizaba por la organización en naciones, las cuales se iban a oponer por los distintos intereses de las burguesías nacionales), y la de la relajación de las contradicciones entre naciones (dado el desarrollo del proletariado, cuyos intereses, al tener carácter internacionalista, atenuaban el choque nacional).

Lenin en 1921 estaba muy debilitado mentalmente dada su enfermedad y también a causa del atentado sufrido en 1918. Stalin con paso firme iba tomando las riendas del poder. A partir de las tesis de Lenin Stalin en 1921 va a señalar tres momentos con relación a la solución de esta problemática nacionalista. Afirma que estos momentos van desde la aparición de las naciones hasta la resolución del problema nacional en el seno de la nueva sociedad soviética. En el transcurrir de las naciones, desde su origen, se da el fenómeno generalizado de la opresión nacional, la cual adquiere diferentes formas a lo largo de la historia:

— Liquidación del feudalismo. Al triunfar el capitalismo en Occidente los hombres se organizan en naciones. Los hombres que viven en lo que luego va a ser Inglaterra, Francia, Alemania… se han conformado como naciones. En lo expresado por Stalin observamos, no que la nación política sea una construcción tecnológica de los hombres que se organizan como tal en un momento histórico, sino que los hombres se organizan en naciones haciendo uso de un modelo preexistente. Pero la nación política antes no existía. Leemos en el texto de Stalin que a partir de organizarse en naciones se desarrollan los Estados centralizados. Tal explicación entrelaza la concepción idealista de los teóricos liberales con la teoría de Marx, además de mostrarse muy poco clarificadora. También señala Stalin que en el Oriente europeo al no tener esa idea-modelo de nación, por un lado, y a que las naciones fueron posteriores a la conformación de los estados centralizados, lo que sucedió es que en el seno de estos apareció el problema nacional. Stalin pone los ejemplos de Austria y Rusia. Aquí los estados se conformaron en defensa de otros intereses territoriales, contra los turcos y los mongoles, y tal organización se dio así porque la burguesía no se había desarrollado suficientemente para conseguir una estructura nacional previa, la cual es la óptima para sus intereses. En Oriente, en este primer periodo, aparecen Estados que incluyen distintas nacionalidades. Lo cual es muy distinto a lo sucedido en Occidente pues sus Estados nacionales no tienen opresión nacionalista interna: «Estos Estados multinacionales del Oriente han sido la patria de la opresión nacional que ha engendrado los conflictos nacionales, los movimientos nacionales, el problema nacional y las diferentes formas de resolverlo». (Stalin, 1973, p. 124).

— Aparición del Imperialismo. Los estados nacionales de Occidente se convierten en Estados multinacionales y coloniales. Dice Stalin que, en esta fase, los Estados occidentales desarrollan una opresión nacional similar a la de los estados del Oriente de Europa. Y, por otra parte, en la parte oriental, algunas de estas «naciones», como la checa, la polaca y la ucraniana se fortalecen y consolidan como naciones.{14}

— Periodo soviético. Es el periodo de la destrucción del capitalismo y con ella de la eliminación del problema nacional. En la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (que así se llamó durante unos años hasta su consolidación como URSS), las nacionalidades gozan de igualdad y de las mismas posibilidades de desarrollo. Stalin apunta que las desigualdades históricas entre la nacionalidad granrusa, que es la mayoritaria con más de la mitad de la población, y las demás nacionalidades se diluirá en un solo año, a partir de este momento (el escrito es de 1921), y que ello se conseguirá «prestando una ayuda económica, política y cultural a las nacionalidades atrasadas». (Stalin, 1973, p. 125.)

Stalin está preso tanto de la metafísica racionalista que impregna el ideario político, pues expresa que el socialismo tiene su fundamento en la auténtica soberanía popular, como de la ideología que lleva a gala y que ve solo un fin para la historia, el comunismo sin Estado, en el que todos los hombres serán libres y en el que se consolidará la «Humanidad». Con la consolidación de la Revolución rusa se va haciendo el camino a la vez que se allana. La solución del problema nacional por la dictadura del proletariado es uno de los síntomas que podemos observar. Este es el punto de vista de Stalin, que es el punto de vista de la filosofía marxista. Stalin también afirma que los países burgueses, lejos de solventar como ha hecho Rusia, el problema nacional, lo agravan:

Estos son todos los factores que, en la segunda etapa del desarrollo de la opresión nacional, han hecho que la sociedad burguesa no solo no haya resuelto el problema nacional, no solo no haya llevado paz a los pueblos, sino que, por el contrario, ha atizado la chispa de la lucha nacional convirtiéndola en la llama de la lucha de los pueblos oprimidos, de las colonias y semicolonias contra el imperialismo mundial. (Stalin, 1973, p. 127).

Para Stalin, solo cuatro años después de la Revolución de Octubre, hablar de autodeterminación ya no significa lo mismo que decía el artículo 9º del Programa Socialdemócrata de 1903. La autodeterminación era una necesidad de los primeros momentos del desarrollo de la sociedad burguesa, pero los intereses del proletariado que ha hecho la revolución son otros, no cabe autodeterminación. Ese derecho se relaciona con la autonomía nacional-cultural, algo que pedían los liquidadores y los bundistas:

Y hace tiempo que nos hemos despedido de las consignas nebulosas de la autodeterminación, y no hay necesidad de restablecerlas. (Stalin, 1973, p. 135).

Ese mismo año, de 1921, Stalin elabora una propuesta sobre el problema nacional. El problema nacional que había planteado Lenin es, según el georgiano, parte de un problema global del que los socialistas no se habían hecho eco, el de la emancipación de las colonias. Solo se atendía a lo que sucedía en Irlanda o en Centroeuropa pero muchos pueblos asiáticos y africanos también sufren opresión de las naciones desarrolladas. Stalin no atiende a lo que Marx y Engels habían tratado en muchos artículos y cartas. Por otra parte, como ya hemos señalado en la Rusia socialista el problema nacional ya no existe. Lo que fue verdad durante muchos años, hasta que la URSS se derrumbó. Stalin argumenta en base a su doctrina que la emancipación de todos los hombres será inviable sin la liberación del yugo nacional que se da en todo el mundo burgués capitalista.

La política desarrollada por Stalin hasta su fallecimiento en 1953 siguió fomentando la autodeterminación de las naciones en el contexto de la emancipación colonial. La emergente Federación Soviética de Rusia estaba limando las diferencias nacionales pues, en su seno, los obreros habían superado las diferencias promovidas por el interés de la clase vencida. Pero en el resto del mundo, el cual debía dar todavía el paso revolucionario, las naciones tenían que consolidarse, como paso previo a su lucha nacional contra sus propias burguesías, y a la futura unión internacional de toda la clase obrera mundial:

El curso de los acontecimientos en todo el mundo durante los últimos años, la lógica de la revolución en Europa y, finalmente, el crecimiento del movimiento de emancipación en las colonias, exigían que esta consigna, que se había convertido en una consigna reaccionaria, fuese desechada y sustituida por otra revolucionaria, capaz de disipar la atmósfera de desconfianza de las masas laboriosas de las naciones que no gozan de la plenitud de sus derechos hacia los proletarios de las naciones dominantes, capaz de desbrozar el camino que conduce a la igualdad de las naciones y a la unidad de los trabajadores de las mismas.

Pero el problema nacional, que pensaba Stalin que iba a solucionarse con el transcurrir necesario de la historia, no se solucionó sino todo lo contrario. Mientras la URSS fue fuerte y tuvo un ejército que movía masas de hombres y mujeres de República en República el problema nacional parecía no existir. Saltaría por los aires cuando la URSS se disolvió, y hoy día es el que está Putin solventando. Durante los treinta años de gobierno estalinista, el ejército rojo cuidaba las fronteras del Imperio comunista soviético, las fronteras de un Imperio que tenía como finalidad la idea de humanidad realizada, una idea que era considerada por los soviéticos como una realidad de hecho, pero no era así (la idea del comunismo futuro es una idea aureolar){15}. El Imperio generador soviético se desintegró, algo que los soviéticos no podían creer, pues lo veían como una ley de la historia que no podía llevar más que al fin que proponían, desapareció y con él volvieron a aparecer los problemas nacionales{16}. También cayó años atrás el Imperio generador español, pero en él el problema de los nacionalismos siguió un curso diferente. Tanto España como Rusia están hoy solventándolos. Los rusos desde la transformación de su nación en una forma Imperialista que hoy adolece de la ideología universal-generadora de su pasado, y que comparte los mismos intereses que mueven a otras nociones mundiales, que no son otros que los de aumentar su poder económico y su influencia. España contrarrestando los secesionismos fomentados desde las naciones fragmentarias que han ido surgiendo desde finales del siglo XIX. La Rusia de hoy día, la Rusia de Putin, desarrolla una política muy similar a la colonial que definía Stalin en la segunda fase expresada más arriba. Sus tropas controlan los territorios cercanos, pues en ellos se nutre de materias primas, o los que son imprescindibles para el comercio y la defensa (son paradigmáticos los casos de las Repúblicas creadas por Stalin, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kazajstán y Kirguizistán, también el control de Georgia, Chechenia y el que estos días se ha debilitado con la desvinculación de Ucrania de Moscú). España se deja llevar por la política económica de sus socios europeos mientras trata de mantener su capa basal completa frente a los movimientos secesionistas de vascos y catalanes.

Cuando Stalin promueve la Unión de Repúblicas Soviéticas ve de forma diáfana algo que no existe ni existirá, la «República Socialista Soviética Mundial» (Stalin, 1973, p. 158). Tal República no es una utopía para el dirigente comunista. Tal República no es para él un referente que le sirva en su acción política cotidiana. La República Socialista Soviética Mundial es para él una «realidad». El filomat (el materialismo filosófico) denomina a este espejismo de Stalin «idea aureolar». Stalin está convencido de la existencia de una organización social y política de esas características, igual que los cristianos están convencidos que tras el juicio final el cielo espera a los que habitaban la también real «ciudad de Dios» de los justos. A Stalin, en el marco de esta creencia, le parece perfectamente defendible el derecho de autodeterminación de las naciones, pues como Lenin le había enseñado es un paso histórico necesario en el discurrir emancipatorio. Por ello, el último punto, el 26, del «Acuerdo sobre la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas», atiende al derecho de autodeterminación de las naciones en la unión definitiva la diferencia quedará difuminada por la identidad de la clase obrera, de la «humanidad»; pero claro, de aquellos polvos vienen los lodos actuales):

Cada una de las Repúblicas de la Unión conserva el derecho a salir libremente de la Unión. (Stalin, 1973, p. 167).

La cuestión de fondo es la consideración de una teoría de la historia, una teoría de la política y una teoría del Estado todas ellas erróneas. Los mecanismos en los que se sustentaban sus afirmaciones eran vanos. Lo ha mostrado el devenir histórico. Stalin tenía la construcción de un Imperio universal como meta y los hechos de la historia en los que tuvo un papel protagonista quizá le confirmaban sus creencias, esto afirmaba en 1923 ante el X Congreso Panruso de los Soviets, tras el cual nace la República Rusa que más adelante formará parte de la URSS:

La voluntad de los pueblos de nuestras Repúblicas, recientemente reunidos en sus congresos y que han decidido unánimemente la constitución de la Unión de Repúblicas, testimonia indudablemente que la causa de la unión está en el camino acertado,, que dicha causa descansa sobre el gran principio de la libre adhesión, y de la igualdad de los pueblos . Esperemos camaradas, que al formar nuestra República federal habremos creado un baluarte seguro contra el capitalismo internacional, que el nuevo Estado federal señalará un nuevo paso decisivo en la senda que conduce a la unión de los trabajadores de todo el mundo en una sola República Socialista Soviética Mundial. (Stalin, 1973, p. 158).

Las debilidades de la filosofía de la historia del marxismo aparecen cuando confrontamos sus teorías con las desarrolladas por el filomat. Un territorio no pertenece a los que viven en él por el hecho de que vivan allí desde tiempos ignotos, o porque psicológicamente se consideren parte de él, o por las demás afirmaciones, algunas no tan gratuitas, de la teoría marxista, pues no todo debe desecharse. Un territorio pertenece a los que viven en él, siempre que puedan defenderlo. No hay escrituras de propiedad de los territorios, cuál sería la instancia ante la que pudiera demostrarse que tal documento es legal. El ejemplo paradigmático del absurdo de la cuestión es el argumento de los hebreos cuando en la mesa de negociación con los palestinos ponen la torá para demostrar que las tierras que están poblando desde hace unas décadas son las suyas. Esto es una demagogia inaceptable. El territorio lo hacen suyo por la fuerza y se lo arrebatan a los que en él estaban porque los palestinos no tienen fuerza para defenderlo, además de que los aliados que apoyan a los primeros son más fuertes que la liga árabe que es la que apoya a los musulmanes palestinos.

Si Nikita Jrushchov no hubiera tenido en cuenta la teoría del estado marxista sino una más potente, no habría regalado la península de Crimea a los Ucranianos en 1954, un hecho que agravó el conflicto de los ucranianos con la nueva Rusia, que se está reorganizando imperialmente y que precisa para ello la salida al exterior por Odesa, por lo que como no va a ser de otra manera, el conflicto en Ucrania seguirá haciéndose cada vez más grande. Putin no dejará nunca que Ucrania sea miembro de la OTAN ni socia del enemigo imperialista más cercano, que es la Unión Europea, ello va totalmente contra sus intereses geoestratégicos.

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{1} Este escrito que aquí presentamos es una parte del texto base elaborado para la ponencia que, en el año 2014, este autor defendió en los X Encuentros en el lugar. Encuentros que se desarrollan en el municipio conquense de Carrascosa.

{2} Gustavo Bueno, “La idea del ‘patriotismo constitucional’”, El Catoblepas abril de 2014, 146:2.

{3} Desde los parámetros del materialismo filosófico hemos contrarrestado esta expresión de nación. En las primeras páginas de nuestro texto habíamos dado una clasificación en la que atendíamos a los distintos significados que nación ha tenido en el transcurrir de la historia, la cual fue dada por Gustavo Bueno en su conferencia del 14 de abril de 2005, y que nosotros solo hemos reelaborado, apoyándonos también en otros de sus escritos y conferencias, en los que trataba sobre los mismos problemas. Aquí no volvemos a presentarlo, pues aparece en el número 197 de la revista El Catoblepas. La tabla y las explicaciones pertinentes pueden leerse en el artículo “La idea de España en Marx” (EC 197:2). El materialismo filosófico nos brinda la posibilidad de hacer un diagnóstico certero del porqué de la falta de claridad de las explicaciones de los autores marxistas y de los filósofos, sociólogos, antropólogos y políticos, de hoy en día, que presas de otras oscuras definiciones siguen nombrando las «naciones» creyendo que saben lo que están expresando con ese término.

{4} Este texto es de 2014. Hoy día, en los primeros compases de 2022, el problema de Crimea se ha extendido a toda Ucrania, pues los enemigos del imperialismo ruso quieren socavar su control territorial, permitiendo a Ucrania entrar a formar parte de la OTAN. Vladimir Putin ha desplazado a más de cien mil hombres a la frontera para que esto no pueda llevarse a cabo.

{5} Como todos sabemos la zona sin embargo, una vez que la URSS se rompió ha sido de las más «calientes», respecto de los problemas nacionalistas, solo tenemos que pensar en las repúblicas caucásicas de Georgia y Chechenia, para ejemplificarlo

{6} «Sin embargo, la idea fuerza del materialismo histórico vinculaba al comunismo con una idea metafísica, resultado de una sustancialización mitopoiética de una idea meramente taxonómica, a saber, la idea del Género humano de Linneo. Porque el Género humano no es una sustancia, ni una esencia, ni la «Humanidad» es una totalidad que tienda, por sí misma, a un fin preescrito en una dirección determinada, progresista y armónica. Sin embargo, la fascinación que causaba en millones de hombres esta idea fuerza era, en su mismo principio, resultante de la ignorancia profunda de quienes se dejaban arrastrar por una sinécdoque, la idea fuerza del comunismo» (Gustavo Bueno, «Comunismo» como idea fuerza», El Catoblepas 143, página 2).

{7} Gustavo Bueno, «España», El Basilisco 24, p. 28.

{8} Si atendemos al anexo 1 veremos que las naciones políticas solo pueden denominarse como tales a partir de las constituciones burguesas de finales del XVIII, en las que se expresa que la soberanía deja de estar en el Rey y pasa al Pueblo. Lo que quiera decirse con «el pueblo» es problema de otra crítica que excede los límites de ésta

{9} Según la Enciclopedia Symploké: “En el Materialismo Filosófico una idea aureolada es una idea que sólo puede considerarse como referida a un proceso real («realmente existente») cuando lo envuelve con una «aureola» tal que sea capaz de incorporar las referencias positivas («realmente existentes») a unas referencias aún no existentes, pero tales que sólo cuando son concebidas como realizadas en un futuro virtual, las referencias positivas pueden pasar a ser interpretadas como referencias de la idea aureolar. De este modo habrá que decir que la parte de la extensión interna «aún no realizada» o visible de la idea, se presenta como constitutiva de la parte realizada o visible, en tanto que ésta sólo cobra sentido como un momento del desarrollo del proceso global, en cuanto proceso «en marcha»”: http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Idea_aureolar

{10} Juan Ruiz Manero, «Teoría de la democracia y crítica del marxismo en Kelsen». Presentación del texto de Kelsen: Escritos sobre la democracia y el socialismo, Editorial Debate, Madrid 1988, p. 49.

{11} Dice Lenin en esta obra: «Si las objeciones que se hacen al plan de organización que aquí exponemos, reprochándole su falta de democracia y su carácter conspirativo, carecen totalmente de fundamento, queda todavía pendiente una cuestión que se plantea muchas veces y merece detenido examen: se trata de la relación existente entre el trabajo local y el trabajo a escala nacional. Se expresa el temor de que, al crearse una organización centralista, el centro de gravedad pase del primer trabajo, al segundo, el temor de que esto perjudique al movimiento, debilite la solidez de los vínculos que nos unen con la masa obrera, y, en general, la estabilidad de la agitación local» (Lenin, ¿Qué hacer?, p. 74, https://proletarios.org/books/LENIN-Que_hacer.pdf ).

{12} Este es uno de los problemas que hoy tiene España. Ni Lenin, ni mucho menos Stalin, hubieran permitido nunca lo que promovieron los «Padres» de la Constitución española de 1978. Con la puerta abierta a las «autonomías» propiciaron una transferencias de poder y control político (nos referimos a las transferencias en materia de educación que fomentan las «culturas nacionales») que están derivando en los actuales problemas de nuestra nación.

{13} Las escuelas de cuadros que inauguró Stalin traspasaron las fronteras tras la segunda Guerra Mundial y muchos miembros de los partidos comunistas de todo el mundo iban a tales escuelas a formarse como cuadros del partido. Una de ellas fue la que, en Wandlitz (Berlin), llevaba el nombre de Wilhem Pieck.

{14} Stalin no ha considerado un importante dato, referido a los dos últimos estados consolidados en Europa. Alemania e Italia han llegado tarde a su consolidación como naciones. Alemania e Italia no han desarrollado un colonialismo como lo han hecho las naciones de Occidente. Ambas están constreñidas sin posibilidad de expandir sus mercados. Por otra parte, el capital humano también es importante pues los ejércitos de las naciones colonialistas se nutren de nativos de las colonias. Estos factores son muy relevante para los acontecimientos bélicos que se sucedieron en el mismo siglo de la Revolución de Octubre.

{15} http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Idea_aureolar

{16} El problema de España, como problema filosófico, es un caso particular del caso general, en filosofía de la historia, que hay que suscitar ante aquellos proyectos históricos de «planificación global de la humanidad» que sólo son posibles, como hemos dicho, desde algunas de sus «partes», las que parecen capaces de poder emprender la realización de ese objetivo esencial constituyéndose, por ello mismo, en imperios universales, en «partes totales». Los límites de estos imperios, cuando se dibujan, con límites reales, aunque más o menos lejanos, anuncian ya la decadencia de su esencia, porque esta esencia no puede reconocer límites en su expresión «realmente existente». Por ello, la formulación del problema filosófico del imperio español que nos ocupa toma generalmente el aspecto del problema de la decadencia y, en general, de la caída; pero la «caída» es la última expresión de la limitación o decadencia de una «esencia» ilimitada (G. Bueno, «España». El Basilisco 24, p. 45).

El Catoblepas
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