El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org

logo EC

El Catoblepas · número 198 · enero-marzo 2022 · página 7
Artículos

¿Es el feminismo eutáxico en la España del presente?

Daniel Alarcón Díaz

Guión para la conferencia homónima pronunciada en los primeros Encuentros forjados (Salamanca, 30 enero 2022)

foto

Introducción

Parece preciso y procedimentalmente adecuado hacer preceder al análisis de la cuestión de la conferencia la justificación del título. Cuando se me propuso impartirla en estos Encuentros en torno a algún tema específico que pudiese quedar albergado como oportuno al tema general «En defensa de España y la Hispanidad», inmediatamente observé que éste declara una intención práctica y no tanto teórico-especulativa, a través de un imperativo implícito: hay que defender España y la Hispanidad. Por lo cual ha de haber algún peligro o amenaza en el presente que conduzca al imperativo de esa defensa. Dice también «España 'y' la Hispanidad», por ese orden, con lo que parece sugerirse que la defensa de la Hispanidad figura como mediata a la defensa de España, de forma tal que los problemas de España se reflexionan objetivamente como problemas de la Hispanidad. Por tanto, se trataba de determinar cierto mal a España que tomando ésta como punto de partida fuese capaz de reflexionarse hacia el resto de naciones políticas pertinentes.

Resulta evidente que los males de España son múltiples, y que también lo son los males capaces de trascender al resto de la Hispanidad, desde males económicos tales como la hiperinflación hasta males sanitarios tales como la pandemia del coronavirus, sea cual sea su perdurabilidad restante. Se me ofrecía así una amplia capacidad de elección, de modo que encontré oportuno verter parte de los resultados de mis lecturas más recientes en relación al proyecto de un análisis de las temáticas antropológicas y sociológicas suscitadas por el movimiento feminista desde la escuela del Materialismo filosófico a la conferencia encargada. Pero supuesto que «España» e «Hispanidad» corresponden a un conjunto de sociedades políticas y el feminismo no tiene por sí mismo un significado político, sino sólo en la medida en que determina algún tipo de efecto a escala de un Estado, su valoración como presunto mal debía medirse en función de lo que llamamos su «eutaxia».

Este concepto acuñado por Gustavo Bueno sobre el precedente del nombre griego utilizado por Aristóteles en la Política precisa de una aclaración para quienes no están familiarizados con el argot de la escuela. De un modo preciso, puede definirse la eutaxia como la especie de unidad definitoria de una sociedad política en cuanto sociedad unitariamente orientada a los proyectos de un gobierno con el fin de neutralizar las contradicciones que ponen en peligro la continuidad de su existencia. Expresado en una definición simplificada, la eutaxia es el buen gobierno, es decir, la capacidad de un Estado de seguir existiendo a lo largo del tiempo. El contrario de la eutaxia lo constituye la distaxia, es decir, la privación de esa capacidad. Si particularizamos las definiciones en la situación de la España del presente, son eutáxicos todos aquellos planes gubernamentales, expresados en leyes, que contribuyen a fortalecer el Estado frente a peligros internos o potencias extranjeras tales como Marruecos, China, Rusia o Estados Unidos, y distáxicos aquellos que contribuyen a debilitarlo.

Ahora bien, puede fácilmente inferirse que no todo proyecto de un gobierno es siempre eutáxico, sino, utilizando la fórmula platónica, «sólo unas veces sí y otras no». Se trataba así de determinar, como tema de interés para la defensa de España, y a su través, de la Hispanidad, si aquellas medidas de gobierno que pueden ser consideradas como orientadas en una dirección feminista son o no eutáxicas. Así pues, de todo ello resultó como tema de conferencia la consabida cuestión: «¿Es el feminismo eutáxico en la España del presente?»

1. ¿Feminismo o feminismos?

Sin embargo, y procediendo ya a su análisis, la cuestión elegida tampoco puede ser respondida in recto, con una solución –un o un no– que se extienda íntegramente y de modo idénticamente participado a todos los contenidos implicados por la composición de los conceptos «España», «presente», «feminismo» y «eutaxia». Esto se debe principalmente a que el feminismo no es un movimiento unitario, sino más bien una tradición de múltiples corrientes muchas veces enfrentadas entre sí cada una de las cuales puede arrojar como parámetro distinto resultado a la cuestión «¿Es el feminismo eutáxico en la España del presente?» interpretada como función lógica. Es decir, dependiendo de qué feminismo, el feminismo puede ser o no eutáxico, en caso de ser distáxico más o menos distáxico, o en caso de ser eutáxico más o menos eutáxico.

Es fácil efectuar una primera aproximación hacia la diversidad y contradicción entre las múltiples corrientes o ramas feministas si comparamos las teorías de Monique Wittig y Luce Irigaray, ambas feministas y coetáneas tanto en lugar (Francia) como en tiempo (último tercio del siglo XX). Así, para Wittig (2006) la única realidad de la distinción de hombres y mujeres es su función social de heterosexualización de la mujer y con ello la imposición opresora de sus obligaciones reproductivas, siendo así que las lesbianas, en tanto no-heterosexuales, carecerían de sexo y no serían ni hombres ni mujeres; el fin del feminismo debería ser, por tanto, el lesbianismo militante, en tanto implica la abolición de la distinción de hombres y mujeres. A continuación paso a ofrecer citas textuales de su ensayo La categoría de sexo, publicado por primera vez en el año 1982:

Porque no hay ningún sexo. Sólo hay un sexo que es oprimido y otro que oprime. Es la opresión la que crea el sexo y no al revés. Lo contrario vendría a decir que es el sexo lo que crea la opresión, o decir que la causa (el origen) de la opresión debe encontrarse en el sexo mismo, en una división natural de los sexos que preexistiría a (o que existiría fuera de) la sociedad. (p. 22)

La categoría de sexo es una categoría política que funda la sociedad en cuanto heterosexual. En este sentido, no se trata una cuestión de ser, sino de relaciones (ya que las «mujeres» y los «hombres» son el resultado de relaciones) […]. La categoría de sexo es la categoría que establece como «natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual), y a través de ella la mitad de la población –las mujeres– es «heterosexualizada» (la fabricación de las mujeres es similar a la fabricación de los eunucos, y a la crianza de esclavos y de animales) y sometida a una economía heterosexual. La categoría de sexo es el producto de la sociedad heterosexual que impone a las mujeres la obligación absoluta de reproducir «la especie», es decir, reproducir la sociedad heterosexual. (p. 26)

Para nosotras, ésta es una necesidad absoluta; nuestra supervivencia exige que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a destruir esa clase –las mujeres– con la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y esto sólo puede lograrse por medio de la destrucción de la heterosexualidad como un sistema social basado en la opresión de las mujeres por los hombres, un sistema que produce el cuerpo de doctrinas de la diferencia entre los sexos para justificar esa opresión. (p. 43.)

Para Irigaray (1992), por el contrario, la realización del proyecto de abolición de la distinción de hombres y mujeres implicaría el fin de la especie humana y el genocidio más radical conocido en la Historia. La cita textual está tomada de su libro Yo, tú, nosotras, cuyo original se edita en 1990:

Ciertas tendencias de nuestra época, ciertas feministas de nuestro tiempo, reivindican ruidosamente la neutralización del sexo. Neutralización que, de ser posible, significaría el fin de la especie humana. La especie está dividida en dos géneros que aseguran su producción y su reproducción. Querer suprimir la diferencia sexual implica el genocidio más radical de cuantas formas de destrucción ha conocido la Historia. (pp. 9-10)

De esta contraposición se infiere la imposibilidad de ofrecer una definición unívoca del feminismo y la constatación de que las implicaciones políticas para España de la realización de los proyectos de cierta rama del feminismo (por ejemplo, los de Monique Wittig) pueden diferir y difieren en muchos casos de las implicaciones resultantes de la realización de los proyectos de otra rama del feminismo (por ejemplo, los de Luce Irigaray). En este sentido, el esfuerzo de definición unívoca más popular del feminismo es el que lo demarca a través de la Idea de igualdad como «igualdad de hombres y mujeres», significando de un lado un principio de índole antropológica («hombres y mujeres son iguales») y de otro lado el movimiento social que actúa orientado por ese principio. Pero si se la examina con cuidado, se percibe que esta definición adolece de la posible confusión del ser con el deber ser característica de las ideologías, admitiendo dos interpretaciones contrapuestas:

(1) Como una igualdad a quo (de donde se parte), referida al ser. De acuerdo con esta interpretación, el feminismo sería el movimiento que reivindica que hombres y mujeres ya son iguales, es decir, que la sociedad reconozca esa igualdad en tanto aparecería oscurecida por ciertas circunstancias de orden coyuntural y accidental. Este principio puede ser fundamentado de modos muy diversos, principalmente de los dos siguientes:

(a) A través del dualismo mente/cuerpo, concibiendo todas las mentes como formalmente idénticas al menos en origen. Esta versión está históricamente filiada al espiritualismo cartesiano y aparece recogida por el llamado «precursor del feminismo» François Poullain de La Barre en su ensayo de 1673 Sobre la igualdad de los dos sexos: l'esprit n'a pas de sexe.

(b) A través de la noción de un contrato social, concibiendo a hombres y mujeres como individuos átomos que en cierto momento histórico indeterminado firmaron voluntariamente un contrato cuyas cláusulas sería preciso revisar en el presente. Como ejemplo puede citarse la teoría del contrato social heterosexual de la misma Monique Wittig (2006) en su ensayo A propósito del contrato social de 1989:

Alianza, convenio, acuerdo, se refieren a una alianza inicial que establece de una vez y para todos el vínculo que une a las personas. Según Rousseau, el contrato social es la suma de una serie de convenciones fundamentales que «aunque nunca han sido enunciadas formalmente, están sin embargo implícitas en el hecho de vivir en sociedad». Lo que es especialmente estimulante para mí de lo que dice Rousseau es la existencia real y presente del contrato social: sea cual sea su origen, existe aquí y ahora y, como tal, es susceptible de ser comprendido y de que actuemos sobre él. Cada firmante del contrato tiene que reafirmarlo en nuevos términos para que siga existiendo. Sólo entonces se convierte en una noción instrumental en el sentido de que el propio término contrato les recuerda a los firmantes que deben reexaminar sus condiciones. (p. 64)

Para volver al grupo «mujeres» y su situación histórica, considero apropiado al menos reflexionar sobre lo que afecta a su existencia sin su consentimiento. […] En efecto, las convenciones y el lenguaje muestran mediante una línea de puntos el cuerpo del contrato social, que consiste en vivir en heterosexualidad. Porque vivir en sociedad es vivir en heterosexualidad. De hecho, para mí contrato social y de heterosexualidad son dos nociones que se superponen. El contrato social del que estoy hablando es la heterosexualidad. (pp. 66-67)

(2) Como una igualdad ad quem (adonde hay que llegar), referida al deber ser. Según esta interpretación, el feminismo sería el movimiento que propugna que hombres y mujeres lleguen a ser iguales. La igualdad a la que hay que llegar constituiría así un imperativo práctico, y por tanto un ideal de justicia. Sin embargo, en función de cómo se interpreta la «justicia» puede dar lugar a dos ramificaciones enfrentadas:

(a) De un lado, la justicia legal, que implicaría como finalidad última del feminismo la igualdad ante la ley, es decir, que hombres y mujeres tengan los mismos derechos positivos. Esta posición se corresponde con los movimiento acaecidos durante el siglo XIX y comienzos del XX que las historiadoras feministas denominan «feminismo liberal», particularmente el «sufragismo» como igualdad de derecho al voto.

(b) De otro lado, la llamada justicia social, que pretendería neutralizar la contradicción observada en el hecho de que hombres y mujeres habrían llegado a tener los mismos derechos positivos y sin embargo la injusticia de hecho de su desigualdad efectiva habría permanecido. Así, medios como la llamada «discriminación positiva» serían necesarios para lograr subvertir fenómenos como el techo de cristal que impedirían el acceso de las mujeres a los estratos de mayor poder de la sociedad en tanto permanecen copados por hombres. Se corresponde con lo que más adelante tendremos la oportunidad de precisar como feminismo hegemónico.

Por lo demás, conviene por ahora mantener la ambigüedad constitutiva de la noción de una igualdad entre hombres y mujeres, en la medida en que la relación de igualdad depende de un parámetro en forma de «igualdad-en algo», por ejemplo «igualdad en altura», «igualdad en dignidad», «igualdad en salario», etc. Podría pensarse que los feminismos que reivindican la igualdad aluden implícitamente a la igualdad de derechos, pero no resulta claro que esta circunscripción implícita permanezca invariante en los diversos proyectos igualitaristas feministas, no tanto por la distinción entre justicia legal y justicia social y el uso frecuente de «discriminaciones positivas», como por la constatación de que no es fácil determinar el modo en que el ideal de que haya por ejemplo tantas mujeres en la Fórmula 1 como hombres se relaciona con la Idea de derecho.

Sin embargo, tal y como hemos observado, no todas las corrientes o ramas feministas son igualitaristas, sino que otras o bien reivindican abiertamente las diferencias entre hombres y mujeres o bien al menos matizan y limitan ese igualitarismo sólo a ciertos contenidos, absteniéndose de extenderlo a otros. Hay que añadir además que, si bien la teoría del feminismo como igualdad de hombres y mujeres no necesariamente tiene por qué ser signo de una concepción de tipo fundamentalista, ésta y otras teorías tienden muchas veces a desembocar en especies de fundamentalismo feminista. De nuevo para quienes no se encuentran familiarizados con el argot de la escuela del Materialismo filosófico, conviene efectuar una aclaración terminológica. En su definición completa, constituyen formas de fundamentalismo todas aquellas concepciones de cierta realidad antropológica que partiendo de ella la hipostatizan en determinada dirección que pasará a jugar el papel de medida de valor respecto de la realidad que le dio origen. Me explico a través de un ejemplo:

Alberto Garzón, como todo político de un partido que constituye una rama de la izquierda, tiene cierta noción o creencia de qué es la izquierda política. También puede admitirse que esa noción parte de algo que ha visto de hecho en la izquierda real, por ejemplo, que algunos políticos de izquierdas son honrados y no roban. Sin embargo, cuando éste dijo «si un político roba, entonces no es de izquierdas», es evidente que ha habido un «salto» desde la realidad «algunos políticos no roban» hacia una Idea de izquierda como pura honradez desvinculada de su realidad originaria, porque también hay políticos de izquierda corruptos y que roban. Esta operación de «salto» no es descriptiva o neutral, sino valorativa respecto de la «verdadera izquierda» que el político honrado representaría, y además permitiría que la izquierda quedase exenta de responsabilizarse de su propia corrupción en tanto que, al fin y al cabo, esos políticos corruptos no eran realmente de izquierdas.

Algo muy parecido sucede con algunas concepciones del feminismo desde el propio feminismo; y si hemos observado que en el caso de Alberto Garzón el fundamentalismo constituía un medio para resolver las contradicciones de la izquierda a fin de liberarse de la carga de responsabilidad de su propia corrupción, también en el caso del feminismo el fundamentalismo constituye una consecuencia funcional de ciertas contradicciones previas. Las más significativas en este sentido son quizá las tres siguientes:

(1) En primer lugar, la contradicción entre feministas de la justicia legal y feministas de la justicia social, es decir, las feministas que defienden el proyecto de una igualdad de derechos positivos entre hombres y mujeres frente a las feministas que defienden mecanismos de discriminación positiva a fin de contrarrestar desigualdades que la igualdad de derechos positivos encubriría falazmente. Desde la perspectiva fundamentalista de las feministas de la justicia legal, las feministas de la justicia social son falsas feministas que han abandonado el camino genuino que caracterizó siempre al feminismo, abocándose de vuelta hacia el sexismo legal que éste prometía subvertir. Sin embargo, para las feministas de la justicia social son las primeras las que amparándose en el fetiche de las leyes se muestran incapaces de asumir las desigualdades que siguen dándose en la sociedad, y se apartan por tanto de los fines más genuinos del feminismo.

(2) En segundo lugar, la contradicción entre feministas de la igualdad y feministas de la diferencia, es decir, entre las feministas que propugnan como deseable la igualdad entre hombres y mujeres y las feministas que consideran que la mejora de la situación de las mujeres no pasa por su igualación con los hombres. Para las feministas de la igualdad, las de la diferencia son de nuevo un falso feminismo por cuanto incurren en el esencialismo sexista del eterno femenino, concibiendo a la mujer como un ideal puro circunscrito al hogar por su incapacidad para desarrollar otras labores. Pero las feministas de la diferencia lo ven justamente al revés: son las feministas de la igualdad las que se apartan del feminismo al asumir el marco de valoración machista del patriarcado que conduciría a considerar como deseable el que las mujeres desempeñasen roles sociales anteriormente masculinos, tales como ser ingenieros, policías o bomberos, y lo que habría que hacer sería reivindicar la feminidad, es decir, el rol social de las mujeres como madres y esposas, reconocer la importancia para la sociedad de sus profesiones características, etc.

(3) Y en tercer lugar, la contradicción entre feministas queer y feministas radicales (radfems), es decir, entre las feministas que consideran que ser mujer es un «constructo social» indefinible y que las políticas de discriminación positiva deben realizarse en función del género autodeterminado, que cada persona dice que es, y las feministas que consideran imprescindible definir la mujer como «hembra humana adulta», y aducen por el contrario que el parámetro clave políticamente debería ser el sexo y no ningún «género autodeterminado». De nuevo, desde la perspectiva de las primeras, las feministas radicales habrían traicionado al feminismo en el momento en que esencializarían a la mujer motivadas por su transfobia, mientras que las feministas radicales atribuyen a las feministas queer no tener siquiera claro cuál es su sujeto de reivindicación, la mujer, siendo así que movidas por su misoginia son ellas las que al afirmar que pintarse la cara o las uñas o vestir con falda es condición suficiente para ser mujer esencializan la feminidad, y traicionan al feminismo al permitir que hombres amparados en su género autodeterminado copen los privilegios legales que se había reservado como discriminación positiva sólo para las mujeres y las ponen en peligro o desventaja en lugares como los baños públicos o los deportes.

Cada una de estas contradicciones constituye una vía de acceso a la formulación de una concepción fundamentalista del feminismo; es lo que popularmente se ha llamado «quitar el carné de feminista». Sin embargo, en la medida en que se desee evitar incurrir en el fundamentalismo se hace imprescindible reconocer que el feminismo no es una corriente homogénea que pueda ser circunscrita sólo a alguna de sus ramas con exclusión del resto, sino que son las diversas ramas en tanto denotadas por el nombre «feminismo» aquello de lo que hay que partir explícitamente como un factum a la hora de determinar qué tipo de unidad albergan entre sí, es decir el qué-es o esencia del feminismo. Pero si el feminismo no presenta las características de una esencia unívoca del tipo «feminismo es el movimiento que lucha por la igualdad de hombres y mujeres», aún puede conceptuarse esa unidad al modo de una esencia procesual en el sentido de los géneros y especies de la clasificación de seres vivos del darwinismo en Biología. Desde este punto de vista, lo que tienen en común los diversos feminismos no es ya el presentar una serie de rasgos homogéneamente repartidos, sino el ser ramas de un mismo tronco histórico, que se ha ido diversificando a lo largo del tiempo hasta dar lugar a las contradicciones que hemos analizado.

Si bien excede ampliamente el objeto de la presente conferencia determinar y justificar una teoría del feminismo como una esencia histórica de este tipo, se puede aventurar a modo de hipótesis que el tronco de la corriente que llamamos «feminismo» no es anterior al menos hasta mitades del siglo XX, siendo que la obra El segundo sexo de Simone de Beauvoir aparece en 1949, y más tarde La mística de la feminidad de Betty Friedman en 1963. No cabe omitir que el propio nombre «feminismo» surge en francés como féminisme no antes de finales del siglo XIX, y si bien habían existido ya con siglos de anterioridad decenas de autores que defendieron la dignidad o derechos de las mujeres, sobre lo cual puede citarse la Defensa de las mujeres de Benito Jerónimo Feijoo, la Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, ambos en el siglo XVIII, o incluso el La ciudad de las damas de Christine de Pizan, en el siglo XIII, y también movimientos organizados de orden semejante, tales como el sufragismo, que exigió el voto femenino, esta aparente convergencia no autoriza a asimilar los escritos o movimiento señalados en un mismo movimiento, con el nombre «feminismo» predicado retrospectivamente sobre ellos.

Este principio de diversidad sustancial entre las manifestaciones culturales citadas se funda ante todo en la discontinuidad histórica entre ellas. No hay ninguna conexión histórica directa entre Christine de Pizan y Feijoo o entre Feijoo y Simone de Beauvoir o Betty Friedman, de la misma manera que no la hay entre el sufragismo y el feminismo estricto, siendo el caso que entre ambos hay un importante lapso de tiempo de varias décadas en el que el sufragismo desaparece como tal movimiento organizado antes del surgimiento de ese feminismo. Si se pone esta hipótesis en relación con la conocida teoría de las llamadas «tres oleadas del feminismo», no se trataría tanto de que el feminismo conste de diversas oleadas como de que son movimientos distintos e inconexos a los que retrospectivamente se les ha puesto por licencia y anacronismo un mismo nombre. El significado histórico de esta tesis se radicaliza incluso si se tiene en cuenta que el feminismo estricto fue un movimiento minoritario hasta la década de 1970 en Estados Unidos, e incluso más tarde en el caso del resto de países occidentales, como fenómeno de masas que Marvin Harris (1992) procurara explicar en su célebre trabajo de 1981 La cultura norteamericana contemporánea.

2. Intersección feminismo/política

Sin embargo, en cuanto a las consecuencias prácticas a la eutaxia que pudieran resultar de los diversos feminismos, se trataría aún de demostrar qué tipo de relación puede mediar entre el feminismo y la política. En este sentido, y si se considera «feminismo» y «política» como conjuntos lógicos a fin de emplear la lógica de conjuntos como artefacto clasificatorio, pueden considerarse las siguientes posibilidades de relación a debatir:

(1) Feminismo y política interseccionan en elementos comunes. Según esta posición, no todo pero sí parte del feminismo tiene contenidos que conciernen a la política.

(2) Feminismo y política no interseccionan en ningún elemento común. Se trataría de dos actividades de la praxis humana que no se involucran mutuamente en ningún sentido ni tienen nada que ver: al político no le interesa el feminismo y al feminista no le interesa la política.

(3) El feminismo está contenido como una forma entre otras de política. Ser feminista sería una forma de hacer política. Corresponde con las teorías de la política que no pasan por el Estado sino que la definen de un modo genérico como todo ejercicio del poder.

(4) La política está contenida como una forma entre otras de feminismo. Por ejemplo, si se asumiese que todo político lo es sólo cuando y en la medida en que es feminista.

(5) El feminismo y la política se superponen como una y la misma cosa. Si se supone que ser feminista es ser político y ser político es ser feminista en tanto ambas actividades se identifican esencialmente.

De entre estas posibilidades se concederá que descartemos las posiciones (4) y (5), y también la (3) en tanto la definición de la política por el poder referida resulta ser excesivamente genérica a la vida de un Estado. En cuanto a la posibilidad (2), su refutación consiste en la constatación de que los ideales prácticos del feminismo se han traducido de hecho ya en leyes de alcance político que examinaremos más adelante. Así, y tomando partido por el modo de relación (1), puede afirmarse que si bien el feminismo suele referirse inmediatamente antes a contenidos éticos o antropológicos que políticos, sus proyectos prácticos pasan al menos oblicuamente por la realización de medidas que afectan a la estructura de los Estados.

A fin de precisar esta relación se hace necesario distinguir en primer lugar cuáles de las diferentes partes de un Estado y en qué contenidos han permitido la intersección entre feminismo y política que se ha señalado, para lo cual el Materialismo filosófico cuenta con un modelo canónico de sociedad política que distingue en ella tres capas de componentes:

(1) una capa conjuntiva, correspondiente a las relaciones entre ciudadanos miembros del Estado, por ejemplo, sus instituciones familiares, profesionales o sindicales,

(2) una capa basal, correspondiente a las relaciones entre los ciudadanos y la riqueza objetiva nacional, principalmente todo cuanto tiene que ver con la producción de bienes y servicios y la economía en general, y

(3) una capa cortical, correspondiente a las relaciones entre los ciudadanos de la sociedad política dada y los ciudadanos de otras sociedades políticas, en particular la diplomacia o la guerra.

En función de esta tríada de capas del Estado, puede ofrecerse como ejemplo los siguientes proyectos feministas con alcance político:

(1) A la capa conjuntiva afectarían medidas como la imposición de listas cremallera en los partidos políticos, la obligación o incentivo a las empresas de satisfacer cuotas de contratación relativas a cierta proporción de mujeres en sus plantillas de trabajadores, la Ley de Violencia de Género, en tanto establece procedimientos penales diferenciados cuando la violencia sea ejercida por un hombre hacia su pareja o expareja femenina, la Ley Solo Sí es Sí, las guías de lenguaje inclusivo emitidas por las autonomías o las subvenciones a asociaciones –llamadas popularmente «chiringuitos»– ellas mismas feministas.

(2) A la capa basal afectarían aquellas medidas que pretendiesen regular y desincentivar la producción y distribución de determinados bienes considerados sexistas, por ejemplo, el debate en torno a la pornografía en tanto se entiende que denigra a la mujer, y también la cuestión de la legalización de la prostitución o el modo de suprimirla como práctica ilegal.

(3) Y, finalmente, a la capa cortical afectarían aquellas medidas que resultado de la consideración de que determinado país ha vulnerado derechos humanos considerados fundamentales de la mujer prescribiesen ciertas medidas diplomática o incluso dependiendo de la gravedad de la vulneración un posible bloqueo comercial.

3. Concepto y crítica del feminismo hegemónico

Ya hemos determinado, entonces, cómo el feminismo puede adquirir un significado político; y, si hemos observado que no era posible responder rectamente a la cuestión titular sin pasar por un qué feminismo, en tanto los feminismos son múltiples, diversos y mutuamente contradictorios, esto no implica que todos los feminismos tengan la misma importancia política para la España del presente y, a su través, para la Hispanidad. Mientras que algunas teorías o proyectos emitidos desde alguna deriva del tronco del feminismo tienen un alcance de institucionalización minoritario y parecen excusar de su toma en consideración, otros alcanzan un grado de institucionalización suficiente como para llegar a traducirse en la constitución de un ministerio de gobierno completo: el Ministerio de Igualdad establecido en el gobierno PSOE/Podemos bajo la legislatura de Pedro Sánchez desde 2018 y dirigido por Irene Montero.

De esta manera, ha venido usándose desde hace años el sintagma «feminismo hegemónico» como un concepto funcional capaz de permitir caracterizar al feminismo con un grado máximo de pregnancia institucional frente a otros sin por ello comprometer la diversidad interna de éste en otras ramas. Tal y como se deduce fácilmente, «hegemónico» depende del parámetro del dónde y del cuándo; el feminismo hegemónico hoy en España no es el mismo en sus contenidos que el que existía aquí hace treinta años, de la misma manera que tampoco tiene necesariamente por qué corresponderse con el feminismo hegemónico en Dinamarca o en Noruega, si bien sus rasgos característicos sí parecen ser en este caso relativamente uniformes en su distribución internacional si obviamos componentes como el concepto de «violencia de género», de uso generalizado en España y no tanto en otros países, donde continúa usándose el sintagma «violencia de pareja íntima» (intimate partner violence) en su lugar, por poner un ejemplo.

Podemos en este punto comprometernos a determinar una enumeración de al menos cinco señas de identidad del feminismo hegemónico en la España del presente, es decir, cinco rasgos que permiten adscribir a aquel cuyo discurso los presenta como una persona feminista, en particular los siguientes:

(1) Las mujeres están en el presente en una situación de desventaja ética global frente a los hombres. Esta desventaja se expresa frecuentemente a través del concepto de «privilegio»: los hombres tienen un privilegio como tales hombres frente a las mujeres. Esto no tiene por qué implicar que cualquier hombre tiene ventajas en la estructura social española respecto de cualquier mujer, en el sentido de que un trabajador de renta baja nacido en un barrio obrero haya de estar privilegiado respecto de Ana Botín, sino sólo que dentro de cada uno de esos estratos los hombres están privilegiados respecto a las mujeres del mismo estrato, es decir, los hombres nacidos en familias de renta baja respecto de las mujeres nacidas en familias de renta baja, y los de familias de renta alta respecto de las de familias de renta alta, y así con el resto de estratos.

(2) En nuestra sociedad han existido y siguen existiendo una serie de estereotipos de género arbitrarios que designan lo que es femenino y masculino. Por ejemplo, el que las mujeres decidan no acceder a carreras STEM (Science, Tecnology, Engineering, Mathematics) se debe entera o al menos principalmente a que se les enseña la creencia de que éstas no son carreras para chicas, siendo el caso que las mujeres tienen objetivamente tanta o más capacidad para desempeñarse en ellas como los hombres. No encuentran referentes femeninos y los profesores las discriminan en los institutos frente a los alumnos varones en ellas, desincentivando y suprimiendo vocaciones de chicas que de otro modo serían grandes matemáticas o ingenieras. En el caso del lenguaje, el modo de revertir esta situación lo constituiría el llamado «lenguaje inclusivo».

(3) Existe entre hombres y mujeres una brecha salarial por la cual a igual trabajo las mujeres son discriminadas cobrando menos. Al tomar el total de lo ganado por las mujeres en España y dividirlo por el número de mujeres y tomar el total de lo ganado por hombres y dividirlo por el número de hombres resulta una diferencia en la cuantía monetaria percibida de entre un 20 y un 30% según el país. Los mecanismos legales que castigan penalmente la discriminación laboral a las mujeres no estarían funcionando porque las mujeres correspondientes no se atreven a denunciarlo por el temor a ser despedidas; se encuentran por tanto tan desamparadas ante la ley como lo estuvieron siempre.

(4) Existe para las mujeres un techo de cristal que impide a través de la discriminación que éstas alcancen las posiciones de mayor poder de la sociedad. Es decir, que independientemente de que una mujer presente mayores méritos y capacidad para desempeñar un alto cargo político o en una empresa que sus candidatos masculinos rivales, existe la tendencia a que por causa del sexismo y la discriminación los candidatos hombres sean los que obtengan ese puesto en lugar de ellas. De esta manera, sería imprescindible establecer listas cremallera y cuotas de contratación a las empresas como único medio por el cual puede garantizarse que las mujeres accedan a las posiciones de poder y responsabilidad que les corresponderían de no ser discriminadas.

(5) Cada año decenas de mujeres son asesinadas en España por el mero hecho de ser mujeres, es decir, por violencia de género. El tipo de violencia intrafamiliar que va de los hombres hacia las mujeres es de un tipo totalmente distinto del que va de las mujeres hacia los hombres, en tanto se origina en las relaciones asimétricas de poder entre ambos sexos históricamente heredadas a las que se refiere el nombre «género». Una teoría popular que expresa esto es la analogía de la «pirámide del machismo». En la base estarían conductas sexistas muy frecuentes que no tienen por sí mismas un particular significado ético, llamadas «micromachismos», por ejemplo, el que cuando un hombre y una mujer piden una coca-cola y una cerveza el camarero que les sirve entienda por defecto que la coca-cola es para la mujer y la cerveza para el hombre, y en la cúspide de la pirámide estarían prácticas aberrantes como el feminicidio, la violencia vicaria o las violaciones en manada. La recurrencia de las prácticas que están en la base, los micromachismos, determinaría que las prácticas aberrantes que están en la cúspide sigan existiendo. Por tanto, para evitar el feminicidio o las violaciones sería imprescindible concienciar contra el sexismo en general a través de medios como los juguetes sin estereotipos de género o el lenguaje inclusivo, y en particular las campañas contra la violencia machista junto a movilizaciones en la calle que den a entender a los hombres que ninguna mujer les pertenece.

Hasta ahora tan sólo se han expuesto los cinco rasgos en función de las teorizaciones del propio feminismo hegemónico, es decir, desde lo que los etnólogos llaman una perspectiva emic. Sin embargo, en el momento en que se reconoce que las implicaciones políticas de los proyectos  prácticos feministas implicados por las teorías presentadas dependen de los resultados de esas medidas, y estos de la veracidad de las teorías correspondientes, se hace imprescindible disolver la neutralidad emic de la exposición doxográfica y proceder a una crítica que al tomar partido permita deducir esas implicaciones. Por tanto, falta proceder uno por uno a evaluar críticamente los cinco rasgos, comenzando por el primero:

(1) Situación de desventaja ética global de los hombres frente a las mujeres

Sobre este punto, la confusión principal proviene de tomar en consideración a la hora de analizar la situación de hombres y mujeres en sociedades del presente como la española sólo las posiciones de máximo estatus social, como las personas con mayor patrimonio, los líderes de los partidos políticos, los cirujanos o los jueces, que efectivamente están ocupadas mayoritariamente por hombres. Sin embargo, el análisis arroja un resultado diferente cuando se constata que las posiciones de mínimo estatus social, como los vagabundos, los drogodependientes, quienes abandonan los estudios sin obtener el graduado escolar, los albañiles, los barrenderos o los limpiadores de alcantarillado, están también ocupadas mayoritariamente por hombres. Así, no es que sea falso que efectivamente no hay tantas mujeres en posiciones de máximo estatus, sino simplemente que mientras las mujeres tienden a ocupar mayoritariamente regiones «intermedias» de estatus, los hombres figuran como más dados a los extremos, tanto por arriba como por debajo. De este modo, el «saldo global», permítase la licencia cuantitativista,  de las ventajas y desventajas éticas correspondientes a la situación de hombres y mujeres en las sociedades modernas occidentales, en nuestro caso particularmente la española, parecería inclinarse hacia un resultado neutro o incluso ligeramente inclinado hacia una desventaja del varón.    

Recientemente ha comenzado a presentarse el fenómeno del suicidio como uno de los principales retos y problemas sociales a resolver durante las próximas décadas, pero en relación a aquél no cabe olvidar que el número de defunciones de hombres por suicidio se mantiene en España en torno a las 2600-3000 personas/año frente a las 900-1000 de mujeres{1}, mientras que por comparación las mujeres cuyos asesinatos son categorizados como violencia de género no superan los 35-50 casos/año estables desde 2011{2}. Por poner un ejemplo, durante el año 2020 hubo en España 45 mujeres fallecidas por asesinatos de este tipo{3}, frente al suicidio de 2930 hombres y de 1011 mujeres{4}. En cuanto a muerte por accidentalidad laboral, ésta afectó a 604 hombres pero sólo a 33 mujeres{5}. En este sentido, no sería justo ni realista plantear la comparación entre suicidio o muerte por accidentalidad laboral y la llamada «violencia de género» como una disyuntiva fuerte: o bien ayudamos a los hombres, o bien ayudamos a las mujeres. Esta disyuntiva sería inaceptable, porque una buena explicación social de ambos órdenes de fenómenos no debería tomar como términos a «hombres» y «mujeres» en general, sino de un modo más preciso a ciertos hombres y ciertas mujeres en situaciones específicas que hay que determinar. Sin embargo, no por ello el contraste queda exento de significado a fin de dilucidar adecuadamente en la cuestión del privilegio o no de cada uno de ambos sexos.

(2) Estereotipos de género

Tratando ahora del sexismo y los estereotipos de género, conviene comenzar por señalar que la teoría presentada lleva implícitos principios antropológicos que Marvin Harris (1982) denominó acertadamente «idealismo cultural», y que podríamos redefinir como el grupo de todas aquellas teorías antropológicas que conciben la cultura, o una cultura, como determinada por la voluntad arbitraria de ciertos individuos previos. Es probable que aquellas personas que defienden que los estereotipos de género son arbitrarios o construcciones sociales históricas pero contingentes no se sientan cómodas al ver designadas sus teorías como formas de idealismo, lo cual denota el componente crítico que esta designación conlleva, pero no necesariamente su extralimitación.

Sin embargo, y con independencia del sintagma con el que se pueda intentar identificar el defecto de la teoría feminista hegemónica de la arbitrariedad de los estereotipos, lo cierto es que ésta se enfrenta a contradicciones surgidas de al menos tres frentes distintos:

(a) De un lado, del materialismo cultural. Nótese que mediante éste sintagma se designa tan sólo la contrafigura negativa del idealismo cultural tal y como ha sido definido, en un sentido genérico que no se circunscribe sólo a la escuela antropológica fundada por Marvin Harris sino también a la escuela funcionalista o la ecológica y autores como Bronislaw Malinowski, Edward Evan Evans-Pritchard o incluso Gerda Lerner, dentro de otra rama de la tradición del propio feminismo. Así, estos autores han ido notando desde hace décadas cómo variaciones interculturales en instituciones como la familia, es decir, si ésta es matrilineal o patrilineal, o si es matrilocal o patrilocal, o si presenta o no avunculocalidad, o la labores encomendadas a hombres y mujeres como cocina, caza menor, caza mayor, hortícolas, recolectoras y el resto de contenidos de los roles de género, están correlacionadas con condiciones como si la sociedad respectiva es principalmente ganadera, cazadora o agricultora, o si es nómada o sedentaria, y pueden ser explicadas a través de mecanismos y funciones sociales determinados por esas condiciones. La aceptación de estos resultados conduce fácilmente a inferir que las instituciones culturales vinculadas a hombres y mujeres no son arbitrarias o contingentes sino un producto necesario para las condiciones que les ha dado lugar, incluyendo la explicación que Marvin Harris propone de por qué se ha institucionalizado el feminismo a partir de los años 70 del siglo XX sin que por eso deba concluirse que las voluntades de los individuos de cada una de esas sociedades o de las feministas sean una apariencia, sino simplemente que esas voluntades están objetivamente determinadas «desde fuera».

(b) De otro lado, disciplinas como la Psicología evolucionista, en tanto el ambiente hegemónico tras la Segunda Guerra Mundial en las ciencias sociales, que enfatizaba la variabilidad intercultural y rechazaba todo intento de explicación biológica de los fenómenos antropológicos como reacción al nazismo, habría dado paso a una mayor libertad para reconocer cada vez con más insistencia la existencia de ciertos universales antropológicos para cuya explicación necesariamente hay que acudir a determinantes de tipo naturalista. Uno de los primeros psicólogos en asumir esta dirección fue Paul Ekman (2004), que en su teoría de las emociones, presentada en el libro de 2003 ¿Qué dice ese gesto?, observó, tras procurar seguir las directrices culturalistas de antropólogos como Margaret Mead, que en sociedades que no presentaban ninguna vinculación histórica entre sí los gestos que expresaban determinadas emociones eran idénticos y reconocidos por cada uno de los miembros de esas sociedades en sus experimentos. En el caso de lo que el feminismo hegemónico denomina «estereotipos de género», cierta parte de ellos ha procurado ser explicada a través de determinantes como la hipergamia, en el caso de las preferencias sexuales de las mujeres hacia hombres de mayor estatus social o de alta estatura, o factores hormonales como la testosterona en la superior agresividad masculina y su preferencia hacia carreras que implican el trato con objetos y ejercicios de sistematización conceptual, frente a carreras que implican el trato con personas, cuya mayor afluencia femenina no podría explicarse tampoco exclusivamente por la socialización cultural.

(c) Finalmente de investigaciones empíricas en ciencias sociales en sentido amplio que demostrarían que la discriminación que efectivamente existe en sociedades como la española afecta negativamente a los varones en muchos casos en los que se pensaba que eran las mujeres las que se encontraban discriminadas. En esta dirección, Roxana Kreimer (2022B), a la que continuaremos aludiendo sobre las temáticas restantes, cita en su paper «Evidencias en contra del "techo de cristal"» estudios que concluirían que los estereotipos de género existentes en las sociedades occidentales del presente son más favorables a las mujeres que a los hombres, determinando especialmente la incapacidad generalizada de sentir empatía hacia el sufrimiento masculino:

En su artículo sobre la distorsión cognitiva que lleva a prestar menos atención a los problemas que padecen los varones, Tania Reynolds, Roy Baumeister y colegas señalan que "la investigación jurídica demuestra que los hombres reciben sentencias de prisión más largas que las mujeres, incluso cuando cometen delitos idénticos (Starr, 2014, Philippe, 2017, Shields & Cochran, 2019, Embry & Lyons, 2012, Mazella, 1994; Mustard, 2001). A través de distintos estudios experimentales Reynolds y colegas señalan que "tendemos instintivamente a ver los conflictos con dos roles: perpetrador intencional y sufrimiento (…) y una vez que se presenta un objetivo como autor, es increíblemente difícil verlo como una víctima, y viceversa" (Reynolds, 2019). A partir de distintos estudios experimentales, predijeron y luego encontraron evidencia de que las personas colocan más fácilmente a los hombres en el papel de perpetradores y a las mujeres en el papel de víctimas del sufrimiento. A través de distintos escenarios, encontraron que la gente asumió abrumadoramente que el objetivo dañado era una mujer, pero en particular cuando etiquetaron a los objetivos como perpetradores/víctimas. Cuando se asumía que el objetivo de daño era femenino, la percibieron como más moral, en comparación con las circunstancias en que asumieron que el objetivo dañado era masculino. Cuando un hombre hacía una broma, los participantes estaban menos dispuestos a perdonarlo y más propensos a castigarlo, menos dispuestos a trabajar con él y a nominarlo para un puesto de liderazgo, en comparación con una mujer que hacía la misma broma. Los autores concluyen que es un desafío percibir a los hombres como víctimas y responder de manera compasiva a su sufrimiento.

(3) Brecha salarial

Tanto la brecha salarial como el techo de cristal y en buena medida la violencia de género constituyen temáticas que si bien interesan a la filosofía antropológica y la teoría social se prestan menos a la crítica propiamente filosófica y en cambio parecen concernir mejor a los estudios empíricos. Por tanto, vamos a limitarnos sobre ellos a exponer las conclusiones ofrecidas por Roxana Kreimer. En el caso de la brecha salarial, en su paper «Brecha salarial: la ausencia de control de variables como encuadre equívoco de sexismo», Kreimer (2022A) observa que la creencia de que ésta se debe a la discriminación laboral de hombres y mujeres resulta de no tener en cuenta diferentes variables en las estadísticas globales de los ingresos de hombres y mujeres anteriormente señaladas, de tal manera que basta con considerar el número de horas trabajadas por ese total de hombres y por ese total de mujeres para que la mayor parte de la brecha de género inmediatamente se disuelva; textualmente:

En todo el mundo, en promedio las mujeres participan menos tiempo en el mercado laboral, 36 horas semanales contra 41 horas de los hombres (Organización Internacional del Trabajo, 2018). […] Estos datos son consistentes con las cifras de Eurostat, que muestran que en Europa hay 31,2 millones de mujeres y 9,5 millones de hombres entre 20 y 64 años que trabajaron a tiempo parcial en la Unión Europea en 2018, lo que representa el 19% del empleo total (Eurostat Statistics, 2019), y con las cifras que registra a nivel mundial la Organización Internacional del Trabajo (2016). La clave son los hijos, según veremos más adelante. En España, el 72% de los empleos a tiempo parcial corresponden a mujeres.

Esta diferencia en el número de horas trabajadas sería resultado de preferencias personales de las mujeres frente a los hombres directamente relacionadas con la maternidad. Así, cuando una pareja decide tener hijos, las mujeres tienden a reducir su carga de trabajo en el mercado laboral en favor de su cuidado, mientras que los hombres tienden a incrementarla a través de horas extras o buscando trabajos mejor remunerados.

(4) Techo de cristal

En cuanto al techo de cristal, en su paper «Evidencias en contra del "techo de cristal"» citado previamente, Kreimer (2022B) encuentra que la cantidad de mujeres en altos cargos de cada profesión tiende a ser proporcional a la cantidad de mujeres en cualesquiera cargos de esa profesión, que las mujeres tienden a priorizar la maternidad sobre posibles ascensos y mejora de condiciones laborales frente a los hombres, y que así como existe mayor proporción de hombres en las posiciones laborales de mayor estatus social existe también en las posiciones de menor estatus (fenómeno al que llama «piso de lodo»), tal y como ya hemos señalado. Incluso en disciplinas mayoritariamente vinculadas al sexo femenino como Pedagogía, Sociología o Demografía, las mujeres globalmente consideradas presentan menor número de publicaciones académicas. En cuanto a las cuotas o políticas de cupo, señala lo siguiente:

Como se ha señalado, las políticas de cupo, fuera de los ámbitos políticos, hasta ahora no han resultado efectivas en ningún país del mundo para incrementar el número de mujeres en cargos directivos. Sería necesario estar atento frente a la posibilidad de generar un sexismo en contra de los hombres. Particularmente significativo es el ejemplo de Francia, que tiene una ley por la cual se multa a los municipios que posean más de 60% de hombres o mujeres en cargos directivos; 16 comunidades fueron multadas por nombrar demasiados hombres y 74 por tener demasiadas mujeres (Francia: Multa de 90.000 euros a administración por contratar a demasiadas mujeres, 2019).

(5) Violencia de género

Finalmente, respecto de la llamada «violencia de género», en su paper «La violencia como fenómeno bidireccional» Kreimer (2022C) sostiene que la violencia intrafamiliar es formalmente simétrica (de hombres hacia mujeres tanto como de mujeres hacia hombres), pese a que, siendo los hombres quienes tienden a tener mayor fuerza física, su violencia conduce normalmente a consecuencias más dramáticas. No parece haber indicios de que la violencia hacia las mujeres sea un fenómeno socialmente aceptado en el sentido de una «cultura machista»; en el caso de España se destinan decenas de millones de euros a campañas de concienciación, las noticias sobre violencia de género copan los telediarios o se realizan actividades en centros educativos de todo el país en contra de ésta, entre otros signos. Además, no cabe olvidar tampoco que los destinatarios mayoritarios de violencia y homicidio no son mujeres sino otros hombres (entre el 70 y el 90% en todo el mundo). En sus palabras:

En todo el mundo innumerables trabajos también muestran que las mujeres son violentas: son las que más asesinan a sus propios hijos si excluimos al aborto (Velazco, 2018), inician tantas o más acciones violentas que los hombres en el marco de la pareja (Arbach, 2015) y las lesbianas reportan más episodios de violencia que las heterosexuales (Walters, 2011). Las mujeres no están excluidas como perpetradoras de las variantes más diversas de violencia y sus motivaciones la mayor parte de las veces no difieren de las de los hombres: los celos, el afán de posesión y el interés económico son algunas de las más comunes.

Estas razones prescriben rechazar el concepto de «violencia de género» tal y como lo define la Ley de Violencia de Género de 2004 en España categorizar en cambio los asesinatos correspondientes como una especie entre otras de violencia doméstica, intrafamiliar o de pareja íntima, sin más, VPI por sus siglas en español o IPV por sus siglas en inglés. Resultados muy semejantes aparecen en el paper de Pablo Malo (2020) «El paradigma de género no explica la violencia de pareja».

4. Feminismo hegemónico y eutaxia española

Hasta el momento se ha procurado determinar qué es el feminismo y tras ello ofrecer una caracterización y crítica del feminismo hegemónico en la España del presente; sin embargo, queda por establecer en qué medida los rasgos que se ha atribuido al feminismo hegemónico, en tanto que afectan a la estructura política del modo que también se ha precisado, influyen no sólo en variaciones de esa estructura sino particularmente en su eutaxia.

En este punto, quizá a los asistentes les sorprenda la respuesta que va a ofrecerse, y es que ninguna de las medidas políticas proyectadas por el feminismo hegemónico que se ha considerado tiene por sí misma implicaciones directas significativas sobre la eutaxia de España, lo cual no quiere decir que no las pueda tener indirectamente. Conviene recordar que la definición simplificada de «eutaxia» ofrecida era «capacidad de un Estado de seguir existiendo en el tiempo»; en estos términos, puede fácilmente concederse que efectivamente medidas como la Ley de Violencia de Género, la Ley Sólo Sí es Sí, la Ley Trans, subvenciones a asociaciones feministas, campañas de concienciación frente a la mal llamada «violencia machista» o el lenguaje inclusivo no implican de un modo recto ningún peligro para la existencia de España.

Sí se hace imprescindible otorgarles consecuencias éticas y morales nada desdeñables, y es que si se conviene en que las discriminaciones que el feminismo hegemónico aduce son apariencias, es decir, que es falso que las mujeres estén en situación de desventaja ética global frente a los hombres, que dejen de acceder a carreras STEM fruto de estereotipos arbitrarios de género, que cobren menos por el mismo trabajo, que tengan un techo de cristal que bloquee su oportunidad de acceso a posiciones de poder o que sufran violencia por el mero hecho de ser mujeres, entonces todas aquellas medidas que se presentan como «discriminación positiva» destinada a corregir otra discriminación previa, de hecho discriminan en su sentido más llano y negativo a los hombres correspondientes sin que pueda aducirse corrección alguna. Es decir, implica que medidas como las cuotas de contratación de mujeres tienen como resultado factual el que mujeres que no presentan el mérito ni la capacidad de sus competidores varones pasan por delante de ellos, aquí sí, por el mero hecho de ser mujeres, en perjuicio y contra los intereses de estos y de un modo completamente injusto.

Además, sería incorrecto concluir que si las medidas del feminismo hegemónico no tienen consecuencias directas en la eutaxia, entonces tampoco pueden tenerlas indirectamente. Así, la tesis que concluye la presente conferencia es que éstas sí son distáxicas… pero a través del PSOE como partido político. Debe excusarse inmediatamente esta tesis recordando que cualquier investigación cuya temática constituya determinada cuestión práctica como lo es la pregunta por el carácter eutáxico o distáxico del feminismo incluye necesariamente la prudencia, pero ello no implica que una conclusión como la ofrecida haya de quedar injustificada. Y de un modo sintético, puede emitirse como justificación en primer lugar el hecho descriptivo de la vinculación entre los partidos PSOE y Unidas Podemos y el feminismo. Es verdad que también de entre los cuatro grandes partidos nacionales españoles el PP ha solido mostrar simpatías hacia el feminismo, pero también lo es que esta simpatía ha tendido a ser más matizada y reservada; en cuanto a Vox, por ahora constituye un partido que se reivindica abiertamente como antifeminista.

Si este hecho descriptivo no se resolviese en una conexión más profunda, aún quedaría injustificada la conclusión, pero en realidad el hecho es signo de una función social latente del propio feminismo respecto de PSOE y Unidas Podemos. No resulta inusitado ya el reconocer como tecnología mercadotécnica generalizada el uso de consignas y señas de identidad cuyo valor práctico no constituye tanto su contenido como su misma forma como tales señas de identidad capaces de aglutinar y marcar al electorado. Además, esta presunción resulta de la negación de la posibilidad de explicar la recurrencia del propio feminismo si no es en virtud a la función propuesta. Y es que las medidas feministas en su proyecto manifiesto de acabar por ejemplo con la llamada violencia de género se han revelado hasta el momento como infructuosas e incapaces de realizar su objetivo tras años de gobierno con una inversión de ingentes cantidades de dinero público. Por tanto, en condiciones normales, y si esa fuese su verdadera función, cabría esperar que el feminismo se habría disuelto o visto recluido a la condición de reducto minoritario como movimiento sin mayor capacidad de impregnar la acción política. Sin embargo, al menos hasta la llegada de la pandemia del Coronavirus, lejos de ser ésta la situación, la popularidad del feminismo seguía incrementándose imparable al ritmo que PSOE y Unidas Podemos obtenían resultados electorales satisfactorios pese a una muy dudosa gestión económica del PSOE a lo largo de su historia en España. Obsérvese además que el peso del feminismo dentro de estos partidos ha ido incrementándose, primeramente y en el caso del PSOE, al ritmo que dejaba de existir una clase obrera organizada como tal en cuanto centro del discurso ideológico capaz de aglutinar a su electorado, y en el caso de Unidas Podemos al ritmo que la oposición entre «arriba» («casta») y «abajo» se iba diluyendo con su llegada al poder. Si se atiende a estos hechos, entonces no resulta tan atrevido conceder que si el feminismo ha adquirido la presencia pública que posee, esto no puede explicarse sin incorporar como factor la función de mercado electoral referida.

Con todo, esta función social continuaría sin ser suficiente si no fuese porque los partidos PSOE y Unidas Podemos a través de los cuales el feminismo hegemónico adquiere significado respecto de la eutaxia de España se presentan ellos mismos como partidos que por otras razones sí constituyen una seria amenaza para ésta. Esta amenaza podría a su vez justificarse de modos muy diversos, principalmente en cuanto a economía en la forma de una dudosa gestión, en cuanto a política exterior y defensa en la forma de una incapacidad de respuesta eficaz al conflicto con Marruecos, y sobre todo y especialmente en cuanto a unidad nacional en la forma de una inaceptable irresponsabilidad respecto de las pretensiones de los partidos secesionistas, que ofrece indicios notables de poder llegar a resolverse en gravísimas consecuencias mientras el PSOE continúe apoyándose en ellos a fin de gobernar.

Conclusión

Por tanto, y de nuevo sólo si se acepta el razonamiento conducente al resultado propuesto, hay que concluir a la pregunta ¿es el feminismo eutáxico en la España del presente? que el feminismo hegemónico, es decir, la corriente o rama del feminismo que alcanza el mayor grado de institucionalización aquí y ahora, no es eutáxico, lo que quiere decir que es distáxico, para la España del del presente.

En cuanto al resto de la Hispanidad, si el feminismo hegemónico adquiere su significado distáxico sólo indirectamente a través de partidos determinados, y dando por hecho que también en las sociedades políticas de Hispanoamérica el feminismo está vinculado funcionalmente ante todo a partidos del tronco de la izquierda política (fundamentalmente: socialdemócratas), no hay razones por las que deba suponerse a priori que los proyectos de esos partidos son menos eutáxicos que los proyectos de sus partidos competidores de la derecha, lo que conduce a concluir que sus efectos precisan ser examinados particularizadamente en cada caso.

Referencias bibliográficas

Ekman, P. (2004). ¿Qué dice ese gesto? Barcelona: Integral.

Harris, M. (1982). El materialismo cultural. Madrid: Alianza.

Harris, M. (1992). La cultura norteamericana contemporánea: una visión antropológica. Madrid: Alianza.

Irigaray, L. (1992). Yo, tú, nosotras. Madrid: Cátedra.

Kreimer, R. (consultado a 5 de enero de 2022, A). Brecha salarial: la ausencia de control de variables como encuadre equívoco de sexismo. Recuperado de: https://feminismocientific.wixsite.com/misitio/brecha-salarial-no-es-sexismo

Kreimer, R. (consultado a 5 de enero de 2022, B). Evidencias en contral del "techo de cristal". Recuperado de: https://feminismocientific.wixsite.com/misitio/techo-de-cristal-evidencias-en-cont

Kreimer, R. (consultado a 5 de enero de 2022, C). La violencia como fenómeno bidireccional. Recuperado de: https://feminismocientific.wixsite.com/misitio/critica-al-concepto-violencia-de-ge

Lerner, G. (1990). La creación del patriarcado. Barcelona: Crítica.

Malo, P. (consultado a 23 de enero de 2022). El paradigma de género no explica la violencia de pareja. Recuperado de https://hyperbole.es/2021/06/el-paradigma-de-genero-no-explica-la-violencia-de-pareja/

Wittig, M. (2006). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Barcelona: Egales.

——

{1} https://datosmacro.expansion.com/demografia/mortalidad/causas-muerte/suicidio/espana

{2} https://www.epdata.es/datos/violencia-genero-estadisticas-ultima-victima/109/espana/106

{3} https://elpais.com/sociedad/2021-01-04/2020-el-ano-con-menos-asesinadas-pero-no-menos-violencia-machista.html

{4} https://datosmacro.expansion.com/demografia/mortalidad/causas-muerte/suicidio/espana

{5} https://www.mites.gob.es/estadisticas/eat/eat20/TABLAS%20ESTADISTICAS/ATR_2020_Resumen.pdf

El Catoblepas
© 2022 nodulo.org