El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 201 · octubre-diciembre 2022 · página 7
Artículos

Sobre el término y la idea de Reconquista

Iván Vélez

Empleado en múltiples contextos ideológicos, el rótulo «Reconquista» es actualmente objeto de una viva polémica

Impulsada por el Partido Comunista de España (PCE) y publicada en Bruselas, la revista Nuestras Ideas reprodujo en su primer número, correspondiente a los meses de mayo y junio de 1957, el artículo de Carlos Marx titulado «España Revolucionaria»{1}, que había visto la luz en el New York DailyTribune el 9 de septiembre de 1854. En el escrito del filósofo alemán, el término «reconquista», bien que ajustado a sus tesis, aparece en un sentido comúnmente aceptado en pleno siglo XIX:

Se dieron, en la creación de la monarquía española, circunstancias particularmente favorables para la limitación del Poder real. De un lado, durante los largos combates contra los árabes, la Península era reconquistada por pequeños trozos, que se constituían en reinos separados. Se engendraban leyes y costumbres populares durante esos combates. Las conquistas sucesivas, efectuadas principalmente por los nobles, otorgaron a éstos un poder excesivo mientras disminuyeron el poder real. De otro lado, las ciudades y poblaciones del interior alcanzaron una gran importancia debido a la necesidad en que las gentes se encontraban de residir en plazas fuertes, como medida de seguridad frente a las continuas incursiones de los moros; al mismo tiempo, la configuración peninsular del país, y el constante intercambio con Provenza y con Italia, dieron lugar a la creación, en las costas, de ciudades comerciales y marítimas de primera categoría. En fecha tan remota como el siglo XIV, las ciudades constituían ya la parte más potente de las Cortes, las cuales estaban compuestas de los representantes de aquéllas juntamente con los del clero y de la nobleza. También merece ser subrayado el hecho de que la lentareconquista, que fue rescatando el país de la dominación árabe mediante una lucha tenaz de cerca de ochocientos años, dio a la Península, una vez totalmente emancipada, un carácter muy diferente del que predominaba en la Europa contemporánea. España se encontró, en la época de la resurrección europea con que prevalecían costumbres de los godos y de los vándalos en el norte, y de los árabes en el sur.

El rescate del artículo de Marx, en el que aparece el rótulo «Reconquista», venía a dar continuidad a la frecuencia con la que era empleado por los órganos de difusión del PCE. De hecho, en 1954, aparece formando parte del Mensaje del Partido Comunista de España a los intelectuales patriotas{2}, en el que se exhibe una concepción esencialista del pueblo español capaz de dar cabida a los episodios de Sagunto y Numancia, ya manejados por los escritores del Siglo de Oro. Las inveteradas ansias de libertad del pueblo español, tales eran las tesis manejadas por el Partido en plena Guerra Fría, acabarían con el dominio de los «esclavistas yanquis» a los que Franco había abierto la puerta:

Muchas páginas de honor y de gloria ha escrito ya nuestro pueblo en lucha por la libertad e independencia, que no es la primera vez que, traicionado y vendido por las castas dominantes, viera el suelo patrio hollado por la planta del invasor extranjero. Pero las gestas más brillantes de su historia están aún por escribir. El pueblo español es algo muy difícil de enajenar. Apenas han pasado unos meses desde que el franquismo vendió lo que no le pertenece: la soberanía de la patria, y ya comienza a levantarse, protestataria, la conciencia nacional, vigilante, del pueblo español, incorruptible e insobornable, infundiendo pánico a los compradores y vendedores de patrias.

El pueblo que trajo en jaque durante 200 años a los esclavistas romanos y que en los primeros siglos de su sedimentación diera pruebas tangibles de su amor a la libertad en Sagunto y en Numancia, auroras sangrientas de su indomable ardor en la resistencia al invasor, no se doblegará al extranjero, no se dejará meter el collerón de la dominación yanqui.

Jamás se dejará avasallar el pueblo héroe de la Reconquista, que en el curso de cerca de 800 años de lucha batió al invasor, defendiendo al mismo tiempo sus libertades locales, haciendo respetar sus ayuntamientos por la nobleza y la soberanía de las Cortes, por los reyes. Nunca será pueblo esclavo el que supo derrotar la invasión napoleónica y darse durante la lucha contra ésta y la camarilla de la nobleza servil que lamía las botas del rey extranjero, Pepe Botella, la Constitución de 1812, la más avanzada y progresiva de su época, que daba libertad a los esclavos de las colonias y tierra a los campesinos combatientes soldados de la patria; que limitaba los privilegios de la aristocracia y de las jerarquías de la Iglesia; que abolía la inquisición y fue durante mucho tiempo la bandera de lucha de la democracia revolucionaria española. El pueblo que primeramente tomó las armas para cerrar el paso al fascismo y defender su independencia contra los fascistas alemanes e italianos y que realizara en cruenta lucha profundas transformaciones históricas que venían a romper siglos de atraso, de marasmo económico, decadencia y poquedad cultural, no se dejará dominar por los esclavistas yanquis.

Todavía en 1970, Dolores Ibárruri, en su informe presentado ante el Pleno ampliado del Comité Central del Partido Comunista de España, titulado «España, Estado multinacional», incluyó estas palabras, «tras la unión de Castilla y Aragón con el reinado de los Reyes Católicos, después de la toma de Granada, que completó la reconquista, ni Euzkadi ni Cataluña ni Galicia llegaron a fundirse con este centro de lo que habría de ser más tarde el Estado español», en las que Pasionaria emplea el término con los matices suficientes como para sostener su idea de estado multinacional, hoy incluido en muchos programas políticos españoles.

Durante más de un siglo, el término «reconquista» mantuvo plena vigencia dentro de las diferentes generaciones de izquierda definida, que se nutrían de fuentes históricas en las cuales aquél mantenía una prolongada continuidad ideológica. Prueba de ello es su uso por parte del socialista Luis Araquistáin en artículos como, «Los dos patriotismos», publicado en 1917 en el semanarioEspaña, o «Revoluciones oligárquicas», publicado en 1929 en el diario republicano El Pueblo. En este último caso, Araquistáin reprodujo literalmente las palabras del filósofo alemán. Afianzado sobre el papel, el rótulo «reconquista» también sirvió para dar nombre a una operación revolucionaria impulsada por el PCE en 1944. Bajo el nombre «Reconquista de España», se intentó derrocar a Franco y devolver el Gobierno a Juan Negrín. Para ello se movilizó a varios miles de guerrilleros -las fuentes discrepan sobre el número exacto- al mando de Jesús Monzón, que entraron a España desde Francia por el valle de Arán, en la creencia de que la población civil se sumaría a su intento de establecer la III República española, a la que apoyarían los aliados. La operación se saldó con estrepitoso fracaso.

Si en el espectro izquierdista el uso del vocablo «reconquista» fue recurrente, en el derechista fue aún más común. En plena II República, Isidro Gomá, Arzobispo de Toledo y Primado de la iglesia española, lo incorporó -«El mismo año en que terminaba en Granada la reconquista del solar patrio, daba España el gran salto transoceánico y empalmaba la más heroica de las reconquistas con la conquista más trascendental de la historia»- en el discurso que pronunció el 12 de octubre de 1934 en la velada conmemorativa del «Día de la Raza» celebrada en el Teatro «Colón» de Buenos Aires. En los albores del franquismo, no faltaron quienes vieron al general gallego como el consumador de una abreviada reconquista. En esa línea, Cesáreo Rodríguez y García-Loredo{3} publicó en 1961 sus «Razones que nos asisten a los españoles para proclamar Rey a nuestro Caudillo». Para el canónigo de la Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de Oviedo, Franco, fautor de la «segunda Reconquista», habría superado incluso a don Pelayo. La identificación del bando franquista con elementos propios de la Reconquista fue abundantísima. A la iconografía adoptada, singularmente el escudo con el águila de san Juan que conectaba a los alzados con Isabel I, ha de añadirse la caracterización de la lucha de dicho bando como «cruzada» frente a quienes se movían entre un visceral anticlericalismo y el ateísmo científico soviético.

Empleado en diversos contextos políticos, el término «reconquista» es actualmente objeto de polémica en el mundo de la historiografía. Por lo que respecta a sus primeros usos, no son pocos historiadores que sostienen que el vocablo echó a rodar durante el siglo XIX. Circunscrito al citado siglo, «reconquista» estaría ligado al surgimiento de la nación política española y a la confección de una renovada Historia de España, arropada por las artes plásticas de temática histórica, impregnadas de romanticismo. «Reconquista» operaría como elemento unificador de un discutible pasado en algunos casos, y de encubridor de otras realidades nacionales, en otros. El debate sigue abierto y se aviva con cada conmemoración. Lo cierto es que el empleo del concepto «reconquista» fue abundantísimo durante el siglo XIX. Por citar un ejemplo, podemos acudir al krausista Nicolás Salmerón, último presidente de la I República española, que en 1876 lo incluyó en su prólogo a la edición española de la Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, obra de Juan Guillermo Draper, en el cual refutó algunos de los tópicos empleados por el norteamericano.

Con el supuesto origen fijado en el siglo XIX, el rótulo «reconquista» desató enconados debates en el último tercio del siglo XX. Antes, tanto Menéndez Pidal como Américo Castro o Claudio Sánchez Albornoz, estos dos últimos protagonistas de una célebre polémica, lo habían empleado sin mayor problema. Para el historiador abulense, la Reconquista fue la que «hizo» a España. El mayor cuestionamiento corrió a cargo de Abilio Barbero y de Marcelo Vigil, que durante la década de los años 60 del pasado siglo, impugnaron la idea de Reconquista por no haberse llevado a cabo por los herederos del reino visigodo, sino por una serie de pueblos -astures, cántabros y vascones- enemigos precisamente de los visigodos. Según sus tesis, la irrupción de los musulmanes en la Península habría desplazado a los godos, dejando espacio a la expansión de las irreductibles naciones étnicas citadas. Pese al éxito del que gozó este planteamiento, no ajeno al proceso de implantación del modelo autonomista por el que atravesaba España, la Arqueología ha demostrado que el norte de la Península estuvo mucho más romanizado y sujeto al poder visigodo de lo que creyeron Barbero y Vigil. Frente a estas tesis indigenistas, la realidad es que los astures que consolidaron el poder de Pelayo estaban cristianizados y, en muchos casos, vinculados a familias godas asentadas en la zona, sin que ello, naturalmente, extinguiera del todo sustratos económicos y políticos pretéritos.

En este moroso repaso acerca de la aceptación o rechazo de la idea y, por ende, del término «reconquista», es obligado citar a Ignacio Olagüe Videla, que en 1966 terminó una obra cuya versión reducida se publicó en París en 1969 con el título Les arabesn'ontpasenvahil'Espagne. La versión completa, titulada, La revolución islámica en Occidente, apareció en España en 1974. En su exitoso libro, Olagüe negaba que se hubiera producido un proceso de conquista por parte de los mahometanos. La conclusión era evidente, ante la inexistente conquista, pues el arrianismo y el paganismo existentes en el seno de la Spania visigoda habrían favorecido la integración pacífica de los musulmanes, que luego habrían emprendido un proceso de arabización, no tenía sentido plantear una re-conquista. Las tesis de Olagüe fueron retomadas a principios de este siglo por Emilio González Ferrín en su Historia general de al-Andalus. Europa entre Oriente y Occidente (Córdoba 2006), libro en el cual la entrada de los musulmanes desde África se califica de «flujo migratorio» favorecido por la persistencia del arrianismo, y ello a pesar de la conversión al cristianismo de Recaredo en 587, confirmada en el III Concilio de Toledo de 589. En consecuencia, no pudo haber re-conquista de algo que no fue previamente conquistado por el islam. Las ideas sostenidas por Olagüe y por González Ferrín, obligan a abordar, siquiera de manera fugaz, el rótulo «conquista espiritual»{4}, con el que estarían alineados los antedichos autores. La separación entre ambas conquistas, la temporal y la espiritual, ya la empleó Alfonso X, por ejemplo, en la carta que dirigió en 1255 al reino de León: «Y quien contra estas cosas sobredichas hiciera, peche el diezmo doblado, la mitad del doblo para el rey y la mitad para el obispo, salvas las sentencias que dieren los obispos y los prelados contra todos aquellos que no dieren el diezmo derechamente o fueren en alguna cosa contra este nuestro establecimiento, que queremos que las sentencias sean guardadas por nos y por ellos, de guisa que el poder temporal y el espiritual, que viene todo de Dios, se acuerde en uno». El descubrimiento del Nuevo Mundo, abrió una poderosa vía para la conquista espiritual, bloqueada ante los hombres que, coranizados, rechazaban el catolicismo. Creado en 1508, el Patronato Real, fue la institución que convirtió a los Reyes Católicos en vicarios del papa en aquellas tierras. En 1532, sin embargo, el franciscano fray Martín de Valencia dirigió una carta al emperador don Carlos para informarle acerca de las misiones de su orden en la Nueva España. En ella, el clérigo expresaba su desconsuelo porque, aunque Carlos I había enviado a fray Juan de Zumárraga para que fuera obispo de México y prosiguiera la conquista espiritual, los excesos cometidos contra los indios, le hacían temer por la supervivencia de estos. Hecho este excurso novohispano, hemos de regresar a la Península.

Resulta difícil asumir que Pelayo y sus compañeros de armas en Covadonga manejaran en 722 un proyecto reconquistador de escala peninsular. Sin embargo, frente a la idea de una llegada pacífica, la invasión musulmana causó una enorme conmoción a la que, sin duda, no fue ajena la región astur. En el himno litúrgico Tempori belli, datado por Díaz y Díaz{5} en el tiempo inmediatamente posterior a la batalla de Guadalete, se hace referencia a la cruenta llegada de gentes venidas por mar. En él se habla de una gran batalla y de la fuga de los cristianos. También de la captura de esclavos como botín de guerra, de la violación de mujeres, de la profanación de templos, del asesinato de clérigos y de la existencia de cadáveres insepultos devorados por perros y aves carroñeras. La catástrofe habría sido consecuencia de los innumerables pecados cometidos por los godos, motivo que aparece de manera recurrente en las crónicas posteriores. Pese a la crudeza de los primeros versos, al final del himno aparece la inmediata reacción de unos cristianos que, confiados en la ayuda de Jesús, se proponen expulsar -spargefugatus- a los enemigosreligiosos y recuperar lo perdido.

Iesu, nate Dei cunctipotentis,
uirtusnera, salussumma labore,
pax et certaquies ac decusomne,
tu nunc esto tuis fautor alumnis.

Emptis parce tua morte, rogamus,
instaurans animos pelle timorem,
host es comminuens sparge fugatos,
pacis perpetue muñera confer.

Laus et perpes honor, gloria patri,
laus eterna tibi, gloria, fili,
una spiritu, gloria sancto,
sicut semper erat, nunc et in euum.

Jesús, hijo de Dios todopoderoso,
verdadera virtud, salvación suprema,
paz, descanso cierto y honor máximo,
sé benévolo con tus siervos.

Te rogamos que perdones a los redimidos con tu muerte,
levantandos nuestros ánimos,
expulsa el temor; deshaciendo a los enemigos dispérsalos
puestos en fuga; regálanos los dones de una paz perpetua.

Alabanza y perpetuo honor, gloria al Padre;
alabanza eterna y gloria a ti, oh Hijo, e
igualmente gloria al Espíritu Santo;
como era siempre, lo es ahora y por los siglos.{6}

Las crónicas posteriores, llenas de referencias bíblicas, no en vano los invasores profesaban una religión incompatible con el cristianismo, hablan de la pérdida o de la ruina de la totalidad, que no de una de sus partes, de España. Una pérdida doble, pues a su dimensión territorial se añadía la aniquilación de la Iglesia. En ellas se confía, no obstante, en la ayuda de Cristo para lograr la salvación de España y la restauración del pueblo godo y de su ejército. La vocación goticista, restauradora de una unidad perdida en tiempos de Don Rodrigo, aparece ya en la Crónica Albeldense, en las que se especifica que los sarracenos poseen parte de la España visigoda:

Sarraceni euocati Spanias occupant regnumque Gotorum capiunt, quem aduc usque ex parte pertinaciter possedunt. Et cum eis Xpiani die noctuque bella iniunt et cotidie confligunt, dum predestinatio usque diuina dehinc eos expelli crudeliter iubeat. Amen. (Los sarracenos llamados ocupan las Hispanias y conquistan el reino de los godos el cual todavía hoy poseen en parte tenazmente. Y los cristianos con ellos hacen la guerra día y noche, y combaten cotidianamente, por cuanto que la providencia divina ordena expulsarlos de ahí de forma inmisericorde).

A casi dos siglos de su colapso, el reino visigodo actúa como anamnesis, tanto para los cristianos como para los musulmanes, en cuyos documentos se refieren a los reyes astures y leoneses como «reyes de los godos»{7}, sin que en ningún momento se dé esa condición a los soberanos del reino de Pamplona. Ello demuestra que desde al-Andalus se percibe una doble continuidad, la que conecta a los focos norteños posteriores a Covadonga con el reino visigodo, y la que sitúa esa batalla en una secuencia de hechos concatenados que determinan la constante expansión de los reyes que van desplazando la capital de sus dominios -Cangas, Oviedo, León- según avanzan hacia el sur las fronteras.

Durante el siglo IX se elaboró una ideología restauradora, que justificaba la incesante acción expansiva, y que tenía como objetivo último, la recuperación del territorio sobre el que se asentaba el reino visigodo, así como la reimplantación de la Iglesia. La recuperación de aquel mundo perdido se consideraba una causa justa. De hecho, Hernando del Pulgar, en el tramo final de este periodo histórico, usó esa misma fórmula. La continuidad de la línea argumental reconquistadora es constante durante todos esos siglos. Maravall llegó a emplear la imagen de una flecha lanzada, para referirse a la reconquista «como definición de nuestra Edad Media, idea lanzada como una saeta que con imparable fuerza recorre la trayectoria de nuestros siglos medievales y que, conservándose la misma, llegó hasta los Reyes Católicos»{8}

A pesar de las interrupciones, debidas a fases de debilidad de los reinos cristianos, por encima de las pugnas entre estos, el ideal restauratorio de una realidad pretérita, tan política como religiosa, se mantuvo en todos ellos. Durante casi ocho siglos se combatió contra bárbaros y paganos, tiranos, en definitiva. La Reconquista adoptó, incluso, forma de cruzada contra los usurpadores de unas tierras que, al igual que los Santos Lugares, habían sido cristianas. Los lamentos por la pérdida y la esperanza por la recuperación de la España anterior a 711, son innumerables. En su Crónica del rey don Pedro, el canciller Pedro López de Ayala, al hablar de la batalla de Guadalete, dijo que en ella «se perdió España de mar a mar». Si en las crónicas latinas aparecen las voces «conquistare», «acquirere» o las derivadas de «reparo», en las escritas en romance se emplearán otras -«cobrar», «ganar», «hacerse»-, referidas a algo que se ha poseído anteriormente. Ejemplo de ello es el siguiente pasaje incluido en El libro de los Estados de Don Juan Manuel: «Et por eso, a guerra entre los christianos et los moros, et abrá fasta que ayan cobrado los christianos las tierras que los moros les tienen forçadas; ca, quanto por la ley nin por la secta que ellos tienen, non avrían guerra entre ellos». El noble toledano, que no se refire específicamente al reino godo, cristiano, al cabo, usa el verbo «cobrar» en referencia a las tierras antes presididas por la cruz, que los moros «les tienen forçadas», dejando clara la antigua pertenencia de ese territorio, ahora en poder de «gente descreída», por emplear la expresión que aparece en el Poema de Fernán González, a los cristianos. Don Juan Manuel, en definitiva,  justifica la guerra contra el infiel por el deseo de re-cobrar una tierra en la cual se mantienen los hombres coranizados, en cuya lucha puede alcanzarse el martirio y la redención de los pecados: «E tiene[n] los buenos christianos que la razonpor que Dios consintió que los christianosoviesenreçebido de los moros tanto mal, es por queayanrazon de aver con ellos guerra derechureramente; por que los que en ella murieren, aviendoconplido los mandamientos de sanctaEglesia, sean mártires, et sean las sus ánimas, por el martirio, quitas del pecado que fizieren»{9}. El acceso a la gloria por medio del combate con los mahometanos, se mantendrá en el tiempo. Jorge Manrique, en la oda a la muerte de su padre, encareció la sangre que de los enemigos de Cristo hizo derramar don Rodrigo Manrique de Lara: «Y pues vos, claro varón,/tanta sangre derramasteis/de paganos,/esperad el galardón/que en este mundo ganasteis/por las manos;/y con esta confianza/y con la fe tan entera/que tenéis,/partid con buena esperanza,/que esta otra vida tercera/ganaréis».

La lucha contra los andalusíes, además de la espiritual, tenía una evidente dimensión territorial. En las Cantigas, Alfonso X pide ayuda divina en la lucha contra os mouros/que terrad´Ultramar/teen, et en Espanna/gran part´ameu pesar,/me dé poder e forza/pera os en deitar. Al igual que sus predecesores, el Rey Sabio tiene a la totalidad de la Península, parte de ella ocupada por los sarracenos, a los que pretende expeler, como el ámbito natural de su expansión. Alfonso X pretendía dar continuidad, asegurando, incluso, la otra orilla del Estrecho, a la tarea de su padre, al que se refirió de este modo en la Primera Crónica General: «en medio de este tiempo, gano del Andalozia el rey don Fernando lo que era antes de los cristianos españoles, sinon a Valençia et sus terminos de aderredor». De nuevo, la parte remite a un todo, de igual forma que ocurre en el caso de Pedro Mártir de Anglería quien, acudiendo a la metáfora corporal, incluyó estas líneas en su carta a don Diego de Sousa, arzobispo de Braga: «Reyes de España llamamos a Fernando e Isabel porque poseen el cuerpo de España; y no obsta, para que no los llamemos así, el que falte de este cuerpo dos dedillos, como son Navarra y Portugal». De hecho, el «dedillo» portugués trató de ganarse mediante la boda de la infanta Isabel con Manuel I. Sin embargo, Isabel falleció como consecuencia del parto de un niño llamado Miguel, que murió a los dos años. En cuanto al «dedillo» navarro, este se incorporó al cuerpo hispano en 1512 gracias a la acción militar de Fernando el Católico, si bien, apenas cuatro años después de la conquista de Granada, el 25 de abril de 1496, Catalina I, envió una carta{10} a «los Muy altos Príncipes e muy poderosos Rey e Reyna», en la que firmó como: «La Reyna de Navarra, vuestra obediente sobrina, Catalina».

Junto a los términos «pérdida» y «restauración», otros como «usurpación» o «tiranía» se fueron abriendo paso con el correr de los siglos. En 1489, durante el asedio de Baza,los Reyes Católicosenviaron una carta al papa Inocencio VIII como respuesta a la cursada por el sultán de Egipto, en la que este se quejaba de que los reyes de España habían «movido guerra contra los moros de Granada», usando una gran crueldad hacia estos. En la misiva, los reyes, que aseguraban que los súbditos mudéjares mantendrían sus posesiones y podrían seguir viviendo en su ley, acusaban a los musulmanes de tiranía, por haber usurpado una tierra que no era suya, siguiendo una línea ya abierta por Alfonso VIII -«et entraronnos los moros la tierra por fuerça et conquirieronnosla»- en Las Navas, que subyacía en la fórmula liberarionempatriae, usada por Rodrigo Jiménez de Rada en relación al proceso expansivo que dio comienzo en Asturias. Según el cronista real, Alfonso de Palencia{11}, el rey contestó a los portadores del mensaje llegado desde Roma que:

tanto al Soldán como á los demás mahometanos eran notorias la violencia y perfidia de que se valieron un tiempo los árabes para ocupar las Españas y otras muchas provincias del mundo poseídas por los cristianos por derecho hereditario. Y territorios ocupados injustamente podían con justicia ser recuperados por su señores legítimos… como los reyes de España en el transcurso de los tiempos, imitando al esfuerzo del primer defensor Pelayo, habían restituido á la fe católica todas las demás regiones de la Península, excepto del reino de Granada… ¿con cuánta más justicia debería tratarse de hacer el mayor daño posible á aquella gente, á la que por el mismo derecho había que expulsar del territorio violentamente usurpado?

En una línea similar, Hernando del Pulgar, al hablar de la susodicha carta, sostuvo que el reino de Granada era el último resto de una posesión tiránica de la tierra hispana. Una propiedad que había que restituir atendiendo a los siguientes argumentos:

El Rey é la Reyna visto el Breve del Papa, e la carta y embaxada que el Gran Soldan le habiaembiado y era notorio por todo el mundo, que las Españas en los tiempos antiguos fuéronposeidas por los Reyes sus progenitores; é que si los Moros poseianagora en España aquella tierra del Reyno de Granada, aquella posesión era tiranía é no jurídica; é que por escusar esta tirania los Reyes sus progenitores de Castilla é de León, con quien confina aquel reyno, siempre pugnaron por lo restituir á su señorio, segun que ánteshabiaseydo{12}.

Aunque tanto la crónica de Alfonso de Palencia como la de Hernando del Pulgar se escribieron en el contexto de la finalización de la Reconquista, las ideas de reunificación política y de recuperación de la tierra perdida ya estaban presentes con anterioridad. Diego de Valera, doncel de Juan II, que no vivió para ver la toma de Granada, conectó la reunión de las coronas españolas con la España visigoda que había servido como modelo durante siglos: «es profetizado de muchos siglos acá que no solamente seréis señor de estos reinos de Castilla y Aragón, más avréis la monarchía de todas las Españas e rreformaréys la silla ynperial de la ynclita sangre de los godos donde venís, que de tantos tiempos acá está esparzida e derramada». Las palabras del doncel encontraron eco en Juan Margarit, obispo de Gerona, que en su ParalipomenonHispaniae, afirmó que con la unión de Isabel y Fernando se había reconstruido la unidad de España. A estas voces se unió la de Elio Antonio de Nebrija, que dejó escrito que: «los miembros e pedazos de España que estavan por muchas partes derramados, se reduxeron e aiuntaron en un cuerpo e unidad de Reino, la forma e travazón del cual assí está ordenada que muchos siglos, injuria e tiempos no lo podrán romper ni desatar», una alusión, esta última, al nudo gordiano que él asoció a los reyes a los que dedicó su Gramática de la lengua castellana.

Por citar otros autores que loaron la culminación de la Reconquista como recuperación de lo perdido por don Rodrigo, podemos citar a Juan del Encina, y su Cancionero de Palacio, en el que, como tantos otros, atribuye la pérdida de España a los pecados, la «dicha desdicada», del último rey godo:

Oh Granada noblecida
Por todo el mundo nombrada!
Perdióte el rey Don Rodrigo
por su dicha desdichada.
Ganóte el rey Don Fernando
Con ventura prosperada.

Por último, Juan de Mena, en su Laberinto de Fortuna, publicado en Granada en 1505, se refiere al antiguo agravio que había que reparar:

Non buenamente te puedo callar,
Opas maldito, ni a ti, Julián,
pues sois en el valle más hondo de afán
que no se redime jamás por llorar;
¿cuál ya crueza os pudo indignar
a vender un día las tierras y leyes
de España, las cuales pujanza de reyes
en años a tantos no pudo cobrar?

Apoyado también en el ideal neogoticista, el reino de Portugal consiguió llegar hasta el Atlántico, ámbito por el que, de manera simétrica a lo hecho por Aragón en el Meditarráneo, se expandió. En 1581, en las Cortes de Thomar, Felipe II fue proclamado rey de Portugal, acontecimiento del que Cervantes{13} fue testigo. Consciente de la trascendencia histórica de aquel hecho, pues significaba la completa unidad de España, después de su ruptura en 711 a causa de la invasión y conquista mahometana, Cervantes incluyó en La Numancia un pasaje en el que una alegoría de España, que anticipa la destrucción de Numancia, reclama la ayuda del río Duero, que predice la venganza de los godos sobre Roma. La Tragedia de Numancia establece una continuidad entre los godos y los reyes que llevan a cabo la Reconquista, culminada por Felipe II:

Y cuando fuere ya más conocido
el propio Hacedor de tierra y cielo,
aquél que ha de quedar estatuido
por visorrey de Dios en todo el suelo,
a tus reyes dará tal apellido,
cual viere que más cuadra con su celo:
católicos serán llamados todos,
sucesión digna de los fuertes godos.

Pero el que más levantará la mano
en honra tuya y general contento,
haciendo que el valor del nombre hispano
tenga entre todos el mejor asiento,
un rey será, de cuyo intento sano
grandes cosas me muestra el pensamiento:
será llamado, siendo suyo el mundo,
el Segundo Filipo, sin segundo.

La proclamación de Felipe II venía a culminar el ideal de la Reconquista, terminando con la fragmentación medieval, al integrar todos los reinos y señoríos bajo una corona común. En lugar de acudir a metáforas corporales, Cervantes emplea una  imagen textil, el «jirón lusitano» que, de nuevo, remite a una totalidad, la de España.:

Debajo deste imperio tan dichoso,
serán a una corona reducidos,
por bien universal y tu reposo,
tus reinos hasta entonces divididos;
el jirón lusitano tan famoso,
que un tiempo se cortó de los vestidos
de la ilustre Castilla, ha de zurcirse
de nuevo y a su estado antiguo unirse.

Cervantes se mantenía atenido a la tradición historiográfica española, compuesta sobre un trasfondo de unidad atribuida a los godos, tal y como puede comprobarse en este pasaje de la Primera Crónica General: «los godos antiguamente fizieran su postura entre sí que nunca fuesse partido el imperio de Espanna, mas que siempre fuesse todo de un sennor». El lexema «reconquista» aparecerá, en el sentido que nos ocupa, a medidados del XVIII, consumada la sustitución dinástica que llevó aparejado el desembarco de estilos y vocablos franceses. El término «reconquista» se utilizó, no obstante, al menos desde principios del siglo XVI, por ejemplo en la traducción de Tirante el Blanco de 1511, donde se estipula como repartir un castillo, villa o ciudad recuperada: «Por que yo quiero y mando que todo ello sea repartido entre vosotros; y cuantos han sido heridos en la reconquista de castillo, villa o ciudad, reciban dos partes; y cuantos queden estropeados de cualquiera de sus miembros, y no puedan llevar armas, éstos reciban tres partes; y los que no hayan recibido mal alguno, reciban una».

En 1753 se comenzó a publicar en español –Oficina de D. Gabriel Ramirez, Madrid– el libro, Espectaculo de la naturaleza o conversaciones acerca de las particularidades de la historia natural, que han parecido mas a propósito para exercitar una curiosidad útil, y formarles la razón a los jóvenes lectores, obra del presbítero católico abad NoëlAntoinePluche, compuesta en nueve volúmenes, que había visto la luz en Francia entre 1732 y 1742. En ellos, el vocablo «reconquista», es empleado para referirse a la conquista, entendida como recuperación para la causa, religiosa y política, cristiana, de Toledo. Se da la circunstancia de que el traductor de la obra fue el padre Esteban de Terreros y Pando, jesuita que dio la aprobación al padre Feijoo para publicar sus Cartas eruditas y curiosas. Un año después, en 1754, el agustino Enrique Flórez usó el vocablo en su España Sagrada, cuyo capítuloséptimo lleva por título: «Estado de la Iglesia de Tarazona desde  la irrupción de los Arabes en España, hasta su reconquista».

Todavía en ese siglo, para desengaño de quienes afirman que el término comenzó a circular en el siglo XIX, es decir, en la centuria en la que cristaliza la nación política española., José Cadalso empleó el vocablo en varias ocasiones. En su Defensa de la nación española contra la «Carta Persiana LXXVIII» de Montesquieu.Notas a la carta persiana que escribió el presidente de Montesquieu en agravio de la religión, valor, ciencia y nobleza de los españoles (h. 1767), el militar gaditano, tutelado por su tío José Vázquez S. J. durante su niñez, prefiguró la tesis -«godos ebrios de romanismo»- orteguiana a propósito de la supuesta debilidad visigoda, que habría facilitado la conquista mahometana. Cadalso, que pasó por las aulas del colegio Luis el Grande, que los jesuitas tenían en París, presenta a un don Pelayo que, en su respuesta a los africanos, parece disponer de un plan para la reconquista de España:

Al cabo de algunas generaciones, siguieron varias irrupciones de naciones septentrionales en España. Pero estas familias perdieron su natural vigor y se afeminaron con la revolución de los siglos en un país tan delicioso y pingüe. De este estado se aprovecharon los africanos, y valiéndose de las inteligencias de algunos magnates ofendidos por el infeliz Don Rodrigo, desembarcaron en la costa de Andalucía y con solo dos batallas destrozaron el lucido y magnífico, pero débil y afeminado ejército de los godos. Uno de aquellos héroes, cuya memoria siempre es sagrada para la posteridad, avergonzado del rápido progreso de los africanos, sacó desde el fondo de las montañas de Asturias un puñado de cristianos esforzados, con los cuales emprendió la reconquista de España

A la inédita Defensa de la nación española le siguieron las Cartas marruecas, obra publicada en 1789, siete años después de la muerte de Cadalso. En la Carta XXVI, el autor, al referirse a las provincias españolas, dejó estas palabras:

Los de Asturias y las Montañas hacen sumo aprecio de su genealogía, y de la memoria de haber sido aquel país el que produjo la reconquista de España con la expulsión de nuestros abuelos.

En 1785, Jovellanos,en su informe dado la Junta general de Comercio y Moneda, acerca del libre ejercicio de las artes, en el que habló de la restauración de la libertad de la patria, usó el verbo reconquistar vinculado a la totalidad del reino, es decir, de España:

Hubo entre nosotros un tiempo en que todos los brazos del estado debian estar prontos para su defensa. El glorioso empeño de reconquistar un reino envilecido bajo el yugo de los árabes, y de arrojar de nuestro continente estos enemigos bárbaros y opresores, armó contra ellos todas las clases, sin que hubiese alguna que se creyese libre de la honrada pensión de restaurar la libertad de su patria. El rico-hombre, el prelado, el caballero, el solariego, seguían el primer toque del tambor que los convocaba á la guerra, y marchaban en auxilio del estandarte real, á lidiar por la conservación de un estado, de que eran miembros y defensores.

Para finalizar este repaso por el siglo XVIII, hemos de acudir a Juan Antonio Llorente, que en sus Discursos sobre el orden de procesar en los tribunales de la Inquisición (1797), escrito que debía servir para la reforma de la Inquisición, del cual envió una copia a Jovellanos, en el que habló de la prolongada lucha contra los sarracenos por parte de los españoles que «apenas podían pensar en otra cosa, que sacudir el yugo; no dejaron las armas de la mano contra  ellos en ocho siglos que duró la reconquista», afirmación, esta última, que, aunque fue sostenida en su día por figuras como la de Saavedra Fajardo, contraviene las tesis de Ortega y Gasset, negador de un proceso tan prolongado en el tiempo.

Los ejemplos traídos demuestran que el concepto «reconquista» está asentado en la tradición historiográfica española desde hace casi tres siglos. A principios del siglo XIX, los términos «reconquista» y «restauración», no obstante, conviven. Prueba de ello es el documento en el cual, el mismo 25 de mayo de 1808, en el que se constituyó la Junta Suprema de Asturias, se habló de la «segunda restauración de España». Una restauración, esta vez contra el ejército de Napoleón, percibido por algunos como el Anticristo, que se encomendó a Covadonga y su virgen. Tan simbólico lugar fue el punto de partida de las tropas ovetenses, a las que se unieron las montañesas, para la defensa de la religión, de la patria y del rey:

Siempre tuvieron en el hombre grande influencia la religión y los hechos heróicos de sus antepasados. Convencida la Junta de tan clásica verdad, y deseando fomentar mas y mas el entusiasmo del soldado, dispone: que salgan fuerzas á ocupar los montes de Covadonga, y se les recuerde lo que en días muy gloriosos para España hubiera en aquel punto sucedido. […] El día 27 emprenden la marcha con dirección á Villaviciosa: al siguiente pasan al Infiesto y Cangas de Onís, y haciendo alto en esta villa, se dirigen al Santuario dos compañías del Regimiento provincial de Oviedo con las banderas, á las órdenes del Sargento mayor D. Francisco Manglano, á rendirlas á la Virgen é implorar su amparo y protección. […] Al participar la Junta á las provincias la resolución de haberse alzado el país en defensa de su religión, de la patria y del Rey, y nombrado General en Jefe al Marqués de Santa Cruz, las excita á formar causa común; á que le presten auxilios de hombres y dinero; ofrece proveerlas de armas, y pone en su conocimiento la de enviar tropas á los montes de Covadonga, para que comience aquí la segunda restauración de España{14}.

La terna, religión, patria y rey, anticipa el «Dios, patria, rey», lema del carlismo, movimiento antiliberal que empleó algunos personajes y episodios de la Reconquista con fines movilizadores y propagandísticos. Los carlistas se vieron a menudo como unos nuevos cruzados que pretendían liberar su tierra del yugo representado por los liberales. En la prensa carlista era frecuente referirse a estos como a unos «nuevos sarracénicos», a los que se oponían las juventudes carlistas, que se hacían llamar «pelayos». Existió, incluso, un periódico carlista llamado La Reconquista, cuyo contenido venía a dar continuidad a las tesis expuestas en la Carta de la Princesa de Beira, María Teresa de Braganza, a los españoles, de 25 de septiembre de 1864:

Los Reyes, nuestros antepasados, juraron siempre observar, y observaron, esta ley, desde Recaredo, sin interrupción alguna, hasta nuestros días; y Juan no sólo no jura observarla, sino que más bien jura destruirla, no teniendo en cuenta sus catorce siglos de existencia ni los inmensos sacrificios que costó a nuestros padres, que pelearon siete siglos contra los agarenos para restablecerla, ni que esa misma unidad de fe católica es nuestro mayor timbre de gloria, y, que aun políticamente hablando, es el medio más eficaz para que haya unidad y unión en toda la Monarquía. […]

Por librarla del yugo agareno pelearon nuestros padres durante siete siglos con inmensos e indecibles sacrificios, y a pesar de que entonces no había liberalismo o, mejor, porque no lo había, sacudieron aquel yugo, reconquistaron la España desde los Pirineos hasta Gibraltar.

Como ya se señaló, durante el franquismo se emplearon con profusión tanto los símbolos como los personajes más icónicos de la Reconquista. La Guerra Civil se consideró, incluso, una cruzada en defensa de un catolicismo amenazado por corrientes políticas adscritas al ateísmo científico o por individuos y colectivos puramente anticlericales. Dentro ya de la segunda década del presente siglo, la idea y el propio término «reconquista» avivan un debate al que no son ajenos  los efectos de la llamada «Memoria histórica» o los del Estado autonómico, volcado en la elaboración de historias ajustadas a los quicios territoriales asentados en la Constitución de 1978. El concepto, no obstante, mantiene su vigencia y su operatividad, pues con él se alude a un periodo de tiempo acotado y caracterizado por una continua, en términos generales, expansión de los reinos cristianos peninsulares, que dio lugar, con las debidas transformaciones, a esa nación llamada España.{15}

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{1} «España revolucionaria», Nuestras Ideas. Teoría, política, cultura, Bruselas, mayo-junio 1957, núm. 1.

{2} Mensaje del Partido Comunista de España a los intelectuales patriotas, abril 1954.

{3} Véase Gustavo Bueno Sánchez, «Cesáreo Rodríguez y García-Loredo».

{4} Véase Gustavo Bueno Sánchez, «Conquista espiritual».

{5} Manuel Cecilio Díaz y Díaz, «Noticias históricas en dos himnos litúrgicos visigodos», Actas de la Semana Internacional de Estudios Visigóticos, Univ. de Murcia 1986, págs. 443-456.

{6} Traducción realizada por Macario Valpuesta.

{7} Felipe Maíllo, Acerca de la conquista árabe de Hispania, pág. 142.

{8} José Antonio Maravall, El concepto de España en la Edad Media, pág. 253.

{9} Don Juan Manuel, El libro de los Estados, Ed. Castalia, Madrid 1991, pág.117.

{10} Biblioteca Nacional de España, MSS 20210/22.

{11} Citado por Francisco García Fitz en «La Reconquista: un estado de la cuestión», Clio& Crimen, núm. 6, Durango 2009, págs. 168-215.

{12} Hernando del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, pág.350.

{13} José Antonio López Calle, «La filosofía política del Quijote (III): España, unidad y pluralidad», El Catoblepas, núm. 195, abril-junio 2021, pág. 4.

{14} Ramón Álvarez Valdés, Memorias del levantamiento de Asturias, Silverio Cañada Ed., Gijón 1998, pág. 76.

{15} Véase Iván Vélez, Reconquista. La construcción de España, La esfera de los libros, Madrid 2022.

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