El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 201 · octubre-diciembre 2022 · página 14
Libros

El tercer Auschwitz

Raúl Fernández Vítores

Crítica del libro de Alberto Mira Almodóvar, Monowitz. El tercer Auschwitz (Confluencias, Almería 2021)

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Es éste un libro publicado por la editorial almeriense Confluencias, una editorial comprometida con el estudio de las raíces de Europa y muy en particular con la promoción del conocimiento del Holocausto. Basta con ver el logotipo adoptado de la vieja cultura local, la del bronce en El Argar, esos ojos lenticulares bajo unas cejas muy marcadas, óculos siempre abiertos dispuestos a no eludir la realidad por muy atroz que ésta pueda antojarse, para comprender que estamos ante un libro que Confluencias tenía que incluir en alguna de sus colecciones. En la colección Zocos había publicado Los lugares del Holocausto en 2019 y anteriormente, en 2017, el estudio Para entender el Holocausto en la colección Casa Europa. En esta misma colección había publicado también el año anterior las escalofriantes memorias del Sonderkommando Filip Müller, que vio funcionando las cámaras de gas y los hornos crematorios de Auschwitz y vivió para contarlo.

Describir estrictamente el mundo, sin atisbo alguno de sentimentalismo, es la labor del filósofo. Y esto es lo que hace Alberto Mira Almodóvar en este libro singular que se atreve a mirar de frente al último Auschwitz, el tercero, y analiza la siniestra síntesis entre trabajo y muerte lograda allí, en Monowitz, un rincón bastante conocido del Holocausto, gracias a los testimonios facilitados por algunos de los supervivientes, entre los que destaca la espléndida escritura de Primo Levi, pero un rincón muy poco analizado, debido a la frustración (casi aborto) que como proyecto le impuso el fin de la guerra en el continente. Y sin embargo es este análisis lo que quizás puede resultar más inquietante para el actual lector.

Al amor por la sabiduría suma el autor su capacitación técnica como ingeniero para construir un texto diamantino y pulido que nos acerca a lo más atroz de nuestro reciente pasado y, tal vez, de nuestro inmediato futuro. Sin concesiones. Un preámbulo (Monowitz: Lugares atrapados en su olvido) y tres secciones (Singularidad, Extorsión y Arbeit macht frei) nos trasladan a un lugar de la Alta Silesia, rica en carbón, donde no hace mucho tiempo y no muy lejos el ser humano fue industrialmente exterminado.

El exterminio se dice de muchas maneras. Exterminio, y exterminio masivo de población civil, provocaron las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, e incluso el bombardeo de Dresde. Pero estos actos bárbaros de guerra no forman parte del Holocausto. El Holocausto es el producto de la tanatopolítica europea practicada durante la Segunda Guerra Mundial hasta la capitulación alemana, es decir, es también el resultado de una acción estatal que produce muertos humanos en masa, pero es una acción ad intra del propio Estado. Una autofagia. El carácter endógeno e interior de la aniquilación de seres humanos respecto al Estado que la lleva a cabo, su carácter intrínsecamente político y administrativo, es lo que mejor permite distinguir el Holocausto en general de otros exterminios masivos y la Shoá en particular del tradicional pogromo. 

Para llevar a cabo el Holocausto, los alemanes inventaron los campos de puro exterminio, que son campos destinados exclusivamente a la matanza en masa de personas. No deben confundirse jamás con los campos de concentración y mucho menos con los campos de trabajo. Construyeron cuatro. Para matar fundamentalmente judíos.

También construyeron los alemanes campos de exterminio mixtos, que fueron campos de concentración (de represión y castigo mediante trabajos forzosos) a los que se añadieron cámaras de gas para matar personas. Majdanek y Auschswitz fueron campos de exterminio de este tipo.

Auschwitz fue el más grande de todos los campos de exterminio mixtos, un complejo internacional que supo conjugar el trabajo forzoso rentable con el exterminio masivo de personas. Fue desarrollándose al calor de la Segunda Guerra Mundial. Hubo un primer Auschwitz, que fue un mero campo de concentración, como los de Buchenwald o Mauthausen, un campo de detenidos represaliados sometidos a trabajos forzosos. Hubo un segundo Auschwitz que se sumó al primero, Auschwitz-Birkenau, que fue un campo de exterminio con una gran población reclusa también sometida a trabajos forzosos. Y hubo el tercer Auschwitz que se sumó a los dos anteriores, Auschwitz-Monowitz, que fue un campo de trabajo forzoso construido en las cercanías de una de las fábricas de la mayor industria petroquímica del mundo en aquel momento, la I.G. Farben, que es precisamente el campo en el que se centra este estudio, que lo considera «como la materialización más significativa –dice su autor– de eliminacionismo rentable mediante trabajos forzados que se llevó a cabo durante la existencia del Tercer Reich».

El libro es una genealogía precisa de Auschwitz, que se remonta no obstante hasta el final de la Gran Guerra y no rehúye las sutilezas legislativas y las múltiples y casi insignificantes decisiones políticas que se fueron adoptando a lo largo incluso de la República de Weimar para poder poner finalmente toda una administración al servicio de la destrucción de los judíos europeos. Mira Almodóvar sigue muy de cerca las investigaciones históricas de Raul Hilberg y los audaces análisis económicos de Götz Aly para urdir un relato riguroso y claro de la última destilación del Holocausto. Y aporta fotografías, tablas estadísticas y mapas que, lejos de distraer la atención, brindan al lector una imagen del enorme complejo industrial dentro del cual se enmarcó todo el proceso.

¿Por qué es importante el estudio del tercer Auschwitz? Sobre todo, porque es el tercero. Debemos subrayar el ordinal. El tercer Auschwitz comienza a funcionar como campo de trabajo de la I.G. Farben una vez que el campo de exterminio de Birkenau, el segundo Auschwitz, había comenzado su labor exterminadora y la estaba perfeccionando mediante la construcción de las famosas cuatro cámaras de gas con sus correspondientes hornos crematorios. «Lo que se revela en Monowitz, no obstante –matiza Mira Almodóvar–, no es un hecho histórico aislado de la práctica nazi, sino un elemento arquetípico sostén de una estructura utilitarista en continua adaptación».

En Birkenau había trabajo forzoso por un lado y, al mismo tiempo, por el otro había extinción de seres humanos. Ambos procesos empezaron a funcionar en paralelo en Auschwitz desde muy temprano. Y llegaron a funcionar en perfecto equilibrio. Es la lógica de los campos de exterminio mixtos. Pero lo que se produce en Monowitz es la síntesis siniestra de trabajo y muerte. Y esto representa otra novedad. En el tercer Auschwitz no sólo van de la mano el trabajo y la muerte sino que el propio proceso de trabajo productivo comienza a ser percibido y tratado como una herramienta más al servicio de la destrucción del mismo trabajador.

El autor describe el campo, el Campo IV de la Buna-Monowitz, y repara en los procesos de selección (para la muerte) llevados a cabo en el hospital del recinto y a veces también en los barracones de los prisioneros. La doliente voz de Primo Levi, que estuvo prisionero en este campo y logró salir de él con vida, no ha dejado de resonar a lo largo de todo el relato. Ni un kilogramo de goma sintética o Buna salió jamás de la fábrica de Buna. Los números no son espectaculares. «Atendiendo al número de presos del Kommando Buna junto con los que pasaron por el Campo IV hasta su evacuación (más de 20.000 en total) y al de los que perdieron la vida (más de 10.000), que son las cantidades más cautelosas presentadas por Piotr Setkiewicz –reza la nota 144 del libro–, la conclusión es significativa: la totalidad de los prisioneros que perecieron como consecuencia de sus labores en la construcción de la Buna-Monowitz de IG Farben entre abril/1941 y enero/1945 fueron reemplazados por otros presos». Utiliza las estadísticas facilitadas por el investigador polaco. Y concluye: «Los trabajadores forzados que empleó la IG Farben en Monowitz eran elementos integrantes del conjunto destinado a la “aniquilación por el trabajo” (Vernichtung durch Arbeit), pues ya habían sido clasificados y valorados por la administración nazi como residuos sociales desechables a los que sólo restaba acomodarlos a su determinado destino: ser exprimidos en su potencial utilidad hasta la consunción. Y como tal fueron usados».

Esto es lo que convierte al tercer Auschwitz en algo singular e inquietante para nosotros. Y es lo que la prosa clásica, serena y larga, de Alberto Mira Almodóvar analiza con un envidiable rigor spinoziano. El texto, sin embargo, se ciñe sobremanera a los datos históricos comprobados y, lejos de generalizar y subrayar groseramente una línea argumentativa, prefiere entretenerse en la descripción del detalle, pero lo curioso es que todo contribuye a reforzar y aclarar la nueva forma casi imperceptible que terminó adoptando el Holocausto casi al final de la guerra, revelando –esta vez sí– more geometrico el carácter mixto que adquirió el propio exterminio en el tercer Auschwitz, un campo en el que se fundió en un mismo proceso el trabajo y la aniquilación.

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