El Catoblepas · número 202 · enero-marzo 2023 · página 7
El infanticidio como institución
José Luis Pozo Fajarnés
Texto de la comunicación presentada para los XXV Encuentros de Filosofía, Infanticidio, Suicidio, Eutanasia
No te cuides, ¡oh, hija! de la muerte de Héctor, que no le devolverán la vida tus lágrimas; respeta ahora a tu señor, y sedúcelo con los dulces atractivos de tu cariñoso trato. Y si lo hicieres, llenarás de alegrías a tus amigos, y podrás educar a tu hijo del que lo fue mío, última esperanza de Troya, para que tus descendientes reedifiquen Ilión y vuelva a existir nuestra ciudad. (Eurípides, Las troyanas{1}.)
1. Cuestiones preliminares
Si es posible expresar algún modo de infanticidio como institución es pertinente referirnos a los primeros escritos en los que podemos rastrear tales acciones. También podríamos recurrir a los restos fósiles hallados en diferentes yacimientos, pero de estos, pese a las diáfanas huellas de comportamientos caníbales en restos óseos de niños, nada podemos colegir que nos permita referirnos al infanticidio como institución. Los textos griegos son por tanto nuestra primera fuente de conocimiento.
Eurípides, autor de obras trágicas de gran relevancia, es el autor que vamos a tener en consideración para nuestro trabajo. De entre sus obras, las que tratan la cuestión que nos interesa son dos: Las Troyanas y Medea. No consideramos su tragedia Hécuba pues, pese a que se da muerte a Polixena, la hija de Príamo y su esposa, cuyo nombre da título a la obra, no podemos hablar de infanticidio. Polixena no era tan joven como para ello. Tampoco es objeto de nuestra consideración su tragedia Ifigenia. Ifigenia es hija de Agamenón, y como en el caso de Polixena tampoco es tan niña cuando su padre la manda al sacrificio.
Sí se da infanticidio en la obra Medea, la vida de sus hijos acaba por la mano de la protagonista, la propia madre, que justifica su delito por considerarlo un ajuste de cuentas por la traición llevada a cabo por su esposo Jasón, que había abandonado a sus hijos, igual que a ella, para casarse con Creúsa, la hija del rey Creonte. Pero estas acciones infanticidas no son las que interesan en esta ocasión, pues solo vamos a considerar las que tienen que ver con la institución del Estado y de la guerra.
De tal manera que, antes de continuar con la cuestión concreta del infanticidio, es pertinente aclarar la afirmación titular, pues sus conexiones con otras instituciones como el Estado y la guerra, procuran que no nos dilatemos más, pese a que ello será retomado y ampliado más adelante. Con las tres categorías institucionales expresadas (Estado, guerra e infanticidio) estamos situados en el contexto de la categoría sistemática de la política. La categoría política es un sistema que mantiene su independencia con otros sistemas categoriales. Una independencia que –como dejó dicho Gustavo Bueno– es esencial, no existencial. Así pues, en el seno de la política se dan diversos conjuntos de categorías, algunas de las cuales son a su vez sistemáticas. El hecho de que hablemos de conjunto, no quiere decir que a la vez sea un sistema, pues ello nos llevaría a una situación límite inaceptable. Para solventar el problema Gustavo Bueno deja de lado hablar de sistemas, y nos habla en este contexto de «órdenes» de categorías: «El concepto órdenes de sistemas de categorías está calculado para recoger las relaciones supra sistemáticas dadas entre las categorías sistemáticas»{2}.
La categoría sistemática política, pese a ser la que está presente de modo implícito en todo el escrito, no es la que va a ser estudiada en este trabajo. Tal y como hemos adelantado, solo vamos a tener en consideración las categorías institucionales presentes en su ordenamiento, y que son la del infanticidio, y las dos que como hemos señalado debemos tener en cuenta, dado que las conexiones con la primera son insoslayables: el Estado y la guerra.
2. El infanticidio político
Agamenón era soberano del Peloponeso. Si no lo era de todo, al menos lo era de la mayor parte del mismo. Cuando organizó los diferentes pueblos helenos para marchar contra Troya fue el “comandante en jefe” de todas las tropas coaligadas alrededor de su figura. Podemos referiros a ellas como una suerte de liga o de asociación, aunque no permanente. La Ilíada, de Homero, además de otros poemas y narraciones, nos permite concluir en ello. No puede decirse que Agamenón dirigiera un Imperio en el sentido en el que más adelante encabezaría Alejandro Magno. Políticamente no lo era, por lo que hemos señalado, ni tampoco por lo que toca a la consideración de los hombres que eran comandados por él.
En aquel tiempo, las diferencias sociales entre aristócratas y el resto de los mortales eran tan amplias que los calificativos morales solo se dirigían a los primeros. Las sociedades griegas, al menos las de mayor relevancia histórica, sufrieron transformaciones que ecualizaron las prerrogativas de sus miembros. De tal manera que solo en el siglo IV a. C. podemos hablar de un imperialismo en sentido universal. Un Imperio que organizaba a “hombres libres” (en el sentido dado al término en Grecia, y después en Roma) por contraste con otros imperios previos, como el de los persas o los egipcios. El Imperio romano posterior al de Alejandro tuvo unos caracteres sociales similares. Y en los Imperios que se dieron posteriormente, la justificación ecualizadora fue diferente, pues el modo de ver el mundo dependió de una nueva nematología, la cristiana. La salvedad que es pertinente traer a colación es la del imperialismo soviético, pues el cristianismo era ideología a destruir, la igualdad soviética derivaba de una igualdad diferente a la expresada por los cristianos, era la igualdad socialista y atea.
El estado y la guerra como instituciones guardan una estrecha relación con la que a nosotros aquí nos interesa, la del infanticidio. La guerra de Troya, comandada en el lado griego por Agamenón y en el troyano por Príamo, terminó gracias a la estratagema de Ulises, narrada no en la Ilíada, sino en la Odisea:
Contó cómo los hombres aqueos la villa asolaron al salir del caballo, dejando la hueca emboscada. Y cantó de qué modo dispersos por todos lados, la ciudad devastaron, y Odiseo, lo mismo que Ares, fue al hogar del Deífobo, con Menelao el divino; y contó de qué modo afrontó el más terrible combate hasta ser vencedor, por favor de Atenea magnánima.
En ese mismo texto, a renglón seguido, se describe la situación de los supervivientes de Troya: las esposas de los hombres vencidos y masacrados, visto todo ello a través de los ojos del protagonista de la obra:
Tales cosas cantaba el aedo famoso; Odiseo conmovióse y el llanto, al caer, le mojó las mejillas. Y como una mujer que, abrazada al marido, solloza cuando este ha caído delante del pueblo y su gente para así liberar la ciudad y a los hijos del día implacable, y al verlo morir, jadeando, se lanza ella a él y laméntase y grita, y están los contrarios golpeando con picas su espalda y sus músculos todos y la llevan cautiva a que pase trabajos y angustias, y en la tan lastimosa agonía consume su cara, penoso era el llanto al brotar de los ojos de Odiseo{3}.
De lo aquí narrado entendemos que de Troya solo quedarán las ruinas, y que solo las mujeres mantendrán la vida, para ser esclavas. Este pequeño fragmento de la Odisea dibuja el escenario en el que Eurípides nos narra las tragedias Hécuba y Las troyanas. Debemos señalar que era más habitual que los vencedores hicieran esclavas no solo a las mujeres sino también a los niños. Pero ello no es óbice para que nosotros tomemos la narración de Eurípides como argumento para nuestra tesis, pues, lejos de ser el único caso, debemos señalarla como una práctica más común de lo que podemos imaginar, incluso en el carácter político en el que queremos incidir. Carácter político que, salvando las distancias, reconocemos en el caso de Cronos, cuando devoró a sus hijos. Este podría ser datado, como el primero de los infanticidios con un carácter marcadamente político. Cronos (Saturno) devora a sus hijos para que ninguno de ellos, en el futuro, pudiera usurpar su trono. Tampoco podemos olvidar que este mismo carácter tuvo el no consumado infanticidio de Edipo, ordenado por su padre Layo (que narra Sófocles en la tragedia Edipo rey), o el previo de Perseo, de estructura similar al anterior, salvo en que el que ordena la muerte del Perseo niño es su abuelo, Acrisio. En Roma, una historia similar es la de Rómulo y Remo.
Razones políticas llevaban a practicar el infanticidio tanto en Grecia –muy conocida es la tradición espartana de matar a los recién nacidos más débiles– como en Roma, allí el paterfamilias decidía sobre la viabilidad de los hijos nada más nacer, o también el propio Estado, pues, si el niño tenía malformaciones, obligaba a que su padre acabara con su vida, incluso en contra del deseo paterno.
Con todo, nuestra atención se centra en la obra de Eurípides Las troyanas. Y dado que consideramos el infanticidio que allí se narra como la institución que es, vamos a comenzar por llevar a cabo el análisis noetológico de la misma.
3. La ceremonia del infanticidio en Las troyanas de Eurípides
La institución del infanticidio solo tiene sentido en el marco de otras instituciones. La institución del Estado, que en la tragedia de Eurípides la vemos representada por la liga aquea, que incorpora diferentes estados, y por Troya. Una y otra están enfrentadas en el primer conflicto bélico narrado de la historia. Estos estados efímeros están sujetos a la marcha de la historia, la cual la expresamos en el sistema del materialismo filosófico como dialéctica. La dialéctica de estados tiene como una de sus peculiaridades más conspicuas otra institución, la guerra. Esta institución es protagonista del otro texto al que nos hemos referido, la Ilíada de Homero.
Una de las consecuencias de esta guerra es el infanticidio que narra Eurípides. Una institución y otra tienen en su articulación diferentes modos de ser definidas. Siguiendo a Gustavo Bueno en su Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones, diremos que son instituciones de distinto rango. La guerra la debemos expresar –en el orden de las categorías políticas también– como una categoría institucional sistemática. El infanticidio será, respecto de aquella, una categoría institucional sistática (tanto la racionalidad implicada en la guerra como la implicada en el infanticidio es racionalidad conductual, o mejor dicho, para seguir con la nomenclatura de nuestro sistema, β-operatoria. Aunque ello no es óbice para que otras categorías sistáticas, implicadas en la sistemática de la guerra, y también del Estado, estén presentes y no sean conductuales sino α-operatorias). Es muy importante señalar que la guerra no interviene en los procesos morfodinámicos pues no es parte, no la podemos considerar como tal, sino que es una totalización. Así pues, además de ser una categoría sistemática, dado su carácter de totalidad, tiene otra particularidad clasificatoria añadida: es categoría holotética.
Por otra parte, la guerra la concebimos como un todo en el que aparecen otras categorías relativas no a todos sino a partes, y que Bueno denomina por eso mismo merotéticas. El infanticidio así lo consideramos también en el marco de la guerra, junto con una multiplicidad de partes, con otras categorías también merotéticas. Todas estas, y no las holotéticas y sistemáticas, son las que juegan un papel dinámico (causal). Solo las categorías sistáticas, a la vez que merotéticas, son morfodinámicas. Y en el límite estas desaparecerán (el cambio constante que lleva en el límite a la anulación es lo que denominamos como actualismo) y otras diferentes surgirán en el marco de las instituciones sistemáticas en las que juegan su papel.
Además de lo dicho debemos también incidir en que tanto las instituciones como las ceremonias son categorías antropológicas. Según ha señalado Gustavo Bueno en el Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones:
La idea de institución puede ser considerada como una categoría morfológica suprema del espacio antropológico; o, para decirlo en términos gnoseológicos, como categoría suprema (no necesariamente única, si es que reconocemos contenidos antropológico—culturales que no son instituciones) de la Antropología filosófica (Gustavo Bueno, «Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones», El Basilisco 37, Pentalfa, Oviedo 2005. Pág. 6).
Y las ceremonias hacen depender su condición de categoría antropológica de las instituciones. Las ceremonias son a su vez instituciones, aunque como género subalterno de ellas. Gustavo Bueno reconoce a Herbert Spencer como introductor de la categoría ceremonia subsumiéndola en la de institución. Algo que llevo a cabo en el ámbito de la Sociología. Bueno sin embargo incorpora el planteamiento spenceriano en un marco mucho más amplio, el de la Antropología:
Desde nuestras coordenadas, las instituciones y las ceremonias de Spencer podrían reinterpretarse como figuras del eje circular del espacio antropológico (...) en cualquier caso, la teoría de las instituciones y de las ceremonias que en este ensayo se expone podría de algún modo ser considerada como una generalización a la antropología de la teoría sociológica de Spencer; generalización antropológica que repercute también en una ampliación de los conceptos correspondientes, y no solo su extensión (Bueno, 2005, 7).
Y así, frente a la afirmación, lisológica, de que el hombre es animal racional, tal y como expresaban Platón y Aristóteles, Bueno propone la definición morfológica del hombre como «animal ceremonioso». Esta definición morfológica es más precisa que la lisológica pues «uno de los cauces por los cuales se llevaría a efecto la racionalidad humana, sería el cauce de las ceremonias» (Bueno, 2005, 7). Dada la subsunción previa, de las ceremonias a las instituciones, afirmamos con Bueno que el hombre es ante todo «animal institucional», Y que solo por ello puede entenderse que es racional, pues «las instituciones (y no la mente o el cerebro) son los cauces generadores de la racionalidad humana» (Bueno, 2005, 7-8).
También es pertinente, para lo que aquí traemos a colación, señalar que hay instituciones que son ceremoniales y otras que no lo son. Para clarificar la naturaleza de esta distinción Bueno la pone en correspondencia con otras distinciones. De entre las tres que propone, nosotros solo vamos a tener en cuenta la primera, la que se da entre el «hacer» y el «ser». El «hacer» se relaciona con las instituciones ceremoniales, y el «ser» con las no ceremoniales. Como a nosotros nos interesa lo que tiene que ver con las instituciones que sí son ceremonias, o que al menos las incluyen, nos vamos a referir solamente a lo que tiene relación con el «hacer»:
Las ceremonias serían figuras del hacer (lo que no quiere decir que todas las figuras del hacer humano hayan de ser ceremoniales). «Hacer» en español comprende tanto el facere (que a su vez traduce el poiein griego, regulado por la techné, en latín ars) como el agere latino (corresponde al griego pratein, praxis, regulado por la phronesis, en latín prudentia) (...) Las ceremonias serían, según esto, figuras de la praxis, instituciones de la praxis política, o técnica o conductual; y sin que ello signifique que toda praxis humana haya de considerarse institucionalizada ceremonialmente, al menos en su origen (la estrategia improvisada por un genio militar acaso no obedece a un modelo ya institucionalizado, aunque pueda dar origen a la institucionalización de un modelo, como pudiera ser el modelo de la batalla de Cannas, por ejemplo) (Bueno, 2005, 12).
Cuando atendemos al núcleo de la tragedia Las troyanas, de Eurípides, reconocemos la conexión con todo lo que acabamos de apuntar. Vamos a ver que el hecho de mandar ejecutar al hijo de Héctor es una cuestión que solo se puede justificar por el hecho de ser un caso en el que prima la prudencia política, frente a otras consideraciones que, en otro marco institucional serían más ajustadas, tal y como veremos más adelante:
TALTIBIO. - Tú que fuiste en otro tiempo esposa de Héctor, el más esforzado de los frigios, no me aborrezcas, que contra mi voluntad vengo a anunciarte los públicos decretos de los dánaos pelópidas.
ANDRÓMACA. - ¿Qué sucede? Tus palabras me anuncian nuevos males.
TALTIBIO. - Han decretado que este niño...¿Cómo lo diré?
ANDRÓMACA. - ¿Que no sea el mismo su dueño y el mío?
TALTIBIO. - No será esclavo de ningún aqueo.
ANDRÓMACA. - ¿Dejan aquí al único frigio que sobrevive?
TALTIBIO. - No sé cómo dulcificar la pena que voy a causarte.
ANDRÓMACA. - Alabo tu temor, a no ser que me participes faustas nuevas.
TALTIBIO. - Matarán a tu hijo; tal es la terrible desdicha que te amenaza.
ANDRÓMACA. - ¡Ay de mí! ¡Cuánto peor es esto que un nuevo himeneo!
TALTIBIO. - El parecer de Odiseo triunfó en la asamblea de los griegos...
ANDRÓMACA. - ¡Ay, ay de mí otra vez! ¡No es igual nuestro infortunio!
TALTIBIO. - Sosteniendo que no debía vivir el hijo de tan esforzado guerrero.
ANDRÓMACA. - Ojalá que así triunfe cuando se trate de los suyos.
TALTIBIO. - Será precipitado desde las torres de Troya. Así se hará, y tú parecerás más prudente si no lo retienes obstinada y sufres con fortaleza tu desdicha, no creas que, siendo impotente para oponerte a sus órdenes, conseguirás nada; nadie te socorrerá. Recuerda que pereció tu ciudad y tu esposo, que tú eres esclava y nosotros bastante fuertes para dominar a una sola mujer; no te resistas ni cometas torpezas, que te harán odiosa, ni maldigas tampoco a los griegos. Porque si tus palabras excitan el furor del ejército, ni este niño será sepultado, ni podrás llorarlo; pero si callas y te resignas, no quedará insepulto su cadáver y los griegos serán contigo más complacientes.
ANDRÓMACA. - ¡Oh hijo de mis entrañas, oh hijo muy querido, morirás por mano de tus enemigos, abandonando a tu mísera madre! La nobleza de tu padre, fuente de salvación para otros, es causa de tu muerte, y su valor te es funesto. ¡Oh lecho mío infeliz, oh himeneo que me trajiste en otro tiempo al palacio de Héctor, no para dar la vida a una víctima de los dánaos, sino un soberano a la fértil Asia! ¡Oh hijo! ¿Lloras? ¿Presientes acaso tu desdicha? ¿Por qué te agarras de mí y estrechas mi vestido, tierno hijuelo, que te cobijas bajo mis alas? ¿No vendrá Héctor a salvarte, empuñando su famosa lanza y pasando de la luz a las tinieblas? ¿No los parientes de tu padre, no el poder frigio? ¿Exhalarás el alma, cayendo sin conmiseración desde las alturas, precipitado en letal salto? ¡Oh dulce carga la más amada de los brazos de una madre! ¡Oh dulce hálito! ¡En vano, pues, envuelto en estos pañales te alimentó mi pecho; en vano sufrí por tu causa y me acabaron los trabajos maternales! ¡Ahora, nunca más será, abraza a tu madre, acércate a la que te dio a luz, échame tus bracitos al cuello, dame un beso! ¡Oh griegos, autores de bárbaros males! ¿Por qué matáis a este niño inocente? ¡Oh hija de Tíndaro! No era tu padre Júpiter: muchos fueron en verdad: algún mal genio, después la envidia, el asesinato y la muerte y todos los males que produce la tierra. ¡Nunca diré que te engendró Jove para perder a tantos bárbaros y griegos! ¡Que tú mueras, que tus bellísimos ojos devastaron torpemente los ínclitos campos de los frigios! Ea, pues, lleváoslo; precipitadlo, si queréis; devorad sus carnes; mátannos los dioses, y no podremos librar a mi hijo de la muerte. Ocultad mi cuerpo miserable y llevadme a la nave: ¡feliz himeneo el mío, perdiendo antes a mi hijo!
EL CORO. - ¡Mísera Troya; por una mujer, por odiosas nupcias, murieron innumerables guerreros!
TALTIBIO. - Anda, niño, deja ya los dulces brazos de tu desventurada madre, y sube a las altas almenas de las torres de tu padre, en donde rendirás el alma como han ordenado los griegos. Lleváoslo, pues. Para anunciar tales desdichas sería preciso no tener entrañas y ser más imprudente de lo que yo soy.
HÉCUBA. - ¡Oh hijo, oh hijo de mi hijo desdichado! Inicuamente nos arrancan tu vida a mí y a tu madre. ¿Qué haré? ¿Qué haré yo por ti, ¡oh desventurado!? ¡Sólo estas heridas en nuestra cabeza y estos golpes en nuestro pecho! ¡Sólo podemos esto! ¡Ay de mí, ay de mi ciudad! ¡Ay de mí por tu causa! ¿Qué mal no sufrimos, cuál nos falta, para que acaben de una vez conmigo? (Eurípides, 1970, 1035-8).
Los griegos, los diferentes reyes asociados, en común acuerdo, deciden que el hijo de su más audaz, valeroso y potente enemigo, Héctor, no puede seguir viviendo, pues ven el peligro que puede cernirse en el futuro sobre ellos, el que hemos podido leer en palabras de Hécuba, poco antes de lo aquí citado:
HÉCUBA. - …No te cuides, ¡oh, hija!, de la muerte de Héctor, que no le devolverán la vida tus lágrimas; respeta ahora a tu señor, y sedúcelo con los dulces atractivos de tu cariñoso trato. Y si lo hicieres, llenarás de alegría a tus amigos, y podrás educar a este hijo del que lo fue mío, última esperanza de Troya, para que tus descendientes reedifiquen a Ilión y vuelva a existir nuestra ciudad. Pero mientras nos desahogamos en no interrumpirnos coloquios, ¿qué heraldo griego se acerca, mensajero de nuevas órdenes?
Hemos podido observar que la ejecución infanticida de Astianacte tiene tintes ceremoniosos. No es arrancado de los brazos de su madre de modo bárbaro sino mediante el envío del heraldo habitual de Agamenón, Taltibio. Y la ejecución es, además de decidida racionalmente, explícitamente ordenada en la forma en cómo se ha de llevar a cabo. La ceremonia de la ejecución es narrada de modo indirecto por parte de Taltibio, el cual, con posterioridad, ceremoniosamente había comenzado los preparativos de las honras fúnebres, pues tras arrojar al hijo de Héctor desde lo alto de las murallas, él mismo lava el cadáver, y con exquisito tacto y máximo respeto lo presenta a su abuela, Hécuba, que será la encargada de dirigir la ceremonia del enterramiento:
TALTIBIO (Acompañado de esclavos, que traen sobre un escudo el cadáver de Astianacte). - ¡Oh Hécuba! La única nave con bancos de remeros del hijo de Aquiles. Neoptólemo, que queda, se prepara a llevar a las costas pitióticas los restantes despojos que le han tocado en suerte. Él se hizo antes a la vela, sabedor de ciertas desdichas que ha ocurrido a Peleo, desterrado de su patria, según dicen, por Acasto, hijo de Pelias. Tal es la causa que le obligó a retirarse más pronto de lo que pensaba. Creyó pasar aquí algún tiempo, pero al fin se embarcó con Andrómaca, que derramaba muchas lágrimas al separarse de esta tierra, lamentándose de los infortunios de su patria y apostrofando al túmulo de Héctor. Y le pidió permiso para sepultar a su hijo, precipitado desde las murallas, muerto horriblemente, y que le sirviese de féretro este escudo cubierto de bronce, terror de los aqueos, que defendió a su padre, en vez de llevarlo al palacio de Peleo o al mismo tálamo de su nuevo esposo. Así no tendrá siempre a la vista tristísimos recuerdos, y hará las veces de caja de cedro y de marmóreo sepulcro. También dispuso que te entregase su cadáver, para que, como puedas, lo adornes con peplos y coronas, ya que ella se ausenta, oponiéndose la precipitación del viaje de su señor, a tributarle los últimos deberes. Nosotros, cuando engalanes su cuerpo y lo cubra la tierra, clavaremos una lanza en su tumba, y a ti sola corresponde lo demás. Observarás, sin embargo, que al pasar las aguas del Escamandro lo lavé y limpié sus heridas. Ahora le abriremos una hoya, y después, reuniendo nuestros esfuerzos y haciendo lo que nos han ordenado, no volveremos a nuestro campo.
HÉCUBA. - Dejad ahí el circular escudo de Héctor, recuerdo triste y desagradable para mí. ¡Oh aqueos!, más dignos de alabanzas por vuestras hazañas que por vuestros pensamientos: ¿cómo por temor a un niño habéis cometido un nuevo crimen? ¿Para que no reconstruyese a Troya arruinada? Hombres inútiles erais cuando la fortuna de las armas favorecía a Héctor, y perecimos sin embargo, a pesar de nuestros innumerables soldados, y tomada la ciudad y aniquilados los frigios, todavía os infunde miedo tan tierno niño. No alabo esta vil pasión, si carece de racional fundamento. ¡Oh tú el muy querido, qué deplorable ha sido tu muerte! Si hubieses perdido la vida por tu patria, después de llegar a edad adulta, de casarte y regir un imperio como el de los dioses, hubieras sido feliz, si hay felicidad en todo esto. Mas tú, ¡oh hijo!, cercado de regia pompa, no has sabido apreciarla, y no disfrutaste de los placeres que tu palacio te ofrecía. ¡Infeliz! ¡Cómo las murallas de tu ciudad natal, obra de Apolo, han puesto tu cabellera, que tanto cuidó tu madre, y a la cual prodigó tanto beso! De tus huesos destrozados brota ahora la sangre, por no nombrar más repugnantes objetos. ¡Oh manos, qué grata semejanza tenéis con las de su padre, y ahora yacéis caídas, rotas vuestras articulaciones! ¡Oh dulce boca, que solías decir grandes cosas con infantil petulancia! ¡Pereciste! Me engañabas cuando agarrado a mis vestidos me hablabas así: ¡Oh madre, yo cortaré para ti muchos rizos de mis cabellos, y llevaré muchos niños a tu sepultura, y te diré palabras que te complazcan! No tú a mí, que a pesar de tu edad infantil, yo anciana, desterrada, sin hijos, te sepulto, ¡oh mísero cadáver! ¡Ay de mí! ¡Aquellos ósculos innumerables, y mis desvelos en criarte, y mis interrumpidos sueños, todo esto fue inútil! ¿Qué inscripción, pregunto yo, grabará algún poeta en tu sepulcro? ¿Que los argivos por miedo te mataron tan niño? Vergonzoso para la Grecia sería tal epitafio. Pero ya que ni disfrutaste de tus bienes patrimoniales, poseerás al menos un escudo de bronce, en el cual serás enterrado. ¡Oh escudo, que resguardabas en otro tiempo el bellísimo brazo de Héctor, ya perdiste a tu dueño incomparable! ¡Cuán dulce es la señal que dejó en la embrazadura y el sudor que derramó en tu centro bien torneado, cuando corría copioso de su frente al acercarlo a sus mejillas pasando insoportables trabajos! Llevad, poned estas galas, las únicas que poseo, a ese cadáver desventurado, que los dioses no me favorecen lo bastante para hacerle funerales suntuosos; toma los tristes retos de mi pasada grandeza. Necio es el mortal que, creyéndose siempre feliz, abandona al placer: la fortuna, cual furiosa y delirante, salta aquí y allí, y a ninguno concede perpetua dicha. »
EL CORO. - Mira los despojos frigios que en sus manos traen las cautivas, para que engalanes el cadáver de Astianacte.
HÉCUBA. - ¡Oh hijo! Aun cuando no has vencido a tus iguales a caballo ni con el arco, según costumbre frigia, no obstante la moderada afición de los troyanos a esta clase de ejercicios, la madre de tu padre te pone estas galas, resto triste de lo que fue tuyo en otro tiempo, que hace poco te arrebató Helena, aborrecida de los dioses, causa además de tu muerte y de la ruina de todo tu linaje.
EL CORO. - ¡Ay, ay de mí! ¡Tocaste, tocaste mi corazón! ¡Oh tú, que hubieses sido soberano inmortal de mi ciudad!
HÉCUBA. - Con los ricos vestidos frigios que debían adornarte al celebrar tu himeneo con la más noble asiática, cubre ahora tu cuerpo. Y tú, escudo querido de Héctor, que en días más venturosos ganaste tantos trofeos, recibe esta guirnalda, aunque tu fama es imperecedera, morirá, sin embargo, con este cadáver; más justo es honrarte que no a las armas del astuto y malvado Ulises.
EL CORO. - ¡Ay, ay, ay, ay de mí! Amargamente llorado, ¡oh hijo!, te recibirá la tierra. Llora, madre...
HÉCUBA. - ¡Ay, ay de mí!
EL CORO. - …como debes llorar a los muertos.
HÉCUBA. - ¡Ay de mí, ay de mí!
EL CORO. - ¡Ay de tus males insufribles!
HÉCUBA. - Yo, médico desventurado sólo en nombre, no en realidad, cuidaré como pueda de parte de tus heridas, ligándolas con vendajes; tu padre te curará las demás entre los muertos.
EL CORO. - Golpea, golpea tu cabeza, que tus manos resuenen. ¡Ay de mí, ay de mí!
HÉCUBA. - ¡Oh mujeres muy amadas!
EL CORO. - ¿Qué significan esos clamores?
HÉCUBA. - Dignáronse sólo los dioses hacerme desgraciada y aborrecer a Troya más que a las otras ciudades, y de nada sirvieron nuestros sacrificios. Y sin embargo, debemos confesar que si no nos precipitasen en el abismo desde la altura, yacería nuestro nombre en la oscuridad, y sin que nadie se acordase de nosotros en sus cantos, y no seríamos para la posteridad manantial perenne de poesía. Andad, sepultad este cadáver en mísero túmulo, que ya ha recibido los fúnebres honores. A mi parecer, interesa poco a los muertos que se les tributen funerales suntuosos, y más bien son vana pompa de los vivos. (Eurípides, 1970, 1047-51).
4. Estructura noetológica del argumento de Las troyanas
La racionalidad implícita en las instituciones, racionalidad humana por tanto, se expresa dialécticamente, dibujando en su movimiento transformaciones «idénticas»{4}. En el Ensayo de una teoría antropológica de las instituciones, Gustavo Bueno señala tres momentos que siempre están presentes en las transformaciones que se dan en el constante actualismo de las instituciones:
1. Un momento de posición operatoria de partes (momento que implica una composición y una descomposición o destrucción de las partes compuestas respecto de terceros),
2. Un momento de contraposición con el medio entorno o con las partes del dintorno, y
3. Un momento de recomposición controlada de las partes contrapuestas o resolución en la totalidad inicial. (Bueno, 2005, pág. 25)
El momento uno, el momento de la composición, se puede reconocer en la decisión tomada por los reyes aqueos. La finalidad propositiva común a todos estos mandatarios solo conseguirá su meta una vez que el emisario/ejecutor cumpla con la sentencia. Pero para que ello suceda, debe llevar a cabo diversas acciones, entre las que destacan, primero, arrancar de los brazos de la madre al infante y, segundo, trasladarse a un punto alto de las murallas de Troya.
El segundo momento, el de la contraposición, está marcado por diferentes procesos, que tienen su punto álgido cuando el emisario debe hacerse con el niño, que todavía está junto a su madre. El papel de Taltibio debe de contraponer el beneficio de la decisión a lo terrible del acto que va a perpetrar; y a la composición del momento primero se contrapone también la acción de la madre. Contrarrestada esta a su vez por los razonamientos implícitos en la decisión de los vencedores que le trasmite el mensajero y futuro ejecutor de la sentencia (si no accede a entregar al niño, no habrá honras fúnebres, cuestión esta muy relevante en la nematología antigua, pues la institución del enterramiento era irrenunciable entre los que se les suponía la areté, entre los aristócratas, pues si tal no sucedía su alma estaba condenada a vagar por el inframundo){5}. En esta contraposición, la racionalidad de la decisión tomada por los vencedores –que han decidido la condena del último de los troyanos e hijo del más heroico de todos ellos– se podría ver corrompida por los escrúpulos de Taltibio y por la querencia de Hécuba, pero al sobreponerse el deber, se hace lo correcto respecto de la finalidad. De modo que nos situamos en el siguiente y último momento.
Este es el momento de la resolución, y se consigue una vez que la racionalidad conductual del emisario coincide con la del mandato judicial y se consuma el infanticidio. Podemos aquí asegurar la racionalidad de la institución. Al llevarse a efecto la ejecución dictaminada consigue lo que se pretendía, que no era otra cosa que el afianzamiento de la victoria. Mediante su consumación se elimina todo peligro, se acaba con la vida del único hombre –en este caso todavía sin consolidarse como tal, dado que es un niño– que podía hacer que la derrota inferida al enemigo no fuera definitiva en el tiempo.
4. El infanticidio dejó de ser una práctica política
Gustavo Bueno ha señalado que el principio de symploké platónico nos permite diferenciar entre dos instituciones diferentes: las frías, que son en las que su duración no depende de otras instituciones diferentes, aunque sí puede depender de otros factores naturales o culturales: «Cabría decir que las instituciones frías son instituciones sin metabolismo con instituciones de su entorno» (Bueno, 2005, 35); y las instituciones calientes, que se diferencian de las frías en que implican su expansión, que puede tener dos diferentes modos de darse, si se trata de instituciones sistemáticas singulares, o se trata de instituciones sistemáticas no singulares. De esta última hablamos de especies o géneros frente a las particularidades de las sistemáticas: «de este modo, la expansión de una institución a escala numérica o singular puede ser nula (cuando la institución con metabolismo permanece estacionaria) al mismo tiempo que la expansión de la institución, a escala de la especie o clase, puede ser positiva» (Bueno, 2005, 35).
Las instituciones frías y calientes pueden ser ambas estacionarias. Bueno ejemplifica a una y otra mediante las diferentes familias que se han dado históricamente, pues dependiendo de si estas han podido expandirse o no, y de la conexión con otras instituciones similares a ella, con las que han podido intercambiar productos (a esto Bueno se refiere como “metabolismo”, y define a las instituciones calientes). Y teniendo en cuenta otro tipo de conexiones metabólicas a escalas muy distinta, pues no son de intercambio sino de otro tipo. Nos referimos a las conexiones que la familia puede tener con instituciones políticas, militares o eclesiásticas. Este mecanismo ampliativo es el que derivó, por ejemplo, en la concreción de las organizaciones políticas griegas a las que nos estamos refiriendo, y en última instancia a las ciudades—estado y como colofón al imperio de Alejandro Magno:
Pero no todas las instituciones calientes (con metabolismo) son estacionarias; tenemos que registrar también la realidad de instituciones calientes no estacionarias, sino de ciclo ampliado. Son instituciones cuya estructura les impulsan hacía una expansión orientada a la ampliación o crecimiento de la estructura misma de su singularidad; ampliación que determina no solo un crecimiento cuantitativo o vegetativo de esa singularidad, sino una transformación de la misma categoría específica… El Estado es probablemente el primer tipo de institución en el cual su estructura le orienta en muchos casos, pero internamente, a procesos del ciclo ampliativo y no estacionario (Bueno, 2005, 36).
El infanticidio institucionalizado llegó a su fin, dejando paso a otras instituciones con la misma finalidad eutáxica pero más ajustadas a la ética, pues las instituciones que surgieron, anulando la del infanticidio, no dependían de la destrucción de la vida de un niño sino de su educación por parte de los vencedores. Así pues, las instituciones son eminentemente actualistas, del mismo modo que surgen y se mantienen en el tiempo, desaparecen. Otras instituciones diferentes serán las que tengan funciones similares en los nuevos órdenes sociales en los que las viejas instituciones no tienen cabida. Los mecanismos evolutivos implicados en ello nos los ha mostrado Bueno en su artículo sobre las Instituciones. En él señala que la primera característica definitoria de una institución es su “estructura hilemórfica”, pero en un sentido que no es el aristotélico de la sustancia, pues ni la materia ni la forma expresada por el materialismo filosófico son sustancias, y mutatis mutandis tampoco lo será la estructura hilemórfica que arman. Así pues, las instituciones no pueden ser nunca tratadas como sustancias aristotélicas. Es más, la materia y la forma de una institución son entre sí inconmensurables:
Una institución es un orden impuesto de algún modo a una materia dada; pero la materia no tiene por qué estar dispuesta, en general, a someterse a este orden. La materia podrá desbordarlo continuamente. Por ello puede afirmarse, recíprocamente, que la estructura de una institución, o bien su forma normativa, no recoge la integridad de la materia institucionalizada… el conflicto o tensión permanente que suponemos dado, en general, entre la materia desbordante y la forma continente, según regla, de la institución, es razón suficiente para pensar que las instituciones no pueden ser eternas” (Bueno, 2005, 21-22).
En estos términos podemos hablar de los Estados que, dada la dialéctica que rige su confrontación, desaparecen en un gran número, otras veces se hacen Imperios, que, al sujetarse a ese actualismo que hemos señalado para las instituciones, y la dialéctica que en paralelo actúa sin freno, durante un tiempo están al frente de la historia universal, para dejar paso a otros que ocupan su lugar. La guerra es la institución sistemática que siempre está presente, en tiempos de paz de un modo latente, aunque tal situación pacífica nunca se da universalmente, pues la latencia siempre está acompañada de escaramuzas en diferentes territorios y de modos violentos de todo tipo, desde la coerción policial hasta las sentencias de pena capital, pasando por otras múltiples formas de expresarse. Está tan presente que incluso podríamos darle la vuelta a la famosa frase de Carl Clausewitz, sin que su negación pudiera tener una potencia mayor que la negación de la dicha por él mismo: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”.
En el marco de la institución sistemática de la guerra es en la que hemos reconocido como institución sistática al infanticidio. Como habíamos referido, las instituciones sistáticas, y a la vez merotéticas, son las únicas susceptibles de un morfodinamismo que las sistemáticas no pueden desarrollar. La transformación causal que vamos aquí a considerar solo puede ser fruto de la causalidad que es privilegio solo de las instituciones merotéticas. La institución del infanticidio perdió la forma que hemos visto diáfanamente expresada en Las troyanas al derivar causalmente en otra institución. La forma de la institución del infanticidio no era potente, como hemos visto para someter a toda la materia implicada: “Una institución, en cuanto a su forma, no puede considerarse capaz de incorporar enteramente a todas sus partes (a su materia), y esto es tanto como decir que las instituciones no agotan la materia que organizan, y que esta materia desborda siempre la forma institucional” (Bueno, 2005, 22). Partes materiales que la forma quería ordenar estaban también presentes en otras instituciones. Ese desbordar es tal que termina por trans-formar la institución. La nueva forma y la materia ordenada por ella, ya nada iban a tener que ver con la vieja institución. La nueva anulaba la previa del infanticidio. Eso sí, seguía articulándose con las mismas instituciones –entre las que destacamos la de la familia y la de la guerra– pero lo que cambiaba es que conseguía no contraponerse a ellas del modo en que el infanticidio, tal y como hemos comprobado, se oponía a ellas en la tragedia de Eurípides. Incluso la misma narración trágica se contraponía a la forma que tendía a desaparecer. La tragedia la consideramos como materia que la forma de la vieja institución no puede abarcar, y por lo mismo materia que juega papel en esa morfodinámica que derivó en la abandono de la institución política del infanticidio.
Así pues, los contenidos de la obra que son proclives a la destrucción de la institución del infanticidio son sobre todo dos: En primer lugar, es patente la contraposición que emana de la ética del guerrero. Así lo vemos por sus palabras al dirigirse a la madre, Andrómaca: «Han decretado que este niño...¿Cómo lo diré?» (...) «No será esclavo de ningún aqueo» (...) «No sé cómo dulcificar la pena que voy a causarte». Y después al dirigirse a propio Astianacte, una vez que su madre ha tenido que dejar el abrazo protector, tras sopesar las amenazas de los que lo condenan: «Anda, niño, deja ya los dulces brazos de tu desventurada madre, y sube a las altas almenas de las torres de tu padre, en donde rendirás el alma como han ordenado los griegos. Lleváoslo, pues. Para anunciar tales desdichas sería preciso no tener entrañas y ser más imprudente de lo que yo soy» (Eurípides, 1970, 1035-8).
En segundo lugar, por la importancia de los cuidados y de la defensa que se dan dentro de la institución familiar, esta segunda contraposición está bien definida por Eurípides en el texto, tal y como ya hemos comprobado: hemos leído como la madre arropaba a su hijo, hasta que hubo de entregarlo al brazo ejecutor, por mayor temor a las consecuencias si no se acataba la sentencia. Una vez cumplida esta, es Hécuba, la abuela, la que lleva a cabo el ritual fúnebre. De manera que los cuidados del infante ya fallecido son tan importantes como los del infante vivo, pues en ese contexto tan relevante es la vida corpórea como la anímica en el Hades.
5. Abandono del infanticidio político
El infanticidio en este sentido, que está incluido en la institución de la pena capital, será abandonado como práctica. La materia que debía ordenar derivó en otras instituciones diferentes, aunque con ellas se buscaba la misma finalidad, desactivar la posible venganza de los descendientes de los enemigos derrotados o conquistados. El infanticidio, en este sentido político, desaparece en la dialéctica de Estados cuando, en su lugar, se da la institución política de la adopción, concretamente: la adopción de los hijos de los enemigos que han sido conquistados. Esta práctica institucionalizada se dio recurrentemente en Roma, y se dio enmarcada en la práctica también institucionalizada de hacer de los pueblos conquistados, ciudadanos romanos. El ejemplo más famoso fue el de la adopción de Arminio, el hijo del jefe querusco Segimerus. Esto sucedía en tiempos del primer emperador romano, Cesar Augusto. La relevancia alcanzada se debe a que en este caso concreto la educación romana recibida no fue efectiva, pues Arminio se rebeló contra Roma derrotando a sus ejércitos en la famosa batalla del bosque de Teutoburgo. Pero todo terminó ahí, pues no consiguió la meta más ambiciosa que se había propuesto, que no era otra que la de organizar a todas las tribus germanas bajo su mando. De todos modos, los territorios reconquistados por Arminio no volvieron nunca a ser de Roma.
Los Imperios posteriores, han llevado a cabo prácticas similares, los que denominamos generadores, continuaron práctica similares a las de los romanos, El Imperio español al ampliar sus territorios en América, África y Asia educó a los indígenas como españoles, llevando el catolicismo a todos ellos. La práctica no es la misma que la romana sino un modo más evolucionado de la misma, aunque podemos atender a ejemplos que nos evocan la práctica romana{6}. El caso de Hernán Cortés y Moctezuma es revelador, pues este último dio a Cortés en adopción su hijo Chimalpopoca, que era el que quería fuese su heredero.
También podemos decir lo mismo del imperialismo soviético, que incidió en la educación de todos los territorios que iban cayendo bajo su influencia. Sobre todo se educaba a los futuros dirigentes políticos, haciendo de ellos líderes del partido comunista. Una práctica que ampliaron una vez consolidados sus territorios en el este europeo, pues en las ciudades más importantes también se daba formación a miembros destacados de los partidos comunistas de países capitalistas, y de los no alineados. Esa era la política educadora soviética, pues de ese modo fomentaban la posible revolución en terceros países, y con ello su expansión imperialista.
Por otra parte, los imperialismos depredadores desarrollaron en principio prácticas similares a las de los aqueos ante las murallas de la vencida Troya. Pensemos en el modo colonial inglés o el holandés, pero sobre todo tenemos el ejemplo de los Estados Unidos de América, que conquistaron su territorio aniquilando a la mayoría de los primeros pobladores (los protagonistas en este caso eran colonos ingleses en su mayoría, aunque también nórdicos, eso sí, todos ellos de religión protestante, sobre todo puritanos calvinistas). La aniquilación llevada a cabo se hizo sin planearse como posibilidad la asimilación que el Imperio católico español había llevado a cabo. Con todo, a día de hoy el imperialismo norteamericano desarrolla unas prácticas muy similares a los imperialismos generadores, pues su control mundial se consolida mediante la exportación de la educación democrática, de manera que las poblaciones sometidas acaten la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De esa forma, la educación de los jóvenes en esos valores es la que debe amortiguar rebeliones futuras. Esta práctica armoniza con los intereses capitalistas, pues la dialéctica de Imperios actual está mediatizada por el interés de las grandes empresas.
Esa educación sin embargo solo se reconoce como efectiva cuando el imperialismo es hegemónico, pues cuando este no es el caso, la educación suele volverse en contra del antiguo hegemón. Ejemplo de ello es lo que sucede en las naciones que han sido imperios, como el inglés o el español. Los sistemas educativos van dirigidos hacia la fragmentación estatal. En Inglaterra los casos más relevantes son los de Irlanda, Escocia o Gales. En España, las Vascongadas y Cataluña. También podemos considerar aquí la situación de Rusia, con similares procesos, a los que debió enfrentarse Vladimir Putin, pues con la primera gran crisis, la de Chechenia, Putin ya estaba al frente de la Federación. La última la que se ha enfrentado es la que ha derivado en al actual guerra de Ucránia.
6. Conclusión
En este recorrido histórico hemos atendido a lo que Gustavo Bueno había señalado respecto de las instituciones en general. El infanticidio como institución sistática, a la vez que merotética tuvo su protagonismo en la dialéctica de Estados. Eurípides nos regaló la ejemplificación del mismo, en su narración Las troyanas. Incluso esa misma narración ya puede considerarse una materia imposible de ser ordenada por la forma de esa institución. En el siglo V, cuando Eurípides escribe su tragedia, era impensable que una ciudad—estado la pusiera en práctica, tal y como lo hiciera la liga aquea comandada por Agamenón. La narración de Eurípides supone una llamada de atención para transformar la vieja institución. Con todo, no es todavía el contexto político de la Roma de Augusto, pues de todos es sabido que, pese al grado civilizador de los helenos, la condición de extranjero, del meteco, no propiciaba esa universalidad precisa para la adopción romana, y a la consiguiente educación del extranjero como ciudadano romano. Solo después de las transformaciones debidas al nuevo orden alejandrino esto comenzaría a cambiar entre los griegos, y quizá ese nuevo modo de entender la política expansionista influiría en la Roma imperial.
En Talavera de la Reina, a 2 de febrero de 2020.
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{1} Eurípides, «Las troyanas», Teatro griego, Edaf, Madrid 1970, pág. 1035. En el siglo I de nuestra era, Lucio Anneo Séneca escribió una nueva versión de esta tragedia.
{2} Gustavo Bueno, Teoría del Cierre Categorial, Tomo 2, Pentalfa, Oviedo 1993, pág. 223.
{3} Homero, Odisea, Planeta, Barcelona 1982, págs. 129-130.
{4} Bueno incide aquí en la mayor relevancia de que sean transformaciones respecto del sesgo identitario que también reconoce para ellas.
{5} Esta moral, que gira en torno a la relevancia de esta institución mortuoria, y que en su expresión más conspicua está restringida a unos pocos, se expresa habitualmente en la literatura griega. Así lo podemos comprobar al leer la Ilíada, cuando Príamo solicita a Aquiles el cadáver de Héctor; y en las famosas tragedias de Sófocles que llevan por título Antígona y Ajax. En la primera, la hija de Edipo de Tebas hace lo mismo para rescatar el cadáver de su hermano Polinices, aún con riesgo de su propia muerte; y en Ajax, es Ulises el que asumirá una tarea similar con el de Ajax.
{6} Una institución muy cercana a esa es la de los matrimonios reales, práctica política fomentada en la Europa medieval y moderna, que fue la que los Reyes Católicos en su política expansionista.