El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 202 · enero-marzo 2023 · página 9
Artículos

Bagaje de la industria y la política espacial españolas
Un estudio de caso: el programa Capricornio

Iván López García

Se realiza un estudio histórico de las características principales de la industria y la política espacial españolas a la luz de un programa nacional de vehículos de lanzamiento de microsatélites desarrollado durante los años 90, conocido como programa Capricornio.

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El papel de España en el espacio

Desde prácticamente el inicio de la conquista del espacio, España ha contado con un lugar relevante en el sector espacial gracias a una inversión duradera en la creación de instalaciones y centros de investigación, en la formación de profesionales especializados y en el establecimiento de un tejido industrial en conexión con los organismos y programas internacionales más destacados. Asimismo, la historia de la industria y la política espacial españolas está indefectiblemente unida a la historia del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial “Esteban Terrades” (INTA), institución fundada en 1942 como organismo asesor y técnico en el campo de la aeronáutica en España que ha desarrollado y participado en un considerable número de iniciativas y programas europeos e internacionales, a partir de los cuales se ha generado un sólido tejido industrial nacional en dicho campo.{1}

Ya en los años 60 el INTA colabora activamente con los principales actores europeos mediante su incorporación en la Commision Préparatoire Européenne de Recherche Spatiale y su participación en 1962 en la creación de la European Research Organization, destinada a la coordinación europea en el sector espacial con fines principalmente científicos y simiente de la European Space Agency (ESA), creada en 1973 con España como uno de sus diez miembros fundadores. En estos inicios del crecimiento del sector espacial español la participación se realizaba a través del INTA y de la Comisión Nacional de Investigación Espacial (CONIE), fundada en 1963 como su organismo tecnológico. De 1968 a 1976 el INTA desarrolló el importante programa INTASAT, con el que logró dotar a la industria nacional de las tecnologías espaciales empleadas en el sector y poner en órbita por primera vez un satélite científico fabricado en territorio nacional, el Intasat-1, con todas las implicaciones geoestratégicos que esto implicaba.

Tras varias décadas de desarrollo, a finales de los años 80 se producen los mayores avances concretados en el establecimiento en España en 1992 del Centro de Satélites del Grupo de estudios espaciales de la Unión Europea Occidental, del que España era un miembro fundamental. Durante esta década el tejido industrial, espoleado por la implantación del sector espacial en España a través de la labor del INTA y la CONIE, experimenta un notable crecimiento de sus principales sectores estratégicos implicados tales como las telecomunicaciones y la defensa y seguridad.{2}

Tal es la supuesta solidez de este desarrollo industrial que Pedro Duque afirmaba rotundamente –en calidad entonces de Ministro de Ciencia e Innovación– en la última Agenda sectorial de la industria espacial española publicada en 2019 que,{3} si bien en 1979 las actividades industriales de la ESA a las que podían acceder las empresas españolas se encontraban en el nivel más bajo de la cadena de valor, en ese momento, después de transitar por un largo camino de desarrollo, España era capaz de diseñar, fabricar, lanzar y operar programas espaciales completos que se encontraran en la vanguardia de este campo.

Ahora bien: para comprender la realidad de este supuesto éxito no puede pasarse por alto que durante la historia de la industria y la política espacial españolas han ido interviniendo una considerable heterogeneidad de factores que han dificultado este desarrollo y, lo que es aún más importante, han ido revelando que quizá dicho éxito debe ser objeto de matización. Existe una histórica falta de unidad y coordinación entre Administración española y empresas del sector espacial nacional que ha imposibilitado la implementación de programas plenamente nacionales que, en sus objetivos centrales, no estuvieran a merced de intereses externos. Este aspecto de unidad es de suma importancia en un sector como el espacial en el que por los múltiples ámbitos implicado se hallan constantemente inmiscuidos intereses geopolíticos que determinan el desarrollo y el alcance industrial y político.

Actualmente el espacio se constituye como un campo de tensiones conformado por las dinámicas tecnológicas, científicas, económicas y políticas entre un gran número de organismos y agencias internacionales que en sus relaciones dialécticas instituyen qué es el espacio y qué vínculos industriales, culturales y sociales establecemos con él. La misma Agenda sectorial mencionada reconoce este hecho en el capítulo dedicado a las medidas de actuación y remarca con énfasis la necesidad de crear un órgano institucional (una Agencia Espacial Española) que aglutine todos los esfuerzos del sector con el propósito de llevar a cabo programas y desarrollos plenamente nacionales, defendiendo con ello los intereses de la industria espacial española en el mercado internacional y, sobre todo, en el contexto político implicado en el sector, cada vez más competitivo y orientado hacia intereses estatales.{4}

Lo cierto es que el presente Gobierno de España acordó en mayo del año pasado la creación de la Agencia Espacial Española (AEE), con Sevilla como su futura sede, y que esto supone un hecho sumamente importante. Ahora bien: no puede pasarse por alto que los prácticamente 60 años de retraso en este campo en comparación con los Estados que denominan el panorama geopolítico mundial, así como la actual condición geopolítica de España, nos permiten sostener ciertas dudas acerca de la capacidad real de maniobra de la AEE. Si bien es presumible que en el sector interno permitirá coordinar las actividades y políticas nacionales sobre el espacio, cabe sospechar que en el sector externo –dominado por el campo de la defensa y seguridad, principal en las políticas espaciales– no pasará de ser lo que actualmente son los diversos campos científicos e industriales espaciales asentados en nuestro territorio, esto es, un apéndice subsidiario de la NASA y la ESA. La NASA y la Administración Espacial Nacional de China son las agencias que actualmente fijan la orientación de las políticas espaciales, hasta tal punto que de unos años a esta parte se ha empezado a hablar de una nueva Guerra Fría en el espacio.{5}

En este sentido, la historia de la industria y la política espacial españolas cuenta con una sucesión de casos en los que esta falta de unidad y coordinación del sector ha propiciado que una serie de factores geoestratégicos externos acaben impidiendo la realización completa de proyectos cuya efectiva puesta en marcha hubiese supuesto un paso decisivo en la consolidación del sector espacial español en el escenario industrial y político internacional. Tal es el caso del programa espacial Capricornio, un proyecto que pretendió la fabricación de un cohete lanzador nacional y que constituyó uno de los programas más ambiciosos y relevantes en la historia de la industria y la política espacial española. A pesar de esta relevancia, la etiología concreta de su fracaso aún no ha sido objeto de una investigación pormenorizada y desinteresada. En este estudio trataremos de esclarecer los factores externos principales que llevaron a su cancelación y de establecer sus puntos centrales, con el propósito de mostrar, además de los pormenores propios del caso, las líneas de fuerza principales que de un modo general han podido estar actuando detrás de la falta de consolidación de la industria y la política espacial españolas dada la debilidad estructural del sector y la idiosincrasia del tablero geoestratégico en el que se halla necesariamente inserta. Con el propósito de adentrarnos en el análisis de los factores externos que determinaron el final del programa Capricornio, procederemos a exponer brevemente en primer lugar el contexto institucional, científico-tecnológico e industrial previo que posibilitó su surgimiento.

Los antecedentes del programa Capricornio: los cohetes del INTA

El INTA nace en 1942 ante la necesidad de que la España del primer franquismo contara con un centro que, dedicado a los desarrollos y a la investigación aeronáutica, constituyera el primer pilar sobre el que implementar en territorio nacional los fundamentos de una industria aeronáutica que posteriormente deviniera en aeroespacial y consolidara la posición geopolítica española en este pujante y estratégico sector. Sus cometidos iniciales fueron ampliándose sobremanera con el paso del devenir político llegando a convertirse en una institución que paralelamente cumplía funciones más propias de un organismo estatal, pues, no fue exclusivamente un centro de investigación y desarrollo industrial aeronáutico sino que constituyó un auténtico Laboratorio Nacional para la industria española, actuó como una suerte de Agencia Nacional de Investigación y Control de Calidad y fue mucho más allá de los cometidos que se asocian usualmente a un instituto de esta índole.

Desde los primeros pasos del INTA en adelante, el desarrollo y los lanzamientos de cohetes constituyeron un eslabón decisivo en la historia del INTA y de la política espacial española, así como en la formación de un cuerpo sólido de ingenieros que posteriormente formarían parte de importantes proyectos espaciales nacionales e internacionales en empresas ligadas a estas investigaciones. Principalmente, como veremos a continuación, el desarrollo de estos cohetes resultó fundamental al permitir la formación en la fabricación, integración y operatividad de motores de propulsión sólida y de sistemas de control y guiado.{6} De este modo, el desarrollo del programa Capricornio –nombre con el que se bautizó al cohete lanzador– tiene sus bases técnicas y tecnológicas en los cohetes de defensa, sondeo y guiado desarrollados por el INTA desde prácticamente sus primeros pasos institucionales en 1945. En efecto, la aparición del Capricornio en el tablero industrial español fue posible gracias a la existencia de una prolongada tradición de cohetería asentada en el INTA.

En concreto, fueron de capital importancia para la implementación del programa Capricornio el desarrollo de los cohetes de sondeo INTA-300 e INTA-100, basados en el INTA-255 –el primer cohete sonda español–, desarrollados por el INTA y lanzados desde el Centro de Experimentación de El Arenosillo, en la costa de Huelva, fundado en 1966 por la CONIE en alianza con la NASA para poner en órbita cohetes que permitieran estudiar aspectos meteorológicos e investigar la viabilidad en uso de técnicas y equipos para observaciones.{7} Ambos cohetes, sin embargo, siguiendo la línea del Capricornio que expondremos en las siguientes líneas, describieron una historia de efemérides y fracasos sin llegar a alcanzar sus objetivos espaciales centrales.{8}

En síntesis, estos proyectos de cohetería fueron de suma importancia por la acumulación de las tecnologías y el know-how necesarios para poner en marcha el programa Capricornio. Al mismo tiempo demostraron la capacidad de España para generar tecnologías y programas de forma autónoma y no depender en lo esencial de servicios externos, con todas las ventajas que esto conlleva en los aspectos logísticos, el desarrollo de instalaciones, la formación de personal propio y, cabe esperar, en la potenciación de la industria nacional y de la posición geoestratégica derivada.

El programa Capricornio

Después de todos estos años de evolución industrial espacial que alcanzó ciertas cotas de desarrollo en la cohetería de sondeo y guiado, parecía natural emprender proyectos que fueran una continuación lógica de los desarrollos llevados a cabo y que, a la par, trataran de dar respuesta a las exigencias y necesidades comerciales surgidas en aquellas décadas. Tal y como hemos expuesto, a finales de la década de los ochenta la cohetería del INTA se hallaba en un estado considerablemente grave de decaimiento, por lo que se precisaba emprender un proyecto que permitiera remediar este hecho toda vez que las tecnologías de propulsión y de guiado y control debían ser aprovechados. Por otra parte, en los años ochenta los vehículos lanzadores eran ya una realidad establecida en un sector espacial que cada vez tenía un atractivo comercial y estratégico más importante para los Estados y las empresas.

Dadas las características de los cohetes de sondeo y guiado, la prosecución lógica de las tecnologías trabajadas se orientaba primeramente hacia los vehículos militares, no obstante, dichas tecnologías presentaban el doble aspecto de poder aplicarse a los vehículos lanzadores. Los motores de propulsión de los cohetes eran válidos para los vehículos lanzadores e, igualmente, los sistemas de guiado podían usarse para los inyectores de estos vehículos. Unos vehículos lanzadores que debido al afán de optimizar recursos y maximizar la comercialización estaban siendo destinados al lanzamiento de microsatélites, fundamentales en la política internacional espacial del momento.{9} Los microsatélites y sus lanzadores orbitales constituían, así pues, un nicho de comercialización aún por explotar.

Según estaba previsto en un principio, el Capricornio se destinaría a poner a disposición de la comunidad científica y de telecomunicaciones la capacidad de acometer lanzamientos rápidos de microsatélites a bajo coste. Hasta finales de la década de los ochenta, la práctica común en la industria espacial mundial era transportar los pequeños satélites en grandes cargas, de tal modo que el alto coste de los vehículos de lanzamiento existentes limitaba totalmente el desarrollo de los pequeños satélites. Al no existir un mercado competitivo de pequeños satélites, el coste total de las misiones quedaba prácticamente absorbido por el coste de los lanzamientos. En este sentido, la novedad e interés principal del Capricornio consistía, por un lado, en que se trataba de una lanzadora de pequeños satélites a bajo coste y, por el otro, en que ponía en órbita satélites con un cohete lanzadera propio, iniciando con ello una nueva línea en la política espacial española.{10}

Ciertamente, podemos afirmar que una de las líneas estratégicas más relevantes del programa consistía en que el INTA y la industria nacional potenciarían su capacidad de desarrollar motores de vehículos guiados para, en la medida de lo posible, no acudir a la oferta extranjera, lo que a su vez permitiría participar en los programas o desarrollos que pudieran tener lugar en el ámbito espacial europeo e internacional partiendo de un posición tecnológica y estratégica distinta. Además, como expondremos más adelante, otro aspecto no menos importante era que la base de lanzamiento estaba prevista ubicarla en la isla canaria de El Hierro, lo que permitiría no depender de bases extranjeras y constituiría una fuente de dinero retornable en las investigaciones del INTA en la medida que podría ser usada por otros lanzadores extranjeros de microsatélites similares al Capricornio.

Teniendo en cuenta este contexto, para partir de una imagen general podemos establecer dos periodos de desarrollo del programa delimitados por sendas cancelaciones, que a continuación exponemos de forma general.

El primer periodo es un claro ejemplo de las dificultades históricas con las que la industria aeroespacial española tuvo que lidiar durante prácticamente sus primeras cuatro décadas. Este periodo puede cifrarse en la búsqueda de las soluciones tecnológicas necesarias y en la reconstrucción de un nuevo equipo de trabajo. Un equipo que debía estar formado por el poco personal de técnicos e ingenieros del INTA que permanecían dispersos desde los trabajos emprendidos en los desarrollos del INTA-300 y del INTA-100.

En primer lugar, en 1990 se fijó que el lanzador debía poner 50 kg de carga en una órbita polar de 600 km, un espectro de lanzamiento que aún no estaba cubierto. Se planificó que el vehículo debía tener tres motores, uno de los cuales sería buscado en el mercado externo, otro debía ser un rediseño de los motores ya disponibles y el tercero sería el desarrollo propio, cubriendo con ello la estrategia vertebradora del programa de adquirir la capacidad de producir motores avanzados. Para ello se determinó que se trabajaría con empresas nacionales y extranjeras. El motor de la primera etapa, nombrado Castor IV, y el de le la tercera etapa, el motor Star-30C, serían fabricados por la empresa norteamericana ATK Launch Systems Group (ATK), una de las mayores fabricantes de motores de cohetes de EE. UU., mientras que el motor de la segunda etapa (el motor espacial propiamente dicho), el Riegel, se fabricaría en España con el apoyo de la empresa francesa SNPE.

Ya en 1993 se avanzó en las infraestructuras y principalmente se consolidaron los equipos de trabajo, de tal modo que el programa avanzaba por buen cauce. En este punto surgió, sin embargo, un escollo recurrente en las venideras negociaciones con las empresas norteamericanas: el Departamento de Defensa estadounidense, alegando cuestiones de seguridad, se inmiscuyó en el proyecto y paralizó la transferencia de los datos técnicos relativos a los motores de ATK. Este hecho, sumado a otros factores que expondremos y analizaremos en los apartados siguientes, acabaron propiciando que en el segundo trimestre de 1993 el interés por el lanzador español entrara en un declive indefectible y el proyecto fuera cancelado hasta 1996. Advenidas estas dificultades, en 1993, en principio como estrategia se decidió que una posible solución para no paralizar totalmente el programa sería desarrollar previamente al Capricornio un vehículo demostrador de sus tecnologías más importantes. Este vehículo se conocería como Argo y se lanzaría desde El Arenosillo como un cohete de sondeo suborbital de dos etapas, la última de las cuales se destinaría al desarrollo del motor espacial avanzado en España, pretendido en el Capricornio como estrategia fundamental de todo el programa.{11}

Dentro del programa Argo, pasados cuatro años de altibajos y logros se acabó alcanzando en 1998 el mayor motor de la historia de la aeronáutica en España, el motor Deneb de la maqueta Argo-0. En cuanto al desarrollo del motor de la segunda etapa del Argo, el motor avanzado Mizar que era una de las tecnologías principales que se perseguían como objetivo del programa, no pudo acabarse satisfactoriamente debido a un accidente sucedido en 1997 con las pruebas del propulsante.

Habiéndose avanzado en el cohete Argo en sus fases iniciales, entre 1996 y 1999 discurrió el segundo periodo de desarrollo del Capricornio como una continuación del demostrador. De este modo puede afirmarse que en lo fundamental la estrategia de evitar la cancelación del Capricornio con la introducción del Argo surtió efecto. La configuración del segundo Capricornio realizada ya a finales de 1995 contó con el motor Castor IVB en su primera etapa, el Deneb-F en la segunda, y el Mizar en su tercera etapa, los motores del Argo (variantes los dos primeros de los motores homónimos). Con todo, de nuevo la entrega del motor Castor IVB por parte de la empresa propietaria y suministradora ATK sufrió una serie de retrasos debidos a la injerencia de la United States Air Force, motivada por un derecho de compra sobre el tercer y último motor de esta serie. Solventado en parte este hecho, en 1996 se amplió la relación con ATK al interesarse también por el motor Deneb-F y establecerse la colaboración pertinente para su desarrollo. El aspecto más relevante de esta colaboración consistió en que se perfiló el interés de ATK en comercializar el lanzador español en EE. UU. Para potenciar su comercialización, el motor Deneb-F se convirtió en el Deneb-T, un motor que al ser capaz de doblar la carga útil que transportaría el lanzador resultaría mucho más atractivo para los clientes norteamericanos.{12}

En este orden de sucesos, es en este punto del segundo Capricornio donde, en efecto, cobró relevancia el aspecto de la comercialización, central en la geopolítica espacial. El programa Capricornio suscitó un gran interés en una serie de compañías, principalmente norteamericanas, hasta tal punto que en las negociaciones de ATK con el INTA se sumó Aerospace Equipment Systems, perteneciente al potente grupo empresarial aeroespacial, de ingeniería y automoción AlliedSignal. Ambas empresas realizaron una serie de estudios en los que se pasó a hablar de la “americanización” del Capricornio y se planteó la generación de sociedades comerciales conjuntas en EE. UU. y España. Las empresas norteamericanas tenían como objetivo asistir al INTA en la venta en EE. UU. del Capricornio Commercial, la versión de venta en EE. UU., esto es, la “americanización” del Capricornio original. Las reuniones entre el INTA y las empresas estadounidenses se sucedieron durante 1997 pero las estrecheces económicas del INTA y la falta de peso y soporte institucional chocaban con las exigencias de aquéllas, que según podemos deducir tenían muy clara su posición dominante en la negociación y se aprovechaban de ello. Finalmente, las negociaciones no fructificaron y se llegó a los últimos episodios del Capricornio donde el programa fue cancelado definitivamente junto al Argo en 1999.

De la corporación Sealar a la introducción del Argo

Dada la complejidad técnica y tecnológica implicada en un desarrollo de esta índole, compuesto por una gran serie de partes que generalmente son desarrolladas de forma independiente antes de ser integradas, entran en juego una abundante diversidad de actores que por separado se encargan del desarrollo de una sola de estas partes o de unas pocas de ellas, sin que necesariamente les tenga que importar su integración satisfactoria final o el desarrollo del resto de componentes. Llegándose incluso a la paradoja de que su beneficio comercial puede pasar necesariamente por el perjuicio comercial de otra empresa encargada de uno de los componentes del mismo ingenio. La falta de un sector industrial espacial nacional especializado y experimentado en los desarrollos precisados, así como la falta entonces de un organismo estatal que aunara y defendiera todos los esfuerzos e intereses del sector, exigía que para la fabricación de los componentes fuera necesario movilizar y estar a merced de una serie de factores geoestratégicos cuyas acciones tanto podían beneficiar como perjudicar el todo buscado.

En 1993 ya había entrado en juego uno de los factores que desde el inicio minó fatalmente el programa y que, apuntamos en este estudio, no aparece analizado en ningún lugar de la escasa literatura científica dedicada a estos aspectos del programa español. Se trata de la aparición de la coporación SEA Lunch And Recovery (Sealar), una corporación norteamericana vinculada al Naval Reseach Laboratory de la US Navy a través del laboratorio Naval Center for Space Technology, creada para ocupar un lugar predominante en el mercado internacional de cohetes lanzadores con una familia de vehículos que abarcaba desde cohetes suborbitales hasta un lazador de 1000 kg de carga, y cuyos motores de propulsión corrían a cargo de la empresa American Rocket Co. (Amroc).

Así, en 1992, en los albores del programa Capricornio, la empresa norteamericana Amroc visitó el INTA para exponerle sus planes y negociar con su dirección, por lo que podemos afirmar que al menos a partir de ese momento el desarrollo del programa ya se encontraba comprometido en algún sentido. Esta corporación no tenía interés alguno en el lanzador español puesto que en 1993 sus únicos planes consistían en el lanzamiento de un cohete de sondeo recuperable y en el desarrollo de un lanzador orbital. Teniendo este objetivo, buscaba que el INTA participara en un nuevo consorcio, llegándose a producir visitas a las instalaciones, a algunos laboratorios y a plasmar un acuerdo de colaboración.

Dada esta situación, cabe suponer que las tensiones internas estaban servidas: con el Capricornio se había apostado por un ambicioso programa con el fin de dar un aldabonazo institucional al Instituto y a la industria y la política espacial nacionales, pero en ese momento, apenas tres años después del inicio del programa, se estaba planteando la participación en un nuevo proyecto que, si bien proporcionaría mayores ventajas inmediatas, cabía esperar que exigiría abandonar el proyecto del lanzador español para destinar el personal y los fondos a nuevas tareas. Además, no sólo se tiraría por la borda el trabajo realizado durante esos años: se abandonaría el objetivo clave de adquirir la autonomía industrial necesaria para empezar a ser un actor relevante en el panorama internacional, pues el protagonismo del INTA en el nuevo grupo estaría totalmente supeditado al norteamericano. Y, en efecto, aunque no conozcamos los hechos internos del Instituto y del sector industrial nacional que tuvieron lugar en dicha situación, sabemos que en 1993 se canceló el programa Capricornio y se dio paso al demostrador Argo, supuestamente como estrategia para seguir desarrollando los componentes del primero.

Fuera o no una continuación, por decirlo así, velada del Capricornio, el hecho es que se abandonó el desarrollo de un cohete nacional para pasar al desarrollo de un cohete demostrador de sondeo suborbital de dos etapas que, precisamente, era el modelo de vehículo que el Sealar había planteado al INTA y que perseguía desarrollar en sus inicios. La abrupta cancelación del Capricornio en este contexto de negociaciones, y la introducción de un vehículo sin una relación clara con los trabajos desarrollados hasta el momento pero con una relación clara con los intereses del Sealar, fundamentan la verosimilitud de nuestras dudas.{13}

La “Lanzadera” entra en la vida de los habitantes de El Hierro

Al tiempo que la gran multitud de actores industriales maniobraban en el campo de la diplomacia industrial, los factores sociales y políticos estaban actuando y determinando la suerte del lanzador. El objetivo central del programa desde sus inicios estaba centrado en la adquisición de una autonomía industrial espacial a la altura de las exigencias comerciales del contexto geoestratégico en el que se hallaba inserto, algo que requería ineludiblemente lanzar el vehículo desde España y obligaba a concebir el lanzamiento como parte integral del objetivo vertebrador del proyecto. Como iremos viendo, el programa Capricornio constituyó un auténtico desafío tanto por la complejidad tecnológica que comportaba como por el hecho de plantear la ubicación nacional de su lanzamiento. Y esto aún con más razón por el hecho de que la creación de una base de lanzamiento espacial de esta naturaleza desborda el campo puramente técnico e industrial, pues en cualquier circunstancia en la que se dé se encuentra entreverada con acciones precisadas en materia política cuyos procedimientos exceden, cuando no se encuentran en contradicción, con las metodologías técnicas.

Del mismo modo, al requisito del lanzamiento en tierra nacional se sumaba la necesidad tecnológica de disponer de una base de lanzamiento que alcanzase órbitas polares. Los únicos lugares de la geografía española que cumplían estos requisitos eran las islas de El Hierro y de Gran Canaria, por lo que el lanzamiento del Capricornio debía producirse necesariamente en territorio canario. Para llevar a cabo los estudios acerca de la mejor ubicación dentro de estas islas, en 1993 el INTA firmó un convenio de colaboración con el Gobierno de Canarias, y fueron necesarios dos años para que en 1995 los estudios acabaran decantándose por la isla de El Hierro; no obstante, para entonces las relaciones del INTA con las autoridades canarias estaban bloqueadas debido a una serie de hechos que fueron surgiendo.

Como veremos, fue gestándose poco a poco una situación de bloqueo, la cual se inició con una nueva dinámica abierta por las dudas de las autoridades políticas canarias que empezaron a demandar otras informaciones antes de comprometer los fondos previstos. Las dudas venían principalmente por el impacto medioambiental y socioeconómico del proyecto, así como por el posible doble uso de éste, hasta el punto que empezaron a plantear la posibilidad de solicitar un informe a una empresa externa.{14} Estas dudas estaban alimentadas por los enfrentamientos internos entre partidos políticos canarios defensores y detractores del proyecto, avivados a su vez por una fuerte contestación social que estaba siendo azuzada por las informaciones, unas veces sesgadas y otras interesadas, de la prensa nacional y local. Es en este punto donde el Capricornio topó de pleno con los factores ideológicos vinculados, en este caso, al territorio y a cuestiones identitarias, y, en el ámbito parlamentario, a partidismos, convirtiéndose así en un objeto de mercadeo político.

Fue en 1996 cuando el proyecto saltó a la prensa nacional. La artillería periodística fue inaugurada por un importante diario nacional de sesgo ideológico opuesto al del Gobierno español instaurado en el poder hacia apenas un mes, tras haber ganado las elecciones generales españolas de 1996. Dicho periódico publicaba un artículo cuyo título, “Defensa dedica mil millones de pesetas a la incierta construcción de un cohete español”,{15} era ya toda una declaración de intenciones. En él se exponían las dudas que supuestamente despertaba la viabilidad del programa, se ponía en entredicho la capacidad del INTA y por extensión del Ministerio de Defensa para tirar adelante un proyecto de este calado, y se cuestionaba el plan industrial creado para su desarrollo. Asimismo, a finales de ese año la situación empezaba a precipitarse: tal y como nos informaba el mismo periódico en otro artículo titulado “Manifestación en Hierro contra un proyecto de base espacial”,{16} el 28 de diciembre había tenido lugar una manifestación de corte principalmente pacifista y ecologista en El Hierro contra el proyecto de base espacial –que pasó a ser bautizada como “Lanzadera” por los canarios– que contó con nada menos que 5.000 manifestantes, entre los que se encontraban el presidente del Cabildo y los dos alcaldes de las zonas implicadas. Como recoge la noticia, en un comunicado entregado al delegado del Gobierno se afirmaba que la realización del proyecto iba a convertir a la población de la isla “en constante objetivo militar y agresor hacia las poblaciones vecinas”, además de que supuestamente no respetaba la legislación de protección medioambiental de las zonas comprometidas. La noticia finalizaba afirmando sin fundamento que el INTA andaba buscando socios internacionales para el desarrollo del lanzador español, cuando hemos visto que las ofertas internacionales fueron constantes ya desde sus preludios, al extremo de que hubo un interés industrial y comercial internacional considerablemente más alto que el nacional.

Canarias tenía una dilatada tradición contestataria de cariz ecologista y pacifista. La contienda en contra del proyecto de base de lanzamiento del Capricornio se sumaba a la mantenida contra el Ministerio de Defensa relativa a la instalación de una base defensiva de seguimiento aéreo mediante radar en el pico Malpaso (sin ningún tipo de armamento incorporado), en la misma isla de El Hierro, dentro del programa Simca, para cubrir el eje Baleares-Estrecho-Canarias de potenciales ataques a objetivos civiles y militares. Aunque los dos proyectos tenían un sentido absolutamente distante, las movilizaciones populares canalizadas por los organismos y plataformas ecologistas vincularon ambos proyectos de un modo indistinto. El hecho es que el Centro de Lanzamiento Espacial (CLE), que fue como el INTA lo denominó oficialmente, topó con una firme y activa tradición organizativa canaria en el ámbito ecologista e identitario que en el conjunto de las cinco islas contaba en 1990 con 41 colectivos ecologistas, agrupados en la Federación Ecologista Canaria Ben Magec. Un organismo que contaba con una amplia experiencia en llevar la defensa del territorio a las instituciones y al campo político.{17}

En el campo político la situación avanzaba con la entrega al Gobierno de Canarias en esos mismos meses del informe realizado por la consultora norteamericana Bechtel National Inc., conocido como el informe Bechtel, que tuvo una influencia terminante en la opinión pública. La controversia y el informe ya habían llegado al Congreso de los Diputados el 19 de febrero de 1997 con la comparecencia del Secretario de Estado de Defensa Pedro Morenés Eulate –también en calidad de Presidente del INTA– a petición del Grupo Parlamentario Federal de Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya, para informar sobre el CLE y sobre la base de seguimiento aéreo.{18} El informe señalaba la potencial peligrosidad para las poblaciones cercanas por el tipo de combustible usado, así como el posible impacto ecológico y la alteración del medio de vida de los herreños, aunque al mismo tiempo iba señalando que existían soluciones atendibles. En una de las intervenciones, el diputado de Coalición Canaria Luis Mardones Sevilla defendió que la competencia sobre la decisión recaía en el Gobierno y el Parlamento autonómicos, y que a efectos de que así fuera propondría en sede parlamentaria la creación de una comisión de estudio que recabara toda la información sobre la conveniencia del CLE.

Meses más tarde la solicitud de creación de una comisión de estudios llegó al Parlamento Canario.{19} A grandes rasgos, los parlamentarios que intervinieron seguían manteniendo las posiciones expuestas anteriormente en la sesión de los Congreso de los Diputados, pero, en suma, tras coincidir todos en la necesidad de dicha comisión, acordaron su creación por unanimidad. Transcurridos los meses de pesquisas, el 28 de mayo de 1998 el pleno del Parlamento Canario, tras comunicar el dictamen de la comisión de estudios debatido tras el informe realizado por la ponencia designada en el que se sopesaban todos los aspectos implicados, acordaba una resolución que acababa fallando que era totalmente manifiesta la posición contraria de las autoridades implicadas y de la población, motivada principalmente por la alteración del modo de vida de los herreños, y que por consiguiente entendía que no existían las condiciones necesarias para la instalación del CLE.{20} Así acabó el proyecto del CLE del INTA, o de la “Lanzadera” para los canarios, y con ello quedaba fatalmente comprometido el programa Capricornio y las posibilidades de consolidación de la política espacial nacional.

El desmantelamiento del misil argentino Cóndor II

Si bien es indudable que todas las fatalidades expuestas hasta aquí ya ostentan el calado suficiente para sentenciar el destino del Capricornio, a su vez se conjugaron con otro factor más que actuaba en el campo geopolítico y cuyos efectos aún nos resultan desconocidos en sus puntos sustanciales. En el periodo inicial del Capricornio, el INTA se vio inmerso en la contienda del desmantelamiento del misil argentino Cóndor II, un misil balístico capaz de cargar una cabeza de guerra que supuso uno de los grandes hitos tecnológicos de la historia militar y política de Argentina.

Con la llegada a la presidencia del Gobierno del radical Raúl Alfonsín en 1983 tras la deposición del poder de la Junta Militar precipitada por la derrota en la Guerra de las Malvinas, la nueva Fuerza Aérea Argentina (FAA) estudió construir un misil balístico basado en el motor del Cóndor I (perteneciente al programa Cóndor con el que se buscaba un cohete lanzador nacional), con el fin de evitar la cautividad tecnológica en un futuro conflicto. Asimismo, dicho desarrollo también tenía el cometido de reactivar la presión sobre las Malvinas mediante un arma que pudiera alcanzar las islas. El nuevo Gobierno aprobó en 1985 el inicio del proyecto Cóndor II, que se había mantenido en el más absoluto secreto y que recibiría la transferencia de tecnologías del grupo empresarial alemán CONSEN. Se trataría de un misil avanzado con unos 750 km de alcance, equipado con una cabeza nuclear, química o biológica. Un arma que también sería codiciada por otros países.{21} El desarrollo del misil iba alcanzando sus objetivos tecnológicos durante la segunda mitad de los años ochenta, pero para entonces los servicios de inteligencia estadounidenses, británicos e israelíes eran conocedores del mismo. Dicho escenario sufrió un vuelco radical.

Ya en 1991, con el comienzo de la Posguerra Fría, EE. UU. había iniciado una política de no proliferación o de limitación de tecnología misilística y nuclear de otros países, inaugurada con el memorándum del presidente Ronald Reagan contra la proliferación de tecnologías y armas nucleares externas. Con la misión de aumentar sus capacidades de defensa, EE. UU. desarrollaba también a partir de 1983 el proyecto Strategic Denfense Initiative (SDI), bautizado como “Star Wars”, cuya ejecución de los contratos se desarrollaría por empresas de países de la OTAN que bajo ninguna condición podían tener relación alguna con el misil argentino. Asimismo, junto a Inglaterra, Canadá, Italia, Francia, Japón y la República Federal de Alemania crearon en 1987 el grupo Missile Technology Control Regim (MTCR) con la finalidad de limitar el desarrollo de misiles de largo alcance y gran capacidad de carga en una serie de países, entre los que Argentina ocupaba un lugar central. Estos países miembros del MTCR, liderados por EE. UU., emprendieron una guerra de presión diplomática y mediática, comercial y en ocasiones paramilitar contra el Condor II. La situación derivó finalmente en el bloqueo total de transferencias de tecnologías y conocimientos y de las exportaciones del misil, que acabó propiciando la cancelación del programa en julio de 1988, no definiéndose sus términos hasta algunos años después debido a la resistencia de la FAA.{22}

Para 1991 se puso en marcha un proceso liderado por el Gobierno norteamericano de destrucción completa del programa argentino y de sus instalaciones que sería suscrito por el nuevo Gobierno argentino de Carlos Saúl Menem, que se incorporaría al MTCR en 1993, año en el que se inició el proceso de desmantelamiento del Cóndor II. Es en este punto donde entra en juego España al acordar junto a Argentina que formara parte de la destrucción de algunas de las partes del misil de guerra exclusivamente en calidad de intermediario, dada la desconfianza que aún despertaba el Gobierno argentino en el norteamericano y siempre bajo la inspección y el monitoreo de EE. UU.{23} Argentina entregaría los componentes producidos a EE. UU. vía España, y el órgano ejecutor de la Administración española encargado del traslado sería el INTA mediante la recepción de los componentes en dos sucesivos viajes marítimos que, efectivamente, llegaron a la base aeronaval de Rota, en Cádiz. En principio, los envíos comprendían principalmente motores.

Con todo, el interés del INTA también venía justificado por otro lado. Su papel no se limitaba a ser un mero intermediario sino que como contrapartida obtendría algunos beneficios tecnológicos. Sabemos que en 1992 Argentina y España acordaron la entrega de partes del Cóndor II para llevar a cabo un proyecto espacial conjunto basado supuestamente en la colaboración del INTA y de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, la Agencia del Gobierno de Argentina, en la utilización de las partes del misil de uso civil para la puesta en órbita de satélites.{24} No disponemos, no obstante, de dato alguno relativo a la posible relación de este proyecto con el desarrollo del Capricornio ni a su concreción, por lo que aquí entramos en el terreno de la interpretación. Sabemos que a partir de la recepción de las tecnologías del Cóndor II se llevaron a cabo algunos análisis de su motor como segunda etapa del cohete español, aunque se convino que no resultaba muy adecuado por motivos técnicos. En el algún sentido sabemos, por lo tanto, que desde prácticamente los inicios del Capricornio existía alguna relación tecnológica y geoestratégica con el misil balístico argentino.{25}

El proceso de desmantelamiento no se desarrolló solamente con este componente de interés estratégico español, pues hubo al mismo tiempo una constante ocultación de materiales por parte de la FAA de la que el INTA y el Ministerio de Defensa español también fueron sospechosos a ojos del Departamento de Defensa estadounidense. Arribadas las partes a España y puestas en manos de las autoridades estadounidenses, prontamente se observó y se comunicó a la FAA que habían llegado todas las partes salvo las cabezas inteligentes, esto es, las computadoras de guiado y control. La FAA declaró, por un lado, que dichas cabezas nunca habían existido y, por el otro, que en cualquier caso todos los elementos estipulados habían sido enviados a España con el propósito de ser analizados para un posible uso pacífico y científico, y que bajo ningún concepto era su competencia ni tenían interés alguno en confirmar que hubieran sido reenviados por España a EE. UU. o qué uso se les pretendía dar. Del mismo modo, el Departamento de Defensa estadounidense también reclamaba otra serie de elementos relativos a la maquinaria de propulsión sólida –en concreto una tecnología de tobera muy parecida a la usada en la propulsión del Capricornio– sin conseguir que fueran entregadas o ni siquiera determinar cuál fue su destino y uso final.{26}

Ciertamente, estos hechos nos hacen dudar acerca de la auténtica relación del Cóndor II con el Capricornio, como también sobre la más que plausible reconversión militar del lanzador español en desarrollos posteriores; lo cual, por otra parte, no habría sido en absoluto extraño dada la capacidad tecnológica que se habría alcanzado. En cuanto a la ocultación de materiales de posible uso en el programa español, bien es cierto que retrospectivamente es posible interpretarla como una estrategia del Gobierno argentino para desviar la atención del Gobierno norteamericano, y que las partes de inteligencia que jamás aparecieron se hallaran en Falda Carmen, el nido del Cóndor. Resulta difícil concebir que España, con el INTA a la cabeza, se hubiera expuesto tan fácilmente a duras represalias y bloqueos comerciales e industriales internacionales. También es cierto que, por otro lado, en algún sentido estos bloqueos se produjeron. En cualquier caso, lo único que objetivamente podemos afirmar en este punto es que España y Argentina pretendieron colaborar en la fabricación de cohetes de sondeo en pleno conflicto de desmantelamiento del Cóndor II, y que estas tecnologías, que son las propias del Argo y del Capricornio, son la antesala de los vehículos militares.

Así, la participación del INTA en el desmantelamiento del Cóndor II –o, mejor dicho, la adquisición de tecnologías asociadas– tuvo como consecuencia presiones nacionales e internacionales cuya motivación primaria no puede ser otra que socavar el proyecto español por la plausible anuencia con el proyecto argentino. El problema, interpretamos aquí, no era tanto una posible militarización oculta del Capricornio a partir de las tecnologías del Cóndor II, pues, España, como miembro de la OTAN y signataria del MTCR desde 1989, tenía limitado su campo de desarrollo de defensa, como, más bien, la coexistencia a partir de ciertos vínculos con los proyectos argentinos en plena política de no proliferación exterior misilística y nuclear norteamericana. Es indudable que todo esto causaba problemas al INTA, principalmente con el Gobierno norteamericano en lo concerniente a la cohetería: cuando el Gobierno norteamericano mediante el Departamento de Defensa pudo tomar partido no dudó en bloquear la transferencia de tecnologías y datos relativos a los motores Castor IV, Star-30C y Castor IVB antes comentada. Este sería un solo ejemplo de la serie de bloqueos que el INTA pudo sufrir a causa de su vinculación con el Cóndor II.

Es difícil imaginar que EE. UU. e Inglaterra (en su apoyo geoestratégico a Marruecos) no hubieran puesto sobre la mesa todas estas variables y no hubieran contemplado que el Capricornio podía convertirse fácilmente en un arma de disuasión muy efectiva, sobre todo en el Magreb. Las presiones al nuevo Gobierno español arribado en 1996 para cancelar el proyecto parecen evidentes a tenor de lo expuesto, teniendo en cuenta además la nueva política exterior española de corte colaboracionista con EE. UU.{27} y que a finales de 1997 se introdujeron cambios estructurales en el INTA con una nueva dirección que, desde el principio, cuestionó el interés del programa en la línea expuesta y revirtió el papel del INTA como agencia espacial, no reconocido en el plano representativo y legal, pero totalmente real, al menos en parte, en el ejercicio. Desde entonces dejó de fijar las políticas espaciales españolas y de representar a España en los foros y las negociaciones internacionales. Ya en 1999 se produjo una profunda reforma institucional del INTA que supuso la cancelación de todos sus proyectos más punteros.

Conclusiones

A la luz de todo lo expuesto, no hay duda acerca de que el INTA ha jugado un papel fundamental en el arraigo del sector espacial en España, en la toma de orientación de la política espacial española y en la promoción de su industria a través de la participación europea e internacional y del desarrollo de sus grandes programas, entre los que el programa Capricornio ocupó un lugar distinguido. Pese a su triste final, el inicio de su historia viene a concentrar décadas de conocimientos y experiencias técnicas y tecnológicas en el campo de la cohetería para desplegarlas exponencialmente en el transcurso de su desarrollo. Y esto sin dejar de reconocer su devenir accidentado y su intermitencia innegable.

Con todo, aunque no cabe duda acerca de que si el programa Capricornio hubiese finalizado satisfactoriamente el lugar de la industria española en el espacio hubiese sido otro, es evidente que esto difícilmente hubiera sido posible sin la existencia de un auténtico organismo estatal dedicado a aunar y defender los intereses y la proyección de todo el sector implicado. Si bien es cierto que retrospectivamente cabe afirmar que el INTA absorbió en parte las funciones de una agencia espacial estatal, por distintas razones no tuvo el peso ni la influencia institucional internacional para actuar en consecuencia, hasta el punto de que sus grandes programas fueron cancelados por presiones externas e internas sin tener la suficiente capacidad de respuesta. Como hemos podido observar, dado el alto valor añadido en investigación e inteligencia de los desarrollos implicados en un programa de lanzadores espaciales, dicha defensa de los intereses industriales y políticos nacionales no puede interpretarse como un mero chovinismo sino, antes bien, como algo que va de suyo una vez esclarecida la propia naturaleza de estos desarrollos y advertido que el aspecto comercial y geoestratégico está dentro del campo de éstos. El programa Capricornio tuvo lugar en una suerte de biocenosis geopolítica conformada, necesariamente, por organismos que cooperan y que compiten.

Partiendo de esta constatación, parece evidente que los factores expuestos como razones de su cancelación estuvieron determinados en mayor grado por este factor geopolítico y geoestratégico, es decir, por la falta de un organismo espacial estatal por un lado, y por las presiones recibidas, principalmente desde instancias norteamericanas, por el otro. La aparición del consorcio Sealar, la contienda de la “Lanzadera”, la aciaga participación en el desmantelamiento del misil Cóndor II y el potencial militar del vehículo español en eventuales episodios de las crisis geopolíticas que España tenía (y tiene) abiertos son, sobradamente, motivos de peso para tumbar cualquier proyecto industrial nacional que no disponga de los apoyos institucionales necesarios. De hecho, la contienda de la “Lanzadera” puede interpretarse como un capítulo más de este factor general si se tiene en cuenta que la prensa nacional y local introdujeron el elemento militar sin tener otro fundamento que la coincidencia cronológica con un proyecto de defensa, y que, por tanto, es muy probable que dichas informaciones se promovieran de forma interesada desde otras instancias con la intención de presionar y condicionar el proyecto.

El programa Capricornio se enmarcó en una coyuntura espacial marcada por el desarrollo de cohetes de doble uso dominado por la SDI y por el MTCR norteamericanos. En 1988, justo en los inicios del programa, se firmó el MTCR con el que Europa y otros países, a iniciativa y bajo el interés de EE. UU., se sumaron a las restricciones de desarrollo y de exportación de estos productos de uso dual. En este sentido, para avanzar en futuras investigaciones sería conveniente estudiar el programa Capricornio en el contexto de la política estadounidense de no proliferación exterior de tecnologías misilísticas y nucleares. Como se ha visto en el presente estudio, hoy día no tenemos un solo elemento sólido para empezar a estudiar la posible relación del programa Capricornio con estos proyectos estratégicos nacionales de EE. UU., y será necesario esperar a que eventualmente puedan salir a la luz en el futuro informes clasificados, archivos aún por estudiar o, lo que seguramente sería más productivo, entrevistas con personas implicadas que estuvieran dispuestas a brindarnos alguna pista en este sentido. Solo podemos afirmar que, en nuestro estudio, los únicos puntos que tal vez podrían ser investigados en esta orientación son los bloqueos de transferencia de tecnologías y conocimientos sufridos por parte de empresas norteamericanas en los que directamente tuvo algo que ver el Gobierno de EE. UU.

Aunque estamos asistiendo a la llegada de grandes fortunas e inversiones privadas al espacio, el factor nacional de defensa y seguridad sigue siendo el elemento dominante en el desarrollo y las innovaciones tecnológicas de la industria espacial. Como se ha mostrado, las tecnologías e innovaciones espaciales mantienen una estrecha relación con la defensa y la seguridad de los países que la desarrollan. Esperemos, por tanto, que la futura AEE sea consciente de este escenario y que sus programas partan desde todas las variables inmiscuidas en este complejo contexto. La participación española en los programas europeos e internacionales no es óbice para que la industria aeroespacial española encuentre un lugar propio en el espacio, sino, antes al contrario, es el camino para conseguir retornos tecnológicos y comerciales que la sitúen al nivel comercial y estratégico de su capacidad de desarrollo. Para ello se precisa en primer lugar definir unas líneas directrices de la política espacial a medio y largo plazo que tengan en cuenta los factores geopolíticos que la orientarán y, en un segundo plano, disponer de una inversión pública que esté a la altura de la realidad industrial existente, y que promueva, como pilares de la industria, la consolidación de programas institucionales. Algo de lo que careció, en todos estos aspectos, el programa Capricornio.

La cancelación del lanzador español vino a poner punto final a una época de esfuerzos centrados en el desarrollo de una industria nacional espacial autónoma, y a abrir paso a una segunda etapa marcada por la falta de una política espacial clara, volcada casi en exclusiva en los desarrollos en materia de telecomunicaciones, observación de la Tierra y navegación por satélite. Actualmente, aunque la AEE esté orbitando en el futuro, puede afirmarse que no existe programa espacial español, y que mientras que desde hace al menos una década nuestro vecino polémico Marruecos está desarrollando recursos relacionados con los cohetes lanzadores de doble uso, no contamos con unidad alguna en el sector de los lanzadores, de la cohetería o de las tecnologías espaciales. Esperemos que la futura AEE –aunque tengamos nuestras dudas– tome en cuenta el devenir de la industria y la política espacial nacionales expuesto en este estudio y tenga la voluntad y la capacidad de maniobrar, en la medida de lo posible, en consecuencia.

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{1} Sánchez Ron, J. M. (1997). INTA 50 años de ciencia y técnica aeroespacial. Madrid: Doce Calles.

{2} Davara Rodríguez, F., y Ramírez Morán, D. (2014). Evolución del sector espacial en España. El entorno industrial y científica. En Ministerio de Defensa (Eds.), Cuadernos de estrategia 170 (pp. 21-52). Madrid: Ministerio de Defensa.

{3} TEDAE. (2019). Agenda sectorial de la industria espacial española 2019. Madrid: TEDAE.

{4} En efecto, aunque cada vez más países consideran el acceso al espacio como un aspecto crítico para el desarrollo nacional, en España el esfuerzo inversor público es preocupantemente exiguo en comparación con la capacidad y el know-how del sector nacional, y sobre todo en relación con el resto de los países punteros en la industria espacial. En el ranking inversor de los principales países del sector, España se sitúa en las últimas posiciones con una inversión pública en 2019 del 0,024% del PIB nominal (TEDAE, 2019).

{5} Freese, J.  (2017). Space Warfare in the 21st Century. Arming the Heavens. London: Routledge.

{6} Dorado, J. M. (2008). El INTA y el Espacio. Madrid: INTA.

{7} Dorado, J. M., Bautista, M., y Sanz-Aránguez, P. (2002). Spain in Space. A short history of spanish activity in the space sector. Noordwijk: ESA Publications Division.

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{12} Simón Calero, J., y Sanz-Aránguez, P. (2012). Los cohetes en el INTA. Madrid: INTA.

{13} Otro hecho que espolea nuestras dudas es que los Argo ya fueron un tipo de cohetes de sondeo estadounidenses desarrollados a finales de los años 50: Corliss, W. (1971). NASA SOUNDING ROCKETS, 1958-1968. Washington D.C.: NASA.

{14} elDiario.es (2020). Macrohoteles, lanzaderas espaciales y o prospecciones: hitos de cuarenta años de lucha ecologista en Canarias. Puesto en línea el 18 de junio de 2020. Recuperado de eldiario.es

{15} El País (1996). Defensa dedica mil millones de pesetas a la incierta construcción de un cohete español. Puesto en línea el 18 de abril de 1996. Recuperado de elpais.com

{16} El País (1996). Manifestación en Hierro contra un proyecto de base espacial. Puesto en línea el 30 diciembre de 1996. Recuperado de elpais.com

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{19} Diario de Sesiones del Parlamento de Canarias (19 de marzo de 1997). IV Legislatura, n.º 36, Sesión Plenaria n.º 24. Recuperado de parcan.es

{20} Diario de Sesiones del Parlamento de Canarias (28 de mayo de 1998). IV Legislatura, n.º 62, Sesión Plenaria n.º 41. Recuperado de parcan.es

{21} Blinder, D. (2015). El origen del misil Cóndor II (1976-1983): dictadura, guerra, y disuasión. Saber y Tiempo, 1(1), 60-82.

{22} Blinder, D. (2011). Tecnología misilística y sus usos duales: aproximaciones políticas entre la ciencia y las Relaciones Internacionales en el caso del V2 alemán y el Cóndor II argentino. Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, 18(6), 9-33.

{23} Busso, A. (1997). La relación Argentina-Estados Unidos en la Post-Guerra Fría. Un estudio de caso: la desactivación del Cóndor II. REDEN. Revista Española de Estudios Norteamericanos, 14, 139-166.

{24} De León, P. (2017). El proyecto del misil Cóndor. Su origen, desarrollo y cancelación. Carapachay: Lenguaje Claro Editora.

{25} La prensa nacional también se hizo eco de la relación del misil Cóndor II con el Capricornio y sin ambages señaló el aprovechamiento de sus tecnologías: Olmo, J. (1992). España podría emplear partes del misil Cóndor II para el lanzador Capricornio. ABC, 89. Recuperado de abc.es; Olmo, J. (1993). El misil argentino Cóndor II será destruido en España. ABC, 89. Recuperado de abc.es.

{26} También sabemos que corrían informaciones acerca de la posibilidad de que en realidad existieran dos misiles Cóndor II, y que el segundo hubiera sido ocultado por completo: Barcelona, E., y Villalonga, J. (1992). Relaciones carnales: la verdadera historia de la construcción y destrucción del misil Cóndor II. Buenos Aires: Planeta.

{27} Crespo Palomares, C. (2016). La alianza americana. La estrategia antiterrorista española y las relaciones hispano-norteamericanas (1996-2004). Catarata: Madrid.

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