El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 203 · abril-junio 2023 · página 11
Artículos

Alfonso XIII, Antonio Luna y la masonería

Jeroni Miquel Mas Rigo

Se abordan los intentos fallidos del rey para ingresar en la Francmasonería, así como si el propio Luna –vocal letrado del Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo– pudo haber sido masón

mason

Alfonso XIII quiso ingresar en la Orden masónica

El rey Alfonso XIII (1886-1941), que estaba convencido de que la Francmasonería era una sociedad secreta anticristiana, siempre presumió de haberse negado a ingresar en dicha institución –«orden», la llaman ellos–, a pesar de que dicha negativa, según el monarca, pudo haberle ocasionado la pérdida del Trono. Así, en una conversación con un periodista del diario ABC, Cortés Cavanillas, manifestó que:

«De la fuerza de la masonería no hay duda, y yo te digo que si quisiera volver al Trono de España me sería fácil con inscribirme a las logias, cuyos cables he roto de un manotazo cada vez que hipócritamente, me los han tendido. Pero yo no seré nunca un … (y aquí pronunció el nombre de un rey que me abstengo en reproducir).»{1}

Su hijo, Juan de Borbón, ratificó lo manifestado por su padre al confesarle a Víctor Salmador, escritor monárquico, que no creía que su padre hubiera pedido la iniciación masónica:

«Se habló mucho durante algún tiempo de que el doctor Simarro estaba afiliado a la masonería y que a través de él mi padre fue invitado a pertenecer a la secta, a ser iniciado. Yo no sé lo que hubo en cuanto a invitaciones. Estoy seguro de que mi padre las hubiese rechazado porque no era partidario de secta alguna.»{2}

Es curioso que diga que no sabe «lo que hubo en cuanto a invitaciones». ¿Es posible que su padre –que alardeaba, como hemos visto, de su antimasonismo– no le hubiera hablado nunca de ello, aunque solo fuera para prevenirle frente a posibles proposiciones de la Orden?

Sobre los intentos de los hijos de la viuda{3} de iniciar al rey, tenemos lo que escribió Mateo Crawley{4} , en su libro Jesús, Rey de amor. Este cura relata que, una semana después de la consagración de España al Corazón de Jesús, que tuvo lugar el 30 de mayo de 1919, en el Cerro de los Ángeles (Getafe) por Alfonso XIII, este le recibió en audiencia privada, y que después de agradecerle expresivamente su participación en el acto del Cerro, el rey le respondió:

«Padre he tenido un gran gusto en cumplir en el Cerro de los Ángeles un deber de rey católico, pues el enemigo de nuestra fe está ya dentro de la ciudadela. Y le doy una prueba: en este mismo salón me vi obligado a recibir una delegación de la francmasonería internacional. Unos doce señores. He aquí lo que me dijeron: “Tenemos el honor de hacerle ciertas proposiciones y garantizar con ellas que Vuestra Majestad conservará la corona, servirá fielmente a la monarquía, a pesar de las crisis tremendas que la amenazan y reinará en un ambiente de paz.” Y al preguntar qué proposiciones eran aquellas, dicho señor me presentó un rico pergamino diciéndome:

“Con su firma, pedimos a Su Majestad, dé su adhesión a las siguientes proposiciones: 1ª, su adhesión a la masonería; 2ª, decretar que España será un estado laico; 3ª, para la reforma de la familia, decretar el divorcio y 4ª, instrucción pública y laica.” Sin titubear un instante, respondí: –Esto, ¡jamás! No lo puedo hacer como creyente. Personalmente, soy católico, apostólico y romano. Y como quisieran insistir, les despedí con una venia.

Al salir, me dijo el mismo señor:

Lo sentimos, pues Vuestra Majestad acaba de firmar su abdicación como rey de España y su destierro.

Prefiero morir desterrado, repliqué con viveza, que conservar el trono y la corona al precio de la traición y la perfidia que me propone.»{5}

Ahora bien, ¿era muy sincero el rey? Parecer ser que no. El escritor Ángel Mª de Lera (que había sido militante del Partido Sindicalista de Ángel Pestaña), entrevistó aJaime Fernández Gil de Terradillos, a la sazón gran maestre (1970-1982) del Grande Oriente Español, y le preguntó:

«–Se ha especulado mucho con el supuesto de que Alfonso XIII quiso o pretendió ser masón en algún momento de su vida como rey de España, pero que no llegó a serlo. ¿Puede usted aclararnos este enigma?

–Lo haría con mucho gusto si pudiese; pero, en realidad, carezco de toda información al respecto. Sin embargo, no me parece una suposición descabellada. […] no es de extrañar que, desde un punto de vista pragmático, dijese en su exilio de Roma que si hubiese sido masón seguiría reinando en España. No hay que desdeñarlo. No hay duda de que alrededor de su figura de masón hubiera podido formar una corriente de opinión masónica que le fuera favorable. ¿Por qué no? No lo sabemos.»{6}

Vemos que no niega la solicitud del monarca, es más no la considera «una suposición descabellada»; sino que, haciendo uso del secreto masónico, se sale por la tangente diciendo que no tiene toda la información. Seguramente, lo que no quería era explicar los motivos por los cuales la solicitud fue rechazada. Sin embargo, da a entender que Alfonso XIII tenía razón al afirmar que de haber sido masón no hubiera perdido la Corona. Todo esto no deja de sorprender, teniendo en cuenta que Fernández Gil era republicano y, en esa condición, había ocupado cargos políticos en la Administración de la Segunda República; pero, sobre todo, es un reconocimiento explícito de que la Masonería intervenía directamente en la política española, en contra de lo manifestado públicamente por los francmasones de que de que se trata de una asociación apolítica y de que en sus tenidas (reuniones) está prohibido hablar de política y de religión.{7}

No han faltado historiadores que han negado que Alfonso XIII hubiese querido ser masón. Es el caso, por ejemplo, del monárquico franquista Ricardo de la Cierva. Este, en su libro La masonería invisible. Una investigación en Internet sobre la masonería moderna (2002), escribe: «En mi libro Alfonso y Victoria he demostrado que Alfonso XIII no fue masón.» (p. 470). Pero en ese libro, editado el año anterior (2001), el historiador se limita a decir que, con motivo de la consagración de España al Sagrado Corazón, el monarca

«había rechazado una altísima presión masónica para ingresar en la organización, y que a ese rechazo atribuía más que a otra causa alguna la pérdida del trono. Trataré este importante suceso en mi próximo libro sobre la Masonería porque no consiste en una simple anécdota.» (p. 298).

El próximo libro fue, como queda dicho, La masonería invisible. O sea, que el erudito antimasónico tuvo un lapsus y no demuestra nada sobre si Alfonso XIII fue o no masón.

Pero tenemos fuentes, procedentes de la Masonería, que nos dan una información muy interesante sobre si es cierto que el rey estaba dispuesto a sacrificar sus creencias religiosas con tal de mantener la Corona. En 1933, el periodista Pedro González Blanco (1879-1961) publicó en la revista masónica Latomía que:

«ocupando el doctor Simarro{8} la Gran Maestría de la Orden, intentó ingresar en ella don Alfonso de Borbón. Si no lo hizo –el intermediario fue probablemente el duque de San Pedro de Galatino– se debe a que Simarro no estaba dispuesto a darle de un golpe los grados que el exrey solicitaba.»{9}

Es decir, como expondremos a continuación, don Alfonso intentó ingresar en la Orden; pero exigió saltarse los trámites establecidos para pasar de un grado masónico a otro. El Grande Oriente Español sigue el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que consta de 33 grados (según la reforma del rey de Prusia Federico II). Lo que pretendía Alfonso XIII era que se le admitiera directamente al grado máximo: el 33, o sea, soberano gran inspector general (los masones, a las iniciales de los títulos de los grados las escriben siempre con mayúsculas para darle más pomposidad), sin seguir los protocolos que regulan la iniciación masónica. En un libro publicado en Chile, en 1957, y escrito por el masón español Cesáreo Vázquez Ambrós se puede leer la conversación que mantuvieron, el año 1915, Luis Simaro y el duque de San Pedro de Galatino, amigo del monarca español, para proponerle el ingreso de Alfonso XIII en la orden masónica. El diálogo, según el doctor Simarro, se desarrolló en la siguiente forma:

«–¿Objeto de su visita, duque?

–Su Majestad desea ingresar en la benemérita Institución Masónica de su digna presidencia…

–¿Quién ha influido en la conciencia del rey? –preguntó el ilustre catedrático de la Universidad de Madrid.

–Posiblemente…

–Comprendido… Diga a S. M. que presente la solicitud de ingreso y…

–¿Será aceptado? –pregunto el duque con bastante nerviosismo.

–Yo no puedo asegurarle nada –replicó el doctor Simarro–, porque nuestras resoluciones se adoptan democráticamente y previa discusión y votación secreta…

–¿No será posible, querido Simarro, abreviar la tramitación?

–¡Imposible!

–Se trata de nuestro rey…

–En el seno de nuestra Gran Familia no se reconocen privilegios ni castas. Todos somos iguales ante lo que nosotros consideramos como nuestro Creador infinito e inaccesible, el Gran Arquitecto del Universo.

–En caso de admisión, ¿cuánto tiempo tardaría en obtener el grado 33?

–Su pregunta, duque, evidencia una ambición, vicio que la Masonería proscribe e incluso castiga. Se entra en esta Institución, con verdadero espíritu de sacrificio, sin el cual no es posible descubrir el camino de la virtud. Se entra en ella para dar, no para recibir.

–Yo creía que…

–No es posible actuar en la Masonería volviendo la espalada a sus postulados. Es ella la que debe vivir en nosotros, haciéndonos ver que los masones son dignos cuando la servimos desinteresadamente y la amamos e indignos cuando la burlamos…

–Comprendido, doctor. Perdóneme.

–Le hablo con toda lealtad y cariño.

–Así lo transmitiré al rey. Lamento mi fracaso…

–Hijo del desconocimiento de las cosas.

–En concreto, ¿qué le digo a S. M.?

–Que haga la petición de ingreso… Pero sin olvidar que la Masonería no admite más diferencia entre los hombres que la señalada por sus méritos intrínsecos…

–Muy bien doctor.

–A sus órdenes, señor duque.

–Adiós.»

Vemos que Cesáreo Vázquez, obedeciendo el secreto masónico,{10} silencia el nombre del personaje que influyó sobre Alfonso III para tomar su decisión de adherirse a la Masonería; pero, más adelante, nos da una pista:

«aquel personaje, alto título nobiliario, masón de la rama anglosajona, que influyó en Alfonso XIII para que solicitase su ingreso en la Masonería… actuó en Londres como representante oficioso de los sublevados ante el gobierno de S. M. británica, antes de que Franco fuera reconocido oficialmente por ningún Gobierno»{11}

Sin duda, se está refiriendo a Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó (1878-1953), duque de Alba, que el 21 de noviembre de 1937 fue nombrado, por Franco, representante de los sublevados ante el Gobierno británico. Además de embajador, fue procurador en las Cortes franquistas y fue el primero en adherirse al manifiesto de don Juan de Borbón, de fecha 19 de marzo de 1945. En 1926, Alfonso XIII lo nombró caballero de la Orden del Toisón de Oro. Según un informe de la espía A. de S. (muy raras veces alude a sí misma como Anita), datado el 12 de febrero de 1946, el duque de Alba formaba parte de la Gran Logia Unida de Inglaterra (GLUI), ostentado el grado de «sublime maestro honorífico [sic] del anillo luminoso.»{12} Añade, la agente, que tiene conocimiento de que el duque de Alba, «esos días, tiene previsto visitar la AMI [Asociación Masónica Internacional]». Parece ser que Anita inventaba, pues la GLUI practica el Rito de la Emulación, que consta solo de tres grados (aprendiz, compañero y maestro); y el grado de sublime maestro del anillo luminoso es el último grado del Rito Escocés Filosófico (creado en París, en 1776, y que consta de 15 grados).

A. de S., de identidad desconocida, era miembro de la red A.P.I.S. (en latín, apis significa abeja, que era el símbolo de la red; pero se ignora lo que significan las siglas), que estaba integrada por mujeres y que se dedicada al espionaje y a la lucha antimasónica, dirigida por la escritora carlista Mª Dolores de Naverán y Sáenz de Tejada, que pertenecía a la Institución Teresiana{13} , y que trabajaba para Carrero Blanco. Anita, que decía residir en Cascais (Portugal) y estar casada con un miembro destacado de la AMI, era de ideología tradicionalista y escribió, desde 1942 a 1960, una infinidad de informes, muchos de ellos relacionados con las actividades de la Masonería.{14} Lo cual le permitía a Franco presumir de tener información de primera mano sobre lo que se cocía en las logias masónicas.

Lo que hasta ahora hemos escrito es conocido por los especialistas, aunque muchos lo silencien en sus obras sobre don Alfonso XIII;{15} pero lo que es desconocido es que hubo un segundo intento, por parte del rey, que obtuvo éxito, según así lo asegura el sevillano Antonio Luna García (1900-1971). Antes que nada, vamos a dar unos breves datos biográficos sobre este personaje.{16}

Como había tenido una participación muy destacada en el «golpe» contra Hedilla (abril de 1937), y además era secretario judicial y juez de Primera Instancia e Instrucción, el 1 de septiembre de ese mismo año fue designado delegado nacional de Justicia y Derecho de FET y de las JONS. Al año siguiente, presentó –infructuosamente ya que fueron rechazados– al ministro de Justicia cinco anteproyectos de ley para poner en marcha lo que él denominaba la «Revolución judicial». En la madrugada del día 7 de noviembre de 1938, intentó, supuestamente, propasarse (tocamiento en la entrepierna) con un teniente provisional de la Legión.{17} Este, que desconocía que Luna era capitán jurídico honorario, respondió a la presunta agresión sexual con una paliza. El caso acabó en la jurisdicción militar y Luna alegó que se trataba a su juicio de:

«una maniobra política dirigida a conseguir la destitución del declarante en su cargo de Delegado Nacional, cuya destitución desean significados elementos del Movimiento, que impotentes para actuar contra el Caudillo de España optan por inutilizar y difamar su colaboradores honestos y leales.»

Después del Consejo de Guerra, el auditor, en su informe de 11 de enero de 1939, descartó que hubiera habido móviles políticos en las acusaciones contra Luna; si bien, precisó que este no se hallaba «incurso en el repetido vicio» (concúbito anormal, según el informe) y propuso acordar la terminación del procedimiento sin declaración de responsabilidades criminales que exigir. El general jefe de la región, aceptó la propuesta del auditor e impuso, como sanción disciplinaria, un arresto de ocho días (falta leve por escándalo público) y multa de 100 pesetas (por maltrato sin lesiones) al teniente. Se trató de un acuerdo salomónico.{18}

Los hechos relatados, a pesar de la resolución favorable, fueron la causa de que no fuera nombrado fiscal del Tribunal Supremo, cuando ya estaba así decidido, y en su lugar nombraron, el 10 de noviembre de 1938, a Blas Pérez (que sería posteriormente ministro de la Gobernación). En febrero de 1939 (es decir, un mes después de la resolución del procedimiento judicial), cesó a petición propia en el cargo de delegado nacional de Justicia y Derecho. Al año siguiente, con motivo de la constitución del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo (TERMC), es designado vocal letrado, decretándose su cese en dicho cargo el 31 de marzo de 1941. Volvió a ejercer de secretario en el Juzgado Municipal número 2 y del Registro Civil de Chamberí (Madrid), jubilándose en dicho cargo en 1968.

El TERMC, que se constituyó el día 10 de septiembre de 1940, estaba integrado por cinco miembros: presidente (el carlista Marcelino Ulibarri y Eguilaz), y cuatro vocales: el general Francisco de Borbón y de la Torre, monárquico alfonsino; Juan Granell Pascual, carlista; y los dos vocales letrados Isaías Sánchez Tejerina (catedrático de Derecho penal en la Universidad de Salamanca) y Antonio Luna García, que eran falangistas.

Antonio Luna García, el 1° de octubre de 1940, escribió una larga carta al general Francisco Franco, donde desarrolla una exposición doctrinal sobre los peligros que implica la Masonería para el Nuevo Estado. Esta exposición –con algunas omisiones, como la que a continuación reproduciremos– se incluirá, como capítulo primero, en la 2ª edición de su libro Justicia (finales de 1940, la 1ª edición es del año anterior). Escribe Luna en su carta:

«A pesar de las advertencias que reiteramente se le hicieron al General Primo de Rivera nunca creyó en la efectividad de los poderes masónicos; pero su deplorable muerte política y su dolorosa muerte física fueron sin embargo obra exclusiva de la Masonería. El mismo generalizado error de creer que ésta es un producto imaginativo también le costó la Corona al Rey Alfonso XIII. Su error lo confesó S.M. «solo en parte» a dos Consejeros Nacionales que en la Pascua de 1937 le visitaron en Roma; confesión que resultó acreditada en el interrogatorio que a tales viajeros les hice, a otros efectos distintos a su regreso. Lo deplorable fue que viendo en peligro la Corona cuando en 1930 le visitó el Rey Gustavo de Suecia Don Alfonso XIII dio cuenta de su error; y de error en error –no hay peor equivocación que la de creer equivocada una elección que estuvo bien hecha– S.M. el Rey adoptó entonces la decisión funesta de sustituir con Berenguer a Primo de Rivera y pedir su apoyo a la Masonería y su ingreso personal en ella. Así lo solicitó por conducto del Duque de Alba pero concedida la admisión del Rey en la Logia de la calle del Príncipe{19} –que fue visitada por Gustavo de Suecia– el acuerdo de admisión fue después revocado por el Gran Oriente que en vez de salvarle la Corona a S.M. decidió arrebatársela. Ocioso es agregar que estos detalles no fueron confesados por S.M. a aquellos Consejeros Nacionales que interrogué; pero S.E. sabe que no me atrevería a afirmarlos si no los pudiera probar y como las actividades masónicas no tienen lugar en planeta distinto del que vivimos es posible que el Infante Don Alfonso de Orleans conozca esas secretas actividades de su Augusto primo.» [Las cursivas son subrayados en el original].{20}

Este fragmento, que hasta ahora ha permanecido inédito, merece unos comentarios:

1) El general Primo de Rivera era un buen amigo del prestigioso oceanógrafo y naturalista Odón de Buen y del Cos (1863-1945), que era masón y padre del que fuera, durante la Dictadura primorriverista, gran maestre del Gran Consejo Federal Simbólico del Grande Oriente Español (la máxima autoridad en la Masonería): Demófilo de Buen, catedrático de Derecho civil. Tal vez eso pueda explicar el hecho de que la Augusta Orden, aunque prohibida, no fuera perseguida durante la Dictadura. Curiosamente, en la Guerra Civil, Odón de Buen, que estaba preso en Palma (Mallorca), fue canjeado por la hermana (María) y la hija (Carmen) del dictador, que estaban detenidas en el Reformatorio de Alicante.

2) Ni la muerte política ni mucho menos la muerte física del dictador es imputable a la Masonería. Ese fue infundio del policía Julián Mauricio Carlavilla (que firmaba con el seudónimo de Mauricio Karl), en su libro El Enemigo (1934). El propio José Antonio Primo de Rivera desmintió a su biógrafo, Felipe Ximénez de Sandoval, ese pretendido crimen masónico.{21} José Antonio, aunque rechazaba el internacionalismo (más bien, cosmopolitismo) de las logias, no descolló, a diferencia de los líderes de la derecha autoritaria, por su antimasonismo: la mayoría de los ministros que propuso en su Gobierno de Reconciliación, agosto de 1936, eran masones y el presidente, Martínez Barrio, había sido gran maestre del Gran Oriente.

3) Lo que Alfonso XIII confesó, «solo en parte», a los dos consejeros nacionales, debió ser lo que había contado al Padre Mateo Crawley y que, como hemos visto, contaría en otras ocasiones.

4) Luna se equivoca cuando dice que, en 1930, el rey Gustavo V de Suecia (1858-1950) visitó a Alfonso XIII. El rey sueco, que fue gran maestre de la Gran Logia de Suecia desde 1907 hasta su muerte, estuvo en España en abril de 1927. No es de suponer que en esa fecha el monarca español pensase en destituir a Primo de Rivera y nombrar al general Damaso Berenguer; aunque no es descartable que Gustavo V le hablase de la necesidad de volver al sistema constitucional de 1876 y le ofreciese el apoyo de la Masonería internacional.

Hechas las puntualizaciones anteriores, lo importante es señalar que, siempre según Antonio Luna, en esa ocasión –finales de la Monarquía– la Masonería habría admitido el ingreso de Alfonso XIII, que habría vuelto a utilizar al duque de Alba como padrino. Eso se podrá creer o no; pero hay que reconocer estos aspectos: i) Luna era monárquico, y por eso participó en el golpe frustrado de Sanjurjo, en agosto de 1932, y escribió el libro Dolor de Sevilla sobre dicho suceso. Es decir, no tenía ningún interés en desacreditar al monarca. ii) Como vocal del TERMC, tenía a su disposición toda la información que sobre las actividades masónicas había sido incautada y custodiada por la Delegación Nacional de Recuperación de Documentos. iii) Como sabe que Franco también es monárquico alfonsino, se cuida de decirle de que dispone de las pruebas que acreditan lo que manifiesta. iv) Insinúa –de una forma un tanto insidiosa– que Alfonso de Orleans y Borbón,{22} primo de Alfonso XIII, está enterado de las circunstancias relativas al ingreso del monarca en la Orden.

Antonio Luna y la Masonería

Es posible que Antonio Luna hubiera sido simpatizante de la Masonería e incluso, aunque no hay ningún dato que lo corrobore, pudo haberse iniciado en alguna logia. En un anterior trabajo escribimos lo siguiente:

«Vemos que Luna repite [en su libro Justicia] todos los tópicos que la extrema derecha atribuía a la Masonería. Curiosamente, en su libro Cartas a un amigo antifascista, no encontramos ninguna condena de la masonería ni del judaísmo. Sobre este último escribe: “el Fhürer ha construido la doctrina racista con la que nosotros no tenemos, ni podemos, ni queremos tener ninguna concomitancia”{23} (p. 49).

Con relación a la masonería, hallamos este único comentario: “No conozco Religión, en efecto, que, en última instancia, niegue la existencia de la Divinidad y no postule el amor al prójimo; y, pese a la guerra sin cuartel que se han declarado y a las diferencias de sus ritos, aquí, en España, en lo esencial, yo no encuentro diferencia ninguna entre la Compañía de Jesús, que es la disciplina hecha carne, y la Masonería, que es el libre pensamiento, en lo religioso y en lo político.” (p. 11).

Es más, en este mismo libro, podemos leer una declaración de relativismo filosófico, que es la seña de identidad de la Masonería: “Mi coincidencia con las conclusiones de José Antonio Primo de Rivera es completa. Y, sin embargo, él parte de las verdades absolutas y yo no creo en ellas, y, como final resultado, él se muestra defensor entusiasta de Europa, mientras que yo añoro como ideal supremo de la vida el de la inacción en la acción, esto es, una síntesis que Keiserling [sic] cree posible entre el dinamismo europeo y el estatismo asiático.” (p. 15). Este odio a la Masonería tampoco se aviene con su lerrouxismo que, como hemos dicho, le atribuye Vegas Latapie.»

Después de haber escrito lo que acabamos de reproducir, descubrimos en el Centro Documental de la Memoria Histórica una información abierta sobre Antonio Luna. Esa investigación fue realizada por la Dirección General de Seguridad –que dirigía José Finat, conde de Mayalde y exdiputado de la CEDA–{24} , a instancias del presidente del TERMC que, al parecer, tenía sospechas sobre el pasado masónico de Luna. Tanto es así, que se negó a recibirlo, a pesar de la insistencia de este último. Vamos a reproducir dos cartas manuscritas de Luna dirigidas a Marcelino Ulibarri que, como hemos dicho fue el primer presidente del TERMC. La primera, datada el 11 de junio de 1940, dice así:

«Exmo. Sr. Dn. Marcelino Ulibarri

Muy respetable Presidente y señor mío:

Tan luego supe nuestro nombramiento quise visitarle en sus oficinas de Manuel Silvela para ponerme a sus órdenes. El Conde de Cenete [sic] que tuvo la bondad de devolverme la visita me ofreció hacerle saber a V, aquellos deseos.

Estos los reiteró a mi compañero Marciano Díez de Solís que en mi nombre lo visitó a V. en Salamanca.{25}

Como según mis informes hoy se encuentra V. en Madrid le suplico me aviso donde y cuando me puede recibir y con este motivo me ofrezco de V. afmo. y s. s. q. e. s. m.»

Cuatro días después, insiste:

«Exmo. Sr. Dn. Marcelino Ulibarri

Mi distinguido Presidente:

No he recibido contestación a mi carta del 11, en la que le supliqué me avisase el sitio y hora en que debíamos reunirnos, antes de que V. regrese de nuevo a Salamanca.

Tal falta de contestación me indica claramente el peligro de que haya marchado V. antes de recibir mi carta o la posibilidad de que esta hay podido sufrir extravío.

De toda suerte, siguiendo indicaciones de la Superioridad,{26} coincidentes con el sentido de nuestra patética responsabilidad, le reitero la misma súplica que antes de la fecha indicada ya le había elevado por otros dos conductos indirectos.

En espera de su contestación que con la conveniente previsión le encarezco entregue a la dadora señorita Francisca Martínez, me repito atentamente s. s. s. q. e. s. m.»

Esta carta tampoco obtuvo respuesta. En cambio, diez días después, o sea el 25 de junio, Ulibarri recibió esta carta mecanografiada de José Finat:

«Mi querido amigo:

Le envío adjunto los antecedentes que tengo del asunto Luna. Como ve Vd. no se trata de nada concreto y es posible que haya habido alguna confusión; de todos modos se siguen buscando más antecedentes.

Con este motivo queda suyo siempre affmo, y s. s.»

El conde de Mayalde tiene razón cuando afirma que «no se trata de nada concreto»; pero debemos presumir que el director general de seguridad debía estar enterado del papel jugado por Luna en el «golpe» contra Hedilla, así como del favor que por ello gozaba de la «Superioridad». Además, era amigo íntimo de José Antonio Primo de Rivera{27} y por ello es probable que conociera a Antonio Luna.

Con relación a la carta de Luna a Franco, Ulibarri envió el 24 de diciembre de 1940 una carta (se conserva una copia no firmada en el Centro Documental de la Memoria Histórica) al fiscal togado del Consejo Supremo de Justicia Militar, Luís Cortes, diciéndole que ha recibido:

«[…] una carta dirigida al Generalísimo, cuyo consignatario descubrirá V. inmediatamente de leerla porque considero muy necesario que V. la conozca y a tal fin se la remito con ese objeto y a título de información que es para lo que a mí me sirve.

Lamento no haber conocido dicha misiva en ésa porque de palabra sería mejor hacer los comentarios que me sugiere.

Yo hasta la fecha ignoro cómo ha llegado tal copia de carta a la Subsecretaría de Gobernación y el objeto de enviármela a mí que sea cual fuere en nada modifica mi actitud.» [La cursiva es mía.]

Evidentemente, el presidente del TERMC es consciente de que la finalidad de haber recibido, si venir a cuento, copia de la carta dirigida al Generalísimo era para que cesase en sus pesquisas sobre la posible iniciación masónica de Luna. Pero Ulibarri, no se deja amilanar, y por eso escribe que «en nada modifica mi actitud».

Como había dicho, Ulibarri no abandona y, el 6 de febrero de 1941, escribe una carta al director general de Administración local y consejero nacional de FET y de las JONS, el carlista Antonio Iturmendi. De dicha carta, reproducimos un fragmento que dice así:

«A propósito de esto, ¿conoces la nueva publicación de mi compañero el Vocal en dicho Tribunal, Don Antonio Luna? Te pregunto, porque me gustaría conocer la opinión que te merece su nuevo libro titulado “JUSTICIA”, segunda edición, aumentada, de otra publicación que con el mismo título dio a luz el año 39. Yo no sé si esto acabará. […]»

Iturmendi, que no debía tener información sobre Luna, se limitó a contestarle, el 11 de febrero, que: «He leído “Justicia”, mejor dicho, solamente la he ojeado; me parece un librillo de circunstancias, en el que soterradamente se hace una crítica bastante dura de la gestión del Ministro de Justicia y se dispara hacía algún otro objetivo. […]». El ministro de Justicia era el carlista Esteban de Bilbao Eguía.

A continuación, vamos a reproducir, parcialmente, un informe elaborado sobre Antonio Luna García, que forma parte de los antecedentes que el conde de Mayalde debió remitir a Ulibarri. Se trata de un informe mecanografiado, sin membrete, sin datar y sin firmar, pero que cabe suponer debió ser evacuado por un agente al servicio del director general de seguridad. Dice así:

«En la Guía telefónica del pasado año 39, a nombre de Luna Antonio, Paseo de Calvo Sotelo [antes y ahora, Paseo de Recoletos] n° 5, aparece el 15.816, lo mismo que por calles, número que según la Guía antigua pertenecía a TUDANCA, A., Príncipe, 14.

Como se sabe a este número siguen contestando cuando se pregunta por Príncipe 14, y hasta se toman mensajes cifrados de un tal Pruneda, masón de Murcia. Príncipe 14 es pared medianera con el que fue local de la Gran Logia de Española y del Gran Oriente Español […]

Antonio Luna García, Secretario del Juzgado Municipal n° 2, de Madrid y Capitán Honorario del Cuerpo Jurídico, avala a Herminia Ferrer, viuda del conocido masón, Carlos Fernández Calzada{28} , a los cuales se sigue expedientes números 1 y 9 respectivamente. […]» (Las cursivas en el original son subrayados].

Es decir, que la Policía (u otro servicio de la Seguridad del Estado) creía que en la calle Príncipe, 14, existía un centro masónico clandestino, que utilizaba el número telefónico 15.816 y que, curiosamente, era el mismo número que tenía el abogado Antonio Luna (en las cartas que hemos transcrito de Antonio Luna, aparece el referido número telefónico). Otro dato, en el expediente sobre Antonio Luna existe una «nota» que dice así:

«El día 7 de febrero de 1941 viene en visita D. Marciano Díez Solis, Teniente de Complemento de Infantería, y en el curso de la misma manifiesta que sabía el interés del Sr. Luna García (Vocal del Tribunal de Represión de la Masonería y Comunismo) por traerle al Tribunal, como agradecimiento a la actuación del Sr. Díez de Solís como Secretario del expediente que se le instruyó al Sr. Luna en Salamanca.

Al mismo tiempo manifiesta que está disconforme con el procedimiento jurídico que respecto a la actuación del Tribunal pretende implantar el Sr. Luna.»

El expediente que se instruyó en Salamanca, que menciona el teniente Díez, es el procedimiento judicial que se siguió con motivo de la denuncia del teniente de la Legión contra Antonio Luna, por presunto abuso sexual.{29} Llama la atención que, además de delatar el interés de Luna en colocarlo, diga que está disconforme con la actuación del Tribunal que pretende implantar su supuesto protector. Eso no es todo, después de la «nota» reseñada, hay una anotación manuscrita que dice así: «Marciano Díez de Solís, Teniente de Complemento de Infantería, candidato al Tribunal [entre paréntesis, una palabra tachada que parece decir “subalterno”] Centro Masónico, Príncipe, 14 - Madrid». Es posible que la visita al TERMC tenía por finalidad pedirle –en realidad, exigirle– a Luna que lo colocase en el Tribunal, ya que él había sido destinado a Melilla y se encontraba en Salamanca en calidad de enfermo.

Según los autores Santiago López y Severiano Delegado, Diez de Solís, que procedía de una de las mejores familias de Salamanca, se había dedicado al principio de la guerra a extorsionar a los inculpados y, en febrero de 1937, fue conducido a la cárcel. Ahora bien, «la acusación no fue por estafa, ésta fue sobreseída, sino por conducta indecorosa continuada, ya que quedaron probados varios intentos de abusos deshonestos con hombres.»{30} No obstante, en el expediente militar de Diez de Solís, que recoge año por año todas las vicisitudes del personaje, no aparece nada de todo esto. Sí es cierto que el 13 de febrero de 1941 (seis días después de que apareciera de visita por el TERMC) fue denunciado por Ildefonso Grande Ramos, de Ledrada (Salamanca), catedrático de francés, por estafa (pretendía, a cambio de cinco mil pesetas, librar a su padre de un proceso por responsabilidades políticas); si bien, la sentencia del Consejo de Guerra fue absolutoria por falta de pruebas. Por el contrario, se abrió expediente al denunciante por no presentarse a filas (deserción) y acabó prestando su servicio militar en un Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores. Eso no obstante, el capitán general de la región le impuso al teniente, como correctivo, un mes de arresto. Lo cual demuestra que su actuación no debió ser del todo correcta. Seguramente en el fallo influyó que el militar, como veremos a continuación, era un agente del Cuartel General del Generalísimo.

Marciano Díez, antes de la guerra, había militado en el partido monárquico Renovación Española (al inicio de la guerra fue jefe de sus milicias) y había mantenido contactos con «Los Luises» (estudiantes de los jesuitas). En su «Hoja de Servicios» encontramos datos interesantes sobre el personaje:

«1937: En su situación anterior. 1° de enero fue nombrado agente secreto del servicio de Información y Policía Armada dependiendo directamente de la Secretaría General del Cuartel General de S. E. el Generalísimo [que estaba dirigida por Nicolás Franco, el hermano del Caudillo] permaneciendo en él [sic] mes de noviembre que causó baja en el mismo servicio por reorganización. El 1° de Marzo causo baja en la 5ª Compañía de Milicias por pasar al Regimiento de Infantería La Victoria n° 28 y por su condición de abogado pasó a prestar sus servicios en la Secretaría de los Juzgados Instructores de los Consejos de Guerra de Oficiales Generales de la plaza de Salamanca. Por orden de 2 de junio (D.O. n° 227) fue promovido al empleo de Teniente de Complemento de Infantería con antigüedad de 19 de abril. De los mismos servicios finó el año.

1938: En su anterior situación. Reorganizado el Servicio de Información y Policía Militar, en fecha 1° de Enero, pasó a formar parte del Servicio de Contraespionaje como Agente Secreto y de ambos servicios en Salamanca, finó el año.»

En nuestro anterior artículo sobre Antonio Luna, expusimos que este actuó al servicio del Cuartel General de Franco en el tema de la unificación de la Falange y la Comunión Tradicionalista. Es casi seguro que Marciano Díez debía ser el agente de enlace entre Nicolás Franco y Antonio Luna. No sabemos si la actuación de Luna, como cerebro del «golpe» contra Hedilla, fue voluntaria o se debió a motivos más inconfesables (no es aventurado suponer que Díez conocía la orientación sexual del falangista). En cualquier caso, no es de extrañar que Marciano, como secretario de los juzgados militares, le ayudase en el sumario que se le instruyó por la denuncia del teniente Fernández-Villa.

En mi opinión, y a falta de más información al respecto, la destitución de Luna no fue motivada por su presunta vinculación a la Masonería; sino por la visita que Marciano Díez efectuó al TERMC, que podía interpretarse como una extorsión. Además, seis días después se presentó la denuncia de Ildefonso Grande. La «amistad» de Luna con Marciano era en demasiado peligrosa para un vocal letrado del TERMC y, además, ambos conocían determinados secretos que, en caso de apuro, podían utilizarse como arma de extorsión. Sea así o no, lo que no admite discusión es que el mes siguiente, el 31 de marzo de 1941, medio año después de su constitución, Franco remodeló la composición del TERMC, pasando su presidente, Ulibarri, a vocal y destituyendo el otro vocal, Granell, y los dos vocales letrados. Como presidente, designó al teniente general Andrés Saliquet Zumeta, y como vicepresidente y letrado al monárquico Wenceslao González Oliveros (que ya era presidente del Tribunal de Responsabilidades Políticas) y como vocal letrado al tradicionalista Juan José Pradera Ortega, como vocal suplente al general carlista Ricardo Rada y Peral.{31} Todo indica que se trataba de apartar a Luna; pero, para evitar la afrenta pública, también se destituyó al otro vocal letrado, Isaías Sánchez Tejerina (que pasó a ocupar la cátedra de Estudios Superiores y de Derecho penal de la Universidad Central). También Ulibarri se vio rebajado, seguramente por su falta de discreción en todo el asunto.

Una vez que hubo cesado como vocal del TERMC, Antonio Luna volvió a ejercer de secretario judicial municipal hasta su jubilación. No debió ser el final esperado para el hombre que, con solo 38 años, había planeado hacer la «Revolución judicial»,{32} y para ello había redactado cinco anteproyectos de ley: Código penal, Ley orgánica de la Administración de justicia, Ley de enjuiciamiento criminal, Ley de enjuiciamiento civil y Ley de prisiones. No obstante, conservó las amistades de, entre otros, Rafael Garcerán (procurador en Cortes), Federico Castejón (catedrático de Derecho penal y magistrado del Tribunal Supremo) y Alejandro Gallo Artacho (presidente de la Sala Cuarta del Tribunal Supremo).

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{1} CORTES CAVANILLAS, J.: Confesiones y muerte de Alfonso XIII, Colección ABC, Madrid 1951, pág. 108. Es posible que el monarca citado por Alfonso XIII fuese Amadeo I que, como es sabido, fue masón.

{2} SALMADOR, Víctor: Don Juan de Borbón, Planeta, Barcelona, 1976.

{3} Para los no iniciados en la jerga masónica, «hijo de la viuda» es el nombre simbólico de todo masón, para recordar que todos somos hijos de la tierra, madre y fosa común de la humanidad.

{4} Mateo Crawley-Boevey y Murga (1875-1960) fue un sacerdote peruano de la Orden de los Sagrados Corazones. Fue el promotor de la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús..

{5} Citamos por CIERVA, Ricardo de la: 113.178 caídos por Dios y por España, Editorial Fénix, Madrid 2009, p. 353.

{6} LERA, Ángel Mª de: La masonería que vuelve, Editorial Planeta, Barcelona 1980, p. 180.

{7} En realidad, según los estatutos y reglamentos generales del Gran Oriente Español, la prohibición es solo para los trabajos de la Cámara de Aprendiz. En las tenidas de Maestro se admite, explícitamente, que se traten asuntos religiosos o políticos, pero se veda que puedan «tomarse acuerdos que impongan una determinada conducta política a los obreros masones.».

{8} Luis Simarro Lacabra (1851-1921), catedrático de Medicina, gran maestre y presidente del Consejo de la Orden.

{9} GONZÁLEZ BLANCO, Pedro: Latomía, vol. III, Colectánea masónica publicada por la Logia Unión N° 9, Madrid 1933, p. 151.

{10} Los francmasones no pueden, en modo alguno, delatar a sus hermanos; ya que, de acuerdo con sus estatutos y reglamentos generales, vienen obligados a «Guardar el secreto masónico y el más absoluto silencio sobre los trabajos.»

{11} VÁZQUEZ AMBRÓS C.: La Masonería y la Guerra de España. El libro lleva un prólogo de Alejandro Serani B., serenísimo gran maestro de la Gran Logia de Chile. El autor cedió todos sus derechos a la Logia Abraham Lincoln. Se trata de una rareza bibliográfica, pero la conversación fue reproducida por CARLAVILLA, Mauricio: Borbones masones, Ediciones Acervo, Barcelona 1967, p. 157-162.

{12} El Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo abrió, en 1948, una información sobre el Duque de Alba por el delito de masonería, donde constan los testimonios de dos masones sobre la iniciación del aristócrata a la sociedad secreta –discreta, dicen ellos–. El hecho de pertenecer a la Gran Logia Unida de Inglaterra debió influir en que no llegara a cerrarse el sumario; no estaba Franco para ganarse más conflictos diplomáticos. El rey, Jorge VI, era el gran maestro de dicha logia.

{13} La Institución Teresiana es una asociación de profesionales laicos; aunque es corriente leer que Dolores Naverán era «monja teresiana».

{14} Los informes, algunos eran copias de actas de la AMI, estaban firmados con la abreviatura A. de S., y esto me llevó a pensar que podría tratarse de la biógrafa y erudita Ana María Azpillaga y Yarza (1918-2018), que firmaba sus libros con el seudónimo de Ana de Sagrera (tomó el apellido de su marido, el mallorquín Bartomeu Sagrera Escalas, técnico comercial del Estado); pero firmaba también –como he podido comprobar en las dedicatorias de sus libros– como A. de S. Los informes que he visto de A. de S. están escritos a máquina (al parecer ella los escribía a mano y eran mecanografiados antes de ser entregados a Carrero), por lo que no me ha sido posible comparar la letra con la de la Ana de Sagrera. No obstante, su hijo Javier me aseguró –y no tengo porqué dudar de su palabra– que no se trataba de su madre. Ana María Azpillaga, que habiendo durante la Guerra Civil colaborado con los carlistas –fue margarita de Frentes y Hospitales–, se adhirió más tarde al juanismo. Hay quien afirma, caso del historiador Javier Domínguez Arribas, que la mayoría de los informes de APIS eran invención de su secretaria general –la vasca Dolores Naverán–, que buscaba desacreditar a la Falange y a los monárquicos juanistas

{15} A título de ejemplo reciente, podemos citar la tesis doctoral de ALVARDO PLANAS, Javier: Los príncipes de la Acacia: registros de la nobleza titulada en las logias masónicas durante los siglos XVIII y XIX, 2018, Universidad Complutense de Madrid, https: //eprints.ucm.es. En esta tesis (p. 632) se dice que no hay pruebas sobre la iniciación masónica de Alfonso XIII, pero calla los testimonios sobre sus gestiones para ser admitido.

{16} Para una biografía más extensa véase MAS RIGO, Jeroni Miquel: «La intervención de Antonio Luna García en el “golpe” contra Hedilla», en la revista digital El Catoblepas, núm. 201 (otoño 2022). Antonio Luna era un buen amigo de José Antonio Primo de Rivera, a quien dedicó su ensayo Cartas a un amigo antifascista, editorial clandestina (1935). El libro se publicó con el seudónimo de Antonio Dávila (debemos mencionar que era amigo íntimo del líder sevillano de Falange, Sancho Dávila, pariente lejano de José Antonio). A principios de 1937, Luna era el secretario territorial (Salamanca, León y Zamora) de Falange. El jefe territorial era Rafael Garcerán, uno de los pasantes del bufete de José Antonio.

{17} Se trataba del teniente Santiago Fernández-Villa Dorbe, de 22 años y miembro de una destacada familia burgalesa. El teniente, que había sido jonsista y falangista, había sido herido en cuatro ocasiones, dos de ellas cuando ya era caballero mutilado (con un 35% de invalidez). Su hermano Juan José fue secretario general del Ayuntamiento de Madrid (1953-1971).

{18} El expediente judicial, causa 329/41, se halla custodiado en el Archivo Intermedio Militar del Noroeste (Ferrol). Agradezco al Tribunal Militar Territorial IV (A Coruña) la autorización para examinar el sumario, así como la amabilidad que tuvo doña Rebeca Martínez Guerrero de facilitarme, desinteresadamente, copia digitalizada de todo el expediente. Cuando escribí mi anterior artículo sobre Luna todavía no había tenido acceso al referido expediente.

{19} En la calle del Príncipe, 12, de Madrid, estaba ubicada laObedienciadel Grande Oriente de España; la otra Obediencia era la Gran Logia de España, que tenía su sede en la calle Alcalá, 171, de Madrid, y Mendizábal, 25, de Barcelona.

{20} La carta de Antonio Luna se haya custodiada en el Centro Documental de la Memoria Histórica.

{21} Véase XIMÉNEZ DE SANDOVAL, Felipe: José Antonio (biografía apasionada), cito por la 8ª edición de 1980, p. 68.

{22} Alfonso de Orleans y Borbón (1886-1975) fue desposeído de su título de infante y demás honores regios por no pedir la real venia para casarse. Al proclamarse la República se exilió, regresando en 1937 para combatir en el bando nacional. Finalizada la Guerra Civil, fue ascendido a general de brigada y más tarde a general de división. En aquellos años, se rumoreó que el exinfante había sido masón.

{23} En cambio, en su libro Justicia escribe: «Si el Nuevo Estado es el gran baluarte de la civilización cristiana, la Masonería es la artillería ligera y la milicia combatiente que en la vanguardia del judaísmo combate a esa civilización» (p. 38).

{24} José Finat y Escrivá de Romaní (1904-1995) y otros dos individuos dieron, noviembre de 1939, una brutal paliza, «por marica y por rojo», al cantante Miguel de Molina; cf. MOLINA, Miguel de: Botín de guerra. Autobiografía, Planeta, Barcelona 1998, p. 151. De los otros dos individuos no da el nombre, sólo dice que uno era «un sindicalista del espectáculo que más adelante ocuparía altos cargos»; del tercero, menciona que era un intelectual y escritor. Unos años antes, en 1990, en una entrevista que le hizo Carlos Herrera (se puede ver en Youtube), había dicho que era catedrático y que había «rebentado» hacía poco, para al final decir que se llamaba Sancho Dávila. Ahora bien, Dávila no era escritor, ni intelectual ni mucho menos catedrático ¡y había muerto en 1972! Los datos que da del personaje encajan con los de un escritor vanguardista que murió en 1988. Creo hacer un acto de justicia al rectificar el lapsus del cantante, toda vez que son constantes las referencias en la prensa y en internet a los autores de la salvajada.

{25} Marcelino Ulibarri, compañero de promoción de Franco, era jefe de la Delegación Nacional de Recuperación de Documentos y de la Delegación Nacional de Asuntos Especiales, residía en Salamanca. Recordemos que Antonio Luna, como secretario territorial del Reino de León, también había residido en Salamanca. Díez de Solís había sido secretario del procedimiento judicial abierto contra Luna y un teniente de la Legión, al que antes hemos hecho referencia.

{26} Es más que probable que se refiera a Francisco Franco. En la carta dirigida a este –a la que antes hemos hecho referencia– se despide de él como como su «incondicional amigo». Luna, además, era muy amigo del dominico y teólogo P. Ignacio Menéndez-Reigada, que era el confesor del Generalísimo y del propio Luna. Este, por otra parte, actuó como agente de Franco en el asunto del «golpe» contra Hedilla. De ahí que, como hemos dicho, estuviese a punto de ser nombrado fiscal del Tribunal supremo. Para más información, me remito a mi trabajo mencionado en la nota 16.

{27} El conde de Mayalde entregó a José Antonio, en la cárcel de alicante y pocos días antes del inicio de la guerra, dos pistolas para que él y su hermano Miguel pudieran fugarse.

{28} Herminia Ferrer Gómez era vocal de la Liga de los Derechos del Hombre (esa Liga fue una creación del gran maestre Luis Simarro) y su marido, que era juez municipal (durante la guerra, juez de instrucción y de 1ª instancia interino) era muy amigo del exministro catalán, radical socialista y masón, Marcelino Domingo.

{29} El teniente Fernández-Villa denunció, con razón y sin éxito, a Diez de Solís por parcialidad en la instrucción del procedimiento judicial al que hemos hecho referencia.

{30} Cf. LÓPEZ GARCÍA, Santiago y Severiano DELGADO CRUZ: «Víctimas y Nuevo Estado (1936-1940)», en: MARTÍN, José Luis (dir.): Historia de Salamanca V: Siglo veinte. Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 2001, pp. 241-242. Según indican estos autores, en nota a pie de página, «El caso del teniente Marciano se descubrió cuando éste intentó extorsionar al catedrático Ildefonso Grande Ramos.» En la causa 329/41, antes mencionada, no hemos hallado ninguna referencia a lo manifestado por los citados autores. No obstante, sí como afirman, las actividades delictivas de Marciano no se descubrieron hasta la denuncia de Ildefonso Grande, que es de 13 de febrero de 1941, ¿cómo pudo haber sido detenido y conducido a la cárcel en febrero de 1937? Por otra parte, en octubre de 1942, Marciano se incorporó al Colegio de Abogados de Salamanca, lo cual no hubiere sido posible si hubiese tenido antecedentes penales.

{31} Es de resaltar que, en esta ocasión, ningún miembro del TERMC era de procedencia falangista.

{32} El programa de la Revolución judicial «puede calificarse de innovador y ambicioso: pretende establecer una estructura judicial personalista, extremadamente jerarquizada, independiente del Ejecutivo y fuertemente influenciada por Falange.»; cf.: LANERO TÁBOAS, Mónica: «Proyectos falangistas y política judicial (1937-1952): dos modelos de organización judicial del Nuevo Estado», Investigaciones históricas: Época moderna y contemporánea, 1995, n° 15, p. 362.


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