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El Catoblepas · número 204 · julio-septiembre 2023 · página 5
Voz judía también hay

Educar para reafirmar lo humano

Gustavo D. Perednik

El mensaje de Allan Bloom, a treinta años de su muerte

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En las dos raíces de nuestra civilización se inspiró el filósofo Allan Bloom, de cuya muerte se cumplen treinta años. Por un lado, eligió de modelo a Sócrates, una elección significativa dado que la prédica del ateniense vino a refutar a los sofistas que habían teñido el debate de un letal relativismo, y la prédica del norteamericano confrontaba un fenómeno similar que sigue caracterizando a los posmodernos de hoy en día.

Tanto el antiguo educador como su moderno admirador y promotor en Chicago, abonaron el sendero de búsqueda de la verdad, y rescataron valores que pudieran iluminar a una humanidad perpleja. En efecto, según Bloom, el relativismo arrollador en las universidades estadounidenses venía a subvertir la axiología otrora establecida por Sócrates.

Por el otro lado, la segunda raíz, la judeidad de Bloom, lo posicionó, de acuerdo con el clásico artículo de Thorstein Veblen de 1919, junto a muchos intelectuales de destacada profundidad crítica. Bloom integró una pléyade de valedores de Occidente que incluye al sociólogo Nathan Glazer, el periodista Irving Kristol y el editor Norman Podhoretz.

Su maestro más conspicuo fue Leo Strauss (m. 1973), bajo cuya guía redactó su doctorado sobre la filosofía política en la Grecia antigua (1955). Sobre Bloom, se ha escrito que cada párrafo de su pluma fue nutrido por el pensamiento de Strauss, a quien el discípulo consideró ser el máximo pensador del siglo pasado.

Precisemos que el caso de Bloom no se limitó a la etnicidad judía, sino que fue educado en una familia tradicional que le dotó devoción por la lectura. Su biógrafo escribiría que “Bloom inhalaba libros e ideas” como el resto de los mortales respiran.

Su compromiso con los grandes libros (“mi esencia se nutre de los libros que me han formado”) introdujo en su ensayística, entre otras obras clásicas, varias tragedias de Shakespeare, el Emilio de Rousseau y Los viajes de Gulliver. Su último libro, póstumo, recorre varias novelas de Stendhal, Jane Austen, Flaubert, Tolstoi, y más, para lamentar el retroceso de los dones de Amor y amistad -tal el título.

Por sobre todos, su libro de cabecera es La República de Platón, que tradujo e interpretó resaltando la inmunidad ante la ironía, un atributo de todo filósofo, quien jamás teme al ridículo.

Incluso entendió como una expresión irónica la Calípolis (“hermosa ciudad”, el término platónico para la ciudad ideal en la primera mitad del libro), un modelo que habría tenido como objeto enseñar la distancia que separa a un pensador de la verdadera filosofía.

Su devoción por los grandes libros lo llevó a denunciar, con múltiples ejemplos, la transformación de las universidades en usinas de tedio y de rehuir el esfuerzo, y lo motivó a bregar por el estudio atento de las obras clásicas. Aun la música rock, como la de los Rolling Stones, es objeto del análisis filosófico de Bloom, quien lamenta el rezago de la música clásica, bastión de lo perdurable.

En todo ello consiste la Primera Parte de su obra cumbre, El cierre de la mente moderna (The Closing of the American Mind, 1987). Al clasicista que había en Bloom le escandalizaba que los libros seminales de Occidente fueran descartados por los estudiantes como fuente de sabiduría, lo que indicaba que habían perdido el gusto por la lectura y ya no procuraban el placer ínsito en la búsqueda del conocimiento. Probablemente Bloom conociera el arquetipo bíblico al respecto: el par de árboles del Edén, el del conocimiento y el de la vida. La ingestión del primero sin la del segundo, anuncia el fracaso de la humanidad.

Después de diagnosticar en el estudiantado un desánimo carente de preguntas, inquietudes, imaginación y ansias de aprender, sigue la poderosa Segunda Parte del libro, para advertir que el relativismo en valores desemboca en el nihilismo.

Nihilismo versus humanidad

De la degradación descripta en la obra de Bloom, son cómplices los profesores, diligentes en deconstruir, en derramar escepticismo e irracionalismo, en priorizar el sentimiento por sobre la sindéresis, y en desdeñar las cuestiones éticas que bien podrían ofrecer una liberación humanizadora. Según Bloom, los edificantes contenidos potencialmente ínsitos en la filosofía y las letras, eran ahogados en la rígida exclusividad del positivismo lógico y la deconstrucción. Se desalojaban de la academia los imperativos morales, la búsqueda de la verdad, los grandes libros del pensamiento Occidental, y la experiencia filosófica característica de lo humano. Todo ello era suplantado en la escala de valores estudiantil por el éxito comercial, preferido incluso antes que el amor o el honor.

La influencia del libro fue arrolladora, junto con los encendidos elogios y críticas que despertó. La alarma encendida ardió largo tiempo: una década después del “El cierre…”, el historiador Lawrence Levine publicó La apertura de la mente norteamericana (1997) para reivindicar el estado de las universidades y rechazar el aplauso a la obra de Bloom por parte de los pensadores conservadores, quienes supuestamente añoraban un pasado que jamás había existido.

En términos más amplios, el clamor de Bloom se defendía del vacío espiritual en los Estados Unidos de hace tres décadas, que amenazaba con generar una camada de demagogos extremistas como los líderes estudiantiles de los años sesenta, y de modo paralelo a aquel vacío espiritual de la República de Weimar que abriera las compuertas a la embestida vandálica.

Por ello, se lamentaba del “empobrecimiento del alma” (tal es la expresión en su subtítulo), que entraña un desafío singular para la educación, compelida a enfatizar los grandes logros de la especie humana, amenazada hoy en día más aun que en el pasado.

En varias universidades enseñó Bloom: París, Yale, Cornell, Toronto, Tel Aviv, y especialmente Chicago, donde conoció a quien sería su colega, amigo, prologuista y biógrafo: el Premio Nobel de Literatura Saul Bellow, quien lo impulsó a escribir el libro en base de un ensayo de Bloom de 1987 sobre el fracaso de las universidades.

La última obra de Bellow, su novela en clave Ravelstein, reveló la vida privada de Bloom, con personajes reconocibles: Felix Davarr es Leo Strauss, Radu Grielescu es Mircea Eliade, y Phil Gorman es Paul Wolfowitz -alumno de Bloom y ex presidente del Banco Mundial. Aquí preferimos soslayar dicha novela, para enfatizar la gran tesis de Bloom y no tanto las personas. Paradojalmente, quien quiera revalorar a Bloom, acaso podría saltear Ravelstein.

Se desprende de la tesis bloomiana que milenios de dedicación a procurar la verdad han tropezado ante una supuesta “apertura” que es, en rigor, una clausura de la mente. Se ha eclipsado el significado último de la libertad de pensamiento, suplantado por una especie de ideología que dictamina cómo se fragua el pensamiento. El de los demás, deberíamos agregar. No deja de sorprender la inconciencia del relativizador acerca de cómo lo propio es lo único que le parece absoluto.

El mentado Podhoretz ha señalado que el “cierre” en el título de Bloom se refiere a la “mente abierta” del pensamiento “progresista”, que se remite a ser un dogmatismo estrecho que desprecia todo intento de proveer a los juicios morales de una base racional, como son los intentos helénico y hebraico.

Bloom condenó que los estudiantes de hace medio siglo priorizaran la inmediatez y sacrificaran el pensamiento lógico en el altar del instinto. En sus palabras: “el error es efectivamente nuestro enemigo, pero es lo que alude a la verdad, y por lo tanto merece nuestro trato respetuoso. La mente que no comienza con prejuicios [para refutarlos] comienza vacía”. La condena sigue vigente.  

Con una digresión literaria, vale recordar los versos que en 1911 escribió el joven poeta James Flecker, titulados A un poeta dentro de mil años. Siguen emocionando, más de un siglo después:  

Yo, hace mil años muerto
y autor de este arcaico y dulce cantar,
a ti, mis palabras mensajeras suelto
por el camino que no he de pasar.

 No me importan tus puentes sobre el mar
ni si cabalgas seguro por el cruel firmamento
o si eriges palacios imponentes
de ladrillo o de metal.

 Pero ¿tienes aún vino y música,
y estatuas, y amor de viva mirada,
y reflexiones tontas sobre el bien y el mal,
y plegarias a los que en las alturas yacen
?

El poeta se pregunta por el destino de la especie humana, pero no su aspecto tecnológico sino en lo que sobrevivirá de nuestro espíritu. Si acaso los humanos del remoto futuro gozarán de la música y el vino, y del amor y las reflexiones.

Los tiempos se han acortado abrumadoramente. El poema no debió aguardar un milenio; con un siglito le es suficiente para avizorar el probable fin de nuestra especie. En una era de sentimientos que suplantan a la objetividad; de inteligencia artificial que pisa fuerte y de transhumanismo que acecha, el ensayo de Bloom sigue convocando a enfatizar el estudio de las humanidades, a exaltar lo que nos es privativo.  


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