El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 204 · julio-septiembre 2023 · página 18
Libros

Disputaciones sobre la escolástica hispana

Carlos M. Madrid Casado

Sobre el libro ¿Qué es la segunda escolástica?, editado por Simona Langella y Rafael Ramis Barceló (Sindéresis, Madrid 2023)

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Este volumen reúne las contribuciones de múltiples autores al seminario celebrado, con el mismo título, en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma en 2022. El propósito de la presente reseña es, más que resumir cada una de las aportaciones contenidas, comentar sucintamente algunas de las ideas que circulan por el volumen en relación a eso que se llama, no sin discusión ni disputas, «segunda escolástica».

El rótulo «segunda escolástica» fue acuñado por el jesuita italiano Carlo Giacon en 1943 y ha hecho fortuna en la segunda mitad del siglo XX, eclipsando otros rótulos como «escolásticas española», «escolástica hispana», «escolástica ibérica», «escolástica moderna», «escolástica de la contrarreforma», «escolástica tardía»…

La primera escolástica, asociada al nombre de Santo Tomás, inició un periodo de decadencia tras la crítica de Occam (para algunos, precursor de la filosofía moderna, aparte de liquidador de la escolástica medieval), del que sólo se recuperaría de la mano de comentadores dominicos y jesuitas del Aquinate –cuya Summa sustituiría a las Sentencias de Pedro Lombardo– entre los siglos XV y XVII como el cardenal Cayetano, Silvestre de Ferrara, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor Cano, Domingo Báñez, Pedro de Fonseca (el Aristóteles portugués), Luis de Molina, Gabriel Vázquez y Francisco Suárez (págs. 20-21). Además de esta segunda escolástica, habría también una tercera escolástica, ligada al neotomismo decimonónico, con figuras como el cardenal Zeferino González. Es de mencionar que la Fundación Gustavo Bueno ha promovido la publicación de importantes obras de estos filósofos españoles con faldas: la Concordia del libre arbitrio de Molina, la Apología de los hermanos dominicos de Báñez, la Historia de la filosofía del Cardenal Zeferino, así como el Tratado sobre la analogía de los nombres de Cayetano y las posteriores relecturas que de la controversia de auxiliis realizaron el jesuita Gerhard Schneemann y el jansenista Cornelis van Riel.

Giacon advirtió que el resurgimiento que llamó «segunda escolástica» también se ha denominado «escolástica española», pero indicó que este último apelativo resulta en exceso restringido (hispano-céntrico), porque la segunda escolástica no se circunscribe a la Península Ibérica. Ahora bien, no hay que ser ingenuos y la maniobra del jesuita italiano quiere, como señala Ramis Barceló (pág. 60), llevar el agua a su molino vindicando, por un lado, la italianidad de los orígenes de la segunda escolástica (al comenzar la lista de pioneros con Cayetano y Silvestre de Ferrara) y, por otro lado, cifrar su punto culminante en Suárez, un correligionario jesuita.

A nuestro entender, el rótulo «escolástica hispana» hace mayor justicia al hecho de que los principales autores de la nueva escolástica pertenecieron mayoritariamente a la Escuela de Salamanca concebida en sentido amplio (una noción ponderada por la historiadora de la economía Marjorie Grice-Hutchinson en 1952), es decir, al sistema cuyo centro fue San Esteban y la Universidad de Salamanca pero en cuyo campo gravitatorio también orbitaron autores sitos en las Universidades de Alcalá o Coímbra. Porque, por ejemplo, la Universidad de Coímbra trocó las Sentencias de Pedro Lombardo por la Suma de Teología de Santo Tomás por obra del dominico español Martín de Ledesma, colega de Vitoria en Salamanca (pág. 372), así como esta Universidad fue relanzada tras la incorporación de Portugal a la Monarquía Hispánica, siendo Felipe II el que determinó enviar allí a Suárez (pág. 371). Recíprocamente, Felipe IV llegó a tener como confesor al dominico portugués Juan de Santo Tomás, formado en las aulas conimbricenses y profesor en Alcalá.

Al hablar de escolástica hispana (que no de escolástica española), el adjetivo posee la virtualidad de poder referir tanto a España como a Portugal, Nápoles, Flandes o las Indias, pues todos estos reinos formaban parte de la Monarquía Hispánica. En este sentido, tan hispano era Juan de Santo Tomás como Martín de Ledesma, exactamente del mismo modo que lo eran José de Ribera y Lucas Jordán, aunque algunos historiadores del arte quieran subsumir a uno en la historia de la pintura italiana y a otro en la española, sin advertir los lazos (filosóficos, artísticos, culturales) entre los territorios que conformaban la Monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII.

La segunda escolástica hispana cristalizó, precisamente, al compás del descubrimiento y conquista de América, así como de la Reforma protestante. Lo hizo, por tanto, abordando los temas filosóficos que más preocuparon a la Monarquía Hispánica, al Imperio español: la polémica de los justos títulos, la controversia de auxiliis y el florecimiento de la teología moral tras el Concilio de Trento. No se trata de ver la segunda escolástica como fundamentalmente católica («por el Imperio hacia Dios»), sino, inversamente, desde las coordenadas del materialismo filosófico (véase Gustavo Bueno, España frente a Europa, Obras completas I, Pentalfa, Oviedo 2019), como fundamentalmente hispana («por Dios hacia el Imperio»).

La escolástica hispana, con su pluralidad de corrientes (tomismo, molinismo, suarismo, escotismo, nominalismo, eclecticismo…), se enfrentó tanto al pensamiento luterano o calvinista como al pensamiento católico no escolástico (humanismo, racionalismo, empirismo…): «Hay muchos católicos que haciendo caso a los luteranos rechazan a los escolásticos, abandonan la filosofía, y quieren preparar el banquete sólo con los platos de las lenguas» (Domingo de Soto, De natura et gratia, 1577, p. 2, col. 2, citado en la pág. 166).

En suma, un libro especialmente recomendable para todos aquellos interesados en la segunda escolástica hispana, una corriente fundamental en la historia de la filosofía, no sólo formalmente (el método escolástico era esencialmente dialéctico) sino también materialmente, pues –como se preguntara John Mair en su comentario de las Sentencias de 1519 (citado en la pág. 39)– «¿Acaso no ha descubierto Américo Vespucio tierras desconocidas para Ptolomeo, Plinio y otros geógrafos? ¿Por qué no habría de ser esto posible en otras materias?». Y, como contestara un siglo después el jesuita Rodrigo de Arriaga en su aclamado Cursus philosophicus de 1632 (cit. pág. 41), el ingenio humano no se paró con Platón y Aristóteles, habiendo tanto o más en el Aquinate, Cayetano, Molina, Suárez y tantos otros.


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