El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 205 · octubre-diciembre 2023 · página 5
Voz judía también hay

Una arenga incesante desde 1920

Gustavo D. Perednik

La guerra Espadas de Hierro que está librándose a cabo, en el marco de una guerra que lleva un siglo

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Niños palestinos armados

Quizás el futuro nos depare que los actuales combates de Espadas de Hierro sean entendidos como el último capítulo de la Guerra contra Israel, un capítulo que reveló más nítidamente el choque entre dos narrativas irreconciliables: la de la evidencia histórica versus la del relato manido y mendaz.

La primera: los hechos remiten a que la “causa palestina” nació como una extensión del nazismo en el Medio Oriente, y el consecuente inicio de la guerra. Hajj Amin al-Husseini (m. 1973), el primer líder árabe-palestino, solicitó en su reunión con Hitler del 28 de noviembre de 1941, que se exportara a la Palestina británica la “Solución Final del problema judío”.

Al-Husseini residió hasta el final de la guerra en Berlín, donde condujo un programa radial filonazi. Además, visitó los campos nazis de la muerte y reclutó voluntarios musulmanes para la SS.

Heirich Himmler retribuyó su lealtad en una carta fechada el 2 de noviembre de 1943: “Al gran muftí Amin al-Husseini: el movimiento nacional-socialista estableció como meta la lucha contra la judería mundial. Por ello siempre siguió con especial estima la lucha de los árabes amantes de la libertad, especialmente en Palestina, contra los invasores judíos. El reconocimiento del enemigo en común, y de nuestra lucha compartida contra él, fortalece el pacto entre la Gran Alemania Nacional-Socialista y los musulmanes que buscan libertad en el mundo entero”. (Nótese que habla de “árabes” y de “musulmanes”, ya que en esa época los “palestinos” eran los judíos de Sion).

Al-Husseini tuvo un sobrino y conspicuo admirador que devino en el tercer cabecilla del movimiento: el egipcio Rajmán al-Qudwa al-Husseini, más conocido como Yasir Arafat, quien condujo durante cuatro décadas una campaña de terror para destruir Israel (nunca para construir algo, ni siquiera un Estado árabe-palestino). Su campaña genocida fue objeto de sorprendente apoyo en los foros internacionales.

Así son los hechos ampliamente documentados, aun si el antisionismo los suplantara con una ficción que abarca varios mitos:

1) que existe un “pueblo palestino milenario”. Uno, agreguemos, que si efecto allí estuvo, se habría mantenido anónimo y oculto hasta bien entrado el siglo XX;

2) que ese pueblo advenedizo fue despojado, un dato no menos curioso teniendo en cuenta que nunca poseyó un Estado, ni nada de lo que exige “recuperar”;

3) que, para cumplir con su reclamo, el “despojado” debe recibir fortunas inacabables de todos los países, por medio de la ONU, la Unión Europea y otros socios incautos, y que en ese sentido es el privilegiado número uno de la familia de las naciones;

4) que el susodicho busca la paz, aunque dilapide los millonarios obsequios internacionales en bombas, en túneles del terror, y en adoctrinamiento judeofóbico;

5) que el milenario, despojado y pacífico, está además oprimido, aun cuando goza de más derechos que cualquier otro colectivo árabe;

6) que (por si la mentira todavía no despertara empatía) se trata de un pueblo étnicamente limpiado, aunque sea obvio que se incrementa constantemente; y

7) que, para colmo, el despojado oprimido y milenario, habría sido el pueblo que “procreó a Jesús”, quien nunca se habría enterado de su supuesta progenie. El nazareno fue un predicador judío en Judea, cuyo idioma, calendario y religión fueron por dos milenios los del pueblo de Israel.

Las dos crónicas enunciadas son patentemente contradictorias, pero ello no impide la existencia de bienintencionados dispuestos a adoptarlas simultáneamente en aras de “la paz”. Se trata de un grupo de incurable ingenuidad (o malignidad) que ha disminuido mucho a partir del 7 de octubre pasado, la fecha en la que la guerra de un siglo para destruir al judío de los países desbordó con una furia sin precedentes en su historial.

El origen de la Guerra contra Israel puede fecharse en el 4 de abril de 1920, el día en que al-Husseini vociferó una incendiaria arenga para incitar al asesinato de judíos en Jerusalén. Miles de árabes obedecieron, y en rigor siguen obedeciéndole desde entonces. Pocos meses después, este árabe nazi fue designado muftí por las fuerzas conquistadoras británicas, que habían arrebatado Palestina del imperio otomano hacia fines de la Primera Guerra Mundial, y que un par de años después confirmaron de jure su apropiación del territorio, bajo la forma de un Mandato de la Liga de las Naciones.

En efecto, los aliados victoriosos, reunidos en abril de 1920 en la ciudad italiana de San Remo, reconocieron el derecho de los judíos su Estado en Eretz Israel. Dos años más tarde, su resolución fue refrendada por unanimidad por la Liga de las Naciones. Es decir que la comunidad de naciones se avino a reconocer la legitimidad de un Estado judío en Palestina. La resolución de San Remo fue una suerte de Carta Magna para la restauración de los judíos, ya que incorporó en sus considerandos la Declaracíón Balfour de 1917 que exhorta a restaurarlos.

Añádase que para marcar el estallido de la Guerra contra Israel, hay una fecha alternativa: el 1 de marzo de 1920 (un mes antes del mentado Pogrom de Jerusalén) cuando árabes armados atacaron en Galilea la aldea hebrea Tel Jai, cuyo defensor Josef Trumpeldor cayó en la batalla.

La presente guerra

Preferimos el término “guerra” a “conflicto”, puesto que el último remite a dos partes que, por medio de cesiones mutuas, podrían llegar ulteriormente a ponerse de acuerdo. De ello se desprende que el sustantivo no es apropiado para definir la batalla que le han impuesto al Estado hebreo. Un enemigo dedicado a la destrucción total y absoluta impide toda transacción. En efecto, el sábado festivo del 7 de octubre pasado fue la mañana más trágica de la historia judía desde la Shoá. En vista del tamaño de la población israelí, el saldo en vidas equivale a diez o quince 11/9. Sin embargo, el 7/10 se diferencia del 11/9 o del 11/3 en que no se trató de un atentado focalizado sino de una invasión genocida que, en sus objetivos y en sus métodos, se asemeja a las de los nazis. La habría aprobado enteramente el fundador nazi de la causa palestina.

Más aún, durante este último capítulo de la guerra se han sincerado las proclamas del agresor. Las manifestaciones anti-israelíes (mal llamadas “pro-palestinas”) no ocultan su intención de que el país judío sea borrado íntegramente del mapa. No claman por la “liberaciónde ciertos territorios” sino por una limpieza étnica “desde el río al mar”. Resumamos los hechos.

Mientras cinco mil cohetes mataban a cientos de israelíes en apenas veinte minutos, a partir de las 6 y media de la mañana se infiltraron en el país, por más de veinte puntos de ingreso, más de tres mil terroristas, con la orden explícita de violar, humillar, torturar y asesinar en masa. Con una demora inaudita, la Fuerza Aérea israelí contraatacó unas horas después, y un poco más tarde lo hicieron las fuerzas terrestres. Durante aquellas primeras horas fueron masacrados unos 1300 israelíes, casi todos civiles, además de unos cinco mil heridos y 243 secuestrados (110 de los secuestrados ya fueron liberados, y otro siete fueron asesinados en el cautiverio).

Simbólicamente, el primer blanco de la invasión fue el Festival Noa por la paz, lindero al kibutz Reím, donde asesinaron a 260 jóvenes que bailaban. En el kibutz, los terroristas torturaron, quemaron vivas a sus víctimas y colgaron a bebés de tendederos de ropa. En Kfar-Aza decapitaron a cuarenta niños, bebés incluidos. En ningún momento hizo falta recoger testimonios, dado que los agresores grabaron sus hazañas y las difundieron sardónicamente.

Los terroristas se infiltraron en las seis aldeas colectivas que bordean Gaza, y también en la ciudad de Sederot. Al ingresar en cada kibutz, vieron escenas que en Gaza les habían sido desconocidas: plantaciones de cítricos de avanzada, casitas primorosas, familias en las que se prioriza el amor. Tampoco hay en Gaza festivales por la paz ni jóvenes danzando. Ante el escenario bucólico y festivo, comenzaron a destruirlo todo. Siete comunidades quedaron bajo el control de Hamás, así como la comisaría de Sederot.

A pesar de la magnitud de la atrocidad, la ONU se negó a condenar las vejaciones, y se organizaron en varias ciudades europeas numerosas manifestaciones ¡contra Israel! Se reiteraban así dos síndromes ampliamente conocidos por quienes estudiamos la judeofobia:

1) Sólo sobre Israel, todos opinan. No hay tema en el planeta, salvo Israel, que genere una psitácida sobreabundancia de opiniones. De la mayoría de otros asuntos, antes de tomar posición, se tiende a averiguar mínimamente de qué se trata. Sobre Israel, no. Basta con escuchar al pasar un par de clichés por la televisión, para lanzarse a la logorrea de “apartheid”, “ocupación” y “liberar Palestina”. Frases huecas, impudentes, falsas, que se repiten sin pausa ni raciocinio. Básicamente, Israel es asumido por muchos como el único Estado cuya mera existencia es una provocación de dimensiones teológicas. Por ende, el deicida carece de derecho a defenderse aún si violan públicamente a sus mujeres y decapitan a sus niños.

2) Peor que lo antedicho: no se limitan a la desvergüenza de opinar sin saber, sino que simplemente se niegan a saber. Vaya un ejemplo reciente: al lado del hospital gazatí Al-Ahli cayó un misil (17-10-23). Con habitualidad pavloviana, las redes de noticias, BBC, CNN, Reuters, y casi toda la prensa española, culparon al de siempre. Hubo por doquier declaraciones y manifestaciones contra el milenario culpable. Hasta el momento en que, recórcholis, las fotos satelitales mostraron, precisas y aguafiestas, que el origen del disparo había sido la Yihad Islámica, que su misil fallido se había estrellado cerca del hospital. Entonces: silencio. No se habla más del tema, se rechaza toda información que pueda desafiar el mito. Si en el año 1235 quedó demostrado que los judíos no beben sangre de niños; si en 1921 se probó que los Protocolos de los Sabios de Sion son falsos y la conspiración judía mundiales un nuevo mito judeofóbico; si en 2023 se demuestra que Israel no bombardea deliberadamente hospitales, pues a soslayar las mentiras y dejarlas contestes para que en cuanto la judeofobia vuelva a asomar, las calumnias puedan exhumarse y permitan gruñir “vampiros, dominadores, opresores -deicidas”. 

Pro-palestinismo o judeofobia perfumada

En las últimas décadas, la guerra de un siglo contra Israel se llevó a cabo en un orden habitual:

Primeramente, las organizaciones palestinas, fueren oficiales o no, asesinan a la población israelí en fiestas de cumpleaños y autobuses, preferiblemente por medio de bombas humanas (“mártires”). En respuesta al canibalismo filicida, Israel monta operaciones defensivas para detener el horror. Se llevaron a cabo, primeramente, en Judea y Samaria (“Cisjordania”), tal como la operación Escudo Defensivo (2002) que frenó los ataques suicidas de la Intifada. En segundo lugar, y principalmente, las escaramuzas tuvieron lugar en Gaza, y las principales fueron Plomo fundido (2008), Acantilado firme (2014) y Guardián de las murallas (2021).

Agréguese a esa secuencia un dato ilustrativo. Los ataques islamistas contra las ciudades del Sur de Israel se cometieron principalmente después de que Israel hubiera desarraigado hasta el último judío de Gaza (2005), en la vana esperanza de que los gazatíes, ya independientes y sin judíos a los que culpar, optaran una vez en sus vidas por construir un Dubai del Mediterráneo en lugar de sus usuales antros de odio y muerte (permítaseme recordar con afecto que éste fue mi primer tema de conversación con Don Gustavo Bueno).

Lo notable es que, apenas Israel empieza a defenderse de los cohetes indiscriminados, se produce la reacción automática: una buena parte del mundo derrama gritos misericordiosos y monocordes por el “cese de fuego”. No son precedidos por ninguna exigencia de cese de misiles contra los civiles israelíes que morían y eran evacuados, pero sí se vociferan en aras de los conmovedores civiles palestinos que morían y eran evacuados. Douglas Murray ha dictaminado que “Israel es el único país del mundo que tiene prohibido vencer”. Opino que se ha quedado corto: es el único país al que no se le permite defenderse.

En un tercer paso, las Naciones Unidas moverán todos los hilos para detener al siempre-culpable. Agreguemos que, en ese terreno, Antonio Guterres ha superado previos récords al abusar del artículo 99 de la Carta de la ONU, que le permite volver a ser un político mediocre. Intentó imponer en Gaza, no la inmediata liberación de los niños secuestrados, sino el sacrosanto cese de fuego (léase el cese de los esfuerzos israelíes por rescatar a los secuestrados).

En la secuencia, varias veces repetida, la Unión Europea trina ante el paisito díscolo que perturba su somnoliento suicidio cultural, y continúa financiando al terror islamista, inadvertida de que también apunta contra ella misma. En ese terreno, Pedro Sánchez ha superado previos récords. Visitó a Israel para posar con cara de ogro, de modo que el mundo perciba en su lenguaje corporal quiénes son los enemigos de España. Que todos vean las sonrisas y los abrazos reservados en exclusividad para los terroristas palestinos. Al judío, sólo frialdad, sobre todo si acaban de asesinarle a 1300 personas. (Tuve la ocasión de debatir al respecto con Atilana Guerrero, en una reciente edición de Teatro Crítico de Oviedo coordinada por Sharon Calderón).

No sólo que el gesto de Sánchez fuera de pocos amigos, sino que el presidente ha propinado una cátedra de moralidad austera a un Israel que se desangra día a día. Como complemento, ya de regreso en la Moncloa se quejó de que le habían hecho mirar el vídeo de la agresión bárbara del Hamás. El ilustre parece pertenecer al mentado grupo de los que rechazan toda información que revele a los israelíes como seres humanos que podrían incluso sufrir. Resulta claro que Sánchez no tiene escapatoria, colocado a la cabeza de una coalición que incluye varios partidos de judeofobia enfermiza. Por ello, Israel se vio obligado a retirar a su representante en Madrid.

No cabe cerrar esta síntesis de la actual guerra sin mencionar la primordial de sus causas. Se perfilaba inminente la firma del ansiado tratado de paz entre Israel y Arabia Saudí, complemento de los “Acuerdos de Abraham” que vienen aunando a Israel con los países árabes. Los ayatolás iraníes, que conforman hoy en día la principal usina de terror mundial, intuyeron que el acercamiento israelo-saudí los dejaría fuera del tablero de la historia. Es cierto que habrían preferido provocarla guerra una vez obtenidas las armas nucleares en las que invierten todas sus energías, pero ante el apremio por la paz inminente adelantaron la fecha y empujaron a sus protegidos del Hamás a la invasión genocida del 7/10.

Fueron acicateados por dos datos adicionales: 1) el apaciguamiento dispensado a Irán, especialmente desde Obama, que recrudeció el 12-9-23 cuando EEUU les descongeló 6000 millones de dólares; y 2) la crisis política en Israel, que generó una campaña de deslegitimación que anunciaba el colapso del país judío, que supuestamente había devenido en una dictadura corrupta.

Así hemos llegado a este capítulo de la Guerra contra Israel, que se esboza como uno de los más largos y de múltiples consecuencias. Podría llegar a ser también el último, en vista de los indicios de la rendición de Hamás, mientras escribo estas líneas.

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Rendición de terroristas de Hamás


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