El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 205 · octubre-diciembre 2023 · página 7
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Pedro Sánchez, quintaesencia de la democracia española

Luis Carlos Martín Jiménez

A propósito de la actualidad política


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Pedro Sánchez Castejón, presidente del gobierno del reino de España por segunda vez consecutiva es un genio de la política. Las razones que se pueden dar para afirmar esto son muchas. Más aún, puede decirse que Pedro Sánchez (y su equipo) han llevado la democracia española a su máxima expresión. Esto se demuestra fácilmente: si después de votar cuatro veces consecutivas alguien fue capaz de formar un gobierno dentro de los márgenes de las reglas del juego democráticos (los pactos con partidos que concurren legalmente a las elecciones) ese fue él. Y si después de perder las elecciones reiteradas veces, alguien puede formar gobierno en España ese ha sido Pedro Sánchez.

Se dirá, y se dice constantemente, que nos lleva hacia la ruina, que va a hundir a España, que la va a fragmentar, que está destruyendo la independencia del poder judicial, que ha comprado los medios de comunicación a base de subvenciones a periodistas “lameculos”. Y se responderá: de acuerdo, pero esa es la práctica habitual de los gobiernos salientes de la democracia coronada por el franquismo que hizo la constitución de 1978 y la España actual, donde seguimos, la España de las autonomías, aquellas que han ido adquiriendo progresivamente los poderes del Estado y con las que se negocia el gobierno de España. De hecho, si el resto de autonomías quieren entrar en la negociación del poder central, es evidente que tendrán que formar particos autonómicos y sus ciudadanos votarles, único modo de dejar de ser ciudadanos de segunda (por lo menos, esto parece que es lo que de modo habitual pretenden las delegaciones autonómicas de los partidos “nacionales”, y fue lo que vio UPN cuando se presentó con independencia del PP a las elecciones de 2023).

El genio político de Pedro Sánchez es tal, que desborda las categorías políticas sacrosantas de izquierda y derecha, haciendo de las grandes ideas que mueven al electorado meros mitos. Él es el gran unificador entre la “extrema izquierda” (incluyendo a los grandes sindicatos), el antiguo Partido comunista, Podemos y republicanos como ERC, al formar gobierno con partidos de derecha tradicionalista, como el PNV y Junts (la antigua Convergencia y Unió de Pujol). ¿Dónde están sus diferencias? ¿no se unen precisamente para formar el gobierno de España? Dirán que es para destruirla, modo en que Bildu gana sus votos, pero eso es en el terreno de la representación, pues en el ejercicio contribuyen de facto al funcionamiento de las instituciones españolas. No gusta al resto de autonomías que se lleven la mejor tajada, pero ¿no ha ocurrido lo mismo con otros gobiernos fuesen democráticos o no?

Se insistirá en que Pedro Sánchez y su partido (el PSOE) están endeudando España, incrementando los impuestos, está haciendo leyes sectarias (de género, de memoria histórica, de educación, y tantos otros desatinos). A lo que se contesta: son los pactos que permiten la formación de gobierno entre partidos políticos que democráticamente han sido elegidos. ¿quién es usted para juzgar la validez de lo que democrática y libremente elige el pueblo español? Si su grupo o sección ideológica hubiera ganado, a través de las alianzas a las que obliga el juego democrático producto de los resultados electorales, haría otras leyes, aquellas a las que los perdedores se opondrían.

Se dirá al fin, que esta tendencia lleva a la destrucción de España, cuando no al conflicto y la guerra civil, a la destrucción del equilibrio (“eutaxia”) del estado, dividido por las partes ideológicas (los partidos políticos), las partes geográficas (las autonomías), o su conjunción (los secesionistas). A lo que se puede responder haciendo pie en la historia de los dos últimos siglos, a saber, que esto no es más que la tendencia histórica que desde hace 200 años vino a dividir el imperio español, y seguirá dividiendo el 10% de lo que queda en Europa de él. El pueblo español, sabio como su presidente, prefiere hacer esta transición secular de manera racional y democrática, tranquila y progresiva. Es decir, incorporándonos a la Europa del progreso sin violencia y sin guerras, cómodamente, disfrutando del Estado de Bien estar y la libertad que nos hemos dado a nosotros mismos.

Aquellos que piensan de otro modo, por ejemplo, la gente que vota a VOX, no es la mayoría. Lo que nos lleva a reconocer que si hay algún tipo de gobierno y algún equilibrio político en el conjunto de España desde hace más de cinco años es gracias a Pedro Sánchez, y esto, a pesar de la pandemia y sus 140.000 muertos, de paralizar el país, de sufrir crisis económicas mundiales, &c. ¿Se puede perder la Eutaxia y romperse el equilibrio del Estado, y con ello el Estado mismo? Desde luego, pero eso, se dirá de modo irrefutable, es una posibilidad que le puede pasar a cualquier gobierno, pues dee hecho, depende más de factores geopolíticos externos que de los factores internos.

Si podemos decir que Pedro Sánchez es la quintaesencia de la democracia española, es porque tiene las cualidades más depuradas que podemos encontrar en su género. Lo que se demuestra cuando se transita por los límites de la estructura en que se mueve uno (por ejemplo, si a un sistema como el del M.F. se le introduce la idea de ego trascendental eclesiástico medieval sufrirá un proceso de estrés que nos pondrá ante los límites de resistencia de su ontología, aproximándola al continuismo circularista trinitario identificado con M, su gnoseología, sustituida por un simple esquema noetológico, o hipostasiando la idea de Arte al modo metafinito –lo infinito en lo finito–), de igual modo, el genio político será aquel que introduciendo factores, en principio, contrarios y contradictorios con la estructura y la sistemática institucional del Estado, sin embargo, resiste la prueba de estrés, permitiendo la recurrencia de su gobierno . El interés de transitar por los límites de la estructura del estado democrático español nos pone ante los factores que estaba disimulados, en formación, latentes, las verdades solapadas por el relato, las realidades ocultas por las apariencias, de modo que, por fin muestran su verdadero rostro, y se demuestra la potencia de los elementos que había en un principio. El equilibrio consistirá en la incorporación de estos factores al gobierno (otros dirán, normalizándolos, lavando su cara) de modo que esta realidad aparezca nítidamente, sin rubor ninguno, sin complejos, en toda su extensión, cuando el poder del estado, el fin, justificando los medios, nos permitirá la administración y el reparto estable de lo que cae bajo el difícil ejercicio de ese poder, es decir, España, por lo menos suponiendo que aún tiene mucha leche que dar la vaca.

Entre tanto, quién ha podido “resistir” estoicamente en el poder al margen de los juicios morales y las acusaciones sobre pactos con partidos asesinos, la cesión a los egoismos territoriales, a países enemigos, la elaboración de leyes inviables, los cambios permanentes de opinión y de criterio, el juego sucio legal, el uso de las cloacas del Estado, la manipulación informativa, y otros muchos factores “repugnantes” de la real-politic, ha sido Pedro Sánchez Castejón. Sus votantes aprueban fielmente su gestión y confían en él votación tras votación, seguros de que avanzan en el progreso hacia una mejora de sus condiciones de vida y la de sus congéneres.

No caben aquí juicios sobre la normalidad o anormalidad psicológica del personaje, la diferencia entre el genio y el loco sólo se puede establecer a posteriori, pues la misma estructura psiquiátrica del individuo depende del curso de los acontecimientos (y por supuesto, de las variaciones en la lista de lo que se consideren trastornos). La claridad y la decisión, la necesidad y la racionalidad de un estratega como Napoleón o como Hitler, dependen de sus logros y sus fracasos. Los juicios sobre las patologías de los políticos tienen una larga tradición, desde los auto declarados (como cuando José Bono, creyendo que estaba cerrado el micrófono, confeso: “estoy trastornado”) o los juicios históricos, usualmente atribuidos por los enemigos, desde Calígula a Nerón, de Juana “la Loca” a John Adams, Roosevelt y un sinfín de políticos “corrompidos por el poder”. En todo caso, los diagnósticos de psicopatologías o las acusaciones de autocracia (incapacidad democrática congénita) dirigidas a Pedro Sánchez carecen de fuerza, las acusaciones de locura del adversario político sólo hablan de su incapacidad por llegar al poder. Son acusaciones que solo adquieren eficacia cuando se hacen desde el mismo poder, como ocurrió con los famosos juicios de Stalin.

Las acusaciones morales o religiosas basadas en “el deber” de un político o las reglas deontológicas sobre el buen gobierno que desechaba Maquiavelo para el ejercicio del poder del Estado, están neutralizadas por el bien superior del ejercicio democrático (lo que conduce a calificar a los manifestantes contra la amnistía de intolerancia democrática, pues “ya han hablado las urnas”). La libertad democrática que divide la historia en gobiernos legítimos (democráticos) e ilegítimos (no-democráticos), está basada en el fundamento racionalidad de la persona humana (desde la revolución francesa), es decir, la persona como fin de los fines de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. No hay nada por encima de la vida y la conciencia individual (lo que consagro el Romanticismo alemán), nada que implique o que justifique su sacrificio. Esa vocecita interior que se llamó alma o espíritu, la que como una llamita emocional habita en nosotros, es incondicionada (aunque otros dirán que una mera fantasmagoría). Esa sublime interioridad que hay en nosotros, ese sentimiento de identidad como única evidencia de la existencia, fundamento de todo derecho, ¿tendrá que estar subordinado a las características de su propio cuerpo? Ya no es necesario, ¿tendrá que subordinarse al suelo que pisa? Menos aún, ¿tendrá que admitir alguna “verdad” objetiva, científica, incontestable, sobre la que no pueda ejercer su juicio soberano? No es preciso, las ciencias tratan de verdades falsables y en todo caso no pasan de su utilidad práctica. Si la suma de esos yoes nos conduce a la “mejor de las formas de gobierno”, los que traten de imponer algo que levante la mínima sospecha de “dogmatismo”, según Fichte, de “materialismo”, según Kant, requiere sin dilación posible el apoyo decidido al héroe capaz de dominarlos, y ese es a día de hoy Pedro Sánchez.

Ahora bien, antes de seguir con la sucinta exposición de los debates que está suscitando este personaje, hay que aclarar cuál es la posición del que habla. Se trata de seguir el modelo expositivo que hacía G.B., cuando incorporaba los factores de la disputa junto a los fundamentos del enemigo contra el que se piensa, como único modo en que adquieren sentido los propios (lo que últimamente ha hecho tan fácil confundir lo que quiere demoler G.B. con lo que sostiene).

Si creemos, efectivamente, que Pedro Sánchez es la quintaesencia de la democracia española, no es porque demos un valor sacrosanto a la “democracia” (como consideraba Rousseau las leyes que en El Contrato social justificaban la pena de muerte), y, por tanto, tampoco a su esencia. De hecho, la pena de muerte y ejecución del soberano, o por lo menos la lucha armada contra la realeza se justificó desde la democracia (en el caso de España, las “ejecuciones” de ETA se justificaban por la lucha contra el caudillo). De hecho, la cuestión del tiranicidio es tan antigua como la política. Aunque en el caso de la democracia griega fuese por motivos más prosaicos. Fue una cuestión de celos lo que llevó a los tiranicidas y amantes, Aristogitón y Harmodio, a matar a Hipias y dar así comienzo a la etapa democrática. En el mundo moderno la doctrina sobre el tiranicidio se ha venido defendiendo por la tradición española desde posiciones teológicas. En líneas generales se justificaba el asesinato del rey injusto en la medida en que el poder de Dios va al pueblo (no al rey como en el resto de los Estados reformados), teniendo siempre en cuenta que el pueblo es el pueblo de Dios. Si consideramos que la justicia divina a través del Espíritu Santo sólo se da en la Iglesia de la Roma eterna (y universal) entendemos que jesuitas como el Padre Mariana influyeran en tiranicidios llevados a cabo en Francia. En concreto, Enrique III fue asesinado por el joven monje dominico Jacques Clément en 1589, y Francisco Ravayllac, un maestro de escuela, asesinó en 1623 a Enrique IV.

Pero es imprescindible distinguir estos tiranicidios “católicos” (universales) de la infinidad de magnicidios que se han producido. En concreto, nos referimos a los que produjo la guillotina en la Francia revolucionaria de finales del S. XVIII y a los fusilamientos de la rusia de los soviets de principios del S. XX, y no por una cuestión de palabras, sino por los fundamentos que lo justifican, es decir, por las razones (instituciones en desarrollo) desde donde adquieren su sentido y su necesidad (histórica). La necesidad de los fundamentos es imprescindible para no confundir unos hechos con otros, como se pueden confundir un murciélago y una golondrina por su parecido sin saber nada de su génesis biológica. En el primer magnicidio, el fundamento es el pueblo francés (y por extensión constitutiva toda la humanidad) y en el segundo caso, el fundamento se pone en el pueblo ruso (y por extensión constitutiva el proletariado universal).

Ahora bien, nosotros, como ateos esenciales totales, no creemos en los fundamentos constitutivos sin los cuales –se dice– no se hubieran producido los tiranicidios o magnicidios (y todo lo que conllevan), es decir, no creemos ni en el pueblo de Dios, ni en la salvación por la iglesia como fundamento de nada, menos aún, o por lo menos igual, que no creemos en la Humanidad, ya sea la que señala el pueblo francés o la que supone el proletariado universal. Menos aún, si cabe, creemos en la democracia como fundamento del progreso de los pueblos (pues se dice, es la mejor de las formas de “corrige sus errores”). La democracia es una tecnología de voto efectiva mientras sirva a la dialéctica de los imperios de capitales, cuando deje de ser útil para el control de los mercados, dejará de aplicarse, como toda tecnología.

A nuestro modo de ver, cuando se habla de “Dios” o el “pueblo” (repartido distributivamente en la conciencia de cada uno de sus ciudadanos) estamos ante nematologías, es decir, sistemas de ideas que conceptualizamos como cuarta idea de imperio, o imperio meta-político, que se generan en torno a las sociedades políticas efectivas, reales, como son los imperios con proyección universal, bien sean antiguos (como el imperio romano), medievales (como el carolingio y la iglesia de los estados pontificios), modernos (como el imperio español), o contemporáneos (como la Francia revolucionaria o la Rusia comunista), aquellos que caen bajo la tercera idea de imperio, o imperio dia-político, es decir, las realidades efectivas (sin entrar ahora en si son generadores o depredadores) por las que se organiza la “Historia Universal”. 

Si nosotros defendemos España no es sólo porque sea nuestro territorio, la base en que se fundamenta la existencia de toda sociedad política, sino porque ha sido parte original de una de esas unidades que ha dicho y ha hecho algo en la historia universal. Y si así hubiera sido y estuviera acabada, la saludaríamos y nos despediríamos de ella, pero no es así, aún viven sus rescoldos. Y si lo que hubiera hecho o dicho no mereciese nuestra consideración por encima de otros imperios (musulmanes, asiáticos, ingleses o alemanes) no tendríamos porqué considerar a Pedro Sánchez y sus aliados como nuestros enemigos, y enemigos a muerte, no tanto porque puedan secesionarse, llevándose partes importantes, aunque “gangrenadas” de España, sino porque unidas o separadas, continuarán su trayectoria. Pues si ahora parasitan, con Pedro Sánchez a la cabeza, en un cuerpo inerte que mantienen débil y enfermo, es decir, sujeto a un cuestionamiento permanente, envuelto en nematologías teológicas y humanistas inertes contra sus enemigos, provocando una miopía y una parálisis que no nos permite ver la realidad ni ir más allá de la supervivencia, hay que saber que su éxito presente anuncia su futuro triunfo. Ya no cabe maquillar la agonía. Reducidas nuestras operaciones a leer y escribir, escribamos y leamos felices la paz de los ejércitos.

Que esto sea o no, fundamento y justificación de un magnicidio, únicamente es cuestión de prudencia política, de oportunidad, como siempre ha sido.


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