El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org

logo EC

El Catoblepas · número 206 · enero-marzo 2024 · página 16
Libros

Para comprender mejor la complejidad de la sociedad israelí y, acaso, mejor discutirla

Manuel Vidal Estévez

A propósito del libro Mi tierra prometida: el triunfo y la tragedia de Israel, de Ari Shavit (Debate, Barcelona 2018)


cubierta

Me refiero a un libro; un libro, sí. Lo había leído no hace mucho y lo he vuelto a leer recientemente, con motivo de los últimos acontecimientos con fecha del sábado 7 de octubre de 2023. Su título: Mi tierra prometida: el triunfo y la tragedia de Israel. Su autor: Ari Shavit. Editado por Debate, en 2018.

Pero antes de seguir, quiero mencionar algo. Mejor dicho, quiero recordar. Bueno, no tanto recordar, como recordárselo a quienes hayan leído mi artículo publicado en el número 204 de El Catoblepas, correspondiente al mes de junio, cuyo título no es sino: “Cuatro películas tras el recuerdo”, con el subtítulo: Oslo (2021); Incitación (2019); Rabin, el último día (2015); Un halo de esperanza (2016). Y hacerlo sólo para decirles que el autor del libro, que voy a reseñar a continuación, aparece entre los invitados que responden a las preguntas que el director de la película, Amos Gitai, hace en su documental televisivo, Un halo de esperanza. Este autor no es otro que Ari Shavit, el periodista del diario Haaretz. La segunda lectura del libro me ha desvelado la coincidencia entre el autor y el periodista al que Amos Gitai convoca, entre otros, en su documental. Antes, no me había dado cuenta. O quizá lo hubiese olvidado, dado el tiempo transcurrido entre una cosa y otras. Por si alguien no la ha leído, o no la recuerda, volvamos sobre su breve respuesta en el documental, y que reproduje tal cual en mi artículo de El Catoblepas.

“Entrevista con Ari Shavit, del periódico Haaretz, liberal de izquierdas”

En mi opinión, aún tenemos unos 10 años. No quiero decir que Israel colapsará o será destruido en 10 años, pero si Israel no cambia radicalmente su curso, de aquí a 10 años, en menos de 10 años habremos cruzado la línea donde aún sea posible una reversión. Si eso sucede, en este país que amo tanto y qué es lo que más me importa después de mi familia más cercana, dejará de existir. El tiempo se acaba. Hemos cometido tantos errores durante años…Mi compromiso es tan grande como mi ira contra ciertas corrientes dentro de Israel y también de la comunidad internacional; porque hasta ahora no hemos tomado las decisiones correctas y ahora debemos hacer el esfuerzo y tomarlas. De lo contrario, solo nosotros seremos los responsables del suicidio de Israel.

–Eso suena muy dramático. ¿Cuáles son los peligros específicos?

–Desafortunadamente es muy sencillo: si continuamos creando asentamientos, a más tardar dentro de 10 años tendremos 750.000 colonos en Cisjordania. Y si permitimos que eso suceda ya no sería posible dividir el país; eso haría obsoleta la idea de un país democrático, porque solo nos quedarían dos opciones: darles a los palestinos la ciudadanía plena y así enterrar el estado judío, o restringir sus derechos como ciudadanos, y así enterrar la democracia. El proceso iniciado por los colonos y la colonización es más que inmoral o perturbador, se ha convertido en algo aterrador: un proceso profundamente antisionista que está a punto de destruirnos silenciosamente. Estamos traumatizados. por los reiterados fracasos en el proceso de paz. Por lo tanto, nadie se atreve a ponerle fin a este terrible sistema del que hablo. Y ya no tenemos la fuerza para volver al punto donde estábamos cuando fue asesinado Isaac Rabin. Isaac Rabin, en mi opinión, no ha tenido herederos en el verdadero sentido de la palabra. Isaac Rabin no era el tipo pacífico en el que lo convirtieron después de su muerte, él tenía una visión sobria y realista que no era ni utópica ni romántica; los israelíes lo amaron y lo siguieron por ello. Sin embargo, paradójicamente, nadie pudo continuar la obra de Rabin después de su asesinato. Carecemos de líderes apropiados, de una élite política intelectual y espiritual que fuese capaz de crear una especie de neo rabinismo, un enfoque realista sionista y nacionalista que llevaría a una división del país considerando las particulares circunstancias del país en el que vivimos.”

* * *

Quiero añadir, además, que no tenía intención de escribir sobre libros. Me bastaba con sólo hacerlo sobre cine. Escribir sobre un libro, me producía la impresión de invadir un territorio que ya Carlos Madrid, entre otros, lo llevan adelante excepcionalmente bien. Pero, disculpadme, los acontecimientos citados, unido al interés que me produjo la lectura en su momento, no hace mucho, y añadido el desvelamiento de la coincidencia citada, me han impulsado a hacerlo. Sin más ánimo que el de compartir el interés que me suscitó el libro, y que ahora unido a lo sucedido en Israel, con el ataque terrorista de Hamas, cobra aún mayor relevancia. Una y otra cosa me ha parecido una buena ocasión tanto para darlo a conocer, y a partir de ello, poner en continuidad el materialismo filosófico con la actualidad más candente, el presente político en marcha.

Por supuesto que la respuesta que el autor, Ari Shavit, da en el documental me dejó confundido y descorazonado. Conocía las películas precedentes de Amos Gitai y conocí su documental Un halo de esperanza antes de leer el libro. Publicado éste entre nosotros en 2018, yo me hice con el en el 2019 o 2020, no estoy seguro, fechas en las que estaba sumergido en algunas lecturas y relecturas de Gustavo Bueno, suficientes para no sentirme apremiado por otras lecturas; de ahí que no lo leyera hasta el 2022. Pero fue al leerlo cuando descubrí un punto de vista distinto acerca del proceso histórico político de Israel y, por supuesto, una escritura que aúna historia y memoria, sin que la una y la otra se excluyan. La desolación que me había producido su breve respuesta en el documental, ni mucho menos disminuyó con la lectura del libro, si acaso aumentó; aunque la comprensión de las causas de sus pesimistas razones hizo que suscribiese ese halo de esperanza con el que Amos Gitai finaliza el documental.

Halo de esperanza que se tambalea con el suceder de esos acontecimientos, que han coadyuvado a la redacción de este texto, y transcurren con furor día a día en este rabioso presente. Bamboleo que acrecienta el incesante cacarear de la mayoría de los opinadores que dicen informar acerca de lo que pasa en Oriente Medio, de Israel en concreto. Unos y otros reducen la complejidad de la realidad israelí a mero lugar común, o mero posicionamiento político personal. Poco importa que afirmen haber informado en su juventud acerca de la guerra del Líbano o sean recientes catedráticos de Historia especializados en Oriente Medio.

Pero vayamos al libro, que es de lo que se trata. Diré desde el principio que no es un libro más que cuente la Historia del Estado de Israel, en el sentido más académico del término. No, ni mucho menos. Ciertamente que evoca algunos de sus momentos cruciales, pero no al modo consuetudinario de la disciplina. En primer porque está escrito en primera persona. Y en segundo lugar porque algunos de sus capítulos fueron previamente publicados en el diario Haaretz. Todo lo cual lo aproximan a un libro de memorias. En otras palabras: la objetividad que debe presidir un ejercicio de Historia está reemplazada, sin menoscabarla lo más mínimo, por la subjetividad propia de la memoria, pero una memoria, muy ceñida, ceñida por completo a una realidad bien informada y corroborada.

Recordemos cómo empieza el primer capítulo A primera vista, 1897: La noche del 15 de abril de 1897, un pequeño y elegante barco de vapor se dirige a Port Said, en Egipto, a Jaffa. A bordo se encuentran treinta pasajeros, veintiuno de ellos peregrinos sionistas que han venido de Londres pasando por París, Marsella y Alejandría. El líder de los peregrinos es el Muy Honorable Herbert Bentwich, mi bisabuelo (Ari Shavit, 2018, pág.19). Memoria, entonces. Pero una memoria muy impregnada de historia individual, sin menoscabo alguno de la historia colectiva. Esto es lo que hace de él un libro apasionante e imprescindible, a mi juicio muy útil si se quiere profundizar en el conocimiento de la complejidad de Israel. Cuyas conclusiones, dicho sea de paso, nada me gustaría más que se viesen desmentidas por la realidad.

Estructurado en base a diarios privados, cartas, entrevistas, así como de algunas evocaciones familiares, Ari Shavit ilumina cuanta contradicción aprisiona a un joven estado, cuyos comienzos fue impulsado por innumerables persecuciones, pogromos, y ahora, hace cuanto puede, en incesante y continua lucha, en ocasiones errática, por sobrevivir. Diecisiete capítulos lo despliegan: 1. A primera vista, 1897; 2. Hacia el valle, 1921; 3. Arboleda de naranjos,1936; 4. Masada,1942; 5. Lod,1948; 6. Urbanización,1957; 7. El proyecto,1967; 8. Asentamiento,1975; 9. Playa de Gaza,1991; 10. Paz,1993; 11. J´Accuse,1999; 12. Sexo, drogas y la condición israelí,2000; 13. De viaje por Galilea, 2003; 14. Choque con la realidad,2006; 15.Occupy Rothschild,2011; 16. Reto existencial; 17. Cerca del mar. El resultado es un ambicioso retrato tan ameno como instructivo, tan particular como historiográfico, tan preciso como lúcido. Su autor lo califica de viaje personal a través del Israel contemporáneo e histórico que relata la saga de Israel en su sentido más amplio mediante varias docenas de historias israelíes específicas que son significativa y conmovedoras (Ari Shavit, 2018, pág.419).

Un viaje personal, por supuesto, y en cierto modo circular, concluimos nosotros. No en vano en su último capítulo, el titulado Cerca del mar, su autor evoca el viaje que efectuó su bisabuelo en 1897, con el que comienza su narración en el primer capítulo, titulado A primera vista, 1897.

Circularidad que contiene otros círculos, que, acto seguido, evocamos sucintamente: el círculo externo es el círculo islámico. Israel es un Estado judío que provoca animosidad religiosa entre muchos musulmanes (…); el círculo intermedio es el círculo árabe. Israel es un Estado nacional judío fundado en el corazón del mundo árabe. El movimiento nacional árabe intentó evitar la fundación de Israel y falló. Las naciones árabes intentaron destruir a Israel y fallaron. Como tal, la sola existencia de Israel como un Estado nacional no árabe en el Medio Oriente es testimonio del fracaso del nacionalismo árabe (…).

El tercer círculo es el círculo palestino. Israel es percibido por sus vecinos como un Estado de colonos fundado sobre las ruinas de la Palestina indígena. Muchos palestinos perciben a Israel como una colonia extranjera y expoliadora que no tiene lugar en esta tierra. El deseo subyacente de un gran número de palestinos es hacer retroceder al movimiento político al que culpan por destrozar su sociedad, destruir sus aldeas, vaciar sus pueblos y por convertir a la mayoría de ellos en refugiados. Siempre y cuando Israel tenga un poder apabullante, los palestinos moderados tienen que ocultar su deseo e incluso suprimirlo. Pero los palestinos moderados están en retirada y los palestinos radicales están en alza. Conforme el fundamentalismo islámico y el extremismo árabe se hacen más dominantes en la región, el pragmatismo palestino se ve sitiado. Por ende, si Israel se debilita por un momento, el deseo palestino suprimido estallará con fuerza. Y cuando la mayoría formada por los árabes palestinos sobrepase el número de israelíes judíos, serán respaldados por un poder real. Un círculo interno de diez millones de palestinos amenaza la existencia misma de Israel.

En años recientes, los tres círculos de amenaza se han fusionado. Conforme las fuerzas islámicas se fortalecieron, los palestinos e israelíes moderados se debilitaron y disminuyó la oportunidad de llegar a una paz integral. Al mismo tiempo, las retiradas unilaterales de Israel del sur del Líbano y de la franja de Gaza despejaron el camino para las organizaciones terroristas cuyos misiles y cohetes sacuden a Israel periódicamente. La trampa es la siguiente: si Israel no se retira de Cisjordania, estará política y moralmente condenado, pero si se retira podría enfrentar en Cisjordania a un régimen inspirado por los Hermanos Musulmanes y respaldado por Irán, cuyos misiles podrían poner en peligro la seguridad de Israel. La necesidad de terminar la ocupación es más apremiante que nunca, pero los riesgos también son muy grandes. (…) La fuerza militar evitó que el círculo árabe adquiriera la capacidad para derrotar a Israel en el campo de batalla. La utilización de inteligencia sofisticada evitó que el círculo palestino desestabilizara a Israel mediante el terrorismo. Pero la presión se acumula contra el muro de Israel. Una bomba nuclear iraní, una nueva oleada de hostilidad árabe o una crisis palestina podrían derribarlo. (…) (Ari Shavit, 2018, págs: 395-397). Estas palabras, escritas en 2013, fecha de la publicación en inglés del libro, parecieran escritas ayer. Me recuerdan las palabras de su respuesta en el documental de Amos Gitai, reproducidas aquí líneas atrás.

El autor prosigue su viaje e hilvana sus reflexiones. Parte de la cima más alta de Cisjordania y conduce hacia el norte, hacia el monte Tabor. Cruza el mimo valle que cruzó su bisabuelo, cuando no vivía aquí ningún judío. El trayecto evoca un tiempo pasado y lo enfrenta al presente. Al hilo de su itinerario, no duda en afirmar que el Estado de Israel aún no ha encontrado una forma de integrar adecuadamente a la quinta parte de su población (Ari Shavit, 2018, pág. 397) Prosigue hacia Tiberíades. Llega a Degania, el lugar donde se levantó el primer kibutz del mundo, que intentó combinar la utopía, la vida comunal y el colonialismo. Un hermoso experimento humano se llevó a cabo en la orilla de este lago: inventar una versión democrática del comunismo que salvara a los judíos.

Treinta y nueve años después de su fundación, Degania fue atacado por un ejército sirio invasor: hubo asaltos, fuego de artillería y un ataque blindado. Los kibutzniks y los soldados que defendieron la comuna detuvieron a los tanques con bazucas antitanques, rifles y cocteles Molotov. Docenas de ellos murieron en la batalla y fueron enterrados cerca. Un pequeño tanque sirio capturado en batalla está a las puertas del kibutz, para conmemorar su sacrificio.

Al ver el mitológico tanque, pienso en el reto mental que enfrenta Israel en el siglo XXI. Lo que permitió a los defensores de Degania ahuyentar al ejército sirio a tal costo humano, fue su convicción. El sueño de la utopía y la floreciente realidad de la comuna les dieron la fuerza mental para soportar retos como la guerra de 1948. Pero el Israel contemporáneo no tiene utopía ni comuna y apenas una sombra de la decisión y el compromiso que alguna vez tuvo. ¿Podemos sobrevivir aquí sin eso? ¿Aún podemos luchar por nuestro Israel como pelearon los soldados de Degania por el sueño de su Kibutz? ¿puede nuestra democracia consumista resistir en tiempos de verdadera dificultad? Dentro del círculo de la amenaza islámica y el círculo de la amenaza árabe y el círculo del reto palestino y el círculo de la amenaza interna se encuentra la quinta amenaza del desafío mental. ¿Podría ser que la psique colectiva de Israel ya no es adecuada las trágicas circunstancias de Israel? (Ari Shavit, 2018, pág. 398-399).

Terribles preguntas las que nos propone el autor. Preguntas que nos sacuden con motivo de la lucha contra Hamas que ahora transcurre. Queda aún por evocar la sexta amenaza que afronta Israel: la amenaza moral. Una nación hundida en una guerra interminable puede corromperse fácilmente, podría volverse fascista o militarista o simplemente brutal. Sorprendentemente, los israelíes en general han defendido instrucciones y valores democráticos mientras estaban sumidos en un estado permanente de guerra. Durante mucho tiempo han conservado una sociedad razonablemente moral: la mayoría respetaba los derechos humanos y respaldaba la democracia liberal. Pero en años recientes hay una presión cada vez mayor contra el núcleo mismo de la democracia israelí. La ocupación tiene un costo moral. Las minorías ultraortodoxa y rusas no siempre aprecian los valores democráticos que previamente se daban por sentados. El miedo a la creciente minoría árabe produce xenofobia y racismo. La ocupación continúa, el conflicto continuo y la desintegración del código del sionismo humano están permitiendo que fuerzas oscuras amenacen la nación. Las ideas semifascistas que atraían a la derecha marginal de la década de 1930 ahora están siendo respaldadas por algunos políticos influyentes de los partidos gobernantes. Pero tal y como las elecciones de 2013 demuestran, no todo es oscuridad. Israel aún tiene un centro sensible de clase media. La guerra centenaria aún genera un reto moral. (Ari Shavit, 2018, pág. 399-400).

No podemos decir que no. Pero a lo largo de estos días, un temor nos embarga: tememos que hasta el último ápice de optimismo puede ser castigado. Tan dura y extrema nos parece la circunstancia. ¿Hay responsabilidad en Israel? Claro que la hay. Señala a Netanyahu y a su obsesión por mantenerse en el poder apoyándose en un gobierno tan penoso e incomprensible como el suyo, repleto de ultraderechistas nacionalistas y ultraortodoxos; además: obsesionado por abolir la fortaleza de la división de poderes en Israel, como si tuviese por modelo a nuestro doctorzuelo Sánchez. Es como si Isaac Rabin estuviese gritando desde su tumba las razones que impulsaron a los inolvidables acuerdos de Oslo y todo el mundo hiciese oídos sordos. No puede olvidarse que, tras su asesinato, cuando, poco años después, no recuerdo cuántos, ganó las elecciones el Likud, ya con Netanyahu al frente. Éste ni siquiera condenó el crimen de Yigal Amir, quien ahora estará danzando estúpidamente en su cárcel. De aquellos ambiciosos barros proceden estos grandes lodos de hoy.

Netanyahu contribuye a fortalecer el neofascismo que crece en nuestro tiempo, en el más inmediato presente. Un neofascismo en comparación con el cual el viejo fascismo queda reducido a mero recuerdo folklórico. En lugar de ser una respuesta a las convulsiones políticas, el neofascismo es una alianza mundial en favor de la seguridad y la reglamentación de una «paz» no menos terrible, que organiza todos los miedos, las más pequeñas angustias que hacen de todos nosotros unos pequeños diablos dispuestos a sofocar el menor gesto, y hasta la menor palabra discordante en nuestros respectivos ámbitos.

Las seis amenazas enumeradas sugieren la tragedia evocada en el segundo enunciado del título del libro. Entre el primero y el último de sus capítulos se despliegan los capítulos que evocan los grandes logros y los no pequeños descuidos del Estado israelita. Lo hacen siempre con el mismo tono histórico-memorioso e idéntica brillantez literaria. No nos detendremos en todos. Sólo en aquellos que nos parecen los más candentes y significativos: El proyecto, 1967; Asentamiento, 1975; Sexo, drogas y la condición israelí, 2000.

En El proyecto, 1967, nos describe la creación de Dimona, por qué Israel construyó el complejo de Dimona y las dificultades que tuvo que vencer. En 1956 solamente tres naciones poseían armas nucleares: Estrados Unidos, la URSS y el Reino Unido. Incluso Francia no produciría y armaría una bomba nuclear tan sólo cuatro años después. En contraste con estos países ricos, el Israel de 1956 era un frágil Estado de migrantes de 1,8 millones de personas que aún no era capaz de fabricar siquiera radios transistores. La sola idea de que esta diminuta y débil nación tuviera éxito en obtener capacidad nuclear parecía audaz, megalomaníaca, desquiciada incluso. Y sin embargo el fundador del Estado Judío era categórico: Israel debía adquirir una opción nuclear. Ben Gurion creía que el conflicto árabe-israelí era profundo e irresoluble. Le preocupaba que a la larga la supremacía militar israelí no pudiera sostenerse. Sentía la presión de haber asumido responsabilidad personal por su pequeña nación. En reuniones a puerta cerrada, analizó las amenazas estratégicas que Israel enfrentaba y llegó a la conclusión de que su máxima seguridad bien podría radicar en la póliza de seguro existencial de la disuasión nuclear. (A. Shavit, 2018, pp185-186)

Buena parte del capítulo consiste en la narración de una visita que el autor hace a la casa de Avner Cohen y el diálogo que mantiene con él. Avner Cohen es un ingeniero, director general de Dimona en aquel entonces, y el autor de un libro titulado Israel y la bomba, donde ofrece todos los detalles y dificultades de todo tipo hasta la construcción su primera bomba atómica a finales de 1966 y principios de 1967 (A.Shavit, 2018, p 188) Ningún detalle tiene desperdicio. Tampoco su peripecia personal. Pero lo que más nos interesa conocer no sólo es el logro tecnológico de Israel sino también su decisión de actuar como si no la tuviera. Esta decisión se mantiene hoy en día tal cual, y no está de más conocerla. Es sabido que Golda Meir estuvo tentada de transgredirla en 1973, en la guerra del Yom Kippur, pero actuó de forma responsable y atenta. Ari Shavit, no obstante, no deja de cuestionarse ante su anfitrión y describir sus preocupaciones: En este preciso momento, los ingenieros iraníes están haciendo exactamente lo que usted hizo en las décadas de 1950, 1960 y 1970, le digo (…) Luego, evocando los orígenes del proyecto, se pregunta: ¿Era correcto? ¿Qué pasaría cuando lo árabes tuvieran su propio demonio? ¿No abrieron el ingeniero y sus colegas las puertas de un futuro infierno? (A. Shavit, 2018, p.199). En fin. El futuro dará su respuesta.

El capítulo titulado Asentamiento 1975 evoca uno de los principales problemas en la actualidad, el problema de los asentamientos, al que muchos califican de pura y dura colonización, o, más vulgarmente, ocupación. Ari Shavit, por su parte, no vacila en afirmar que no se pueden entender los asentamientos sin entender la guerra de los seis días (…) Tampoco se pueden entender los asentamientos sin entender la guerra del Yom Kippur (A.Shavit, 2018, p. 207). Y no le falta razón. Pero ello no le impide calificarlos da calamidad difícilmente reversible. Como quiera que el problema está suficientemente planteado en el documental de Amos Gitai, literalmente transcrito en mi texto de El Catoblepas, nº 204, dejamos libremente al lector para que, si quiere, vuelva sobre él. Basta con que releer la respuesta, suficientemente clara, de Tzipi Hotovely, viceministra del gobierno de Netanyahu. Además, claro, de atender las razones del autor del libro que recomendamos.

Por último, diremos algo sobre el capítulo Sexo, drogas y la condición israelí, 2000, actualización de un artículo sobre la vida nocturna en Tel Aviv cuando el milenio tocaba a su fin. Publicado en el diario Haaretz, es un texto que más parece la descripción del único triunfo que se vive y se representa en Israel: llamémosle nihilismo, o mero vacío de la postmodernidad, como quieran. O, mejor aún, elijan el término que prefieran una vez lean el capítulo. De él recordaremos sólo unas pocas palabras: Los jóvenes ya no leen los periódicos, pero bailan como locos. No van a ir al desierto ni a construir kibutz ni serán héroes del ejército, van a perseguir alocadamente el placer y la diversión (…) Sexo ahora, sexo ahora mismo, sexo en los baños. Y esta nueva autenticidad física es lo que es real, esta necesidad de estímulos y placer y emoción. De eso se trata ahora en Israel. Olvida las estupideces sionistas. Olvida las patrañas judías. Todo el tiempo es hora de la fiesta. (Ari Shavit, 2018, p. 308). La realidad hecha historia, la realidad hecha memoria. Un libro que merece la pena.

El Catoblepas
© 2024 nodulo.org