El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 206 · enero-marzo 2024 · página 18
Libros

La Iglesia está protestantizada, ¿quién la desprotestantizará? (y 2)

José Luis Pozo Fajarnés

Reseña a un nuevo libro de Gabriel Calvo Zarraute, De Roma a Berlín. La protestantización de la Iglesia católica (Homo Legens, Madrid 2022)


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Esta reseña del libro titulado De Roma a Berlín, de Gabriel Calvo Zarraute –del que este autor tuvo el honor de escribir su epílogo– no pretende resumir lo que en él se narra, pues la gran erudición y los agudos análisis, las acertadas críticas y las no menos acertadas diatribas que leemos en él no puede ser repetido sin sobrepasar lo que pudiéramos entender por tal resumen. Por eso será muy escueto lo que aquí vamos a señalar. No vamos a poder hacer justicia a todo lo que está escrito y que no es posible tener en consideración en esta reseña. Todo ello tendrá que ser atendido en la lectura directa de la obra. La imposibilidad señalada está determinada, tal y como estamos diciendo, por la gran riqueza de argumentos que se distribuyen nada menos que a lo largo de 648 páginas.

Lo que ahora ponemos negro sobre blanco, para que los lectores de la revista El Catoblepas puedan leer y para que se animen a la lectura del libro, es señalar las virtudes del mismo, apoyándonos en algunas de las problemáticas que se desarrollan, aunque, como pueden comprender, sin pretender desarrollarlas. Para ello, incidiremos ordenadamente, siguiendo los diferentes momentos en que el autor nos presenta el texto. Pero no sin antes indicar que el interés añadido, que para nosotros tiene, se multiplica por el modo en que el autor aborda las cuestiones que le preocupan.

Reconocemos en las páginas que hemos leído un modo de expresión muy atrayente para un materialista como el que ahora escribe, y que justifica su afirmación porque se da cuenta de que el autor de De Roma a Berlín no habla de generalidades sino que va a lo concreto, a lo que hay ante los ojos y se escucha a través del pabellón auditivo, para denunciar lo que sucede en el cuerpo de la Iglesia (aunque no solo). De una Iglesia no solo contaminada, sino colonizada por los representantes del ideario “modernista”. La modernidad, tal y como la entendemos ahora, tuvo su origen definitorio en el término acuñado por el papa Pío X en su encíclica Pascendi dominici gregis. El modernismo era el modo de expresar el ideario de los que pretendían hacer transformaciones de gran calado en el interior de la Iglesia en el periodo del cambio de siglo XIX al XX. Ese modernismo –el de Alfredo Loisy, y posteriormente el de Chenu, De Lubac, Congar o Rahner, por mencionar algunos de sus defensores– es hoy día lo que marca la pauta de la “nueva visión del mundo” que promueve la jerarquía que depende del último papa elegido, Francisco. Visión del mundo que el libro que reseñamos denuncia como tóxica. Tan tóxica que podría acabar con la Institución de la Iglesia católica.

Comenzaremos nuestro recorrido del libro por el primero de sus puntos: la introducción, que incide en la denuncia que nuestro autor hace de la sustitución de la razón por la sinrazón de los sentimientos. La filosofía alemana había incorporado los sentimientos como una facultad humana más, añadida a las dos previas, la intelectiva y la apetitiva. Esta nueva facultad –observemos el absurdo que supone solo atendiendo a su definición– se expresa como la capacidad que tiene el sujeto de “mostrarse como objeto ante sí mismo”. Aunque fue Nikolaus Tetens el que la propuso, sería Kant el que más alas dio a esta “facultad del sentimiento”. Con ella, o contra ella, estamos bregando desde entonces los filósofos materialistas. El catolicismo está sufriendo las consecuencias del entronamiento de esos nuevos sentimientos –inventados que no reales, pues quieren expresar algo más trascendental que las emociones referidas a los apetitos– sobre todo en las últimas décadas.

Gabriel Calvo Zarraute comienza su libro señalando que la Iglesia siempre tuvo la razón como esencial, sin embargo, tras el Concilio Vaticano II, la Institución romana “se ahoga en el sentimentalismo” (p. 25).

Primer capítulo: Ley natural e Iglesia, sociedad y política. Citas de Platón, Aristóteles, Santo Tomás, llegando a San Juan Pablo II, introducen este largo capítulo. En el podemos leer las primeras denuncias que hace sobre la acción gobernadora del Papa Francisco en la Iglesia. Un gobierno desarrollado en complicidad con la mayor parte del episcopado mundial. A Calvo Zarraute no le duelen prendas a la hora de hacer esta denuncia, que deja de lado la vía de la inveterada corrección fraterna, para expresar del modo más abrupto y clarificador la vía de la denuncia pública, que es la denuncia que lleva a cabo en este libro.

Los cambios en la Iglesia –los cambios “a peor”– los enmarca en tres fases: la primera es la de la época moderna, la segunda es la Ilustración, y la tercera, la que está regida por el ideario de la posmodernidad que hoy todo lo penetra. Un ideario en el que el actual Pontífice navega como uno de los mejores capitanes de barco de todos los tiempos. La asunción de ideas posmodernas, por parte del papa Francisco, es diáfana cuando comprobamos su posicionamiento respecto de la Agenda 2030. Un asunto que se desarrolla ampliamente en el siguiente capítulo.

Segundo capítulo: Agenda 2030: nuevo orden mundial, marxismo cultural e ideología de género. Calvo Zarraute se despacha en este capítulo poniendo en su sitio no solo el Pontífice (que califica de marxista) sino también a una caterva de personajes, responsables directos e indirectos de la maledicencia de la mencionada Agenda y su ideología globalista: desde Soros hasta Pedro Sánchez, pasando por Pablo Iglesias y otros muchos.

Al actual papa Francisco no le preocupa en absoluto el supremacismo de los que promovieron la Reforma protestante. Un supremacismo y un racismo arraigado en Lutero y en los posteriores idealistas de la filosofía moderna y contemporánea alemana (Kant, Fichte, Hegel; pero con precedentes en los ilustrados franceses, ingleses y escoceses). El mismo racismo y supremacismo originario de algunas tribus germanas que han ido dejando sus huellas a lo largo de la historia del ser humano. A Francisco le preocupa lo que el anterior papa, de origen alemán también, Benedicto XVI proponía para intentar parar, o al menos ralentizar, la marea modernista. Tanto le preocupa a Francisco esta cuestión, que su afán pontifical es la de llevar a cabo una política vaticana, diametralmente opuesta a la del anterior pontífice, poniendo en práctica, para ello, la doctrina modernista desarrollada por los teólogos señalados previamente, aunque no solo de los directamente nombrados, pues, a estas alturas los teólogos del modernismo ya son legión (y disculpen las connotaciones que este calificativo pueda tener).

El colofón de este largo capítulo viene a denunciar el borrado de las huellas del cristianismo en el orden mundial. Joseph Ratzinger se preocupó, infructuosamente, de que esas huellas quedaran impresas en Europa, en la expresión de una constitución que no fue. Los que no aceptaron sus demandas eran externos a la Institución católica. Lo más preocupante es que ahora son los que están de puertas para adentro los que van a conseguir borrar esa huella.

Tercer capítulo: El Vaticano II como súper dogma absoluto. Comienza el capítulo mencionando nuevamente la figura de Joseph Ratzinger. Como no, pues fue una de las personalidades fundamentales de las últimas décadas. Este pontífice tenía una más que sana preocupación, la del papel de la Iglesia en el futuro. Desde el Concilio Vaticano II las fuerzas opuestas a los intereses representados por Ratzinger en ese concilio –y más marcadamente después de su clausura, sobre todo en los años que fue el  papa Benedicto XVI– han triunfado. Calvo Zarraute nos detalla cómo fue desarrollándose esa toma de poder: se pasó de un “optimismo ingenuo” (en palabras del propio Ratzinger), que era el optimismo de las propuestas de los textos aprobados, a la consecución de esas propuestas. En la actualidad, lo que supuso la constitución pastoral, que no dogmática, Gaudium et spes, no ha podido ser una suerte de guía de acción para el creyente católico, incluso para el no creyente. ¿Por qué ha sucedido esto, que era lo contrario que se proponían los inductores? Pues debido a lo siguiente: lo que, a día de hoy, protagoniza el ideario que abochorna a la ciudadanía de las naciones occidentales sobre manera es, ni más ni menos, que el fomento de relaciones humanas que impulsan, entre otras cosas, aunque no solamente, a “la sodomía y el cambio de sexo de unas y otros, el aborto, la eutanasia y los vientres de alquiler” (p. 340). El modo de confrontar estas cuestiones de la jerarquía eclesiástica es nulo, tan nulo como la reacción del modo de ver católico frente al de los musulmanes y de otras religiones del mundo (la cuestión de la “libertad religiosa”) en los últimos tiempos.

Cuarto capítulo: El delirio sinodal. Democratizar la iglesia, hacerla más humana, esto es lo que la Reforma protestante ha querido promover, entre otras cosas, para llevar a cabo su destrucción. El “camino sinodal” denunciado por Calvo Zarraute nos recuerda a los sucesos de finales del siglo XVIII en Pistoya (un Sínodo de obispos vendidos al protestantismo, que pretendían introducir “nuevas” ideas, las reformadas e ilustradas, en el seno dela curia). El Papa Pío VI los denunció en su famosa bula Auctoren fidei, de 1794.Tras este papa se enfrentó a esos “novatores” el que luego fue el futuro  papa Gregorio XVI (azote de los liberales progresistas españoles de mediados del siglo XIX). Engfrentamiento que llevó a cabo en su libro Il trionfo della Santa Sede e della Chiesa contro gli assalti de' novatori, respinti e combattuti colle stesse loro armi.

El camino sinodal es el que quiere asumir lo que es inasumible, no solo por un cristiano católico, sino por cualquier hombre que  tenga un mínimo de sindéresis. El sínodo de los obispos alemanes asume la ideología LGTBi, una suerte de suicidio de la cultura occidental. No la cultura de la Kulturkampf, sino la cultura que, a lo largo de dos milenios, fue expresando el cristianismo (en sentido pleno hasta el siglo XVI, pero el cristianismo católico en la época moderna). Lejos de confrontar esto, la Roma protestantizada también está cometiendo el mismo “delito” contra la humanidad, la “humanidad” que se preocupó por definir la doctrina cristiana. El autor de esta reseña no puede dejar de señalar además el suicidio nacional que implica la asunción de esta ideología. El modo de entender el hombre de los promotores de la ideología LGTBi socavan la posibilidad de que la nación política pueda tener un futuro, y no solo nos referimos a la nuestra, como es lógico, sino a todas las penetradas por tal ideología. Las instituciones que conforman la nación –la familia es la fundamental– están tocadas de muerte con este modo de ver a la persona. Con la “muerte” de las familias está asegurada también la “muerte” de la nación. Pese al diferente punto de partida, este diagnóstico es común al creyente y al ateo.

La Roma actual –denuncia Calvo Zarraute– se rodea de clientes amorales, de amigos de los más poderosos en la jerarquía, pero que son de la misma calaña que ellos. Un clientelismo que inunda los puestos de poder por haber sido despreciado el mérito, tan relevante en los nombramientos previos a estos que se han venido efectuando, sobre todo desde que el papa Bergoglio ascendió al pontificado. La preocupación de toda esta caterva de seguidistas es la señalada y denunciada ideología veinte-treintañera, la de la famosa Agenda. Ideología que es adecuada también a otros modos de expresar cómo debe ser el mundo, que no es otra que la del borroso ecologismo. Calvo Zarraute cita al actual Papa: “que no falte el valor de la conversión ecológica”, pero también al presidente actual de la conferencia episcopal, el cardenal Omeya: “el precio de la luz toca a todos. Yo me lavo los calcetines en el lavabo por las noches”.

Capítulo quinto: Elementos básicos para la sanación de la iglesia después de “Traditionis custodes”. El distinto papel que ha jugado los dos últimos papás de la iglesia, el del recién fallecido –a finales de 2022, como papa emérito– Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) y el actual, está perfectamente reflejado en el motu proprio Traditionis custodes, escrito por este último. Los esfuerzos del primero por solucionar los desaciertos de las doctrinas expresadas por los textos del último Concilio, consolidadas por mor del activismo modernista, sufrieron un sonado borrado con el señalado escrito del actual papa Francisco. El rito tridentino de la misa, que había sido dejado de lado en el Vaticano II, se podía volver a practicar por los sacerdotes que así lo quisieran hacer (gracias a las decisiones de Benedicto XVI expresadas en su motu proprio Summorum pontificum). Esta decisión fue tomada por aquel sabio Pontífice, pero Francisco anuló tal posibilidad. Calvo Zarraute no solo saca a la luz lo inapropiado de tal involución, sino la falta de legalidad a la hora de expresar lo legislado por Francisco respecto de las prohibiciones expresadas en su motu propio. Las razones se pueden resumir en el contraste entre lo “progresista” frente a lo “tradicional”. Las palabras ideologizadas pretenden desarmar las razones de los discrepantes.

La novedad, la modernidad, está perfectamente instalada tras los muros vaticanos, y en la mayor parte de las sedes episcopales mundiales. Benedicto XVI había puesto unos límites muy concretos a los poderes papales respecto de la liturgia. Los puso sin que tuviera que contrariar nada doctrinal, tradicional ni legal, respecto de lo que ha sido y tendría que ser la Iglesia católica. Los catecismos así lo expresaban, tal y como el papa lo apuntaba. Por eso vamos a retomar aquí las palabras que podemos leer en el libro de Carlos Zarraute escritas por Benedicto XVI: “Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar la riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la iglesia y de darles el justo puesto” (pp. 536-7).

Sexto capítulo: La fe sustituida por la ideología deviene en demagogia. No todo lo que hace, dice y es el Papa está de acuerdo con la “Palabra de Dios”. Si se piensa que sí lo está, es lo que se denomina ultramontanismo. Contrariamente a este modo de entender lo que supone el mandato del Romano pontífice, este solo es infalible en lo que tradicionalmente lo era. No lo es en el sentido ultramontano, y defender tal modo de ver es lo que Calvo Zarraute denomina, definiendo lo que sucede con el actual mandato papal, como “metástasis”, que no es otra cosa que una suerte de absolutismo expresado tras las malas influencias del protestantismo, del nominalismo y de lo que suponen los Estados modernos y su soberanía.

“El papa es infalible porque es muy bueno”. Esta parece ser la conclusión derivada ya de la personalidad del primero de los papas modernistas, Juan XXIII, que fue el papa promotor del Concilio Vaticano II. Calvo Zarraute señala la equivalencia de este “buenismo” del Pontífice con el optimismo antropológico del ilustrado Rousseau. Un optimismo derivado de un modo de entender al ser humano que chocaba frontalmente con la doctrina cristiana de su tiempo. Y es que protestantismo, racionalismo e Ilustración van en muchos aspectos de la mano. Para corroborar esta afirmación no tienen más que acudir al texto del que estamos animando a su lectura.

Nuestra conclusión. En unos cuantos párrafos es imposible resumir la ingente cantidad de argumentos que Gabriel Calvo Zarraute presenta en esta magna obra, de la que ahora solo hemos podido comentar lo ya publicado: solo el primer volumen. Esperamos la continuación con ansiedad, pues el modo de confrontar la trayectoria que la Institución católica está siguiendo en los últimos tiempos tiene en las páginas que hemos leído la respuesta más contundente imaginable.

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