El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 209 · octubre-diciembre 2024 · página 12
Artículos

De Bruselas a Oaxaca: Discordias

Jesús Pérez Caballero

Exhortaciones y otras discordias fundamentadas, por un diablo viejo que rondó entre Europa y América, y al que se enjuicia.


catedral

Preámbulo

Como se sabe, el Censo del Infierno genera informes, trampas y acertijos, con la pátina dispersa de los oráculos. Esto obliga a los diablos que allá laboran a mantener equilibrios, entre difíciles e imposibles. Sin embargo, ello no desalienta a estas bestias burocratizadas, basificadas y eviternas. Sus ascensos y descensos se miden en los cráneos, corazones, manos y pies que aportan de los imbéciles incautos que les abrieron la puerta, les tomaron el teléfono o insistieron en obtener una respuesta al correo, sin atisbar que, al otro lado, estaba el diablo; o, peor aún, si lo atisbaron, buscaron el diálogo o la negociación.

Las huestes enemigas de la humanidad siempre han hecho de este Censo un lugar donde pulir sus argumentos que, con optimismo bruto, arrojan a los hombres. Son argumentos cubiertos de abrojos de silogismos jurídicos, avalados por enseñanzas contradictorias y cenagosas. Porque, como también se sabe, los diablos son leguleyos, y conocen el último argumento de excepción y hasta el más recóndito matiz ubicado al fondo a la derecha. Ya Gonzalo de Berceo, en la Vida de San Millán, da un ejemplo de junta letrada y cuasi jurídica, donde los diablos que quieren emboscar al santo se cuestionan las normas que este sigue, así como las que condujeron al fracaso reiterado de sus planes{1}.

De esta alfombra legaloide parten Carnemomia y Calvatrueno. Diablos escapados de una parte del Quijote, el primero vagó durante siglos entre los hombres. En lo que ocupa a este texto, estuvo en el Viejo Mundo (Bruselas, ciudad de Bélgica y capital de Ueropa, que es la Europa que se ha llamado a sí misma Unión Europea) y en el Nuevo (por Oaxaca de Juárez, México; el antiguo virreinato de Antequera de Oaxaca). Mientras, Calvatrueno prefirió quedarse en su lugar de origen y hacer carrera en la fiscalía del Censo, que acepta a todos los postulantes, pero solamente promociona a los pocos que, como él, gustan de interrogar.

Este Calvatrueno es un diablo que se fija, para sus mañas de fiscal, en los políticos de los siglos XX y, sobre todo, XXI, sin desdeñar las artimañas de otros que los precedieron. Pero se deleita –le titilan las pezuñas hendidas y las grandes orejas de murciélago se le enderezan– con los fiscales, instructores y demás investigadores que saben abrazar el pensamiento hegemónico –abrazos de osito al gran abrazo de oso– y borrar las huellas de este pensamiento, para que lo afirmado parezca de lo más natural.

El fiscal Calvatrueno aprendió no solamente de ese trasfondo, sino de las formas. Así, utilizaba técnicas como chiscar con un gritillo a tiempo, como ventrílocuo y rehén de una facción («grupo identitario») victimizada e idealizada, y, por ello, capaz de coser bocas y reunir todos los ojos en un monipodio ciclópeo al que cegar mejor el juicio. Este coro de Gritóstenes (versiones de tumbona de Demóstenes) era útil, por capaz de machacar más y distribuir mejor la papilla discursiva entre los asustados expectantes. Cuando era pertinente, el fiscal también se valía de una remisión mohína a la fuerza, al miedo o a la juventud, casi siempre cartas ganadoras. Y sabía que, sosteniendo este tinglado mental, estaba la telaraña de acero, biliosa y de gota malaya, hecha del «yo siento» como única regla ética, moral y política de la humanidad confusa, como si tal hormiga pudiera, salvo metáfora arriesgadísima, sostener el edificio, los tanques y la cadena de montañas. ¿La regla moral de ese caos emotivo?: «Yo siento al pueblo (a la enésima sección fragmentaria del pueblo) y ellos me susurran con sus antenas de pececillos de plata antes de dormir y al despertar». Pero Don Pueblo es boca y orejas, sin ningún rostro; o, si lo tiene, circula impávido, como una numular moneda de aire.

De todas estas coagulaciones típicas del siglo XXI ha aprendido Calvatrueno, fiscal diabólico que, por supuesto, no cree en nada, salvo en lo que pueda utilizar en sus averiguaciones previas y procesos incoados para contar cuántas almas más han caído al Infierno. Últimamente, Calvatrueno se jacta de haber sido el responsable de enviar a muchas de las huestes infernales –incluidas las dos últimas misiones de Carnemomia– a crear zozobra y nuevas «identidades», encaramadas y dirigentes, como changuitos aleccionados, al carro de los locos de otras identidades más, rocambolescas, picudas y pseudo sagradas, que, como en el cuento de la princesa y el guisante, impiden el descanso del juicio y mantienen ansiosos a cada individuo que tolera ese asedio y se cuadra al arabesco diario. Calvatrueno, digo, no cree en nada, pero aplica toda técnica, recoveco y maña, como el jurista metódico que es. Así, este diablo promueve el faccionalismo entre los acusados, para que busquen, en sí mismos o en grupos inexistentes, la causa del mal, lo que tiende a borrar la labor de este interrogador feroz; confronta a los condenados con una imagen idealizada de sí y afirma que algo hay en ellos a rescatar, pero desprecia lo que son.

Todo esto lo hace idóneo para instruir los juicios de residencia que, en inspiración de los realizados a los funcionarios que tenían encomendadas tareas en las Indias, incoan los fiscales del Censo a los diablos que anduvieron muchos años entre los hombres. Se busca comprobar si la ratio entre demonios, pactos y almas condenadas se mantiene, así como conocer qué funciona a la hora de tentar y qué no. En el caso de las misiones realizadas por Carnemomia en Europa y América, Calvatrueno tiene un interés especial, porque se pretende averiguar algunas de las raíces de tanta confusión en la Unión Europea y en el México del primer cuarto de siglo XXI.

I. Tentado en Bruselas

«aunque la mona se vista de seda, si no muda de especie, mona se queda»{2}

—Calvatrueno: Lugar y tiempo de su penúltimo destino.

Carnemomia ha intentado prepararse para la instrucción del fiscal, pero, como un castillo de naipes, se acerca a un destino bastante natural. Es un diablo tan viejo, que casi podría traer sus huellas para acreditar la existencia de la arqueología. Todo él está retorcido en negro, como si tuviera una fábrica de pasas en el pecho y negro betún por todo su cuerpo. El viejo diablo ha perdido pelo, sobre todo, en el rostro, y lo caprino se le ha ido reduciendo a un bigotillo de insurgente mexicano. Si se lo mira con detenimiento, se asemeja a un tiburón al que le colgasen redes de pesca alrededor del hocico. Además, en algún momento, un ojo se le quiso ir a ver mundo por sí solo, y se le saltó. En su cuenca cabría una nuez{3}.

De esta guisa, cuando el viejo Carnemomia se aparece de súbito, es tan espeluznante que el pobre condenado desearía retraerse garganta abajo y esconderse al fondo de su propio cuerpo. Sin embargo, si se aguanta el pavor, ese efecto, poco a poco, se diluye, pues lo tan grotesco siempre es como vergonzoso; como si, para ser, pidiera permiso a quien lo observa. A su edad, Carnemomia se mueve a vaivenes, con pezuñas apuntaladas de huesos y pedruscos y porosidades y cantos filosos; podría cabalgar una tortuga e iría algo más rápido. Si de su cola quedasen briznas, cabrían entre sus propios dientes, si es que conserva alguno no roído o retorcido hacia su paladar, y esto último le impide cerrar del todo la boca. Además, el diablo viejón se ha ido encogiendo, pero, en algún momento, la forma de espiral negra a la que se abocaba su cuerpo se terminó rebelando, como con la indignación de un albacea perezoso, y pasó a arrellanarse como una caracola endurecida. Carnemomia es, en fin, como esos perros carcomidos, pero fieles a su costumbre de aparcarse a la entrada de mesones de carretera (la vida misma), que resisten palos, pedradas y patadones… Pero a los que, por haber visto algo de mundo y tener tendencia a creerse un humano, les entristece una mala mirada o una actitud de desprecio.

—Carnemomia: Mi destino fue dirigirme a un segundo o tercer achichincle que, en una década o así, aproximadamente –me disculpo, la visión de todos esos datos no me brujulea ya, y usted sabe, ilustre fiscal Calvatrueno, qué sucede a medida que avanzamos en el tiempo: se achica nuestra imagen y se engrandece el océano de la providencia y el destino parpadea demasiado y es como buscar un cebo o un pez en el fondo del mar–, tuviera una posición política para influir, aunque fuera un cachito, en la discusión sobre si los Estados Unidos de Europa desaparecerán, dejando euros enterrados o si continuarán absorbiendo, con succión neokantiana, a los otros Estados, y a estos se les pondrá la cara alargada y tostona de la provincia, montados en el folklore, que no es dragón, sino piñata. Y a las provincias o piñatas (la piñata de la cultura española, francesa, alemana, letona) se les pondrá la cara del jugador de póquer que arrasa a faroles al Estado histórico que las creó.

—CT: Ya casi olvidé la pregunta, abuelo y viejón, parece usted canal de desagüe que todo lo chupa. Abreviemos. ¡Abrevie, echacuervos con color corvo, y hagamos como que la eternidad no es monótona, aunque al final lo acabe siendo!

—CM: Disculpe. Tiene razón. El lugar adonde fui: Bruselas. La fecha, primer cuarto del siglo XXI. Lo que quiero puntualizar es que la persona a quien tenté fue un español que trabajaba en no sé qué rama de la burocracia europea. Mi intención era tentarle para que me ayudara a que un país como España, desde dentro, desmoronase Ueropa.

—CT: Entendido. ¿Le convenció de ese plan tan hiperbólico?

—CM: Yo creo que dejé una semilla plantada que, a la larga, brotará bien.

—CT: Vaya con el jardinero. Explique cómo, a ver si puedo podar este bosque de lenguas, bocas y palabras que usted me va lanzando a las pezuñas.

—CM: Todo lo que proyecté, hice y concluí lo pone en estos papeles.

—CT: ¿No se lo sabe de memoria? ¿No conoce el procedimiento oral de estos juicios de residencia? En fin… Diga, pues.

—CM: Si usted me lo permite, jovenazo, le he de decir que escribo mejor que hablo, y va a escuchar y el resto de ustedes [se refiere a los cientos de miles de diablos que están en los estrados de piedra, colgando de las cuevas o siguiendo por las pantallas el juicio a uno de los demonios más viejos y viajeros] van a comprender los enormes retos y las soluciones sutiles que inventé [saca un cuaderno grueso, enchamucado y de anillas oxidadas, con cientos de agujeros en sus páginas por donde le caben hasta sus uñas y, en alguno, incluso el hocico].

—CT: Su cerebro está más echo trizas que esa cochambre de negro sobre negro. ¿No me irá a decir que es capaz de leer por entre esa sima que sostiene, hecha de huecos que abrevan en su terquedad de viejo tuerto?

—CM: [Sin hacerle ningún caso] Esta es toda mi plática con el español a quien tenté. Yo la leo y ahí me la juzga luego, cuando usted guste, que yo me atengo al proceso. Pero le ruego que me deje leerla.

—CT: Léala, pero no completa o nos pudrimos y aún no acabamos. Pero sepa que leerla no le exime de nada y, es más, se le toma como agravante, pues tener que leerla es un baldón, y si usted sigue por esta vía, me veré obligado a condenarle. ¿Quiere ir revirtiendo su asunto? Entonces, no pleitee más conmigo y limítese a leer lo esencial, para que en el Censo del Infierno nos hagamos una idea de sus misiones y yo pueda aclarar esta instrucción que usted insiste en enmarañar.

—CM: Deje, entonces, que revise, otra vez, mis notas [Carnemomia sopesa el machote y va pasando páginas. Es un manuscrito como con vida, porque al pasar las páginas surgen otras más; algunas como equivocándose, brotan hacia arriba, como un géiser de papel. Hay otras que se caen, y otras se deshacen. No parece que Carnemomia lea ninguna, sino que husmea y mueve el machote como a un reloj despertador al que se le paró la cuerda. Tras varios minutos de poner el manuscrito del derecho y del revés, comienza a leer unos fragmentos de allá por la mitad, pero más cerca del final]:

—«Ueropeo español: [Timorato, pues sigue sin entender en qué momento ni por qué dejó entrar al viejo diablo en su despacho] ¿Qué quiere de mí? ¿No es evidente que el sur de Europa es tan Europa como el norte?

—Carnemomia: Sea sincero, señor, que entre tantas capas de burocracia ueropea, y catéter y jarabe onusianos, a su cerebro debe de quedarle alguna pata no quebrada. Amigo mío, ¿de verdad usted tiene que tragarse todo lo que le ponen en el plato brillante y falso, como de robot artista, de las cesiones?

—UE: ¿A qué cesiones se refiere?

—CM: Son tantas… Pero, por ejemplo, ahora estoy pensando en las cesiones para que no se enfaden quienes quieren ponerlos a ustedes a rezar cinco veces al día, arrodillados hacia el pedrusco de La Meca.

—UE: ¡Con la mezquita hemos topado!

—CM: ¡Esa mera! Le digo que ustedes son muy tibios respecto a todos los asuntos… Pero en este que le digo desayunan, comen y cenan tibio. La guerra, ahora, es irrestricta, o difusa, o gris sobre gris, o como quiera llamarla, para no reconocer que es abierta y declarada. Entonces, gentes como ustedes hacen el ridículo cuando recuperan delitos como el de blasfemia, para que sus caricaturistas no «ofendan» a las turbas de indignados barbones que, vestidos de blanco pared, queman y queman rostros y banderas, si es que no entran en algún lugar de música lounge para disparar la última bala o hacerse explotar metódica y fordianamente.

—UE: No es un tema para juegos de palabras, ¿eh? Me lo tomo muy en serio, y el marco europeo de seguridad y cooperación resalta como prioridad afrontar esos desafíos, que también lo son de nuestros amigos de los gobiernos musulmanes moderados. Tenga en cuenta que, aunque en el Infierno esos asuntos se puedan ver distinto, en democracias como la española, los balances entre libertad de expresión y derecho a la igualdad, por un lado, y libertades de conciencia y de religión, por el otro, son aspectos a ponderar con la geopolítica y …

—CM: Usted se lía y va por rumbos que sólo le llevarán al punto de partida, y ya cállese, que parece perico con playera de loro. En el Infierno nos carcajeamos de esos matices verrugosos y de operatividad nula. De hecho, en los diablos, esa manera de pensar de ustedes ueropeos nos genera el mismo efecto grotesco que cuando vemos esos programas donde, en bucle, chocan carros, caen señoras o explotan objetos, y todos vuelan entre sonrisas enlatadas…

—UE: Eso que dice es absurdo.

—CM: Es la recurrencia absurda de cuando ustedes colapsan con polémicas tipo la del «burkini».

—UE: Le acepto que temas como el que menciona, todavía, no los hemos resuelto. Pero a nuestra comunidad europea nos importa mucho que la integración no sea impositiva, sino abierta. En Francia, por ejemplo, existen precedentes legislativos, para así adecuar la arquitectura de la tolerancia europea a valores respetuosos con los derechos humanos.

—CM: Escuche bien. A ustedes les basta que alguien se les presente con una interlocución suave, con la elegancia del felino que se desliza hacia la presa, para que lo acepten –«todo puede decirse, si no levanta usted la voz y me derechea humanamente»–. Aparece una familia, sonriente y en burkini, y caen rendidos a la moda. Vaya a otro con esos discursos. Yo y otros diablos llevamos tiempo caminando por barrios belgas, holandeses o británicos, y ahí sólo hay pequeños y grandes -istanes, donde gobiernan normas religiosas y costumbres obsesivas de clan, primos y media luna con sonrisa roja.

—UE: Yo no niego esa problemática, que es histórica. Pero aun reconociendo eso, una política pública no puede tener esos apasionamientos abrasivos con los que usted, no sé si por viejo o por diablo, me habla, y creo (subrayo que no creo, sino que estoy seguro) que una perspectiva técnica nos daría más luz ante ese debate. Se trata de lo que escribía Diego Gambetta, «iluminar un debate lóbrego a la vez que ayuda[r] a controlar el “ruido” que distorsiona y confunde gran parte de la transmisión y el análisis de la evidencia»{4}.

—CM: Como si me citara a Giorgio Manganelli. Usted ofrece luz al minero para que vaya al fondo de la mina y quede atrapado. El derrumbe del que le hablo es muy lento, pero ustedes no lo pueden parar alumbrando los puntos oscuros de la mina. Se lo digo francamente: Su proyecto ueropeo no tienen ninguna capacidad dialéctica ni moral si se les pone delante una familia sonriente en burkini, de padre con burkini, madre con burkini, hija con iPod y triple burkini, hijo con máscara burkini y balón de fútbol en mano, gato con burkini y, como buena familia burguesa, un coche con burkini.

—UE: Las imágenes que me plantea son imposibles… ¿Usted ha visto eso en Francia? ¿O dónde? ¿Qué quiere decir? ¡Ya déjeme! Yo no tengo por qué escuchar esas absurdeces. Yo no he visto una familia así en mi vida, ni aquí en Bruselas, ni en Madrid, ni en Toledo, ni en… [Descuelga aún más nervioso el teléfono de la oficina y habla al otro lado de la línea]. ¿Cuquita? Sí, oye, mira, dile a Franz que si ya terminó de almorzar venga y muestre a la visita de la mañana la salida del edificio. [Dirigiéndose a Carnemomia] ¿Vino en su coche o ha utilizado Uber?

—CM: Vine una noche y desde que me aparecí acá, ni Internet, ni la línea telefónica existen. Déjese de fingimientos, ¿no le basta tenerme delante para creerse que las cuestiones que le planteo son esenciales?

—UE: Sólo que yo…

—CM: Piense bien que las huestes demoníacas tenemos contadas las razones para aparecernos ante los hombres. O el condenado nos llama porque quiere algo de nosotros, o debemos tentar a alguien excepcional, a quienes probar su santidad. Lo menso en usted no es ni beatitud, ni santidad, así que…

—UE: [Asustado, pero no tanto como para no comprender que el diablo tiene razón] Deje que piense y a ver si terminamos de una vez con estos debates y debatitos. [Para sí mismo] Me da la impresión de que llevo años con este sujeto al lado. Pero si lo veo como que tengo que resolver el acertijo que me plantea, como la esfinge, entonces todo tendría más sentido y hasta podría conservar mi trabajo, ¿verdad? Así que, vamos, rapidito, y seguro nadie se entera de esta visita. [Dirigiéndose a Carnemomia] Bueno, sí, es cierto, lo que usted llama graciosamente «Ueropa» tiene que hacer muchos equilibrios. Pero yo me imagino que allá donde usted vive, en el Infierno, son todo grutas y la política es mucho más sencilla.

—CM: ¿A dónde quiere ir a parar?

—UE: Me refiero a que nosotros no podemos (ni debemos) estar a malas con países como Marruecos, que nos hacen de guardianes y carceleros de la migración africana, y son básicos en la prevención antiterrorista. Lo mismo con Turquía, que se ha armado y piensa todavía como en Lepanto y como imperio otomano y anda haciendo sus guerritas hasta en África, lanzando dones y drones, ja, ja. Nosotros, como usted ha dicho antes [baja la voz], somos ratoncitos baudelerianos, con el pelo tintado de verde (o le tintamos el pelo verde a la momia de Kant) y nos solazamos en el ocio del yo y del autoconocimiento. Eso es todo cierto. Somos buenos burgueses o, al menos, quienes no lo son, están en trance de serlo. ¿Qué más le puedo decir? [Se lo piensa durante un minuto] No me quiero poner (ni debo ponerme) cínico, pero, entre nosotros [baja aún más la voz] la mitad de mis compatriotas españoles viven para grupos inexistentes o llevan años haciéndose la misma foto marchita; y la otra mitad cuenta burbujas, a las que apenas atisban, en cavernas platónicas y afrancesadas. [Más bajito, como un susurro] Entonces, entre nosotros, usted que es diablo ha de entenderme cuando me siento un privilegiado con este trabajo, en mi ático de lujo y renta asumible, y mis ahorrillos, y mi prestigio internacional… ¿Quién no haría lo mismo?

—CM: [A gritos] A su manera, son ridículos cuando babean por el dinero catarí y emiratí y demás mamadas de baños de Argel.

—UE: Insisto en que no quiero, en temas tan delicados, ponerme cínico, pero por dinero baila el perro.

—CM: Sí, el perro baila y hasta se vuelve bípedo y acusador, como el creado por Bulgákov. Pero una cosa es bailar y traicionar, y otra bien distinta jurar que el perro era gato, que nunca hubo canes en el mundo y que comerse las sobras es lo de siempre.

—UE: La responsabilidad de un conjunto de países respecto a vecinos hostiles no puede guiarse por la voluntad de uno solo, por muy importante que sea la historia de España, en la que usted insiste y que yo no niego (ni negaré) nunca. Le digo: ni niego, ni reniego, y, por así decirlo, y si me deja meter la puntita del lirismo, me riego y me anego en ella, y me permea, como no puede ser de otra manera.

—CM: [A este imbécil sólo le falta cantar el Himno de Riego. Soy viejo, y había olvidado que la cursilería no se rompe jamás, sino que aumenta y aumenta de tamaño, como los globos hinchados] Déjese de jueguecitos, porque sus bifurcaciones ramplonas me afilan mi lengua bífida, y eso no le conviene. Aquí hay cuestiones que exijo me responda, y piénseselas bien. Se juega el alma, porque usted me llamó y su alma está implícita en el pacto.

—UE: Hablando se entiende la gente. Diga…

—CM: Usted, como español, debe decirme, sin ambages, si la política exterior de España debe ser la misma que la de Ueropa, no sólo respecto a países islámicos –sean piratas, sean amansados por el vil metal–, sino hacia países como EEUU, Israel, Rusia o China. Es, de nuevo, la pregunta de si quieren tener una política propia o la del consenso de la abuelita de 27 cabezas y 2700 «grupos identitarios» con derecho de veto y voto, y que sesionan, y se insurgentean, y se secesionan.

—UE: Bueno, señor diablo, no creerá usted que cada uno de los estados miembros pensamos igual… Si cree que Hungría es lo mismo que Francia, o que Grecia es como Polonia o Alemania, o que la región transilvana es como la vasca o el Algarve, ¿pues no será, en realidad, que usted está pintando con brocha gorda el camino al Infierno, para que yo no me pierda, y nos tapa la complejidad de todo lo demás?

—CM: No.

—UE: Entonces, ¿a qué se refiere?

—CM: Lo que digo es que hay muchos niveles de interés para ser parte de la familia de los 27 cabezudos.

—UE: No comprendo a qué se refiere.

—CM: Le digo, y escuche bien, que hay un par de gigantes, Alemania y Francia, que tienen que estar en la Unión Europea, porque son el núcleo fundamental. Aquella tiene la fuerza empresarial, su diplomacia hacia lo oriental, sus modos de contentar a Rusia. Además, se necesita que estos alemanes hablen el lenguaje ueropeo, no vaya a sacar los demonios del nazismo u otros que barrunte a futuro su mente, puesto que Alemania es el país donde las ideas límite se hacen realidad. Así que Alemania es Ueropa y en ella se entretiene, dispone, gobierna y se calma. A Francia, pues mientras se le acaricie el lomito, tampoco ladra, o son ladridos soñadores, uno sueña con sus periplos por África, otro se cree puntal diplomático en la guerra de Ucrania o en Oriente Medio. Todo pompa y apariencia, como siempre, y mucho guau, guau. Si, además, se dice que ese lomito transmite «cultura francesa», entonces ese otro corazón ueropeo se queda tranquilo y hasta puede irse a apuntar a otro curso de chef. Además, tampoco es cuestión de que les rebrote el antisemitismo francés, o algo peor y también gabacho. Así que esos dos países, por supuesto que deben estar en la Unión Europea, y, de hecho, ¡larga vida a la UE, y a ver si funde a alemanes y a franceses por la nuca! ¡Adelante con ellos y su acquis communautaire, al igual que vivan esos países que me suenan al nombre de un grupo de payasos, el Benelux! De esa cosa apelotonada y que parece la chaqueta que uno siempre se deja al salir con prisa, llamada Bélgica, poco más que añadir, está todo dicho y repasado sobre ella, basta ver Bruselas, salvo que no termino de distinguir si es una provincia o una polilla, o si –como en la adivinanza de ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?– fue antes Leopoldo II o Bélgica, o si alguna vez ese pseudo país dejará de irradiar corrosión, cursilería y el esnobismo de quien quiere mantener el porte cuando hace años que le ha estallado el gofre en la boca. De Holanda, ¿cómo no van a estar de acuerdo con extender el comercio que hicieron ellos núcleo de su génesis de nación? Así convalidan históricamente la piratería y el expolio, y además les encanta maniobrar hacia afuera, no vayan a empantanarse con los problemones que tienen internamente con fundamentalistas de toda laya, de los sospechosos habituales islámicos, a fanáticos luteranos, animalistas, ecolocos y demás granitos del ogro de libre albedrío del consumo de ideologías… Sobre los ovnis marchitos caídos de no sé qué reino o ducado o cocada (Luxemburgo), mejor no digo nada, porque es ridículo gastar palabras y ponerlos en pie de igualdad.

—UE: Continúe con esos brochazos, pues me imagino que tiene para todos nosotros. ¡Como a usted, un diablo, no le toca tomar decisiones de gobierno! [Casi temblando, agarra extrañamente el teléfono de su despacho y grita al otro lado de la línea inexistente] ¡Este diablo tiene la boca presta y las manos siempre cerradas en puños!

—CM: [Sonriente] Tranquilícese. No sé por qué se lo toma personal, si usted, al fin y al cabo, sigue siendo español. Eso sí, en estas hostias como panes, los escandinavos se van a llevar una en todo el cachetón, puesto que soy diablo, y viejazo, pero aún soy capaz de dar unas cuantas más. Pero que no se preocupen de la hostia, que como esos del norte boreal tienen rostros cincelados y poliédricos, a lo mejor no saben que la cachetada les ha hecho un desmadre que humea, volcánico, y se les está hundiendo un cachete, mientras que con el resto de la faz pueden seguir haciendo su vida, running, viajes, paz, jugando al humor negro y cruel, dando dinero para que perritos y gatitos vestidos aprendan a bailar y conducir, o pensando a qué imbécil del siglo V, por ser de una minoría victimizada, hay que promoverlo con cuatro monedas y una profesora, de las perdidas en las catacumbas de alguna institución académica, que quiere su minuto warholiano de gloria. Da lo mismo: los escandinavos, que sigan haciendo ejercicio y esculpiendo sus cuerpos, a medida que su alma se corroe como esos árboles de Navidad que terminan en la cuneta, más chamuscados que la ceniza, y nadie sabe por qué, pues nunca nadie los vio arder. Lo mismo los bálticos, los polacos, los demás de la montaña rusa del este europeo: que hagan su vida y sean felices y coman borsch. Qué le importará a un español como usted cómo les vaya, y viceversa. Qué rocambolesco preocuparse por sus guerras, sus economías boyantes o tenues, o si dan la bienvenida al berlanguiano Señor Marshall. Qué bien que hacen mancuerna otanesca, y no los puede disparar el oso ruso. Qué bien que nos traen sus novelas y obras de teatro, y leemos sus pesares. Pero eso es otro tema.

—UE: Usted pontifica, pero si una cosa tiene la UE es una sutileza loable para tratar con los Estados más alejados del foco mediático… ¡Ya me gustaría saber qué piensa usted de países, regiones y pueblos de los que, seguro, no escuchó jamás hablar, y que solamente por las instituciones bruselenses están en el debate público! Somos la Ueropa de las minorías.

—CM: ¡Dios mío –con perdón! Yo sabía que Jürgen Habermas había sembrado, como agricultor y ventrílocuo, una plantación de muñecos en el continente europeo… Lo que no sabía es que ya andaban y platicaban solitos, como usted, emancipados de ese tótem de tautologías. ¿De verdad piensa que la UE otorga cartas de nacimiento a los países que la componen? Si lo único que da son muchas hipotecas y alguna que otra acta de defunción…

—UE: Bueno, ya dejemos la broma. Ahora, en serio. Digamos que, a efectos argumentales, acepto algo de lo que usted plantea. ¿Qué tendríamos que hacer los españoles como yo? Ahora que ponemos las cartas hacia arriba, ahí quiero verle, Don Diablo. Una cosa es platicar como usted hace, a la diabla, dándome palos hasta cuando le estoy dando la razón, y otra muy distinta (incluso: diferente) es organizar las cosas europeas por el bien común de la paz, la seguridad y los derechos. Ya ha visto qué sucede cuando uno va por libre. Sí, de acuerdo, Reino Unido se separó de la UE, pero fue porque mantuvieron su moneda, la libra, y los británicos siempre han hecho lo que han querido. Sus vínculos naturales son la Commonwealth, con los EEUU, Australia, &c. Pero en otros casos, la cosa ya cambia. ¿No se acuerda de la crisis de la deuda en Grecia? Los amigos griegos casi se van al garete, y si no hubiese sido por las instituciones europeas…

—CM: Así les fue, como el muerto que bajo la lengua tiene un euro, en vez del óbolo.

—UE: Yo estoy muy de acuerdo con sus bromas y retruécanos, pero, insisto en preguntar, ¿qué puedo hacer? Yo soy un español más, como otros, que se adapta a la situación que le ha tocado vivir en este siglo y que resulta que trabaja para la UE, y no con un sueldo malo. Bruselas me aburre, y hasta me disgusta, pero mucho peor es mi pueblecito manchego. Desde Bélgica, al menos, puedo viajar mucho, y veo mundo.

—CM: No lloriquee. Lo principal es reconocer que Ueropa es el problema y no la solución. Cualquier línea divisoria debe trazar eso, ¿verdad?

—UE: Pero, ¿no se percata de que estamos fundidos a nuestros socios europeos, que la economía y finanzas, las leyes, todo, nos une irreversiblemente?

—CM: Como la manzana en la espalda del escarabajo kafkiano, ni más ni menos. Usted responda, ¿Ueropa o Iberoamérica?

—UE: ¿Cómo? ¿Se refiere a si respeto a quienes poseen tantas cosas en común conmigo? Es evidente ese legado, y que me siento más cómodo entre mexicanos, venezolanos, ecuatorianos, &c.

—CM: Entonces, ya hemos avanzado, y usted va dejando de ser la versión trajeada y con celular del primo humanista que aparece en el Quijote.

—UE: ¿Primo? ¿No se referirá al uso popular del término «cuñado»? Por lo del cuñadísimo de Franco, Serrano Súñer, ahora aplicado a quien opina de toda, jactancioso y «de derechas».

—CM: [El diablo viejón expande su rostro y parece un lagarto que quiere usar su hocico tubular de brazo. El efecto atemoriza al español] No sea imbécil. Yo me remito al Quijote y usted, ¿me cita pastiches mensos deglutidos por redes sociales californianas?

—UE: Bien, bien, no se altere. Es que, entonces, no entiendo su alusión. Lo siento.

—CM: Me refiero al primo de la segunda parte de esa novela, el humanista, pedante, crédulo, ahistórico, que representa, en general, a quienes acumulan saber como en estanterías y se tragan cualquier ideología que, a su vez, los termina clasificando como especímenes romos e ingenuos.

—UE: ¿Quizá yo mismo sería ese primo, antes de que usted se me apareciera para tentarme? [Intenta ser irónico, pero es como si la ironía que quiere aplicar se le fuera volando con su ropa, dejándolo desnudo y suspenso].

—CM: Piénselo bien, pues insultarle ya no me sirve… ¿No se da cuenta de que la UE es buena para Alemania, para atrapar sus fantasmas y su expansionismo continental (como una camisa de fuerza «civilizatoria», para que me entienda, hecha de mercado y reglas que regulen cada instante)? Que Alemania inunde el mercado de Europa del Este, que glorifique Mitteleuropa –si es cierto, qué sé yo, que Gregor von Rezzori y Herta Müller escriben muy bien, eso nadie lo duda– y haga de bisagra con respecto a Rusia (¿acaso no fue Vladímir Vladímirovich Putin con quien más se reunió en su mandato la ex presidenta alemana Ángela Dorotea Meyer?). Lo mismo aplica a Francia y sus líos africanos, o Polonia y los países bálticos con sus espectros de Rusia como potencia, o a las minorías balcánicas que pululan como pitufos. U Holanda y Bélgica y sus secesionismos de burgués marchante obsesionado con no dejar tiliches atrás, bien listos y cucos para ayudar a instalar un nuevo país, como quien da préstamos para la casita con jardincito no por debajo del nivel del mar, sino bajo el mar. O los asuntos rumanos, búlgaros o checos, que importan tanto a España como una pedante catalogación de las piedras selenitas. En fin, el culmen es el abrazo a las consecuencias de la guerra Rusia-Ucrania, que hacen que una señorona española que ni sabe dónde está Leópolis o a quien la Odesa de Isaak Emanuílovich Bábel le suene a la Torre de Babel, se ponga a abrazar refugiados que la miran con ojos mitad ucranianos, mitad rusos, y los sienta más cerca y, consiguientemente, les insufle dinero de sus impuestos –para armas, para tarjetas sanitarias, para ayudas de todo tipo–, como si provinieran de un maná infinito; y, en cambio, ponga cara de asco si se le acerca un boliviano o una salvadoreña (salvo que sean putrimillonarios iberoamericanos directitos a comprar el Barrio de Salamanca){5}.

—UE: Algo hay de lo que usted cuenta.

—CM: Lo que le digo es que Ueropa está bien para muchos países. Para otros, como España, es como quitarles el cerebro, y ponerlo en un cajoncito, junto al resto del cuerpo capturado a principios del siglo XIX. Ustedes, españoles, no tienen ningún futuro como parte de Ueropa, salvo intentar ser un poquito más alemanes, holandeses o la nacionalidad que elijan y a los que sí les encaja ser ueropeos.

—UE: ¿Así de crudo?

—CM: Más crudo que la carnemomia. Les queda ser guías turísticos que hacen chistes hispanos y zozobran en sus indicaciones en francés y se hunden cuando deben hablar alemán; les queda ser cantantes defensores de todos los derechos, que poco se diferencian de los changuitos propagandistas y saltarines a los que la MTV de changuitos gringos aplaude; otros serán «representantes de la cultura que abren, curan y limpian museos», y checan bien que Goya y El Bosco no estén ladeados para la fotografía política; les queda obsesionarse con Federico García Lorca –del tipo de como los mexicanos se obsesionan con Frida Kahlo– y llorar por él –bien está, puesto que hasta los demonios leemos al granadino, no sólo para torturar a los condenados, sino por el gozo de leerlo en voz alta–, pero siempre, si quieren recibir dinero ueropeo para sus «creaciones literarias», deberán de reunir su emoción personal con el ariete colectivo hispanófobo («desde la tumba, el poeta andaluz llora sangre porque todavía gobiernan los franquistas» y demás delirios); les queda, a los españoles como usted, convertirse en bellos abanicos y aventar a los viejos o nuevos ricos de Mitteleuropa y Escandinavia, que como aves translúcidas dejan ver el fuego del pasado y futuro terrible del continente europeo y sus guerras cíclicas, que ustedes, como abanicos bípedos, están avivando.

—UE: Por favor, no sea tan ofensivo con nuestros socios europeos, ni con nuestros turistas que se dejan el dinero y nos ayudan a emplearnos. ¿No se percata de que, a veces, la parodia odia?

—CM: No me haga reír con sus chistes malos, que soy muy viejo y se me puede caer la cara sobre usted y aplastarle. Seguramente, ahora mismo está habiendo diálogos parecidos o se están escribiendo cosas similares a esta, por parte de un diablo alemán, un diablillo franchute o un demoníaco húngaro. Que si los españoles se gastan todos los fondos europeos, que si la deuda se la comen con bulimia, que si todos son corruptos y vividores, que si se conforman con los deshechos y con ser chanchitos de jabugo, guitarra y soleá, que si playa contra productividad y fútbol contra ciencia, que si los curas y los sacerdotes acampan en los esqueletos y cerebelos de cada español… Seguro esas cosas y peores satirizan, y arrasan con la historia, y allá ellos, porque España es España y ellos… Algo son, pero bien poco. Y si no me cree, escuche un poco a esas instituciones políticas extranjeras, a sus himnos nacionales o la manera como platican cotidianamente sobre España. Para ellos, en esencia, España es como uno de esos soles dibujados por los niños, esquinados y con la franqueza de la risa boba; con tendencia a dormirse, aunque se les presuponga los primeros en salir en el día.

—UE: Ya dejé de comprenderle y no sé a qué se refiere con sus chanzas. ¿Qué es todo esto? ¿Un juego? Esto es una broma, ¿verdad? [Mirando a los lados y como despertando] ¿Se quitará ya su disfraz? ¿Quién lo manda a molestarme a mi despacho? Ya esta broma va demasiado lejos y es de pésimo gusto y macabra; esto no es ni serio, ni mucho menos profesional, ni tampoco es un debate entre profesionales.

—CM: Aquí la única payasada siniestra es pensar que la historia comienza con la Revolución francesa de 1789 o con los juicios de Núremberg; la payasada, de payaso desempleado, de quien platica de soberanía y menciona al tío Hobbes como el único padre sin padre, y que luego recuerda a Weber y volvemos a lo mismo; la payasada de reflexionar sobre la razón y llenársele la boca de Descartes, como quien responde rápido a la pregunta del trivial, &c. Usted está encantado y hechizado y es una araña que se pasea por una pantalla incomprensible, cuya única ley es empequeñecerse aún más. Pero aquí estoy yo para que dé un salto a otro lado, lejos de este encantamiento que pretende un lenguaje técnico y sólo es neblina del juicio que, como los bosques de los cuentos, oculta más brumas e imposibles.

—UE: Usted, cuando habla, llega a marearme.

—CM: He aquí algunas mentiras: «todos los países, si quieren de verdad llamarse así, nacieron en el siglo XIX, tras la Revolución francesa: Antes, solamente había teocracias; estas teocracias nos acechan todavía, y se disfrazan de capitalismo, de explotación, de autoritarismo, de vedas a la libertad del ser». Otra: «los países ex colonias, aunque sean teocracias actualmente o repúblicas bananeras militarizadas, deben tener nuestra comprensión, porque partían de un rezago infinito –quinientos años que se ampliarán siempre, quiliasmo a quiliasmo– y las fuerzas oscuras que buscan devolverlos a colonias están agazapadas y son poderosísimas». Otra: «lo hispano, o no existe, o es una perspectiva como otra, como vestir de negro, ser del Atlas Club de Fútbol o pintarse las uñas de fucsia. No existe Iberoamérica (pero sí existe Latinoamérica y los latinos/as cantores/as, danzarines/as, de corazón y fusca caliente, y con una pantalla y un contador de visitas y dinero cosido en el apéndice). Y, entonces, España es una construcción; sólo existen sus partes, que, por supuesto, no son españolas y nunca lo han sido. En cambio, el país equis estaba ahí antes de todo lo demás, porque vivía en el futuro; &c.».

—UE: Usted es un pulpo boxeador y me deja diciendo sí a todo, como quien se lía al aceptar todas las cookies, ja, ja, ja.

—CM: Pues espere y ponga la otra mejilla, que el pugilato no acaba aquí, y mi siguiente golpe es el de que sabe más el diablo por viejo, que por diablo. Ahora, estas historietas que le narro y otras parecidas, las replican los muy primos humanistas, y como tecnología y medios permiten el torrente de imágenes, pululan los actores profesionales o a tiempo parcial, abarraganados con su niñez y flojísimos como globos, en series ad hoc hechas como pan en la mañana; en canciones que reverencian las vivencias del tonto o alucinado del pueblo («barrio»). Todos enmarcan sus consejos, que son órdenes de acero suave, ordenadas a cada minuto, sobre cómo hacer que no decaiga la falsa historia.

—UE: Sí, sí; tanta propaganda sí es un problema.

—CM: Si a esos planes políticos, se añaden «decisiones personales», como el desconocimiento, hasta el abismo, de la propia credulidad; y, en fin, la estupidez democratizada y avalada por el rostro cincelado de un presidente o presidenta que tiene, como único mérito, buscar parecerse a la mayoría que le vota… Entonces, ¿no le convendrá a usted saltar hacia otro lado?

—UE: Espere un momento. Eso que usted dice… ¿No será una crítica a la democracia? ¿O un ataque a la sociedad de masas? ¿Entonces, qué nos queda, si estamos en el siglo XXI? ¿La dictadura de gente como usted, un demonio renegrido como el Cristo Negro de Esquipulas? Porque no puede negar que estamos en paz y no se vive mal en esta mi Europa.

—CM: Una Europa de guerras interestatales cíclicas y valores chuchurríos… Nadie quiere empobrecerse, pero la pobreza y la riqueza no pueden entrar en una ecuación chantajista. Pero sepa usted que nada de lo que ha asegurado estabilidad para Ueropa, veda lo que le digo para España.

—UE: Entonces, usted está diciendo que hay que salir de la Unión Europea, ¿verdad?

—CM: Sí.

—UE: Pero, eso, ¿cómo se hace?

—CM: Yo soy diablo, no político. Tal vez baste corroerla por dentro. Fomente partidos que propugnen la soberanía y que reviertan paulatinamente lo perdido. Eso no tiene que significar algo inmediato, pero sí cambiar la línea temporal a la que nos referimos y el horizonte al que queremos tender. Resalte que Ueropa es un accidente, aplicable para muchísimos países (sobre todo, para Alemania, el Benelux, Francia, los del Este) y con su pan se la coman, y que les vaya bien. Pero no para España. Ayude a las campañas al respecto. No hace falta hacer giros de efecto individualistas, como ese ateo del cuento de Giovanni Papini que quería ser Papa para afirmar, desde esa condición, que Dios no existe. No. Pregunte en otros países. Acérquese a México, porque tan lorquianos son ellos como usted, igual que usted es tan Pedro Páramo como el último cristero que quedó en el Bajío, o el último migrante que reza a santo Toribio Romo González. ¿Cuáles son los flancos más débiles o «áreas de oportunidad»? ¿Es el ninguneo a Puerto Rico por EEUU? ¿Es un gobierno afín a la hispanidad en alguna república iberoamericana o, incluso, en EEUU? ¡Yo qué sé! Piense y no deje en manos de otros esas cosas.

—UE: No sé si sea irse mucho hacia el pasado, la verdad. El pasado ya fue, y agua pasada no mueve molino.

—CM: Y quien avisa no es traidor, y sobre aviso no hay engaño, ya que estamos con los refranes. Veo que cuando se pone nervioso, ensarta uno; justo lo contrario que Sancho Panza. Claro, señor burócrata español bruselense que es irse, y muchísimo, hacia el pasado; lanzarse un clavado, como clavadista de la quebrada de Acapulco que, de un salto, se planta en el Galeón de Manila. Pero usted piense bien esta retahíla: ¿Acaso no es el pasado lo que hizo que en un continente se platique en español? ¿Y no es el pasado, contra el virreinato, contra los conservadores, lo que forja presidencias, en México, en Cuba, en la pequeña Venecia (Venezuela) o Nicaragua? ¿Y no es Núremberg, todavía, axial, para el fundamento moral de la Alemania actual, y para sus achichincles ideológicos de la justicia transicional en Iberoamérica, que nuremberguean y se fenomenologizan, sin darse cuenta? ¿Y no hacen memes de gatitos con lemas reaccionarios, que suenan a un raro José de Maistre, los palurdos derechistas gringos que critican ingeniosamente a la democracia gringa? ¿Y no apelan los demócratas estadounidenses a Tomás Jefferson, o los países ex coloniales a héroes/ídolos/mitos siglos y hasta milenios anteriores al gobierno colonial? ¿Y qué decir de las religiones monoteístas? En fin, si uno no entiende que el pasado trasciende en ese y otros sentidos, es mejor seguir siendo una ranita cantora que no se entera ni del sol, ni de la luna.

—UE: A mí todo eso… Todo eso me suena un poco carcomido. A lírica carcomida me suena, vaya.

—CM: Lo que usted quiera. Como si le suena a dream pop o a Antonio de Cabezón. Lo importante son los fundamentos, y los que le digo son ciertos. Aplíquelos, para salirse del tipo de política ficción que se hace hoy en Ueropa.

—UE: Bueno… Pero a mí eso me suena también a los peligros de ser prorruso y terminar orbitando en torno a los intereses del régimen de turno en ese país.

—CM: Que le suene a eso está bien, porque unas veces le sonará a pro Rusia, y otros a antirruso, otras a ser pro gringo, o pro imperio hegemónico, o a pro China o, ¿por qué no?, a ser pro o anti India, o a la potencia que emerja en un mundo que continúa su marcha. Es lo que tiene maniobrar soberanamente en la Realpolitik internacional, y no la coreografía artificiosa e impostada, de ese guirigay de 27 o 2700 (añada ceros atrás o adelante) culturas, que son las carnemomias que insuflan su aire a la Unión Europea.

—UE: Usted lo ve así, pero son tan difíciles los consensos que hemos logrado… Si supiera lo arduo de cómo negociamos, desde el presidente de turno, hasta funcionarios como yo.

—CM: Son consensos, esos de la Unión Europea de mediados del siglo XX, que se hicieron en una huida hacia adelante, para amordazar los delirios destructivos de Alemania o de la potencia imperial europea que quiera fagocitar al resto, mientras Gran Bretaña se ríe con el gato de Cheshire tatuado en la espalda. Pero ese aspecto preventivo que, repito, ha funcionado y se debe mantener, se ha vuelta prospectivo, y cercena a países como España. Las elites resultantes son ridículas, como lo es usted, por muy rico y guapo que sea: El resultado son españoles medio germanos que lo único que saben es defender el libre mercado para los otros, y el poder tener una pareja (o, actualmente, una mascota) a la que no le entiendan la lengua, mientras desconocen la literatura mexicana, pero se vanaglorian de leer al último éxito parisino; franceses afrancesados y belgas que se creen que existen; polacos a la italiana que son más papistas que el Papa; o rumanos que no se encuentran la mano derecha y la buscan en Austria. ¡Vaya esqueletos, que ya no saben bailar con sus almas! Hay unos, como los alemanes o los holandeses, que sí saben bien su historia y la agitan con areítos y volteretas, para que los otros –como España– bailen al son de intereses ajenos.

—UE: [Se queda en silencio, como soñando despierto. Luego, como que se despereza] Para ser un diablo, y a pesar de su amargura, me suena usted prudente.

—CM: Pero, ¿aún no se ha dado cuenta de que los diablos somos los malos más buenos? Le cuento un secreto: Servimos, y mucho, para forjar situaciones que sean dialécticas, y extremamos los argumentos para que se vea bien la cosa.

—UE: Créame que, si usted me deja un rato en paz, voy a pensar lo que me dice.

—CM: Entonces, es cuánto. Me voy, pero le juro, que una mañana volveré [Y desaparece]».

—Calvatrueno: ¿Ha terminado con su lectura? Lo último se lo podría haber ahorrado, no hace falta revelar nuestras cargas, ni acabar desdibujándonos, como si solamente fuéramos una versión rebelde de los buenos o unos manuales de instrucciones con cuernos que ayudan a los humanos a entender el mundo.

—Carnemomia: Discúlpeme, pero es que me emocioné, puesto que notaba que ya tenía al español en el bolsillo. Pero si me permite la aclaración, lo que quise decir es aquello del parámetro objetivo de Sancho, cuando «encanta» al Quijote, diciéndole que una labradora zafia es Dulcinea. Él inventa esa mentira para evitar confesar la mentira anterior de que nunca entregó una carta a Aldonza Lorenzo, el amor quijotesco idealizado. Pero al establecer esa mentira con la retórica del encantamiento, que tanto ha utilizado su amo, y creérsela este, Sancho logra el parámetro objetivo siguiente: Cada vez que Don Quijote, en sus historias de lo que dice haber visto o vivido, incluye tal invención de Sancho, se le permite a este saber que el resto también es mentira{6}. Un poco es eso lo que hacemos los diablos respecto al Dios católico, y, en esencia, a la razón que deriva de elidir la figura divina, ¿verdad?

—CT: Quizás algo de eso haya. Pero le repito que afirmaciones como esas últimas son reprobables, e incluso, sancionables por el Censo del Infierno, pues dan armas a enemigos que aún no están derrotados.

—CM: Me disculpo. Añadiría que me da la impresión de que ese español no supo ver muy bien las armas que yo le iba dando.

—CT: ¿Está reconociendo, entonces, que el tentado no le comprendió y, por lo tanto, usted no tuvo éxito? [Manda a un escriba apuntar eso y algo más. Ante el amago de réplica de Carnemomia, le ordena continuar callado] Le he escuchado con atención. Del manuscrito birrioso algo se saca y usted lo cuenta bien. Es verdad que hay ambigüedades y no me queda claro si al final se hizo como usted esperaba. Pero ni la historia de ese viejo continente, ni mucho menos la de España, están escritas, y queda todo por ver. Pasemos a lo que nos dice usted del otro lugar, y luego se resolverá lo necesario.

II. Tentado en Oaxaca

El interrogador Calvatrueno es terco y está acostumbrado a emitir juicios que los magistrados, posteriormente, copian en sus sentencias, sin añadir una coma. Sus dotes se templaron cuando laboró en la parte del Infierno donde Dante ubica a los herejes. Este fiscal del Censo, acostumbrado a condenados que vienen volteados ya, con el rostro hacia atrás y dando la espalda al frente, se vuelve dogmático al toparse con personas y hechos mucho menos maniqueos, y fácilmente pierde la paciencia. Sus pensamientos, en fin, son torpes, pero ganosos de entender algo más de lo que ven sus pupilas verticales de depredador. Por eso, Carnemomia le molesta especialmente. Al viejo diablo también le enseñaron las técnicas de los popes propagandistas del siglo XXI, como parte de los preparativos de sus últimas misiones. Sin embargo, Carnemomia siempre conservó, perruno, las ganas de convencer a quienes tentaba; no le bastaba ganarse el alma, sino que buscaba que le diesen la razón.

—Carnemomia: En el que fue mi último destino, voy a explicar de viva voz lo que hice, ya que me acuerdo todavía. Además, ni espacio me queda en el papel [arruga el manuscrito chamuscado y este se disipa, en unos aires negros que no son humo]. A mí me mandaron, como último destino, a un Estado mexicano del Pacífico sur. Creo que todavía se llama Oaxaca. Mi misión no era alternar con la clase política, aunque hice política y filosofía, y demolí dominós que ya iban cayendo; una fila tras otra de ideas preconcebidas, si es que cayeron, yo las empujé. Mi misión era encontrar a un empresario extranjero, para voltearlo. Procuré que, impulsado por mí, pero con algo que nacía de él, generase confusión, pensamientos ridículos y atestados de círculos cuadrados, y emociones que desembocaran en una práctica clara: el minado de la religión católica.

Todo diablo –eso lo supe tarde– debe jugar bien este juego, porque si se pierde el catolicismo, nosotros vamos detrás, como las latas en la cola del perro que se lanza por el acantilado. Quiero decir que tenemos como divisa minar esa religión, pero sin que desaparezca del todo, y ahí hay que poner todos nuestros equilibrismos y diabluras, tan intrincadas y con tantos entresijos y gallinejas, que pasan por claridad inteligente. Al final, como ex ángeles, somos la pared de en medio, siempre a mitad de todo e imposibles de planchar.

—CT: Sí, sí. Pero concrete de una maldita vez. ¿Anoto, entonces, que México ha sido su último destino antes de este juicio de residencia? ¿La fecha?

—CM: Era marzo de 2024.

—CT: Anotado. Prosiga y abrevie.

—CM: Un diablo cojuelo, que lleva en México no sé cuánto tiempo, me iba a introducir a la persona a quien tenté. Desde el Infierno, salí a la superficie por un agujero de un antiguo vertedero de San Andrés Cholula, en una zona que ha terminado reconvertida en parte en un fraccionamiento de lujo llamado Lomas de Angelópolis. Por allí emergí a México, y por allá me regresé a la sala de espera infernal, hasta que ustedes los del Censo me llamaron para el juicio de residencia{7}. Si alguna persona me vio por los alrededores de esa sima, que no tema y tenga en cuenta que, quizás, los monstruos se pintan grandes, picudos, deformes, porque es un modo de visualizar los otros más chicos, los insectos que transmiten parásitos, los virus y las bacterias, y que son más dañinos. Mejor ensayar defensas y ataques contra engendros como yo, para prevenir y evitar la sorpresa de una Triatoma infestans. Así que pido a los humanos que, cuando me vean vagando por el mundo, me dejen en paz, como harían si viesen a un león; que, si una persona no está en mis planes infernales, no tengo por qué molestarla, y la mayoría vive y muere sin toparse con un diablo.

—CT: Pero, ¿qué está diciendo? ¿Qué rebelión es esta? ¿Ya terminó con sus especulaciones? Usted tiene palabras en vez de ojos, y un punto y coma por nariz. Parece obviar que ya nunca jamás vamos a soltarlo a la superficie, y se le ha reiterado que en México tuvo su último periplo fuera del Infierno. Si sale bien parado de este juicio de residencia, se retirará a partir de lo que, según nuestros informes, identificamos como una eternidad plácida –en la medida de lo posible para seres como nosotros y en ciénagas como estas. Si no, tendrá que ir a la sección de la condena de castigadores jubilados, y allí podrá seguir divagando y hablándose a sí mismo, si es que le queda algo en pie mientras sufre las torturas prefijadas. No parece muy consciente de que se está jugando, ni más, ni menos, lo mismo que los tentados a los que abordó durante siglos. Sea, entonces, más serio. Afile bien sus argumentos y exponga las cosas sin divagar, porque, de momento, todos los excursos que arrastra le están restando lo poco que lleva sumado.

—CM: Asumo todo eso y ya lo sé, no hay remisión y así se vive como diablo, y mejor continúo para que se hagan las cosas como procede y no se le ocurran a usted arbitrariedades más originales. Le estaba contando que allá donde emergí, en una casa cerca del vertedero reconvertido a fraccionamiento de lujo, me esperaba el diablo cojuelo mexicano. No voy a decir nada de él, puesto que se lo conoce bien en el Censo del Infierno y en otros lugares infernales también, porque quiso ser popular y, después, se dice que platicaba mucho, mordía poco, y trabajaba menos, y lo expelieron de sus responsabilidades. Pero debo resaltar que en México ese diablo cojuelo ha hecho de su necesidad virtud y, condenado a estar allá mientras existan mexicanos, este compañero, a pesar de su cojera, se ha mimetizado tan bien entre la población, que únicamente quienes tengan su buen ojo colmilludo captan su cojear y el trasfondo de maldad ctónica que le estigmatiza, y unas facciones que son más picudas que suaves y, si se miran bien, terminan en ángulos que demandarían una calavera no humana.

—CT: [Como recordando alguna de las muchas pláticas que tuvo con ese diablo cojuelo. Pero, enseguida, exigiendo a Carnemomia que prosiga] Rápido, rápido, diablo decrépito, bocachancla y chachalaca, que el sol nunca se pone en el Infierno y la luna no existe, salvo como sueño de condenado que sueña con escapar, pero el aburrimiento es más tedioso en las cavernas, y usted hace que las palabras pasen lentas, como un ovillo infinito del que hay que atisbar si dejó algún eco. So pesado, ¡abrevie y cuénteme lo suyo, o le condeno desde ya, sumariamente!

—CM: En fin, sí. Tiene toda la razón. Me disculpo. Resultó que el diablo cojuelo me condujo hasta presentarme al empresario al que tentar. Este emprendedor era un personaje con genio, dinero y un tacto adecuado para camelar a la gente, fuese mexicano o extranjero. El diablo cojuelo me dijo que apenitas había que aceitarlo, y que seguro marchaba solo, él solito, hacia el Infierno, con cientos de almas más.

—CT: Prosiga, prosiga. Esto nos interesa al Censo.

—CM: De madrugada, salimos en carro desde Puebla a Oaxaca de Juárez; son unas cuatro horas. El diablo cojuelo se ofreció a hacer de chofer. Ahí aprovechó para contarme lo relevante que es esta labor en México; toda una teoría de ser el conductor de alguien me estuvo explicando, y yo se la querría contar a usted. Si me lo permite, me explayo.

—CT: ¿Es necesario para que el Censo se siga haciendo una idea de su última comisión?

—CM: Lo es. No hay duda.

—CT: Adelante, entonces.

—CM: Bueno… No es tan, tan necesario… Pero sí es curioso, porque la del chofer es toda una institución y a mí, aun siendo un diablo viejo que vio de todo, me llamó mucho la atención.

—CT: Cuéntelo entonces rápido, y ya.

—CM: Pues resulta que, entre políticos mexicanos y empresarios de la legalidad y la ilegalidad, el chofer suele ser el hombre para todo. Es confidente y quien transporta a familiares, contactos o trabajadores clave. A veces, si el patrón no acepta algo, se sobreentiende que su chofer sí puede tomar ese regalo –como bolsas con billetes. Es una persona, a la vez, que sondea situaciones y personas, un punto de encuentro y un escudo protector. De hecho, muchos políticos, en igualdad de jerarquía, condescienden, en un vasallaje moderno y voluntario, a ser los respectivos choferes, en acuerdos que afianzan lazos extraoficiales –amistad, compadrazgo, lealtad–, y que engrasan la máquina de arreglos (y, por qué no, de disparates) mexicana. Por tanto, aceptarlo como chofer es un gesto que honra al cojuelo y me compromete con él.

—CT: Interesante, pero no sé qué tenga que ver con mi instrucción como fiscal.

—CM: Ahora que lo he contado, tampoco lo sé yo, pero ahí le dejo la reflexión antropológica. De nuestro viaje a Oaxaca desde Puebla, poco se puede decir, salvo la aridez del paisaje y que todos los ríos por los que pasamos estaban secos. Había algunas imágenes entre lo tierno y lo onírico, como una troca que transportaba piñas y se veía dos niños entre ellas, como para que encontráramos no sólo las diferencias entre fruta y persona, sino entre las sonrisas de la una y de la otra. Vi una cúpula hecha de parabrisas, que funge como capilla a pie de carretera, y dentro había una imagen de la Guadalupana. Pasaban varios carros con detentes amarrados a sus parachoques, aludiendo a vírgenes o santos, por ser temporada (Semana Santa). Los cerros, a lo lejos, pertenecen a ejidos, creando una transición de propiedades públicas, privadas y ejidales, atestiguadas espacial y sutilmente, por los arreglos jurídicos posrevolucionarios y los cambios políticos de finales del siglo pasado.

—CT: Todo eso es demasiado local, y al Censo no le importa. En fin, ya basta: Lo que hayan pensado quienes viesen a un par de diablos manejar por una carretera mexicana en Semana Santa debe de estar escrito en alguna crónica o diario de esos tiempos o, como es lo más probable, atribuirse a la imaginación. Prosiga, prosiga, que usted está cada vez más cerca de la condena y yo me voy a alegrar: Con su enorme boca parece no solamente que hable, sino que se ponga de pie, como monopodo.

—CM: Me encontré con la persona a tentar en Xoxo (pronunciado «jojo»), que es Santa Cruz Xoxocotlán, un municipio del área metropolitana de la capital oaxaqueña. Allí me condujo el diablo cojuelo, y me introdujo al empresario con el que traté unas semanas. Después de presentarnos, el diablo cojuelo se fue manejando más al sur, hacia Chiapas, dizque para continuar agitando los puntos de quiebre entre individuos armados/no armados, indígenas/mestizos y, sobre todo, protestantes/católicos, que amenazaban con desbordarse.

El empresario, a quien apodaré Gimpel{8}, llevaba unos veinte años en México. Era alemán, de parte de madre, pero su padre era estadounidense. Había aprovechado que Puebla de los Ángeles es un foco atractor de alemanes, casi desde el espía von Humboldt. La predisposición de ese estado hacia lo español, luego desdibujado en lo europeo, la presencia de fábricas de automóviles y, en fin, una tranquilidad –al menos, para el extranjero– que es envidia en otras partes de México, había hecho que fuera su primer destino.

Pero, después, la sangre comenzó a llamarle, con la suavidad de los genes con la que silbaba el fantasma de su padre; este, de soldado en la base militar estadounidense de Rammstein, se había pasado al otro extremo, pues fue beatnik y activista contra la guerra de Vietnam. Primero, Gimpel decidió marcharse a la guanajuatense San Miguel de Allende, esa ciudad revalorizada a raíz de la oleada jipi de los años cincuenta del siglo XX, donde muchos viajeros idealizaban a México para poder ver cara a cara su propia «mano con ojo»{9}. Después, la vorágine de los diablitos que pululan por el Bajío, lo incitó a que se fuera más para la costa, al sur, y tras un periodo breve en Acapulco, se marchó a Oaxaca.

—CT: Cuente todo más rápido, se lo ordeno. Ya no hay tiempo. Divaga usted tanto, que me da la impresión de que ni siquiera hemos iniciado este juicio.

—CM: Ja, ja. Le digo que, en la capital oaxaqueña, Gimpel encontró algo que lo atrapó, como a su papá gringo, en una lucha que su madre alemana, fiel católica bávara, dio por perdida. Se trataba del llamado de esa ave bicéfala, de cientos de alas y ninguna garra, y que no arroja sombra, de la sacralización de las prácticas «cosmogónicas», del tipo de «contacto con el yo interior en el lecho de la energía de la Madre Tierra», &c. En el México actual, la eclosión de estos nuevos evasores, tan útiles para nosotros los diablos –sobre todo, actorzuelos, cantantillas, «influyentes que drenan vicios», &c.–, ha hecho que la población renueve sus votos con los pseudo misticismos y las reflexiones contradictorias, pero avasalladoras y publicitadísimas, de emblemas de elites que saben bombear con dinero, rostros bellos y un prestigio mal ganado las estupideces más áureas y pitagóricas que yo, como diablo viejo, pueda pensar.

—CT: Una digresión más y cierro la instrucción, y queda condenado.

—CM: Una disculpita. Decía que Gimpel compró una propiedad en Oaxaca capital cuando aún era barata; columbró inversiones y logró implicar a avezados políticos locales, que le abrieron la puerta a otras compras. En fin, que supo agitar las nubes para que al rayo gentrificador se agregase a un fuego que ya llameaba y quemaba los remilgos de los oaxaqueños de a pie. Gimpel tenía casas listas para un momento como el que llegué, esa Semana Santa de 2024, donde, ¡mire, señor fiscal, qué curioso!, podían pedirse, en el centro de la capital oaxaqueña 120000 pesos (6718 euros al cambio) por una renta mensual y ochenta millones de pesos (unos cuatro millones y medio de euros) por la compra de una casa.

Al colmillo de militar reconvertido en empresario, Gimpel añadió el consejo de una amiga que parecía imbécil, pero no. La aparente imbécil era, en realidad, una nueva millonaria enriquecida con criptomoneda, que multiplicó sus cripto panes y sus cripto peces y logró amarrar a una cohorte de millonarios –pero menos ricos que la gurú– de cerebro aún más encriptado que la pionera. La arbitrariedad y desproporción de las riquezas de esa grey los hacía anhelar, con naturalidad, como la cuchara al plato, la naturaleza virgen de muchas costas de Oaxaca. Gimpel y esa socia, y los que vinieron después, en fin, sentían una culpa que, en el fondo, nació de la especulación más turbia, acelerada e incomprensible.

—CT: Entiendo. Pero, ¿por qué ustedes eligieron esas playas oaxaqueñas, habiendo tantas?

—CM: Ahí entra el carácter y los antecedentes de Gimpel. [Dirigiéndose a los diablos que observan el juicio] Que no extrañe esto a ninguno de mis compañeros diablos: México es tan basal para el catolicismo contemporáneo, como atractor de creencias no sólo agoreras, sino pseudo místicas, «alternativas», &c.

—CT: Eso ya lo ha dicho usted. Si quiere añadir algo más al respecto, desarróllelo. Si no, prosiga con esa historia de Gimpel.

—CM: Con la venia. Son muchos los factores de esa eclosión «alternativa», con causas entremezcladas y enrevesadas. Está la credulidad de la población, tanto del vulgo pobre, como del rico. Está la presencia gringa, en el terreno, con dinero, con propaganda dura y quirúrgica, y con otra influencia más etérea, meliflua y cantora, que es universal y a todo occidental atrapa. También influye que las extraordinarias playas mexicanas devienen espacios de «libertades o libertinos», donde perder el sentido ante ruinas arqueológicas pasadas y refundir las propias penas y limitaciones en «creencias ancestrales». Eso hace a México un destino idóneo para muchos iluminados y gente ansiosa por explotar su «espiritualidad». Así lo fueron los gringos beatniks, y así lo son los ricos súbitos a golpe de artilugio tecnológico, gentes obscenas que parecen llevar una vida acelerada para hacer justicia a su próximo infarto.

—CT: Todo eso tiene sentido.

—CM: Prosigo. Además, están las creencias indígenas prehispánicas, que son de distinto tipo y entidad, pero que permiten un sincretismo engrasado por la labor del catolicismo franciscano, luego el de otras órdenes, y finalmente, de otras religiones, principalmente la protestante («cristiana», como se dice por esos pagos).

—CT: Tomo nota.

—CM: Por añadidura, los orígenes de muchos mexicanos, sea africano –«afrodescendientes», la costa guerrerense{10} y la veracruzana; la influencia cubana/santera en el Golfo mexicano{11}–, musulmán libanés (San Chárbel), asiático, &c., podrían haber propiciado, también, mejunjes varios. A esto se agrega la miríada de religiones, sectas y sectillas cristianas, por doquier, sobre todo en puntos de fricción estatales o imperiales, como la frontera sur con Centroamérica, la norte con EEUU o lugares aislados de playa o montaña, como la sopa primigenia chiapaneca, donde debe de estar operando todavía nuestro diablo cojuelo.

—CT: Continúe. Toda esa información, se lo reconozco, es muy valiosa para el Censo del Infierno.

—CM: No es ocioso, tampoco, mencionar cómo el intento de aplastar a los cristeros en las primeras décadas del siglo XX destruyó muchas bases religiosas en México, así como lo hicieron caciquillos rojos y cerriles, los ya muertos y los redivivos, con retórica pseudo libertadora para promover una irreligiosidad provocativa y tan grotesca como dañina, reflujo y eructo del jacobinismo francés o de la retórica soviética.

—CT: Entiendo. [Dirigiéndose al público de diablos malcarados, adjetivo engañoso, porque esos diablos están muy divetidos y se sonríen, a pesar de que no lo trasluzcan sus ojos opacos de locos] ¿Lo comprenden todos ustedes? [Se alza un coro de asentimientos, aplausos, traqueteos de pezuñas y entrechoque de cornamenta. El fiscal Calvatrueno vuelve a dirigirse al viejo diablo] ¡Parece usted rejuvenecido cuando nos habla de estos temas! Aunque, tenga mucho cuidado, que esto no va a ni a favor ni en contra de su juicio.

—CM: [Asiente solícito y complacido] Decía que estábamos en casa de mi amigo Gimpel, un hogar que todavía se encuentra en obra gris, porque, más que crecer hacia arriba, lo que es imposible en esas calles, pretende hacerlo hacia el fondo. Téngase en cuenta que, para que la obra de su mansión continúe, debe maniobrar con los representantes de la colonia o con no sé cuál sindicato, que le pide moche tras moche. Pero el dinero, y eso lo he visto siglo a siglo, cuando se posee, pugna por salir y platicar con los otros dineros.

—CT: Ya se torció usted. Se me desvía, céntreme su argumento.

—CM: En fin, la obra de Gimpel se estaba haciendo bien, y en la recámara donde platicamos no nos faltaba nada: «Un conocido se construyó un cenote en el centro de la capital de Oaxaca, y eso a pesar de las restricciones. Poderoso caballero es don Dinero», dijo Gimpel. Y don Diablo es su gallo, añadí yo.

Tras recrearnos en ese tipo de bromas, le repetí mis intenciones. En silencio, se levantó, apagó su celular y se puso a caminar por la recámara; movía la boca, como convenciéndose o dándose fuerzas. Así estuvo unos diez minutos. Luego, me explicó que el proyecto que le proponía tenía sentido, pero que nuestro destino no podía ser la capital oaxaqueña, sino que él había pensado en una playa en una localidad costera en la que tenía algunos contactos («conectes»), un lugar de nombre de santillo y donde había tres pequeñas bahías.

—CT: Abunde en ello.

—CM: El pueblito costero elegido por Gimpel tenía unos doscientos habitantes, pero la clave para él era la población flotante, «creativa, romántica e idealista», de varios cientos más, aventureros de todo tipo y que se movían de izquierda a derecha en la escala política, y hasta en diagonal e, incluso, atravesando las paredes de los castillos de papel que ellos mismos se construían.

—CT: Explique mejor eso.

—CM: Esa parte creo es importante, puesto que es en la que se basaba Gimpel para nuestro proyecto.

—CT: Explíquese, le digo.

—CM: Como es una parte clave, la he apuntado, y prefiero leerla.

—CT: ¿Otra vez? ¿Es muy larga? Se acaba el tiempo de su audiencia, y tengo otros diablos, incluso más viejos que usted, a los que interrogar en este lapso. Le permito que la lea, exclusivamente, si es breve.

—CM: Es breve.

—CT: Adelante, y apúrese.

—CM: Había, por lo que me contaba Gimpel [Carnemomia pasa a leer lo siguiente], «seres llamados “nómadas digitales”, que de pobres encerrados en una oficina fría, mortecina y de aire escandinavo (aunque estuviera ubicada en Getafe), donde buscaban en Google, compulsivamente, su propio nombre, pasaban a una recámara en la playa oaxaqueña con escorpiones, arañas violinistas y capulinas y, mientras miraban por la ventana el deslumbrante solazo, buscaban en Google, en qué parte del sur de México estaban, para escribir el nombre bien; había, también, de la tribu cripto, vividores que intentaban tirar la moneda al aire tantas veces, que la moneda se quedaba a vivir con otro señor de los cielos más pródigo; algunos de esta tribu, de un modo tan silogístico como especulativo y matemático, se hicieron ricos, riquísimos como Creso, y tan pacíficos, pero vulgares, que deberían donar su esqueleto de oro a una universidad, para el estudio de la correlación entre idiocia y dinero a espuertas; había surferos que tragaron tanta agua del mar que viven para siempre sin camisa, ven militancia en andar descalzos y hablan a la luna como a la mosca detrás de su oreja; una media docena de quienes vivían en esa playa decían provenir de las siete cabritillas, es decir, las pléyades («pleyadianos»), como Sancho Panza decía ver esas estrellas al volar en el caballo de madera Clavileño (que nunca se movía de su sitio, y cuando lo hizo fue para explotar){12}; estaban los usuales jipis –para los que los que el medio siglo que media entre 1968 y 2024 no son nada– chamuscadísimos y que a lo mejor, si sonaba la flauta, terminaban con él de pinchadiscos («Viejito Cósmico DJ») y ella bailando («Atemporal Corpórea»), y así sacaban un dinerillo, con el que vivían poco y mal, a pesar de tener ya casi media casa en la tumba, y ningún hijo que mantener; otros muchos eran españoles que papaban moscas o eran papavientos, todos gentes incapaces de entrar y salir de su cotidianidad sin percibir nada más que su propio yo, el presentismo voraz que les susurra gastar el dinero ajeno y leer compulsivamente El País; quienes, cuando decrece su arte de dar el sablazo, reducen su estado a la condición «decrecionista», como hielos que se derriten al sol de la costa oaxaqueña, y a hacer de la necesidad virtud lo llamaban «huir de lo material»; había [señor fiscal Calvatrueno] buscones que a todo le ponen el sufijo -terapia y que si se les levanta el cuello se observa que tienen pajaritos cegados y cantores, pero monocordes y hambrientos, aunque estos buscones y sus pajaritos invierten mucha lana en unas carteritas mágicas, que ocultan el dinero de los demás y que no tienen fondo; estaban los socialdemócratas trilingües que se sabían discursillos políticos de «eficiencia» y «transparencia», que amaban el urbanismo, la arquitectura y el voto electrónico, y que consideran que «un me gusta en una red social, una estrellita, un corazoncito: un voto», cuando en realidad, sería un lema más acertado reescribirlo como: «un bot: un voto», por la lista de engendros (aféresis de robot o de chatbot) de manipulación electrónica que les sueltan Estados como Rusia, China o Irán, y para los que acaban trabajando estos romanticones, a veces, sin saberlo; había, [téngame paciencia, ilustre fiscal Calvatrueno], había, digo, místicos maniqueos gnósticos pretéritos o qué sé yo, y que no sólo no leían nada, ni siquiera Lo País o las sencillas instrucciones para salir de su propio imbecilidad, sino que se la pasaban con unos chícharos (audífonos) en las orejas con los que escuchaban una música que «ponía banda sonora» (legitimaba) hasta la última mota de polvo de su día a día; estaban los tan habituales e ilimitados peregrinos de la «espiritualidad» (a la que jamás llamarán «religiosidad»), que más bien parecen peregrinos de lo lúdico y que, hasta mientras duermen, consideran que están iniciáticos y subiendo por una pirámide que, en realidad, es un abrojo de acero y comilón, y que les hiere y les lastra e impide hacer algo más con su vida; estaban unos gringos que usan su verborrea de vendedores de carros o seguros, para glosar la feminidad, los atardeceres asiáticos (Goa,  Bali) o la religiosidad primaria, y que han viajado por todo el mundo, pero aún no se han mirado al espejo, porque, si lo hicieran, desaparecerían ellos y se rompería el espejo; había una avanzadilla de tuluminati, que por lo que me contó Gimpel son gentes de Tulum (en Quintana Roo), una especie de neo Ibiza donde algunos se han sobrepasado en su culto iluminado a las naderías; e, incluso, pululaban un par de chamucos o diablos extasiados por esta filial de la humanidad en las playas de Oaxaca, y estos diablos se aserraron los cuernos y se pusieron sendos apellidos, para confundirse con la hueste a la que debemos azuzar, llenar de discordia y condenar, y aquellos, por seguir lo contrario a su naturaleza, gustan rondar cerca de la capilla de Nuestro Señor de Esquipulas, para ver si alguna extranjera yogui les da una limosna y así inician una plática que busca una amistad imposible». ¡Allá esos diablos y los individuos que le acabo de enumerar, todos con sus respectivas cormas, de las que ni cuentan se dan!

—CT: Vaya panorama. Pero es así, al Infierno nos caen cada vez más de esa ralea, y esos diablos de los que habla continúan en busca y captura.

—CM: Gruño y bufo contra esas personas, pero en honor a la verdad, debo reconocer que, a la mayoría, el tiempo los templa, y pasan a tener una chamba que los mantiene en otras reglas, o una familia que los hace sopesar qué hay de majadero y qué es un impulso que no hace mal a nadie, o una afición, incluso, en la que son brillantes cuando se limitan a ella, olvidándose de sus majaderías mentales, y haciendo grandes cosas por otros lados. Otros, sin embargo, desarrollaron inmunidad a toda crítica y entroncaron con ideologías más potentes, y toda la cola que traen esos mejunjes los afianzaron en sus postulados, sacándoles el gurú que llevaban dentro. Entonces, pasaron a algo así como el insomnio del woke, por su fanatismo deslocalizado, pero inexorable. Quienes caían en ese wokesomnio sí estaban ya perdidos, pues habían despertado a otro sueño, y pasaban a ser la vanguardia perfecta para Gimpel, así como algunos de los otros que enumeré fueron la carne de cañón.

—CT: Adelante. Continúe.

—CM: A esa bahía oaxaqueña era donde Gimpel me conduciría, para concretar nuestro proyecto. No espere, señor Calvatrueno, algo espectacular y conspirativo. Se trata de un proyecto del que yo saco conclusiones para nuestra agenda diabólica, pero que, en realidad, puede pasar por algo empresarial, normal y corriente, dentro de la excepcionalidad con la que se inició el siglo XXI.

—CT: De acuerdo.

—CM: Pero, aunque nuestro destino final era la costa, Gimpel tenía otro de sus puntales en un lugar de montaña, por lo que nos desviamos un par de días.

—CT: ¡Lo que supone otro desvío en su discurso! ¡¿Otro más?! [Manda con su cornamenta que un escriba tache, apunte y vuelva a tachar] Le reitero que debemos ir terminando, porque si bien los diablos tenemos todo el tiempo del mundo, ninguno de nosotros podemos distribuirlo a voluntad.

—CM: Ese desvío fue parte consustancial a mi último viaje.

—CT: Diga, entonces, pero ya, y de una vez, cuéntelo sin divagaciones.

—CM: Lo procuro. Gimpel y yo hicimos varias horas en carro desde la capital oaxaqueña a ese otro lugar. Primero, en una ruta monótona, luego en ascensión, hasta San José del Pacífico (perteneciente a San Mateo Río Hondo, «Tierra del pan serrano y hongos mágicos»). Ubicada a 2500 metros sobre el nivel del mar, era una localidad de unos setecientos habitantes, casi todos zapotecos. En términos de «flujo de capital» es un lugar, todavía, por hacer y, como tal, muchos sitios aún se llaman tautológicamente, sin ningún regusto mercantil ni mercadotécnico: «Atardecer» se llama a un lugar donde mirar la puesta de sol; «Cumbre» es la denominación de un sitio en la zona alta; «Mirador El Mirador de Miradores», para divisar un paisaje, rodeado de lugares donde divisar el mismo paisaje; «Restaurante.com», el restaurante del pueblo, &c. De hecho, aquello que ofrecen tiene que ver con el refuerzo de lo ofrecido: «experiencias de agua pura», «aire puro», «árboles puros».

El lugar mantiene una lucha soterrada entre lo indígena zapoteco y la fuerza que tiene lo psicodélico como ideología cosmopolita y palanca de otras muchas –una órbita de indecisiones sobre un núcleo etéreo, y que forja trampantojos a lo Magritte–, una fricción en torno a los hongos que cualquier humano puede consumir allí, con la pátina justificante indigenista. Lo que es parte de las tradiciones de los zapotecos, se ha extendido a un proto turismo que Gimpel querría proto industria, y que, al menos, deseaba palpar, para, en su caso, incorporarlo a nuestro proyecto. Alguien le había dicho que podía darse un trasfondo filosófico antropológico muy sólido si se atraía a ONG’s californianas, y Gimpel andaba preparando un lugar en el bosque para que sirviera de «centro de operaciones nematológicas», es decir, de un lugar donde antropólogos y activistas pudieran dormir y trabajar (coworking) y, seguramente, soñar con que trabajaban por un México y mundo mejores. ¿Puedo proseguir, señor Calvatrueno?

—CT: De momento, sí.

—CM: Manejamos por un lateral del pueblo y vimos algunos altarcitos, que, efectivamente, combinaban imaginería religiosa (sobre todo, de la Guadalupana y, en menor medida, de la Virgen de Juquila), con velas y hongos. En una calle se veía la pertinente sede de JW.org (es decir, Jehovah’s Witnesses, Testigos de Jehová). Pero, en general, destacaba la presencia de lo fungiforme como imagen. Esta, en la decoración de casas y muros, era insidiosa y masiva. Unas veces, desdibujada en trazos esquemáticos que sólo reconocía como hongos un ojo experto; otras, se formaban en murales imágenes de hongos alargados, que miraban alucinados al visitante, o abrían su boca en una personalización a lo grito de Munch, o retozaban y jugaban entre sí, como si esos hongos fuesen una guardería de ancianos mustios, pero extasiados por la reverente viscosidad en la que se envolvían. En fin, el cerebro de quienes asociaban esos dibujos a supuestas virtudes «liberadoras» amenazaba con adquirir aspectos tan espongiformes como cíclicos, como puede leer cualquiera que ahonde en la correlación entre hongo/feminidad/naturaleza, a riesgo de volverse, él, un pitufo soñador, tan risible como persistente entre las grietas.

Finalmente, Gimpel y yo llegamos al bosque, a un lugar que consistía en varios domos, que es como se llaman unas cúpulas geodésicas, que remitían, por enésima vez, a la figura de los hongos. Alrededor de los domos, de varios colores, sobre todo verdes y marrones, podía observarse a algunos domingueros, seguramente visitantes de la capital oaxaqueña o de otros estados de la república, que tomaban cerveza, ajenos a la «revolución mental» (y empresarial) que proyectaba mi tentado Gimpel. Para ellos ese era, simplemente, un lugar agradable en el campo.

—CT: Me hago una idea del choque entre el uso de esas plantas por los indígenas de esos lares, la de quienes hacían turismo del yo y los empresarios (de almas o de dineros) que querían redefinir el orden. Pero usted debe ir concluyendo y decirnos cuál es el plan que proyectaron, y si tuvo éxito. Su tiempo está a punto de terminar. Le advierto que, si me limito a lo que me contó de su incursión en Bruselas, señor Carnemomia, está usted cerquísima de condenarse, porque esa fue, tal vez, su misión más importante y a mí me suena que quedó en agua de borrajas. Y de lo dicho hasta ahora sobre ese lugar americano, si bien es interesante y mucho de lo contado va a ir casi literalmente a la Sección del Archivo del Censo dedicada a Nueva España/México, no es suficiente para evitar su condena.

—CM: Entonces, ¿ya se me terminó el tiempo?

—CT: Poco le queda. Hile bien fino. Le he reiterado que en el Censo del Infierno no podemos permitir que las comisiones encomendadas se tornen paseos turísticos o viajes a lo Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y ello a pesar de los servicios, muchas veces valiosos, prestados por diablos viejos como usted.

—CM: Lo entiendo perfectamente. Prosigo y verá cómo tuve un éxito mensurable y ejemplar. Gimpel sabía que los asuntos ideológicos no pueden hacerse de repente, sino que han de ralentizarse, volverse paulatinos y disfrazarse de naturalidad. Además, había algunas personas que, pacíficas y embotadas, tenían tal reverencia por el consumo psicodélico, que a nada se las podía forzar. Estaban plenas, como una botella llena y embalada, y su blindaje emotivo impedía que las «fuerzas de la historia» (capital, industria, imperialismo en el sentido leninista) penetrasen e hicieran dinero a mansalva de su embriaguez suave. Para que se haga una idea, fiscal Calvatrueno, en cada parcela del jardín se plantan hongos y un lugareño conduce a ellos. No se pueden cortar, uno los toma escarbando y se recolectan con las manos, para mayor reverencia. Otra opción puede ser consumirlos en el interior del domicilio, donde se toman secos. Y, en caso de que se prefiera una opción más campestre, se toman en el interior de esos domos (en la reserva hotelera puede incluirse el consumo de hongos), y tras la ingesta se sale a pasear o a abrazar a los árboles.

Además, la propia estructura de la propiedad de un pueblo montañoso como este lastraba la industrialización y masificación. Todo esto, Gimpel lo analizaba con su cinismo activado por el dinero:

—Gimpel: Yo sé que algunas de estas cosas son tonterías, o puede que no lo sean, pero sin duda aquí no hay magia, o hay muy poca; no tanta como en otros sitios, quiero decir. Lo que sí podemos hacer es que lugares incentiven unas fuerzas, qué sé yo, que más que mágicas son cuánticas. Entonces, ¿por qué no íbamos a ser capaces de crear reductos y repositorios de esas energías, que aceleren el alma de quien allí vive, y concite a las otras almas que viven y navegan por los bosques, todo ello por un precio accesible y con distintas cuotas, con denominaciones atractivas y respetuosas (cuota Premium, Gold, Floffy Queen, &c.), para quienes deseen un mayor compromiso consigo mismo?

—CT: No sé si alguien que habla de esa manera sea capaz de sostener una empresa lucrativa, que requiere sopesar planes estratégicos y libros de cuentas sin alucinarse…

—CM: Pero es que, señor Calvatrueno, Gimpel no era así siempre. La mayor parte del tiempo tenía un casco de cinismo y un escudo de frialdad realista, y su cálculo y planificación hacía que muchos ingenuos, que sí creían a tiempo completo en esos delirios, quedasen embriagados por él, como unos ratones que hicieran comandante al matarratas que reposa en el estante. Eso disipaba cierta tendencia a deprimirse de Gimpel, y lo cubría de una capa de providencialismo, perfecta para alcanzar hitos en lo que llamaba la «industria de la embriaguez». Entonces, hasta para el diablo más viejo y que lo hubiera seguido a cada segundo, desde su nacimiento, sería difícil saber si Gimpel era un loco entreverado y que distribuía su locura en compartimentos; o alguien que, con la misma loca rapidez con la que se había enriquecido, iba a terminar perdiendo (o regalando) su riqueza, sin apenas importarle.

—CT: Comprendo. Se nos acaba el tiempo…

—CM: Lo sé, pero no puedo callar algo que debo recordar al Censo del Infierno, y es que nuestro destino estaba en otro lugar, hacia la playa que Gimpel tenía en mente para nuestro proyecto. Así que, otra vez al carro y hacia allá manejamos. Era Viernes Santo, y al pasar la carretera que desciende de las montañas a las playas, por decenas de pueblos{13} nos detuvieron peregrinajes que imitaban el vía crucis de Cristo. En esencia, los fieles cortaban la carretera, se arrodillaban unos diez minutos y rezaban, escoltados por una ambulancia y sendos policías municipales; así, durante las catorce estaciones del viacrucis. Este paseo tan lento, sin embargo, permitía comprobar algo de lo que ya me había hablado el diablo cojuelo: La fusión del presidente federal de la época con algunas partes del pueblo, a las que hipostasiaba como representantes totales de la soberanía. Por ejemplo, en esos pueblitos oaxaqueños, el presidente se reaparecía en citas sobre el «poder del pueblo», así como en fotos en lonas, dibujos en paredes o peluches en altares. Muchas de esas imágenes hacían balance, real o exageradamente, sobre lo que se había dado a cada municipio oaxaqueño en el sexenio a punto de finalizar. Era evidente, para cualquiera desprejuiciado, que ahí había algo más que propaganda. Estábamos viajando por los bronquios del pulmón de legitimación moral que daba a la presidencia federal un estado «pluriétnico» y tan asociado al indigenismo como el oaxaqueño, y que no podía ser minusvalorado por nadie en el poder. Mucho menos cuando otro estado cercano y similar, su par oscuro, por pobre y revoltoso, como era Guerrero, todavía conservaba redes –partidistas o caciquiles –impermeables a las del presidente en el poder, por no hablar de movimientos insurgentes o belicosos que impugnaban de raíz el proyecto de nación promovido federalmente.

—CT: Vaya finalizando, su tiempo se ha terminado.

—CM: Digo que, tras unas cuatro horas de curvas, llegamos a la playa anhelada. Gimpel esperaba hacerse con partes de ella mediante hombres de paja, testaferros que permitiesen vadear a una lideresa local, que impedía la compra masiva del territorio. Aun así, en este juego de ajedrez de identificar y voltear a los rivales, y mantener a raya a los tibios, Gimpel tenía sus cañonazos de billetes, lo que aseguraba que, a la larga, la compra no fuera de algunos peones, sino del tablero al completo, con todo y escaques. Él, como buen negociante, tenía varios negocios a la vez, por lo que podía hibernar en uno y jugarse el todo por el todo con otro. Al final, lo que nos dio la palanca legitimadora fue el término que le comenté en la plática de antes, el de «humanismo», pero aplicado a lo mexicano{14}. Es así como…

Cuando quiere proseguir, Calvatrueno hace un gesto a un par de diablillos de rostros casi idénticos y de coyote bermejo, y tan agitados en sus vuelos como los zunzuncitos. Estas pirruñas agarran al viejo de los hombros y, sin problemas, comienzan a levantarlo. Lo mantienen a varios metros del suelo. No es para humillarlo, sino que así se comunica a los diablos que su juicio de residencia ha finalizado.

—CT: [Con retranca] Ha terminado, ¿verdad?

—CM: Si no hay de otra, sí. El proyecto agarró sus propias fuerzas con el dineral que invirtió Gimpel y las mías ahora se me van volando, y parece que se me llevan.

—CT: Tengo dudas sobre el control que usted logró sobre ese empresario; es más, de lo que me ha contado y de un vistazo superficial a las secciones infernales adonde deberían ir cayendo los condenados, creo que ese proyecto nos ha redituado pocas almas. Lo mismo aplica a lo del burócrata español, aunque ahí me parece que quedamos tajo parejo, porque lo que usted contaba posee bases para un éxito mayor. Aun así, me queda la duda de si, en este caso, su éxito no sea involuntario y el peso de usted, testimonial{15}.

—CM: Mis ambiciones fueron grandes, nunca viví mezquinamente los siglos que se me permitió vagar entre hombres. Siempre quise atraer a estos pozos a quienes, a su vez, podían atraernos a otros más. Por eso seleccioné mis dos últimas aventuras como el objeto del juicio de residencia, y no otras, donde estoy seguro que tuve éxito.

—CT: Sí, usted fue industrioso y pensaba estratégicamente. Pero, cuando el tiempo pasa, hay que presentar datos que, a nosotros, sus superiores, nos den certezas. Usted ya se ha explicado y en la fiscalía tenemos toda la información. Ahora le toca esperar; nada que no haya hecho antes, aunque esta vez la espera será mayor. Como sabe, quizá decidamos en unos meses sobre su asunto; pero también ha sucedido que tardemos dos o tres siglos en deliberar. De hecho, por los entresijos de su manera de tentar al burócrata español, aventuro que, mínimo, una decena de años nos llevará el análisis preliminar de esa misión. Así que tome asiento, túmbese o enraícese, o lo que buenamente prefiera usted. Eso sí se lo dejamos a su elección, que para eso es un diablo anciano. Pero quédese cerca de nosotros y no se duerma. Esté atento. Si resolvemos esto sin que usted se percate y no nos responde inmediatamente (en segundos; a lo sumo, un par de minutos después de la sentencia), lo equipararemos a una condena.

Retranca

Es difícil que en el Infierno surjan malentendidos, pues las reglas llueven sin parar. Es por eso que cuando allí hay inquietud y silencio, estos pesan el doble. El fiscal se marcha a otro interrogatorio y el viejo diablo se retira a un rincón, y comienza a decorarlo con sus tiliches, puesto que ese será su remedo de hogar. Como su causa no es del todo débil y hay algo en los servicios que ha prestado que le asegura una revisión minuciosa –y no solamente por ese fiscal–, es algo optimista. Con una fea mueca que para sí mismo es sonrisa, el viejo diablo se empoza y, en su rincón, comienza a transmitir a su derredor la mala suerte, pero también la sobriedad, del color negro. En ese anexo subterráneo, el viejo diablo todavía reposa fundido a una mesa negra, a una silla negra y a una computadora negra, y cuando el tiempo empieza a crecer tanto, tanto, que no hay por dónde acotarlo, el viejo comienza a evocarse de joven; un trabajador más, para quienes son naturales, y nada sospechosas de tender la trampa de la espera, una mesa negra, una silla negra y una computadora negra.

——

{1} En la Vida de San Millán, Libro Segundo, «Milagros hechos en vida», estrofas 202-212. En específico, los diablos, para tomar por sorpresa al santo: «Façieron so conçilio las malas criazones,/Por levantar capítulos é constituçiones, /Por destruir est’ sancto con algunas razones» (estrofa 203); «Trataron de sue regla quando fueron yuntados» (204); «Maguer que ementaban muchos otros tractados» (205); «Tant’ avíen que ver en esta penstilençia,/Que non podíen tractar nula otra sentencia:/Pero non adrimaban seso ni sapiencia,/Perque vencer podiesen la mala rependençia» (210); «Lenvantóse en medio un de los rencurosos/Fizo malas señeras é gestos alevosos:/ “Oídme,” diz, “conçejo, somos todos astrosos,/ Si non por tan vil omne non seríemos plorosos”» (211); «“Mas asmo un consejo, por seso lo entiendo:/Ajustémonos todos la tiniebra cadiendo, /Prendamos señas faias en las manos ardiendo,/Demos fuego al lecho cuando yoguere dormiendo”» (212).

Si se me permite reunir lo transcrito e inventar un tanto una actualización al español actual, quedaría este poema sobre esa junta de los diablos, con el que no pretendo más que captar algo del hálito del castellano antiguo:

Las criaturas malas se juntaron
y capítulos y constituciones aprobaron,
todo fue darse razones para destruir al santo,
y percatarse de en qué habían errado,
a pesar de haberse mentado otros tratados.
Tanto les afectaba ese mal que les causaba,
que no podían ya tratar ningún otro tema,
y carecían de seso ni sapiencia,
para saber vencer en esa malísima pendencia.
Al fin se levantó, con malas señas y gestos alevosos,
uno de estos diablos rencorosos:
– Escuchadme, compadres, que somos unos astrosos,
pero me viene este consejo, que me bulle en mis sesos:
Juntémonos cuando caiga la tiniebla,
prendamos y agarremos teas ardientes,
e incendiemos su lecho mientras yace durmiendo.

{2} Inclán, Luis G., Astucia. El jefe de los Hermano de la Hoja o los charros contrabandistas de la rama, Porrúa, México, 2019 [1865], Capítulo XIV, p, 236.

{3} Para castigar a dos ladrones que robaron su «azémilla [acémila], bestia era de carga», San Millán los ciega irremediablemente: «Ovieron sendos ojos de las caras quebrados, /Tanto que sendas nueçes cabríen en los forados». Vida de San Millán, ibíd., 273c y 273d.

{4} Gambetta, Diego, La mafia siciliana. El negocio de la protección privada, Fondo de Cultura Económica, México, 2007, p. 137.

{5} «Putrimillonario» es una palabra popular en México, referente a alguien con mucho dinero. Proviene de una mezcla de la expresión española «podrido de dinero», si bien a partir de pútrido, cuya letra «te» connota un aumentativo de triple. Sin embargo, a un lector español, seguramente, le sonaría mejor «pudrimillonario».

{6} Cervantes, Miguel de, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed., intr. y notas de Martín de Riquer, 6ª ed., Clásicos Universales Planeta, Barcelona, 1987 [1605/1615], segunda parte, capítulo XXIII, pp. 758-759.  En específico, «que como él sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio, acabó de conocer indubitablemente que su señor estaba fuera de juicio y loco de todo punto […]». Ibíd., p. 759.

{7} Efectivamente, el manuscrito anónimo con estas historias de diablillos lo encontré durante un paseo por los alrededores de Lomas II, en Lomas de Angelópolis (San Andrés Cholula, en el estado de Puebla). Sin embargo, cuando lo hallé era 25 de octubre de 2023, por lo que la fecha a la que aluden los diablos no me cuadra (salvo que el manuscrito provenga del futuro).

{8} El manuscrito venía de por sí algo socarrado, y no aclara las razones de ese nombre. Puede que sea una alusión al cuento de Isaac Bashevis Singer, «Gimpel, el tonto» (1957). En todo caso, el estado del manuscrito aconsejaba completar algunas partes e, incluso, reescribir varias páginas.

{9} Aquí, la «mano con ojo», se refiere a la jimsa o gumça (mano de Fátima, María o Míriam; a gusto del monoteísta), tema del que, se ocupó, entre otros, un tal Pérez Caballero, Jesús, «Un emblema en el siglo XXI mexicano», El Mañana de Nuevo Laredo, 25 de noviembre de 2023, doi.org

{10} En la guerrerense Costa Chica (una región al sur del estado, junto a Oaxaca) escuché el dicho de que allí «no hay burros con orejas completas»; es decir, que les cortan partes, y las utilizan para rituales supersticiosos, repulsivos, infantiles, siniestros. Por ejemplo, asarlas y dar de comer al marido maltratador, para que se amanse.

{11} Esto también es verosímil. Me contaba un amigo de la ciudad tamaulipeca de Matamoros, santero (del afrocubano Palo Mayombe), que solía ocultar los talismanes que llevaba en el cuello cuando paseaba. La razón es que a otro compañero de religión unos soldados, ubicados en esa plaza fronteriza con EEUU, lo habían retenido para obligarle a que les hiciera algún «amarre» o supuesto conjuro.

{12} Don Quijote, segunda parte, capítulo XLI.

{13} Oaxaca es el estado con más municipios de todo México, con medio millar; hay 2469 municipios en el país, mientras que en España hay 8132 y Alemania posee unos 11000. Imagino que, en el Infierno, solamente hay uno.

{14} Tal vez se estén remitiendo a una versión del primo humanista del Quijote, vía el mito mutado de las «tres culturas» refundidas en tal humanismo mexicano: Gustavo Bueno Sánchez, «México y “las tres culturas”», en: «Tres culturas», «las tres culturas» [Recopilaciones cronológicas del uso de algunos rótulos y términos].

O, quizás, el manuscrito se refiera a algo relacionado con apoyos político religiosos y electoreros, del tipo de lo que cuenta Roldán, Nayeli, «Humanismo Mexicano, la agrupación política con miembros de La Luz del Mundo que opera a favor de [Marcelo Luis] Ebrard [Casaubon]», Animal Político, 21 de junio de 2023, animalpolitico.com

{15} Al revisar el manuscrito para su publicación, me pareció encontrar la contradicción siguiente. Si los diablos hablan de los hechos narrados como pasados, ¿no podría saberse ya si Carnemomia tuvo éxito en lo que planeó? No haría falta interrogarlo; bastaría que Calvatrueno comprobase lo sucedido en los lugares aludidos. Para salvar la contradicción pueden plantearse las siguientes explicaciones. Por un lado, el diálogo es relativamente cercano a 2024, por lo que todavía se desconoce el éxito de las misiones. Por otro, quizás lo proyectado por Carnemomia –que, al fin y al cabo, nunca se nos concreta del todo–, es tan complejo que solamente pueden inferirse relaciones de causalidad de lo que diga el viejo diablo y lo que analice Calvatrueno. Finalmente, puede que el manuscrito esté ambientado siglos y milenios después de las últimas dos aventuras de Carnemomia; sin embargo, tal vez los diablos, una vez regresan al Infierno, ya no saben qué sucede entre nosotros. Eso explicaría sus ansias de tener apalabradas las capturas de las almas.


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