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Fortunata y Jacinta

Hispanofobia: el humanismo italiano

Forja 017 · 12 enero 2019 · 13:02

¡Qué m… de país!

Buenos días sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy tenemos un capítulo sorpresa. Les explico: Fortunata, que es la menos juiciosa de las dos, había anunciado en redes sociales que este capítulo se titularía “Anticlericalismo II”, y que estaría dedicado a explicar cómo las élites políticas e intelectuales españolas empezaron a asimilar los prejuicios hispanófobos de los ilustrados franceses a partir del cambio dinástico del siglo XVIII, y cómo gran parte de esos prejuicios iban dirigidos específicamente contra la Iglesia católica por eso de que los franceses habían tenido una forma muy peculiar de ser católicos…

Pero ya conocen ustedes a Jacinta: de pronto se dio cuenta de que no se podía explicar lo de la hispanofobia de los ilustrados franceses sin explicar previamente qué carajo había sucedido en los siglos XV, XVI y XVII… Total, que el otro día, mientras desayunábamos café con galletas, decidimos dedicar este capítulo a presentar un esquema general de la problemática de la Leyenda negra antiespañola desde el siglo XV, que es cuando surge en Italia, hasta la aparición de Lutero y el protestantismo.

Ya saben ustedes que como Jacinta es muy ordenadita, quiere hacer algunas aclaraciones antes de meterse en harina: la primera es recordar que si a Jacinta le interesa tanto la historia es porque hoy día se instrumentaliza la historia de España con fines ideológicos y políticos. Si esto no sucediera, Fortunata estaría hablándoles de arte o de otras mandangas y no de cosas que sucedieron hace 500 años, lógicamente.

Podríamos resumir todos los tópicos que acompañan la vida política de la España actual en esta suerte de exabrupto suicida que seguro que han escuchado ustedes más de una vez: “España es un caso impresentable dentro del concierto de naciones y por tanto hay que destruirla porque nos avergüenza… ¡Nos avergüenza! ¡Este es un país de palurdos que van a los toros y de catetos que votan a la extrema derecha! Pero a nosotros lo que nos gusta es… ¡Es Alemania o Portugal misma! ¡Cualquier cosa menos España! Porque anda que no son majos los portugueses y los suecos y los islandeses… ¿Y qué me dices de los suizos, que no exterminaban indígenas ni destruyeron al-Ándalus? Esos sí que son majos y encima tienen una democracia verdadera, los suizos, no como aquí, que esto es un fiasco, una treta de los franquistas, ¡un horror lleno de agentes de la Inquisición y de fanáticos católicos engendros de Lucifer! ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!”

Este tipo de ideas no solo son oportunamente aprovechadas por los nacionalismos fraccionarios que, desde 1898 se muestran inasequibles al desaliento, sino que están en la base de las autodenominadas izquierdas que a partir de los años 60 fueron renunciando poquito a poco, pero sin descanso, a la defensa de la nación española. Pero esta vergüenza también modela, sin decirlo muy a las caras, la acción política de casi todos los grupos que se dicen de derechas. Como diría Gloria Fuertes, ¡Ay madre del amor hermoso, qué prejuicios tan horrorosos, de estos ‘pecaíllos’ se libran pocos o muy pocos!

Pero los que no se libran seguro son esta pandilla de pusilánimes intelectuales que adornan nuestra historia: escritores, profesores de universidad, gentes del mundo del arte y del cine, periodistas, historiadores, etc. Para entender por qué el prestigio de esta presunta intelectualidad nuestra es directamente proporcional a su antiespañolidad hay que entender qué sucedió en el siglo XVIII.

La segunda aclaración que tenemos que hacer es que la Historia de España está condicionada por dos fenómenos muy particulares: por un lado, España nace como Imperio antes que como nación política y consecuencia de ello es que España arrastra desde el siglo XV hasta nuestros días una Leyenda negra grande como un Himalaya. No tener en cuenta estos dos factores hará que todos nuestros análisis se salgan de plano, que la visión de conjunto se nos desenfoque completamente. Es como si un miope tratara de pintar un paisaje lejano al natural: le saldrá borroso. Tener en cuenta la Leyenda negra a la hora de analizar la situación política actual en España es como si ese pintor miope por fin se pusiera gafas: ¡Tachán!

Tercera aclaración: a toda acción imperial le corresponde una fuerte oposición, una propaganda enemiga que siempre es enunciada por las élites intelectuales de aquellos territorios que se encuentran bajo el dominio de ese poder imperial. Y como estas potencias imperiales imposibilitan cualquier oposición militar, política o comercial, generalmente se opta por machacar su prestigio: le pasó a Roma, al Imperio mongol, al español, al ruso y ahora le está sucediendo a los EEUU de Norteamérica.

Esta propaganda enemiga tiene un mecanismo muy sencillo: la caricatura, que consiste en magnificar o sobredimensionar aquellos hechos que pueden perjudicar la imagen del Imperio y reducir, distorsionar o directamente silenciar aquellos otros hechos que puedan objetivamente beneficiarla. Otra estrategia muy querida por estos odiadores es, por supuesto, la falsificación histórica. Estas potencias enemigas suelen generar en paralelo una leyenda rosa propia, que funciona con una metodología inversa: se engrandecen los aciertos propios y se silencian los fracasos.

Así, por ejemplo, la Inglaterra de Isabel I generó el mito de la destrucción de la “Armada Invencible” de Felipe II siendo ella misma (la propia Inglaterra) la que construyó el relato de la catástrofe naval y la que le puso nombre. Y así es contado en las películas, en la Wikipedia, en las series de televisión, en los libros de texto o en los documentales de la BBC que se distribuyen por todo el mundo. Pero casi ningún europeo, incluidos millones de españoles, sabe que Inglaterra organizó cuatro “Armadas Invencibles” (por emplear su misma terminología) con el objetivo de invadir España y que todas ellas fracasaron estrepitosamente, no ya por culpa de los temporales, sino a causa de la implacable acción militar de los ejércitos españoles. Estas derrotas, prudentemente silenciadas en los libros de texto de casi todos los países del mundo, supusieron la ruina casi completa de Inglaterra. Les daré un dato curioso que revela la forma lamentable en que nuestras élites intelectuales se han tragado los tópicos de la leyenda negra: precisamente fueron historiadores ingleses de finales del XIX (y no historiadores españoles del XIX) quienes empezaron a cuestionar el relato histórico defendido durante siglos por Inglaterra en contra de España, un relato que, básicamente, se centraba en señalar la cobardía de los españoles y su ineptitud a la hora de enfrentar el arte de la navegación, la construcción de barcos y el desarrollo de la artillería. No hace falta decir que, a pesar del esfuerzo de algunos honrados historiadores, el relato hegemónico tanto fuera como dentro de Inglaterra sigue siendo el contrario a España y que en las escuelas inglesas se sigue dando la matraca con aquello de que la “Armada Invencible” fue aniquilada por intrépidos y valerosos ingleses.

La propaganda antiespañola se alimenta sobre todo de cuatro acontecimientos principales que orbitan en torno a una fecha muy concreta: el año 1492. En este año tiene lugar la toma del Reino de Granada por los Reyes Católicos, lo que genera el tópico del fanático católico destruyendo la civilizada, brillantísima y súper-tolerante al-Ándalus. Este mito de la Leyenda negra es tardío, se desarrolla en el siglo XIX y por tanto no lo abordaremos en este capítulo. Pero si ustedes están atentos a los discursos de las autodenominadas izquierdas en España verán que, desde hace varias décadas, han asimilado sin pudor esta maurofilia que significa amor, simpatía y admiración por la cultura islámica y desprecio por la cultura católica. En 1492 también tiene lugar, por supuesto, el descubrimiento de América del que surge el tópico negrolegendario de la explotación y el exterminio de los indígenas americanos que es el que sigue más ferozmente activo hoy día. Y también ocurre la expulsión de los judíos, acontecimiento reinterpretado como una muestra del exacerbado antisemitismo español y muy vinculado con otro de los grandes temazos de la Leyenda negra: la Inquisición. Estos son mitos desarrollados también con posterioridad (por cierto, casi todos son fruto de la Ilustración francesa), de modo que los trataremos con calma en próximas entregas.

Aclarados estos puntos, veamos de forma muy esquemática qué pasó con los humanistas italianos.

La Leyenda negra nace en Italia. Recordemos que la expansión de la Corona de Aragón se hizo hacia el Mediterráneo poniendo bajo su dominio al Reino de Nápoles y posibilitando, entre otras cosas, la presencia de los Borgia en Italia. Aquí nace el primer foco de propaganda antiespañola, precisamente de la mano de las élites intelectuales locales: los humanistas italianos. Habría que señalar que no todos hablaron mal de los españoles pero muchos sí lo hicieron y eso fue lo que se impuso en la mentalidad de otros europeos. Es importante señalar que casi nunca es la plebe la que se rebela contra estos poderes imperiales. En el caso de Italia nunca hubo sublevaciones populares ni se organizó una resistencia política en contra de la presencia española. Digamos que el pueblo aceptaba la protección que la maquinaria bélica española les proporcionaba frente al temible enemigo común de la época: el Turco.

Bien, ¿cuál es el contenido de esta primera hornada de propaganda antiespañola? Y algunos pensarán: bueno, pues viniendo de los hiperprestigiosos humanista italianos seguro que se trataba de argumentos razonables y bien justificados. Pues verán, los humanistas italianos consideraban que los españoles teníamos la sangre y las costumbres contaminadas por siglos de perniciosa convivencia con judíos y con moros lo que nos hacía, por un lado, unos sucios (prejuicio racial) y por otro unos impíos, esto es, malos cristianos (prejuicio moral). Fíjense ustedes en la extraordinaria capacidad de adaptación de la Leyenda negra: primero se acusa a los españoles de semitas y luego de antisemitas.

Los humanistas italianos enunciaron otro de los gloriosos estereotipos contra España: nuestra afamada medievalidad. Es decir, nosotros habíamos degradado nuestra herencia romana al asimilar en nuestros territorios y en nuestra cultura a los bárbaros, incultos y brutos godos (germanos) y por ello seguíamos siendo un pueblo anclado a la Edad media, mientras que ellos habían generado el Renacimiento, heredero directo de la clásica Roma. Esto de que España era un país medieval no se decía en un sentido exótico o nostálgico, no. Significaba más bien que éramos unos retrasados, una sociedad obsoleta, subdesarrollada, anticuada, inculta e incapaz de ponernos a la vanguardia del progreso humanístico. Esta imagen de una España medieval y un pelín anticuada alcanzó su cénit con el Romanticismo y sigue operativa en los imaginarios de medio mundo incluidos los propios españoles.

En el próximo capítulo abordaremos una segunda fase de construcción de la propaganda antiespañola, sistematizada en este caso por Lutero y el protestantismo.

Nos vemos en la próxima entrega y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.

 



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