Fortunata y JacintaFortunata y Jacinta
nodulo.org/forja/

Fortunata y Jacinta

¿Qué es España? parte primera

Forja 032 · 12 mayo 2019 · 32.29

¡Qué m… de país!

Buenos días sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy presentamos el capítulo más importante de todos cuantos podamos abordar desde este canal: “¿Qué es España?” o, para decirlo con las palabras de Ortega y Gasset en su España Invertebrada “¡Dios mío! ¿Qué es España?”

Nosotros daremos respuesta a esta difícil pregunta desde la Filosofía de la Historia de Gustavo Bueno, un experimento que trata de explicar la Historia de España a través de la idea filosófica de Imperio y que aparece sistematizada en el libro España frente a Europa, escrito por el filósofo español en 1999.

Ni que decir tiene que esta obra debería ser de obligada lectura, no solo para los que venimos de la tradición hispana, sino para cualquiera que tenga un interés verdadero en la Filosofía y en la Historia. Nosotros, desde luego, se lo recomendamos encarecidamente a todos ustedes: acaba de ser reeditado por Pentalfa Ediciones y está disponible en vegetal y en digital.

Los problemas “prácticos” de España

Quiero invitarles, antes de nada, a que vean o vuelvan a ver el capítulo 29 (“España, Yuval Harari, Star Trek, Hernán Cortes”, Forja 029), puesto que allí se introducen ya algunas cuestiones esenciales. Entre otras cosas, explicábamos que había que distinguir entre los problemas de España (en plural) y el problema de España (en singular).

Cuando hablamos de los “problemas prácticos y particulares” de España nos referimos, por ejemplo, al problema del paro, al demográfico, al de las listas de espera en la Seguridad Social, al de la educación, a los problemas del orden público, etc. Este tipo de problemas, de índole política y no antropológica, son competencia de los políticos que, en su ejercicio, apenas logran agotar un pequeñísimo porcentaje de ellos. Pero tales problemas, que son problemas rutinarios y de la política menuda, no son el problema general de España: no son el Problema (con mayúsculas) de España.

El Problema “práctico” de España

El “Problema de España”, en singular, es un problema vinculado con la unidad y la identidad de España: “¿Qué es España?” Como ven ustedes, esta pregunta necesita una respuesta desde la filosofía, no desde la política menuda.

Con ello no queremos decir que el Problema de España sea un problema meramente teórico o contemplativo, como si fuese un problema metafísico y nebuloso. Se trata más bien de una cuestión práctica: el problema de España, como problema de su fractura, es el principal problema que está hoy día planteado en España a causa del desafío de los nacionalismos fraccionarios y de la posible disolución de España en Europa. Porque, tal y como comentábamos en el capítulo anterior, existen ciertas líneas-fuerza que pretenden definir la nueva identidad de España en cuanto parte formal de Europa.

No olvidemos que Ortega y Gasset había dicho “España es el problema y Europa la solución”. Ortega supo ver (al igual que tantos y tantos ensayistas españoles y no españoles) que, en efecto, había un Problema, una dificultad, pero en su opinión la solución para España era la germanización. El papanatismo de nuestros intelectuales y políticos nos ha llevado a entregarnos completamente a este ideal europeísta que cada vez se está mostrando más como un ideal metafísico.

¿Europa como solución?

Hay que estar muy ciegos para no ver que el proyecto de unidad europea es cada día menos viable y ahí tenemos el Brexit y la nulidad que es Europa en los asuntos geopolíticos en un mundo que está dejando de ser unipolar para ser multitripolar, con tres grandes potencias: Estados Unidos, China y Rusia, o bien India, Hispanidad, Commonwealth, etc.

La llamada Unión Europea no es una plataforma continental con suficiente unidad para afrontar retos geopolíticos, sino más bien una biocenosis en la que durante siglos sus Imperios y naciones se han enfrentado a muerte.

A la idea de una Europa sublime, que es a la que aspiran nuestros políticos, nosotros contraponemos, desde las coordenadas del Materialismo Filosófico, la Europa realmente existente; no esa Europa imaginaria, sino la Europa que opera de verdad, la que distribuye las cuotas de leche y la que importa naranjas desde Marruecos permitiendo que las naranjas valencianas se pudran. Esta Europa real, material, es la que se somete a los dictados de Trump cuando dice que hay que boicotear determinadas exportaciones e importaciones a Rusia y prohíbe a los agricultores españoles exportar fruta al gigante euroasiático.

Para explicar a Europa desde el Materialismo Filosófico, nosotros aplicamos el término “biocenosis”, término extraído de la etología. Una biocenosis es una forma de convivencia sostenida en la competencia y en el conflicto. Esta forma de convivencia es la que más abunda entre las distintas especies vegetales y animales y no aquella propugnada desde idealismos tontorrones, que creen que es posible convivir en paz o en solitario.

La biocenosis es una armonía que consiste en que unos se comen a otros. Es la armonía no de la paz sino de la guerra, siendo en ese conflicto donde se encuentra el equilibrio. Aplicando la idea de biocenosis se ve que esa es la unidad de Europa: una unidad de conflicto, con guerras constantes y con pugnas políticas y económicas permanentes.

No olvidemos que el proyecto de la “Europa de las Patrias” de la que habló De Gaulle, se ha transformado ahora en una “Europa de los Pueblos” que, en realidad, se piensa como una “Europa de las regiones” en oposición a la “Europa de las Naciones (canónicas)”. Culminado este proyecto, ya no hablaríamos de la Europa de España, Portugal, Alemania, Francia, Italia, etc. sino de una Europa de bretones, lombardos, catalanes, vascos, etc. Estas aspiraciones secesionistas en otras partes están bien controladitas (mapa Europa de los pueblos).

Es decir, la unidad de España podría disolverse en una nueva identidad europea. Según este modelo de identidad, los pueblos, culturas o presuntas “nacionalidades” de la Península Ibérica e Islas adyacentes no tendrían ya que considerarse unidas a través de España, sino a través de Europa. Y así lo expresó un dirigente nacionalista al decir: “Separémonos de España, entremos en Europa y allí nos reencontraremos”.

Pero no olvidemos que si Cataluña, País Vasco, Galicia y demás autonomías tienen interés histórico no es directamente, sino a través de España. Estas regiones poseen rasgos riquísimos e interesantísimos para la etnolingüística, para la antropología y para el folclore, pero no para la historia porque no tienen historia enteramente propia, la tienen a través de España.

Por eso resulta tan amenazante este europeísmo papanatas, porque pone en riesgo no solo la unidad sino sobre todo la identidad de España. Porque España no se agota en Europa, su contundente realidad histórica no tiene nada que ver con la de una Andorra: viene de otras fuentes, por ejemplo, tiene a América. Más le hubiese valido a España aproximarse a los países hispanoamericanos antes que formar parte de un club de naciones donde, en el fondo, cada una mira por sus propios intereses.

España como un Problema de la Filosofía de la Historia

En el capítulo 29 explicábamos que el ensayo filosófico es la forma casi obligada para tratar el problema de España globalmente, no en algún aspecto suyo especial. Y ¿por qué? Pues porque la Historia en sentido positivo, la historia fenoménica, la historia de los hechos, no puede dar respuesta a la pregunta “¿Qué es España?”, no alcanza, se queda corta.

Cuando un historiador o un politólogo hablan de España necesariamente tienen que recurrir a ideas como la idea de nación, la idea de imperio, la idea de unidad o la idea de identidad, y estas son ya ideas filosóficas (ideas de la Filosofía política e ideas ontológicas), son ideas que desbordan los límites de las disciplinas positivas de un historiador o de un politólogo

¿Queremos decir con esto que los historiadores están incapacitados para hablar de España? No, lo que decimos es que al hacerlo siempre lo hacen como filósofos, aunque no lo sepan, y que, más allá del rigor positivo del historiador o del politólogo en cuestión, habrá que observar cuáles son las coordenadas filosóficas desde las que habla, porque filosofías no hay una, sino muchas.

La Historia es una disciplina beta-operatoria que supone la intervención de los sujetos corpóreos individuales que la enuncian y que incorpora, por eso, su subjetividad. Por ejemplo, hay historiadores y politólogos que justifican la independencia catalana porque argumentan que Cataluña ya era nación política en el siglo XII. Al hacer esa afirmación, no están operando como historiadores en un sentido positivo, científico, sino como Filósofos de la Historia puesto que aplican al término “nación” de la Edad Media un sentido político que en modo alguno tenía entonces en su uso práctico.

Nación en sentido político es la nación de los ciudadanos iguales ante la ley. Esto solo sucedió con la Revolución francesa y en España con la Revolución española a través de la izquierda liberal y la Constitución de 1812 que decía “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. En el próximo capítulo aclararemos mejor este punto, pero de momento es fundamental entender que antes de estas revoluciones podremos hablar de nación en sentido biológico, étnico o histórico, pero no en sentido político.

Estos historiadores o politólogos proindependentistas actúan, entonces, desde la mala fe o desde la ideología, ocultando o tergiversando hechos y aprovechando la ignorancia o la ingenuidad de la gente del común para lograr sus fines privados y partidistas. A lo mejor habría que considerar a estas personas, no tanto como historiadores, sino como ideólogos mercenarios.

Y algunos dirán: bueno, es que a lo mejor todo es ideología y entonces la Filosofía de la Historia que exponen Fortunata y Jacinta también es oportunista e ideológica. Expliquemos esto brevemente. Como ya hemos señalado, la Historia no es una ciencia exacta sino una disciplina beta-operatoria, de manera que lo que hay que valorar es la potencia que unas explicaciones logran frente a otras. Ya hemos explicado que los historiadores trabajan con dos clases de objetos, las reliquias y los relatos: sobre ciertas reliquias se construyen relatos. Que un relato explique más cosas que otro significa que ese historiador o ese filósofo es más potente que el otro.

Esto se conoce como método apagógico y es el que opera en los diálogos de Platón: Sócrates pone sobre el tapete las diferentes alternativas que salen al paso y opta por la opción más potente o aquella que presenta menos contradicciones, esto es, va eligiendo aquellas opciones que pueden dar cuenta de las otras, que pueden triturar a las demás pero que, al mismo tiempo, no se dejan triturar por las contrarias. Por eso decimos que son más potentes: si mi argumento puede explicar, recubrir dialécticamente, al argumento de mi interlocutor, es porque mi argumentación es más potente. Tenemos el ejemplo de la medicina occidental frente a la de los curanderos: la primera explica a la segunda pero la segunda es incapaz de dar cuenta de la primera.

Del mismo modo afirmamos, que la Filosofía de la Historia que aquí manejamos, que siempre está vinculada a una Filosofía política, es capaz de recubrir dialécticamente a los nacionalismos fraccionarios, pero que los nacionalismos fraccionarios jamás podrán recubrir a la Filosofía de la Historia de Gustavo Bueno. Y esto tiene que quedar muy claro, porque si los nacionalismos fraccionarios llegan a cumplir su objetivo de independencia, lo harán no porque tengan de su parte a la razón histórica, a la verdad histórica, sino porque habrán sabido manejar la propaganda, la educación adulterada, el egoísmo insaciable, la mala fe y los intereses económicos particulares.

Dicho de otra forma: la razón histórica justifica plenamente la independencia de Irlanda en 1917, pero no da cuenta en absoluto de las reivindicaciones separatistas de Galicia, País Vasco, Cataluña u otras regiones de España porque la realidad histórica de Irlanda no tiene nada que ver con la de estas regiones españolas.

El problema de España que, repetimos, es el problema de la unidad y la identidad de España, exige tomar partido sin ambigüedades de ningún tipo. A mí no me vale la posición cómoda y confortable que ofrecen los relativistas, posición que invita a empatizar, a tratar de comprender las razones del otro y a solidarizarse con sus necesidades. Esas pueden ser virtudes muy necesarias y loables en nuestras experiencias interpersonales y afectivas, pero en relación a la realidad política de nuestro país resultan de una inocencia atroz, una inocencia que pone en grave riesgo la eutaxia del Estado (recordemos que eutaxia es la conservación de la sociedad política a lo largo del tiempo).

Imagínese que usted vive en un pueblo y que al señorito de su pueblo (todos sabemos bien a qué nos referimos con esto de señorito, ¿a que sí? Esos que de verdad se creen con más privilegios que los demás), bueno, pues resulta que un buen día al señorito de su pueblo se le ocurre reclamar para sí la piscina municipal y la alameda del parque, más que nada por una cuestión de sentimiento (un sentimiento de pertenencia) y apelando a no sé qué suerte de derechos históricos y patatín patatán. Curiosamente, el señor Alcalde (léase nuestros Presidentes de Gobierno), le bailan el agua al señorito de pueblo por esto de no molestar. ¿En serio usted se avendría a comprender las razones del señorito de su pueblo, poniéndose en su lugar, pobre hombre, y solidarizándose con él? ¿O más bien armarían usted y sus vecinos una revolución que se oiría hasta Algeciras?

Si alguien quiere solidarizarse con las demandas secesionistas, que investigue primero su trayectoria histórica, las causas que los promovieron, los intereses que persiguen, los argumentarios que utilizan y los poderes que los apoyan. Si alguien se siente tentado a simpatizar con los supuestos derechos de estas pobres minorías oprimidas, que estudien el origen de las ideologías nacionalistas vasca y catalana y su literatura extremadamente agresiva y racista, surgida al amparo de la rica burguesía y de ciertos sectores eclesiásticos muy concienciados con la causa, por cierto.

Dialéctica de Estados

En este canal, insistimos las veces que hagan falta, se habla de dialéctica de Estados y de dialéctica de Imperios, porque lo que la realidad fenoménica nos muestra una y otra vez es que el mundo no se organiza a partir de principios de amistad y de solidaridad mutua, sino que siempre se establece una competencia entre unos grupos humanos y otros.

Los príncipes alemanes o Guillermo de Orange, por ejemplo, no se enfrentaron a Carlos I o a Felipe II porque fueran personas malas, malísimas, sino porque España ejercía entonces el poder hegemónico en Europa y ellos querían también su cuota de poder. Es decir, la historia es un fenómeno de supervivencia y cuando existe un poder hegemónico, muchos poderes pequeños contienden con él y lo hacen de todas las formas posibles, utilizando la mala fe, la propaganda sin escrúpulos y la guerra.

El fenómeno de los separatismos en España son una muestra más de que tal armonismo universal no es más que una fantasía infantil que puede resultar nefasta cuando es secundada ingenuamente por políticos y ciudadanos. Los partidos secesionistas buscan la creación de un Estado propio (de ahí la dialéctica de Estados) y para ello necesitan denigrar a la Nación canónica a la que pertenecen y tildan de opresor al Estado español para hacerse presentables frente a la ONU o frente al resto de naciones canónicas y apropiarse, de este modo, de su territorio. Porque, no lo olvidemos, sin territorio no hay Estado.

Por eso es una ficción insistir en la llamada “política de paz” o apelar al consabido “diálogo”, porque para los vascos, gallegos y catalanes “secesionistas” la paz significa separación y el diálogo significa independencia. Para el resto de españoles, incluidos vascos, gallegos y catalanes no secesionistas, la paz significa unidad territorial y política de España.

España y la Historia Universal

Nosotros abordaremos la Historia de España desde la idea filosófica de Imperio, y no porque pretendamos reconstruir de forma nostálgica y paleta a ese glorioso Imperio español (como muchos bobos piensan), sino por un hecho evidente y es que si España tiene relevancia en la Historia Universal es porque fue un Imperio y no un Imperio cualquiera, sino un Imperio que pretendía la universalidad: un Imperio católico (recuerden ustedes que católico significa universal).

Es habitual entender la Historia Universal como la Historia de la Humanidad, pero esta definición es por sí misma metafísica, implica una sustancialización de la Humanidad. Ya hemos explicado en otros capítulos que hay filosofías espiritualistas que tienden a sustantivizar ideas tales como la idea de Humanidad, es decir, que manejan ideas metafísicas. Este tipo de filosofías, muy comunes en nuestros días, interpretan a la Humanidad como una sola y toda igual y la toman como sujeto de la Historia.

El krausismo, por ejemplo, inserto de lleno en la socialdemocracia española, sostenía que la Humanidad en bloque (con mayúsculas) progresaba hacia un estado armonicista universal gracias al impulso del amor universal. Pero fíjense ustedes en lo que esto implica: una humanidad que actúa en bloque y de forma solidaria en pos de un destino común… ¿Pero eso qué es? ¿Quién es esa señora llamada humanidad? Echen un vistazo a su alrededor ¡Eso no existe! La Historia la hacen los hombres o, más concretamente, los grupos de hombres a lo largo del tiempo, y no la humanidad. La humanidad no hace nada, la Humanidad no es operatoria.

Entender la Historia Universal como la Historia de la Humanidad (una sola y toda igual), supondría dos cosas: en primer lugar, aceptar que existe un punto de vista exterior a la Humanidad misma, un punto de vista privilegiado capaz de observar ese deambular de la señora Humanidad. En segundo lugar, aceptar que quien ocupa ese lugar privilegiado es capaz de transmitir a los historiadores eso que ve para que luego los historiadores escriban libros sobre “Historia Universal” o “Historia de la Humanidad”. Y ahí radica el problema, ¿cuál es ese punto de vista externo? ¿Acaso el ojo de Dios? Esa es la Historia Sagrada, la Historia contemplada desde el Cielo, la «Ciudad de Dios» de San Agustín. ¿O será, más bien, el ojo del Gran Zoólogo, aquel que observa la evolución de las especies?

Pero ni podemos ponernos en la perspectiva de Dios ni en la del Gran Zoólogo porque eso sería situarnos más allá de las partes y la única posición que podemos tomar para estudiar la Historia Universal es a través de las partes. Y tales partes que configuran la Historia Universal son los Imperios Universales (o con pretensiones universales). Es decir, solo podemos abordar la Historia Universal en un sentido diamérico (a través de las partes), y no en un sentido metamérico (más allá o por fuera de las partes).

No es la Humanidad, sino siempre alguna parte de esa Humanidad (unos grupos frente a otros) quienes pueden proyectar planes y programas con intención de afectar a toda la Humanidad y eso solo lo hacen los imperios. Desde esta perspectiva, la famosa frase “la Historia la escriben los vencedores”, no tiene que entenderse exclusivamente como esa capacidad que tienen los vencedores para seleccionar los relatos o para contarnos la historia a su conveniencia, sino porque son los vencedores los que, para bien o para mal, han hecho la Historia.

Dicho de otra manera: si hay una sociedad que se atreve a hablar en nombre de la humanidad, es porque esa sociedad controla al resto de sociedades. Es una parte la que está intentando organizar a las demás y justo esto en términos políticos es lo que se llama un Imperio. Por eso el concepto de Imperio es el que está ligado a la Historia Universal y la Historia Universal es la Historia de los Imperios.

¿Cuándo empieza España?

Como pueden ustedes imaginar, en torno a este punto tan controvertido sobre el origen de España hay muchas teorías. Por ejemplo, muchos ponen este origen en la llegada de los visigodos aduciendo que ocuparon toda la Península: entienden que ahí se cerró la unidad de España en un sentido territorial, geográfico.

A raíz de esta pregunta sobre ¿cuándo empieza España? Circulaba, asimismo, parte de la famosa polémica entre Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz. Abordar esta controversia en toda su complejidad exigiría un capítulo completo como mínimo. Baste decir que Sánchez Albornoz hablaba continuamente de "solar hispano" para referirse al componente territorial-geográfico según el cual todo lo que históricamente se haposado sobre él, crea antesala de lo "español" (sedimenta la esencia, el carácter de lo "español"). Américo Castro se opondría a esta especie de esencialismo (la idea de una España eterna que podría venir desde Atapuerca o antes), poniendo el punto de partida de España en la mezcla de los factores cristiano, musulmán y judío.

Desde nuestras coordenadas filosóficas, rechazamos la idea de esa suerte de España eterna sugerida por Sánchez Albornoz porque si bien Homo antecesor dejó su impronta, como es natural, lo cierto es que ni el hombre de Atapuerca era burgalés ni Atapuerca era Burgos. Nosotros nos aproximamos algo más a la idea de Américo Castro, aunque incorporando algunos matices importantes o muy importantes.

El Materialismo Filosófico entiende la idea de España no como una sustancia metafísica, espiritual y eterna, sino como una sustancia actualista, dado que su identidad cambia continuamente. La idea de España no es, por tanto, una idea que viene de los cielos, sino que viene de la historia, de la materia real que nos envuelve, y por tanto aquí hablamos de la realidad material y objetiva de España, de su realidad histórica.

Por ello abordaremos la cuestión de ¿Qué es España? a partir de las ideas de unidad e identidad, que son ideas propias de la Metafísica tradicional desde Parménides hasta Hegel y que atraviesan toda la filosofía escolástica. La idea de identidad llega hasta nuestros días ya completamente deformada, cuando se exacerban estos componentes identitarios con fines ideológicos y políticos y cuando se habla de identidad en un sentido gremial y excluyente, tal y como hacen los nacionalismos fraccionarios o los indigenismos, por ejemplo.

La unidad peninsular encontró su primera forma de identidad política como parte del Imperio romano. Pero desde las coordenadas del Materialismo Filosófico, esa unidad todavía no hacía referencia a la identidad de España, sino que hacía referencia a Roma: Hispania era una provincia o diócesis de Roma.

Esta identidad de Hispania se transformó con la fragmentación de Roma. Entonces la unidad peninsular recibió una nueva identidad a través del Reino de los visigodos, una identidad que, desde nuestros presupuestos filosóficos, todavía no podemos considerar “España”, precisamente porque los visigodos entraron en la Península Ibérica en nombre de Roma y entraron para ocuparla territorialmente sin rebasarla.

Y precisamente porque entraron para quedarse, los visigodos todavía no son España, y tampoco lo son porque por sus tradiciones pertenecen a una esfera antropológica distinta a lo que luego fue España. Como vemos, con los visigodos se mantiene la unidad, pero no la identidad. Sin embargo, con los musulmanes se rompe la unidad, pero no totalmente la identidad. Será en este encuentro con el Imperio islámico, donde nosotros situamos el embrión de lo que después sería propiamente España. Con ello no queremos decir que el pasado visigótico, romano o prerromano no haya influido en el ser actual de España. Roma es importantísima desde el punto de vista material, por supuesto, muchísimo, pero no puede ser considerada como un precedente formal: Hispania no era España, Hispania era una provincia del Imperio romano.

Y aquí terminamos esta primera entrega dedicada a la difícil pregunta de ¿Qué es España? El viernes publicaremos la segunda parte sesuda y el que se atreva, que vaya leyendo este libro, pero no leer, sino desentrañar.

Y hasta aquí este capítulo de “¡Qué m… de país!”. Damos las gracias a nuestros mecenas y colaboradores y recuerda “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



un proyecto de Paloma Pájaro
© 2019