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Fortunata y Jacinta

¿Qué es España? parte segunda

Forja 033 · 18 mayo 2019 · 42.54

¡Qué m… de país!

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y tal y como anunciamos en el capítulo anterior, hoy abordaremos la segunda parte de “¿Qué es España?”, un experimento que, desde las coordenadas del Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, trata de reconstruir la Historia de España desde la idea filosófica de Imperio.

Avanzamos también que abordaremos esta cuestión a partir de las ideas de unidad e identidad, que son ideas propias de la Metafísica tradicional desde Parménides hasta Hegel. A lo largo del siglo XX, sin embargo, la idea de identidad sale de las aulas escolásticas y llega hasta nuestros días ya completamente deformada, adoptando un sentido puramente ideológico, excluyente, y apareciendo en todo tipo de libros, panfletos, pancartas y tuits

Tenemos identidad hasta en la sopa.

Algunos sienten la identidad dentro de sí, cual si la hubieran tragado en comunión.

Frente a esta maraña de indefiniciones hay que poner orden, es decir, hay que definir, y eso exige recuperar la estructura lógica de ciertos conceptos porque, si no, es imposible entenderse, sencillamente. Nosotros dedicaremos el próximo capítulo a esta cuestión de la exacerbación identitaria, muy vinculada con los temas que aquí tratamos y con la situación actual, que tiene muy entretenidos a nuestros políticos.

Ahora retomaremos nuestro análisis de ¿Qué es España? pero antes queremos insistir en que por muy minuciosas que nosotras nos pongamos en esta exposición oral, jamás podremos dar cuenta de la enorme riqueza de matices que contiene la argumentación de Gustavo Bueno. De modo que incitamos, una vez más, a la lectura pausada de este libro y a la consulta del Diccionario filosófico elaborado por Pelayo García Sierra cuando surjan dudas. Incluiré los enlaces de interés en la caja de descripción de YouTube.

¿Cuándo empieza España?

Citando a Gustavo Bueno, diríamos que todo sujeto está compuesto de múltiples partes, y que ese sujeto nunca está aislado, sino que está inmerso en una red de relaciones no exenta de conflictos. Según esto, la idea de unidad podría definirse como la conexión interna que las distintas partes del sujeto mantienen entre sí, mientras que la identidad sería la relación que el sujeto mantiene, no ya con sus partes, sino con alguna clase del entorno, por ejemplo, con otros sujetos.

Por ejemplo, un bosque conforma una unidad en la que conviven cierta variedad de animales y plantas. Su identidad variará según el tipo de vegetación, la latitud y el clima, la estacionalidad de las hojas, &c. Mirado desde fuera y comparado con otros sistemas biológicos, podremos distinguir, en primer lugar, que se trata de un bosque y no de un desierto o de un jardín. En segundo lugar, podremos identificar su unidad, es decir, podremos darle una identidad: si se trata de un bosque de coníferas o de una selva ecuatorial, por ejemplo.

Entonces, la primera unidad importante de la Península ibérica se logró con Roma: mirada desde fuera y reconocidos sus límites, Hispania se presentaba como una unidad en la que las distintas partes aparecían íntimamente interconectadas. Pero desde las coordenadas del Materialismo Filosófico, esa unidad todavía no hacía referencia a la identidad de España, sino que hacía referencia a una identidad global que era Roma: Hispania era una provincia o diócesis de Roma, era una parte de Roma.

Con la fragmentación de Roma, esta identidad de Hispania se transformó: entonces la unidad peninsular recibió una nueva identidad a través del Reino de los visigodos. Pero, una vez más, tampoco podemos considerar “España” al Reino visigodo, primero porque por sus tradiciones, los visigodos pertenecían a una esfera antropológica distinta a lo que luego fue España; segundo porque los visigodos entraron en la Península Ibérica en nombre de Roma; y tercero porque entraron para ocuparla territorialmente, pero sin rebasarla, y precisamente porque entraron para quedarse, los visigodos todavía no son España. Les ruego un poco de paciencia para explicar por qué, desde nuestras coordenadas filosóficas, no consideramos “España” al Reino de los visigodos.

De momento quiero que se fijen en que, con los visigodos, se mantiene la unidad, pero no la identidad. Sin embargo, con los musulmanes se rompe la unidad, pero no totalmente la identidad. Será en este encuentro con el Imperio islámico, donde nosotros situamos el embrión de lo que después sería propiamente España. Con ello no queremos decir que el pasado visigótico, romano o prerromano no haya influido en el ser actual de España. Roma es importantísima desde el punto de vista material, por supuesto, muchísimo, pero no puede ser considerada como un precedente formal.

¿Y por qué? Pues porque España nació como Imperio.

España nace como Imperio

El problema de España es el problema de su constitución como Imperio católico. Y hay que entender que este sistema complejo, un Imperio con pretensiones universales que se fue desarrollando a lo largo de los siglos, no se hizo por motivos accidentales o por la exaltación de unos pocos, sino que se constituyó “necesariamente”, dicho en los términos del materialismo histórico.

“Necesariamente” quiere decir que los restos del Reino visigodo, refugiados tras los montes cantábricos y mezclados con gentes astúricas más o menos gotizadas, tuvieron que enfrentarse contra el Imperio procedente del Sur o del Oriente, ese núcleo se vio obligado a resistir frente al Islam. Es aquí donde ya puede decirse que comienza la construcción de España. Covadonga es su símbolo.

Resulta de vital importancia entender que tanto el Imperio islámico como el católico español nacieron bajo el imperativo de recubrir todos los rincones de la Tierra, no a causa de una codicia material y grosera, como van soltando por ahí algunos avispados, sino porque ambas religiones, la musulmana y la católica, tienen vocación universal, ambas tienen la obligación de extenderse y de recubrir a todos los pueblos de la Tierra, una vocación semejante, por cierto, a la de la Unión Soviética, que surgió con la obligación de incorporar al mundo entero.

Y precisamente porque España nació contra el Islam tuvo que desplegar, desde el principio, un conjunto de planes y programas que exigían una expansión indefinida: necesitaba recubrir el imperialismo islámico, que era un empuje ilimitado al que tenía que responder de forma igualmente ilimitada.

Nosotros sostenemos, por tanto, que España nació antes como Imperio que como nación, observación que ya había hecho Marx en “La España revolucionaria”, obra en la que indicaba que una de las anomalías de España era que primero fue Imperio y luego nación, mientras que el caso inglés era al revés, primero fue nación y luego Imperio.

A partir de la coyuntura histórica de la invasión musulmana, se conformó una actitud imperial, con intervalos e interrupciones, pero también con manifestaciones claras y explícitas. Y este es el punto fuerte de esta exposición: esta voluntad imperial o imperialista es precisamente el ingrediente del que carecían los visigodos, quienes llegaron para ocupar la Península, pero no para rebasarla.

Para abordar este punto tan controvertido de la argumentación, Gustavo Bueno utilizó la idea de “ortograma” que podemos definir aquí como un proyecto sistemático, un conjunto de planes y programas dirigidos siempre en una misma dirección.

Roma tenía como ortograma avanzar y, al llegar a un río o al mar, ocupar la otra orilla, pero no pretendió extenderse ilimitadamente a fin de circunvalar la Tierra entera, como sí intentó hacer Alejandro de Macedonia. El Islam tenía, y sigue teniendo, un ortograma infinito, avanzar sin límite, pero vemos claramente que el Reino visigodo no seguía este ortograma: su objetivo era ocupar la Península ibérica pero no rebasarla.

El núcleo que nosotros consideramos el embrión de España, núcleo que se mantuvo en torno a los reyes asturianos y leoneses, siguió a lo largo de los siglos y por encima de la fractura provocada por el Islam, un ortograma permanente cuya voluntad era avanzar sin límite, para combatir al Islam, que también era infinito.

Esta voluntad imperialista se percibe claramente a partir de Alfonso II y hay que advertir que la Monarquía de Oviedo no fue en absoluto un reino minúsculo, sino que pronto ocupó Galicia, todo el Norte, el Duero y Lisboa llegando incluso Alfonso III hasta Algeciras y dando el salto hacia África. Este ortograma se continuó y fue renovado enteramente por Sancho III, Alfonso VII, Alfonso VIII y, por supuesto, por Alfonso X el Sabio y resulta esencial entender que dicho ortograma no se agotó en la Reconquista, sino que siguió avanzando, y a la Reconquista se sumó la Conquista de nuevos territorios.

Precisemos esta cuestión para que quede bien fijada:

→ 1º: Este ortograma, es decir, este conjunto de planes y programas, se va constituyendo en el propio proceso de la Reconquista: no existe antes. Ortograma y Reconquista son inseparables.

→ 2º: Es un error interpretar Covadonga o la Reconquista como procesos meramente religiosos: son procesos donde trono y altar están conjugados.

A este respecto se producen muchas interpretaciones. Pueden encontrar varios ejemplos en el apartado “Debate historiográfico sobre la «Reconquista»”, inserto en la entrada “Reconquista” de la Wikipedia.

Aquí tenemos un ejemplo de manipulación histórica hecha desde la óptica de la Iglesia. Cuando Juan Pablo II visitó Covadonga se colocó una placa conmemorativa en la que no se menciona a España, ni a Asturias, sino que se presenta a Covadonga como “una de las primeras piedras de Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura”. Aquí vemos esta idea de una Europa que todo lo absorbe. O este otro testimonio: en 1918, Gabriel Alomar muy vinculado con el nacionalismo catalán, sostenía que a falta de “cohesión étnica y de sentimiento dinástico (esto es lo que él sostiene, claro) La única nota de unidad en los días de Covadonga era la religión”. Y completamente seducido por el mito de al-Ándalus dirá: “En aquella hora histórica, ¿cuál de los dos pueblos representaba la causa que hoy llamaríamos de la civilización? Seguramente los árabes (…) Eran una flor de cultura que se expande sobre el tallo nativo cuando llega su momento” Y continúa: “España no comprendió que había un elevado ministerio de paz que no debió rehuir: el de recoger amorosamente el brillante y efímero tesoro del alma Islámica”.

Esta maurofilia u optimismo idealista, que solo ve amor, colaboración y generosidad entre moros y cristianos, está muy extendida hoy día entre nuestras autoproclamadas izquierdas.

Génesis y estructura del Imperio Español

Recapitulando: en su génesis, España (o el embrión de lo que después sería propiamente España), no empieza como un insignificante núcleo de resistencia en las montañas del Norte de la Península, sino que nace con voluntad imperialista. La llamada «Reconquista» sólo era un primer paso que había de ser rebasado por un ortograma (unos planes y programas) que identificamos con la construcción de un Imperio. Es decir, con ese núcleo que quedó aislado en torno a Pelayo no empieza propiamente una reconstrucción del Reino de los visigodos, sino que nace algo nuevo, un principio de jefatura que se sirve, lógicamente, de algunas instituciones visigodas, pero que nace con voluntad de absoluta novedad, nace con voluntad imperial.

Estas nuevas unidades parciales (Asturias, Navarra, Barcelona) se mantendrán más o menos acorraladas bajo la norma de “la resistencia al invasor” y esta estrategia fue sostenida, renovada y consolidada por las distintas dinastías cristianas hasta extenderse por toda la franja cantábrica del Norte Peninsular. Se establece así un ortograma imperialista justificado ideológicamente a través de la Idea política y religiosa de la “Reconquista”.

Hemos dicho “la Idea política y religiosa de la Reconquista”, recuerden ustedes: trono y altar, no solo altar. Es importante fijar esta idea porque, en contra de lo que se suele pensar, en el caso de España el trono tuvo a menudo que poner freno al altar. Tenemos el ejemplo de la Iglesia de Roma empeñada en implantar el latín en América para llevar a cabo la evangelización, situación a la que se opuso el Rey Católico. Desde el punto de vista de la iglesia, lo importante era que hubiera cristianos, pero desde el punto de vista del trono interesaba que los nativos hablaran español para que fueran españoles.

Ya hemos advertido en la introducción que nosotros no podemos ser exhaustivos a la hora de ofrecer datos documentales y bibliográficos, pero no olviden que esta reconstrucción de la Historia de España está amplia y riquísimamente fundamentada en fuentes especializadas en la Edad Media. Por citar solo dos de las más sobresalientes, tendríamos la obra de Menéndez Pidal “El Imperio hispánico y los cinco reinos” y la de José Antonio Maravall “El concepto de España en la Edad Media”, esta última con más de 2.000 notas a pie de página, trabajos que demuestran fehacientemente que tanto la idea de Imperio como la idea de España ya eran operatorias en tiempos de los alfonsos asturianos.

Enunciemos, por tanto, cuatro hechos esenciales que confirman que la ruptura con el Reino visigodo fue total. 1º: a este proceso se le llama “Reconquista” desde el principio; 2º: tanto los Alfonsos asturianos como los reyes leoneses y castellanos que les sucedieron reivindicaron el título de Emperador; 3º: ningún rey cristiano se casó con reina o princesa mora ni al revés tampoco; 4º: ningún rey de León ni sucesores se llamó con nombres de reyes godos: ninguno se llamó Leovigildo o Ataúlfo, sino que las dinastías empezaron desde el principio: Alfonso I, II, III, &c.

Y no olvidemos un detalle esencial, y es que una vez reconstruida la unidad perdida que, por cierto, ya se había desbordado hacia el Mediterráneo con el Reino de Aragón, se da inmediatamente el salto hasta África (donde todavía permanecía el Islam), las Islas Canarias y hacia el Atlántico, ruta por la que se pretendía “envolver a los turcos por la espalda”, tal y como opinaban John Elliott y otros.

Esta España se diferencia de la Hispania visigoda en que era incapaz de permanecer circunscrita al perímetro de la península y se vio en la coyuntura geopolítica de tener que rebasarla y ya a principios del siglo XIII en el “Cantar de mio Cid” se piensa en la expansión hacia África. Es en este desbordamiento de los límites peninsulares donde aparecen América y más tarde el Pacífico. En ese momento, no solo la unidad peninsular se ve amplificada territorialmente, sino también su identidad pues aparece la Comunidad hispánica.

Y es que mirar a España es mirar al mundo porque, con tal Descubrimiento y tal Conquista, se darían los primeros pasos hacia la configuración dialéctica de un mercado mundial (como reconocerían Marx y Engels en el Manifiesto comunista). Y la política empezaría a ser geopolítica, porque ya el escenario, el mapamundi, suponía la redondez de la Tierra. Fue desde España desde donde se llevó a cabo la primera globalización efectiva, la primera vez que se comprobó positivamente que la Tierra era redonda. Una hazaña imponente que parece que nuestros políticos actuales, alcoholizados de europeísmo y de Leyenda Negra, desprecian y ningunean como si no hubiese tenido la menor relevancia histórico-universal.

Por tanto, vamos a resumir los puntos más importantes en este esquema:

→ 1ª fase (VIII al XV): España nace con voluntad imperialista: los restos del Reino visigodo se agrupan en expansión global “obligada” contra el Islam. No olvidemos que, en esta primera fase, promovida bajo la norma de la “resistencia frente al invasor”, también se contiene la avanzada de los musulmanes hacia el interior del continente europeo y que, al mismo tiempo, el Reino de Oviedo tiene que frenar las intenciones expansivas de sus vecinos: Bernardo del Carpio, sobrino de Alfonso II, derrota en Roncesvalles a Roldán, el sobrino de Carlomagno, en 808.

→ 2ª fase (fin del XV al XVIII): se produce el desbordamiento peninsular y la unidad de la sociedad española empieza a tomar forma de nación, pero no todavía en sentido político, sino como nación histórica. España continua en Europa su lucha contra el turco y aparece un nuevo antagonista al que tiene que enfrentar: el protestantismo.

→ 3ª fase (XIX y XX): la nación histórica experimentará su metamorfosis en nación política estricta.

Y como entendemos que esta terminología necesita algunas aclaraciones, nos detendremos brevemente para explicar las diferencias entre nación étnica y Nación política.

Usos prácticos del término “nación”

Desde el Materialismo Filosófico interesa subrayar el formato lógico de la idea de nación porque si no se hace este esfuerzo de definición, clasificación y descarte, ocurrirá que cada uno aplicará al término nación el significado que más le convenga y será imposible entenderse.

Como ya sabrán sus Señorías, “nación” es una palabra latina (nascer-nascere) que va adoptando distintos sentidos desde la Edad Media: primero adquiere un sentido biológico (nación de los dientes), luego otro étnico… pero solo a finales del siglo XVIII adquiere su sentido político. Por eso es importante entender que la taxonomía presentada por Gustavo Bueno, que contiene tres géneros y siete especies, es una taxonomía adaptada a la evolución: no se trata de una simple construcción abstracta o de una cuestión escolástica o jurídica, sino que estos géneros y especies de nación responden a realidades efectivas, antropológicas e históricas donde las primeras se involucran en cierto modo en las que le siguen.

Nosotras empezaremos por el final de este proceso evolutivo, y para situarnos hablaremos en primer lugar de las “Naciones canónicas”, que sí tienen sentido político. Estas naciones son las que conforman los Estados-nación actuales, las que están homologadas entre sí y que son reconocidas desde organismos supranacionales como la ONU, la OTAN o la UE.

Vamos a darle aquí la palabra a Lenin, quien escribe en 1914 “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”: «En la Europa occidental, continental, la época de las revoluciones democrático-burguesas abarca un intervalo de tiempo bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Ésta fue precisamente la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, la Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, Estados nacionalmente homogéneos. Por eso, buscar ahora el derecho a la autodeterminación en los programas de los socialistas de la Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo».

Que se enteren muchas luminarias que hablan en nombre de las izquierdas, de que apoyar al separatismo desde un supuesto comunismo es no comprender el abecé del marxismo. Una nación no la hacen unos individuos porque les venga en gana. Harán como mucho una secesión, pero no una nación, por muy voluntaristas que se pongan y por mucho que lo certifique un Parlamento o una Constitución, porque una nación requiere de una realidad histórica: la nación se va haciendo históricamente.

Por tanto, las Naciones canónicas son naciones enteras, son naciones históricamente dadas, mientras que las naciones fraccionarias son naciones en busca de Estado. Estas naciones fraccionarias proceden del rompimiento de naciones enteras, no son anteriores a ella, sino que son parte formal de dichas naciones.

Previamente a estas naciones en sentido político, cabe hablar de naciones en sentido étnico, naciones “como denominación de origen” que son las que operan durante toda la Edad Media y que, como decimos, hacen referencia al lugar de origen. Hacen referencia a un grupo que conserva unas peculiaridades determinadas y que están integradas en el Estado, pero no en un sentido político, atención, esto es lo importante, porque justo es en este punto donde se producen las tergiversaciones más groseras, tratando de hacer pasar anacrónicamente a estas naciones étnicas por naciones políticas.

Por ejemplo, los mercaderes de la Edad Media se distribuían por las naciones de origen, y lo mismo sucedía en las Universidades y en los Colegios mayores, como queda reflejado en los estatutos de la Universidad de Salamanca: y así se hablaba de estudiantes de la nación asturiana o de la nación soriana. Otro ejemplo sería cuando Alfonso VII convoca a su ejército a la nación de los astures: se trata de una nación étnica incorporada a un ejército imperial. En la América del siglo XVI, por ejemplo, podríamos hablar de la nación de los muiscas, y en la España actual de la nación de los gitanos. No son naciones en un sentido político sino en un sentido étnico.

Como tercera especie de nación étnica, tendríamos a la nación histórica que es, quizás, la más difícil de explicar. Algunos territorios maduran históricamente antes que otros, de manera que España, Francia o Inglaterra se conforman como naciones históricas muy pronto: son naciones en sentido étnico ampliado pues, de cara a los de fuera, presentan ya unos rasgos de semejanza y de uniformidad muy precisos. Es decir, materialmente se superponen a la sociedad política pero formalmente todavía no son naciones en sentido político.

A esta situación llega España durante los siglos XVI y XVII, momento en que ya es perfectamente identificada desde la plataforma de los de fuera (ingleses, franceses, &c.) con una unidad e identidad muy bien delimitadas: por eso muchos especialistas coinciden en decir que España es la primera nación histórica de Europa.

Pero la nación en sentido político solo es posible a partir del proceso de lisado que se produce a partir de la Revolución francesa y que da lugar al concepto de ciudadanía: a partir de entonces será la Nación y no el Rey el nuevo sujeto de Soberanía, dejamos de ser súbditos y nos convertimos en ciudadanos, todos iguales ante la ley. Así que, como ya hemos señalado en múltiples ocasiones, esta nueva idea de Nación, este nuevo concepto político, es fruto de un hecho revolucionario, de un hecho transformador que supuso el cambio del antiguo al nuevo régimen y una completa reorganización de las relaciones de poder.

Esta Nación política subsume a las naciones étnicas, es decir, es la Patria: las naciones étnicas no desaparecen con ella, sino que son reabsorbidas según la fórmula de muchos revolucionarios franceses: ya no somos bretones, galos o francos, somos franceses. Si nos fijamos, se sigue aquí como en tantas otras acciones de los revolucionarios franceses, la tradición eclesiástica, en este caso la de San Pablo, cuando en su famosa carta a los Gálatas escribe: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús”. Eso no quiere decir, en absoluto, que Pablo de Tarso pretendiera la aniquilación del componente judío o griego. Todo lo contrario.

Así que cuando en la Constitución de Cádiz se dijo: “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios” no estaba arruinando, en modo alguno, las peculiaridades de los nacidos en Cádiz, o los elementos autóctonos diferenciales de los nacidos en Cartagena de Indias o en Gerona. Del mismo modo, ahora mismo no cabe hablar de lo indígena argentino como algo separable de la Nación argentina; o de lo indígena gallego como algo separable de la Nación española.

Y, atención, porque decir que la Nación política sólo es posible tras los acontecimientos de la Revolución francesa, no significa en modo alguno que previamente no hubiera Estado, sociedad política o instituciones políticas. Cuidado porque esto es importantísimo: Nación no es lo mismo que Estado. Nación siempre hace referencia a personas y Estado es un territorio con leyes, instituciones, normas, &c.

La Nación en sentido político es siempre posterior al Estado, no brota espontáneamente, sino que presupone un Estado previo, un Estado que se transforma en nación a través de unos procesos históricos concretos. Así que, en la Europa del Antiguo Régimen había Estados, por supuesto que los había, pero no había Naciones en sentido político.

Imperio depredador e Imperio generador

Necesariamente, tenemos que abrir este capítulo porque parte del Problema de España es que se configuró como un Imperio generador. Simplificando mucho, diremos que el Imperio depredador es una modalidad de Imperio que pretende que sea una determinada sociedad la que se propone como modelo soberano, modelo al que se pliegan las demás sociedades políticas y que, en el límite, tenderá a anexionarlas bajo su tutela: he aquí la norma del colonialismo.

Se establece una división jurídica entre la metrópolis (el Estado de donde surge el Imperio, su núcleo y base) y las colonias, que son susceptibles de ser explotadas. Es decir, hay asimetría entre la metrópolis y las colonias. Recordemos, por ejemplo, que Francia solo consideraba en sus censos coloniales a los franceses europeos o nacidos de padres franceses. Esas colonias y sus sociedades se ponen al servicio de la sociedad imperialista: el núcleo tiene la facultad de imponer la ley, de depredar o de saquear a las colonias.

Como ejemplos de Imperio depredador tendríamos al Imperio Persa, el Imperio Holandés y el Imperio Británico. Aunque es cierto que ningún Imperio es absolutamente generador o depredador, lo cierto es que hay grados y matices y dentro de esta taxonomía hay que situar al Imperio Español dentro de la modalidad de Imperio generador sin ninguna duda.

Ahora bien, el objetivo del Imperio generador es ponerse al servicio político de todas las partes, orientándose a elevar políticamente a las sociedades consideradas más primarias: el caso de Roma es paradigmático.

El Imperio Español fue un Imperio generador (generador de reinos o de naciones) porque fue ocupando, al estilo romano, las tierras americanas que iba descubriendo y a su paso fue fundando ciudades, universidades, bibliotecas, editoriales, templos, administraciones civiles y concediendo los mismos derechos a los habitantes, en una palabra, civilizando.

El error de muchos historiadores consiste en interpretar al Imperio español como un imperio colonial más, es decir, como un imperio depredador. Solo ven los ejemplos de rapacidad que evidentemente hubo –muchos– pero no ven la norma imperial, la norma generadora que distancia radicalmente al Imperio español de otras empresas colonialistas abrasivas.

Vamos a traer ahora la distinción escolástica entre finis operantis y finis operis. Situados en este contexto, los finis operantis son las motivaciones psicológicas, subjetivas, de los sujetos implicados en el Descubrimiento y Conquista de América, mientras que los fines operis son los resultados objetivos de dicho Descubrimiento y Conquista. Es decir, si los españoles particulares navegaban hacia América movidos por espíritu aventurero o por el deseo de enriquecerse, era algo que se quedaba en la interioridad de cada sujeto y era cosa suya. Allá cada cual con sus motivaciones. Lo importante, o trascendente, son los finis operis, es decir, el resultado objetivo de las diversas operaciones que los españoles llevaron a cabo a lo largo de los siglos, la construcción de un Nuevo Mundo y la exportación de la civilización católica e hispánica a dicho mundo.

Si los finis operantis de muchos españoles embarcados hacia América estaban puestos en su interés personal, los finis operis estaban puestos en el interés de la América hispana de la que salieron 22 naciones políticas que a día de hoy tienen como idioma oficial el español. Para entender al Imperio español o al romano en toda su complejidad, no podemos conformarnos con hacer listas con los casos de rapacidad: hay que ver la diferencia a nivel sistemático. Hubo depredación, por supuesto, pero dicha depredación logró ser canalizada gracias a la visión superior defendida por ejemplo, por Francisco de Vitoria o Domingo de Soto en la Escuela de Salamanca, juristas que lucharon en contra de Ginés de Sepúlveda y de otros teólogos y juristas que defendían una visión depredadora de la Conquista.

El problema del Imperio católico

Será a partir del siglo XVII cuando comenzará a tratarse el problema de España en su perspectiva real, histórica. Es entonces cuando surge el ensayo filosófico propiamente dicho y habrá que ver por qué surge en ese momento y no antes o después: la tesis que nosotros sostendremos es que es entonces cuando se fijan los límites de un Imperio que debiendo ser universal resultó, sin embargo, rápidamente limitado, detenido.

El problema del Imperio Español es que, teniendo como proyecto la construcción de un Imperio católico universal, es decir, la construcción de un imperio generador, se reveló como un proyecto imposible y metafísico. Profundicemos algo más en el asunto: la esencia del Imperio católico debía ser su existencia, es decir, el Imperio católico no podía ser pensado, sino que tenía que ser realizado. Por eso, cuando en el siglo XVII empiezan a verse los límites de ese Imperio (límites impuestos por el protestantismo, por ejemplo, pero también por el empuje de terceras potencias), inmediatamente el Imperio decae.

Según Gustavo Bueno, no encontramos mejor símbolo para este problema ontológico que «el caballero de la triste figura» y «el espejo de la nación española». Pues la figura literaria de Don Quijote de la Mancha encarna en su personalidad individual el problema central del Imperio católico español. La esencia u objetivo de Don Quijote como caballero andante exige su realización, la puesta en marcha, la acción. Es decir, su esencia exige su existencia, y por ello pretende que sea una esencia práctica, y no meramente especulativa, soñada o simplemente delirante. Pero cuando Don Quijote es convencido de su delirio y ve que no es posible su vida como caballero andante, entonces en el mismo momento de saberlo Don Quijote decae, por desfallecimiento de su esencia, y por muerte o fallecimiento de su existencia: Don Quijote «entregó el alma a Dios, quiero decir (aclara Cervantes) que se murió».

Por tanto, cuando decimos que España es un problema de la Filosofía de la Historia es porque el Imperio español, al configurarse como un Imperio generador, no estaba calculado para caer, del mismo modo que no estaba calculado para caer el Imperio romano o la Unión soviética. Estas superestructuras que son la fuente de nuestra realidad presente, fueron limitadas, detenidas, y hay que entender y explicar por qué. Y hay que entender y explicar por qué no encontramos el mismo problema al hablar de la caída del Imperio Persa, del Imperio Holandés o del Imperio Británico.

Si el imperio romano, el español y la Unión Soviética cayeron, fue porque eran posibilidades imposibles, metafísicas, y es este motivo por el que el caso de España despierta tanto interés y asombro en investigadores de todo el mundo y, tanta confusión y desprecio entre muchos españoles.

Conclusiones

Gustavo Bueno distinguió entre existencia e identidad, siendo así que el Imperio romano siguió existiendo, aunque perdió su identidad. Lo que habría que ver ahora es si los españoles queremos mantener la “existencia” de España, aunque su “identidad” se disuelva en Europa o si somos capaces de mantener una identidad clara y distinta en relación a lo que sea Europa y lo que sean las naciones fraccionarias.

A modo de colofón y cierre, permítanme que les lea este texto de Gustavo Bueno: "El Imperio católico cayó sin duda, cayó definitivamente como gran imperio, pero no fue aniquilado (…) Quedan muchas cosas y cosas vivientes que sólo él hizo reales. La principal, el español, la lengua española, (…) Lo que implica el español, como lengua, es una visión del mundo, pero una visión universal precisamente porque es un producto de muchos siglos de incorporación y asimilación de innumerables culturas (como ha ocurrido también con las músicas y los ritmos hispánicos, cuya vitalidad no tiene parangón con los de otras naciones: su sincretismo es un efecto más de «espíritu católico» integrador de culturas: peninsulares, africanas, americanas)”.

Y continua: “España es una Nación política y la única, pero es más que una Nación. Si se produjera la escisión, España no desaparecería, seguiría existiendo en la Hispanidad porque la Patria verdadera de España estará siempre en la lengua”. En cualquier caso, nosotros seguiremos plantando beligerancia a las ambiciones secesionistas.

Y hasta aquí este capítulo de “¡Qué m… de país!”. Damos las gracias a nuestros mecenas y colaboradores y recuerda “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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