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Fortunata y Jacinta

Segunda República española. Memoria histórica y conciencia subjetiva

Forja 043 · 12 agosto 2019 · 23.02

¡Qué m… de país!

Segunda República española. Memoria histórica y conciencia subjetiva

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy aprovecharemos para hacer unas aclaraciones en torno a las coordenadas filosóficas desde las que abordamos estos asuntos tan complejos sobre la historia de España.

Para ello echaremos mano de una magnífica lección impartida por el doctor en filosofía e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno, Luis Carlos Martín Jiménez. La conferencia, que tuvo lugar el pasado 19 de julio de 2019 en el marco de los cursos de verano en Santo Domingo de la Calzada organizados por la Universidad de La Rioja, llevaba por título El estado del malestar: análisis del formato lógico de una idea.

Pero atención: no haremos un resumen de la conferencia, sino que extraeremos algunas ideas importantes, de modo que invitamos a sus Señorías a que dediquen un segmento de su tiempo estival a escuchar con atención esta lección magistral y así Fortunata podrá aprovechar para descansar un poco… –No le hagáis caso, la menda lerenda ya tiene preparado el guion sobre la chriripitifláutica Constitución de 1931. Dejaré los enlaces sobre El estado del malestar en la caja de descripción de YouTube.

El nervio dialéctico

Lo primero que nos recuerda Luis Carlos Martín Jiménez es que para abordar este tipo de análisis hay que “intensificar el nervio dialéctico” y que este nervio dialéctico hay que ejercitarlo en función de la actualidad. Porque hay que recordar que el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno es una filosofía actualista, una filosofía que está enfocada hacia el presente en marcha y que ayuda a dar a luz a las ideas, a descartar las falacias argumentativas y a desvelar las ideologías (pensamientos adulterados y gremiales) que atraviesan los discursos de los políticos y de muchos otros predicadores de nuestro presente, más interesados en adular al poder que en someterlo a crítica.

Por tanto, nosotros elaboramos, desde el Materialismo Filosófico, una filosofía dialéctica y actualista y, en relación a estos temas de la Segunda República española, lo primero que hay que ver es qué postura tiene hoy día pujanza, cual es la figura hegemónica que es necesario triturar dialécticamente.

Pensar es pensar contra alguien

Luis Carlos Martín precisa que “hay que comprobar la actualidad de los problemas tratados para ver cuál es esa figura hegemónica” porque solo así se determinará contra quien se habla, contra quien se piensa. Por tanto, primero es necesario identificar el conjunto de posiciones enfrentadas; segundo, hay que reconocer cual es la posición hegemónica y por último hay que determinar cuál es la posición que nosotros ocupamos.

Nosotros ya hemos advertido muchas veces que aquí no pretendemos la neutralidad, sino que tomamos partido. Pero no lo haremos a favor o en contra de la República, de la Monarquía o de la Dictadura, sino que tomaremos partido en contra de aquellas facciones ­–generalmente políticos, historiadores, predicadores, gentes de la farándula y gentes del común autodenominados de izquierdas–– que hacen un agresivo uso ideológico del periodo republicano con todo esto de la memoria histórica, el guerracivilismo y la alerta antifascista.

Tanto Fortunata como Jacinta consideramos que la figura hegemónica que está operando a pleno pulmón en nuestro presente en marcha es la ideología que respalda cosas como la Ley de Memoria Histórica y contra ella y sus serviles tiralevitas ejercitaremos el nervio dialéctico. Ya advertimos en capítulos previos que este tipo de leyes muestran una conducta propia de sociedades teocráticas o de gobiernos totalitarios al pretender manipular ideológicamente los materiales históricos para establecer, por ley, una historia oficial de España, un discurso sectario y partidista, al margen de todo rigor científico y filosófico. Quienes defienden este tipo de leyes olvidan que el pasado es una construcción científica, no psicológica, como pretende la Memoria histórica que lo que busca, en definitiva, es arrojar sobre otros todas las culpas.

Tratan de presentar a la Segunda República como un noble tiempo de luces y esperanzas, de lágrimas y de sueños truncados… Mostrándola como un feliz periodo democrático y olvidando, como iremos viendo en los próximos capítulos, algunas cosillas por el camino. Olvidan, por ejemplo, que aunque la coalición derechista (o sea, la CEDA) ganó de forma legítima y democrática las elecciones de 1933, no se colocó a Gil Robles como Presidente; o que, ante la posibilidad de perder las elecciones de 1936, Largo Caballero, también conocido como el Lenin español, dijo: “Si triunfa la derecha tendremos que ir a la guerra civil”; o aquel otro momento en que el socialista Ángel Galarza espetó a Calvo Sotelo en el Parlamento: "Pensando en su Señoría encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida"; o esto que recordaba Salvador de Madariaga, diputado republicano en ese momento: "Dolores Ibarruri, la Pasionaria, del partido comunista de las Cortes, le gritó (a Calvo Sotelo): «Este es tu último discurso» Y así fue". Y eso por no hablar de Indalecio Prieto, el del Psoe, que consideraba el voto femenino como un atentado contra la República, mientras Clara Campoamor, de un partido republicano de derechas, argumentaba a favor del voto de las mujeres: “La única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad es caminar dentro de ella”.

Pero, en fin, los ideólogos de la Memoria histórica proponen exaltar de forma acrítica y falsaria todo un periodo histórico – la Segunda República o, mejor dicho, cierto relato sobre la Segunda República– y condenar por decreto a otros (más que nada el franquismo, pero también el Imperio español, que sería como si los iraníes actuales se empeñaran en condenar al periodo de Alejandro Magno).

El enemigo

Por tanto, ¿quiénes son los enemigos de Fortunata y Jacinta? Después de 42 capítulos, ustedes habrán podido comprobar que Fortunata y Jacinta piensa y habla contra los enemigos de España y que si planta barricadas en YouTube es precisamente en defensa de todos los españoles: los que fueron, los que somos y los que serán. Porque a nosotros nos parece muy bien que haya españoles monárquicos y españoles republicanos, españoles que voten al Psoe y españoles que voten al PP… lo que resulta sobrecogedor es que haya tantos españoles anti-España. Y si los hay es porque una parte importante de nuestras élites, tanto españolas como hispanoamericanas, están empeñadas en condenar –por ignorancia, cobardía o mala fe– la acción histórica de España a excepción, claro está, del idealizado periodo de al-Ándalus, los ilustrados con Carlos III, las dos Repúblicas, los gobiernos socialistas del Régimen del 78 y pare usted de contar.

Por eso este canal toma partido, no solo por la defensa de los españoles que hoy día somos, sino por la defensa de la Hispanidad y por la defensa de todas las naciones hispanoamericanas; porque todos estuvimos íntimamente vinculados con aquellos españoles que en su momento fueron. Somos los restos del Imperio español que, si bien ya dejó de existir como unidad política, es evidente que sus efectos siguen activos y el primero es la lengua.

Queridos compatriotas de ambos lados del hemisferio, hoy arrecian más que nunca los ataques contra España y contra los españoles que fueron, los que somos y los que serán. Y si no me creen, lean a José Luis Villacañas, ese lechuzo ilustrado, adulador del poder, empeñado en negar de la forma más cobarde, ignorante y zafia la existencia misma del Imperio español. Este perseguidor de fantasmas sigue empecinado en presentar a España como una nación fallida, frailuna y roñosa, halagando con ello las demandas de los separatistas.

Nuestra posición

El problema del pensamiento hegemónico es que se postula como única posibilidad y por eso es conveniente someterlo a crítica, no adularlo. De hecho, una pista para reconocer a esta figura hegemónica es ver a quién alaban, piropean y exaltan nuestros intelectuales –o como dice Fortunata: nuestros lechuzos ilustrados– y a mí me parece que no alaban, piropean y exaltan precisamente a la Casa Real, ni a Franco, ni a los presuntos partidos de la derecha, ni mucho menos a los de la extrema derecha. Nuestras claraboyas se encandilan con la socialdemocracia, porque hoy día la socialdemocracia es el pensamiento políticamente correcto en todo Occidente.

Así que nosotros seguiremos plantando batalla a los lechuzos ilustrados que, en nombre de la socialdemocracia, y desde sus cátedras universitarias, sus tribunas periodísticas, sus libros, películas, series de tv, poemas o comisariados artísticos, hablan y obran en contra de España. Ya hemos explicado en otras ocasiones que estas doctas claraboyas surgen de la Ilustración del siglo XVIII, cuando, a través de la secularización de los valores cristianos, ciertas élites intelectuales empezaron a presentarse como los nuevos administradores de la moral. Este tipo de ideas prosperaron con la filosofía kantiana y sobre todo con el alemán Krause en España y es la que han absorbido la mayor parte de los partidos políticos e “intelectuales” que hoy día se autoproclaman de izquierdas. Son la contrafigura del cura y hablan en nombre de la Razón y en nombre de la Humanidad con mayúsculas.

Así resume Luis Carlos Martín Jiménez la falsa conciencia de estos intelectuales ilustrados: “Se consideran representantes de una clase distributiva que es la de todos los hombres, la Humanidad, cuando en realidad el intelectual es parte de una clase atributiva: es el que habla a su parroquia, a la socialdemocracia, a sus votantes, son predicadores (…) La contradicción en la que caen estos intelectuales es que cuando están hablando de la Humanidad, disolviendo el Estado y a la Nación, se convierten en lacayos del imperialismo porque dejan paso a las fuerzas reales y efectivas”. Es decir, lo que hacen estos lechuzos –queriendo o sin querer– es ponerse al servicio de los poderes hegemónicos realmente efectivos, poderes que buscan debilitar los principios que estos mismos lechuzos dicen defender con tanto ahínco.

Estos intelectuales o “nuevos impostores” (tal y como los llamaba Gustavo Bueno) tienen la conciencia vigilante para que no volvamos a esa España que ellos identifican como oscurantista, reaccionaria y culpable de todos nuestros males: esa España frailuna y presuntamente medievalizante que tanto miedo da, pero que resulta tan difícil de ubicar. Abajo les dejo el enlace a la contestación que Luis Carlos Martín Jiménez, Iván Vélez y José Luis Pozo Fajarnés ofrecen sobre el libro de José Luis Villacañas "Imperiofilia y el populismo nacional-católico", libro escrito, en principio, contra la obra de María Elvira Roca Barea “Imperiofobia y Leyenda negra”, pero que en realidad es un resentido panfleto contra España y contra los españoles que fueron, los que somos y los que serán.

No existen los hechos puros

Esta otra cuestión que interesa resaltar de la lección de Luis Carlos Martín Jiménez resulta de vital importancia. Muchas veces la doctrina que se tiene de la Historia como disciplina de estudio es positivista, es decir, se da por sentado que existen los hechos puros y que la tarea del historiador es descubrir estos hechos para luego describirlos. Según esta Teoría de la Historia, el hecho está por ahí, en algún sitio, esperándonos, y lo único que tiene que hacer el historiador es descubrirlo y describirlo.

Desde las coordenadas del Materialismo Filosófico entendemos, sin embargo, que no existen los hechos puros porque las ideas ya están configurando el hecho. O, por decirlo de otra manera, los hechos ya están conceptualizados, los hechos están hechos desde las doctrinas y la tarea del filósofo (al menos de los filósofos como Gustavo Bueno) es tratar de identificar esas doctrinas, las ideas que envuelven a los hechos, porque, en caso contrario, nunca superaremos los diagnósticos psicologistas.

Tomemos el caso de Gabriel Jackson, el interesante hispanista e historiador estadounidense que en 1965 publicó su obra “La República española y la Guerra Civil”. Tal y como comentamos en el capítulo anterior, tanto Jackson –favorable a la República– como Ricardo de la Cierva –favorable a la Monarquía– manejan las mismas cifras sobre el resultado de las elecciones de abril de 1931: el 22 % del escrutinio. La interpretación que hacen de estos datos, sin embargo, difiere sustancialmente y Gabriel Jackson se limita a decir que “el 14 de abril todo el mundo, del Rey para abajo, reconoció que solo el voto de las ciudades era lo suficientemente libre como para reflejar la opinión pública”.

No nos meteremos ahora con eso de la “opinión pública”, que es como decir que el Pueblo decide. No señor: como mucho decidirán unas partes de ese pueblo, no el Pueblo con mayúsculas, puesto que tal cosa no existe como entidad real y, por tanto, no puede decidir nada y mucho menos puede hacerlo de forma espontánea.

Nosotros pondremos el foco en eso que dice Gabriel Jackson acerca del voto libre, “solo el voto de las ciudades era lo suficientemente libre”, porque justo ahí es donde se ve el modelo ontológico que está funcionando de fondo en el discurso de este historiador. Lo que viene a decir, más o menos, es que los votantes en las zonas rurales estaban fuertemente subjetivados por los curas y controlado por los caciques, pero que las gentes en las ciudades eran libres a pesar de los artículos que los lechuzos ilustrados publicaban en los periódicos, a pesar del control del voto que ejercían los líderes sindicales y a pesar de los sermones de los políticos (y no olvidemos que muchos eran masones y que esta cuestión no es moco de pavo, como ya veremos).

Lo que está detrás de comentarios como este de Gabriel Jackson y de muchos otros es el luteranismo y es Kant, es decir, es el idealismo alemán. Es la idea de que existe una conciencia subjetiva individual que se autoconoce, decide y vota y que dicha conciencia tiene que ser libre. Y con libre quieren decir alejada de las instituciones, pero sobre todo de las instituciones religiosas y, de forma más precisa, de la institución de la Iglesia católica. Por eso, al hacer el diagnóstico sobre las elecciones de 1931 estos señores no tienen en cuenta el tremendo poder de subjetivación que entonces ejercían las arengas sindicalistas… Porque como no eran curas.

En este punto nos advierte Luis Carlos que el pensamiento político español, de tradición católica y no protestante, siempre ha sido público y que se ejercitaba en la asamblea, en el concejo, en la iglesia, en la comunidad, en lo común. Lo que trae el individualismo ruin de nuestros días es la idea luterana de la vida interior del alma que para los protestantes no es más que leer la Biblia cada uno en su casa, comunicándose íntimamente con dios a través de la conciencia subjetiva. O creer que uno es gato porque se siente gato. O creer que la nación catalana existe porque uno se siente catalán y no español: pero es que ser español no es un hecho subjetivo, señores. Ser español es un hecho objetivo.

La conciencia subjetiva no existe porque la racionalidad humana es siempre una racionalidad institucionalizada, reglamentada, nunca es autónoma ni individual, sino que siempre es colectiva y normativa. Y por eso el señor que se siente gato, por mucho que apele a la conciencia subjetiva, siempre exigirá que las instituciones lo reconozcan como gato. Y por eso el secesionista catalán busca desesperadamente que el resto de Naciones políticas y otros organismos supranacionales como la ONU reconozcan a la ficticia nación catalana, porque fuera de las instituciones la nación catalana es una pura fantasmagoría, no existe, idiota, no es nada. Pero no nos engañemos porque lo que está consiguiendo este individualismo subjetivista con todo esto de la cuestión identitaria es, precisamente, la destrucción de las instituciones, la destrucción de la racionalidad humana.

El comentario de Gabriel Jackson es puro individualismo subjetivista, esto es, ideología alemana funcionando a matacaballo. Y esta es precisamente la doctrina que está en la base del triunfante fundamentalismo democrático, doctrina que consiste en pensar que la Humanidad –con mayúsculas, es decir, hipostasiada, la Humanidad entendida como una sola y toda igual– progresa hacia una democracia depurada, pura, perfecta. Es creer que ser humano es ser democrático y que en caso de no ser un perfecto demócrata se es un monstruo, un infrahumano, porque desde cualquier otra forma de gobierno que no sea la democracia la conciencia subjetiva, libre y autónoma de los individuos no podría operar. Fundamentalismo democrático significa creer que los defectos de la democracia se arreglan con más democracia, es decir, que la democracia es el sistema de gobierno perfecto y que si presenta defectos es porque hay déficit democrático. Y este fundamentalismo democrático es el que en definitiva está detrás de este espantajo llamado Memoria histórica, empeñado en enmascarar el tremendo caos que fue la Segunda República española y la responsabilidad que en ello tuvieron tanto las derechas como las izquierdas.

Una vez superado este patriótico preámbulo, retomaremos la semana que viene la temática central de esta saga haciendo un breve comentario sobre la Constitución española de 1931 que fue, polémica no, lo siguiente.

Y hasta aquí este capítulo de “¡Qué m… de país!”. Damos las gracias a nuestros mecenas y colaboradores y recuerda “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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