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Fortunata y Jacinta

Masonería, Iglesia católica y poder político

Forja 061 · 22 diciembre 2019 · 32.38

¡Qué m… de país!

Masonería, Iglesia católica y poder político

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy empezaremos este segundo capítulo dedicado a la masonería citando a nuestro abnegado creador, Don Benito Pérez Galdós quien, en el número 14 de sus Episodios Nacionales, el titulado “Los Apostólicos”, señala lo siguiente: “(En 1820 la masonería era) una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objeto, una hermandad utilitaria que miraba los destinos como una especie de religión… Y no se ocupaba más que de política a la menuda, de levantar y hundir adeptos, de impulsar la desgobernación del reino; era un centro colosal de intrigas, pues allí se urdían de todas clases y dimensiones, una máquina potente que movía tres cosas: Gobierno, Cortes y clubs”.

Este comentario de Galdós, escrito en 1879, abunda en esa idea bastante generalizada de comprender a la masonería como un instrumento de poder. Sin embargo, las Constituciones de Anderson, consideradas como el inicio de la masonería moderna, establecen la teoría masónica del apoliticismo y de la aconfesionalidad: la segunda Obligación de estas Constituciones se refiere, por ejemplo, al deber masónico de obedecer a las autoridades y de no implicarse en conspiraciones, mientras que la Obligación sexta prohíbe hablar en las logias sobre religión, naciones o política. Pero en la práctica observamos una y otra vez cómo sus miembros contradicen estas normas internas y muchas son las investigaciones que demuestran la fuerte influencia que la masonería ha ejercido históricamente a nivel político. Por tanto, y tal y como advertíamos en el capítulo anterior, tan imprudente es pensar que dichas organizaciones ejercen un poder oscuro capaz de controlar el Todo, como imprudente es despreciar su ascendencia en la vida social, política, económica y religiosa dentro de la dialéctica de Imperios y de Estados, así como en la lucha entre los distintos grupos dentro de estos. Y un ejemplo claro de esta dialéctica de clases fue la Gran Guerra que sirvió, no solo para fragmentar a los proletarios del mundo, sino para dividir a esas logias masónicas que pregonaban la armonía universal humana, pero cuyos cofrades pronto se distribuyeron entre germanófilos y aliadófilos…

Debemos huir, por tanto, de las interpretaciones integristas que hacen del mito masónico el gran responsable de la conspiración universal, pero sin olvidar, por ejemplo, que más de quince Presidentes de los Estados Unidos han sido masones y que esta nación de Norteamérica es la primera potencia masónica del mundo, por encima de la propia Inglaterra, patria indiscutible de la moderna masonería universal desde que en 1717 se fundó la Logia de Londres y en 1723 la Gran Logia de Inglaterra. Tampoco podemos olvidar que las Constituciones Masónicas, impresas por primera vez en este año de 1723, fueron redactadas por dos pastores de la Iglesia Protestante Anglicana y que la Iglesia anglicana es una Iglesia nacional que se gesta, precisamente, contra la autoridad de Roma y cuya cabeza visible es el monarca inglés. Es decir, el poder político y el religioso están inextricablemente unidos en Inglaterra, lo que supondría un cesaropapismo. También es un hecho indiscutido el vínculo histórico que existe entre la masonería y la Iglesia anglicana: en la actualidad, la Reina Isabel II de Inglaterra es, honoríficamente, la mayor autoridad masónica y casi toda la jerarquía episcopal anglicana está afiliada a la Gran Logia de Inglaterra. Todo esto, como es natural, tiene un reflejo en la realidad política de Reino Unido: baste mencionar que, tras la separación de las 13 colonias, la Gran Logia Unida de Inglaterra fue un punto de apoyo fundamental para la construcción del Segundo Imperio británico y para hundir al Imperio español en América. Insistimos: no se trata aquí de identificar a la masonería con ese poder oculto que domina toda la política seguida por Inglaterra y Estados Unidos desde hace dos siglos, sin embargo, consideramos que estos movimientos e ideologías deben tenerse en cuenta sobre todo al componerse con otras que perseguían objetivos compatibles y, tal y como indica Iván Vélez: “Parece evidente que los círculos masónicos sirvieron de caldo de cultivo de ideologías fuertemente antihispanas, pues su oposición al Antiguo Régimen pondrá en su punto de mira uno de los atributos fundamentales de tal Imperio: su carácter católico”.

Hay que valorar, por otro lado, que todas las obediencias masónicas se identificaron con la Ilustración: desde entonces, numerosos políticos en Francia han sido masones y de origen masónico son las divisas “libertad, igualdad y fraternidad” de la Revolución francesa, así como la expresión “Siglo de las Luces”. También es un hecho probado que Napoleón convirtió a la masonería francesa en instrumento político colocando a José I en el trono español, que era Gran Maestre. Volvemos a insistir: no hay que tirar de exageraciones y sostener que la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas fueron exclusivamente producto de un complot masónico, pero hay que tener en cuenta que la masonería formaba parte de dicha trama. Asimismo, en Italia el rey Víctor Manuel II, Garibaldi, Manzini y un sinfín de grandes figuras de la política fueron grandes maestres y todos los llamados “Libertadores” en Hispanoamérica como Miranda, Bolívar o San Martín estaban iniciados en la masonería. Miguel Morayta Sagrario, periodista y catedrático de Historia en la Universidad Central, ideólogo espiritualista español del siglo XIX, republicano federal iberista y anticlerical infatigable, fue cómplice directo del secesionismo filipino. Miguel Morayta fue el primero en ocupar el cargo de «Gran Maestro y Soberano Gran Comendador» del Grande Oriente Español y, como decimos, había tomado muy pronto partido por los anticlericales secesionistas filipinos. En 1890 Morayta funda en Madrid la logia La Solidaridad para españoles procedentes de las islas Filipinas y, a finales de 1890, encarga al estudiante filipino Antonio Luna Novicio que redacte el proyecto de una organización masónica para Filipinas que siguiera el modelo peninsular.

Leemos el siguiente extracto publicado en agosto de 1896 por el periódico La Dinastía: “En cuanto llegan a la Península los jóvenes isleños para cursar Derecho o Medicina en nuestras Universidades, se encuentran con el banderín de enganche que les ofrecen los Círculos Hispano-Filipinos patrocinados por el señor Morayta y sus masones; y allí, en vez de aprender a amar a España, a identificarse con sus instituciones políticas y sobre todo con su religión –lazo el más estrecho entre los hombres– aprenden a odiar una y otras, resultando de ello el divorcio moral entre la juventud filipina y la madre España, base del divorcio material y de la lucha sorda que puede sobrevenir.» (La Dinastía, Barcelona, martes 25 de agosto de 1896, año XIV, nº 5917, pág. 1, cols. 2-3.) Un mes más tarde, publica una nota del que extraemos los siguientes fragmentos: «Lo primero que hicieron al insurreccionarse los filibusteros filipinos, fue asesinar a los frailes (…) De esta doble desdicha nacional no podrán absolver jamás a los masones españoles todos los jueces habidos y por haber.» (La Dinastía, Barcelona, miércoles 23 de septiembre de 1896, año XIV, nº 5946, pág. 1, col. 3.)

Y es que, como ya comentamos en el capítulo anterior, la masonería moderna –la llamada masonería especulativa o filosófica– nació en Inglaterra a principios del XVIII con una clara vocación anticatólica que resultó muy útil para la configuración nacional de Inglaterra, pero que derivó en un anticlericalismo feroz en aquellos países que se habían mantenido fieles a la Iglesia de Roma, creando graves disensiones internas. También hay que señalar que este primer afán anticatólico derivaría en un proceso de descristianización completo de los principios masónicos, lo que desataría un enfrentamiento aún más enconado con el Papado. Veamos esto con calma.

Breve historia de la masonería

Lo primero que debemos advertir es que la masonería no es un movimiento unitario ni armónico, sino que masonería se dice de muchas maneras y a la vista está la gran variedad de obediencias, rituales, Grandes Orientes, Grandes Logias y Triángulos que coexisten en la actualidad. Hay que señalar, por otro lado, que el origen de todas estas organizaciones es de tradición inequívocamente cristiana y que en su desarrollo histórico aparecen claramente marcadas dos eras o dos épocas bien diferenciadas: la masonería llamada operativa o antigua y la masonería moderna, llamada especulativa, filosófica o simbólica (aunque también valdría decir mitológica, y de una mitología oscurantista y confusionaria, como ya apuntamos en el capítulo anterior).

La masonería operativa es aquella vinculada con los grandes constructores de catedrales desde la Alta Edad Media hasta el XVII y, como vemos, el término tiene un carácter profesional, denota un oficio. Esta masonería primitiva fue reconocida y protegida por la jerarquía eclesiástica y gozó de abundantes privilegios durante la Alta Edad Media. De hecho, el papa Bonifacio IV puso bajo su protección a los masones en el año 614, situación que permitía a los maestros constructores viajar sin restricciones por todos los territorios de la Cristiandad para edificar catedrales, conventos, palacios y otros grandes edificios de la época. Ya en siglo IX aparecen los primeros masones libres (francmasones) que se desvinculan de las órdenes monásticas y empiezan a organizarse en torno a asociaciones gremiales con un agudo sentido corporativista que se traducía en ayudas mutuas generosas. Se reunían y vivían en talleres anejos a la zona de obras a los que llamaban logias –palabra de origen italiano– y, al igual que ocurría con otros gremios, los masones mantenían en absoluto secreto sus conocimientos sobre arquitectura, albañilería y tallado de la piedra: intentaban que su oficio no se devaluara creciendo en exceso, es decir, trataban de preservar el monopolio profesional. La tradición del secretismo masónico proviene de esta reserva gremial de los albañiles medievales a divulgar sus conocimientos sobre el arte de la construcción. Ya en el siglo XIII Etienne Boileau, gran preboste del gremio de mercaderes de Paris, decía: «Los albañiles tienen un secreto que les es propio, durante su reunión ritual prestan un juramento solemne de guardarlo y, a continuación, se dirigen a la morada del Gran Maestro de la Orden, donde se celebra un banquete».

Por medio de rituales de tradición oral, era en esos talleres o logias donde se celebraban las iniciaciones para cada uno de los tres grados de la masonería operativa, iniciaciones que comprendían, por un lado, secuencias profesionales (relacionadas con el conocimiento del arte de la construcción) y también secuencias simbólicas (donde poco a poco empezó a mezclarse la tradición cristiana con la tradición legendaria, esotérica y gnóstica). Precisamente por incorporar ciertos componentes de tradición pagana, ajenos a la doctrina cristiana, la Iglesia empezó a recelar de ciertos comportamientos masónicos y ya en el Concilio de Rouen de 1189 se prohibieron ciertas asociaciones. Porque hay que tener en cuenta que el catolicismo, en tanto universalismo, se opone a todo secretismo y a todo gnosticismo.

Con el ascenso de la burguesía durante el siglo XV y la puesta en marcha del nuevo sistema mercantilista y pragmático del Estado moderno, dio inicio un periodo de transformación de estas asociaciones. Coincidiendo con los inestables y violentos tiempos de la reforma protestante, se interrumpió la construcción de grandes catedrales y para evitar la decadencia absoluta, las logias inglesas y escocesas abrieron sus puertas a los masones llamados “aceptados”, personas ajenas al arte de la construcción que se dedicaban sobre todo al intercambio de ideas filosóficas y políticas: abogados, maestros, médicos, hombres de letras, comerciantes, políticos e, incluso, sacerdotes. Inmersos en el humanismo propio del Renacimiento, estos masones “aceptados” empezaron a especular en torno a la construcción del hombre nuevo a través del perfeccionamiento intelectual, moral y social: “Transformaban de este modo la idea de los constructores de catedrales, que buscaban el esplendor y la belleza perfecta en sus edificaciones, en hacer un edificio interior perfecto, un hombre nuevo, un templo interior de amor y de fraternidad basado en la sabiduría, la fuerza y la belleza”. Esta nueva masonería empezó a predicar el perfeccionamiento personal a través del ejercicio de la virtud, de la libertad, la amistad y el socorro al necesitado.

No será hasta 1717, sin embargo, cuando la masonería se transforma en una hermandad mística y filosófica perfectamente reglamentada. Los pastores protestantes Juan Teófilo Desaguliers y James Anderson redactarían las Constituciones de la nueva masonería especulativa para establecer en una asamblea general la normativa que debería regir en lo sucesivo a las agrupaciones de masones. De esta primera reagrupación nace la Gran Logia de Inglaterra, que será la matriz de la llamada Masonería Regular. Désaguiliers ordenó, al mismo tiempo, la destrucción de documentos para borrar las huellas de una masonería operativa que había sido católica durante siglos para acentuar los rasgos gnósticos y las evocaciones paganas en detrimento no solo de los componentes católicos, sino de los rasgos cristianos en general. Este fuerte sentimiento antipapista afectaba de forma profunda a Desaguliers, descendiente de hugonotes salidos de Francia hacia Inglaterra tras la revocación del Edicto de Nantes de 1685.

Cabe insistir, por tanto, en que la masonería operativa era de tradición profundamente cristiana: sus rituales estaban transidos de fe cristiana y de invocaciones a Cristo y a su Madre. Pero, a medida que avanza el siglo XVIII, la idea de Dios experimenta una fuerte regresión. Es ahí donde Gustavo Bueno sitúa el llamado proceso de “inversión teológica”: Dios ya no es aquello de lo que se habla, un Dios trascendente fuera del mundo, sino aquello desde donde se habla, un Dios inmanente que va realizándose en el desarrollo del propio mundo. Este proceso de “inversión teológica” se abre cuando la «razón de estado», la ratio imperii, desborda a escala global a la Iglesia católica como institución ecuménica, perdiendo esta las funciones políticas que hasta ese momento mantenía, y dicho proceso comienza, no tanto con la Reforma, sino con el desarrollo del Imperio español en su fase consumatoria. No obstante, los masones ilustrados relegan a la divinidad a una lejanía inoperante, su Dios es ahora el Gran arquitecto del Universo ajeno a las preocupaciones humanas, es el Dios de los gnósticos. Asimismo, empieza a postularse la secularización de todos los valores buscando privar a la Iglesia (sobre todo a la católica) de su fuerte influencia sobre la sociedad, hasta el punto de que el Gran Oriente de Francia se desvinculó en 1877 de cualquier creencia religiosa y dejó a la libertad de sus miembros aceptar o no la existencia de la divinidad. En la Gran Logia de Inglaterra, sin embargo, se impone la obligación de creer en algún Dios.

La primera Obligación de las Constituciones de Anderson establece que los masones no están obligados a seguir la religión del país donde vivan, sino que deben obligarse solo a “la religión en la que coinciden todos los hombres”. Precisamente el Caballero Ramsay, escocés iniciado en Inglaterra, emitió en 1738 un discurso en esta línea universalizante y armonizante que no distingue entre ritos y obediencias y que, en cierto modo, se puede presentar como precursor del relativismo moral y cultural que afecta a nuestro presente en marcha. Este discurso de Ramsay, pronunciado frente a las agrupaciones masónicas de Francia, se considera fundacional de la masonería ilustrada. Por ejemplo, Ramsay definió el conjunto de las “naciones” como “una gran república” y continuaba: “Queremos reunir a todos los hombres de espíritu ilustrado, de costumbres amables, de humor agradable, no solo por amor a las bellas artes sino sobre todo para los grandes principios de la virtud, de la ciencia y de la religión, en los que el interés de la Confraternidad se convierte en el del género humano entero”. Como podemos observar, Ramsay acentúa los elementos supranacionales y filosóficos convirtiendo así a la masonería idealizada por él en una evidente precursora de lo que hoy llamamos mundialismo o más bien globalismo, el famoso Nuevo Orden Mundial. “¡Cuánto agradecimiento se debe a esos hombres superiores que sin interés grosero, sin atender al deseo natural de dominar, han imaginado una organización cuyo único fin es la reunión de los espíritus y de los corazones para hacerlos mejores y formar, en la sucesión de los tiempos, una nación totalmente espiritual en la que, sin suprimir los diversos deberes que exige la diferencia de Estados, se creará un pueblo nuevo, compuesto por diversas naciones, a las que cimentará todas de cierta manera por los lazos de la virtud y de la ciencia!” Vemos aquí perfectamente enunciado ese propósito ideal, armonicista, que más tarde asimilarán los krausistas españoles: una visión carente absolutamente de realismo político, que piensa en la señorita Humanidad como si fuera una sola y toda igual y que no tiene en cuenta a la dialéctica de clases, de Estados y de Imperios. No en vano, la masonería se convertirá en un elemento clave de la doctrina de Krause quien aspirará a la elevación espiritual de una Humanidad, unitaria y solidaria, que se concibe como sujeto de la Historia y que progresa hacia esa idea aureolar gracias al impulso del amor universal.

Vemos, por tanto, cómo poco a poco, pero sin descanso, se consolida una masonería deísta, descristianizada y anti-católica, que se abre a otras religiones y redescubre el paganismo. Esta actitud gnóstica y sincrética se confiesa con toda claridad desde los orígenes de la masonería especulativa. Va naciendo así un conjunto de variadas creencias de doctrina y de moral que pretende ser universal, aceptada por todos, un nuevo credo basado en la tríada “libertad, igualdad y fraternidad”, en la sustitución del Dios terciario por el hombre y en la adscripción, entre otros, al mito del progreso, que hoy exhiben dogmáticamente nuestros progresistas. Durante el siglo XVIII, incluso sacerdotes y miembros del alto clero católico se incorporaron a las logias masónicas, a pesar de los decretos papales que las anatematizaban. Desde entonces, todos los Papas han seguido esta línea y han establecido que Iglesia católica, Sociedades secretas en general y Masonería en particular, son absolutamente irreconciliables porque, ya lo hemos dicho antes, universalismo y secretismo son como el agua y el aceite.

Para ir cerrando este capítulo y abriendo el tema del próximo, más centrado en la historia de la masonería en España, indicaremos que el propio Benito Feijoo se mofó de la sobreabundancia de ceremonias en los rituales masónicos, señalando que tales ademanes en modo alguno podrían sustituir la profundidad filosófica alcanzada por los teólogos católicos. Pero, ojo, porque toda esta parafernalia también fue denunciada por «El Socialista» de Madrid, órgano del Partido Socialista Obrero Español que en 1888 publicó el siguiente comentario: «La masonería con su simbolismo ridículo y su enmarañada nomenclatura, no pasa de ser hoy uno de tantos anacronismos, sostenido por los hábiles (…) La masonería en manera alguna conduce a la emancipación social, antes bien es un estorbo puesto en su camino, y ningún trabajador debe contribuir a fortalecerla: Institución eminentemente burguesa, queda reducida a distracción de sus naturales elementos. Los que no buscan el dudoso auxilio personal, los que no pueden satisfacer ridículas vanidades de aún más vanas y altas amistades, sino que persiguen la abolición de la esclavitud económica, clave de todas las miserias sociales, tienen su puesto en el campo de la lucha de clases, en las filas del socialismo revolucionario».

Y en este punto cerramos esta entrega de hoy, momento que aprovecharé para anunciaros que, lamentándolo mucho, he de parar temporalmente la actividad del canal de YouTube de Fortunata y Jacinta (unas semanitas, no más, justo hasta después de la Navidad). En primer lugar, porque se lo debo a mi familia, pero también porque precisamente el día 13 de enero, Paloma Hernández, o sea, el sujeto operatorio que encarna la ficción de Fortunata y Jacinta, hará una intervención en la Escuela de Filosofía de Oviedo en torno a la figura de Don Benito Pérez Galdós. Aprovecho para recordarles que este año 2020 se celebra el primer centenario de la muerte de este insigne escritor español, a cuya pluma debemos la obra titulada “Fortunata y Jacinta”. Yo destinaré parte del periodo navideño a estudiar con calma algunas de las particularidades de este figurón de la historia de España: su convencido patriotismo, por ejemplo, pero también su acendrado anticlericalismo. Es decir, someteremos a crítica a nuestro abnegado creador.

Anunciaros también que, en la medida de lo posible, me mantendré activa en la red social Twitter y aprovecharé para arreglar el jaleo de los audios en Ivoox, subir los guiones que faltan a la web, dar cumplida respuesta a todos los que me escribís por privado, enviar las recompensas a los mecenas de Patreon y atender otras tareas logísticas que tengo pendientes. Quiero enviar desde aquí un afectuoso saludo a Rafael Pal, quien ha tenido el hermoso detalle de distinguir a este canal con uno de sus premios honoríficos. Tal y como le dije a él, casos como el mío, el suyo propio, el del resto de homenajeados y otros muchos, revela hasta qué punto somos los españoles de a pie quienes, una vez más, emprendemos la defensa de la Nación con los recursos que tenemos a nuestro alcance: sin el soporte de las instituciones públicas, sin el amparo de los grandes medios de comunicación y sin la financiación de asociaciones privadas que pudieran hacer nuestra labor más ágil. En mi caso particular, tuve muy claro que debía aparcar los pinceles para abordar la defensa de los vilipendiados españoles: los que fueron, los que somos y los que serán. Es verdad que soy yo la que dedica decenas de horas de estudio para preparar cada guion, la que se pone delante de la cámara y muere de sueño mientras edita los vídeos de madrugada. Pero son cientos de personas las que han decidido apoyar económicamente el proyecto de Fortunata y Jacinta permitiendo, con sus donativos, que el proyecto sea posible. Aprovecho para homenajear aquí a esos pequeños mecenas que aparecen citados en los títulos de crédito finales y que no solo apoyan mi canal, sino que ofrecen generosamente su tiempo, su dinero y su energía para difundir el trabajo de otros youtubers, tuiteros y demás valientes de la red. Yo me nutro a diario de las investigaciones que durante décadas se realizan en la Escuela de Filosofía de Oviedo: sus investigadores trabajan desde las coordenadas de un sistema filosófico potentísimo, una filosofía en español poderosamente capacitada para triturar las miserias ideológicas que nos rodean. Quiero agradecer la labor realizada por todos ellos, labor que permite que canales como el mío puedan enfrentar de forma fundamentada la estulticia moral y la miseria moral de nuestro presente en marcha.

Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas, nos vemos en el próximo capítulo y recuerda: “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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