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Fortunata y Jacinta

Podemos y la Transición española

Forja 076 · 6 junio 2020 · 30.45

¡Qué m… de país!

Podemos y la Transición española

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y aquí da comienzo este capítulo titulado “Podemos y la Transición española” en el que trataremos de poner los puntos sobre las íes a algunas de las declaraciones que Pablo Manuel Iglesias Turrión ha emitido recientemente en sede parlamentaria. Pero antes, pongámonos en contexto.

En julio de 2013, esto es, unos meses antes de configurarse Podemos como partido político, Iglesias Turrión sostenía que el actual régimen político español, el del 78, consistía básicamente en mantener los privilegios de la casta política y económica que ya estaba operativa durante el franquismo. Como ya comentábamos en capítulos anteriores, en enero de 2014 el nuevo partido Podemos se presentaba como paradigma de la nueva política frente a la casta y el bipartidismo y en su primer discurso como secretario general de Podemos, el 15 de noviembre de 2014, Iglesias Turrión proponía poner en marcha un proceso constituyente para «abrir el candado del 78». En ese mismo discurso, Pablo Iglesias sostenía que "Podemos no es un experimento político, Podemos es el resultado del fracaso del régimen, de sus oligarcas, de esos viejos de corazón. Pues bien, la gente les ha respondido: claro que podemos". Y nosotros replicamos: “Claro que podemos convertirnos en un nuevo partido de la casta, ¿verdad que sí, Turrión?” Confirmado está que Podemos es ya un partido consolidado y homologable al resto de la casta partitocrática, no es un partido antisistema que tenga como objetivo desactivar el Régimen del 78, sino que es un subproducto de dicho régimen y ha venido, precisamente, para dar cumplimiento a la idea de plurinacionalidad que aparecía sugerida en aquella Constitución. De hecho, Podemos ha pasado de entender la Constitución como un “candado”, puesto que no reconoce el derecho de autodeterminación, a reivindicarla como camino seguro hacia la balcanización de España.

En efecto, dando un viraje hacia las tesis oficialistas rosalegendarias de la Transición, y en un claro ejemplo del típico politiqués «donde dije “digo” digo “Diego”», el 21 de noviembre de 2019 Turrión llegaría a decir que la Constitución del 78 es «la mejor vacuna» y «un cinturón de seguridad» para proteger a España de la «extrema derecha». Cabría preguntarle, si existe en España alguna casta más reconocible y duradera que la del PNV, partido –el de Euskadi y las leyes viejas- al que el visitador de herriko tabernas nunca ha tildado de “extrema derecha”.  En resumen, si en 2013 Iglesias Turrión sostenía que la Transición dejó intactas a las élites políticas y económicas, en apenas un lustro la Constitución se convertiría, según el líder morado, en el antídoto más eficaz contra la «extrema derecha». Hay que señalar, en primer lugar, que Turrión coloca a las élites única y exclusivamente en esa supuesta “extrema derecha”, una extrema derecha que la mayoría de las veces es utilizada como un insulto y no como una categoría política. Pareciera, por tanto, que aquellas élites políticas, económicas, periodísticas, universitarias o artísticas que comulgan con la ideología de Podemos, que comulgan más bien con su teología política, no son casta. A saber: élites separatistas o élites del globalismo financiero. Y es que no podemos olvidar que ya en las elecciones municipales y autonómicas del 24 mayo de 2015, Iglesias Turrión declaraba que el objetivo de Podemos era llegar a pactos locales con el PSOE para expulsar al PP de la política: así que ni casta ni leches, lo que buscaba Podemos era servir de bisagra al PSOE para exterminar de una vez por todas a la diabólica derecha a la que se utiliza como un significante vacío.

El PCE y la transición

Arremetiendo contra Vox en la tribuna del Congreso de los Diputados, el pasado 29 de abril Turrión decía que se sentía orgulloso de tener en las filas de su partido (más bien, en las filas de su coalición) al Partido Comunista de España (PCE). Hablamos de un partido con casi 100 años de historia que nunca ha llegado al poder y que lo máximo que ha conseguido fueron algunos ministerios durante la Guerra Civil y en la actualidad el Ministerio de Consumo que dirige Alberto Garzón. Según Iglesias Turrión, el PCE «fue condición de posibilidad de la derrota de la dictadura, de la construcción de la democracia en nuestro país y de la Constitución del 78. A pesar de gente como ustedes que nunca estuvieron a favor de la Constitución, que nunca estuvieron a favor de la democracia, y que cada vez que se esconden detrás de la figura del monarca ustedes sitúan a la monarquía en una posición de debilidad, porque si la monarquía tuvo éxito en este país fue precisamente por alejarse de gente como ustedes». ¿Derrota de la dictadura? ¿Qué derrota? El franquismo no fue derrotado. Franco murió en la cama y su régimen se metamorfoseó en el Régimen del 78 «de la ley a la ley», con la complicidad, es cierto, del PCE, que renunció a la revolución y para más inri se hizo «eurocomunista», es decir, antisoviético. O lo que es lo mismo: lacayo y tonto útil de las potencias capitalistas, tanto de sus gobiernos como de sus élites. Lo que salió derrotado fue la «dictadura del proletariado», no la «dictadura» del Generalísimo.

En su obra “Panfleto contra la democracia realmente existente”, recientemente reeditada por Pentalfa Ediciones dentro de su colección de “Obras completas”, el filósofo español Gustavo Bueno explica que si la transición española fue un éxito no se debió tanto a las bondades atribuidas a la democracia para curar la enfermedad política atribuida a la dictadura, “sino a que en los años de la dictadura franquista se habían desarrollado ya los gérmenes de una sociedad de mercado de consumidores, que simbolizamos en el “utilitario Seat 600”, que había alejado a la sociedad española de la situación prerrevolucionaria en que se encontraba en los años de 1934 y 1936”. O sea, que se debió a que el franquismo posibilitó la consolidación de la clase media en España.

En 1979 el PCE renunció explícita, formal y materialmente al leninismo, y por tanto a la vía revolucionaria y violenta, aceptando la vía parlamentaria y democrática. Y por nuestra parte no le reprochamos que abandonase el leninismo (algo sin sentido en la España de entonces, y no digamos en la de ahora a pesar de la existencia de fetichistas que se deleitan exhibiendo la obsoleta herramienta de la hoz), pero sí parece criticable abandonar el leninismo por un pensamiento y una acción más suave y cómoda para las élites del capitalismo, encantadas con la incorporación del PCE al juego de la democracia liberal. Con esa incorporación también quedaron encantados Juan Carlos I y su amigo Henry Kissinger, el globalista eterno que sabía muy bien que «una España fuerte es peligrosa»; peligrosa para los intereses globalistas: esos poderes fácticos a los que rinden pleitesía Sánchez y Turrión con la Agenda 2030, entre otras cosas.

La Transición y la consolidación de la partitocracia coronada sepultaron definitivamente al comunismo en España, ya que el PCE se opuso a la ruptura y se arrodilló ante la continuidad. Todo quedó «atado y bien atado» para que prosperase la democracia homologada sobre la piel del toro. Homologada a la democracia estadounidense, of course. Y con los años se cederían «toneladas de soberanía» a la UE, ese «laboratorio de gobierno mundial», como decía Javier Solana y como repite José Manuel García-Margallo, el mismo que se desvive por subrayar la bilateralidad reuniéndose con Junqueras. Esa bilateralidad que tanto gusta al propio Iglesias, ese que coreaba el “visca Catalunya lliure y sobirana” en los golpistas días de 2017.

Por mucho que Juan Carlos Monedero diga que, efectivamente, “Franco murió en la cama, pero el franquismo murió en la calle”, lo cierto es que no hubo levantamiento popular contra el «régimen dictatorial», y así señala Gustavo Bueno: “El ‘pueblo’ (por adaptación a la realidad, aunque esta fuera debido al miedo muchas veces más que debida al fervor) prefirió el régimen franquista a las propuestas de alzamiento contra él. Y e partido Comunista, inspirado sin duda por Stalin, retiró el principio de la lucha armada proclamando el principio de la ‘reconciliación nacional’”. Cierto es que la doctrina oficial del fundamentalismo democrático reconstruirá de este modo su historia inmediata: El diabólico régimen «opresor» del dictador mantuvo al sacrosanto pueblo confinado en las tinieblas y el oscurantismo durante 40 años de terror, miseria y mentira. Pero entonces llegó la democracia y con ella la libertad y el progreso. Aunque Turrión no lo diga, sabe perfectamente que los comunistas y todas aquellas facciones surgidas al calor del diálogo cristiano/marxista fueron tan responsables como los franquistas de la venida del régimen partitocrático coronado, un régimen mucho más corrupto, tanto en lo delictivo como en lo no delictivo, que la llamada dictadura.

En el debate de investidura de Pedro Sánchez del 4 de enero de 2020, Alberto Garzón decía que «la realidad española es plural, es diversa y, por cierto, es plurinacional. Algo que está mucho mejor reflejado en esos debates y en el espíritu y letra de la Constitución del 78». De nuevo la reivindicación de la Constitución del 78… por algo será. También decía Garzón: “Las derechas han seguido un hilo y una noción de España absolutamente estrecha, esencialista, tradicionalista y que, por cierto, lleva a esa noción de la ‘España frente a la anti España’”. A lo mejor Garzón debía seguir el canal de Fortunata y Jacinta para enterarse de una vez por todas de que España no es un ente metafísico, esencialista, sagrado y puro, sino una realidad objetiva y bien material y que quienes, a lo mejor, defienden ideas esencialistas sobre pueblos puros y cristalinos son sus amigos los separatistas. También podríamos explicarle la taxonomía de la idea de nación, qué es la nación política y por qué el derecho a decidir es una corrupción democrática en toda norma que desatiende la ley común para dar paso a los particularismos. En fin, añadía Alberto Garzón que sin el PCE «no se entendería la democracia española ni la Constitución del 78». Y en efecto, así fue, pues -como decimos- el PCE abandonó la vía revolucionaria y con ello se opuso a las huelgas, frenó la movilización social y aceptó la Reforma Política de Suárez, firmando el 25 de octubre de 1977 los Pactos de la Moncloa junto a los demás partidos, es decir, como un partido más del Establishment. Y en dichos pactos consintió la reducción salarial del 10%, la restricción de la política monetaria (lo que perjudicó a pequeñas y medianas empresas), la libertad de despido y permitió que no saliese ninguna novedad en reforma fiscal.

En el mismo debate de investidura Turrión incluso dio las gracias a los seis ministros franquistas que fundaron Alianza Popular «porque nuestra democracia se construyó también con algunos ministros de la dictadura que de un día para otro cambiaron de chaqueta y se hicieron demócratas. Hay que darle las gracias a esa gente». También en el PCE cambiaron de chaqueta y se hicieron demócratas. De ahí que surgiesen cosas como el FRAP. Ya explicamos en el capítulo anterior que el FRAP era el brazo armado del Partido Comunista de España (marxista-leninista). ¿Y qué era este partido? Pues ni más ni menos que una escisión achinada del PCE de Carrillo, al cual tachaban de «revisionista» y de caer en el «reformismo posibilista» (es decir, en pasar «de la ley a la ley»). Entre los puntos del programa del FRAP el que ha heredado Turrión es aquel que pedía el establecimiento de una «República Popular y Federativa» que garantizase los derechos para las minorías nacionales. Es decir, aquí tenemos la república plurinacional que propone Turrión, es decir, algo muy similar a lo que proponía el camisa vieja Ridruejo. Y en eso ha sido coherente el líder podemita, pues en todas sus etapas ha sido compañero de viaje de los separatistas e incluso se ha erigido como su mamporrero en Madrid. Su mamporrerismo, sin embargo, también hunde sus raíces en ciertas actividades promocionadas desde EEUU durante el franquismo.

El franquismo y EEUU

La democracia actual en España es fruto de varios factores, entre ellos la intervención de Estados Unidos y sus servicios secretos y de inteligencia, tal y como demuestra Iván Vélez en su último libro Nuestro hombre en la CIA publicado el pasado mes de abril por Ediciones Encuentro. Vélez reconstruye en esta investigación las incursiones del centro de inteligencia norteamericano en la vida política y cultural española durante el franquismo. En la España de los años sesenta del siglo pasado, escritores e intelectuales de distintas procedencias convergieron bajos las siglas del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), entidad alentada y financiada por organizaciones estadounidenses. En torno a este grupo tuvieron lugar una serie de encuentros privados e iniciativas públicas culturales en las que se desarrollaban planteamientos críticos con el franquismo, aunque siempre al margen del influjo de la Unión Soviética. Esto es, sus participantes eran tan antifranquistas como anticomunistas. Este proceso, sin embargo, terminó desatando en España una batalla en torno a la idea de nación, así como el afianzamiento del europeísmo y del federalismo, posturas que han configurado la estructura política y territorial de España.

Lo primero que señala Iván Vélez y que habría que decir a los de Podemos es que no puede considerarse al franquismo como un Todo absolutamente homogéneo, monolítico y conformado por bloques estáticos pues, tanto dentro del régimen como fuera de él, lo que había era una variedad considerable de familias ideológicas: “Grosso modo, podríamos decir que por un lado estaba el franquismo, con todas sus evoluciones; por otro la oposición formada por el Partido Comunista de España, también integrado por varias familias distintas; y por último una oposición que podría denominarse como liberal y socialdemócrata a la que yo he llamado federalcatolicismo porque buscaba una España federal y europeísta, pero desde coordenadas católicas”.

Queda claro en el libro cómo muchos de los integrantes de ese Comité español compuesto por españoles de distinta procedencia terminaron aceptando las tesis nacionalistas catalanas, las tesis de la autodeterminación: ya en el año 1964 hablaban de nacionalidades, de comunidades diferenciadas, de Cataluña como pueblo conquistado y oprimido, de razas y étnias y hasta de balanzas fiscales. Lo que estaban haciendo ahí era prefigurar la España autonómica y apostando decididamente por la vía federal y así señala Vélez: “El legado de aquel Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura es evidente: la España autonómica está ahí, sin ir más lejos. Y basta recordar que José Luis Sampedro, miembro activo de dicho comité, todavía participó en el 15M”. Prueba del enorme éxito que esas actividades han tenido en el terreno ideológico es que tanto en Cataluña como en el País Vasco la presencia del Estado es ya residual y sólo hay que ver las políticas educativas o las tesis lingüísticas que se llevan a cabo en distintas regiones, Baleares y Asturias incluidas. Prueba del éxito ideológico de aquellas actividades es que amplios sectores de la ciudadanía asimilan acríticamente postulados como el “derecho a decidir” de Unidas Podemos o el federalismo asimétrico que defienden con fervor Podemos y PSOE, garantes de la desigualdad entre ciudadanos, especialmente entre “los de abajo”, en función del autonómico predio en el que estos se avecinden.

Aliados europeos de EEUU

La democracia actual en España, partitocracia u oligarquía de partidos, también fue fruto de los aliados europeos de Estados Unidos. Especialmente motivados estaban determinados políticos alemanes, muy interesados en desindustrializar España a fin de liquidar al principal competidor de Alemania, pues no olvidemos que durante el franquismo España se transformó en la décima potencia mundial en capacidad industrial. Felipe González, que para llegar a Moncloa recibió la fundamental ayuda de la socialdemocracia alemana (por la gracia del masón Willy Brandt), emprendió dicho proceso de desindustrialización. También Felipe González consolidó a España en la OTAN pese a que la hipocresía del puño y la rosa decía en su propaganda de 1982 «OTAN de entrada no». A partir de entonces, y tal y como aventuró el socialista Alfonso Guerra, a España ya no la reconocía «ni la madre que la parió». Y, qué duda cabe, seguimos ahondando en ese proceso de confusión identitaria.

Partitocracia coronada

Juan Carlos I estaba encantado con Santiago Carrillo y también con Felipe González, pero ya con Zapatero tocaba el cielo definiéndole como un «ser humano íntegro», «muy honesto» y «que no divaga». «Él sabe muy bien hacia qué dirección va y por qué hace las cosas», sostuvo el mismo monarca que dijo “hablando se entiende la gente”, tras reunirse con Carod-Rovira, antecesor del sedicioso Junqueras, para quien Iglesias reclama un lugar en la mesa de sedición servida por el diligente chico de Roures. En este punto hay que reconocer que Turrión tiene razón, pues en efecto la monarquía se alejó de gente como la de Vox (por entonces UCD y PP) y perseveró por acercase a gente similar al mismo Turrión (PCE, PSOE, Carrillo y Felipe). Vemos que en este discurso Turrión daba las claves de por qué la formación morada es la quintaesencia del Régimen del 78.

En definitiva, la construcción del Régimen partitocrático coronado del 78 fue la continuación del franquismo, pero también la ruptura con el desarrollo industrial de España, porque mejor una España débil que fuerte, como muy bien sabía lo más granado de la élite angloamericana y alemana. Esa «construcción de la democracia» supuso la destrucción del PCE o su metamorfosis en un partido socialdemocratizante domesticado, es decir, en un partido más del Establishment.

Visto esto, podemos decir que Iglesias Turrión ha pasado de no apreciar mucho la Constitución, a después querer reformarla y por último a declararse decididamente constitucionalista y a reivindicarla contra la «extrema derecha», en quien ve un obstáculo para su proyecto de abundamiento federal y asimétrico. La Carta Magna está escrita, en efecto, de una forma deliberadamente ambigua, razón por la que Turrión la entiende como un “candado”, dado que no contempla el derecho de autodeterminación. Pronto se da cuenta, sin embargo, de que precisamente esa ambigüedad es la que le permitirá caminar por la senda balcanizante de España, uno de sus principales objetivos. Eso es lo que pasa cuando uno empieza hablando en la facultad de Somosaguas, pasa al plató de La Tuerka o al de la iraní Hispan TV y termina en el Congreso de los Diputados ocupando la silla de vicepresidente segundo. Es el camino del perroflatuismo a la casta, de Vallecas a Galapagar. Pero siempre aupando a los separatistas, servidumbre para la que nadie está mejor capacitado, pues, al fin y al cabo, Iglesias Turrión, perdedor de una guerra finalizada cuarenta años antes de su nacimiento, no puede decir España.  

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradecemos su apoyo a todos nuestros mecenas y recuerden: “Si no conoces al enemigo ni a tí mismo, perderás cada batalla”.



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