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Fortunata y Jacinta

Análisis del ISLAM desde el materialismo filosófico

Forja 084 · 18 septiembre 2020 · 41.44

Un programa de análisis filosófico

Análisis del ISLAM desde el materialismo filosófico

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo este capítulo titulado “Análisis del islam desde el materialismo filosófico”. Tras los grandes cambios acaecidos en la segunda mitad del siglo XX (concilio Vaticano II, fin del Imperio soviético, auge del fundamentalismo islámico, apogeo del globalismo aureolar, &c.), nos encontramos ahora con millones de occidentales que, desde las posiciones más ingenuas y peligrosas del relativismo cultural, se han convertido en defensores del diálogo con unos imaginados musulmanes bondadosos. Y no solo eso, sino que asistimos en los últimos años al fenómeno prodigioso del incremento de cristianos convertidos al islam. Estas posiciones ingenuas crecen cada día más en Europa, esto es, en unos territorios considerados históricamente por el islam como “tierras irredentas”, tierras en donde el número de inmigrantes musulmanes aumenta cada año sin perder su fidelidad al islam. Y, puesto que he empezado sin rodeos, voy a fijar posiciones claramente: aquí no se trata de señalar al individuo musulmán concreto, que puede ser mi vecino, y despreciarlo por ser mala gente o cosa parecida, no. Doy testimonio, de hecho, de que mi vecino musulmán es un tipo estupendo. Lo que aquí voy a tratar es el problema del islam como plataforma continental que entra en dialéctica directa, en confrontación brutal, con la plataforma continental de la que nosotros formamos parte. Porque quienes sostienen la idea bobalicona del diálogo entre religiones y entre culturas no se dan cuenta de que el islam no se quiere integrar. El islam, eso sí, está dispuesto a aceptar conversos, pero no busca en absoluto la integración. Ese ha sido el gran error de Francia: pensar que la religión es una magnitud despreciable, pensar que pensó que la grandeur de la Ilustración y sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad iban a convencer a la población musulmana asimilada de sus territorios en África.

Lo cierto es que esto de considerar al islam como algo políticamente inofensivo ya lo hacían gentes como Tocqueville, Hegel, Marx o Engels. Incluso Blas Infante, hoy considerado “Padre de la Patria Andaluza”, se convirtió al islam y nadie vio en ello un peligro, pese a que España desarrollaba entonces una intensa campaña militar en Marruecos. No es “islamofobia” recordar la deriva en las últimas décadas de los regímenes islámicos “laicos” hacia la ortodoxia fundamentalista, la construcción de mezquitas en Europa financiadas directamente por potencias extranjeras, el iconoclasmo talibán afgano destruyendo las estatuas de Buda en Bamyan, el 11-S, el 11-M, los miles de sarracenos que esperan gozosos el momento de inmolarse por su causa, el silenciamiento generalizado ante la conversión de Santa Sofía de Constantinopla en mezquita y la deriva de Turquía hacia el lado islámico, la reivindicación del partido Podemos del mito de la convivencia y la tolerancia en la Córdoba musulmana, los planes piloto para incluir las clases de religión islámica en territorio español, &c. Habrá que recordar que ya en 1928 el egipcio Hassan Al-Bana fundó los Hermanos Musulmanes, una organización cuyo objetivo era relanzar la yihad para restaurar el califato y formar nuevos Estados sobre fuentes de riqueza tan estimables como el petróleo. Estas sociedades, si bien formalmente son sociedades políticas modernas, están anegadas de moral y derecho islamizados, de principios medievales en definitiva, y constituyen a día de hoy una amenaza formal para quienes somos considerados infieles y politeístas.

Aquí os dejo el enlace a la declaración de los Derechos Humanos en el Islam:

http://gees.org/articulos/la-declaracion-de-los-derechos-humanos-en-el-islam

Y aquí otro a la conferencia impartida por Joaquín Robles en 2012, “Los derechos humanos del Islam”:

https://www.youtube.com/watch?v=bWXIhlbZYjE

Toma de partido

Desde la posición que manejo en este canal, esto es, desde la toma de partido por la defensa de España y de la Hispanidad, lo primero que habría que decir es que España nació contra el islam o, para hablar con mayor rigor, España nació contra los reinos musulmanes, como “recubrimiento” de los mismos desde los núcleos de resistencia que permanecieron en el norte peninsular. Ya he explicado en distintas ocasiones que se estableció así un ortograma imperialista justificado a través de la Idea política y religiosa de “Reconquista” (recuperación de los territorios visigodos, que habían sido cristianos) que contuvo también la avanzada de los musulmanes hacia el interior del continente europeo que entonces no se llamaba “Europa”, sino la Cristiandad para diferenciarse, precisamente, de los territorios del islam.

Lo segundo que hay que subrayar es que el catolicismo se define, históricamente, frente al protestantismo y frente al islam, que dicha dialéctica sigue perfectamente operativa a día de hoy. Hay que resaltar, en tercer lugar, que las diferencias entre el catolicismo, el protestantismo y el islam son tan enormes que, por mucho irenismo que practiquemos, el islam seguirá siendo incompatible, no sólo con el catolicismo, sino con el cristianismo en bloque, y que sólo dejarán de serlo cuando unos y otros renuncien a sus dogmas, momento en que el islam deje de ser el islam y la Iglesia católica deje de ser católica. Tanto para el judaísmo como para el islam, por ejemplo, decir que Cristo es el hijo de Dios es una blasfemia. Por otro lado, la sacrosanta “libertad de prensa” que con tanto ahínco se predica en Occidente entra en grave conflicto con los valores ortodoxos mahometanos iconoclastas que interpretan como una blasfemia las caricaturas de Mahoma publicadas en distintos medios occidentales. Y ahí tenemos el caso de los dibujos publicados por el periódico danés Jyllands-Posten el 30 de septiembre de 2005, hecho que fue aprovechado por ciertos grupos de poder islámico para orquestar violentas acciones contra bases militares y embajadas europeas en Siria, Afganistán, Líbano y Somalia. Todo el mundo tiene en la cabeza, asimismo, el acto terrorista perpetrado en 2015 en París contra la revista Charlie Hebdo donde doce personas fueron asesinadas y que dio inicio a una ola de atentados yihadistas en Francia.

Desde el mito romántico del diálogo amistoso entre las tres religiones, se apela al respeto a los valores de las otras culturas o civilizaciones y se condena moral y políticamente toda acción que pueda dañar la convivencia armónica prevista en el proyecto de la “alianza de las civilizaciones”. Este llamamiento a la tolerancia religiosa experimentó una decisiva difusión durante todo el siglo XVIII. Baste recordar que en 1779, el ilustrado alemán Ephraim Lessing publicó su celebradísima obra teatral "Natán el sabio", obra que aun hoy día sigue gozando de extraordinaria popularidad y de la que puede extraerse la idea de que las diferencias entre judaísmo, cristianismo e islamismo son meramente accidentales, folclore o puros prejuicios, y que basta con superar dichos prejuicios para lograr la amistad y la armonía entre las distintas comunidades religiosas del mundo. Según la interpretación ilustrada de Lessing (interpretación antirreligiosa y específicamente anticristiana, no lo olvidemos) Dios padre habría dado a las tres religiones monoteístas el mismo libro (el mismo anillo), razón por la que, según él, no podría afirmarse cuál de las tres religiones es la verdadera. En definitiva: se confunde lo que es el instrumento (la Biblia) con la esencia de cada religión tratando de equiparar unas con otras de forma gratuita. Como vemos, esta perspectiva radicalmente racionalista desprecia (más que respeta) a todas las religiones positivas, un desprecio típicamente ilustrado pero que en España, sin embargo, no fue compartido por figuras de la talla de Benito Feijoo.  

Como ya adelantaba en el capítulo anterior, este Dios que se invoca hoy día desde el relativismo moral y cultural, este Dios que sería el mismo de las tres religiones, es el dios del deísmo, el dios de la Ilustración, y parte de la idea de que existe una religión natural que está escrita en el corazón de todos los hombres. Es la negación misma de la religión, en definitiva, pero como este tema es de una complejidad extraordinaria, lo dejaré para otro momento y hoy fijaré el análisis en el islam, como siempre, desde las coordenadas del materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Empezamos.

El islam como proyecto imperialista

Insistiré cuantas veces sea necesario en que tanto el Imperio islámico como el Imperio católico español nacieron bajo el imperativo de recubrir todos los rincones de la Tierra. Y lo hicieron, no a causa de una codicia material y grosera, como van soltando por ahí algunos avispados, sino porque ambas religiones, la musulmana y la católica, tienen vocación universal, ambas tienen la obligación de extenderse y de recubrir a todos los pueblos de la Tierra. Una vocación semejante a la de la Unión Soviética, que surgió con la obligación de incorporar al mundo entero. Cuando hablamos del islam, por tanto, hablamos de un problema de la Historia Universal, es decir, de un imperio. Y el islam, como proyecto imperialista, está dirigido desde su nacimiento a someter al resto de los humanos, pues la ideología dogmática que lo impulsa (la revelación de Alá a Mahoma en el Corán) impone la transformación de todos los sujetos humanos en “hombres islamizados”, en hombres que crean en la predicación de Mahoma y en la unicidad de Alá frente a los falsos profetas y las falsas divinidades.

El islam, por tanto, es excluyente, al igual que el cristianismo. Son como “dos conciencias enfrentadas”, son como Alejandro y Darío (“Así como en el cielo no caben dos soles, así en Asia no caben Alejandro y Darío”, dice Quinto Curcio que dijo Alejandro Magno). Islam y cristianismo fueron y siguen siendo como dos placas tectónicas que colisionan. Son, vamos a llamarlo así, plataformas continentales. Ahora bien, el imperativo proselitista de Mateo 28:19 (“Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”) se opone diametralmente al siguiente proverbio árabe: “Yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra mi primo; yo, mi hermano y mi primo contra todos los árabes; yo mi hermano, mi primo y todos los árabes contra todo el mundo”. Por tanto, en tanto plataformas continentales, entre musulmanes y cristianos no cabe diálogo, ni consenso ni conciliaciones. Pero, como ni todos pueden ser musulmanes ni todos pueden ser cristianos, surge la disputa, la dialéctica y la polémica entre dos culturas, sin perjuicio de la dialéctica interna de las mismas y de sus frecuentes alianzas cuando las circunstancias lo requieren, así como la solidaridad frente a terceros, como ocurrió en el siglo XVI entre Francia y los turcos en su ofensiva común contra el Imperio español.

Ahora bien, por muy equivocadas que desde un punto de vista racional y materialista puedan estar estas religiones universalistas, no puede decirse que quieran convertir al resto de los humanos por pura maldad. Podría sostenerse, incluso, que ambas lo hacen por generosidad al pretender salvar las almas de los hombres que consideran equivocados o, en el peor de los casos, endemoniados. Desde sus esquemas dogmáticos, ambas posturas creen poseer un mensaje de salvación y de condenación universal. La cita del apóstol Mateo y el proverbio árabe que acabamos de leer ya nos dejan ver, sin embargo, que la ideología que impulsa al islam en su vocación imperialista es muy distinta de la que mueve al cristianismo: el catolicismo promueve la predicación; el islam, sin embargo, nació como una fe que debía imponerse por la violencia.

Y en este sentido nos referimos, por un lado, a la Yihad, descrita así por el Ayatollah Jomeini: “La guerra santa significa la conquista de los territorios no musulmanes (…) es deber de todo hombre mayor de edad y útil acudir voluntario a esta guerra de conquista en la que la meta final no es otra que la de extender la ley coránica de un extremo al otro de la Tierra.” Pero no solo se promueve el enfrentamiento con los cristianos, sino que la propia equiparación entre religión y Estado conduce a la guerra entre los musulmanes, la fitna. Y fue precisamente la fitna la que impidió una consolidación más profunda del islam en los territorios conquistados en Europa. Prueba de ello son los reinos de taifas surgidos en España en el siglo XI tras la descomposición del Emirato de Córdoba, periodo que muchos arabistas, en un extraño retruécano ideológico, consideran una suerte de Renacimiento en el que prosperaron filósofos islámicos como Avempace, Abentofail o Averroes. De hecho, con el martirio de Hussein, nieto de Mahoma, en el año 680, comienza el cisma chiíta que hoy tiene en la República Islámica de Irán su máximo exponente.

Islam y teocracia

La identificación entre Iglesia y Estado, característica del islam, no fue jamás propia del catolicismo. La Iglesia católica siempre mantuvo la doctrina de la separación de la Iglesia y del Estado (“Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”) y fue tanto o más el Estado el que utilizó a la Iglesia (“Por Dios hacia el Imperio”) que la Iglesia quien utilizó al Estado (“Por el Imperio hacia Dios”), que también lo hizo, en lo que pudo, sin duda. En España, la identificación entre Iglesia y Estado fue considerada una herejía que conducía al cesaropapismo: la herejía arriana. Ya desde el siglo XI la Escuela de Traductores de Toledo con Gundisalvo permitirá la asunción de Aristóteles y la formación de códigos legales como Las Siete Partidas de Alfonso X (1265), en las que se distinguirá Iglesia y Estado como dos sociedades perfectas en sí mismas, sin necesidad de que el Estado sea vasallo de la Iglesia, al contrario del agustinismo político, que fue asimilado por el protestantismo. Este cesaropapismo propio del arrianismo sería asimilado por el islam y rebrotaría más tarde en las iglesias reformadas (anglicanas o calvinistas), en las cuales todavía el príncipe o la princesa de cada Estado se confunde con el papa o con la papisa. Ningún rey de Nación católica, sin embargo, pretendió jamás convertirse en líder religioso porque para eso ya estaba el papa. En el islam, sin embargo, todo está envuelto en Dios y la Ley de Dios está por encima de las leyes humanas.

En la parte segunda de El libro del Ŷihād, Averroes analizaba si los bienes que los politeístas habían conquistado a los islamitas habían sido poseídos legítimamente, y concluía que sólo los que están en la fe de Alá pueden poseer algo. De esta interpretación se infiere que las tierras que un día fueron islámicas, como Al-Ándalus, son susceptibles de recuperación, convirtiendo a la fe de Mahoma a sus ocupantes “infieles”. Todo ello es consecuencia de la imposibilidad de distinguir entre un gobierno temporal y otro espiritual, pues el modelo del musulmán es la propia vida del profeta Mahoma, que unifica los ámbitos religioso, político y social en uno solo, según indica la ley islámica. Por otro lado, la comunidad (umma) no tolera el laicismo: todo es religioso en el islam y no cabe establecer la distinción entre lo que pertenece al César y lo que pertenece a Dios.

Ya hemos comentado que en 1991 los ministros de asuntos exteriores de los 45 estados que formaban parte en 1990 de la Organización de la Conferencia Islámica, adoptaron en El Cairo la “Declaración de Derechos Humanos en el islam”, que apartándose de la Declaración de la ONU de 1948 (algunos todavía la pregonan “Universal”), establece la ley de la sharia como “la única fuente de referencia” para la protección de los derechos humanos en países islámicos. El siguiente texto forma parte de los “Principios políticos, filosóficos, sociales y religiosos” del Ayatollah Jomeini: “El gobierno islámico está sometido a la ley del islam, que no emana ni del pueblo ni de sus representantes, sino directamente de Dios y su voluntad divina. La ley coránica, que no es otra que la ley divina, constituye la entidad de todo gobierno islámico y reina enteramente sobre todas las personas que están bajo ella. El Profeta, los califas y las gentes del pueblo deben obediencia absoluta a estas leyes eternas del Todopoderoso transmitidas a los mortales a través del Corán y del Profeta y que permanecerán inmutables hasta el fin de los tiempos.”

No deja de causar asombro que tantos despistados que se dicen “de izquierdas”, cegados de antijudaísmo, antinorteamericanismo, anticatolicismo y antihispanidad, se hayan convertido en ardorosos defensores del islam, donde millones de sus fieles están en guerra santa contra el resto de la humanidad, para librarla del politeísmo y del materialismo, reduciéndola a la sharia y la teocracia. Con todo lo que ello supone en cuestiones clave como el desarrollo técnico y científico, vetados en nombre del Corán y del espiritualismo. Detengámonos brevemente en estos asuntos.

El mito de un islam floreciente

Dicen que estamos en deuda con el islam por ser los transmisores de la filosofía griega. No voy a ser yo quien lo niegue, pero hay que precisar que los musulmanes fueron precisamente eso: “transmisores”, pero no transformadores de dicha tradición filosófica. Es más, una vez que los textos griegos se traducían al árabe, eran inmediatamente quemados. Lo cierto es que con la muerte de Averroes en el año 1198 se cierra la filosofía islámica. Suele silenciarse, además, que el propio Averroes tuvo que huir de un ambiente que no toleraba su proceder racionalista. Después de él no hay ningún filósofo musulmán que alcance renombre universal y tampoco me consta la existencia de un solo filósofo islámico que haya logrado desprenderse de los dogmas coránicos y postule desde posiciones estrictamente filosóficas (racionales y no reveladas o fideísticas) e, incluso, que lo haga desde coordenadas ateas y materialistas.

Precisamente porque el averroísmo fue prohibido en suelo musulmán, los comentarios del gran Averroes tuvieron mayor difusión en suelo cristiano. De este modo prosperó un “averroísmo latino”, pues las obras de Averroes que conocemos no están en árabe, sino traducidas al latín o al hebreo. El más importante de los filósofos escolásticos, Santo Tomás de Aquino, no fue, sin embargo, un conservador o un comentador de los saberes grecorromanos, labor por otro lado, muy honorable, nadie lo niega. Tomás de Aquino fue un transformador de la filosofía griega, y aun cuando en un primer momento fue considerado un hereje, pronto su sistema se convirtió en la filosofía oficial de la Iglesia. En conclusión, fue el cristianismo a través de la filosofía escolástica la que trasformó a la filosofía griega y, en cierta medida, dicha transformación fue más revolucionaria de lo que se piensa dando pie al proceso de inversión teológica que ya estaba en ciernes en la propia dogmática cristiana en la Encarnación de Dios en un hombre: Jesús el hijo de María. Esto es suficiente para demostrar la racionalidad del cristianismo frente al islamismo, pero como este es un tema extenso lo dejaré para otro capítulo.

Mutatis mutandis, por cierto, habría que decir lo mismo de las ciencias. Las ciencias modernas, en sentido positivo, las ciencias que se desarrollaron a partir de los siglos XVII y XVIII (la física, la química, la termodinámica, la biología, &c.) se incubaron en suelo cristiano. Y se incubaron en este suelo porque el cristianismo, en contra de lo que vulgarmente se dice, no supuso un bloqueo al avance científico, sino todo lo contario, entre otras cosas por su tesis del Dios creador: Dios ha creado el mundo, estudiemos pues su creación. De hecho, los hombres que llevaron a cabo la impresionante empresa de la “revolución científica” fueron devotos cristianos, como el canónigo Copérnico, Kepler, el no menos devoto Galileo, el mismísimo Descartes o Newton, Mendel, hasta llegar a la teoría del Big-Bang del abate Lemaître, teoría por cierto que desde el materialismo filosófico no compartimos.

En lo que a la técnica o a la tecnología se refiere, también hay que decir que los musulmanes, como transmisores que fueron en casi todo, trajeron el papel a Europa, pero no lo inventaron (también trajeron la pólvora, pero no la inventaron). Más cercano a nuestro tiempo, hay que decir que bajo el suelo dominado por la plataforma islámica había petróleo, un tesoro inesperado, pero que sus habitantes no lo sabían hasta que fueron los cristianos a sacárselo. Es más, el islam ha recobrado importancia en las últimas décadas gracias a las riquezas petróliferas que subsisten en la capa basal de sus respectivos Estados, lo que emic, es decir, desde sus propias coordenadas, identifican con la sangre de Alá.

El plano doctrinal

Desde el punto de vista estrictamente religioso, lo primero que habría que decir es que el islam es una herejía del cristianismo. Y esto no lo digo yo, lo dice San Juan Damasceno, un doctor de la Iglesia del siglo VIII. Del mismo modo, se puede decir que el cristianismo surgió como una herejía del judaísmo. Por supuesto, esto sólo puede sostenerse desde coordenadas ateas o no creyentes, es decir, desde posiciones que niegan cualquier tipo de revelación divina.

En este sentido, el islam puede verse como el segundo gran movimiento reformista del cristianismo, un movimiento reformista que triunfó. El primero habría sido el de Prisciliano, hoy día reivindicado por los protestantes. Y si el islam triunfó lo hizo gracias a las características específicas de las reformas que puso en marcha Mahoma, características muy potentes que explican que, a día de hoy, el islam tenga más fieles que el catolicismo. Mahoma no estaba especialmente formado en profundidades teológicas, profundidades que a esas alturas ya habían alcanzado los Padres de la Iglesia. Él se limitó a recoger una serie de tradiciones, de consejos, de opiniones prácticas, manteniendo la idea de un Dios monoteísta, pero desnudándolo de todas las complicaciones teológico-filosóficas que habían ido desarrollando los teólogos cristianos de los primeros siglos, precisamente en la dialéctica con los dioses del paganismo.  Es decir, Mahoma recopila una serie de pautas de conducta de grupo junto a unas creencias muy sencillas pero muy firmes que, en su esencia, no han cambiado hasta hoy.

Un aspecto doctrinal que establece diferencias fundamentales entre el catolicismo y el islam es la naturaleza que el islam asigna a Dios: el Dios de los musulmanes es un Dios distanciado, no personal, ni interrelacional. No se le ama, ni se le puede conocer. Como mucho se puede conocer su voluntad, de ahí que el término “islam” signifique sumisión total a la voluntad de Alá. Por otro lado, el entendimiento agente musulmán, de herencia aristotélica, es algo que todos llevaríamos dentro, por lo que sería el mismo para todos los hombres. De ahí se deduce que todos han de pensar siempre lo mismo, pues la verdad es una, lo que abre el camino al desprecio a la individualidad corpórea. Y, puesto que el cuerpo es interpretado como una especie de postizo, se hace posible la inmolación o terrorismo suicida. Un terrorista musulmán puede inmolarse, cosa que no contempla un cruzado cristiano. Ni siquiera un etarra pretende morir a consecuencia de sus acciones terroristas, sino que busca preservar su cuerpo, salvar su vida. En el islam, estas acciones son entendidas como operaciones de martirio para la causa de Alá: ellas serían la expresión de su voluntad divina y los yihadistas intérpretes y actores de dicha voluntad.

La propia idea de persona, de tradición grecorromana, no es asimilable por el islam. Aquí no me da tiempo a explicar la diferencia que hay entre la idea de hombre y la idea de persona. Simplemente diré que hombres somos todos, en cuanto que pertenecemos a una misma especie. La idea de persona remite, sin embargo, a una especie de segunda naturaleza que otorgan las instituciones. Persona, por ejemplo, es la identidad que tiene un hombre que está revestido de una serie de atributos y que es reconocido por el derecho romano. En el islam, sin embargo, el sometimiento de los hombres lo es directamente a los otros hombres (a la comunidad religiosa, a la Umma, al grupo) pero esencialmente el sometimiento es a Alá, de tal manera que la personalidad queda prácticamente anulada. La individualidad del creyente islámico se diluye en un alma colectiva, el entendimiento agente universal del Islam, todo lo contrario de lo que sucede en la tradición cristiana donde prevalece el principio ético de la conservación del cuerpo, de la propia personalidad individual. Este desprecio que el islamista tiene hacia su propia personalidad, hacia su propia individualidad, es lo que favorece los actos de inmolación. Estos no son la consecuencia, por tanto, de un simple lavado de cerebro que se pueda ejercer sobre unos individuos torpes o ignorantes. Como vimos en los atentados de las Torres Gemelas, estos terroristas suicidas pueden ser ingenieros perfectamente cualificados porque un hombre islamizado está convencido de que su individualidad nada vale en relación a la causa superior a la que sirve. De este modo se manifiesta la enorme potencia del islam y por eso el peligro está en el hombre islamizado, pues es un hombre que ha perdido su capacidad de operar desde una racionalidad crítica.

El fin último del catolicismo, por otro lado, es conocer a Dios, que es una comunidad de tres personas. No hay que olvidar que los cronistas musulmanes, cuando iban a combatir contra Pelayo y los suyos en Covadonga en el año 718, afirmaron que se enfrentaban a los politeístas. En consecuencia, para el musulmán es fundamental luchar contra los infieles, pues no son monoteístas, sino politeístas, al defender que Dios se hizo hombre y que Dios es trino y no uno, la Trinidad cristiana, algo intolerable desde el espiritualismo puro que manejan los musulmanes. El Dios cristiano, por otro lado, es un Dios creador y no crea por necesidad, sino por amor. Esta amistad entre Dios y los hombres sólo es posible cuando no hay distancia entre Dios y los hombres. Por otro lado, Alá no se da a conocer directamente, sino a través de su profeta. En el cristianismo, en cambio, Dios mismo se hace hombre para que lo conozcamos y viene a redimirnos.

El catolicismo, por último, defiende la racionalidad como ligada al cuerpo individual. Es decir, la razón no viene de un entendimiento agente universal, sino que viene del entendimiento individual ligado a las manos, al cuerpo. La razón es manual, es operatoria, teoría que comparte el materialismo filosófico. Esta idea de la materia pluralista se opone al monoteísmo fanático de estirpe aristotélica musulmana.

Conclusiones

Durante el siglo XIX el islam era una realidad geopolítica poco significativa. Por esa época, e impulsada paradójicamente desde posiciones católicas, se trabajó por recuperar de forma nostálgica la tradición de los musulmanes españoles. También desde ópticas confusas e ingenuas, los ideólogos soviéticos calcularon que los pueblos islamizados estaban más cerca del socialismo real al considerar que, de hecho, ya practicaban un socialismo primitivo. Por eso en los años 60 del siglo XX se empezó a potenciar el socialismo islámico: gran error por parte de la esfera soviética al considerar a la religión como una magnitud despreciable que se podía simplemente resolver por la vía de la educación en el ateísmo científico. Por cierto, que de aquellos coqueteos de la URSS con los países islámicos surgió el apoyo de EEUU a ciertos grupos integristas durante la Guerra Fría, y ese es un tema apasionante que habrá que abordar con más calma en próximas entregas.

El islam es una realidad en crecimiento. Goza, además, de una gran capacidad de expansión y de convencimiento, y de una firme voluntad de coranización de aquellas sociedades políticas que aun no están islamizadas. Queda claro que estas sociedades islámicas conservan un realismo político que las refuerza frente a las sociedades llamadas occidentales, penosamente debilitadas, entre otras cosas, por la ideología del armonicismo universal. Lo suyo es prudencia política, lo nuestro raya ya la estupidez. Por eso, desde la superioridad que nos da la civilización actual, la única realmente existente, debieran combatirse de frente los dogmas religiosos islámicos, dogmas incompatibles con el desarrollo científico y técnico (siempre que no sea aprovechando el que otras plataformas generan), con la filosofía crítica y con las normas de convivencia en las que vivimos. Pero si no tenemos fuerzas para tanto y tampoco queremos ser coranizados, ni sometidos a la sharia, deberemos empezar por poner en su sitio a los hombres islamizados, y no respetar, es decir, no tener miedo, a las creencias que quieren imponernos.  

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



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