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Fortunata y Jacinta

Blas Infante y la esencia islámica de Andalucía

Forja 104 · 27 febrero 2021 · 38.02

Un programa de análisis filosófico

Blas Infante y la esencia islámica de Andalucía

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y aquí da comienzo esta cuarta entrega dedicada al análisis de los nacionalismo fraccionarios en España, aunque en esta ocasión trataremos un tema que tiene sus particularidades particularísimas, pues lo que la doctrina nacionalista de Blas Infante predicaba no era un separatismo en sentido estricto, sino la conversión de España al Islam. Coincidirá la emisión de este programa, por cierto, con la celebración del Día de Andalucía, cuya fecha quedó fijada para el 28 de febrero en conmemoración del referéndum sobre el proceso autonómico de Andalucía del año 1980. Tres años más tarde, en 1983, el Parlamento de Andalucía aprobaba que se reconociera a Blas Infante como «Padre de la Patria Andaluza», reconocimiento que se revalidó en la reforma del Estatuto de Autonomía, sometida a referéndum popular en 2007. En los días previos a la celebración de dicho referéndum, el filósofo español Gustavo Bueno analizó la cuestión en un artículo titulado “Un musulmán va a ser reconocido en referéndum como «Padre de la Patria andaluza»”, texto que fue publicado en la revista El Catoblepas y que nos servirá como punto de partida del capítulo de hoy. En dicho artículo Gustavo Bueno advertía que “gran parte de la población andaluza ignora el hecho de la Shahada de Blas Infante, la ceremonia de su conversión pública al Islam, y considera que hablar de ella constituye un grave desliz”. Catorce años más tarde, y aupada principalmente por el auge del partido Podemos, esta maurofilia que solo ve amor, colaboración y generosidad entre moros y cristianos, está muy extendida entre nuestras autoproclamadas izquierdas.

Esta izquierda indefinida suscribiría sin pestañear esta cita del ardoroso catalanista Gabriel Alomar, quien en 1918 y completamente seducido por el mito de Al-Ándalus escribió a propósito del XII centenario de la Batalla de Covadonga: “En aquella hora histórica, ¿cuál de los dos pueblos representaba la causa que hoy llamaríamos de la civilización? Seguramente los árabes (…) Eran una flor de cultura que se expande sobre el tallo nativo cuando llega su momento”. Y continuaba: “España no comprendió que había un elevado ministerio de paz que no debió rehuir: el de recoger amorosamente el brillante y efímero tesoro del alma Islámica”.

Ya desarrollé en los capítulos 32 y 33 de este canal “¿Qué es España? Primera y segunda parte”, que es en este encuentro con el Imperio islámico, donde nosotros situamos el embrión de lo que después sería propiamente España. Y precisamente porque España nació contra el Islam tuvo que desplegar, desde el principio, un conjunto de planes y programas que exigían una expansión indefinida: necesitaba recubrir el imperialismo islámico, que era un empuje ilimitado al que tenía que responder de forma igualmente ilimitada. Los andalucistas, sin embargo, han determinado que Andalucía tiene una historia peculiar y reclaman como hecho diferencial histórico para diferenciarse de lo español la época de la dominación islámica. Pero, tal y como nos recuerda Jesús Laínz: “El heredero de Al-Ándalus no es Andalucía, sino Marruecos (pues) el conocimiento más elemental indica que Andalucía, guste o no, es una creación estrictamente española, europea, occidental y cristiana. Es decir, lo contrario de Al-Ándalus”. Hay que tener en cuenta que el Imperio Español empezó a forjarse precisamente desde Andalucía, desde Huelva y Sevilla. De hecho, Sevilla era conocida como la capital del Nuevo Mundo. Y fue en las Cortes de Cádiz donde se forjó el Nuevo Régimen, la nación política española «de ambos hemisferios». Luego lo correcto es afirmar que la esencia de Andalucía es España y no al revés, como Blas Infante sostenía.

Daré cuatro pinceladas biográficas para situar a nuestro protagonista de hoy. Blas Infante Pérez de Vargas nació en la localidad malagueña de Casares el 5 de julio de 1885. Estudió bachillerato en las escuelas Pías de Archidona y en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra y en 1900 se matriculó en la facultad de Derecho de la Universidad de Granada, a la que se trasladaba sólo los meses de junio y septiembre para examinarse. En 1909 sacó unas oposiciones y al año siguiente se colocó como notario en el pueblo sevillano de Cantillana, donde contraería matrimonio en 1919 con Angustias García Parias, rica heredera de Peñaflor con la que tendría cuatro hijos. Esto hizo que nuestro hombre se introdujese en los ambientes regionalistas andaluces y se codease con los miembros del Ateneo de Sevilla. Fue entonces cuando el Infante quedó impresionado por las lamentables condiciones laborales de los jornaleros andaluces. En 1915 publicó El ideal andaluz, considerada por muchos como su obra más importante.

En 1918 Blas Infante asistió a la Asamblea de Ronda, que seguía los pasos de la Constitución de Antequera de 1883. Esto es, la Asamblea de Ronda cultivaba la semilla del andalucismo que treintaicinco años antes había sembrado el Partido Republicano Democrático Federal. En Ronda los andalucistas propusieron una constitución regional para Andalucía dentro de una supuesta república federal española. Para ello era imprescindible exigir la autonomía política para Andalucía. En la Asamblea se aprobó la propuesta del Infante de que las «insignias de Andalucía» fuesen un escudo con Hércules y una bandera verdiblanca de inspiración islámica (andalusí), que es la actual bandera de Andalucía. El 1 de enero de 1919 nuestro protagonista firmó el Manifiesto andalucista de Córdoba, que sostenía que Andalucía era una «nacionalidad histórica» que debía insertarse en una España federal que sustituyera a la «vieja España», pues sólo así sería posible una «Andalucía grande y redimida». Vemos que el error o directamente la mala fe de hablar de federalismo en un Estado ya unificado como es España no es una ocurrencia del PSOE. Ya en aquellos años de 1919 circulaba el rótulo «nacionalidad histórica», que tampoco fue una idea de los mal llamados «Padres de la Patria» del Régimen del 78.

Blas Infante fue introduciéndose cada vez más profundamente en lo que él vendría a llamar «Cultura de Al-Ándalus». Pero no sólo aprendió la lengua árabe. Según el informe de la Yama'a Islámica de Al-Ándalus, el «joven» notario experimentó una «metamorfosis espiritual», por la que «resultaría abducido por el universo andaluz». Y no conformándose con una mera actitud especulativa, en 1924 viajó a la tumba de Al-Mutamid en Agmhat, cerca del Marrakech. El 15 de septiembre se convirtió públicamente al islam haciendo la Shahada en una pequeña mezquita y adoptando el nombre de Ahmad, «el que pone en acto lo que está en potencia». Contó con dos testigos descendientes de moriscos, Omar Dukali y otro de la kabila de Beni-Al-Ahmar, que le regalaron una chilaba y una daga bereber, objetos que conservó hasta el día de su muerte. A pesar de estas evidencias, la versión oficial, y a la postre más común y vulgar, la de la Junta de Andalucía, sostiene que la conversión de Blas Infante al islamismo no tiene mayor significado político y que, a lo sumo debe ser “tenida en cuenta a título de acontecimiento privado, como hecho íntimo de conciencia, que bastaría con respetar”. Como si votar en referéndum a un musulmán como Padre de la muy católica Andalucía no tuviera trascendencia política alguna. Desde nuestras coordenadas sostenemos que con su conversión al islam, Blas Infante redefinía sus ideas políticas (y no simplemente religiosas). Esto es, afirmamos que su conversión al islam es fundamental para la esencia de su andalucismo.

Posiblemente Infante ocultó su conversión al islam por prudencia política. Reproduzco a continuación un fragmento del informe de la Yama'a Islámica de Al-Ándalus: «Evidentemente, Infante no podía hacer público su Din islámico por las consecuencias profesionales, políticas y familiares que ello le acarrearía, viviendo su Islam en 'Taquilla', practicándolo y viviéndolo en su intimidad, sin hacerlo público, –tal como lo hicieron cientos de miles de moriscos desde la conquista castellana–, excusando, no sin convencimiento, la construcción de la Mezquita de Sevilla por motivos de 'libertad y pluralidad religiosa'.»

Pero sigamos. En sustitución de los Centros Andaluces cerrados por el directorio de Primo de Rivera, Blas Infante fundó la Junta Liberalista de Andalucía y presentó varias candidaturas por el Partido Republicano Democrático Federal, sin obtener representación parlamentaria. En su programa exigía el federalismo frente al centralismo, así como la reforma del sistema electoral, de la economía y de la justicia. A su vez defendía la libertad de enseñanza y de matrimonio. En 1931 publicó La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía, donde sostuvo: «Andalucía por sí, para España y la Humanidad, no es una fórmula arbitraria. Es una expresión síntesis de la Historia de Andalucía». En el mismo texto hacía una dura crítica al gobierno provisional de la Segunda República, ya que su candidatura andalucista fue boicoteada en las elecciones. Volvería a presentarse en noviembre del 33 con una coalición llamada Izquierda Republicana Andaluza, pero tampoco salió adelante. Asimismo fracasó el anteproyecto del Estatuto de Autonomía de Andalucía que se propuso ese mismo año en la Asamblea de Córdoba.

En 1933 Blas Infante cambió la letra al canto religioso Santo Dios y lo propuso como himno de Andalucía. Sus palabras finales rezan: «Sea por una Andalucía libre, España y la Humanidad». En actos de Izquierda Unida y Podemos no se canta “España y la Humanidad”, sino «los pueblos y la Humanidad», omitiendo la palabra «España», ya que esta es entendida como una prisión de naciones. Este cambio, sin embargo, traiciona el espíritu de Blas Infante, quien llegaría a escribir: «Andalucía no puede ni podrá llegar a ser jamás separatista de España. La razón es obvia, ella es, y será siempre, la esencia de España». Y este es el problema, porque si Andalucía «es la esencia de España», entonces España no es la esencia de Andalucía. Por tanto, Blas Infante no era separatista, sino unionista de una España islamizada. ¿Y por qué islamizada? Pues porque, según él, la esencia de Andalucía era la «Cultura» de Al-Ándalus; es decir, la auténtica cultura de Andalucía y, por tanto, de España, era el islamismo. De modo que nuestro personaje no quería ni una España rota, ni una España roja, sino que abogaba por una España verdiblanca, islámica, una España Al-Ándalus. Nosotros, debemos reconocer que preferimos una España rota antes que unida pero musulmana. No es racional defender la unidad de España a toda costa, porque hay ciertas identidades que podrían ser mucho más perniciosas que la fragmentación total. Ahora bien, ¿acaso no es cierto que una España musulmana ya no sería España sino otra cosa? En definitiva, Blas Infante no quería hacer de Andalucía una nación política más. Aspiraba a que Andalucía, como «cultura propia», asumiese un destino universal junto a España para iniciar, desde esa plataforma esencial de Al-Ándalus, la islamización de Europa y del mundo.

Como decimos, Blas Infante estaba por la faena de exportar lo andaluz a España y al resto de la Humanidad, sobre todo a Europa y América. No obstante, el Infante no era ni por asomo europeísta, y cuando gritaba «Andalucía libre» también estaba diciendo «España libre de Europa», porque España debía dejar de ser la «cola de Europa» y librarse de la «colonización» del continente. Para él los andaluces, más que europeos, eran una síntesis armónica de euro-africanos, euro-orientales y hombres universalistas. Europa era algo demasiado cristiano para ser la esencia de Andalucía, el corazón de la Cultura, la cultura islámica. Por eso, una Andalucía libre e incluso una España libre de Europa ¿no estaría vinculada a un proyecto de reislamización de la Península como si se pretendiese recuperar el Califato de Córdoba y liberar a España de sus raíces cristianas? Cuando Infante hablaba de la hora de la «resurrección» de Andalucía se refería a su reislamización o, en rigor, islamización, pues Andalucía no existía cuando existía Al-Ándalus.

También afirmaba que su andalucismo, antes que andaluz, era humano; como si dijese: «el andalucismo es un humanismo». En su obra La dictadura pedagógica llegaría a decir: «No somos sectarios. Ni proletarios ni burgueses. Simplemente hombres». Pero hablar de un nacionalismo humano es un sinsentido, o es de Perogrullo, pues también los nacionalismos catalán y vasco son humanos. Y tampoco cabe hablar de un nacionalismo de gatos, perros o extraterrestres. Pero quizás lo que crípticamente quiso decir fuese aquello que supo ver Gustavo Bueno: «Mi nacionalismo no se queda en el Al-Ándalus prosaico, casi zoológico, sino en el Al-Ándalus divino, que es el que permite esperar que Al-Ándalus real se convierta en la cabeza de un Islam espiritual, universal, ecuménico y verdaderamente humano». Y que conste que Blas Infante no ha sido el único en redefinir una sociedad política desde coordenadas teocráticas. También Sabino Arana comprendió Euskadi como una república inspirada por el Sagrado Corazón de Jesús.

Islamizar Andalucía y España, es decir, recuperar Al-Ándalus, supondría que dejasen de existir las procesiones de Semana Santa, tan populares en Andalucía y en otros puntos de España, o que se prohibiese el jamón de Jabugo. Si Al-Ándalus no hubiese sido tomada por los reinos españoles no hubiesen sido posibles las catedrales, ni las imágenes de María Santísima, ni de Cristo Rey, ni el vino de Jerez. ¿No es llamada Andalucía «Castilla la Novísima»? ¿Acaso no son incompatibles las imágenes de la Virgen con la iconoclastia mahometana? ¿Cómo es que el padre de una supuesta patria cuyos habitantes en su inmensa mayoría son católicos, es musulmán? Y como musulmán, ¿no condenaría las procesiones de Semana Santa y la romería del Rocío y los banquetes en bautizos, bodas y comuniones donde se suele consumir cerdo y tomar bebidas alcohólicas? El Padre de la Patria andaluza se escandalizaría ante las costumbres de sus hijos politeístas que no creen en un Dios solitario de estirpe aristotélica, sino en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, en un Dios Encarnado y que, además, veneran a los santos.

En lo fundamental, islam y catolicismo son posiciones diametralmente opuestas. Sin el dogma de la Encarnación, que es clave en el cristianismo y una auténtica blasfemia para la dogmática islámica, lo que queda es la iconoclastia. Que conste que no estamos afirmando que todo el islam sea malo y perverso per se, sino que es negativo y perverso contraponiéndolo con los dogmas y ceremonias cristianas que tanto abundan en Andalucía. Elegir entre cristianismo e islam tiene consecuencias en la praxis de la convivencia cotidiana y no es una mera cuestión privada de puertas adentro o una especulativa elucubración teológica sin repercusiones prácticas. Así lo expresa Gustavo Bueno: “El monoteísmo radical de los musulmanes tiene su reflejo en su monoteísmo teocrático, en virtud del cual la indistinción de fronteras entre la política y la religión llega a ser absoluta”.

Desde la perspectiva musulmana del Padre de la Patria andaluza, Andalucía es mucho más que una comunidad autónoma: es una comunidad espiritual y en ese sentido difícilmente podrá ajustarse a los conceptos cristianos modernos de Nación o Estado. ¿Cómo designarla entonces? Blas Infante recurrió a la idea de «Cultura», entendida al modo de la tradición germánica, como «unidad de destino en lo universal». En uno de sus manuscritos inéditos llega a escribir que el islam «no es sólo espiritual, es también movimiento, vivir no es solamente una idea, sino un conocimiento, y este conocimiento es nuestra experiencia de Al-Ándalus en su época de esplendor». Pero, insistimos, en tiempos tan esplendorosos no había catedrales, ni romerías, ni Semana Santa, ni domingos festivos, ni se podía comer jamón o beber vino, ni la familia era monógama, ni se consideraba la propia idea de persona. Y si las procesiones de Semana Santa pueden celebrarse desde hace siglos en Andalucía es precisamente porque el Al-Ándalus musulmán dejó de existir. ¿Ven el delirio que supone concederle la paternidad de una supuesta patria andaluza a un musulmán, aunque fuese español como Blas Infante? ¿No resulta raro a la multitud de andaluces católicos pensar que la mayoría de sus ceremonias y tradiciones habrían sido severamente juzgadas por el Padre de su Patria?

Añadiremos que para Blas Infante la verdadera Andalucía, la Andalucía auténtica, la Andalucía fetén, estaba en los pueblos rurales, pues las ciudades se llenaron de gente extraña con la Reconquista. Para él los moriscos eran el verdadero pueblo andaluz. Lo castellano, como vemos, es visto como algo que viene «de fuera», como la fuerza que empujó a los moriscos a los campos, sojuzgándolos. Curiosamente, esto lo decía un miembro de la familia Pérez de Vargas, que tan importante fue para Castilla en la Reconquista. Aunque no sea exactamente un separatista, el fondo la ideología andalucista de Blas Infante, como observa Gustavo Bueno, «coincide con la ideología más radical de la izquierda vasca abertzale: para ambas ideologías la presencia de los españoles en sus territorios representa la presencia de unos intrusos, y sus ejércitos respectivos no son sino tropas de ocupación».

Ya vemos, por cierto, que también para los andalucistas la idea de una mítica unidad o identidad milenaria es una excelente plataforma ideológica para reivindicar una realidad nacional histórica «anterior a Jesucristo», logrando así que su Estatuto de Autonomía no sea menos que el de Cataluña, Galicia o el País Vasco. En ese sentido, Blas Infante reivindicó una Andalucía ahistórica y creadora de la primera cultura histórica: la de Tartessos. Pero obviamente Tartessos no era Andalucía, ni andaluces eran Séneca (un romano), San Isidoro (un cristiano visigodo) o Averroes. Tampoco puede sostenerse que estos señores fueran españoles, del mismo modo que no puede decirse que el hombre de Atapuerca fuera burgalés, ni mucho menos, español.

Para Blas Infante tampoco hubo invasiones árabes en la Península Ibérica, sino que habrían sido los propios pueblos sometidos a los godos quienes admirados de la amabilidad, elegancia y espiritualidad de las escasas avanzadillas mahometanas que habían desembarcado en la costa, acudieron a ellos como aliados para liberarse de la barbarie goda y cristiana. No hubo pues conquista, ni imposición violenta del Islam, sino difusión de una cultura oriental superior. Por tanto, el mejor plan concebible sería volver al Islam, a Al-Ándalus. Hablemos entonces, diría Blas Infante, de recuperación de tierras, de autarquía, de impuesto único, de autonomía, de federalismo.

El andalucismo recobró fuerzas al vencer el Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. El 15 de junio Infante publicó lo que vendría a ser su testamento, A todos los andaluces, donde pedía el sí al Estatuto de Andalucía. Pero en menos de dos semanas se produjo el alzamiento cívico-militar del llamado bando nacional y Blas Infante fue detenido el 2 de agosto. Finalmente fue fusilado la madrugada del 11 de agosto en el kilómetro 4 de la carretera de Carmona-Sevilla junto a la tapia del cortijo de Gota de Leche, donde hoy hay un memorial erigido por la Fundación que lleva su nombre. Posiblemente su cadáver fue arrojado a la fosa común de Pico Reja en el cementerio de Sevilla. Tenía 51 años. Cuatro años más tarde, el 4 de mayo de 1940, una sentencia firmada por el Tribunal de Responsabilidades Políticas le condenó a muerte imponiendo a sus familiares una multa de 2.000 pesetas de la época por «responsabilidad política de carácter grave». Así decía la sentencia: «DON BLAS INFANTE PÉREZ formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1933; en los años sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista para la constitución de un partido andalucista o regionalista andaluz, y según la certificación del folio 46 falleció el 10 de agosto de 1936 a consecuencia de la aplicación del Bando de Guerra». Nosotros debemos advertir, sin embargo, que más que revolucionario, el andalucismo, y no digamos el islamismo, es reaccionario.

Sin duda ser fusilado por Franco, como se dice vulgarmente con la brocha gorda retroantifranquista negrolegendaria memoriahistoricista moralista filistea, le dio mucho prestigio al Infante, y su ejecuciónlo convirtió en un mártir. ¿Habría sido considerado «Padre de la Patria andaluza» si no hubiese sido fusilado por el bando nacional en la Guerra Civil? Tal vez quienes estén imbuidos en una perspectiva andalucista-universal se sentirán escandalizados ante nuestras nobles doctrinas. Para nosotros el escándalo está en el nombramiento de un musulmán como Padre de la Patria andaluza, ni más ni menos.

Rubricaremos esta entrega recordando que de los 6.045.560 ciudadanos españoles residentes en las ocho provincias andaluzas que formaron el censo convocado en referéndum para responder en 2007 a la pregunta: «¿Aprueba el Proyecto de Estatuto de Autonomía para Andalucía?», sólo 2.193.497 acudieron a las urnas. Menos de uno de cada tres ciudadanos respondieron afirmativamente a la pregunta –1.899.860 votos, 87,45% de los votos emitidos–, manifestando su negativa 206.001 votantes –9,48%– y votando en blanco 66.670 ciudadanos (el 3,07% de los votos emitidos). ¡Democracia!

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



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