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El Catoblepas, número 18, agosto 2003
  El Catoblepasnúmero 18 • agosto 2003 • página 23
Libros

La fuerza ignorante:
¿antisemitas y antiamericanos?

José Sánchez Tortosa

A propósito de los libros de Gustavo Daniel Perednik, La judeofobia. Cómo y cuándo nace, dónde y por qué pervive, Flor del viento ediciones, Barcelona 2001 y de Jean-François Revel, La obsesión antiamericana. Dinámica, causas e incongruencias, Ediciones Urano, Barcelona 2003

«Cuanto mayor es la falsedad más fácilmente se cree en ella.»
(Upton Sinclair, Dientes de dragón)

«Nada de lo que tiene de positivo una idea falsa es suprimido por la presencia de lo verdadero, en cuanto verdadero. (...) Por tanto, las imaginaciones no se desvanecen ante la presencia de lo verdadero, en cuanto verdadero, sino porque se presentan otras imaginaciones más fuertes, que excluyen la existencia presente de las cosas que imaginamos.»{1}

La fórmula spinoziana resume la clave de lo que podamos entender por pensamiento materialista, esto es, no idealista, no teológico, devastando, en el plano teórico, la ingenuidad de pretender que se puede combatir el error (la falsedad, el prejuicio, el mito, la superstición), en el plano real, con la verdad. Aplicada a dos fenómenos muy presentes en la sociedad europea actual, el antisemitismo y el antiamericanismo,{2} se puede comprobar en qué grado estas dos fobias persisten en sí mismas a pesar de que un análisis riguroso o un mero conjunto de datos demuestren la absoluta inconsistencia de aquello en lo que dicen basarse y que no es más que disfraz ideológico de algo previo.{3} Su especificidad reside no en su componente irracional, sino en la pretensión de presentar con rango ideológico y aún teórico su irracionalidad. Además, son transversales a la distinción política clásica entre izquierda y derecha,{4} ya que afectan por igual a sectores relevantes de una y otra. Por otro lado, se da la peculiaridad de que ambos fenómenos se entrecruzan y hasta se confunden en determinadas circunstancias. ¿Hasta qué punto impregnan estas patologías, si es que son tal cosa, las sociedades europeas de inicios del siglo XXI?

Dos libros de más bien reciente aparición en español dan cuenta de ello y tratan de responder, al menos parcialmente, a esta pregunta:

Gustavo Daniel Perednik, La judeofobia. Cómo y cuándo nace, dónde y por qué pervive. Flor del viento ediciones, Barcelona 2001.

Jean-François Revel, La obsesión antiamericana. Dinámica, causas e incongruencias. Ediciones Urano, Barcelona 2003.

El primero de ellos lleva a cabo un recorrido, sino exhaustivo, sí bastante detallado del fenómeno desde sus orígenes en forma paralela a partir de cierto momento{5} a la historia del pueblo judío, por lo que concede a la judeofobia una antigüedad de más de dos mil años.{6} Comienza con una necesaria precisión terminológica, según la cual es inadecuado el término antisemitismo (y aún más el de antisionismo, por motivos evidentes a poco que se sepa que puede querer decir ese vocablo, cosa que, por otro lado, está lejos de ser frecuente) dado que su prefijo (anti-) y su sufijo (-ismo) invitan a asimilar ese odio a lo judío como una postura teórica o ideológica y, por tanto, con tanta legitimidad como cualquier otra.{7}

Lo realmente apasionante del libro es la claridad y precisión con que muestra la presencia de la judeofobia, incluso en las mentes más cultas e inteligentes, a través de las distintas fases de la civilización, como una suerte de residuo neolítico que permanece adoptando formas medievales, modernas, postmodernas...

La tesis central de la obra insiste en que la judeofobia es un odio grupal específico, que atraviesa casi toda la historia de la civilización y la práctica totalidad de las sociedades dando forma y cobertura a complejos, prejuicios y odios de diverso tipo, muchas veces, ajenos en su origen a lo judío.{8} Para demostrarlo, enumera ocho características que, según su análisis, sólo cumple simultáneamente en su totalidad la judeofobia:

«Probablemente no haya odio más antiguo, más generalizado, más permanente, profundo, obsesivo, peligroso, quimérico y fácil, que la judeofobia.» (pág. 27)

Pero ¿por qué la figura del judío es tan propicia a encauzar los odios más atávicos de la especie humana, hasta el punto de simbolizar, paradójicamente y por inversión perversa, lo humano mismo como lo extranjero en todo lugar y momento, lo esencialmente precario, hasta el punto, por ello mismo, de ser excluido, precisamente, del ámbito de lo humano{9}?

Perednik ofrece varias posibles razones de la judeofobia:

«Al combatir a los judíos, un pueblo del que mucho se ha escrito y hablado, el judeófobo se siente más importante que si se enfrentara a un grupo desconocido.» (pág. 215){10}

«Una de las motivaciones que llevan el foco del odio hacia los judíos es que, como grupo, los judíos muchas veces despiertan sentimientos de culpa. Ello puede deberse a dos motivos: o bien porque la moralidad fue virtualmente iniciada con la Biblia de los judíos, y por ello encarnarían las prohibiciones éticas, o bien porque la forma en la que los judíos han sido perseguidos despierta no sólo sentimientos de culpa sino también temor, ya que podría preverse una venganza.» (pág. 215){11}

«La judeofobia permite a la gente ventilar sus instintos sádicos. Uno puede violentar, humillar y matar, y tendrá un aparato ideológico entero, antiguo y establecido, que viene a defender la libre brutalidad. La judeofobia es una forma de sadismo social. Una motivación central en el judeófobo es que quiere golpear, o gozar con los golpes de otros. Es seducido por la judeofobia porque ésta le ofrece una ideología milenaria para justificar ese deseo.» (pág. 216)

Tratando de llevar aún más allá los planteamientos de Perednik ofrezco la siguiente hipótesis: ¿no será que el ser humano odia a los judíos porque en lo más profundo se odia a sí mismo? ¿No será que el judío cumple perfectamente o, al menos, ha cumplido históricamente la función de desviar, atraer y concentrar de un modo moralmente muy económico ese odio, incluso para los propios judíos (en el libro se nos habla también de un auto-odio judío)?

El libro de Revel, por su parte, es mucho menos sistemático y, en ocasiones, hasta repetitivo. Suele proceder mencionando algún modelo de argumentación típica del sentimiento antiamericano desenmascarando sus contradicciones para pasar enseguida a ilustrar su denuncia con ejemplos empíricos (históricos y actuales). Mientras que Perednik sustenta su erudición histórica y filológica en una argumentación inteligente, aguda y dolorosamente irónica, Revel hace recaer el peso de su obra en la presentación de datos que desbaratan lugares comunes, simplificaciones y falsedades aceptadas acríticamente, sin el apoyo de una argumentación demasiado compleja, aunque sí lúcida y mordaz, carencia que habría que poner más en el debe del discurso antiamericano por su endeblez, que en el de la exposición del autor francés. Revel defiende que el odio a lo americano hoy día es, en realidad, odio al capitalismo y al liberalismo (y a la globalización que él prefiere denominar mundialización{12}) desde posiciones tanto socialistas como fascistas, pero siempre antiliberales. Parte del supuesto de que todo modelo de sociedad que no sea la democracia liberal ha fracaso y, en especial, desde la caída del Muro de Berlín, momento en el que tal planteamiento no podía ser ya honestamente negado, según Revel, la desaparición del contrapeso soviético a Estados Unidos llevó a este país a convertirse en la única superpotencia mundial, acaso más por debilidad e incompetencia europea –ésta es la tesis de Revel– que por propios méritos estadounidenses.{13}

Resulta extremadamente sintomático que, en las dos patologías descritas, posiciones políticas en apariencia radicalmente opuestas, coincidan de forma plena. Una muestra:

«Alguien, aquí, en Madrid, me cuenta su estupor (es real ese estupor, yo sólo juego a transcribirlo vanamente, la escritura es siempre vana para dar la resonancia de lo que importa): "Hace ya varios días que la pintada estaba ahí, frente a mi ventana: ¡Muerte a los judíos! La firmaba no sé qué fracción extrema de Falange. Me había habituado a verla como parte del paisaje. Ya, la verdad, ni la veía. Esta mañana noté algo raro. Me fijé más. Alguien había tachado la firma. La había sustituido por las siglas de un grupo de izquierda radical. El texto permanecía intacto."» (Gabriel Albiac, Jugamos con serpientes, en El Mundo, 22 de abril de 2002)

Considero que en ambas obras está clara la diferencia entre lo que puede ser una crítica puntual basada en análisis racionales a la política del gobierno israelí o estadounidense en cada momento, y un odio (mezcla de envidia y de deuda nunca bien saldada, en el caso de la americafobia,{14} de odio a uno mismo proyectado en otro, en el caso de la judeofobia) que utiliza cualquier pretexto, por absurdo o falso que éste sea, como fundamento –que no es más que barniz pseudoteórico– de su sentimiento, confundiendo, además, al individuo o individuos responsables de determinada política o acción militar con el universal correspondiente («judío», «yankee»).

En sociedades mediáticas como las europeas de principios de siglo, la prensa es un campo modélico donde estudiar la sintomatología de las enfermedades que las aquejan. Mencionaremos apenas dos ejemplos muy significativos sobre cada una de las dos fobias tratadas.

Ejemplo 1:

La prensa europea emplea la expresión «explanada de las mezquitas» para referirse al Monte del Templo de Jerusalén, templo erigido por el rey Salomón hace tres mil años y del cual queda en pie el Muro Occidental (durante siglos el Muro de las Lamentaciones). Las dos mezquitas que allí se alzan datan del siglo VII. Fueron construidas sobre el Monte del Templo como símbolo de la victoria del Islam sobre el judaísmo.{15} Casi toda la prensa española comprendió perfectamente que el paseo de un ciudadano israelí por dicha zona constituía una provocación de tal gravedad que la única reacción lógica era el inicio de una nueva Intifada.

Ejemplo 2:

A la entrada en Bagdad de las tropas estadounidenses, pudimos ver a través de las cámaras occidentales las vitrinas vacías del Museo Arqueológico. Todo parecía indicar, y así nos lo hizo notar la prensa europea, que los militares norteamericanos habían saqueado tan rico fondo arqueológico. El informe presentado ahora por el gobierno provisional prueba cómo fue la responsable del museo, Selma Nawala Mutawalli, quien ordenó, antes de la guerra, vaciar sus vitrinas, empaquetar en 178 cajas las 8.000 piezas con que contaba el museo y almacenarlas en el sótano, que fue tapiado.{16} Que sepamos, ni una minúscula nota en el más ignorado rincón del periódico español de menor tirada ha aparecido para aclarar lo sucedido y desmontar la imagen, grabada ya casi de manera perenne en las conciencias del ciudadano medio. Pero claro, una imagen vale más que mil palabras, y, desde luego, es mucho más eficaz que un solo concepto, que un solo dato.

Podemos ver, de un modo ejemplar en el caso de los dos fenómenos que nos ocupan, cómo se cumple la máxima, presente en Spinoza y tematizada por Nietzsche{17}, de que el discurso teóricamente más débil, más inconsistente, más frágil es, sin embargo, el que con mayor fuerza acaba venciendo e imponiéndose en la realidad.

Lo falso reconforta o consuela, lo verdadero incomoda o espanta. El mito sustenta y refuerza el sentimiento de identidad o pertenencia (a una tendencia política, a una religión, a una rebeldía impostada y gratuita, a una dignidad moral blindada por el discurso del grupo...). El conocimiento revela su arbitrariedad y su miseria, la fuente de su debilidad y su servidumbre.

La superstición y la falsedad –aquello que perpetúa la inercia natural, la pereza humana en la ignorancia y la esclavitud– siempre tendrán más éxito, entre los humanos, que lo verdadero.

Notas

{1} Spinoza, Ética, IV, proposición I y demostración.

{2} Empleo estos dos términos sólo de un modo provisional, ya que, en especial el primero, no son acaso los más correctos.

{3} Procedimiento semejante al que Aldo Agosti atribuye al estalinismo: «si hay un rasgo que pueda definir al estalinismo como sistema ideológico es éste: la teoría no es una guía para la acción, sino una justificación a posteriori de la acción.» (El mundo de la III Internacional. Historia del Marxismo, Barcelona, 1983. Citado por Gregorio Morán en Miseria y grandeza del Partido Comunista de España. 1939-1985, Planeta, Barcelona, 1986, págs. 34-35).

{4} Distinción que, muy significativamente, no existe como tal en la política estadounidense ni en la israelí.

{5} Alejandría, s. III a. C., según Edward Flannery (Gustavo D. Perednik, La judeofobia, pág. 41)

{6} «La judeofobia comienza con los judeófobos, no con los judíos.» (Ibídem., pág. 38)

{7} «Pero la judeofobia no es una idea. Jean-Paul Sartre, en su famoso libro sobre el tema, sugiere que no le permitamos al judeófobo disfrazar su odio de «opinión». En la medida en que usemos antisemitismo, los judeófobos podrán adornar sus rencores con una aureola de criterio razonado, lo que desdibuja la irracionalidad de la judeofobia.» (Ibíd., pág. 21)

{8} «La judeofobia viene habitualmente a complementar otros odios de grupo.» (Ibíd., pág. 32)

{9} En sus conversaciones con Rauschning (Hitler m'a dit, 1939), Hitler se refiere al judío, no ya como no humano, como animal, sino como antinatural.

{10} Hagamos notar que esta hipótesis no explicaría el odio a lo judío en sus orígenes.

{11} También esta última motivación explica el fenómeno una vez éste ya se ha iniciado.

{12} Jean-François Revel, La obsesión antiamericana., pág. 59. Mundialización que, según Régis Bénichi, comienza mucho antes del nacimiento de los Estados Unidos (Ibídem., pág. 67)

{13} Ibíd., págs. 35-37, 97-98.

{14} Gabriel Albiac mantiene la tesis de que, en el caso de Francia y Alemania, liberadas del nazismo por los Estados Unidos, se trata más bien del resentimiento de una derrota (Cfr. Ciertos malentendidos, en El Mundo, 24 de marzo de 2003).

{15} Cfr. Gustavo D. Perednik, La singularidad de Jerusalén, El Catoblepas, nº 17, julio 2003, pág. 5

{16} Cfr. Gabriel Albiac, Fuego en los museos, en El Mundo, 7 de agosto de 2003.

{17} Cfr. Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía., Anagrama, Barcelona, 1993, págs. 81-86.

 

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