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El Catoblepas, número 28, junio 2004
  El Catoblepasnúmero 28 • junio 2004 • página 1
Artículos

Acerca de la sintaxis originaria
(una crítica de la reciente propuesta de Hurford)

Teresa Bejarano Fernández

La composicionalidad sintáctica ¿está presente e innata ya en la percepción misma, o, por el contrario se origina sólo a partir de una comunicación lingüística presintáctica? Dado que el razonamiento, y en general la inteligencia característicamente humana, están relacionados con la sintaxis, esas opciones apuntan a dos muy diferentes modos de explicar las capacidades humanas. En estas páginas, intentaré aportar indicios (sólo eso: no tengo nada mejor) en contra de la primera respuesta, y a favor de la segunda

1.1) Propuesta de Hurford, 2003

Hurford, 2003, sostiene en primer lugar que la asimetría sintáctica más básica es la de predicado y argumento –P (x)–, y, en segundo lugar, que esta asimetría se encuentra ya en el nivel de los contenidos perceptivos –de los visuales, al menos–. Para respaldar su segunda afirmación, establece un paralelo entre la dualidad predicado y argumento y la dualidad de sistemas visuales que han sido diferenciados en el cerebro –el sistema del qué (corriente neuronal ventral) y el sistema del dónde (corriente neuronal dorsal)–.

De la propuesta de Hurford, hay antecedentes muy claros. Landau & Jackendoff, 1993, y también Givón, 2002{1} ya intentaron conectar la sintaxis del lenguaje y la dualidad de sistemas visuales. La de Landau y Jackendoff, que asignaba las preposiciones, o términos léxicos de clase cerrada, a la corriente dorsal, y los términos de clase abierta a la corriente neuronal ventral, fue prematura, pues surgió cuando aún los neuropsicólogos no habían diferenciado las dos captaciones del dónde que ahora hemos aprendido a separar. La primitiva tesis de un sistema que correspondería a un dónde indiscriminado se vino abajo cuando se tuvieron estudios más detallados de pacientes con lesiones en una u otra corriente neuronal. A partir de eso, el sistema dorsal tuvo que redefinirse como el sistema del dónde egocéntrico{2}, mientras que el sistema del qué, aparte de su función categorizadora, asumió también la localización alocéntrica. El 'dónde' procesado por el sistema dorsal correspondería a lo significado por los deícticos centrados en el esquema corporal –«arriba», p. e.– mientras que el dónde ventral vendría a corresponder a lo que en el lenguaje representan los 'derivados de deíctico' –«encima de X», o también un «arriba» que, cercano a las anáforas, haya de ser interpretado respecto a la plataforma lingüística anterior–.

La fecha de la propuesta de Hurford lo pone a salvo de estos errores, y lo lleva a conjeturar otra correspondencia, más atractiva quizá, entre sintaxis lingüística y percepción. El sistema dorsal, al que la periferia retiniana se vincula especialmente, alertaría al organismo de que en una determinada dirección hay algo potencialmente interesante; una vez que el organismo, tras movimientos sacádicos o giros de cabeza, ha enfocado con la mirada tal objeto, el sistema ventral, vinculado ante todo con la fovea retiniana, aportaría la categorización perceptual. Esta asimetría entre dirección a la que mirar y propiedades de lo mirado, sería –nos dice Hurford– la asimetría sintáctica por antonomasia, o sea, la relación entre argumento y predicado.

Frente a esa asimetría básica y nuclear, Hurford considera que el par sujeto / predicado que la gramática viene subrayando desde los tiempos de Aristóteles no es realmente asimétrico. El «problema de Aristóteles» –éstas son las palabras de Hurford– es que los nombres comunes pueden servir lo mismo como sujetos que como predicados («El hombre murió» / «Platón es un hombre»). Esta indiferenciación morfológica nos tendría que llevar –concluye– a buscar en otra parte el fundamento de la predicación –a buscarlo en el interior del sintagma nominal–.

Naturalmente Hurford prevé cuál podría ser una objeción inmediata a su propuesta. Al lado de las variables, están las constantes, o, dicho de otro modo, los nombres propios con mayúscula, para los cuales la fórmula P (x) no es –denuncia el objetor– aplicable. Frente a esto, Hurford dedica toda una sección (1.3) a intentar rechazar la condición básica de los nombres propios. Según él, las constantes no se darían en el nivel perceptivo. Se siente así libre para reivindicar que la asimetría básica y arraigada en la percepción prelingüística es sólo la del par predicado / argumento.

De acuerdo con eso, la predicación aristotélica 'A es B' tendría como su representación subyacente la forma lógica 'Hay un x que es A y que es B'. En consecuencia, para Hurford, la asimetría P (x), o, para mantener las letras anteriores, la asimetría A (x), queda como la más básica del lenguaje. Y este resultado encaja justo con lo que Hurford nos ha subrayado en la percepción misma. En la percepción, la asimetría entre el 'qué' y el 'dónde egocéntrico' corresponde al P (x) de la representación semántica. Pero no es sólo que la asimetría perceptiva corresponda a la asimetría semántica. El punto clave de la propuesta de Hurford es que la primera sostiene y da lugar a la segunda{3}.

1.2) El debate de fondo: ¿Hay composicionalidad sintáctica en la percepción prelingüística?

Más allá de los antecedentes concretos que de la propuesta de Hurford hemos arriba mencionado, está claro que esta propuesta se ubica en la tesis más general de la composicionalidad sintáctica de la percepción. Según esa tesis, la percepción se daría dentro de un 'lenguaje del pensamiento' que el cerebro tendría antes de cualquier aprendizaje de lenguajes naturales. El 'mentalés' innato de Fodor, con sus símbolos y su sintaxis, es el paradigma de ese marco general en el que se ubicaría, insisto, la propuesta de Hurford. Y de ahí precisamente viene el gran interés de esa propuesta. Digo esto por dos razones.

La primera razón es que, a mi entender, el debate acerca de cómo hay que entender la composicionalidad de la percepción prelingüística es uno de los más importantes y profundos que hoy en día están abiertos. Algunos opinan –opinamos– que la articulación sintáctica se origina de modo interpersonal (Entiéndase ahí el 'se origina' como abarcando los tres orígenes –el histórico, el ontogenético y también el de casi todas{4} las producciones sintácticas que arraiguen directamente en contenidos prelingüísticos–.) Para otros autores, en cambio, la capacidad de la percepción para diferenciar entre, p. e., 'A pega a B' y 'B pega a A' entrañaría ya una articulación sintáctica prelingüística. Cada una de esas posturas lleva a una visión diferente de las interrelaciones entre las diferentes capacidades exclusivamente humanas. Intentaré bosquejar por vagamente que sea, las dos contrapuestas posturas.

Según la postura del origen interpersonal, la captación de las creencias ajenas habría suscitado la necesidad de la función comunicativa enunciativa o predicativa, y también la sintaxis. Desde luego, la función comunicativa de pedir o llamar –función esta que sería el único tipo de comunicación deliberada que podía concebirse antes de la captación de las creencias ajenas– tiene en el habla actual adulta, una semántica que –hay que reconocerlo– es indisociable de la sintaxis y ha sido conformada por ésta (Por mucho que la llamada o la petición o la orden, podamos hacerlas con sólo una palabra por vez, esa única palabra ya involucra en sí misma la sintaxis. El vocativo es ineludiblemente un nombre, así como el imperativo es ineludiblemente un verbo, y no puede haber nombres si no hay verbos o cualquiera otra de las 'partes de la oración' de nuestra gramática, o a la inversa, no puede haber verbos si no hay significados que no sean verbos). Sin embargo, ese vínculo entre la sintaxis y nuestras llamadas o peticiones podría muy bien haberse originado sólo después –y a resultas– del surgimiento de la función enunciativa o predicativa.

Pero entonces tendríamos que la comunicación enunciativa o predicativa funciona como el lazo de unión entre dos grupos diferenciados de rasgos psíquicos exclusivamente humanos. Por un lado, se agruparían la captación de creencias ajenas, y la de otros estados mentales ajenos, desde cinestesias{5} a deseos o necesidades, y la conciencia del tú y del yo. Por el otro lado, la sintaxis estaría sosteniendo la inteligencia de tipo humano. En la sintaxis se basan, además del razonamiento, el pensamiento de lo posible, cuya importancia para el pensamiento de tipo científico tan lúcidamente supo subrayar Piaget, y asimismo la capacidad de diseñar una meta en la que se combinen rasgos que antes no se hayan observados juntos. En esta respuesta, la evolución y el desarrollo habrían partido del primer grupo de capacidades humanas: No sería originariamente la inteligencia característica del ser humano el requisito para poder tener en cuenta los estados mentales ajenos, sino justo a la inversa.

En la respuesta contraria, la sintaxis ya estaría, siquiera germinalmente, dada en la percepción prelingüística. Y de ahí que su desarrollo y evolución podría empezar en el nivel intrapersonal. Después, naturalmente la acumulación cultural habría necesitado de la transmisión lingüística, y en ese sentido, la vertiente interpersonal habría empezado a influir. Pero aquí la importancia de esta vertiente se debería a sus resultados en la transmisión de contenidos. Su papel, pues, estaría muy lejos del papel generador que en la postura anterior se le daba. La diferencia de largo alcance que separa las dos posibles respuestas al debate está ya clara.

Pero no es ésa, decíamos, la única razón que está detrás del interés de la propuesta de Hurford. Además de la importancia de lo que se debate, además de eso, insisto, sucede que en este asunto está siendo muy difícil el avance. Interrogantes, opiniones contrapuestas, apoyos para una postura que inmediatamente se topan con otros apoyos parejos para la postura rival: eso es todo por ahora. Por eso, es urgente que cada una de las posturas intente concretarse y conectar con datos independientes. Sólo así podremos realmente trabajar de algún modo útil sobre la cuestión, siquiera sea sólo refutando argumentos ajenos, aunque de momento no se llegue todavía a una respuesta fundamentada. Pues bien, esa anhelada concreción de las tesis generales va afortunadamente llegando, y la propuesta de Hurford es un magnífico ejemplo de ello. En ese sentido, todos debemos de valorar el esfuerzo de Hurford y de alegrarnos de sus brillantes resultados. Ahora hay algo concreto sobre lo que trabajar, ya sea para intentar reforzarlo con más argumentos, ya sea para lo contrario.

En el Open Peer Commentary{6}, hay varios autores que explicitan su postura, contraria a la de Hurford, de que en la percepción prelingüística no habría articulación sintáctica –o articulación de elementos independientemente atendibles–. Anderson & Oates denuncian que «Hurford interpreta en términos poslingüísticos la información proporcionada por las corrientes neuronales, con lo cual está asumiendo sutilmente lo que intentaba probar». Arbib afirma que «los predicados de Hurford son nuestra descripción externa, no la realidad neural del organismo prelingüístico». Para Dessalles, «el mero reconocimiento de objeto, que es un proceso holístico, es cualitativamente muy diferente de la predicación enunciativa, que, al aislar una propiedad explícita, es no holística». El «carácter holístico de la percepción, así como del primer lenguaje infantil o lenguaje holofrástico» es también contrapuesto en Indurkhya a «la separación e independencia entre rasgos» que aparece más tarde. Todas esas frases consiguen dejar bien claro cuál es el núcleo del debate, pero si queremos pasar a algo que, potencialmente al menos, sea más útil deberemos centrarnos en los argumentos esgrimidos a favor o en contra de la propuesta.

2) Examen de la argumentación de Hurford

2.1) Examinemos primero cómo Hurford intenta mostrar que la asimetría sintáctica más básica, y, por tanto, aquélla de la que cabe esperar que esté arraigada en la percepción prelingüística misma, es la fórmula lógica russelliana, la de argumento y predicado, y no la tradicional o aristotélica de sujeto y predicado. Su ya mencionado punto de que una misma parte de la oración puede funcionar como sujeto y predicado ¿prueba realmente lo que pretende? ¿Basta esa similaridad desde el punto de vista morfológico para persuadirnos de que en el par sujeto y predicado no podemos encontrar esa asimetría que todos sentimos que es la clave de la predicación?

Yo respondería que la bisagra real de una comunicación enunciativa es la articulación entre tema y rema (o entre tópico y comentario, en otra terminología). La sintaxis primigenia sería ésa, y ésa es la que vemos en el niño que acaba de salir del período holofrástico (o período de una sola palabra por vez){7}. Pero ¿cómo la articulación tema / rema logra mejorar la asimetría del enunciado del lenguaje real? Esa asimetría aparecerá llamativa en cuanto consideremos que el elemento temático es por definición algo que (a juicio siempre del hablante, claro está) tiene en la mente del oyente un elemento donde aterrizar. No importa cuál sea el elemento temático, no importa si se trata de «ese árbol», o de «el tren sale» o de «le he regalado»: en todos los casos, el oyente ya tiene conocimiento de tal árbol, o de tal salida del tren, o del hecho de que el hablante ha hecho a tal determinada persona un regalo. Si no fuera así, no estaríamos autorizados a considerar esos elementos como temáticos. En cambio, y por definición también, el rema, en cuanto detalle añadido al tema –o sea, en cuanto elemento que, si es afirmativo, pone remedio a la insuficiencia del conocimiento del oyente sobre el asunto en cuestión, y, si es negativo, a la incorrección de tal conocimiento–, no debería estar de antemano en la visión que acerca del asunto tenga el oyente. Aunque el rema pueda tratar de un objeto o individuo bien conocido por el oyente, ese conocimiento lo será sólo del objeto en sí, no de la relación entre tal objeto y el tema. Ese desconocimiento que (el hablante supone que) el oyente tiene acerca de la pertenencia del rema al tema ha de estar presente: En otra terminología –otra aún– el rema se llama 'lo nuevo'. Resulta, pues, que para esta articulación que estoy considerando como el núcleo primigenio de la sintaxis enunciativa, la asimetría no puede ser más contundente: elemento con aterrizaje referencial en la mente del oyente / elemento que sirve para complementar o poner al día tal respaldo referencial.

¿Qué hemos adelantado con esta crítica a Hurford? No mucho, pero sí algo. Ahora ya podemos rechazar que la articulación P (x) sea indispensable para sostener la asimetría que caracteriza –todos estamos de acuerdo– a la relación de predicación{8}. Pero hay que seguir por ahora admitiendo que, aunque la articulación P (x) no sea en ese sentido indispensablemente necesaria, y aunque no tenga la exclusividad de toda asimetría, con todo, podría ocurrir que esa articulación fuera realmente, como propone Hurford, más básica que la articulación entre sujeto y predicado, o entre tema y rema.

En la formulación propuesta por Hurford la relación entre predicado y argumento aparece siempre como más simple que la de sujeto y predicado. Para llegar dentro de esa formulación al enunciado aristotélico, hace falta, primero, repetir la operación de asignar predicado a la variable, y segundo, ligar todos los predicados con la misma variable.{9} La relación predicado / argumento aparece, pues, como una parte embebida dentro de la otra relación. Ese embebimiento o subsunción de lo uno por lo otro es el puntal de Hurford a la hora de defender la condición más básica y primitiva del P (x). ¿Qué voy a decir acerca de esto? No tengo medios de refutar la estratificación (la metáfora de los estratos arqueológicos es suya, p. 303) por la que opta Hurford. Lo único que cabe hacer es contar otra historia alternativa. Será sólo eso, una historia, pero lo de Hurford es también sólo eso.

2.2) ¿Cómo y por qué llegó Russell a convertir la relación entre sujeto y predicado en una secuencia plana de predicados ligados a una misma variable? Desde luego, eso le sirvió para poder asignar valor de verdad –de falsedad, en este caso– a aquellas incómodas oraciones del tipo «El actual rey de Francia es calvo», o (fijándonos, para evitar la cuestión de la deixis y la derivación de Strawson, en otro ejemplo) «Los unicornios son blancos». El cuantificador existencial de la x está ahí claramente en contra de los hechos, y deja por fin las cosas claras. Es innegable que este resultado, Russell lo apreciaba como una virtud de su formulación. Pero no se trataba sólo de eso, ni siquiera –apostaría yo– principalmente de eso. El problema que lo empujó a disolver en un P (x) todo aquello que Frege rotulaba como 'nombre propio', es decir, tanto los nombres propios con mayúscula como las descripciones suficientemente (ya a nivel contextual, ya a nivel absoluto) definidas, ese problema, repito, fue otro. Cuando un hablante dice «Juan Rodríguez», o «mi vecino del piso de abajo», ¿está manejando mentalmente esa referencia en sí misma? La respuesta negativa nos salta imparablemente a los ojos cuando le preguntamos, p. e., a aquel hablante si conoce al presidente de la Sociedad Filatélica Provincial, y, a pesar de que es el caso que Juan Rodríguez es justo el presidente de tal sociedad, tal hablante nos contesta que no{10}. El sentido que le atribuimos a un nombre propio o a una descripción definida podrá ser, sí, un equivalente definicional completo a la hora de buscar: cualquier cosa que satisfaga los rasgos en cuestión, será entonces el referente buscado. Pero nunca ningún sentido que atribuyamos al término designador de un objeto real{11} podrá ser un equivalente definicional completo a la hora de reconocer. El referente se nos podrá presentar bajo otras muchísimas, incontables, descripciones igualmente definidas que no conoceremos. Esto era precisamente el problema que está detrás de la decisión fregeana de rechazar (en Sobre sentido y referencia) que la realidad –aquella realidad de la que en el enunciado se esté hablando– pueda ser considerada referencia del enunciado. Lo que hizo Russell con su formulación fue sólo llevar hasta sus últimas consecuencias el intento de solución de Frege. En Frege, el 'nombre propio' –todo lo que él llamaba nombre propio– tenía, sí, en su carga de significado al Sinn, pero a la vez también a la referencia, una referencia que –esto es lo grave– es entendida como objetiva y exportable fuera de los límites del conocimiento del hablante{12}. Esa ambigüedad no se podía mantener. Por eso, en Russell el término sujeto del enunciado debe ser reformulado como consistiendo sólo en aquellos rasgos que el hablante conozca acerca del individuo u objeto en cuestión: Eso es lo único que controla el hablante, y, por tanto, concederle al hablante control sobre otras cosas llevaría, más tarde o más temprano, a resultados contradictorios, como el de que el hablante a la vez conocería y no conocería a 'Juan Rodríguez'. Ésta es la vía por la que Russell llegó a la formulación P (x).

En el trabajo que estamos comentando, y también en el de 1999, Hurford recurre preferentemente a otra argumentación para rechazar la condición básica y primitiva de las constantes individuales. «Donde haya varios objetos distintos que resulten perceptivamente idénticos, los organismos no son capaces de discernir uno de otro, ni por tanto tampoco de garantizar el control de la relación fija que entre un objeto y su nombre propio la Lógica de Predicados de Primer Orden estipula.» En 1999, pone el ejemplo de una pluralidad de hormigas donde los individuos no pueden ser identificados sino mediante su ubicación de un determinado momento. Pero creo que ese argumento no se mantiene en cuanto advertimos que la reidentificación perceptual (cf. el tratamiento semántico de ésta en Millikan, 1998), un mecanismo costoso para el que tuvieron que surgir módulos especializados como los de 'reconocimiento de caras' o 'reconocimiento de voces', no puede haber sido extendida por el cerebro sino a muy pocas clases de objetos.

Asimismo, de nuevo en la sección 1.3, niega que los animales puedan distinguir individuos: Basta, arguye Hurford, con que los animales encuentren un rasgo suelto –un rasgo solo del individuo que presuntamente serían capaces de reconocer– para que realicen de modo absurdo ante ese rasgo la conducta que sería apropiada ante el individuo en cuestión. Varios comentaristas se alzan contra eso. Carstairs-McCarthy replica que también los seres humanos se equivocan cuando, p. e., se hallan ante un desconocido hermano gemelo de alguien que les es familiar. Yo opino que a nivel perceptivo los animales superiores no tienen por qué quedarse atrás: las destrezas sociales de los primates serían, desde luego, imposibles sin un buen reconocimiento individual. Lo que sí habría que concederle a Hurford es que sólo los humanos son capaces de llegar a considerar que su propio acumulado conocimiento acerca de un individuo es parcial e incompleto. Él escribe: «Nótese que la denotación de un nombre propio es una cosa del mundo, fuera de la mente. En el pensamiento de los organismos prelingüísticos no podía haber ningún equivalente de los nombres propios. El control de un nombre propio en el sentido lógico requiere una omnisciencia como la de Dios» (265; 266). Pero esto, nótese, ha llegado ya a ser justo la motivación de Russell que acabo de señalar –la motivación que llevó a Russell a formular como P (x) cualquier sintagma nominal.

Así pues, lo que ahora tenemos que preguntarnos es si esa formulación (del sujeto de la predicación aristotélica) corresponde realmente a algo que habría en la predicación de un hablante, o si, por el contrario, esa formulación es inyectada a posteriori por el lógico. No tengo modo de fundamentar una respuesta a ese dilema. Lo único que puedo intentar es sembrar dudas respecto a la presencia del P (x) en la predicación misma del hablante –a su presencia dentro del S de 'S es P'–

Para ello voy a subrayar que la actitud plasmada por el P (x) es una de humildad cognitiva. Si la formulación russelliana estuviera desde el principio en el enunciado tal como se da en el hablante, entonces resultaría que el hablante del enunciado estaría atento a las limitaciones de su propio conocimiento. Ahora bien, el acto de habla de tipo enunciativo parece corresponder precisamente a una actitud contraria. La comunicación enunciativa surge cuando el hablante considera que hay en el oyente una visión insuficiente, incorrecta o simplemente no puesta al día acerca del objeto o individuo en cuestión del que se habla. Al enfocar así sobre la ignorancia ajena, el hablante no parece, pues, en ese momento estar muy alertado sobre sus propias limitaciones cognitivas. Naturalmente que esas limitaciones cognitivas existirán. La cuestión es si el hablante las tiene presentes en el acto mismo de su predicación. Yo me inclinaría a confinar esa actitud de humildad cognitiva, o, dicho de otro modo, esa atención sobre las propias limitaciones cognitivas, a otro tipo de ocasiones, p. e., cuando la persona en cuestión oiga hablar de cosas que él no conoce, o también cuando él esté preguntando (preguntando, claro está, a otra persona en quien el preguntador sospecha que puede haber un más avanzado conocimiento sobre el asunto). En definitiva, sugiero que la vía mediante la cual la persona en cuestión llegaría a ser consciente de sus propias limitaciones cognitivas acerca de un individuo u objeto determinado es seguramente bastante afín a la vía mediante la cual los teóricos vieron la necesidad de aligerar la carga cognitiva asignable a un nombre propio. La interrelación textual entre enunciados sería el detonante en ambos casos. Pero –y esto es mi punto– la consecuencia de la interrelación entre enunciados no puede ponerse como anterior al enunciado predicativo. Luego el tipo de relación que se da entre predicado y argumento no podría ser anterior al tipo de relación que se da entre sujeto y predicado.

¿Qué tenemos hasta ahora? Lo que tenemos es sólo que la relación P (x) no es necesaria para sostener la asimetría, y que tampoco es necesariamente anterior a la relación entre sujeto y predicado. Como se ve, hemos repelido los ataques, pero no pasamos de estar a la defensiva.

3) Críticas contra Hurford de los comentaristas

Entre los comentaristas del Open Peer Commentary encontramos, más o menos desplegados, ciertos argumentos contra la propuesta de Hurford. Voy a pasar a examinarlos, y mi opinión, adelanto, será que tales ataques distan mucho de ser lesivos para la propuesta de Hurford. Después, intentaré, ahondando precisamente en la dirección que es común a esos argumentos, presentar una nueva argumentación contra Hurford, que, aunque en absoluto decisiva, podría quizá –ésa es mi esperanza– sostenerse un poco mejor.

3.1) El comentario de Bridgeman, un neuropsicólogo que ya había intervenido en relación con la propuesta de Landau & Jackendoff, afirma que hay una diferencia insalvable entre articulación sintáctica y dualidad de sistemas visuales. Los dos elementos que se unen en una combinación sintáctica «están ambos en la conciencia». En cambio, en la percepción sólo aparece a nivel consciente el objeto percibido, y los ingredientes respectivamente ofrecidos por uno y otro de los sistemas visuales sólo se diferencian ahí a nivel subpersonal.

El ataque es fuerte, pero Hurford lo había previsto y había trabajado duramente para no ser vulnerable a tal argumento. Como precisamente se subraya en el comentario de Knott (un comentario que, lejos de criticar, busca extender la propuesta hurfordiana), Hurford en la exposición que comentamos ha cambiado un poco respecto a la doctrina que había defendido en anteriores escritos. «En 2003, Hurford se esfuerza sobremanera en mostrar la naturaleza secuencial de las representaciones mentales», y en establecer que hay una secuencia temporal, y no una sincronía, entre la captación del dónde y la captación de qué. Y para tal propósito, trae a colación datos bien sólidos. El sistema dorsal se compone preferentemente de un tipo de tejido neuronal que permite una transmisión mucho rápida que aquel otro tipo de tejido que forma el sistema ventral. Además, al estar el sistema dorsal conectado preferentemente con la periferia de la retina, y el ventral, en cambio, con la parte central de ésta, podemos dar por establecido que el movimiento sacádico del ojo hacia el objeto mediará entre el momento de procesamiento sólo dorsal, y el momento posterior de percepción plena, en el que ya interviene el sistema ventral o del qué. Primer momento: el organismo es alertado de que en una determinada dirección, en una localización egocéntrica, hay algo que podría ser interesante; segundo momento, se mira con atención el objeto en cuestión, se lo categoriza, y se le asignan propiedades. Esta dualidad, compuesta de un primer momento, dorsal, y un segundo momento, dorsal-ventral, correspondería, nos dice Hurford, al argumento y al predicado. La diferenciación de los dos momentos ha salvado a Hurford, y ha inutilizado el argumento que contra su propuesta se había preparado.

3.2) Otro argumento que se ha lanzado contra Hurford y que va en la misma línea que el anterior es el que niega conciencia al primer momento, al momento de procesamiento sólo dorsal. Hurford con toda razón replica que, aunque el primer momento, el del procesamiento sólo dorsal, no será tan plenamente consciente como el segundo momento, de todos modos sí conllevará una advertencia que no deja de ser consciente, aun cuando no haya todavía categorización verbalizable alguna de lo advertido. Como tantas otras veces, la ambigüedad de la palabra conciencia está aquí implicada. Si por conciencia entendemos la capacidad de referir verbalmente nuestro contenido perceptivo, entonces está claro que el procesamiento dorsal, previo a la categorización, no podrá llamarse consciente. Pero si con 'conciencia' estamos refiriéndonos a una advertencia de tipo animal, entonces yo, no sólo coincido de modo pleno con Hurford en que la distalidad egocéntrica proporcionada por el sistema dorsal sería consciente, sino que, avanzando aún más en esa dirección, sugiero que tal distalidad sería el origen mismo de la conciencia animal.

¿Por qué en un determinado nivel de la evolución biológica se avanzó más allá de lo que suponen el tropismo vegetal o la inteligencia de los insectos? En cierto modo, el vegetal se hace con la información de dónde está la luz, o el agua, y reacciona a esa información. Asimismo, el ojo compuesto del insecto en un determinado momento detecta en cantidad suficiente 'color propio de flores', p. e., y esa información se transmite a su aparato locomotor. Y, sin embargo, todo eso –que la robótica, la 'cucaracha' de Brooks, p. e., puede imitar perfectamente– no necesita nada parecido a la conciencia o percepción de tipo animal.¿Para qué entonces se forjó la conciencia de los animales de tipo superior? ¿Qué es aquello que logra el cerebro animal y no lograban, en cambio, los ganglios de los insectos? Los animales superiores logran ubicar su percepto en una determinada dirección y a una determinada distancia respecto a su propio cuerpo (Nótese, en cambio, en la anterior descripción de la conducta del insecto, cómo ahí no importa si aquella cantidad suficiente de color responde realmente a muchas flores pero lejanas, o a pocas pero cercanas: en uno u otro caso, habrá en la respuesta motora un balance adecuado entre costo y rendimiento{13}). Sólo con la percepción de los animales superiores aparece la captación de la distalidad como tal. Pero –y con esto ya vuelvo a lo que nos interesa– la distalidad es distancia respecto al propio cuerpo, y por eso, no puede captarse el exterior como tal si no hay también una conciencia de uno mismo, aunque no sea todavía sino en cuanto conciencia del centro de la distalidad{14}. Así pues, el sistema dorsal que avisa de que por ahí fuera, en tal dirección, hay algo interesante, es precisamente lo distintivo de la conciencia animal. La categorización, aunque ahora en el animal superior sea mucho más compleja y más matizada y diferenciada que antes, con todo, no es sino la continuación de la detección de agua, o luz, o flores, que hemos visto en los organismos sin conciencia perceptiva.

Así pues, la propuesta de Hurford sigue hasta ahora a salvo. No sólo hemos aceptado que hay una secuencia real entre los dos momentos. Además, estamos de acuerdo en afirmar que el primer momento es plenamente consciente en el sentido de la conciencia o advertencia animal.

3.3) Veamos ahora una objeción que Hurford no aguardó a que se la lanzaran, sino que él mismo se adelantó a formularla y rebatirla. Ésta –otra vez, lo mismo– tiene que ver con el perfilado del momento de procesamiento sólo dorsal. Si se capta algo que se considera digno de ser más enfocadamente atendido, ello es porque se habrán advertido en ese algo ciertos rasgos prometedores. Pero, si tenemos entonces que colocar en el momento inicial la captación de rasgos o propiedades, ¿podemos seguir haciendo corresponder ese momento inicial con el procesamiento sólo dorsal? ¿No se ha dicho que la captación del qué, es decir, de las categorías y propiedades todas, es incumbencia del sistema neuronal ventral? En su réplica, Hurford apuesta por la opinión de que a un conjunto muy limitado de «primal properties» sí podría acceder el sistema dorsal. Se enfrenta explícitamente a Milner y a Goodale, los neuropsicólogos que están hoy día al frente de los estudios de los dos sistemas visuales. Podría parecer una réplica muy arriesgada, pero yo diría que Hurford va bien orientado.

¿Hay algo que respalde esa mi impresión? Podemos empezar por atender al comentario de Brinck, quien puntualiza que la atención puede estar guiada tanto desde abajo, «bottom–up», (es el caso, p. e., cuando hay un movimiento inesperado en el estímulo), como desde arriba, «top-down», como es el caso cuando el organismo está buscando algo con que satisfacer sus metas. La atención guiada por el estímulo, «bottom-up», no presenta ningún problema para seguir manteniendo separados el sistema dorsal y la captación de propiedades. El movimiento súbito de algún objeto cambia claramente la distalidad de ese objeto, y cae, pues, en el dominio indiscutido del sistema dorsal. Así pues, tras Brink debemos centrarnos sólo en la atención que ha sido guiada «top-down» desde alguna meta del organismo. ¿Puede ahí el primer momento ser ajeno a la detección ventral de propiedades?

A mí se me ocurre que si los animales tuvieran algún medio para dirigir acertadamente su atención cuando todavía, y por definición, no han atendido a ningún objeto de su entorno, ese medio o mecanismo sería claramente muy ventajoso. Pero empecemos desde más atrás. Los animales han de tener el instinto de buscar los estímulos que satisfagan sus necesidades, pero el genoma no puede haber codificado las apariencias externas que pueda presentar cada uno de los estímulos adecuados. El animal tendrá que probar, como la paloma de Lorenz que buscaba nido, varias posibilidades para llegar a descubrir el estímulo realmente adecuado, el único que satisfará su 'mecanismo de enseñanza', o sea, su pauta innata consumatoria. Pero, además de ese primordial 'mecanismo de enseñanza', se necesitará que la gama de esas posibilidades esté constreñida de algún modo. Los estímulos que llegarán a ser atendidos, y sometidos a prueba, necesitarán cumplir algún requisito, por mínimo que sea. Entre esos requisitos podríamos contar la 'affordance' para una pauta motora innata –los objetos atendidos por la paloma absolutamente novata en su búsqueda de nido tenían al menos las dimensiones oportunas para que sobre ellos se hiciera la pauta motora de 'restregarse con el nido'–. Y después, cuando el animal haya ya encontrado alguna vez un estímulo adecuado, habrá más constricciones. Para entonces, la elección de a cuáles objetos atender podrá estar determinada por algún rasgo, un solo rasgo aunque sea, que el animal haya detectado anteriormente en objetos relevantes. Estos rasgos, que si fueran visuales serían captables aún antes de pasar desde la periferia al centro del campo visual, serían las propiedades 'primales' a las que alude Hurford. Pero, aparte de la conveniencia adaptativa que, hemos argüido, tendría la presunta captación preatencional de rasgos, ¿hay algún otro indicio que apoye la realidad efectiva de tal presunción?

Desde hace mucho tiempo se sabe que ciertos estímulos visuales que se hayan presentado demasiado brevemente como para ser identificados pueden, sin embargo, afectar las respuestas a los estímulos subsiguientes. Estos estímulos visuales se dice que funcionan como «primes» (nótese la conexión con el término «primal» de Hurford). Ha habido un vivo debate respecto a si tales efectos de 'primado' se originan o no a partir de un procesamiento semántico inconsciente de los 'primes». Kunde et al. 2003, defienden convincentemente la propuesta de que «el efecto de primado se origina por el encaje de los 'primes' con algunas condiciones cognitivas desencadenantes de acción que el sujeto tuviera ya preespecificadas». Según eso, aunque no habría habido categorización semántica de los 'primes', aquellas condiciones lograrían alertar al organismo acerca de un estímulo potencialmente interesante.

Pero –se me dirá–, al invocar este trabajo de Kunde et al. para defender la pertenencia del primer momento al sistema dorsal, estás oponiéndote a algo que previamente has admitido, a saber, estás oponiéndote a la conciencia del momento de procesamiento sólo dorsal, ya que ahí se está hablando de cognición inconsciente. La réplica a eso nos va precisamente a acercar ya por fin a lo que va a ser mi propia crítica a la propuesta de Hurford. Pero vayamos poco a poco.

4) Reformulando el núcleo común de los anteriores argumentos contra Hurford

En primer lugar, naturalmente hemos de repetir que la conciencia ligada al procesamiento sólo dorsal sería una de mera advertencia no verbalizable. Pero aquí no se trata sólo de eso, sino que hay un punto mucho más serio contra la postura de que el momento dorsal sería consciente o advertible. Cuando, después de que haya llegado el estímulo visual estable que se beneficia del 'primado', se les pregunta a los sujetos si vieron el 'prime', todos los sujetos lo negarán. ¿Qué significa exactamente esto? El dato que, sin glosas precipitadas, de verdad tenemos es que en un momento posterior –posterior al del procesamiento sólo dorsal del brevísimo 'prime'– los sujetos ya no recuerdan nada de ese momento. Pero ¿hubo advertencia del 'prime' cuando éste era presentado?

Esto, sugiero, debería ponerse en relación con un resultado experimental, hoy día completamente establecido, de la psicología del niño{15}. Hace dos decenios se descubrió que los niños, hasta los cuatro años por lo menos, se muestran incapaces de recordar una creencia suya de sólo momentos antes si tal creencia ha resultado desmentida por la realidad. Este resultado suscitó inicialmente una gran desconfianza: todos sabemos cómo los niños de esa edad mantienen perfectamente recuerdos durante meses y meses. Pero esa desconfianza, que sirvió precisamente para multiplicar hasta el empacho los experimentos de ese tipo, es hoy imposible de mantener. Asumiendo, pues, el dato, advirtamos cuál es la única diferencia entre las bien conocidas muestras de la magnífica memoria de los niños, y esta asombrosa incapacidad descubierta en justo los mismos sujetos, y cuál será, pues, el punto al que tendremos que aferrarnos para poder entender conjuntamente lo uno y lo otro. Los niños olvidan lo que ellos han constatado como falso, o, dicho de otro modo, lo que ya no les serviría como guía adecuada. A esta luz, el olvido infantil de la propia creencia pasada deja de parecernos un dato increíble y absurdo. Ese olvido no puede ser más sensato y oportuno, después de todo. La puesta al día perceptiva es la regla que impera omnímoda en la mente animal.

Pero antes del párrafo anterior estábamos tratando acerca de lo que los adultos recordaban o no recordaban. ¿Qué tiene que ver eso con lo que hemos contado de los niños? Creo que sí tiene que ver, y mucho. Para verlo, hagámonos una pregunta clave. ¿Por qué en los niños sigue imperando esa regla de atenerse justo a la última puesta al día, y en cambio, el adulto puede rememorar pasadas creencias suyas que ya no están vigentes en él?. Yo diría que la capacidad para el habla interior, o habla con uno mismo (que aparece, recordemos, hacia la edad de 7 años), es un requisito indispensable para que el adulto pueda seguir manteniendo el recuerdo de creencias ya descartadas{16}. Pero –y con esto llegamos ya por fin a nuestro punto– ese lenguaje interior que llega a frenar la primitiva consigna de 'cosas inútiles a la basura' necesita, para llegar a ser efectivo, el mantenimiento durante un cierto lapso de tiempo de aquella percepción que será después desmentida por otra{17}.De aquí que respecto a la tarea estudiada por Kunde et al., en la que la presentación de los 'primes' era de milisegundos, podamos a la vez admitir 1) un momento de advertencia de los 'primes', que correspondería al procesamiento, sólo dorsal, de las condiciones desencadenantes de acción que el sujeto tuviera ya preespecificadas, y 2) un momento posterior en donde los sujetos han olvidado su advertencia anterior.

Ya se adivina lo que del párrafo anterior acerca del artículo de Kunde et al. queremos traernos para un nuevo argumento contra la propuesta de Hurford. Dado que el procesamiento dorsal provoca de inmediato un movimiento de ojos o de cabeza, está claro que ese momento dorsal será seguido también de inmediato por una nueva, más enfocada, percepción del objeto presuntamente interesante. Pero entonces a la altura del segundo momento perceptivo, el primero ya está desfasado, y, puesto que no ha habido tiempo para la intromisión del lenguaje interior, ese primer momento será irremediablemente suprimido por la siempre incansable y activa 'puesta al día' perceptual. Según esto, en el momento en el que, además del sistema dorsal, entra en acción el sistema ventral y obtenemos así la percepción del objeto con su dónde y su qué, en ese momento, repito, ya habría desaparecido el resultado del primer procesamiento o procesamiento únicamente dorsal.

En resumen, aunque yo –quedó arriba claro– le concedo sin reparo alguno a Hurford que hay dos procesamientos sucesivos y conscientes, niego que esos dos procesamientos puedan ser simultáneamente conscientes. El segundo momento se beneficia, por supuesto, de los dos sistemas visuales: nosotros captamos el objeto con su dónde y su qué. Pero a la altura de ese segundo momento aquellos dos ingredientes no pueden ya separarse sino a nivel subpersonal. La independencia y la conciencia del procesamiento sólo dorsal fue real, es verdad, pero durante el segundo momento esa independencia a nivel consciente ya ha desaparecido.

5) La 'sombra de un argumento' contra la composicionalidad sintáctica de la percepción.

Tengo también la sombra de otro argumento (no merece –¡ay!– llamarse de otro modo). Éste no es ya exactamente contra la propuesta de Hurford, sino contra el marco más general en que ésta se inscribe, o sea, contra la composicionalidad sintáctica de la percepción. Tiene que ver con la creatividad. Pero habrá que empezar por donde se debe, y decir qué estoy entendiendo con ese término de creatividad.

5.1) La resolución de un problema se llama creativa cuando el sujeto no conocía de antemano la solución a tal problema. Pero ¿en qué sentido no la conocía? Es evidente que, al menos un momento antes de hallar la solución, el sujeto había de tener conocido el recurso que va a constituir la solución. Había de tener conocido el recurso, pero no como tal solución: aceptar esta fórmula nos resulta obligado, pero con ella claramente no hemos conseguido todavía nada. ¿Qué quiere decir exactamente esa mezcla de conocer y no conocer? No sólo el elemento al que se va a recurrir como solución ha de ser conocido de antemano; también las asociaciones y vinculaciones que serán relevantes, ha de conocerlas previamente el sujeto si de verdad va a descubrir la solución. Pero entonces parecería como si todo estuviese ya dado de antemano. Y, sin embargo, sabemos muy bien que no lo está en absoluto. La resolución creativa se da pocas veces.

Aquí es donde yo sugiero que consideremos lo que cualquier enunciado lingüístico supone (o más precisamente, lo que supone para la apuesta teórica de quienes rechazamos la composicionalidad sintáctica de la percepción). Cuando se hace un enunciado predicativo, no se expresa sino algo que el hablante ya conocía de antemano{18}. En cierto modo, pues, podemos decir que el avance que supone el formato lingüístico no es de orden cognitivo, sino sólo de orden comunicativo. Pero eso es verdad, repito, sólo en cierto modo. Es verdad que al producir su enunciado predicativo el hablante no gana ningún conocimiento nuevo. Pero, sin embargo, hay una novedad importantísima, una novedad mucho más importante que cualquier ganancia de conocimiento. Ahora, el rasgo que ha sido predicado es procesable de modo independiente. Antes, el conocimiento englobaba holísticamente todos los rasgos, sin que se pudiera procesar ninguno de ellos aislado del todo global.{19}

Pues bien, una labor parecida a ésta es la que podría ejercerse sobre aquel conocer y no conocer que simultáneamente y casi contradictoriamente habíamos asignado al solucionador creativo en el momento anterior a su descubrimiento. Para poner en pie esa sugerencia, sólo hay que añadir la muy verosímil suposición de que las asociaciones y vinculaciones sólo se activan cuando el elemento del que inmediatamente cuelgan es procesado en sí mismo, no cuando ese elemento permanece englobado en una totalidad holística. Así, quienes negamos que la composicionalidad de la percepción sea afín a la sintaxis dispondríamos de un recurso para explicar por qué la resolución creativa de problemas aparece como una característica humana: La articulación de cualquier conocimiento en elementos independientemente atendibles sería imposible para los organismos prelingüísticos.

¿Qué es exactamente entonces lo que estoy sugiriendo? No es que el pensamiento creativo tenga que darse necesariamente en el lenguaje verbal, sea éste externo o interiorizado. Lo único que sería común a todas las resoluciones creativas{20} sería una reformulación articulada de un pensamiento antes holístico. Sólo en ese aspecto nuclear la sintaxis de las comunicaciones enunciativas interpersonales estaría presente en los procesos creativos intrapersonales{21}. Gracias a esa reformulación afín a la que está presente en la sintaxis predicativa es como llegarían a ser procesados individualmente algunos detalles antes embebidos en la globalidad holística del conocimiento prelingüístico. Y entre las asociaciones de tales detalles, ahora por fin activadas, es donde podrá hallarse el elemento que permita transformar el callejón sin salida del que se partía, y convertirlo en una afortunada conexión con la meta del problema.

Ahora debemos ver cómo habría que entender esa 'reformulación para uno mismo' del propio conocimiento. Creo que debemos considerar dos posibilidades. Según la primera opción, el propio conocimiento del hablante funcionaría como el todo holístico que habría de romperse de formas variadas y dar así paso a diferentes enunciados. Según la segunda opción, el propio conocimiento del hablante funcionaría de manera parecida a como en las predicaciones comunicativas funciona el elemento temático.

Para glosar la primera de las posibilidades, conviene subrayar su contraste con la predicación interpersonal. En ésta, la 'recomposición tras descomposición' que del propio conocimiento del hablante supone el enunciado predicativo resulta muy fácil al venir determinada por la captación del conocimiento insuficiente que el oyente tendría. 'La realidad en cuanto conocida por el hablante, menos ese insuficiente conocimiento' –esa operación de resta o sustracción{22}, digámoslo así– da como resultado el rasgo que deberá utilizarse como predicado. En cambio, a nivel intrapersonal, la ruptura del todo holístico sería mucho menos fácil. Por eso, quizá el acceso primario, el acceso en el niño, a esa capacidad de ruptura intrapersonal pasaría por una simulación de inexistentes interlocutores cuyos respectivos insuficientes conocimientos darían lugar a sendas rupturas de la globalidad holística, y por tanto a otras tantas predicaciones diferentes.

Para glosar la segunda opción acerca de la predicación que interviene en el proceso creativo, debemos considerar esa predicación en el contexto de la meta y esfuerzos del solucionador creativo. Al solucionador, su propio conocimiento de la situación se le aparece de entrada como un callejón sin salida; a sus ojos, desde tal punto de partida, no hay cómo llegar hasta la meta. Él deberá entonces empezar a ver su propio conocimiento del asunto como un conocimiento insuficiente que habrá que completar. Mientras que el elemento temático en la comunicación interpersonal tiene siempre como carga cognitiva el conocimiento del oyente, o, para centrarnos en lo que aquí nos importa, un conocimiento ajeno al hablante, ahora, en cambio, en esta predicación para uno mismo, el elemento temático sería el conocimiento del hablante –su conocimiento propio, vigente y puesto al día–. Veamos lo que esto representa. Para colocar su propio conocimiento en esa posición de elemento temático, el hablante tendrá que ejercer la humildad cognitiva de tratar esa su visión de la realidad como un mero pensamiento suyo, incompleto y parcial, y muy diferente, pues, a la realidad misma. Lo malo es que el solucionador no tiene medios de llegar a esa realidad.

Supongamos, con todo, que el solucionador apunta a esa realidad, aún dándose cuenta de que no la abarca cognitivamente. Lo que obtendría al apuntar a esa realidad es la confianza en que su propio conocimiento puede ser completado: ¿Cómo no va éste a ser completable si apunta a una realidad que lo desborda? Pero la cuestión es si esa confianza del solucionador en que hay muchos rasgos de la realidad misma que podrían transformar su conocimiento incompleto, ese su optimista convencimiento, repito, resulta o no útil.

El conocimiento de la realidad misma le sería, por supuesto, utilísimo al solucionador. Pero la confianza de la que estamos hablando no conlleva en absoluto tal conocimiento. Por mucho que el solucionador imagine otro conocimiento completo y superior, su propio real conocimiento no crece por eso. Es necesario, desde luego, que el propio conocimiento del solucionador, hasta ahora incapaz de conectar con la meta del problema, se transforme, pero esa transformación no la puede hacer el solucionador saltando por encima de sí mismo, sino que sólo podrá hacerla atendiendo a detalles y episodios aparentemente irrelevantes de su propio global conocimiento. La captación de que su contenido cognitivo apunta a una realidad que lo desborda, o, dicho de otra forma, el tomar conciencia de la diferencia entre su contenido cognitivo y la desconocida realidad, ¿le servirá al solucionador en esta coyuntura? Al final serán, insistimos de nuevo, elementos incluidos en su conocimiento los únicos que le ofrecerán la transformación necesaria. Pero quizá (y con esto empiezo a dar voz a la segunda opción) aquella confianza en cuán grande es la realidad misma es un respaldo para el solucionador. Quizá el frustrante callejón sin salida al que se llegó en el primer abordaje del problema supone una losa paralizante que sólo puede ser alzada por la toma de conciencia de las limitaciones del propio conocimiento –del conocimiento poseído y utilizado en tal abordaje–. Como vemos, en esta segunda opción o posibilidad se estaría explicando (y, antes de eso, enfocando como algo que necesita ser explicado) un elemento –el del ponerse a la búsqueda a pesar y en contra del fracaso inicial– que tenía menos protagonismo en la primera opción.

Ya hemos glosado las dos opciones o posibilidades. ¿Cuál de las dos opciones es preferible? Soy incapaz de contestar.

Pasando a otro asunto, esa generación de diferentes predicaciones de la que hemos hablado, ¿es totalmente azarosa, o sea, supone un proceso 'darwiniano' de variación y selección? ¿O, por el contrario, la meta última de encontrar la solución al problema influye de alguna manera en esa generación? Corto ya el flujo de preguntas. Se acabó. Si alguien quería hacerse una idea de cuánto es lo que todavía no sabemos, creo que ya a estas alturas tendrá con qué apañarse.

La función del lenguaje (o de algún aspecto del lenguaje) en los procesos cognitivos de alto nivel ha sido sugerida desde hace tiempo y por muchos autores. La presente sección es muy poco novedosa. Lo único que he pretendido es llevar esa agua al molino que (para abreviar y pasando por alto muchas diferencias entre los partidarios de la composicionalidad sintáctica de la percepción) podemos llamar 'anti-mentales'. Desde luego, algunos defensores de esa composicionalidad defienden algo muy parecido a mi 'sombra de argumento': un ejemplo es Jackendoff (1996). Fijémonos en concreto en lo que, respecto a la obra anterior (1987) de su autor, tiene de novedad el artículo del 96: «Al ser el lenguaje la única modalidad de conciencia que hace perceptibles –conscientes– la forma predicacional del pensamiento y los elementos abstractos del pensamiento, es el lenguaje el que asimismo permite enfocar la atención sobre esa forma y esos elementos» (p. 27). Pero ¿cuál es la clave de esta sugerencia de Jackendoff acerca de «cómo el lenguaje nos ayuda a pensar»? Pues que los símbolos que forman parte de una composición sintáctica prelingüística no pueden sin la mediación del lenguaje aislarse cada uno de los demás. Jackendoff podría desde luego, replicar: Lo que ese párrafo de Jackendoff, 1996, propone es que el lenguaje logra que la atención se enfoque sobre uno de ellos; no dice en absoluto que el lenguaje logre que los símbolos se aíslen unos de otros. Pero, si se pudieran aislar uno de otro en el nivel inconsciente del pensamiento, ¿no podrían entonces, contesto yo, desde ese nivel mismo intervenir en el proceso de la resolución creativa?. Recuérdese que, desde la más antigua invocación a la inspiración hasta los cognitivistas más actuales (ver precisamente Jackendoff, 1996, p. 10), siempre se acepta que en el proceso de resolución creativa sólo el resultado es consciente. Por supuesto, cabe que Jackendoff admita que en el nivel del pensamiento prelingüístico los símbolos no pueden aislarse uno de otro, pero entonces ese nivel se estaría acercando a lo que yo creo que es, o sea, una totalidad holística. Lamentablemente todo esto, como ya anuncié, dista mucho de refutar la opción a favor del mentalés.

6) Acerca de la conexión entre el lenguaje y los dos sistemas visuales: ¿Otra posibilidad?

Pero volvamos a Hurford. ¿No habría modo de conectar el lenguaje con el asunto de los dos sistemas visuales? Ese intento suyo (afín, recordémoslo al de Landau & Jackendoff, 1993, o al de Givón) tenía el mérito indiscutible de procurar una puesta en relación entre datos de muy distinta procedencia. Esas búsquedas de conexiones nuevas, ese tipo de esfuerzos en pro de una teoría más abarcativa, son actualmente demasiado necesarios como para no sentirnos urgidos a intentar reconstruir de alguna manera cualquier puente que pueda resultar derruido. Desde luego, para quienes apostamos contra la composicionalidad sintáctica de las percepciones, aquella conexión no puede ser tan directa como el núcleo de la propuesta de Hurford nos la pintaba. Entre la percepción y la sintaxis lingüística yo pongo una gran diferencia. Pero quizá podamos esbozar alguna conexión. Para ello podríamos precisamente fijarnos en algún párrafo periférico del trabajo de Hurford.

En p. 279, y también en el párrafo final de su trabajo, Hurford puntualiza que «el lenguaje moderno, con sus oraciones que describen, bien relaciones abstractas como 'La ambición es más perdonable que la avaricia', bien memorias episódicas almacenadas», no incluiría ya necesariamente el ingrediente egocéntrico proporcionado por el procesamiento dorsal. En la Respuesta a los Comentarios (p. 304), profundiza aún más en tal restricción: «Las regiones cerebrales parietales –las del procesamiento dorsal– necesitan estar ocupadas todo el tiempo en la tarea de guiar la atención a los objetos en el aquí-y-ahora. Si esas áreas estuvieran también activas en la producción y comprensión lingüística de oraciones que describen escenas experimentadas (mucho) antes, podría haber una interferencia disfuncional con la secuencia segundo a segundo de las partes del cuerpo envueltas en cambios de atención (movimientos del ojo o sacádicos, de la mano y de la cabeza).»

Yo creo que ese peligro de interferencia avistado por Hurford es mucho más grave de como se nos pinta. Con el lenguaje nosotros podemos atender a escenas desplazadas en el tiempo y en el espacio, a creencias ajenas que no compartimos, y también a escenas ficticias, pero la atención a ese tipo de contenidos no implica que estemos desatendiendo el aquí y el ahora. No hay una sustitución de lo uno por lo otro; sería demasiado peligroso que la hubiera (En los sueños, desde luego, se da la desatención al entorno real vigente, pero el sueño –sitio protegido, inmovilidad– tiene un diseño tal que amortigua los peligros). Por eso, yo vengo sugiriendo que el lenguaje no sería posible sin una doble línea de advertencia mental: por un lado, la advertencia primaria con su puesta al día perceptiva, y, por otro lado, –como novedad que surgiría en la evolución con los humanos– una línea dedicada a los contenidos que no son propios o no son reales o no están vigentes{23}. Pues bien, esa segunda línea donde hemos colocado el lenguaje, ¿podría relacionarse de algún modo con los dos sistemas del dónde egocéntrico y de qué?

La idea es que los contenidos no propios o no reales o no vigentes se agruparían en dos grandes tipos: por un lado, los que van acompañados de una ubicación egocéntrica, y, por otro lado, los que no. Por supuesto, estoy ahora hablando de una ubicación que sería diferente a la de la primera línea. Yo puedo recordar que en la esquina cercana estaba hace años el local de un zapatero remendón: esa ubicación es egocéntrica, pero no corresponde a la realidad actual, o sea, es diferente de mi percepción de esa esquina, o de mi vigente conocimiento sobre ella. Igualmente, puedo comprender un mensaje ajeno en el que erróneamente se está asumiendo la permanencia del zapatero remendón en ese lugar cercano, pero naturalmente tengo que mantener separados el contenido del mensaje recibido y mi conocimiento actual (Johnson-Laird habla de un «buffer» en donde los contenidos recibidos a través del lenguaje serían sometidos a una cuarentena previa a su admisión).

Pero, cerrando ya el punto de la diferenciación entre el dónde real vigente y el dónde falso o pasado, intentemos describir los dos tipos de segunda línea de advertencia. Uno de ellos, el que en 2003{24} llamé 'doble línea en paralelo', podríamos ahora describirlo como 'doble línea sin ubicación distal'; el otro tipo, el que llamé 'doble línea en colisión', sería ahora la 'doble línea con ubicación distal'. Dentro de la segunda línea con ubicación distal, ya hemos dicho lo que habría que incluir: creencias mías que fueron verdaderas pero que ya no lo son (mi recuerdo de la esquina con el local del zapatero); creencias mías pasadas que ahora comprendo que estaban equivocadas; creencias ajenas, actuales o pasadas, que yo no comparto. ¿Y los contenidos de la segunda línea sin ubicación distal{25}? Las evocaciones de las metas externas deseadas, yo las calificaría así –sin ubicación distal y de segunda línea– (La opinión de que las metas son de segunda línea podría resultar chocante: ¿acaso la conducta de los animales no es conducta guiada hacia meta? Frente a esos reparos, yo puntualizaría que los animales tienen sólo, o bien metas internas –o sea, pautas consumatorias innatas, que es bien sabido que están al margen de toda evocación–, o bien submetas externas realmente presentes y perceptibles. La meta externa y ausente, o sea, la meta evocable, dependería de la exclusivamente humana segunda línea de advertencia). Esa evocación puede ser más o menos detallada, pero difícilmente puede requerir una segunda línea con ubicación distal. Igualmente, la comprensión de las narraciones ficticias conllevará evocación no ubicada distalmente. El pensamiento hipotético, ya desde sus primeras formas prácticas y no teóricas, resulta también beneficiario de la carencia de ubicación distal: los supuestos para los cuales se va pensando de antemano la solución serán así más generales.

Pero, para glosar un poco más lo que significa la segunda línea sin ubicación distal, conviene que recordemos lo que arriba se dijo acerca de cómo el sistema del dónde egocéntrico habría sido el origen de la conciencia animal. Es al servicio de la distalidad como habría surgido, sugerimos, la sensación de uno mismo y conjuntamente la sensación de que hay un exterior. Pues bien, si el dónde distal de la primera línea tiene esas consecuencias, nos podremos preguntar qué sucede cuando en la segunda línea –en el tipo de segunda línea sin ubicación distal– se retorna a lo que había sido la norma al comienzo de la evolución biológica. ¿Qué sucede con la conciencia de los animales superiores, o sea, con la diferenciación entre uno mismo y lo de fuera, en esta versión sofisticadísima del estado primitivo? Yo diría que la falta de ubicación distal vuelve a influir en la conciencia. Esos contenidos de la doble línea no se sienten ni como propios ni como ajenos. Ni nos llevan a actuar como si se dieran en nosotros, ni nos llevan tampoco a plantearnos la posibilidad de interactuar con aquel en quien tales avatares se dan. Igualmente la meta evocada, no la sentimos como algo externo con lo que podamos interactuar, pero sin embargo, no es tampoco algo interno (o sea, no es una mera pauta consumatoria activada), sino que podemos enfocar sus atractivos y dejarnos encender por ellos. Al no haber distalidad, ni tampoco, por tanto, centro de la distalidad, en este tipo de segunda línea sin ubicación distal, faltan también otras cosas. En los contenidos de esa segunda línea no habría ni lo ajeno frente a lo propio, ni tiempos no presentes como opuestos al presente, ni rasgos falsos como opuestos a verdaderos.

Bibliografía

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Comentaristas en el mismo número de Behavioral and Brain Sciences:

Anderson, Michael L & Oates, T. Prelinguistic agents will form only egocentric representations Behavioral and Brain Sciences, 26, 284-285.

Arbib, Michael A. Predicates: External description or neural reality? Behavioral and Brain Sciences, 26, 285-286.

Bickerton, Derek. Afferent isn't efferent, and language isn't logic, either. Behavioral and Brain Sciences, 26, 286-287.

Bridgeman, B. Grammar originates in action planning, not in cognitive and sensorimotor visual systems. Behavioral and Brain Sciences, 26, 287-287.

Brinck, I. The objects of attention: Causes and targets. Behavioral and Brain Sciences, 26, 287-288.

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Feldman, K. 2003. How surprising is a simple pattern? Quantifying 'Eureka!' Cognition doi: 10.1016/j.cognition.2003.09.013

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Notas

{1} Según Givón, 2002, el sistema visual del qué subyace al léxico; el sistema visual del dónde, a las proposiciones, en cuanto éstos reflejarían estados o acontecimientos –es decir, reflejarían el procesamiento de un movimiento o relación espacial–. No puedo incluir aquí la crítica a esa propuesta: en algún otro trabajo ya lo haré.

{2} Ese egocentrismo vendría a ser sólo un tipo, a saber, el espacial, dentro de lo que Piaget abarca con ese término. No está de más esta salvedad, porque en el comentario de Anderson & Oates se afirma que también los predicados, no sólo los argumentos, de unos seres prelingüísticos tendrían que ser egocéntricos. En la Respuesta a los Comentaristas (p. 304), Hurford acertadamente distingue entre deíctico (o sea, lo que acabo de llamar egocentrismo espacial) y egocéntrico en el sentido más amplio de Anderson (o, añado, de Piaget).

{3} Hurford, desde el primer Congreso sobre Evolución del Lenguaje, está centrado principalmente en los orígenes de la sintaxis. http://www.ling.ed.ac.uk/evolang/

{4} Hay ciertamente también función comunicativa enunciativa intrapersonal. Al final del presente trabajo (sección 5) trataré del papel de algunas de esas predicaciones intrapersonales en la resolución creativa de problemas.

{5} La captación de la cinestesia ajena (bien la cinestesia de pautas motoras complejas nuevas, bien la de pautas motoras simples) habría sido el prólogo evolutivo de la captación de los estados mentales ajenos. Puede ello verse en El Catoblepas, 2003, nº 18: Lino Camprubí, Capacidades humanas.

{6} Esta revista sigue siempre el siguiente formato. 1) El artículo diana; 2) Comentarios a cargo de autores de diversas áreas y filiaciones; 3) Réplica del autor a los comentarios.

{7} La otra sintaxis, por el contrario, estaría usufructuando las asociaciones de elementos ya establecidas en la memoria. Esas asociaciones son invocadas hoy tanto por el Minimalismo de Chomsky («bits and pieces») como por el Latent Semantic Analysis de Kintsch o Landauer (mera estadística de enlaces entre palabras que, sin ocuparse ni de los significados ni de regla sintáctica alguna, ofrece sin embargo, éxitos predictivos asombrosos). La sintaxis convencional necesitaría, pues, una historia de sintaxis previa. La sintaxis de tema y rema puede, en cambio, ser propuesta para el inicio.

{8} Aunque no a todas las predicaciones, puntualizaría yo. Las oraciones unimembres de sólo rema, que pueden por cierto contar con sujeto y verbo (más bien, verbo y sujeto, en español), quedarían al margen de la asimetría general. Su elemento temático, si hubiera alguno, sería sólo un 'lo que pasa'.

{9} Uno de los puntos del comentario de Bickerton –«En lógica puede ser necesario afirmar las presuposiciones, pero eso no es razón para asumir que el cerebro tenga que hacerlo así»– nos recuerda una crítica que ya hace años se le hizo a la formulación lógica de Russell.

{10} Es curioso cómo Hurford, en 1999, comentaba esta cuestión. Su análisis (del ejemplo preferido por los autores actuales, el de Superman y Clark Kent) viene a presentar la relación 'sujeto / predicado' de un modo que resulta muy afín a la de 'tema / rema', o, lo que es lo mismo, a lo que yo describiría como la relación entre 'visión incompleta, incorrecta o no puesta al día del oyente' y 'elemento completador o corrector de esa visión': «Si, hacia el final de la historia, Lois Lane explicara a alguien 'Clark Kent is Superman', ella no estaría atendiendo a dos individuos que son diferentes en el propio conocimiento de ella, sino asumiendo colaborativamente que su oyente no habría aún unido los dos conceptos», o, dicho a mi modo, ella estaría asumiendo que su oyente estaría aún necesitando un completamiento y puesta al día de su visión de Clark Kent. Si en 2003, Hurford no ahonda en esa dirección, ello es sin duda porque ahora le interesa denunciar la carencia de la debida asimetría en la relación entre sujeto y predicado.

{11} Otra cosa serían los personajes u objetos de ficción. La posibilidad o imposibilidad de ser totalmente conocidos es precisamente el criterio demarcador entre objetos ficticios y objetos reales.

{12} Puede verse mi trabajo «El sentido de Frege, estado mental de segundo orden. Replanteamiento pragmático-cognitivo de algunas cuestiones fregeanas», Revista de Filosofía, 2000, 213-233.

{13} ¿Se me objeta que la abeja, después de haber llegado al sitio en cuestión es capaz, cuando regresa a la colmena, de señalar la distancia mediante su danza? Para ese señalamiento no se necesita en absoluto conciencia de la distalidad: Basta que haya un registro del aparato motor –¿cuánta actividad de vuelo hubo antes de alcanzar las flores?– y que este registro controle después el aspecto relevante de la danza.

{14} Hurford: Los insectos, y en general, «los animales inferiores no tendrían representaciones internas de objetos, sino sólo un conjunto de 'predicados-de-cero-plazas'. Una tal criatura sólo podría sentir: 'El mundo fuera está en tal y tal estado'» (p. 281). Lo que yo modificaría de ahí es que sin la distalidad (o sea, sin el argumento x, en la terminología de Hurford), esa criatura no estaría en condiciones de calificar al exterior como tal, ni de sentir –ni de sentir el exterior ni de sentirse a ella misma–.

{15} Me refiero a los estudios interdisciplinares de 'la teoría (que el sujeto tiene) de la mente (ajena y propia)', que constituye uno de los núcleos de la llamada segunda revolución cognitiva. Sin ánimo alguno, no ya de exhaustividad, sino ni siquiera de entrar aquí en el tema, basten nombres como Tomasello, Perner, Astington o Whiten.

{16} Por supuesto, esas creencias descartadas, aunque inútiles para la función primaria de los conocimientos, o sea, para la función de guiar la conducta, llegan a ser útiles para la inteligencia lingüística y creativa de los seres humanos. Pero esto no nos interesa ahora.

{17} Éste es, a mi entender, el granum salis que se encuentra en la propuesta de Dennett de los 'Multiple Drafts' de la conciencia.

{18} Por eso, el problema de la identidad no tautológica no queda en absoluto resuelto con la acuñación fregeana del 'sentido' a menos que añadamos la puntualización de que el 'sentido' del término sujeto no sería el del hablante sino el incompleto o no puesto al día del destinatario.

{19} Una muestra mínima, como de juguete, de lo que estoy queriendo decir. La disyunción exclusiva exhibe una pauta de alternancia nítida, y así aparece como una pauta regular desde nuestro punto de vista. Pero si se la quisiera computar con un sistema que no dispusiera de la negación, no habría forma de conseguirlo. En general, se puede afirmar que aquello que en un sistema de descripción resulta imposible de 'comprimir sin pérdida de información', puede resultar simple en algún otro sistema de descripción. La cuestión es que habrá que descubrir cuál podría ser ese otro sistema. Feldman, 2003; Elman, 1999.

{20} Hemos vinculado la sintaxis de la predicación con el proceso creativo. Ahora bien, ¿cómo la sintaxis de la predicación lingüística podría aplicarse en todos los casos de resolución creativa?. ¿Qué hay, p. e., cuando un músico o un pintor busca algún recurso que le permita transformar un primer intento suyo y acercarlo así a la meta, complejísima y aparentemente casi inexpresable, que él quiere comunicar?

Yo rechazaría totalmente cualquier explicación que diera formato lingüístico a esos ejemplos de proceso creativo: Son sus materiales propios los que maneja el pintor o el músico cuando se esfuerza en su búsqueda de soluciones. La Semiótica italiana de los años 60 contraponía acertadamente 'lenguaje verbal' y 'lenguajes no verbales'. Pero ¿qué era exactamente lo que tenían de lingüísticos aquellos lenguajes no verbales? Los semióticos nos hablaban de los códigos musicales o pictóricos. Yo no tengo inconveniente en aceptar esos códigos, pero creo que no bastan para lo que nosotros queremos. No nos bastan, porque hoy sabemos que es la sintaxis el núcleo del alto rango cognitivo del lenguaje. Ahora bien, la sintaxis verbal con sus reglas, no la podemos proyectar fuera del lenguaje propiamente dicho, eso está claro. Pero creo que todavía podemos seguir extendiendo nuestra sugerencia, o sea el vínculo con la predicación, a todo proceso creativo. Cara a su función en el proceso creativo, ¿cuál sería el núcleo importante de la sintaxis de la predicación? Lo que ésta supone de reformulación de un contenido cognitivo, o, dicho de otro modo, ese tan particular proceso de 'descomponer para recomponer' en el que consiste el enunciado predicativo: ahí es donde yo vería ese núcleo posibilitador de la resolución creativa de problemas. Y este núcleo, éste ya sí, podría mantenerse en cualquier proceso creativo, sean cuales sean los materiales sobre los que en cada caso se opere.

{21} El 'predicado puro' del habla interior de Vigotski no tendría, a mi entender, función predicativa, sino expresiva (o de descarga emotiva). Si la externalización (o sea, el levantamiento de la inhibición articulatoria) de tal predicado puede al final dar lugar a una auténtica combinación sintáctica externa, ello sería sólo gracias a las preguntas de un oyente incapaz de comprender. Las respuestas a estas preguntas, y no en absoluto el presunto 'predicado puro' del principio, constituirán el verdadero predicado, o elemento remático, de la combinación sintáctica a la que se llega. Pero ahora no puedo tratar como convendría este punto.

{22} Curiosamente, esa resta o sustracción la considera Frege en un determinado momento de Sobre sentido y referencia. Naturalmente su descripción de los enunciados no podía llegar a ofrecer el resultado correcto para tal resta o sustracción. Así, él, para despachar la cuestión, se limita a afirmar que «debería buscarse otro término diferente a 'parte'.

{23} Puede ello verse en esta misma revista: Camprubí, L. 2003.

{24} «Metarepresentation and human capacities», Pragmatics & Cognition, 2003, 93-140. En El Catoblepas, puede verse también Camprubí, L. 2003.

{25} En la primera línea no hay nada sin ubicación distal. El cerebro de los animales superiores incluye el ingrediente del dónde egocéntrico en todas sus percepciones y conocimientos. Así pues, la segunda línea sin ubicación distal supone un curiosísimo retroceso que en realidad (al inscribirse en la revolucionaria segunda línea) supone un avance.

 

El Catoblepas
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