Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 35, enero 2005
  El Catoblepasnúmero 35 • enero 2005 • página 10
Artículos

La evocación

José Ramón San Miguel Hevia

Un análisis fenomenológico

Saber de qué se está hablando siempre hace falta, pero mucho más cuando el tema es tan complejo, tan sutil y tan resbaladizo como la evocación y su mundo. Aquí no se habla de la memoria correspondiente a la fijación voluntaria, la única experimentable y científica, por ser controlable y reiterativa. Hay otra evocación, referida a los recuerdos espontáneos de la vida de cada hombre, que no puede ser objeto de ninguna ciencia, pero sí de una descripción existencial detallada y rigurosa.

Tampoco se trata de una explicación del fenómeno del aprendizaje y de su complicado mecanismo. Es cierto que la acción coordinada de la neurología y la informática adelantan hipótesis tentadoras para la ciencia. Pero el aprendizaje artificial, y el conjunto de hábitos manuales o verbales que se obtienen a través de él está absolutamente privado de toda referencia expresa al pasado. En cambio la evocación, y justamente de ella se habla, tiene un carácter retroactivo y se abre a un mundo inactual.

En resumen, la psicología como ciencia positiva se ocupa de los procesos de fijación y aprendizaje en la medida en que se pueden controlar experimentalmente y someter a leyes e hipótesis generales. Pero la psicología, ni más ni menos que todo otro saber positivo, tiene por fundamento la existencia humana y todas sus vivencias comunes. Y entre estos modos de estar ante las cosas, quizás la evocación es la más extravagante y la que se manifiesta de forma más inesperada. Pues bien, esa evocación de la irrepetible existencia, expresamente vertida hacia el pasado, es lo que se intenta analizar por medio de una descripción de la existencia humana, previa a cualquier ciencia.

El sujeto y su mundo actual

Para describir con la mayor pulcritud y precisión la actividad de evocar y poner de relieve sus rasgos esenciales, es preciso compararla y contraponerla con la actitud del sujeto que hace frente a su mundo actual. Porque la evocación es justamente la suspensión y la anulación de esa primaria consciencia que actualiza las cosas, y sólo la podremos conocer bien, si previamente conocemos aquella actitud de la que es negación.

El mundo puede serme actual de dos formas. Ahora por ejemplo, para empezar por lo más cercano y evidente, estoy ante una mesa llena de libros, con un lápiz en la mano y un bloc de notas ante mí, todo ello iluminado por un foco de luz. Descanso en una silla y me aísla del resto de la casa una habitación cerrada y silenciosa. Evidentemente este mundo me es actual, pero su actualidad tiene un sentido muy preciso y claro.

Efectivamente, todos esos objetos están definidos por su dirección a un futuro. La mesa de despacho y los libros sirven para desarrollar la actividad de leer y el lápiz y papel tienen la finalidad complementaria de escribir, mientras que la luz, el asiento, la biblioteca en silencio y soledad me ayudan a realizar esta doble y compleja tarea en condiciones de comodidad y concentración suficiente. En fin, todo esto que me rodea forma parte de un proyecto, por ejemplo la redacción de un trabajo profesional. En este contexto actual significa punto de apoyo y apertura hacia el futuro.

Pero actual puede tener otro sentido bien distinto. Si vuelvo a mi casa desde mi puesto de trabajo, el camino que recorro me es actual en forma de espacio abierto para llegar a mi destino futuro. Pero cuando el tiempo es apacible y nada me urge en este momento, o cuando encuentro a un amigo cuyo trato y conversación me son gratificantes, entonces cambio mi actitud y en vez de proyectar un futuro más o menos lejano, disfruto en cada momento del mundo inmediato. Ahora no hago un camino, sino que «me doy» un paseo.

El mundo es también ahora actual, pero en un sentido nuevo y diferente. No es que mis actos y los objetos que me rodean se organicen en función de un futuro que existen potencialmente en ellos, y que se va actualizando progresivamente. Es que cada momento tiene en sí mismo su propia actualidad y por eso es gratuito, incondicional y azaroso. El hombre realiza su actividad más difícil, intensa y gloriosa.

En todo caso la categoría existencial de actualidad no se corresponde con la noción cronológica de instante presente, tal como lo entienden las ciencias positivas. El mundo es actual en cuanto correlato de una actividad consciente, que se proyecta hacia el futuro, o en cuanto descansa y disfruta de la circunstancia inmediata. Esto es decisivo a la hora de analizar la evocación, en la medida en que es precisamente la negación de la actualidad.

Pero las cosas son todavía más complejas y exigen una descripción más fina y detallada, porque, lo mismo cuando vivimos en el mundo inmediato que cuando adelantamos el porvenir, en ambos casos integramos en nuestra actividad toda la existencia anterior. Cuando emprendo una tarea profesional, no cuento sólo con los libros de la biblioteca, que son el primer centro de atención. Cuento también con una trayectoria biográfica, que empieza en mi nacimiento, se prolonga hasta el punto en que ahora estoy y se incluye en el acto que ahora realizo. Los momentos del tiempo no son exteriores unos a otros –la exterioridad sólo pertenece al espacio– sino que se van penetrando e implicando desde lo ya vivido hasta lo que está todavía por hacer.

Por supuesto que cuando desconectamos nuestra acción del futuro, de tal forma que cada uno de nosotros tiene su propia actualidad, es decir, cuando «nos damos un descanso» también entonces estamos integrando toda la vida anterior. Es más, quizás el tipo de ocio que cada uno de nosotros elige, denuncia más que ninguna otra cosa la personalidad que hemos ido conformando a lo largo de nuestra existencia. En todo caso el «ya» de lo ya vivido no equivale a la cronología del pasado.

La actualidad de lo ya vivido

Toda comprensión precisa de lo ya vivido, debe partir de la base de que nuestra vida es un conjunto, una estructura temporal, en principio semejante al desarrollo de una melodía musical, donde cada uno de sus momentos modula a todos los demás. O también a la trama argumental de una novela o de una obra de teatro, en la que cada capítulo o escena recibe su sentido de los anteriores y al mismo tiempo los reorganiza, articulando hasta llegar al acto final una totalidad cada vez más rica.

Del mismo hay que decir que nuestra existencia y lo que llegamos a ser a través de ella, no es un agregado de instantes inconexos, unidos sólo por la seriación temporal que va del pasado al futuro. Es la continua reorganización de una estructura en la que el presente asimila y modula lo ya vivido según los intereses y la atención actual. Esta continua incorporación de lo ya vivido a cada nuevo momento, convierte toda la existencia en una totalidad dinámica. Es una totalidad inacabada, que en cada momento tenemos que definir y matizar. Pero en todo caso nuestra actividad no sólo es proyectiva en dirección al futuro, sino retroactiva, en la medida en que ratifica o reforma el pasado.

Lo que conjunta y estructura la existencia ya vivida son precisamente esos actos que ahora estamos desarrollando. Volviendo al ejemplo anterior, cuando estoy ahora escribiendo sobre el papel un tema que tiene interés profesional están en mi actividad presentes como elementos de un conjunto dinámico los momentos en que fui adquiriendo lentamente una forma de pensar y un estilo de escribir y de expresarme. Están también presentes todas las circunstancias de mi vida a través de los que he optado por una profesión determinada, renunciando a otras muchas, todos los instantes felices o desventurados que me han dado confianza o inseguridad en mí mismo, los pasos próximos o lejanos que me sitúan justamente aquí, los encuentros humanos que definen el ámbito afectivo en que estoy moviéndome.

Pero la actividad proyectiva y el mundo actual que le corresponde, no sólo retiene todos y cada uno de los momentos de la existencia ya vivida, en forma de elementos integrados en una estructura dinámica. Puede también tener un efecto retroactivo sobre el pasado. Supongamos que ese trabajo que estoy realizando adquiere para mí un interés tan absorbente que deja en un segundo plano toda utilidad profesional. Inmediatamente los momentos de la existencia se reorganizan en un nuevo conjunto, donde las coordenadas temporales y espaciales pierden importancia, los factores sociales retroceden, y en cambio ganan relieve mis vivencias anteriores como lector asiduo de ciertos temas, mis meditaciones pretéritas o las conversaciones informales tenidas en cualquier ocasión, si me ayudan a descifrar la serie de problemas que me he planteado.

La reorganización de lo ya vivido desde nuestra existencia actual aparece con toda evidencia en aquellos momentos decisivos en que cambia radicalmente de sentido. Entonces los actos, no sólo proyectan posibilidades hacia adelante, sino que actúan en dirección al pasado, reformando la forma mentis y cambiando de perspectiva toda la existencia anterior.

La estructura de lo ya vivido

Eso que estamos llamando «lo ya vivido», tiene una estructura que a fuerza de ser simple es difícil de advertir. Se compone en primer lugar –siguiendo la fórmula de Ortega– de cuanto he hecho y cuanto me ha pasado. Ahora bien, todo lo que por activa o por pasiva, he vivido desemboca inevitablemente en lo que ahora soy y hago, y pertenece por lo mismo a mi existencia y mi mundo actual. Por eso mi vida es un continuum, que en la medida en que ha llegado a ser lo que ahora es, no puede ser objeto de evocación, ni estar afectada del carácter formal de referencia a lo ya vivido.

Cuando nos situamos en este punto de vista los problemas del recuerdo cambian bruscamente de sentido. La conservación y la pervivencia del pasado dejan de ser un misterio, pues nuestra vida es una trayectoria continua, una composición melódica cuya actualidad es justamente lo que es porque integra e implica de forma real aunque oculta, esta existencia anterior, y precisamente ésta y no otra. Lo que en cambio empieza a ser problemático y misterioso es la evocación, en cuanto que exige una reversión del presente hacia el pasado. Y lo más grave de este problema es que no podemos eludirlo ni ponerlo en entredicho, pues el fenómeno de la evocación está aquí ante nuestra consciencia con evidencia inmediata y absoluta.

Pero mi existencia no se compone sólo de lo que hice o me pasó, sino también de lo que dejé de hacer o dejó de pasarme. No hablo de aquellas acciones y sucesos infinitos que jamás aparecieron en mi horizonte existencial, pero sí de las acciones o pretensiones a que tuve que renunciar para seguir el camino que desemboca en lo que ahora estoy haciendo, o de las esperanzas y amenazas que no se cumplieron. Cada uno de nosotros es lo que es y hace lo que hace, porque previamente ha renunciado a muchas cosas.

Volviendo al ejemplo original, yo me encuentro ahora escribiendo porque he elegido la extrañísima profesión de filósofo, pero esta elección profesional conlleva la renuncia a ser muchas otras cosas, e. g. abogado, actor de teatro, torero, cura o contrabandista. Además dentro de mi oficio he seguido ciertos temas y por lo mismo he dejado de lado otros muchos, más abundantes. Y en general todos actuamos en función de una opción política, al precio de renunciar a las demás, convive con una pareja apartando a las otras posibles, elige como residencia una nación o un pueblo al precio de despedirse para siempre de gentes y paisajes a lo mejor muy queridos y entrañables. Lo que estamos haciendo integra toda nuestra existencia anterior lo mismo en su vertiente positiva –lo que hicimos– que negativa –lo que tuvimos que dejar de hacer–.

Evidentemente, también lo que dejó de pasarme está integrado, por vía negativa, en mi proyecto de vida. Un fracaso profesional o un obstáculo inesperado e insalvable me invitan o me obligan a desviarme hacia el camino en el que estoy. Las cosas pudieron haberme pasado de otra forma, pero no ha sido así, y precisamente por eso me pasa lo que me pasa, y el mundo tiene para mí esta precisa actualidad.

Tanto lo que dejé de hacer, como lo que no me pasó, tiene una forma muy peculiar de estar en mi actividad presente. Cada proyecto abandonado o fracasado, quedan en mi existencia actual como muñones de acción, o –para no dramatizar– como una especie de asignaturas pendientes, que mal que nos pese, llevamos acuestas sin ser expresamente conscientes de ello. A la inversa, cada golpe de suerte o cada éxito profesional ha abierto ante mí un nuevo horizonte de posibilidades, que se han cumplido en parte en mi concreta actualidad.

Así pues, nuestra existencia anterior es un continuum que termina en la actividad que ahora realizo y en el mundo actual que es su correlato. Pero este continuo no es pura positividad, porque esta horadado por una serie de huecos formados por cuanto pudo haber sido y no fue. Este mixto de algo positivo y negativo, de continuidad y discontinuidad es la estructura de nuestra existencia ya vivida, y sin tener esa extraña y paradójica forma de ser, no podremos describir adecuadamente el fenómeno de la evocación.

El comportamiento evocativo

Una vez descrita la actividad proyectiva y el correspondiente mundo actual, y cómo la existencia anterior con toda su compleja configuración está integrada en esa actividad, sólo queda describir la evocación en la medida en que suspende o niega esta actitud existencial primaria. Y para eso es necesario empezar por lo más sencillo y banal, el comportamiento corpóreo cuando estamos evocando.

Efectivamente, cuando realizamos cualquier actividad intencional, nos enfrentamos al mundo a través del cuerpo, que es el vehículo que de una u otra forma nos lleva a las cosas. La extraña actitud del cuerpo en la evocación tal vez nos de la clave para interpretar correctamente la memoria y su mundo y en todo caso es el comienzo más seguro para ir descubriendo poco a poco su interna articulación.

No se trata de registrar una serie de datos experimentales referidos al organismo, y extraer de estas experiencias leyes generales, según el esquema lógico y metódico de las ciencias positivas. Se trata de traducir e interpretar el conjunto de gestos que el hombre expresa en el momento de evocar. El método hermenéutico no es ajeno al más elemental sentido común. Todos sabemos, y sabemos a ciencia cierta por los signos del cuerpo si el otro está triste o lleno de alegría, para poner el ejemplo más banal y evidente.

Cuando estamos en actitud de evocar, el cuerpo adopta una pose característica, muy fácil de interpretar. Suspendemos la acción que estamos llevando a cabo, tal vez nos sentamos o arrimamos a cualquier apoyo. La mirada se pierde en el infinito, o se fija en un objeto indiferente, o también entrecierra los párpados. Las manos se juntan detrás del cuello o de la espalda de tal modo que al estar así maniatado, sea imposible cualquier actividad, la cabeza se contrae sobre la nuca, desviando el rostro de las cosas, que quedan fuera del campo perceptivo.

Otras veces el comportamiento es mucho más complejo, pero tiene el mismo sentido. Descansamos fumando plácidamente, metemos las manos en los bolsillos, cruzamos los pies, mientras tenemos en la boca un cigarro, no importa si encendido o apagado. En todas estas actitudes corporales aparece claramente como esencia de la evocación una suspensión y hasta una negación de la actividad consciente, que a través del cuerpo está presente ante un mundo.

Por lo demás también la evocación tiene su edad privilegiada. El niño no evoca en absoluto y vive en un universo imaginario, el joven tiene recuerdos escasos y muchas esperanzas, y también el maduro es capaz de adaptarse al mundo, más limitado pero también más real. Pero el viejo, el que no tiene en su horizonte existencial ningún quehacer, por circunstancias sociales o puramente biológicas, vive –como se dice– de recuerdos, y convierte su vida en un continuo y a veces riquísimo memorial. A través de todos estos ejemplos se comprende con toda evidencia que la evocación es en principio la negación de todo proyecto.

El carácter formal del mundo evocado

Esta actitud tiene su correlato intencional en lo que provisionalmente podemos llamar «el mundo evocado». Pero sucede que a la hora de describir este tipo de mundo es muy fácil seguir un camino equivocado, que impide ver sus rasgos esenciales.

La primera y más fatal equivocación consiste en creer que lo que define el mundo evocado no es, primero y principalmente, su carácter formal, es decir, el modo como ese mundo está presente al sujeto consciente, sino más bien su contenido, o sea, el conjunto de objetos y de escenas, que por decirlo así, rellenan el ámbito al que estamos abiertos cuando evocamos. Nos olvidamos de que una misma cosa, por ejemplo percibida, imaginada o evocada tiene un mismo contenido, y sin embargo su modo de aparecer ante nosotros es en cada uno de los tres casos, profundamente distinta.

La segunda equivocación se deriva inexorablemente de la primera. Como el objeto de la evocación se define puramente por su contenido, hace falta averiguar cuál es ese contenido. La respuesta es inevitable: evocamos el pasado, más exactamente nuestro pasado. Pero ese pasado, privado de su carácter intencional, es sólo una serie de cosas o de escenas, cronológicamente localizados en un tiempo isomorfo con el de las ciencias positivas, un tiempo físico. Si no invertimos el orden y el sentido de la evocación, el desastre será total.

Ahora bien, el mundo evocado tiene un carácter formal muy preciso, que podemos conocer por oposición al mundo sobre el que actuamos. Quedamos en que ese mundo, lo mismo si nos proyectamos hacia el futuro que si actualizamos en sí mismo cada uno de los instantes de nuestra existencia, es un mundo actual. En cambio, si a través de la evocación negamos y suspendemos la actividad, el mundo que resulta de esta negación y esta puesta en paréntesis, es inactual. La inactualidad es el carácter formal del mundo, en cuanto objeto de nuestra evocación.

Ya quedó establecido que la categoría existencial de actualidad es netamente distinto de la noción de instante presente, cronometrado por las ciencias positivas. Ahora hay que añadir que la categoría de inactualidad no se corresponde con la noción de pasado. En primer lugar porque nuestra vida pasada, en cuanto continuo compacto y positivo, está incorporada a nuestra acción proyectiva o lúdica y el mundo en que se actualiza, y en este sentido es plenamente actual.

En segundo lugar porque nuestra existencia anterior, ésa que dejamos de hacer o dejó de sucedernos, la que en una palabra dejamos de vivir, no es inactual porque está situada cronológicamente en el tiempo pretérito, sino a la inversa, es pasada porque previamente tiene una precisa forma de ser, según la cual es ya definitivamente distinta de nuestra existencia de aquí y ahora. El pasado es tal, porque se mantiene en el ámbito de lo irreversible, de lo que ya no puede volver a actualizarse en nuestro presente o nuestro futuro. Es pasado precisamente porque es inactual.

Este mundo evocado ya no puede ser como yo ahora soy y actúo, pero eso no es todo. También pasamos nuestra vida soñando muchas veces con imposibles y sin embargo no estamos en actitud de evocar. Lo específico del mundo del recuerdo es que alguna vez pudo ser, lo tuvimos en nuestras manos y sólo necesitamos quererlo, y sin embargo esa casi realidad se ha convertido en la imposibilidad por excelencia. Eso es lo que en último término significa la palabra inactual. Es el mundo de todo aquello que pudimos hacer y no hicimos, que nos pudo pasar y no llegó a pasarnos, y que ahora está ante nuestra mirada evocadora.

El alcance de la negación del mundo

La evocación es una actitud por la que ponemos en suspenso o negamos nuestra actividad proyectiva. Esta suspensión de nuestros actos transforma al mundo invistiéndole del carácter de inactualidad. Falta por ver qué alcance tiene esa transformación, y cómo afecta a cada una de las dimensiones del mundo actual. Hay que hablar sucesivamente del porvenir, del mundo inmediato y de la existencia ya vivida.

Está claro que la evocación, al suspender la acción, vuelve la espalda al futuro en cuanto conjunto de posibilidades. Efectivamente, todo proyecto se elabora mirando a un horizonte que le da sentido. En el momento en que ese proyecto se suspende en la actitud de evocar, ese horizonte futuro y con él todo el campo de posibilidades, desaparece bruscamente de nuestra mirada. Si los proyectos y las esperanzas se anulan o suspenden, se anula también aquello que les da actualidad.

Pero además cuando estamos evocando, interrumpimos la actualidad que nos damos en cada momento, como al darnos un descanso, disfrutando del presente. La inactualidad en este sentido puramente negativo de no actual, afecta al mundo que ahora estamos viviendo y por supuesto también al futuro. Y lo que es más grave, tanto en uno como en otro caso, contamos con lo que hemos llegado a ser a través de toda nuestra vida, hasta tal punto que eso que ambiguamente llamamos pasado, es en cada momento existencial nuevo, plenamente actual.

Resulta entonces que la evocación en cuanto suspensión de la actividad y negación del mundo actual afecta, no sólo al porvenir anticipado y proyectado, no sólo al entorno en que ahora estamos, sino también a la misma existencia anterior en cuanto que es un continuo positivo e indivisible, que desemboca en lo que ahora somos o hacemos. También la existencia realmente vivida y prolongada hasta aquí y ahora queda afectada de no actualidad sólo gracias a la evocación.

Así pues la actitud de evocar interrumpe la acción, niega el mundo actual en todas sus dimensiones, y niega simultáneamente el real y efectivo transcurso de la vida. En el inmenso agujero abierto por esta negación, cabe un nuevo tipo de mundo que ahora puede ser llamado inactual en un doble sentido. En primer lugar lo acabamos de ver porque aparece gracias a la negación de la actualidad. En segundo lugar porque es un mundo de posibilidades que no han llegado a realizarse. Esos dos aspectos de la inactualidad están interna y necesariamente conexos.

Habíamos quedado en que nuestra vida se compone de todo lo que hicimos y nos pasó, todo ello prolongado hasta el mundo actual. Pero se compone también de lo que no hicimos o no llegó a sucedernos, esa especie de muñones de acción integrados negativamente en el tallo rectilíneo de nuestra existencia, como brotes no nacidos. Por eso cuando actuamos con vista al futuro o al mundo inmediato, asumimos el continuo de lo ya vivido en forma positiva, pero asumimos también, y esta vez negativamente lo que hemos dejado de hacer o lo que dejó de pasarnos.

La actitud de evocar anula el mundo actual, pero también la vida anterior que realmente fue, lo que podemos llamar la existencia próxima pasada. Pero esta negación de la actualidad tiene un efecto inesperado, porque deja en libertad los proyectos y posibilidades que nunca llegaron a ser. La atención de nuestra consciencia se invierte, pues pasa por alto la actualidad en todas sus formas y en cambio se hace presente los momentos de la vida que pudiendo haber sido no fueron. Ahora bien, el acto intencional por el que hacemos expreso ese mundo y esa vida inactual, es justamente la evocación.

El contenido de la evocación

La descripción del acto intencional de evocar y de su mundo, descubre primero su carácter formal, que es justamente la inactualidad. En un segundo momento mide el alcance de esta inactualidad, que no sólo niega el presente y el futuro, sino la misma existencia anterior en cuanto continuo positivo y compacto. Y finalmente quedó establecido que en el ámbito abierto por esta negación, cabe lo que nunca hemos sido, y lo que por consiguiente ya no somos ni seremos nunca, eso que con cierta ligereza se llama «el pasado». Ahora falta ya describir el contenido de ese mundo inactual.

Lo primero que debe tenerse en cuenta es que nuestra existencia anterior en su dimensión negativa, todo eso que dejamos de hacer y dejó de pasarnos, tiene en cada uno de nosotros una organización muy precisa. Ese orden viene dado por aquellos proyectos de vida a que fuimos renunciando por la necesaria elección de uno solo, y los que tuvimos que abandonar forzados por una circunstancia enemiga. Y viene dado también por todo aquello que esperamos o temimos, pero nunca llegó a pasarnos por desgracia o por suerte.

Todos estos proyectos y eventos malogrados se organizan de acuerdo con la trayectoria temporal de mi existencia. Los actos más lejanos en el tiempo tienen un mayor poder de inactualización, porque al realizarse anulan un mayor número de posibilidades. Y a medida que esta dimensión temporal avanza, cada uno de nosotros realiza un plan de vida profesional, social o sentimental, y este plan ha ido eliminando otros proyectos paralelos, a veces numerosos y sugestivos.

Para saber qué contenido tiene para nosotros este mundo cuando efectivamente lo evocamos, conviene seguir otra vez la vía negativa. En primer lugar lo evocado no es un «positum», es decir no es algo que esté ahí ante nosotros afirmándose a sí mismo como sucede con el decurso de la vida efectivamente vivida. Lo que estamos evocando tiene un carácter intermedio entre lo real y lo irreal. Es una pura posibilidad, o mejor el núcleo o eje del que surgen y alrededor del cual se organiza una serie de posibilidades que nunca han llegado a actualizarse, y que por eso mismo rodean a la escena central de un halo de inactualidad.

Cuando evocamos, descubrimos sin gran dificultad dos tipos de recuerdos. Nos acordamos en primer lugar de aquellas situaciones que inauguran una nueva etapa de nuestra vida: la llegada a la escuela, a la universidad, la primera salida fuera del ámbito familiar, de la ciudad o el país, la primera clase. En estos casos y todos los análogos evoco un inmenso abanico de posibilidades que se abrían ante mí, y quedaron inactualizadas porque mi concreta y actual existencia implica una renuncia necesaria y definitiva a todas ellas. Por eso todos estos recuerdos son recuerdos «alegres», porque somos nosotros mismos los que inactualizamos esas posibilidades para vivir, y entonces esta vida nuestra aparece investida de un glorioso halo de libertad.

Hay otro tipo de recuerdos profundamente distintos. También evocamos los proyectos y esperanzas malogrados, los amores que pasaron de largo en nuestra existencia, los amigos y familiares desaparecidos, los países lejanos que sólo pudimos conocer de paso, las empresas que quisimos llevar a cabo pero nos fracasaron. En todos estos casos las posibilidades se han hecho inactuales a contrapelo de nuestra vida, y por eso hablamos entonces de recuerdos «tristes». En uno y otro caso el tono de la evocación depende de la forma en que vivimos nuestra propia inactualidad.

El carácter negativo del mundo evocado

La descripción de la forma y del contenido del mundo evocado lleva a una conclusión extravagante. Al parecer sólo podemos recordar lo que no hicimos y no nos pasó, es decir la existencia que no tuvimos. En cambio la actitud de evocar nunca puede caer sobre lo que ha sido nuestra real y concreta existencia, ésa que prolongada hasta ahora y proyectada hacia el futuro tiene el carácter de actual. El mundo del recuerdo es, según esto, esencialmente negativo y esa negatividad se expresa por la palabra «pasado». No lo que fue, sino lo que no es como pudo ser.

Si queremos profundizar en ese carácter negativo del mundo evocado, lo mejor que se puede hacer es interpretar el sentimiento que irremisiblemente le acompaña. Este talante del que participan nuestros recuerdos es la nostalgia, que no se puede confundir con la tristeza o la amargura. Hay recuerdos dulces y alegres que están sin embargo penetrados de nostalgia, y a la inversa hay una amargura que no es nostalgia, porque se incorpora a nuestra acción presente y tiene por consiguiente plena actualidad.

La nostalgia es un sentimiento que mejor que ningún otro, sirve para distinguir la evocación del simple hábito de aprendizaje. Sentimos nostalgia ante todo aquello que pudo haber sido y no fue. La nostalgia nos descubre y nos hace sentir todas aquellas posibilidades que alguna vez se no abrieron y que luego quedaron cerradas para siempre, por la forzosa renuncia que implica una elección. Por eso mismo el mundo sobre el que se proyecta ese sentimiento tiene dos caracteres, aparentemente contradictorios.

Por un lado es un mundo posible, un mundo compuesto de infinitas cosas que pudimos hacer o pudieron pasarnos. Sin esa primera dimensión de posibilidad la nostalgia no tendría ningún sentido. Lo que estuvo siempre fuera del horizonte de nuestra existencia, de sus eventos y pretensiones, no puede ser objeto de nostalgia ni de evocación.

Pero por otro lado esas cosas posibles no llegaron a ser, y tan no llegaron a ser que les está prohibida la más humilde forma de realidad. No se trata sólo de que esas posibilidades hayan dejado de serlo «con el tiempo». Siguen siendo posibilidades, tanto o más que las que ahora tengo, y siguen dando sentido a la trama entera de la existencia. Lo único que sucede es que esas posibilidades y lo que yo pude ser a través de ellas es algo definitivamente distinto a lo que ahora soy. Y la nostalgia –sentimiento ontológico por excelencia– denuncia ese no ser de las posibilidades, lo que temáticamente se ha llamado «mundo inactual».

Los teólogos del siglo XVI inventaron una noción y un término que según ellos explica conjuntamente la libertad de la existencia humana y la exactitud de la ciencia divina. Es la noción y el término de futurible. Son futuribles aquellas acciones condicionadas a un evento que no llegó a realizarse. Por lo mismo el futurible es una posibilidad pero una posibilidad que ya no es. La gramática de todos los idiomas reserva para ellos nada menos que dos de sus modos verbales. Es lo que habríamos si algo que no se cumplió, hubiera sido.

Pues bien, la evocación y la nostalgia están abiertas a un mundo de futuribles. Es un mundo de posibilidades, que a pesar de su carácter de posibilidades ya no son. Si Tiro y Sidón hubieran oído el Evangelio, cierto que habrían hecho penitencia, pero el caso es que eso que les pudo haber pasado, no les pasó, y en consecuencia lo que pudieron hacer no lo hacen por jamás.

Traduciendo esta noción a nuestra existencia concreta, descubrimos también en ella un conjunto de posibilidades renunciadas o fallidas, en último término inactuales. No es algo positivo, sino al revés, un universo negativo que comprende todas las existencias que no hemos llegado a vivir. Si yo hubiera quedado en la aldea feliz de mi infancia, mi vida sería totalmente distinta a la de un peatón urbano. Pero esa posibilidad, como tantas otras, no se cumplió, y por eso mismo queda convertida en un futurible, la forma de ser aparentemente más humilde.

El sentido de la evocación

Es muy frecuente –incluso entre filósofos directa o indirectamente dedicados a la descripción de la existencia humana– contraponer nuestro pasado a nuestro futuro, igual que se contrapone la forzosidad a la libertad. El pasado o la existencia anterior sería, según esto, algo necesario e inexorable, eso que definitivamente ya somos, o usando la jerga de los epígonos del existencialismo, nuestra esencia.

Al contrario, el futuro es el reino de la libertad, porque es un mundo puramente ideal. Según la expresión de Machado, detrás de nosotros queda una estela fija y única, como la de los barcos en la mar, pero ante nosotros no hay un camino trazado, pues son nuestros propios pasos los que van definiendo uno de los infinitos caminos posibles. La existencia entendida como acto de existir, precede a nuestra vida futura y la produce libremente.

Esa descripción incompleta de nuestro pasado, escinde la vida humana en dos categorías contradictorias, lo ya vivido que es forzoso y necesario, y lo por vivir que es radicalmente libre. Pero a estas alturas es preciso mantener una continuidad ontológica entre los distintos momentos de la existencia. El pasado esta, igual que el presente y el futuro, lleno de posibilidades y penetrado de libertad. Y no es cierto –como decían los megáricos– que cuando una posibilidad nuestra no se actualiza, se convierte en imposibilidad. Sigue teniendo la misma categoría de libertad. Sucede simplemente que con relación a mi existencia actual, aunque no me sea ajena, me es definitivamente otra.

Pero todavía hay una noción más precisa que define el ámbito de la evocación. Efectivamente, todas esas posibilidades que evocamos con nostalgia ya nunca llegarán a ser por el carácter irreversible del tiempo en que se desarrolla nuestra existencia. El tiempo y su carácter irreversible es –parodiando a Kant– la condición de posibilidad del mundo inactual. Por eso sentimos nostalgia a veces, no ante tal o cual vida perdida, sino ante el puro tiempo pasado, que ya no puede volver, y que en este sentido es el espacio de nuestro mundo inactual y de todas las posibilidades muertas, que están o pudieron estar en él.

la evocación según esto, aparece como una revelación de la libertad, que de un cabo a otro de nuestra existencia, hace frente a posibilidades. Que las posibilidades sean o no actuales no suprime sus rasgos ontológicos. Análogamente que mi libertad se revele si hago frente proyectivamente hacia un futuro, si descanso en el presente inmediato, o si evoco el mundo y la existencia inactuales, en los tres casos mantiene íntegro su carácter de libertad.

Más todavía, si el hombre, igual que el animal, la planta o la piedra recorriese su camino de acuerdo con una trayectoria única y en un sólo sentido, de atrás hacia delante, si sus actos estuviesen determinados por esta seriación irreversible de causa antecedente a efecto consecuente, ciertamente carecería de libertad, pero tampoco tendría la capacidad de evocar. El animal es capaz de aprender, pero nunca conseguirá dar ese salto milagroso que le desvía de su trayectoria y su ámbito real, y encima lo sitúa ante posibilidades que está ya negadas. La evocación tiene según esto un preciso sentido, porque es una manifestación palmaria de la libertad.

 

El Catoblepas
© 2005 nodulo.org