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El Catoblepas, número 36, febrero 2005
  El Catoblepasnúmero 36 • febrero 2005 • página 5
Voz judía también hay

Primicias en El País

Gustavo D. Perednik

La línea habitual de diarios como El País
podría comenzar a presentar algunas grietas a partir del 11-M

En varios artículos de El Catoblepas nos hemos referido al lavado de cerebro que perpetran los medios españoles, privando a la gente de información elemental acerca del conflicto en el Medio Oriente. Su meta es reclutar a España para «la causa», objetivo en el que están empeñados los corresponsales en (contra) Israel: Juan Cierco, Ferrán Sales, Joan Cañete Bayle. Su misión les es más importante que la pueril tarea de informar objetivamente.

El lector y el televidente español son regularmente «informados» de «la espiral de violencia» que siempre tiene a los judíos como provocadores. El adoctrinamiento ha frutecido: el español promedio, además de sentir por Israel una antipatía que no le reserva a ningún otro país, cree ingenua o maliciosamente que Palestina fue alguna vez un país árabe independiente, que el alambre de la cerca antiterrorista israelí es un muro racista de hormigón, que el sionismo es un pérfido movimiento con aspiraciones mundiales, que Jerusalén es una ciudad árabe ocupada, que el sheik Yasín era un líder espiritual, que el gobierno de Israel está en Tel Aviv, que su Primer Ministro es sanguinario, que cuando Rabin estaba en el gobierno Arafat no mandaba asesinar niños judíos, que en algún momento Arafat no mandaba asesinar niños judíos, que después de todo, no es tan terrible que se asesinen judíos «debido a la ocupación», que el terrorista en el conflicto es Israel, que el islamismo es un problema menor, y que los aliados naturales de España son la misoginia saudí, el fascismo sirio, el genocidio sudanés, y en general las veintiuna dictaduras del mundo árabe que mantienen a sus sufridos pueblos en el rezago y la represión con la excusa de que Israel los maltrata.

La opinión pública española es instruida religiosamente en esa mitología por Agustín Remesal, Javier Espinosa, Jorge Sanz, Eugenio García Gascón, Mateo Madridejos, Gregorio Morán, José Mari Esparza, Agustín Pery Riera, Miguel Ángel Bastenier, Ángel Sánchez, Antonio Gala, el humilde Javier Nart, y una larga lista de desinformadores que renuevan mitos milenarios y los ornamentan con caricaturas nazis de Miquel Ferreres, Ventura & Coromina, Reboredo, y Gallego & Rey.

Una de las factorías de la gran mentira sobre el Cercano Oriente está en Izquierda Unida, cuya fe en que Israel es siempre vil no admite prueba en contrario. En su página de Internet, IU falsificó un fotomontaje sobre la detención de un terrorista palestino el 8 de marzo de 2002, colocando la secuencia fotográfica de un modo que permitía acusar a Israel de torturas. En la serie faltaba una foto deliberadamente escondida, en la que se veía la desactivación de las bombas que el terrorista llevaba adosadas a su cuerpo. En su sección IU al día se explicaba que el occiso «está obviamente subyugado y desarmado; no hay ninguna señal ni evidencia de explosivos o de resistencia.» Estos defensores de la verdad habían eliminado la toma que permitía comprender los hechos reales, en la que se veía que un robot de desactivación de explosivos desmontaba el cinturón de bombas que el detenido había tratado de detonar tras su arresto.

Jamás se rectificaron de la patraña, porque el dogma no admite rectificaciones.

Sorprende más aún cuando las farsas son agitadas por mujeres, quienes traicionan así una causa que sí debería motivarlas. Para Maruja Torres y Gema Martín Muñoz no importa que seis mil adolescentes sean sometidas diariamente a la clitoridectomía, cirugía que no requiere su consentimiento para el atrofio de la sensación sexual, de la que han padecido millones de mujeres en los países árabes. Pero no cabe detenerse en la nimiedad, porque nada es tan importante para el bienestar de la humanidad como destruir Israel, país en el que casualmente la mujer árabe goza de mayor libertad que en cualquier otro del Medio Oriente, y en donde no sufre rutinariamente «asesinatos por honor familiar».

A la homogeneidad de los principales medios españoles contra Israel y contra cuanto hagan los judíos para defenderse del terrorismo, le hemos dedicado un libro. El monocorde discurso no se deja perturbar ni siquiera por cartas de lectores que osen cuestionar la línea oficial. El presidente de una pequeña comunidad judía española, José March, tiene una colección de decenas de cartas que corrigen falsedades de los medios, y que jamás lograron abrirse paso al lector.

El 11-M tenía (tiene) el potencial de disipar tanto la demonización de Israel en los medios españoles, como la actitud suicida de Europa frente a la creciente islamización. Sobre todo porque desde el 3 de abril de 2004 ya no pudo blandirse la excusa de las tropas españolas en Irak, y sin embargo la policía de Madrid fue testigo del primer atentado suicida de los islamistas en Europa. Éstos anuncian abiertamente, aunque muchos españoles no quieran oírlo, que Andalús debe ser recuperada, es decir que España terminaría convertida en un Estado islámico teocrático. Con todo, según el Eurobarómetro de 2003, la mayoría de los españoles ven la amenaza en Israel.

El 2004 tampoco pareció abrir una grieta en la judeofobia española. Ultrasur exhibió impunemente en las canchas de balompié carteles que rezaban «Judíos bastardos», el memorial del Holocausto fue destruido en Barcelona, Zaragoza canceló una presentación del agregado cultural de Israel, la alcaldía de Oleiros usó dinero público para exhibir dibujos judeofóbicos, y Casa del Libro incluyó Mi Lucha de Hitler entre sus best-sellers.

En cuanto a 2005, tampoco parecería ser auspicioso, desde que un artículo de Pérez Reverte publicado el 2 de enero en el diario ABC, llamaba a los judíos «hijos de puta». Que la nota escandalizara a muchos israelitas de España no deja de ser llamativo, porque la novedad de Reverte se limitaba a su lenguaje soez. El escarnio judeofóbico en sí, es corriente en la península, aunque de modos menos brutales.

Cuando muchos lectores indignados cuestionaron la vulgaridad de Reverte, el perdonavidas arguyó que nadie habría protestado si hubiera atacado a otros grupos como el de los taxistas. Pareciera ignorar que nunca alguien se propuso expulsar a los taxistas ni los mandó a campos de exterminio, mientras que a los hebreos vienen asesinándonos por milenios.

Si visitó Zaragoza, seguramente no ingresó en la catedral, en la que un altar dedicado a Dominguito del Val enseña que éste «nació en 1243... La tradición cuenta que el 31 de agosto de 1250, cuando volvía a casa entonando canciones religiosas, el niño fue raptado y muerto por miembros de la comunidad judía, entre la que se había extendido la creencia de que acabar con la vida de un niño cristiano les beneficiaría. Días después, su cabeza y sus manos aparecieron en medio de un resplandor en la calle de Limón, hoy denominada de Santo Dominguito de Val, en honor a este hecho. Desde entonces, este pequeño zaragozano es el patrón de los monaguillos y los niños del coro».

Y si conociera la injuriosa historia, tampoco le importaría, porque él sabe bien por experiencia propia, que agraviar a los judíos es gratuito, y que nadie ose quejarse porque los taxistas no lo harían, aun cuando podría llegar a sospecharse que las decenas de libelos de sangre que arrastraron a miles de hebreos a la hoguera, martirizaron más a éstos que a los chóferes.

Y sin embargo...

...opino que ya comienzan a verse las primeras fisuras en la uniformidad de los medios, y un enemigo declarado de Israel como el diario El País comenzó por lo menos a debatir con mayor soltura el fenómeno judeofóbico.

Varios artículos lo hicieron durante el último año y pico, entre otras en notas de Hermann Tertsch (10 octubre 2003), Eduardo Haro Tecglen (18 noviembre 2003), Vicente Molina Foix (20 noviembre 2003), Edgar Morín (9 marzo 2004), y Adolfo García Ortega (9 junio 2004). En todos ellos el tema de la judeofobia les permite a los autores ventilar su encono contra Israel, y a veces utilizarlo para volver a poner a los judíos en el banquillo de los acusados.

Como el último de los artículos fue el único posterior a 11-M, cabe resaltar que sus contenidos difieren considerablemente de los que lo preceden. En ese sentido, podría indicar un cambio en la línea homogéneamente judeofóbica del periódico, tal vez como resultado del sismo en la conciencia española que significó el 11-M.

En rigor, dos días después de los ataques islamistas contra Atocha, El País publicaba un artículo de Zeev Schiff en el que se condenaban los ataques terroristas, y curiosamente se explicitaba por primera vez en ese diario la validez de la condena aun si los civiles asesinados son israelíes.

Por ello cabe el seguimiento de las posibles variaciones de El País, y vale para ello contrastar dos de los artículos referidos, el de Molina Foix con el de García Ortega.

En el primero, titulado ¿Soy un antisemita?, Molina, sin citar ninguna fuente, comenta que

una parte de la opinión pública israelí y sobre todo los políticos que gobiernan en Tel Aviv están muy irritados con los europeos, que en el último Eurobarómetro situaron a Israel en cabeza de los países amenazantes. Sharon ha puesto el grito en su cielo, su ministro de la Diáspora, Nathan Chtransky (sic) afirma que detrás del sondeo "se esconde un verdadero antisemitismo"... y también unas palabras del músico griego Mikis Theodorakis coincidentes con ese parecer de los consultados le ha valido la acusación de propagar "eslóganes utilizados por la Alemania nazi".
Lo que en Europa predomina es simplemente un sentimiento de condena a la despótica intransigencia de Ariel Sharon, a la impunidad de sus castigos criminales contra palestinos desarmados, a la abusiva construcción del muro separador, al silencio o apoyo explícito que esos actos ilegítimos (protestados ya por muchos civiles y militares israelíes, entre ellos cuatro ex jefes de los servicios secretos) obtienen de facto gracias a la poderosa complicidad norteamericana.

Que la información de Molina sobre Israel sea errónea no debe sorprender, ya que su fuente es la prensa española. Podría ser una cuestión de ignorancia que llame «muro separador» a la alambrada que construye Israel para detener a los terroristas que asesinaron más de mil civiles en los últimos cuatro años. Quizá el escritor no sepa que el blanco de Israel no son los palestinos como grupo, ya que éstos en Israel gozan del más alto nivel de libertad y democracia de todo el mundo árabe. Molina no ha revisado que en Israel, palestinos son jueces, políticos, parlamentarios, periodistas, con mucha mayor libertad que en cualquier otro país.

Sin embargo, como ocurre habitualmente con la judeofobia de los medios españoles, siempre aparecen unas líneas que delatan que se trata de mala voluntad y no de mero desconocimiento. Molina es muy cuidadoso en esconder qué «palabras de Theodorakis» fueron «injustamente» comparadas con las de los nazis. Pues el músico griego había declarado, y jamás se desdijo, que «los judíos son un pueblo sin historia y la raíz del mal».

Pero el quid de la tesis de Molina no es su manipulación, sino su explicación de que en su odio contra Israel está ausente el sentimiento judeofóbico. En esto, es muy representativo del modelo habitual europeo.

Comencemos por dos argumentos ilustrativos, en los que Molina valientemente supera al promedio de los intelectuales europeos. El primero, es que

Una parte fundamental de mi cultura (de toda la cultura occidental) se basa en textos filosóficos, poéticos o narrativos escritos por judíos.

Con esta simple admisión, Molina no soslaya, como hace la mayoría de los europeos, las raíces hebraicas de la civilización occidental, la deuda cultural de Europa para con Israel.

Segundamente, Molina está a dispuesto a definir el Holocausto de un modo categórico: «la línea moral divisoria que aquella trágica corrupción de valores trazó para siempre en nuestra conciencia».

Hasta aquí lo positivo. En el resto, Molina cae en los prejuicios habituales de los europeos a los que justificadamente arguye representar.

En primer lugar, describe muy lacónicamente las consecuencias de aquella «corrupción de valores». El asesinato de seis millones de judíos después de dos milenios de odio, se circunscribe a «el exterminio de familiares cercanos o el exilio de antepasados». Compárese esa referencia con la que trae Molina a propósito de la guerra entre Israel y sus vecinos: «los helicópteros devastadores de poblados palestinos y los generales y ministros que ordenan legalmente tales represalias».

Claro que Molina no da el nombre de ninguna de esas «devastadas ciudades» que existen sólo en el imaginario europeo. Pero el contraste fundamental no surge de su descripción de la realidad sino de su asumida perspectiva. Celebra Molina que

el europeo que hoy trata de acercarse positivamente a nuestros inquilinos árabes... no deben desvirtuar los fundamentalismos fanáticos de algunos gobernantes o clérigos musulmanes la imagen total de países que están tratando de conciliar, con grandes dificultades, la renovación social, el peso desmedido de una teocracia y la extrema pobreza.

Entendido pues. Los regímenes árabes, que en sus enormes riquezas petroleras han establecido dictaduras corruptas y continua represión, deberían gozar de un «acercamiento positivo» para que Europa no «desvirtúe los esfuerzos conciliatorios» (visibles sólo en artículos como el que estamos comentando) que hasta ahora se han limitado a engendrar veintiuna tiranías misóginas.

Pero Israel, construido en un desierto que cabe quinientas veces en esa jungla petrolera y violenta, Israel, que fue creado para salvar a los judíos de las garras de Europa, el Estado judío no merece ningún «acercamiento positivo». No sus universidades de avanzada, ni su alta tecnología, desarrollo agrícola, bienestar social, kibutz, renacimiento cultural, efervescencia democrática, nada amerita sino la condena. Queda claro que el autor había decidido de antemano cómo distribuir «condena» y «acercamiento».

Tal como la mayoría de los españoles, Molina no logra ver que la judeofobia de hoy no arremete contra la religión o fe judías, sino contra el Estado judío. La judeofobia cambia: la versión medieval aspiraba a remover al judío de la sociedad, la contemporánea intenta aislar al Estado judío de la familia de las naciones. Israel es censurado como ningún otro país, el único en ser rutinariamente vilipendiado como «nazi». Y el quid no pasa por es cuánto Israel sea criticado, sino por la exclusividad y el desproporcionado ímpetu de esa «crítica».

Molina se auodefine como «filosemita», salteando que la mayor creación de los hebreos, donde los judíos viven y el judaísmo vibra, Molina la odia. Como muchos españoles, concede amor al judío del pasado para que esa concesión legitime su encono contra los del presente. Aplaude al «valeroso y castigado pueblo hebreo» pero falla en ver quién lo castiga. Un ómnibus escolar israelí que vuele en pedazos en Natania no es castigo al pueblo hebreo. Una pizzería convertida en pila de cadáveres en Jerusalén no es sino «legítima resistencia». Y será políticamente incorrecto preguntarnos cuándo comenzó dicha «resistencia».

«Valerosos» son los judíos pero no los israelíes, que dan tres años de su vida para proteger al único país del planeta amenazado de destrucción total mientras Europa lo considera «la principal amenaza».

Molina condena «el sionismo expansionista dominante entre los dirigentes político-militares seguidores de Sharon». (Suponemos que contrastan con los dirigentes democráticos y civilizados árabes). Un «expansionismo» del que no podría dar ningún ejemplo porque existe sólo en su imaginación, una que lo lleva a una frase final no exenta de dramatismo: «ningún recurso humanista, ninguna apelación al linaje perseguido y al exterminio imprescriptible puede enmascarar la amenaza que supone la despiadada política del Estado de Israel».

Israel es un Estado que ha ayudado generosamente a casi toda nación que sufriera desastres naturales, sea Turquía, Ruanda, Ceilán o Indonesia. Un Estado que ha desarrollado la agricultura y la medicina de una buena parte de los países africanos e hispanoamericanos. No es perfecto, porque ninguna creación humana lo es. Pero cuando de entre doscientos Estados uno elige exclusivamente a uno para revisar su piedad sólo porque estamos tratando de defendernos de un terrorismo en una magnitud contra la que ninguna nación del mundo debió enfrentarse, pues las motivaciones morales del acusador resultan sospechosas.

Elocuentemente, Molina cita de una novela de Gregor von Rezzori titulada Memorias de un antisemita. En alguna medida este título puede recordar al de un ex senador uruguayo, Horacio Asiain Márquez, quien en 1962 escribió Yo fui antisemita. Pero mientras el libro hispanoamericano es una contrita confesión que explora las raíces del odio, la novela de Rezzori surge de una pluma que ofrece ironía pero no arrepentimiento. De esas memorias, cita Molina:

era impensable sostener relaciones tan directas con los judíos. Es cierto que se trataba de seres humanos, eso nadie se atrevía a negarlo, pero uno no establecía relaciones estrechas con los demás sólo porque eran humanos.

Cabe la paráfrasis: para el europeo de hoy

es impensable sostener relaciones directas con el Estado judío. Es cierto que se trata de un Estado, pero uno no establece relaciones estrechas con uno pérfido sólo porque sea un Estado.

Una primicia promisoria

El segundo artículo a ser comentado constituye una excepción mucho más clara a la norma judeofóbica que ha prevalecido durante estas décadas en España. Adolfo García Ortega lo tituló Antisemitismo y su contribución abarca tres aspectos por lo menos. Primero, que es más específico sobre el mal que ve con

alarmante preocupación... los colegios de las comunidades judías en Europa tienen que estar custodiados por la policía... las comunidades judías europeas están doblemente amenazadas por el integrismo islamista: por ser europeas y libres y por ser judías, y, por tanto, objeto bendecido de su odio

Segundo, que García Ortega ve en el islamismo el heredero del nazismo. Tercero, que no hesita en criticar la distorsión general del conflicto en Medio Oriente, sobre el que

las izquierdas, de por sí simplistamente antisemitas, ponen de manera maniquea el bien absoluto en los oprimidos palestinos, como si fuesen la quintaesencia del proletariado y del antinacionalismo, y el mal absoluto en los opresores israelíes, capitalistas y nacionalistas. En este asunto, la izquierda es de una ingenuidad pasmosa. Y la derecha, por su parte, manifiesta una displicencia despectiva, pues para ella los judíos son la esencia de la subversión y del anticristo. Es curioso que en cuanto a antisemitismo, la izquierda y la derecha siempre han estado de acuerdo.

El autor ha ido muy lejos, pero desafortunadamente sus explicaciones sobre la judeofobia se obstinan en una incorrecta percepción de Israel.

en el imaginario de la gran mayoría de la gente se sustituye israelí por judío. De ahí que toda la animadversión que puede despertar la política de Ariel Sharon y del intransigente Likud, deficiencia palmaria del sistema democrático israelí, se extiende, invariable y nada críticamente, a toda la población judía.
... la gran coartada para el antisemitismo de hoy tiene varias caras. Una, la represión sharonista de los palestinos. Es indudable que una política tan contestada incluso en el propio Israel genera posturas radicales en ambos bandos.
Dos, la ignorancia simplista acerca de la creación del Estado de Israel, volviendo a cuestionarse su existencia o la legitimidad de su fundación...
Tres, la no aceptación en el mundo de que los judíos, los israelíes, lleven las riendas de su futuro con la misma firmeza que cualquier otro país de historia tan corta... Es como si en la conciencia europea... el judío hubiera de ser alguien inferior al que poder castigar, pegar, quemar, humillar o matar. Alguien a quien dominar.

Si estas tres supuestas causas de la judeofobia se hubieran enumerado en orden inverso, las conclusiones habrían podido ser un punto de inflexión en la prensa española. Pero las dos primeras «causas» de judeofobia desarticulan la patente verdad de la tercera.

Nunca comprenderemos la naturaleza de la judeofobia si admitimos que su causa es una «política contestada» (de paso, no hay sociedades democráticas sin políticas contestadas).

La causa de la judeofobia debe hurgarse en el ánimo del agresor, no en las políticas de la víctima ni en ninguna conducta particular de los judíos. Las políticas de Israel no son nunca las causas de la agresión árabe, sino sus consecuencias.

García Ortega deteriora lo que podría haber sido una obra maestra. Llega al quid de la judeofobia: el rechazo por parte de Europa de la existencia de los judíos como una nación con derechos. Incluso predice: «si cae un judío por ser judío, como sucedió con el Holocausto, caemos todos en Europa».

Sin embargo, no da el paso final. ¿Qué será de nosotros si el Estado judío cae por ser judío?

La judeofobia europea no es alimentada por la islámica. Por el contrario: el judío diabólico, opresor y sediento de sangre, no fue fabricado por el fundamentalismo islámico sino por alguna mitología cristiana. Actualmente es legitimado en el islamismo por medio de la demonización europea de Israel, un método que provee a las tiranías árabes de excusas para perpetuarse en el poder. Su argumento implícito es que el 99% del Medio Oriente bajo dominio árabe no podrá ser libre hasta que no se destruya el 1% bajo gobierno hebreo. Frente a esta farsa Europa permanece entre silente y comprensiva, porque combina con la imagen que ella misma ha tenido por siglos acerca de quién es el judío.

 

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