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El Catoblepas, número 39, mayo 2005
  El Catoblepasnúmero 39 • mayo 2005 • página 15
Artículos

Notas acerca
del 42 Congreso de Filósofos Jóvenes

Rubén Franco González

Sobre el 42 Congreso de Filósofos Jóvenes
(Salamanca, 11-15 de abril de 2005), Filosofía y cine

Tenemos la intención de ofrecer, para los que no pudieron asistir, algunas pinceladas sobre el 42 Congreso de Filósofos Jóvenes celebrado en Salamanca entre los días 11 y 15 de abril de 2005, tal como vimos lo que allí acaeció.

Tiene cierta dificultad para un no experto en estos menesteres relatar lo que allí sucedió de la forma más clara y precisa. Esperamos no demostrar demasiada ingenuidad ni incurrir en el ridículo. Estas líneas pretenden resaltar aspectos relevantes del Congreso para que los que no pudieron o no quisieron (por lo que se temían) estar esos días en Salamanca. Se narrarán aspectos puntuales que ilustran muy bien cómo está el panorama de la filosofía presente en los «jóvenes filósofos», y que veremos ulteriormente.

Como quizá otros artículos demuestren ser más precisos y filosóficos que éste (o en otras palabras, mejores), pretendemos ofrecer distintas anécdotas (pero siempre pertinentes, desdeñándolas de su carácter peyorativo), detalles y conversaciones mantenidas, desde nuestra perspectiva. Tampoco es fácil comprimir en unas líneas cinco días muy intensos (en todos los sentidos) pero se intentará.

Estos congresos sirven (y deben servir sobre todo) no ya para dedicarse meramente a escuchar a los conferenciantes y a observar pasivamente lo bien (o mal) que leen sus ponencias, sino para preguntar, para conversar y para crearse algún enemigo que otro para el futuro. Esto es lo más interesante, ya que se puede calibrar el nivel de conocimientos y la capacidad de argumentación de otros jóvenes (y no tanto).

Comenzamos el análisis resaltando dos aspectos claves en el devenir del congreso: 1) gran número de comunicaciones y 2) el tiempo. Pasemos a detallar la importancia de estos factores y las consecuencias de los mismos.

Como el propio presidente del congreso (Adrián Pradier) dijo, no se admitieron todas las comunicaciones recibidas, pero casi. Se rechazó alguna porque a pesar de ser un brillante análisis fílmico, muy erudito, no pasaba de las reflexiones cinematográficas puras (de primer grado), sin buscar relación con la filosofía (mejor se hubieran aceptado alguna de este estilo, que por lo menos es excepcional en su campo, que no otras en las que se mezcla una determinada idea de cine con algo de un tipo de filosofía(s) que deja mucho que desear). Como íbamos diciendo, al aceptarse prácticamente todas las comunicaciones y dar la oportunidad a todos sus autores de exponerlas en un breve espacio de unos quince minutos (siempre eran más, lo que alargaba las jornadas y ocasionaba el incumplimiento de horarios, como veremos a continuación), había superávit de intervenciones.

En total eran 43 (si no recordamos mal) y exceptuando un par de ellas que no se leyeron (por la incomparecencia de los autores, por motivos que desconocemos), el resto tuvo el privilegio de poder «defender» su comunicación ante el auditorio.

La forma de organización era la siguiente. Una mesa de comunicaciones (que solía constar de seis ponentes) por la mañana y otra por la tarde. La de por la mañana comenzaba a las 9:30. Primero intervenían tres ponentes y a continuación una ronda de preguntas. Un descanso de unos diez minutos y tomaban la palabra los otros tres ponentes de la primera mesa de comunicaciones, seguida de la ronda de preguntas correspondiente. Por la tarde la mesa comenzaba a las 16:30, y también se dividía en dos partes con un breve descanso de diez minutos para desahogar, ensuciarse los pulmones o lo que se estimase oportuno. Después de cada mesa de comunicaciones había un descanso estipulado de media hora, antes de que diese comienzo, o bien una mesa redonda o bien una conferencia, pero el tiempo quedaba reducido a la mitad.

Debido a lo dicho anteriormente se producía una paradoja. Por una parte, siempre faltaban minutos y no se podían satisfacer todas las intervenciones del público ni de los ponentes (en cuanto extensión, claro está). Pero por otra parte, las jornadas se alargaban en exceso y llegaban a hacerse un tanto pesadas. Jornadas de casi diez horas diarias (por supuesto somos conscientes de la diferencia existente entre estar diez horas sentados y otro tipo de actividades –mejor o peor remuneradas–) y cuatro días y medio de congreso (cuando lo idóneo serían tres días) pueden llegar a causar una sensación de hartazgo entre el público. La jornada comenzaba a las 9:30 y concluía a las 21:30 (lógicamente había un descanso de un par de horas para comer). Como consecuencia de esto y debido a la gran actividad de la noche salmantina (y a la falta de sueño ocasionada por la misma) nos permitíamos el lujo (siempre que el ponente no colaboraba) de echar unas «cabezadísimas».

La asistencia de público era de una media de unas cien o ciento cincuenta personas. En la jornada inaugural y en la de clausura hubo mucho aforo. Pero, ¿qué tipo de gente asistió a este Congreso y con qué motivaciones? Aunque había gente que se desplazaba desde varios lugares a Salamanca (Oviedo, Zaragoza, Barcelona, Madrid), la inmensa mayoría eran jóvenes estudiantes y residentes en Salamanca que veían en el Congreso una alternativa perfecta para obtener tres créditos de libre configuración para sus respectivos estudios. De este modo, gran parte del auditorio (como pudimos comprobar) tenía escasísimo interés tanto en el cine como en la filosofía. No obstante, había quien creía ser un experto en cine por ir de vez en cuando (o todos los días si se quiere) al cine, a comer palomitas y ver alguna película, o ir al videoclub más cercano y alquilarse el correspondiente DVD de la última novedad. Por supuesto, si había quien pensaba que dominaba el mundo del cine, también había quien pensaba lo mismo respecto a la filosofía. Claro está, pensando en la filosofía como algo místico, muy existencialista y metafísico, amén de los numerosos post-modernos que habitaban en el Congreso. Pero bueno, por asistir media jornada y firmar unos papeles (los que estaban matriculados) para dejar constancia de su presencia en la sala, les recompensaban con unos estupendos diplomas.

La puntualidad respecto a la hora de comienzo fijada era algo que se intentaba cuidar mucho. Adrián Pradier mostró su enfado por los retrasos a la hora de comienzo de la jornada y así se lo hizo notar al auditorio «invitándonos a que fuésemos puntuales». Aún así, rara vez se cumplían fielmente los horarios y una vez dado comienzo la sesión la gente iba llegando a la sala progresivamente.

La conferencia inaugural fue ofrecida por Pablo García Castillo, Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Salamanca.

En cuanto al nivel y al grado de rigor filosófico presente en Salamanca en esos días, que es lo realmente relevante (aunque quizá no seamos nosotros los más apropiados para valorarlo), deja mucho que desear. El post-modernismo tenía gran peso; se hablaba de conceptos sin discutirlos previamente y sin darse cuenta de su carácter problemático; o simplemente se hacía de una ponencia entera un juego de palabras, dando lugar a una sensación de confusión y un ejercicio donde no se dice absolutamente nada. Un «profano» puede llegar a asombrarse, pero si se somete a un análisis crítico mínimamente serio, nos queda solamente un bonito trabalenguas (como en el caso, que muy bien apunta Carlos M. Madrid Casado, de «E pur si muove!», de Juan Jesús Rodríguez Fraile). Gilles Deleuze (sus dos obras fundamentales a este respecto son La imagen-movimiento y La imagen-tiempo) aparecía por todos los lados y se le citaba constantemente.

Hubo tres intervenciones que estuvieron bien y que se desmarcaron de las líneas habituales del Congreso. Fueron las de Rufino Salguero, Carlos Miguel Madrid Casado y Miguel Ángel Castro (especialmente original y graciosa la de este último). Los tres, como seguidores del materialismo filosófico, ejercitaron sus reflexiones desde una perspectiva materialista, como todos sabemos. Con esto, no estamos diciendo que sean estos tres autores los únicos que se salvan «de la quema», ni que ellos tres estuviesen en posesión de la verdad o hubieran sido iluminados y el resto no. Ni mucho menos. Por supuesto que hubo muchas comunicaciones interesantes, pero unas fueron más críticas, sistemáticas y filosóficas que otras. Pero tampoco se puede decir que todas las comunicaciones fueran tan válidas o tan respetables. No tenemos la voluntad de descalificar a nadie (muchos ya lo hacen por sí solos), así que digamos que cada uno lo hizo lo mejor que pudo y supo.

Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina estuvo bien con una conferencia muy densa y compleja que exige manejar y conocer bien muchos conceptos de la fenomenología. En cuanto al cine, se centró en la obra del director Wong Kar-Wai.

Como ya he apuntado anteriormente una de las cosas más interesantes de este tipo de Congresos es conversar con la gente. Hablamos el primer día con una profesora de Buenos Aires, llamada Lucía Galazzi (el título de su comunicación era «Cine y filosofía en el aula: un encuentro fecundo») y que vino a España expresamente al Congreso, previo paso un par de días en Madrid. Le citamos la figura de Gustavo Bueno y no le conocía (resulta por lo menos curioso que sí conocía a Fernando Savater). Al cabo de un par de días el nombre de Bueno ya había salido a relucir en el congreso unas cuantas veces (casi siempre a cargo de Rufino), así que en la segunda conversación que mantuvimos se interesó por la figura de «ese señor» que un par de días antes no había oído nombrar en su vida. Contestamos a sus preguntas, le sugerimos lecturas y le recomendamos (gracias a la facilidad de Internet) las páginas web www.fgbueno.es, nodulo.org y www.filosofia.org. No obstante, demostró ir por otros derroteros.

Capítulo aparte merecen unos chicos de Zaragoza y otro de Barcelona. Tres amigos (dos de ellos hermanos) que digamos eran «materialistas» y que en palabras textuales de uno de ellos «ya era hora de que hubiera algo de luz entre tanto humo» aludiendo a los tres autores antes citados (Rufino, Carlos y Miguel Ángel). Independientemente de su mayor o menor sabiduría eran tres chicos interesados por los temas que se debatían. Me voy a centrar en la figura de uno de ellos llamado Raúl (de Zaragoza), que provocó los momentos más divertidos y en ocasiones de lo más surrealista (sin pretenderlo) del Congreso.

Un momento genial ocurrió en la ronda de preguntas. La mesa redonda del viernes debía terminar a las 14:00 y cuando finalizó eran ya las 14:20. Entonces se abrió la ronda de preguntas, previo aviso de que sólo se daría la palabra a un par de personas y rogándoles que fuesen preguntas muy breves y directas (nada de divagaciones) porque se hacía tarde y era hora de comer. La primera pregunta la formuló una señora que ya se extendió bastante y la contestación del conferenciante ocasionó el paso de unos minutos más. Cuando ya se iba a dar por concluida la jornada matinal, Raúl levantó la mano para que le trajeran el micrófono que todo el mundo utilizaba (para poder ser escuchado en toda la sala), pero le advirtieron que debía ser muy rápida la formulación de la pregunta. Cuando el micrófono llega a sus manos, se levanta, comienza a caminar pasillo arriba (él estaba sentado en las primeras filas) mirando a ambos lados del auditorio (con una agilidad y soltura que ya quisieran para si algunos «showmans» televisivos) a la par que comenta que él no quiere preguntar nada, simplemente animar el «cotarro». Toda esta secuencia que narramos aquí no duró más de unos seis o siete segundos, el tiempo mínimo que tardaron en irse hacia él miembros de la organización (incluido el propio Adrián) y quitarle el micro. También desde la mesa de ponencias le recriminaron su actitud a Raúl. Él alegaba si no tenía derecho a hablar, a expresarse como los demás. Adrián le respondió que si era una pregunta sí, pero si no que lo dejara para la Asamblea que daría comienzo por la tarde a las 17:00. Este episodio, aparte de lo divertido del mismo, lo que hace es poner de relieve una vez más lo dañino que resulta ir apresurados, ya que si este incidente hubiese sucedido con el tiempo holgado, sin prisas, unos treinta minutos antes, no hubiera pasado absolutamente nada. Normal. Donde más jugo se suele sacar es en la ronda de preguntas y comentarios, por eso Raúl tenía todo el derecho del mundo a exponer sus ideas. Lo que sucede es que ya se había advertido de la falta de tiempo, y de ahí lo gracioso de la intervención de Raúl.

El otro momento estelar de nuestro amigo Raúl sucedió en la Asamblea General Ordinaria cuando se estaba decidiendo el tema para el 43 Congreso de Filósofos Jóvenes, que se celebrará en Palma de Mallorca en 2006. Se estaban nombrando temas como «Filosofía y sueño», «La filosofía en Europa», «Sexo, género y filosofía», «Verdad y praxis en la post-modernidad», «Filosofía y drogas»... muchos de ellos ridículos (los aquí reseñados son los más destacados) cuando Raúl propuso el tema «Filosofía y ETT (Empresas de Trabajo Temporal)», lo que ocasionó la mofa de gran parte del auditorio. Una vez que se tenía la lista completa de todas las propuestas, se pasaba a leer en alto cada tema para su votación pública. Cuando llegó el momento de leer en voz alta el tema propuesto por Raúl, al encargado de hacerlo le entró un ataque de risa y pretendió continuar (hasta tres veces lo intentó) pero no pudo. Casi todo el auditorio se estaba carcajeando, lo que se convertía en una burla de una propuesta que no tenía un carácter «malsano», que ocasionó el enfado de Raúl. ¿Por qué no se reía el auditorio de las otras propuestas?

Relatadas estas dos anécdotas, que en principio no tienen demasiado interés filosófico, pero que no fueron absolutamente intrascendentes, y que permiten esbozar una sonrisa y no un bostezo, aprovechamos como lector de El Catoblepas que me dijo que era Raúl, para enviarle un fuerte abrazo desde aquí, a él, a su hermano y a su amigo.

Las polémicas siempre son buenas y fructíferas, ya que se produce una confrontación de argumentos y es ahí donde se ve la potencia de los mismos. Lamentablemente apenas hubo lugar para la discusión en el Congreso, pero vamos a reseñar una. El jueves 14 de abril por la tarde una tal Rosa Martínez-González (su comunicación era «Atom Egoyan: el genocidio de la imagen. Por una metafísica de la ausencia» –el título ya prometía–) tuvo serias dificultades para comunicarse ante el auditorio y se disculpó aludiendo que hablar en público no era lo suyo. En la ronda de preguntas se negó a contestar una pregunta dirigida a ella. Rufino lanzó una serie de críticas que ella fue incapaz de replicar. Al día siguiente (viernes por la mañana) intervino Rufino como ponente e hizo distinciones tales como las de emic/etic de Pike y las de finis operis/finis operantis, además de manifestar abiertamente que exponía su ponencia desde la perspectiva del materialismo filosófico de Gustavo Bueno. En la ronda de preguntas intervino la tal Rosa Martínez y dijo que mucho antes de que Rufino citase explícitamente a Gustavo Bueno, ella ya sabía que era materialista (¡qué brillantez intelectual!) porque los materialistas hablan siempre de las mismas cosas (?) y su crítica iba dirigida contra eso, el hecho de ser materialista. Esta señorita acusaba a Rufino y a todos los materialistas de procesar un odio hacia las filosofías francesas y alemanas (característica por la cual ella detectaba enseguida un olor a materialista). Rufino argumentó que lo que hace es defenderse ante la ingente publicación de autores y obras francesas y alemanas que nos llegan por todas partes. Él precisamente criticaba esa germanofilia y francofilia. Mucha gente se emociona al leer a autores extranjeros y no es consciente de lo que tenemos «en casa» (implícitamente se defiende la tesis de que no hace falta irse muy lejos para encontrar un pensamiento serio, sólido, coherente, riguroso y relevante). Además esta señorita, en su notable ignorancia, no supo (ni sabrá) distinguir ni apreciar las diferencias existentes entre criticar algo y suponer que ya nos posicionamos al lado contrario. Una cosa es el análisis crítico de una situación (hay que realizar crítica y autocrítica) y otra la valoración que hagamos del mismo. Cuando describimos una realidad del presente no estamos diciendo que sea ni buena ni mala, simplemente que es así y exponemos unos hechos. El hecho de criticar la idea de blanco no significa necesariamente que defendamos la idea de negro (a lo mejor la idea de negro es tan o más criticable que la idea de blanco). Todas estas observaciones, si no se realizan correctamente, dan lugar a confusiones y a interpretaciones erróneas.

En la Asamblea General Ordinaria celebrada el viernes 15, a partir de las cinco de la tarde, se hizo un balance de lo que había sido el congreso y se admitieron sugerencias para el futuro. Se eligió el tema de «Filosofía y tecnología(s)» para el 43 Congreso de Filósofos Jóvenes, y a falta de la confirmación que deberá producirse en Palma de Mallorca en 2006, la Universidad Autónoma de Madrid parece ser que acogerá el 44 Congreso de Filósofos Jóvenes en 2007.

Después de la Asamblea cerró el congreso Antonio Oria de Rueda Salguero con una conferencia final. Penoso. Es un profesor de Comunicación Audiovisual del IES «Puerta Bonita» de Madrid. Su intervención sólo es explicable como el resultado de su amistad con alguno de los organizadores o, como Adrián Pradier manifestó, porque le había visto en varias conferencias anteriores y le encantó. Antonio Oria utilizaba un tipo de jerga callejera empleando términos tales como «la movida», «la peña» o «un jambo» para referirse a «el asunto», «la gente» o «un señor» respectivamente.

Antonio Oria por lo menos fue sincero y expresó su ignorancia no ya en filosofía, sino en conocimientos cinéfilos, algo estrechamente vinculado a su profesión. Bromeó diciendo que (y cito textualmente) «cuando una vez un jambo dijo 'sólo sé que no sé nada' lo decía con intención pero yo no». Hay que admitir que tenía cierta gracia, pero sus análisis sociológicos sobre por qué la gente ve Gran Hermano resultaron bastante débiles. Resumiendo, nos parece ridículo que Antonio Oria cerrara el Congreso y, más aún, que se llevara la mayor ovación del Congreso. Una vergüenza.

Prácticamente todos los ponentes y comunicantes empezaron a hablar sobre filosofía y cine sin definir qué es la filosofía y qué el cine, o por lo menos qué entendían ellos como tal. Puesto que ni cine ni filosofía tienen un sentido unívoco habría que distinguir y clasificar las diferentes acepciones de un término antes de comenzar cualquier análisis.

Muchos ponentes elaboraban un discurso muy vago y confuso, y salvo honrosas excepciones la mayoría ni eran especialmente aficionados al cine ni conocían la Historia del Cine en profundidad. No es estrictamente necesario para el análisis filosófico de una película poseer una erudición de primer grado (cinéfila y cinematográfica) pero sí sería conveniente.

Los comunicantes solían escoger un asunto que les gustase y que pudiesen desarrollar, y de vez en cuando hacían referencia a una película en la que pudiese estar esbozado sucintamente el tema del que hablaban. Es un proceder erróneo. Una película por sí misma tiene contenido filosófico, y lo tienen todos los «films», los buenos y los malos. A veces se le puede sacar mayor rendimiento para el análisis a cualquier bodrio actual (del género que sea) donde se defienden implícita e inconscientemente unas determinadas tesis, que a una «obra de arte» reconocida por la crítica y/o el público. Por supuesto tiene mayor atractivo si es una gran película. Por ejemplo, si escogemos una película que nos parece soberbia y que ya es un clásico del cine contemporáneo estadounidense como Taxi driver (1976), de Martin Scorsese, vemos cómo se tratan temas como la soledad, la oposición individuo/sociedad, confrontación entre normas éticas y normas morales, la enajenación, la prostitución, la violencia, la justicia o el racismo, entre otros. La película expone unas ideas que habrá que ver si son defendibles o no, y por qué. Sobra decir la polémica que ocasionó la citada película acusándola de fascista, de realizar una apología de la violencia, de dar una mala imagen de los políticos o de dejar sin castigo al justiciero Travis.

Decía el otro día un compañero que es materialmente imposible explicar o hacer ver, por ejemplo, el «espíritu absoluto» de Hegel en una película (ya es difícil leyendo al propio Hegel). Se puede hacer, bien si vemos a un señor en pantalla dando una conferencia durante dos o tres horas; o si en determinadas secuencias los diálogos consistiesen en defender y en criticar a Hegel; o mediante el uso de metáforas. Está claro que hay formas de intentarlo, pero que nadie se tome demasiado en serio estos ejemplos. Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras, pero nosotros defendemos lo contrario, que valen más mil palabras que una imagen. En definitiva, difícilmente va a ser igual de productivo visionar una película que pretenda mostrar la idea de «espíritu absoluto» que leerse detenidamente La fenomenología del espíritu.

Este artículo no ha pretendido ser más que un conjunto de notas, de apuntes personales que esperamos puedan servir para algo. Agradecemos al presidente del Congreso, Adrián Pradier, por su constante amabilidad, nos prestó atención y nos ofreció su ayuda para cualquier cosa que necesitáramos, además de interesarse por nuestro alojamiento. Además, una vez de regreso en Oviedo, se puso en contacto brindándonos su colaboración. Nuestro agradecimiento desde aquí.

 

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