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El Catoblepas, número 43, septiembre 2005
  El Catoblepasnúmero 43 • septiembre 2005 • página 19
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El sinuoso camino hacia
la Convergencia Europea de la Universidad

Luis Fernando Valero Iglesias

La universidad atrae porque se está convirtiendo en una excelencia de marca
y da y ofrece lo que está en el mercado, lo que éste pide

«Ahora hemos visto que
el abismo de la historia se ha hecho
lo suficientemente grande para todos.»
Paul Valery

Se está comenzando a hacer un lugar común afirmar que el proceso de construcción del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) se está llevando a cabo en España con demasiadas dificultades. En nuestro criterio, el problema ha nacido de que no se ha dicho la verdad sobre el origen de tal situación, todo el proceso de la Convergencia del Espacio Europeo de Educación Superior no nace de una necesidad sentida de la Universidad sino de una realidad impuesta por el deseo de los Estados Unidos de Norteamérica de liberalizar ese espacio y la ejecución de ese deseo por la Organización Mundial del Comercio, OMC.

Esta situación viene disparada por la liberación de servicios que la Ronda de Uruguay, conversaciones del GATT, introdujo en 1994, en abril de ese mismo año, se firmaba el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS) que incluía a la enseñanza entre los sectores a liberalizar. siendo el año 2000 cuando se concreta, poniendo como límite el 2010 para que el nuevo sistema esté en funcionamiento. Por lo tanto aceptemos que el cambio en este nivel educativo no hay que buscarlo en el afán de la universidad por buscar la calidad, la excelencia o el cambio para mejorar los procesos pedagógicos o educativos, sino que es consecuencia de las reglas que impone el juego de la liberalización de la Educación Superior, considerada como un bien comercial igual que las patatas, la coca cola o los zapatos.

Guste o no el afán de los Estados Unidos de Norteamérica por controlar ese sector (que abarca 85 millones de usuarios –ahora denominados clientes– y sostenido por un gasto de 1000 millones de dólares anuales), está imponiendo unas reglas del juego como han hecho en otros sectores culturales (cine, televisión, mas media, videos) en los que ellos son hegemónicos. Esto se traduce en que se está copiando el modelo educativo norteamericano por aquello de la homogeneización y la facilidad de los «intercambios culturales y educativos», que es como lo denomina la Organización Mundial del Comercio, OMC.

Como decirlo así de simple suena grosero y puede asustar a las personas si ven que, una vez más, el capitalismo más rampante de esta sociedad globalizada se impone, y que ha articulado, desde 1998 una serie de situaciones que desde la declaración de Bolonia y las siguientes La Sorbona, Praga, Berlín, Bergen por parte de los gobiernos estatales o las de rectores, universidades reuniones de Salamanca, Graz, Glasgow concretándose la necesidad de cambiar la palabra capitalismo rampante por capital intelectual.

Como se comprende, ello plantea un difícil problema a un sector tan acotado y estructurado como es el de la educación y más aún la Superior como bien público y el comercio de servicios. Si se concibe la educación como un derecho y es el Estado el que debe proveerla (concepción derivada de nuestra tradición y conquista del Estado de Bienestar) se choca con una educación concebida como servicio a la que se accede previo pago, como una mercancía más. ¿Cómo armonizar esta situación con la realidad de la OMC y del GATT? Y de los Estados Unidos de Norteamérica donde la educación universitaria en manos privadas es hegemónica, no se olvide, que la universidad de Harvard, ella sola, cuenta con un presupuesto que supera al del conjunto de todas las universidades europeas.

Éste es el nuevo reto con el que se encuentra Europa, UE, y al que hay que dar salida rápidamente; de momento la fecha límite se ha puesto en el 2010.

Si hablamos de escala de valores habrá que aclarar si éstos son (porque al final es factible una compatibilidad) asequibles aunque ofrezcan una tensión, o en el fondo hay una incompatibilidad.

Dentro de los cambios que se están produciendo algunos son cosméticos, y sólo implican modificar la manera de denominar el aprendizaje sobre la base de rendimientos de índole instrumental, pero en la función general del conocimiento el aprender requiere desarrollar estructuras mentales, a no ser que se quiera hacer a la manera del Lampedusa del Gatopardo: «Cambiemos todo para que todo permanezca igual.»

Todo esto, como es evidente, genera tensiones pues no todos están de acuerdo con una concepción tan utilitarista de la educación lo que ha propiciado movimientos sociales no sólo en Europa sino en otros países e instituciones en los que se denuncia hacia donde nos puede llevar toda esta «comercialización de la educación».

Ya en el conocido informe Bricall (2000) se afirmaba: «Si los gobiernos no reforman la Universidad, lo harán los mercados.» Era un síntoma, si que ello quiera que el análisis del síntoma llevara a las conclusiones que afirmaba.

Hay quienes consideran que esta situación es un evidente ataque a la educación pública y a la educación superior en cuanto que implica que la Universidad (que es el elemento máximo de cultura que determina la esencia de algunas de los procesos personales más íntimos) queda al pairo de instancias tan ubicuas y ambiguas como el mercado. Véanse las declaraciones de los Rectores en la III Cumbre Iberoamericana de Rectores de Universidades Públicas. O la necesidad de contrarrestas dicha situación con la creación de un «espacio común iberoamericano de educación superior» que señalaba el rector de la UNAM de México asistente a la reciente reunión de Sevilla.

El problema es que cuando se dicen estas cosas algunos te tildan inmediato de inmovilista, antimoderno, que se defienden el corporativismo, personalmente creo que la universidad necesita un cambio pedagógico, nadie en su sano juicio está en contra de una universidad de calidad, de una universidad competitiva, de una universidad que sea consecuente con el entorno social que la envuelve, de una educación superior que tenga una evaluación que acredite su calidad docente e investigadora pero extraña que cuando luego se desea enmarcar estos criterios se expliciten cosas como que la John Quality Iniciative diga que el Bachelor debe ser una persona capaz de analizar, comunicar y razonar, saber escribir y leer adecuadamente a su nivel y que el master debe tener un conocimiento más analítico y más profundo en sus desarrollo disciplinar, cuando la realidad pone de manifiesto que el nivel de la educación universitaria –no únicamente en España, pero en España también– deja mucho que desear, como lo demuestra el hecho de que muchos graduados escriban con numerosas faltas de ortografía, y una fuerte incapacidad para el pensamiento abstracto, quizás el problema habrá que plantearlo en otro nivel y la solución no sea rebajar la calidad universitaria, en aras a que la universidad debe servir al mercado.

Parte del problema nace de que la UE invierte un 1,2% de su PIB, en cambio EE.UU. invierte un 2,3% del suyo; en España estamos, según la CRUE, en el 0,89% y según datos del gobierno en un 0,9%.

Parte del problema también es que, por ejemplo, en Alemania, con 84 millones de habitantes, tiene escasamente 40 universidades, mientras que España, con 42 millones de habitantes, sobrepasa ampliamente la cifra de las 70, de lo que se desprende que en nuestro país en este proceso de adaptación algunas universidades no podrán conseguir la homologación que se está pidiendo, y quizás es eso precisamente lo que asusta a muchos. Quizás ahora nos hemos dado cuenta de que se han estado creando muchas universidades por intereses políticos partidistas y localistas y que ello ha ido en perjuicio de la financiación de las universidades, ya que los gobiernos –tanto autonómicos como central– (y tal como están las cosas mas parece un guirigay de reino de taifas que cada uno va a la suya y legisla lo que le da la gana según el talante, las manías o la especialidad del que está en el poder) cuando la verdad es que no han dedicado a la universidad el aumento presupuestario necesario para sostener a tanta universidad como se iban creando, hasta el punto que algunas universidades no deberían tener, quizás, ese título.

Otros países tienen otra estructura. EEUU, por ejemplo, tiene 4.000 universidades pero sólo 500 de ellas imparten doctorados y en 126 de ellas sólo se investiga. Este tipo de división favorece la competencia y no ocurren contrasentidos como en el sistema español, en donde la docencia tiene una carga importante en el trabajo diario y en cambio no es evaluada como se merece ni se tiene en cuenta como es debido en el sistema de ascenso del profesorado, que premia claramente la investigación; investigación que, por otra parte, tampoco está considerada ni es apoyada como se merece por parte del gobierno central ni el de las autonomías. Si dicen grandes discursos y se recurre excesivamente a la demagogia pero la investigación, y más la básica, es una asignatura pendiente y de la docencia mejor ni nombrarla pues es una vergüenza como está considerada en la Universidad.

Lo que el mercado desea (al menos por lo que concierne a los países más poderosos), y lo hemos visto en las reuniones de Sao Paulo, Génova, Cancún y Roma, es favorecer la movilidad de titulados y agilizar o incluso evitar los controles aduaneros y otras disposiciones legales que impiden la rápida inserción de titulados en el país de acogida, de ahí la necesidad imperiosa de homologar los títulos como se homologan las mercancías.

Con viene no olvidar que hoy la sangre del sistema económico es el conocimiento y «La 'sociedad del conocimiento' es también la 'sociedad del aprendizaje', esta idea sitúa inmediatamente la educación en un contexto más amplio, el proceso ininterrumpido de aprendizaje permanente, donde la persona necesita ser capaz de manejar el conocimiento, ponerlo al día, seleccionar lo que es apropiado para un determinado contexto, aprender continuamente, comprender lo aprendido de tal manera que pueda adaptarse a situaciones nuevas cambiantes» (Tuning, 2003, pág. 36) por ello es evidente que la educación es un sector en crecimiento, y por ello un bocado apetecible para la empresa privada.

Los países que destacan en este sector son los Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Singapur, China y Tailandia. El comercio de servicios, definido en los términos del GATS, asciende a unos 2,2 billones de dólares, lo que representa el 7,6% del Producto Bruto Interno mundial.

Toda está situación y sus tensiones no son nuevas. De hecho, George Steiner recordaba, en la conferencia que dio en el Nexus Institut de Tilburg en mayo de 2004, que Max Weber, el gran filósofo alemán, afirmaba, en una conferencia sobre el conocimiento y la vocación, que Europa estaba en ruinas y ya preveía proféticamente, en el terrible invierno del 1918-19 de Munich, la norteamericanización de la vida espiritual de Europa y su reducción a una burocracia administrativa.

Casi cien años después, observamos con tristeza que aquella profecía se cumple, y que al igual que EE.UU. ya controla el mercado del cine, del audiovisual, de la TV y de la cultura del ocio desea controlar el espacio superior de la educación, y hacia esos menesteres nos encaminamos, justamente en una sociedad del conocimiento como la actual, en la que la educación es clave y se ha convertido en la sangre del sistema, desplazando a la agricultura, al hierro, al carbón o al petróleo como fuentes primarias de riqueza. La fuente primaria de riqueza es, hoy, la información y el conocimiento que se deriva de su procesamiento. De ahí que en el Consejo Europeo celebrado en Lisboa en marzo de 2000, los Jefes de Gobierno de la Unión Europea se marcaran un plazo (concretamente de diez años) para convertirse en la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de un crecimiento económico sostenido con más y mejores puestos de trabajo y una mayor cohesión social.

A tal efecto Touraine ha escrito: «Europa casi no tiene crecimiento, no realiza un esfuerzo en investigación suficiente en comparación con Estados Unidos y no es capaz de inventar nuevas fórmulas para acoger a poblaciones de culturas diferentes cuya masa va a ir en aumento; a mi parecer, no tiene ningún tipo de proyecto, lo que se acepta aún más fácilmente puesto que la Europa occidental ampliada sigue siendo una región del mundo rica con una buena protección social y un estilo de vida a menudo refinado.»

La universidad ha descubierto que el valor no tiene sentido «per se», ni la verdad es la medida, lo importante es el uso pragmático y el valor de cambio. No nos olvidemos que estamos en un mundo capitalista, de un capitalismo exaltado, no vales por lo que eres sino por lo que tienes, en los últimos tiempos por lo que aparentas, es decir por la imagen.

A la universidad, desafortunadamente da la impresión que algunos, no se si bastantes, ya no se va a aprender a ser. Hoy a la universidad, parece que se desea, se va a saber ser competitivos a aprender a saber vender bienes accesibles y consumibles. El conocimiento y la información, en una palabra, el saber, ya no es exclusivo de la Universidad, la sociedad globalizada y en red tiene muchos sitios donde acceder a la información. Ésta no es suministradora y dadora de conocimiento, hoy hay que buscar clientes para hacerles ver como pueden acceder ellos al conocimiento más fácilmente y por ello hay que preparar en competencias para poder competir, que es la esencia del sistema.

Para parte de la universidad el conocimiento ha perdido legitimidad epistemológica, hoy en la Academia la epistemología rivaliza con la «techne», la tecnología, y con la ontología, la universidad ha perdido el concepto kantiano de la razón, ha perdido también el concepto humboltiano de la cultura y ahora se está en una concepción técnico-burocrática de la excelencia.

Cómo se señaló en el reciente XI Congreso de Formación del Profesorado, bajo el título «Europa y calidad docente, ¿convergencia o reforma educativa?», Segovia 2005, las competencias generales y específicas son esos los únicos ¿objetivos de reforma? Para entender el concepto de competencia habría que encuadrarlo en los distintos paradigmas epistemológicos existentes. Sea cual sea su definición, entienden que no se puede llegar al verdadero concepto de competencia si no usamos un proceso democrático en su construcción. Los asistentes al congreso entendieron que se debe huir de la ingenua ilusión de considerar las competencias como la panacea universal.

En este sentido sería prudente evitar: 1) Considerar al alumno como un recurso productivo, y 2) Identificar competencia con empleabilidad, mercado y burocracia. Se admite como positiva la alusión del concepto de competencia a la idea de profesionalidad, pero se censura el vicio de identificarla sólo con ella. Se admite como aspecto positivo de la reforma del EEES el hecho de suponer una magnífica ocasión para la reflexión, para entablar un proceso de participación y de debate, y para entender el fenómeno de enseñanza-aprendizaje como un acontecimiento plural.

La universidad atrae porque se está convirtiendo en una excelencia de marca y da y ofrece lo que está en el mercado, lo que éste pide. No es competitivo ser más persona, o saber interpretar un verso o extasiarse con una frase filosófica que profundiza en la esencia del ser humano. Eso no interesa. Interesa ofrecer una imagen con la que se pueden lograr cosas, o meter goles. Hay que ser eficientes y ser competitivos, sobre todo eso, competitivos, porque la esencia del sistema es competir, competir a cualquier precio y ser siempre el mejor a costa de lo que sea. Lo demás es accesorio.

La universidad ha descubierto que ese es el camino, y lo ha descubierto porque a pesar de que la universidad ha dejado de ser lo que era, y no tiene la consideración social que tenía, el que tuvo retuvo, para ello se está travestiendo veremos si al final del proceso la crisálida alumbra una mariposa o... es el principio del final de una concepción universitaria tal como van las cosas que ya no será universidad, será otra cosa.

 

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