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El Catoblepas, número 47, enero 2006
  El Catoblepasnúmero 47 • enero 2006 • página 19
Artículos

Miguel Hernández,
el poeta marcado por el dolor

José María García de Tuñón Aza

Uno de los más grandes poetas españoles,
y el dolor por la vida, el amor y la muerte

El poeta que dicen, y es verdad, que luchó con tres heridas: la de la vida, la del amor, y la de la muerte. El poeta que al no haber tenido el trágico final de García Lorca es, posiblemente, por esta razón el más silenciado de los dos. O también porque como no fue un poeta del agrado de Lorca tuvo como consecuencia que la larga lista de exegetas que tuvo el granadino se olvidaran del poeta de Orihuela, lo mismo que había hecho la generación del 27 que lo maltrató dejándolo en el olvido. Miguel Hernández le hacía sombra a García Lorca y éste no lo podía soportar: por eso el Premio Nobel José Saramago, en la clausura del II Congreso Internacional Miguel Hernández dijo, refiriéndose al día en que Lorca rehusó acudir a casa de Vicente Aleixandre porque se enteró de que allí estaba el poeta de Orihuela: «El talento del genio no da derecho a menospreciar a los demás y eso no se lo perdono a Lorca»{1}. Pero no fue solamente éste el rechazo que tuvo por parte de otros poetas, también sufrió el de Rafael Alberti{2} que «no soportó le robara la etiqueta de poeta de la revolución», nos dice su biógrafo José Luis Ferris{3}. Aunque en este caso la causa también pudiera estar motivada cuando durante la guerra civil Hernández irrumpe un día en el edificio de la Alianza y al ver el festín que se estaba preparando no pudo ocultar su enfado ante lo que él creía, con razón, un gran derroche mientras otros camaradas morían en los campos de batalla, el poeta dirigiéndose entonces a Alberti le dice: «Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta»{4}. Al parecer, estas palabras fueron escuchadas por Mª Teresa León quien muy enfadada se dirige al autor de El rayo que no cesa, y le dice: «No tienes ningún derecho a hablar así de una mujer y extender ese juicio a todas las mujeres de la Alianza. Eso no es de hombres. A la contestación suya, yo le pegué una bofetada».{5}

La vida del poeta fue verdaderamente corta y triste. Él mismo nos lo dejaba reflejado en este hermoso soneto:

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.

Miguel nació un 30 de octubre de 1910 cuando en casa de sus padres, el matrimonio Hernández-Gilabert, ya habían nacido Vicente y Elvira. Después vendrían cuatro hermanas más, pero solamente la última, Encarnación, nacida en 1917, llegaría a sobrevivir. El cabeza de familia, del mismo nombre que el poeta, era muy autoritario y nunca dio la más mínima confianza a sus hijos que, lógicamente, sufrían las consecuencias, no solamente morales sino también físicas. Se dedicaba a negocios de ganado, principalmente de lanar y cabrío que normalmente vendía en el mercado de Barcelona y Zaragoza. Las cosas no le iban mal por lo que apenas cumplidos los cinco años el poeta es matriculado por su padre en un colegio privado llamado Nuestra Señora de Monserrate, donde permanece algo menos de un año. Sus biógrafos, a partir de que abandona este colegio, desconocen dónde siguió sus estudios, si es que los continuó, hasta que en 1918 ingresa en las escuelas del Ave María, pero creen que durante estos dos años, desde que abandona el colegio privado e ingresa en la escuela, el padre le encargaría labores típicas de las tareas familiares entre las que pudieran estar el cuidado del ganado y siempre lo que su corta edad le pudiera permitir. Este trabajo le valió más tarde entrar en contacto con los padres jesuitas y asesorarles en el pequeño rebaño de cabras que estos religiosos tenían en Orihuela.

El tiempo que pasa Miguel Hernández en las escuelas del Ave María, regido por los jesuitas para niños de escasos recursos económicos o de clase media, es de cinco años (1918-1923) hasta su ingreso en el colegio de Santo Domingo regido también por los padres jesuitas. Este colegio «de pago» al padre del poeta no le cuesta nada porque son los mismos religiosos los que a la vista del buen rendimiento del joven deciden, de acuerdo con sus progenitores, trasladarlo a este último colegio. Pero este cambio no sería fácil para el poeta acostumbrado a otro tipo de compañeros que como él procedían de clase más humilde; aunque este cambio no repercutiría en sus estudios donde llegaría a alcanzar excelentes notas que le valieron para ser Príncipe, Edil y Emperador, títulos éstos con que los jesuitas distinguían a sus alumnos más aventajados. Pero esta buena racha que tiene en los estudios no llegaría, para su desgracia, a verla nunca acabada porque su padre, que pasa por malos momentos económicos debido a la muerte de su hermano Francisco que le ayudaba en el negocio del ganado, decide sacar del colegio a Miguel cuando todavía no se habían cumplido dos años de estancia en él. Es cierto que por la educación escolar su padre no tenía que hacer ningún desembolso, pero sí le costaba el mozo que atendía el ganado por lo que tiene que prescindir de él ocupando su lugar Vicente, hermano del poeta, y éste entraría a trabajar en un comercio textil de Orihuela. En buena lógica, la decisión tomada por su padre por motivos económicos, le afectó bastante pues veía cómo se esfumaban sus ilusiones de terminar algún día el bachiller. Los jesuitas intentaron convencer al padre, pero nada hubo que hacer; la decisión estaba tomada porque los ingresos de la familia habían disminuido y necesitaban ese dinero para subsistir. Pero este nuevo trabajo no duraría mucho tiempo ya que el comercio sufriría un grave incendio y Miguel quedaba en el paro. Es entonces cuando su padre le encarga que ayude a su hermano en la tarea del pastoreo que lleva con gran resignación pues tampoco sería la primera vez que realizaba este trabajo.

Durante todo este tiempo Miguel no pierde ocasión de leer todo cuanto cae en sus manos, sobre todo periódicos y revistas que es lo que más tiene a mano y algún libro que le prestan donde siempre espera leer algún poema mientras cuida a sus cabras. Cuando dispone de tiempo, que es muy pocas veces, visita la Biblioteca Pública y allí se encuentra con Bécquer, Zorrilla, Espronceda etc. a los que lee con profunda admiración. A su corta edad el poeta ya sabía lo que quería y que no era otra cosa que escribir poemas mientras realiza el trabajo que le encomendó su padre. Incluso consigue publicar su primer poema en un medio escrito (en este caso en el semanario local El Pueblo de Orihuela), titulado Pastoril, que le sirve para abrir las puertas de futuras colaboraciones en semanarios y revistas como, por ejemplo, Actualidad, El gallo Crisis y Voluntad que le valdría para entrar a formar parte de un pequeño grupo literario donde se encontraba Ramón Sijé que con el tiempo se convertiría en uno de sus principales apoyos hasta tal punto que para algunos «la irrupción de Ramón Sijé en el círculo de amistades de Hernández fue determinante para entender ciertos aspectos de su obra y de su personalidad».{6}

Estos años le sirven al poeta para ir adquiriendo experiencia y preparación hasta que un buen un día decide trasladarse a Madrid con el objetivo de que alguien lea sus poemas y tener la suerte de que puedan ser publicados. Con la primera persona, del mundo de las letras, que se encuentra en la capital de España de la mano de Conchita de Albornoz, hija del político Álvaro de Albornoz, es con Ernesto Giménez Caballero y éste así lo deja reflejado. «¿Qué ha escrito», le pregunta Caballero. «Mire, estos versos; tómelos», le contesta el poeta. «Están manuscritos. No quisiera dejarle sin ellos», le responde Caballero: «No importa, tengo copia. Lea, lea...», dice Miguel. «Bueno, leeré estrofas significativas» termina diciendo el autor de Genio de España.

En cuclillas ordeño
una cabrita y un sueño. (Me gusta.)

Yo me enjoyo la mañana
caminando por las hierbas. (Me gusta.)

En la tarde hay luna nueva
que esta luna nueva: llueva. (Me gusta.)

«Salpiqué la mirada por las hojas sueltas de su cuadernillo. Sabía a la hora que cantaban los pájaros, dormían las ovejas, suspiraban las pastoras y relucía la escarcha».{7}

De este primer contacto el poeta sale muy ilusionado porque en un momento determinado escribe: «Me ha prometido sacarme a flote. Tal vez en este próximo número [El Robinsón Literario] incluya una foto mía con mis trabajos. He roto casi todos los que leíste. El que más le ha gustado ha sido uno que tú conoces y cuyo título es Romance de Pastor».{8}

Al poeta le interesa también encontrar una colocación para tener un mínimo de ingresos con los que poder subsistir y para ello sigue confiando en Concha de Albornoz, pero el tiempo pasa y no encuentra el trabajo deseado. Tiene que acudir a sus familiares y a algún amigo de Orihuela para que le ayuden económicamente, algo que hacen en la medida de sus posibilidades que no es mucho precisamente. Por fin llega la primera ayuda de la mano de un farmacéutico y concejal del Ayuntamiento de Orihuela, Alfredo Serna, que le consigue una subvención mensual de cincuenta pesetas que le hará entrega el propio ayuntamiento. Con este dinero, el poeta se va arreglando, peor que mejor, para seguir en Madrid, pero no por mucho tiempo porque abatido en todos los órdenes decide regresar a su tierra natal donde llega el 20 de mayo de 1932 después de seis meses de estancia en la capital de España. Una vez de nuevo en casa se encuentra con la primera sorpresa: los jesuitas, sus antiguos educadores, habían abandonado Orihuela porque el Gobierno de la República había expulsado la Compañía de Jesús y se había incautado de todos sus bienes. Mientras tanto, el poeta encuentra trabajo en un comercio propiedad del padre de su amigo Sijé, pero no por eso abandona lo que verdaderamente le gusta que no era otra cosa que seguir escribiendo. 

En Madrid había fallecido una de las grandes figuras de la literatura española, Gabriel Miró, (1879-1930) y Orihuela le prepara un gran homenaje. Para participar en él se invita a Ernesto Giménez Caballero con lo que Miguel Hernández tendría la oportunidad de volver a ver al hombre que meses antes había conocido en Madrid y del que había esperado mucho más de lo que al final resultó, aunque el escritor dice: «Y fui yo quien lancé en mi revista a Miguel Hernández»{9}. Pero «el discurso pronunciado allí por Giménez Caballero fue una deliberada y constante provocación, hasta el punto de originar un altercado ante las protestas de algunos de los asistentes».{10}

A los pocos días de inaugurarse el busto a Gabriel Miró, el poeta consigue publicar su primer libro Perito en lunas, cuya edición fue costeada por el canónigo de Orihuela Luis Almarcha{11}. Cuando está acabando el segundo libro El silbo vulnerado, escribe al poeta Pedro Pérez Clotet, que dedicaría más tarde un soneto a José Antonio Laurel azul la pólvora homicida, / y bandera la sangre de tu duelo..., al que ya conocía de antes y que sería uno de los falangistas que intentó salvarle la vida, como después veremos. El objetivo de esta misiva no era otro que anunciarle su nuevo libro. Desde este momento se puede decir que las cosas se van arreglando para Miguel que encuentra un nuevo trabajo en una notaría de Orihuela, se fija por vez primera en quien llegaría a ser su mujer, Josefina Manresa, y, además, escribe la pieza teatral titulada La danzarina bíblica, sin abandonar su obra poética. Con este nuevo bagaje, con sus pocos ahorros, y con la ayuda económica de varios amigos, Miguel decide hacer un nuevo viaje a Madrid que tiene lugar en el mes de marzo de 1934. En esta segunda visita al poeta le salen mejor las cosas. Se entrevista con José Bergamín, que dirigía la revista católica Cruz y Raya, y le promete editar su auto sacro adelantándole unas pesetas por los derechos exclusivos. No vuelve, pues, de vacío a su tierra después de haber permanecido algo más de un mes en Madrid.

Un nuevo viaje a la capital de España se produce en el mes de julio una vez finalizado el auto sacramental que entrega a José Bergamín, pero con nuevo título según sugerencia de éste: Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. Miguel vuelve a recibir algún dinero de derechos de autor. Este nuevo paso le sirve para comenzar a codearse con la intelectualidad madrileña. Conoce a María Zambrano y a quien sería su gran mentor José María de Cossío. También a los falangistas Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales. Pero el encuentro con la persona que más habría de influir en él, al menos desde el punto de vista político, tiene lugar con Pablo Neruda que ya conocía algo de la obra de Miguel. Con estos contactos y con la alegría de ver que ya comienza a ser conocido y valorado, regresa de nuevo a Orihuela donde sigue trabajando y viendo sus obras publicadas en varias revistas. También lo que comenzó con miradas furtivas, se convierte en una relación formal con aquella muchacha que se llamaba Josefina.

Un cuarto viaje a Madrid lo realiza Hernández, pero antes se ve obligado a defender a su íntimo amigo Ramón Sijé de los ataques de José Bergamín que considera la revista El gallo Crisis reaccionaria. Una vez en la capital de España vuelve a encontrarse con Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco que intervienen en su favor ante Federico García Lorca para que éste le ayude a estrenar su obra de teatro El torero más valiente en homenaje al torero Ignacio Sánchez Mejías, pero del poeta granadino no obtendrá ningún tipo de respuesta. Con esta desilusión, pero sin dejarse vencer, retorna a su casa de Orihuela donde le espera Josefina a la que no ha podido olvidar ni un minuto durante su estancia en Madrid. Entre tanto la situación política en España se complica y estalla lo que hoy todos conocemos como la Revolución de Asturias porque fue la provincia que más sufrió los efectos de la huelga revolucionaria que el sindicato socialista UGT había convocado. Pero Orihuela era un remanso de paz, allí no había ocurrido nada y Miguel seguía trabajando. Escribe a Vivanco y le comenta: «Voy a pedirte un favor más: ¿por qué no ves a nuestro gran poeta Neruda y le dices que espero desesperado noticias suyas? Y al mismo tiempo, ¿por qué no ves a Federico García Lorca y le dices que cuándo piensa escribirme diciéndome si Cipriano Rivas y la Xirgu han leído mi Torero y qué piensa del pobre abandono mío y si ha intercedido, interesado mucho él por su estreno?»{12}. A los pocos días recibe carta de Pablo Neruda donde ya comienza a notarse que el poeta chileno quería atraer a Miguel Hernández a su causa comunista porque no hace otra cosa que criticar a Ramón Sijé y a su revista El gallo Crisis a la que, como ya había hecho antes José Bergamín, tacha de reaccionaria.

Miguel sigue confiando en Lorca, pero no obtiene de él ningún tipo de respuesta lo que hace que poco a poco se vaya desencantando. Con esta desilusión viaja una vez más a Madrid donde esta vez conoce al poeta falangista Eduardo Llosent Marañón que quedó «deslumbrado por el talento de Miguel Hernández»{13}. Conoce también a la pintora Maruja Mallo, con la que llegaría a tener una relación amorosa y a José María de Cossío, director literario de la enciclopedia Los toros, que le ofrece trabajar con él algo que acepta sin pestañear pues ve así la posibilidad de seguir en Madrid donde piensa que le esperan tiempos mejores. Una vez instalado recibe la visita de su amigo Ramón Sijé y también la de su padre. El primero se encuentra preocupado por las nuevas amistades del poeta y el segundo porque viene acompañando a su hija Elvira, que queda instalada en Madrid porque su marido ha encontrado trabajo en un banco de la capital. Sijé se da cuenta muy pronto del cambio de Miguel debido, principalmente, a la influencia de Neruda; pero los esfuerzos que hace su amigo por recuperarlo no le valdrían de nada porque sus palabras no hacen ninguna mella en él. Conoce también a un joven escritor, Camilo José Cela que más tarde hablaría de esos amores entre la pintora y el poeta: «Miguel Hernández y Maruja Mallo tenían amores e iban a meterse mano y a hacer lo que podían debajo del puente, pero los poetas los breábamos con boñigas de vaca y entonces ellos tenían que irse a la otra orilla a terminar de amarse en la dehesa que allí había ya que, a lo que parece, los toros bravos eran más acogedores y menos agresivos que los poetas líricos»{14}. Esta relación también le valió al poeta para que la pintora se hiciera cargo de los decorados de la obra Los hijos de la piedra.

El trabajo que le ha encomendado José Mª Cossió le lleva una gran parte de su tiempo, pero no por eso deja de escribir e incluso de asistir al homenaje que varios poetas ofrecen a Vicente Aleixandre cuya presentación corre a cargo del poeta Gerardo Diego que más tarde dedicaría un soneto a José Antonio. Aprovechando el verano, y que además el trabajo se lo permite, vuelve a su tierra natal. Una vez instalado acude a la Universidad Popular de Cartagena donde fue invitado para pronunciar una charla sobre Lope de Vega y allí vuelve a encontrarse con la poeta María Cegarra que ya conocía por haber coincidido con ella en el homenaje a Gabriel Miró y con quien llegaría a tener una buena relación hasta tal punto que María llegó a escribir: «Deseo que la lectura de este pequeño libro deje un grato recuerdo, terminándola con los versos de El rayo que no cesa en su versión original, a mí dedicada»{15}. Para María la materia de la poesía no era otra cosa que el espíritu. «Purísima poeta» dijo de ella Giménez Caballero que le prologó el libro Cristales.

Una vez terminadas sus vacaciones en Orihuela, retorna de nuevo a Madrid donde le espera su trabajo en la editorial Espasa-Calpe y el rechazo, una vez más, de García Lorca a quien le desagradaba la presencia del poeta de Orihuela. Escribe a María Cegarra por la que siente algo más que una simple amistad pues además por aquel entonces sus relaciones con Josefina Manresa se encontraban prácticamente rotas; pero aquella no parece «estuviera particularmente interesada por el oriolano, como enseguida se apercibe Miguel al no obtener respuesta a su apasionada misiva»{16}. Pero la vida sigue y parece querer olvidar a María Cegarra asistiendo a las reuniones en casa de María Zambrano y en cuyo corazón parece querer buscar refugio. Por estos mismos días fallece, el 23 de diciembre de 1935, su amigo Ramón Sijé y Miguel se entera por Vicente Alexandre. Es cierto que la amistad de ambos no era la que había sido por culpa del propio Hernández a quien la influencia de esas nuevas amistades le había separado de quien posiblemente más había hecho por él. Pero eso no quita para que el poeta sintiera de verdad la muerte de Ramón Sijé. «Yo estoy dolorido por haberme conducido injustamente con él en estos últimos tiempos. He llorado a lágrima viva y me he desesperado por no haber podido besar su frente antes de que entrara en el cementerio»{17}, escribe Miguel a un amigo.

Un pequeño incidente con la Guardia Civil que le detuvo por ir indocumentado cuando paseaba a orillas del Jarama hizo que afloraran las ideas que le venia inculcando Pablo Neruda y decide afiliarse al Partido Comunista{18} y así se lo comunica a Alberti que lo celebra. Después de haber publicado El rayo que no cesa, la Elegía, a su amigo Sijé, y varias colaboraciones en la Revista de Occidente y en Caballo Verde, Miguel ya comienza a ser de sobra valorado hasta tal punto que Juan Ramón Jiménez le dedica un extenso artículo en el periódico El Sol. Las cosas no le pueden ir mejor, pero le entristecía no haber podido asistir al homenaje que dieron al matrimonio Alberti por culpa de la presencia en él de García Lorca cuya incompatibilidad con Miguel es ya bien conocida. Aprovechando las cortas vacaciones de Semana Santa vuelve una vez más a su tierra porque quiere estar presente en el homenaje que Orihuela dedica a Ramón Sijé. También aprovecha la oportunidad para volver a ver a Josefina con la que reanuda sus relaciones amorosas que ya no abandonaría y con la que mantendría un extenso epistolario una vez instalado de nuevo en Madrid donde comienza a escribir El labrador de más aire, aparte de que por aquellos días no pierde las esperanza de que en Buenos Aires le estrenen Los hijos de la piedra, algo que al final no verá realizado. 

Llega el verano y el aire que se respira en la capital de España, tanto social como político, está muy enrarecido. El poeta envía una carta a Josefina y le dice: «Están pasando muchas cosas en Madrid estos días. Anteayer, cuando volvía de despedirme en la estación de mi hermana Elvira que ya está en Orihuela, vi disparar a unos guardias contra unos fascistas. Y ayer cerca del restorán donde como, estallaron cuatro bombas en una obra. Hay mucha gente parada, y los albañiles sobre todo, que están en huelga mucho tiempo ya, están desesperados y con hambre. Tengo ganas de que acabe todo esto, porque no va uno seguro por ninguna parte»{19}. A partir de aquí los acontecimientos se precipitan y el 18 de julio da comienzo un periodo triste para los españoles; pero en estos primeros días tiene tiempo de regresar una vez más a Orihuela donde tendría que pasar por el dolor de ver caer asesinado al padre de Josefina, el guardia civil Manuel Manresa, a manos de los rojos. Miguel sigue inmerso en un mar de dudas y no sabe qué hacer hasta que a mediados de septiembre decide retornar a Madrid y enrolarse en el Quinto Regimiento y sale para el frente donde le encomiendan la labor de hacer fortificaciones. Ingresa después en el Batallón de “El Campesino” que le permite ir con frecuencia a Madrid donde sigue con sus contactos con gente de las letras que le sirve para enrolarse en la 1ª Brigada Móvil de Choque que era la encargada de la difusión de la cultura, no incompatible con su nombramiento de comisario político. A pesar de los momentos difíciles por los que se estaban pasando, Miguel todavía tiene tiempo de acercarse a Orihuela, después de su paso por Jaén, donde formó parte del Frente Sur, y pedirle a Josefina que se casara con él algo que consigue el 9 de marzo de 1937 después de una boda civil.

Miguel acude a Valencia para participar en el II Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura y comienza a escribir su obra Pastor de la muerte. El poeta sufre de grandes dolores de cabeza lo que le obliga a hacer una vida tranquila una vez superados emprende viaje a Rusia para estar presente en el V Festival de Teatro Soviético. Algo más de un mes es el tiempo que pasa en la URSS y a su vuelta se encuentra con la agradable sorpresa de que se han publicado sus obras Teatro en la guerra, Viento del pueblo y El labrador de más aire. Algunos biógrafos dicen que a su regreso de Rusia Miguel ya no iba a ser el mismo. Llega cansado y su estado de salud no es del todo bueno lo que le obliga a un descanso en esta ocasión en la localidad de Cox en casa de la abuela de Josefina y es en este lugar donde nace su primer hijo, Manuel Ramón. A partir de aquí la salud del poeta empeora; los viajes que realiza a Madrid, Valencia y Cataluña para cumplir sus compromisos con la causa que él había elegido, le cansan. «La guerra no hizo más que potenciar esos achaques naturales en él»{20}. Y cuando el poeta luchaba para mejorar su delicada salud pierde a su hijo que aún no había cumplido un año: Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío, / abiertos ante el cielo como dos golondrinas...

Un nuevo hijo nacería meses después de la muerte de Manuel Ramón que se llamaría Manuel Miguel y que llega cuando la guerra está tocando a su fin y cuando se publica su obra El hombre acecha. Ante el panorama que se presenta, el poeta no sabe qué hacer. Su viejo amigo José Mª de Cossío le aconseja que abandone España, pero Miguel después de un intento de refugiarse en la Embajada de Chile decide trasladarse a Cox no sin antes pasar por Valencia para recoger el original de El hombre acecha. No encontrándose seguro en Cox regresa de nuevo a la capital de España donde hace por ver al poeta falangista Eduardo Llosent Marañón a quien conocía desde hacía tiempo como ya hemos comentado. Según Ferris, aquél le proporciona «algo de dinero y una carta de recomendación»{21} para el poeta Joaquín Romero Murube, alcaide del Alcázar hispalense, con quien se entrevista. Este le advierte, con los falangistas Sancho Dávila y Julián Pemartín, que Sevilla no es un lugar seguro para él y que es mejor que se marcha de España ofreciéndole pasarse a Portugal donde al parecer Romero Murube «le tenía preparado paradero y residencia en Lisboa»{22}. Sin embargo, la escritora falangista Mercedes Formica, esposa de Llosent Marañón, no nos cuenta este episodio de la misma manera porque dice: «Terminada la guerra, había ido a Sevilla [Hernández] a pedirle que le ocultase –disimulado de pastor– en una finca de la familia, cercana a la raya de Portugal. En casa de Eduardo le dijeron que había marchado a Madrid; al no encontrarlo buscó a Joaquín Romero, alcaide del Alcázar».{23}

Sea una versión u otra la cierta el caso es que el poeta todavía tuvo la oportunidad de que Llosent, una vez en Sevilla, pudiera esconderle, pero según su mujer, «Miguel Hernández nunca llegó»{24}. Otra versión dice que se marcha a «Cádiz en busca de Pedro Pérez Clotet»{25} autor del Soneto a José Antonio, a quien conocía de hacía tiempo. No llega a verle porque se encontraba en Ronda y es entonces cuando decide pasar a Portugal donde llega en muy malas condiciones viéndose obligado a vender su reloj de oro regalo de Vicente Aleixandre. Su aspecto levanta sospechas al comprador temiendo que fuera robado y lo denuncia. La policía portuguesa no hace otra cosa que entregarlo a las autoridades españolas y es entonces cuando comienza un nuevo calvario para el poeta de Orihuela. Primero ingresa en la Prisión Provincial de Huelva, a los pocos días lo llevan a la de Sevilla y a continuación a la cárcel de Torrijos en Madrid. El poeta trata de pedir ayuda a toda costa, ahora es el secretario de la FET valenciana, Juan Bellod, quien no importándole el riesgo que pueda correr elabora un informe favorable a Miguel Hernández, pero al final no serviría de nada. Sus amigos Cossío y el falangista Eduardo Llosent le consiguen un abogado. Sería Diego Romero Pérez, muy amigo del matrimonio Llosent-Formica.

Miguel Hernández durante este tiempo sigue escribiendo sin que ninguno de sus poemas aparezcan en el libro Musa redimida editado en 1940 y en donde aparecen los trabajos de 41 presos que les servirían para la reducción de penas, algo que en un principio no le hizo falta porque contra todo pronóstico el gobernador civil de Madrid ordenó su libertad que a todos coge de sorpresa; era el 8 de septiembre de 1939. Sus amigos siguen insistiendo que salga de España, pero él regresa a Orihuela y una vez más la mala suerte se cebaría en él porque es denunciado y vuelto a detener y llevado al seminario de Orihuela donde habían improvisado una prisión que sería la más dura de todas las que había pasado hasta que lo trasladan a la prisión sita en la Plaza Conde de Toreno de Madrid. Estando en esta prisión le forman Consejo de Guerra el 18 de enero de 1940 y le acusan, entre otras cosas, de haber sido comisario político, de haber intervenido en acciones bélicas contra el Santuario de Santa María de la Cabeza y de haber sido miembro activo de la alianza de intelectuales antifascistas. El veredicto de quienes le juzgan es de «pena de muerte»{26}. A partir de aquí algunas personas se mueven para evitar un trágico final y quienes lo hacen con mayor ahínco son los falangistas Rafael Sánchez Mazas y José Mª Alfaro que acompañan a José Mª de Cossío a visitar al general Varela a la sazón ministro del Ejército. Este, junto con Sánchez Mazas, se entrevistan después con Franco y el 25 de junio, previo los trámites correspondientes, el asesor jefe de la Asesoría y Justicia del Ministerio del Ejército, firma un oficio dirigido al capital general de la Primera Región Militar dándole cuenta que Franco en el «procedimiento nº 21001 seguido contra Miguel Hernández Gilabert, se ha dignado conmutar la pena impuesta por la inferior en grado»{27} que serían treinta años.

Este mismo año, en el mes de septiembre, es trasladado a la prisión de Palencia donde intenta que su mujer y su hijo vayan a vivir a la capital castellana sin conseguirlo. Las condiciones de la prisión no son buenas y el poeta enferma. De nuevo lo llevan a Madrid y de aquí a la prisión de Ocaña donde recibe la visita de Cossío y de Dionisio Ridruejo que iba acompañado por los falangistas que componían «el grupo de la revista Escorial»{28}, quienes al parecer tenían la intención de hacer cambiar al poeta su posición ideológica ofreciéndole, incluso, la libertad si accedía a ello. Esto se desprende por el testimonio de Luis Fabregat Tarrés, compañero del poeta en sus último días, que dice haberle escuchado estas palabras: «¡Me parece increíble que esos viejos amigos no me hayan conocido mejor! ¡Que hayan venido a verme para hacerme pretensiones deshonestas, como si Miguel Hernández fuera una puta barata!»{29}. Aunque no está muy claro a qué amigos se refería si parece que el principal inculpado es Cossío porque en una carta que escribe al poeta Carlos Rodríguez Spiteri, aunque la letra no era la de él, (pero pudo haber sido dictada) le comenta: «No me recuerdes a Cossío. Recuérdame a los amigos de verdad»{30}. A partir de aquí, quien muy posiblemente haya sido su mayor protector, desaparece de su vida.

Hacia mediados del año siguiente, Miguel Hernández sufre un nuevo traslado. En esta ocasión era algo que estaba buscando porque lo llevan al Reformatorio de Adultos de Alicante donde se encontraría cerca de la familia. En esta época el poeta vive un poco obsesionado con que algunas personas que le visitan quieren que renuncie a su pasado político porque vuelve a referirse a los que desean su regeneración: «Tengo una vida. que puse al servicio de mi ideal, y si tuviera doscientas vidas lo mismo las hubiera dado y las volvería a dar ahora»{31}. Pero esta postura del autor de El rayo que no cesa, no es bien vista por su mujer que culpa al poeta de que su tozudez les está llevando a ella y su hijo a la desesperación por falta de medios económicos que él nunca podrá solucionar porque cae enfermo de tuberculosis y le trasladan al hospital donde le diagnostican la grave enfermedad que ha contraído. Algunos amigos, entre los que se encontraban los falangistas Manuel Augusto García Viñolas, jefe de Cinematografía, y Pedro Laín Entralgo, hicieron gestiones para que el enfermo pudiera ser trasladado al Sanatorio de Valencia donde se trataba, con más garantía, este tipo de patología. No se consigue el traslado a su debido tiempo porque la orden llega cuando ya estaba desahuciado. Pocos días antes el poeta decide contraer matrimonio canónico con Josefina, pero no por su gusto sino más bien por ella; aunque otros opinan que «no lo hacía por proteger a su mujer, sino porque jamás se desprendió de sus sentimientos religiosos».{32}

El poeta fallecía en la madrugada del 28 de marzo de 1942, «siete días después de haber comenzado la primavera»{33} con ello España perdía a uno de nuestros mayores poetas que, como el toro, estuvo marcado por el dolor.

Notas

{1} Diario La Razón, 31 octubre 2003, pág. 24.

{2} Según Torcuato Luca de Tena, Alberti formó parte de los tribunales populares que mandó al paredón a tanta gente. El poeta le replica en el ABC el 18 de marzo de 1993: ...mis abogados estudiarán el alcance y responsabilidad de esas terribles acusaciones... La querella jamás de produjo posiblemente porque tenía el techo de cristal y que más le valía no meterse en berenjenales que recordaran su vera efigie, escribió el 24 de abril de 1997 Luca de Tena en una carta que dirigió al periodista Luis Alberto Cepeda.

{3} Diario El País, 12 febrero 2002, pág. 34.

{4} José Luis Ferris, Miguel Hernández, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 2002, pág. 399.

{5} María Teresa León, Memoria de la melancolía. Editorial Losada, Buenos Aires 1970, pág. 289.

{6} José Luis Ferris, Miguel Hernández..., pág. 76.

{7} Ernesto Giménez Caballero, Retratos españoles, Editorial Planeta, Barcelona 1985, pág. 210.

{8} Citado, sin que diga a quién iban dirigidas esas notas, por José Luis Ferris en Miguel Hernández, pág. 56.

{9} Ernesto Giménez Caballero, Memorias de un dictador, Editorial Planeta, Barcelona 1981, pág. 154.

{10} Enrique Selva, Ernesto Giménez Caballero entre la vanguardia y el fascismo, Pre-textos, Valencia 1999, pág. 244.

{11} Joaquín Marco, «El poeta elemental», ABC, 8 marzo 1992, pág. 51.

{12} Carta citada por José Luis Ferris en Miguel Hernández..., pág. 197.

{13} Mercedes Formica, Visto y vivido, Editorial Planeta, Barcelona 1982, pág. 194.

{14} Camilo José Cela, Memorias, entendimientos y voluntades, Plaza & Janés Editores, Barcelona 1993, pág. 118.

{15} María Cegarra Salcedo, Poesía Completa, Editora Regional de Murcia, Murcia 1987, pág. 277.

{16} Agustín Sánchez Vidal, Miguel Hernández, desmordazado y regresado, Editorial Planeta, Barcelona 1992, pág. 174.

{17} José Luis Ferris, Miguel Hernández..., pág. 278.

{18} «Si ser bueno –dice Efrén Fenoll en el diario ABC el 28 marzo 1992, pág. 48–, humanísimo y tener un exaltado ideal de la justicia y un sentido honrado de la libertad, es ser hombre de izquierdas o ser comunista, no cabe duda que Miguel 'lo sería'; pero dicho esto, debo aclarar que, cuando sentía así, él no tenía un conocimiento exacto de lo que era el comunismo, como tampoco tenía preocupación ideológica por la filosofía marxista».

{19} José Luis Ferris, Miguel Hernández..., pág. 323.

{20} Ibid., pág. 391.

{21} Ibid., pág. 410.

{22} Diario ABC, 16 noviembre 2001, pág. 46.

{23} Mercedes Formica, Escucho el silencio, Editorial Planeta, Barcelona 1984, pág. 69.

{24} Ibid., pág. 72.

{25} José Luis Ferris, Miguel Hernández..., pág. 411.

{26} Juan Guerrero Zamora, Proceso a Miguel Hernández, Editorial Dossat, Madrid 1990, pág. 149.

{27} Ibid., pág. 159.

{28} Agustín Sánchez Vidal, Miguel Hernández..., pág. 306.

{29} Palabras recogidas por Claude Couffon en su libro Miguel Hernández y su tiempo, y reproducidas por José Luis Ferris en Miguel Hernández..., pág. 463.

{30} Agustín Sánchez Vidal, Miguel Hernández..., pág. 306.

{31} Palabras de Antonio Ramón Cuenca recogidas por Pedro Collado en su libro Miguel Hernández y su tiempo, y que a su vez recoge José Luis Ferris en Miguel Hernández..., pág. 469.

{32} Miguel Signes, «Conversaciones en la cárce»l, diario ABC, 28 febrero 1992, pág. 50.

{33} Gonzalo Cerezo Barredo, «El dolor y la muerte en la poesía de Miguel Hernández», diario La Nueva España, 2 julio 1950, pág. 6.

 

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