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El Catoblepas, número 56, octubre 2006
  El Catoblepasnúmero 56 • octubre 2006 • página 5
Voz judía también hay

El sionismo doblemente despojado

Gustavo D. Perednik

El sionismo es más antiguo de que usualmente se supone, y ha ayudado a árabes y a judíos mucho más de lo que ocultan sus demonizadores

La población árabe que goza de mejor calidad de vida en Oriente Medio es la de Israel: el estatus de la mujer; el acceso a universidades, a servicios médicos y educativos; la libertad de expresión y organización. Sólo en Israel hay parlamentarios, jueces y periodistas árabes que se manifiestan sin restricciones. Todas las universidades palestinas fueron creadas por Israel. Es paradojal que el único movimiento que logró algo concreto para los árabes es el sionismo.

Su contrapartida, la ideología oficial del mundo árabe-musulmán y de una buena parte de Europa –el antisionismo– ha causado a su población sólo rezago y opresión.

Rezago, porque la energía de los pueblos árabes está trágicamente encaminada a destruir a Israel en lugar de hacer progresar sus propias sociedades. Opresión, porque es usado por los autócratas para perpetuarse en el poder culpando al exterior de sus propias miserias.

No hay corriente a la que se le perdone más excesos y brutalidades que al antisionismo, y no hay movimiento más demonizado que el sionismo. Un pequeño Estado cuya creación constituyó una apremiante necesidad, ha despertado una sostenida hostilidad.

Una y otra vez condenado, su imagen diabólica ya es parte del inconsciente europeo. Se presenta al sionismo como usurpador, imperial y violento, omitiendo lo esencial: que en aras de recobrar la patria del pueblo judío martirizado, estuvo dispuesto a aceptar un territorio infértil del tamaño de Luxemburgo, al que dedicó sus mejores esfuerzos para cultivar el desierto. Que gracias a esos esfuerzos ha logrado los mejores niveles de medicina, ciencia y tecnología de un Oriente Medio en el que cabe quinientas veces y con el que contrasta por carecer de petróleo.

El antisionismo ha transformado a Israel en «el judío» de los países: al que más se exige y denuesta, y al único al que se reclama justificar su existencia. Critica a Israel y omite las flagrantes violaciones de derechos humanos en el resto del mundo, sobre todo en el mundo de los enemigos de Israel que viven bajo opresión, misoginia y corrupción.

Su máximo portavoz hoy en día, el presidente iraní Ahmedineyad, volvió a arremeter hace unos días en el foro de la ONU (19-9-06): «La ocupación de Palestina es una tragedia, que constituye una amenaza para el Medio Oriente… Palestina ha sido conquistada bajo el pretexto de proteger una parte de los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial. ¿La comunidad internacional puede tolerar una situación semejante?».

En su aseveración se combinan los dos despojos de los que el sionismo ha sido víctima: su benignidad y su antigüedad.

Los hebreos vinieron a trabajar la tierra, no a desposeer a nadie. La mayor parte de la tierra recuperada por los judíos era estatal y despoblada; pertenecía a los imperios otomano y británico. Allí el sionismo construyó kibutzim -aldeas colectivas-, moderna agricultura y universidades. De ello también se vieron beneficiados los árabes, a quienes sus líderes ofrecían sólo las alternativas de bombas, muerte y odio, que en caso del sionismo brillaban por su ausencia.

Léanse las memorias de los primeros sionistas prácticos que inmigraron a un desierto de paludismo y mosquitos con la única meta de dedicar su vida al trabajo de la tierra. A nadie conquistaron. Así se lee en el diario de Jaim Jisin, miembro del grupo sionista Bilu que con trece jóvenes arribó a las costas de Yafo el 10 de agosto de 1882:

«No he escrito por tres días porque estuve físicamente imposibilitado de hacerlo. Mis manos están llenas de ampollas y congestionadas de sangre; no pude enderezar los dedos. Cuando estaba en Rusia, soñaba con trabajar ocho horas diarias por día y dedicar a mi mente el resto del tiempo. Pero cómo puede el cerebro absorber nada cuando tu espalda está por quebrar y te abruma la fatiga más horrible, cuando todo lo que quieres es tomar tu plato de sopa y echarte en el sueño. En mi primer día de trabajo me levanté a las cinco, el momento de la aurora, y el trabajo comenzó a las seis. No bebíamos té a la mañana... veinte minutos después de partir estábamos en Mikve Israel, fundada en 1870 en una superficie de 1,8 km2. Allí iba a establecerse una escuela para enseñar a los mozalbetes el trabajo de la granja, pero la idea original fue abandonada y en el lugar hay una granja... debimos cavar treinta centímetros en la tierra y escardillar. Estábamos en hilera. No tenía la menor idea de lo que debía hacer... pero tomé mi azadón y comencé a golpear la tierra. Al poco tiempo tuve ampollas. Mis manos sangraban y el dolor era tan atroz que debí dejar el azadón... pero de inmediato me avergoncé de mí mismo. ‘¿Es así como piensas mostrar que los judíos somos capaces del trabajo manual?’ me pregunté. ‘¿Acaso no puedes pasar esta prueba decisiva?’ Me fortalecí, tomé nuevamente el azadón, y a pesar del dolor que aguijoneaba, haché por dos horas sin parar...» (La hermosa herencia, Memorias de la comunidad judía en la tierra de Israel entre los siglos 17 y 20, Abraham Yaari, ediciones Youth & Hechalutz, Jerusalén 1958, páginas 125-126.)

De allí, los pioneros se trasladaron para fundar el poblado de Rishón Le’Tzión, donde, según cuenta Jisin unas páginas después «cavaron zanjas plantaron árboles, construyeron sus propias viviendas... pudieron reemplazar sus andrajos por ropa, se dieron el lujo de un pedazo de pescado con sal de desayuno... cantaban en la marcha hacia el trabajo y al regresar, organizaban charlas sobre historia judía por las noches...»

Estos jóvenes huían de los pogromos en Rusia y sólo querían construirse y construir. No hay en sus diarios y testimonios ni una sola palabra de encono contra nadie. Sólo el deseo de recrear en Palestina el país que tuvieron sus ancestros y hallar un cobijo después de dos mil años de pesares. Trajeron vida, y merecen la admiración, no la calumnia.

La antigüedad

Un cuarto siglo después, David Ben Gurión (quien sería el primer Primer Ministro de Israel) también describió en sus escritos su adaptación al nuevo país, allá por 1906 (Amanecer de un Estado, editorial Candelabro, Buenos Aires 1954, páginas 4-6). En su tono reverberaba en de los pioneros del Bilu:

«Cerca de un año trabajé en las colonias de Judea, pero más que trabajo tenía hambre y malaria... Sin embargo el entusiasmo y el júbilo no cedían... Cada barco traía un contingente de jóvenes... Habíamos dejado de lado los libros y los estudios, las especulaciones y las controversias, para redimir la patria con nuestro trabajo... los achaques de la realidad no habían aplacado nuestro coraje ni el brío de nuestro ánimo... Plantábamos retoños, cosechábamos naranjas injertábamos árboles, cavábamos con azadones... Trabajábamos la tierra en la madre patria... ¿Qué más podíamos pretender? Trabajábamos pletóricos de entusiasmo. De noche, después de un día de trabajo o de malaria, nos reuníamos en el comedor obrero o sobre los sendos arenosos, entre viñedos y naranjales, para bailar y cantar.»

Además de derramar voluntad de trabajo, en el caso de Ben Gurión se explicita una y otra vez su máxima aspiración de un acuerdo con los árabes, y de construir una sociedad socialista. Pero la izquierda autista de hoy en día mancilla aquella voluntad y esa obra trabajadora, en aras de alienarse con los regímenes más reaccionarios del planeta.

Ni siquiera el líder de la corriente nacionalista dentro del sionismo, Zeev Jabotinsky, tuvo palabras de afrenta para con los árabes. Liberal de pura cepa, Jabotinsky fue también un gran poeta. En uno de sus poemas cantaba al día en que en Israel «prosperarán en felicidad, el hijo del árabe, el del cristiano, y el mío». Contrástese esa voluntad de corregir, edificar, desecar pantanos, y buscar un camino de paz, con las prédicas de los líderes enemigos que escupían odio y una visión que se reducía a matar, nunca a crear.

Además de deshumanizar al sionismo, lo que se ha hecho es privarlo de su historia. Muchos se sorprenderían de que aquellos colonos entusiastas llegaran en 1882, porque se prejuzga que el sionismo resultó del Holocausto, ergo habría nacido hace sesenta años. Así en la cita de Ahmedineyad.

No hace falta remontarse a la residencia permanente de judíos en Palestina desde tiempos inmemoriales, ni a su inmigración masiva aun durante la Edad Media (como «la aliáh de los tosafistas» del año 1210), sino que aún limitándonos al sionismo moderno su edad es de por lo menos un siglo y medio.

Al igual que la Negación del Holocausto (NH) el antisionismo es un intento de reescribir la historia reciente. Ambos son las formas más habituales de la judeofobia contemporánea, unidas por un puente conceptual: si el Estado judío no tiene justificación (como arguye el antisionismo) debe de ser porque el sufrimiento judío es una maliciosa fantasía (como plantea la NH).

La canonización del antisionismo por parte de la izquierda autista tuvo expresión en la Nueva Izquierda que atrajo a miles de estudiantes y jóvenes europeos y norteamericanos desde la rebelión en Berkeley de 1964 y hasta después del mayo francés de 1968 que llevó a la caída de de Gaulle.

Aunque nunca exhibió una doctrina coherente (iba desde el maoísmo hasta el anarquismo e hippieísmo) la cara virulenta y obsesiva de la Nueva Izquierda fue su antisionismo, que presentaba a los árabes como el Tercer Mundo oprimido por Israel, y a éste como «representante de la tecnología occidental y un lacayo del imperialismo». No fueron sus mentores los culpables del maniqueísmo. De los dos más destacados, Marcuse y Sartre, este último protestó contra el prejuicio de que «Israel es imperialista con sus kibutzim, y los árabes son socialistas con sus Estados feudales». No obstante, aquella caricatura fue la norma entre los jóvenes del movimiento.

El antisionismo es la forma más persistente de la judeofobia contemporánea. Resulta de una acendrada obsesión contra lo judío: contra la cultura judía, la vitalidad judía, el país judío.

Mucho se ha escrito acerca de en qué medida se trata propiamente de odio antijudío, si se puede ser antisionista sin judeofobia. El antisionismo descalifica los sentimientos y aspiraciones nacionales de los judíos (y sólo de los judíos) y considera a Israel (y sólo a Israel) un Estado ilegítimo. Por ello, antisionismo y judeofobia están íntimamente entrelazadas, como muchas veces revelan sus propios voceros. Yakov Malik, embajador soviético en la ONU se quejó en 1973 de que «los sionistas se han presentado con la absurda ideología del Pueblo Elegido» (como es bien sabido, el concepto bíblico de Pueblo Elegido es parte del judaísmo; el sionismo no tiene nada que ver con él). A quien escribe estas líneas le tocó hace poco (17-9-06) debatir por televisión contra el mismo argumento sostenido por el grupo judeofóbico argentino Quebracho.

El antisionismo no se reduce a posturas críticas con respecto a políticas específicas de Israel. Estas críticas no implican judeofobia, sobre todo si el contradictor se permite disentir también con otros gobiernos de la Tierra.

Por el contrario, sí es judeofóbico el vilipendio intransigente contra el Estado hebreo –en donde residen la mitad de los judíos del mundo– que se formula desde términos cargados de saña: «país nazi, cáncer del Oriente Medio.» Aun cuando desde un punto de vista estrictamente teórico, se podría ser antisionista y no judeofóbico, en la práctica la disquisición se desvanece. El antisionismo promueve acciones que llevan a la muerte de judíos y que, de implementarse en su totalidad, llevarían a la muerte de millones de ellos.

 

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