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El Catoblepas, número 58, diciembre 2006
  El Catoblepasnúmero 58 • diciembre 2006 • página 17
Libros

¿Era Sócrates antidemócrata?

Miguel Ángel Navarro Crego

Sobre el libro de I. F. Stone, El juicio de Sócrates,
Editorial Mondadori, Madrid 1988

La cuidada estética italiana se afincó en España hace unos lustros a modo de multinacional editorial (grupo Mondadori) lanzando al mercado una «bomba de relojería» literaria con la obra que vamos a reseñar. El ejemplo de esta afirmación, que no creemos exagerada, se encuentra en una serie de artículos que jalonaron una polémica a principios de 1989, entre varios «sedicentes» filósofos de nuestro país, muchos de los cuales desde sus cátedras ya en aquellos momentos escoraban hacia un olvido u ocultación de sus juveniles «dardos paradójicamente socráticos», de los primeros años de la transición político-filosófica española. Aunque no hay que olvidar la clara vocación sofística de quien, siendo por otra parte un buen escritor y divulgador, rompió una lanza en su mocedad a favor de la acción del nihilismo, tachó la filosofía e hizo una apología del sofista.

¿Por qué tanto ruido en torno a una figura tan clásica y estudiada con rigor como Sócrates?

La respuesta, sin ser visceral, es que lo que se debate en el fondo es algo muy serio, y a la vez muy cotidiano y muy por pensar en España, después de casi tres décadas de democracia. El interrogante subyacente, claro esta, es el siguiente: ¿qué es la Democracia?, ¿cuál es su esencia?

I. F. Stone en El juicio de Sócrates nos oferta un típico producto de periodista americano. Se trata de un «Watergate» donde Nixon ahora es Sócrates y la idolatrada Atenas democrática los EE. UU., con su «estilo de vida americano».

El autor se propone, «nada más y na= da menos», averiguar qué «sucedió realmente para que en la cuna de la democracia se juzgase y condenase a muerte a uno de los santos laicos, del pensamiento supuestamente libre en la historia de Occidente».

El libro de Stone es un libro claro, ordenado y de fácil lectura, para uso tanto de universitarios despistados como de amas de casa (o amos) que se las quieran dar de pedantes intelectuales. Por otro lado, como mostraremos más adelante, Stone, con sus ochenta años, nos mostró con esta publicación y de forma harto ejemplar «cómo se puede redactar un libro para todos», sin tener precisamente por qué saber en profundidad nada del tema sobre el que se escribe. Ése debe ser, al parecer, el cúmulo de experiencia profesional de un experimentado periodista después de una vida dilatada.

Stone pretende hablarnos del Sócrates histórico, pero, claro está, ha de hacerlo a través de las líneas trazadas por Platón y Jenofonte. Con un estilo directo –al uso de un presentador publicitario televisivo– se tutea con los personajes de las obras de los citados autores y va sacando sus propias conclusiones (que no son tan propias), con «una buena fe al modo de la de Robert Redford en Todos los hombres del presidente».

Su único aparato crítico es el de los múltiples artículos de enciclopedias anglosajonas (Diccionario griego-inglés de Liddell-Scott-Jones, el Oxford Companion to Classical Literature, el Diccionario Clásico de Oxford, &c.). Todos sabemos que a pesar del prestigio que puedan tener las personalidades que redactan estas entradas, por ser para enciclopedias no entran en cuestiones de matiz y no pueden extenderse ni profundizar lo suficiente.

Sus tesis básicas son prácticamente las mismas desde un principio, a saber: Platón-Sócrates, o Sócrates-Platón, no fueron defensores de la democracia, son partidarios de buscar «vagas» ideas absolutas y enredan en una «dialéctica negativa» a sus interlocutores, de los que se mofan. Sócrates, en suma, se ganó a pulso una imagen anticívica y de cínico mordaz cuando para más inri afirmó que sólo sabe que no sabe nada.

Según esta «versión» de Stone esto es demasiado, pues además Sócrates nunca dio la cara en las situaciones difíciles que Atenas padeció (sic) (pág. 111), cosa que es falsa como se puede atestiguar con un poco de sabiduría histórica y filosófica. Adelantamos que Stone, como buen anglosajón influenciado de forma consciente o no por el pensamiento neopositivista y teoricista, participa de los mismos prejuicios de los que hizo gala el afamado filósofo de la ciencia sir K. R. Popper, cuando en 1945 escribió La sociedad abierta y sus enemigos.

El autor de esta «joya periodística» lleva al límite posiciones del filósofo recién citado. Sin mencionarlo, sigue viendo en Platón, y en este caso en Sócrates, al engendro de las sociedades totalitarias que en el año de la publicación de la obra de Popper preocupaban a los aliados. No hace falta decir que para quien quiera conocer a fondo la obra de Platón lo mejor es que la lea, y que la lea sin tener delante, de momento, a su discípulo Aristóteles para que le enmiende la plana a su «totalitario maestro».

Obras como las siguientes, disponibles en español, son sólo unos pocos ejemplares excelentes para quien desee introducirse en el mundo griego clásico y en la problemática individuo o alma, pensamiento, educación y conocimiento verdadero, lenguaje, mitología y ciudad, &c., así citamos: Paideia de Werner Jaeger, Platón. Verdad del ser y realidad de vida de Paul Friedländer (traducción de Santiago González Escudero), La teoría platónica del conocimiento y La filosofía no escrita de F. M. Cornford, Vida de Sócrates y Un libro sobre Platón de A. Tovar, Protágoras (Platón, versión bilingüe en ediciones Pentalfa con un muy importante comentario de Gustavo Bueno), Prefacio a Platón de E. A. Havelock, La invención de la mitología de Marcel Detienne, La memoria del Logos y El surco del tiempo de Emilio Lledó, Teoría de las ideas de Platón de David Ross, Por una nueva interpretación de Platón y Platón: En busca de la sabiduría secreta de G. Reale, y Platón, las palabras y los mitos de Luc Brisson.

Afirmamos, en conclusión, que Stone escribió su libro con sana e ingenua intención liberadora (cita en la introducción a su prólogo a Marx y Jefferson). Yo, evidentemente, no lo pongo en duda. Pienso, no obstante, que igualmente podía haber escrito una obra sobre la cría del caballo pura sangre o sobre los indios del Amazonas, pongo por caso. Estilo periodístico y mentalidad yanqui, ésa es la receta. En este sentido su incursión en la Atenas de Sócrates nos recuerda mucho a los guiones televisivos de Canal de Historia o de Discovery Channel. Por todo ello, y por su falta de rigor, es uno de esos libros ejemplares «apto» para el consumo de la globalizada sociedad de masas, que puede comprar libros como éste al lado del departamento de lácteos (si se tercia) en una gran Superficie Comercial. Hace más de quince años, cuando leí esta obra, era consciente de que en los Estados Unidos los periodistas, como cuarto o quinto poder, eran (y son) los filósofos mundanos oficiales, «generadores de opinión». En Europa, pensaba yo, nunca se llegaría a tanto. Pero la realidad, siempre tozuda, ha hecho que la contaminación colonizadora y la expansión del capitalismo y del mercado a todas las esferas de la realidad, dejen cortas y sobrepasadas nuestras previsiones. Con libros como el que hemos reseñado, que forman legión, y canales televisivos para todos los gustos ¿quién necesita Filosofía y Humanidades en un bachillerato casi inexistente en nuestra «nación» de charanga y pandereta, futuro «campo de golf» globalizado?... En suma, ¡vivir para ver!

 

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