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El Catoblepas, número 60, febrero 2007
  El Catoblepasnúmero 60 • febrero 2007 • página 11
Artículos

Sobre los mayas y su colapso

Miguel Ángel Ríos Sánchez

La filosofía tiene mucho que decir sobre estos asuntos, que no son parcela exclusiva de arqueólogos, historiadores o antropólogos... pero antes es imprescindible saber lo que éstos han dicho y han hecho

Los mayas se están poniendo de moda y mucho me temo que, en los próximos meses (gracias sobre todo a un nuevo estreno cinematográfico), se hablará de ellos extensamente. Este artículo pretende, por una parte, aproximarse al ámbito histórico y geográfico maya y, por otra, comentar las hipótesis que sobre el llamado «colapso» maya se han venido discutiendo hasta nuestros días. Por supuesto que hay otros asuntos que no tienen un interés menor que los mencionados. Así, el debate en torno a si los mayas eran una civilización, un estado o un imperio; las discusiones acerca de sus aportaciones «científicas», ya sea en la astronomía o en la aritmética; las polémicas en torno a su panteón, sus precedentes históricos y sus influencias posteriores, &c., son temas que aún hoy suscitan muchas controversias. Quedan éstos para que otros los desarrollen o para mejor ocasión.

No puede hablarse de los mayas sin mencionar, aunque sea brevemente, el problema de las fuentes para su estudio{1}. Gracias a la arqueología conocemos la forma, distribución y contenido de los edificios, ya sean templos, palacios, juegos de pelota, &c. También nos aportan datos los enterramientos y los objetos encontrados en ellos; otras informaciones se han sacado de la iconografía de las esculturas, pinturas, murales, vasijas, &c. Por último, la configuración y los depósitos de las cavernas y pozos naturales (cenotes), así como los datos que proceden de los jeroglíficos (en conchas, recipientes, dinteles, estelas) son también de gran valor.

Evidentemente, estas áreas de investigación son las que se desarrollan actualmente. La historia de la arqueología maya ha pasado por diferentes fases que, por cierto, están muy bien estudiadas{2}. Los primeros, como se verá a continuación, fueron frailes, militares y exploradores que, desde principios del siglo XV, anduvieron por esas tierras. Es la época de Landa, Cogollado y tantos otros. En general, la información arqueológica en esta época es muy escasa, más interesada en los grupos contemporáneos que en sus antepasados. Sus observaciones no tienen fundamento científico y se basan simplemente en la pura descripción e intuición de los escritores, sugiriendo especulaciones teológicas fundamentalmente (sobre el origen de los indios, acerca de los sacrificios humanos, &c.). Gracias a la llegada de Carlos III al poder y las expediciones a Palenque surgen los informes de Antonio del Río (precedido antes por Ramón Ordóñez y Aguiar, José Calderón y Antonio Bernasconi) que, con grabados de Jean Frédérick Waldeck, se publicarían en inglés con el título de Descripción de las ruinas de una antigua ciudad (1822). Los mayas empiezan a conocerse.

A partir de mediados del siglo XIX los autores que han analizado la historia de la arqueología maya hablan de una época de exploradores y de viajeros en busca de aventuras. El esfuerzo sigue siendo personal y las conclusiones están llenas aún de especulaciones, pero el interés cambia. Ahora se centra en la arquitectura y los monumentos escultóricos, así como en los jeroglíficos.

Pero, sin duda, los nombres más importantes de esta etapa son el abogado norteamericano John Lloyd Stephens y el dibujante inglés Frederick Catherwood{3}. Publicarán, tras sus expediciones, dos libros: Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan (1841) e Incident of Travel in Yucatan (1843). Para muchos Stephens es el «padre» de la arqueología mesoamericana, sus opiniones fueron muy influyentes y, sin duda, gracias a su libro de viajes por Centroamérica, empezaron a realizarse las exploraciones arqueológicas a la zona como las que sufragaron el Museo Peabody de la Universidad de Harvard y el Museo Británico. Los arqueólogos americanos que van a la zona (de la talla de Alfred M. Tozzer o Sylvanus G. Morley) realizarán sus trabajos bajo la influencia de la obra de F. Boas.

En su primera obra, cuando Stephens habla de las ruinas mayas que va viendo, frente a orígenes egipcios, romanos, griegos o semitas, dice que «tenemos una conclusión muchísimo más interesante y maravillosa que la de conectar a los constructores de esas ciudades con los egipcios o con cualquier otro pueblo. Es el espectáculo de un pueblo experto en arquitectura, escultura y dibujo y, más allá de toda duda, en otras artes más perecederas, un pueblo que poseía la cultura y el refinamiento correspondientes a esas artes, no derivadas del viejo Mundo sino originarias y desarrolladas aquí, sin modelos o maestros, con una existencia singular, separada e independiente; como las plantas y los frutos del suelo, indígenas{4}.» La obra, gracias al estilo ágil y ameno de Stephens, tuvo un extraordinario éxito editorial. «En menos de tres meses conocería doce reimpresiones, dado que en él se había sabido combinar una fascinante narración y una excelente ilustración, lo que hizo que los centros mayas y sus monumentos atrajeran la atención de un numerosos público», dice Norman Hammond{5}. Las ediciones se agotaron una tras otra, no sólo en Estados Unidos. En Inglaterra, el editor John Murray vendió rápidamente 2500 ejemplares que Stephens le había enviado. En definitiva, con el tono de sus descripciones y la valoración de lo que iba viendo, Stephens «fijó el tono teórico del período y de la disciplina en su interpretación, cuidadosamente argumentada, de las ruinas mayas como originarias de América.»{6}

A finales del siglo XIX destaca la obra de Désiré Charnay, que publica en 1863 su Cités et ruines americaines: Mitla, Palenque, Izamal, Chichén Itzá, Uxmal. En ella aparecen las primeras fotografías de monumentos mayas (el daguerrotipo se había descubierto en 1839). Alfred P. Maudslay publica, entre 1889 y 1902 su monumental obra Biología-Centrali-Americana y Teobert Maler, un arquitecto que llega a México como voluntario en el ejército de Maximiliano y que aprovecha esta oportunidad para visitar muchas ruinas mayas, hacer croquis, fotografías, planos, &c. Por supuesto, el Peabody Museum sigue financiando todas estas expediciones y las que realizarán, por las mismas fechas, arqueólogos como Edward H. Thompson (en Labná, Uxmal y Chichén Itzá, dragando su famoso cenote y enviando al Museo parte de lo extraído), George C. Vaillant, Herbert J. Spinden, Frans Blom y otros. De esta forma, la información arqueológica sobre la zona aumenta de forma espectacular. La epigrafía también es foco de atención para muchos, destacando por esta época los nombres de Leon de Rosny, que publica en 1876 su Essai sur le déchiffrement de l'écriture hiératique de l'Amérique Centrale, Ernst W. Förstemann (que publica en 1898 su artículo «Die Tagesgotter der Maya» y tres años después «Der Mayagott des Jahresschlusses») o Joseph T. Goodman (que publica en 1905 su artículo precursor «Maya Dates») estableciendo, poco a poco, las pautas iniciales para la lectura de la escritura maya{7}.

A partir de la década de los veinte del siglo siguiente ya no hay estudiosos que trabajan de forma individual. Al contrario, las grandes intituciones y los museos monopolizan todo la tarea. Para algunos esto fue una ventaja: swe formularon modelos explicativos y se trabajaba con cierta estrategia. Hay que destacar, entre otras, a la Institución Carnegie de Washington (se disolvería en 1958), el Middle American Reserch Institute de la Universidad de Tulane y el Museo de Pennsylvania. Como novedades el interés por la cronología, la excavación estratigráfica y las seriaciones.

La División de Investigación Histórica de la Carnegie encargó a Sylvanus G. Morley que investigara en profundidad Chichón Itzá. La labor debía concluir con una síntesis de la civilización maya, aclarando sus avances científicos y sociales y las causas de su colapso. Estas tareas de la Carnegie, además del Museo Peabody, servirían, entre otras cosas, para preparar sobre el terreno a una nueva generación de arqueólogos que dominarían la mayística durante el resto del siglo: Oliver Ricketson, Tatiana Proskouriakoff, Robert Wauchope y, sobre todo, John Eric Sydney Thompson, que se convertiría, con el tiempo, en el mayista más importante del siglo XX.

En 1946 Giles Healey descubre los frescos de Bonampak. Gracias a ellos se interpreta la sociedad maya de forma más jerarquizada, compleja y guerra que la propuesta por Morley y Thompson. El Instituto Nacional de Antropología e Historia de México empieza a investigar su pasado indígena implicándose seriamente en las excavaciones (como la de Alberto Ruz en Palenque, que culminaría con el famoso descubrimiento de la tumba de Pacal en el Templo de las Inscripciones)

A mediados de siglo la arqueología maya gira de rumbo. Frente a los presupuestos boasianos y su particularismo histórico, que habían dominado toda la etapa anterior, ahora los análisis se hacen desde la ecología cultural y del evolucionismo multicultural. Surge la denominada «Nueva Arqueología» que trabajará bajo los postulados teóricos de Lewis R. Binford, más interesados ahora, al estudiar el cambio social, por aspectos técnicos y económicos frente a los sociales e ideológicos. Comienzan a aplicarse la Teoría General de Sistemas, la estadística y modelos computacionales, así como nuevas metodologías como la fotografía aérea.

Resumiendo, diremos que las últimas décadas siguen, en general, estos postulados, aunque han comenzado a ponerse en cuestión. Las tecnologías aplicadas son cada vez más sofisticadas: hidratación de obsidiana, activación neutrónica, &c. Las novedades de estos últimos tiempos estarían, además, en la incorporación a la investigación de los diferentes países con ruinas mayas, con la consiguiente aparición de museos regionales, centros de restauración, &c. Además, temas considerados marginales han cobrado mucha importancia, como la relación de los olmecas con los mayas, la relación Teotihuacán con el área maya o un renovado interés por el hombre paleolítico (debido a los hallazgos en Richmond Hill, Los Tapiales o la cueva de Loltún)

Otra fuente importante para el estudio de los mayas son los códices, largas tiras de amate en forma de biombo. Se fabricaba a partir de la corteza del ficus, adelgazándola a base de golpes y recubriéndola posteriormente con cal para poder pintar en sus dos superficies. Sólo nos quedan cuatro códices prehispánicos mayas: el de Dresde, el de Madrid, el de París y el discutido Códice Glorier{8}, que ahora empiezan a entender los epigrafistas{9}. Había miles, si hemos de creer las narraciones de los misioneros y frailes españoles, que se dedicaron a quemarlos. Un ejemplo: el famoso auto de fe de Maní del 12 de julio de 1562. Fue llevado a cabo por el fraile franciscano español Diego de Landa autor, un tanto paradójicamente, de uno de los libros más importantes para el estudio de los mayas: la Relación de las cosas de Yucatán, de 1566. Según una discutida lista publicada por Justo Sierra en el siglo XIX, sólo en este auto de fe se rompieron o quemaron 5000 ídolos, 13 piedras grandes que se usaban como altares, 22 piedras menores labradas, 27 rollos con signos y jeroglíficos y 197 vasijas de todos los tamaños.

Otras fuentes importantes son lo que los mayistas conocen con el nombre de «materiales etnohistóricos». Incluyen aquí escritos de varios tipos, todos escritos en lengua maya pero con caracteres latinos al haber sido realizados después de la conquista española. Ejemplos de este tipo de fuente son los Libros de Chilam Balam, como el de Maní, el de Chumayel, el de Tizimín{10}, &c. En ellos se incluyen textos religiosos (indígenas o cristianos traducidos al maya), crónicas o anotaciones de sucesos particulares, textos astronómicos, médicos, &c. Si bien la mayoría con una fuerte influencia del Viejo Mundo.

No obstante, la fuente más conocida, sin duda, es el Libro del Consejo o Popol Vuh. Se escribió en lengua quiché de las montañas de Guatemala, después de terminada la conquista. Posteriormente se lo entregaron al dominico español, que se encontraba en lo que hoy es Chichicastenango, Francisco Ximénez. El fraile lo reproduciría, con una traducción al español, en el primer volumen de su libro Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala, escrito hacia 1722{11}. El libro cobraría más fama de la que ya tenía cuando en 1973 Michael D. Coe, en su ya mencionado libro The Maya Scribe and his World, sugirió que muchas de las escenas que aparecían en los vasos policromados mayas podían interpretarse tomando el relato de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué (los protagonistas del libro mitológico) como guía. Posteriormente Coe verificaría que las inscripciones de las vasijas (tal como ocurría en los códices) eran frases que hacían referencia a las escenas que aparecían en los mismos. En conclusión: los glifos se podían leer tomando como punto de partida las imágenes que los acompañan o al revés, las imágenes podrían interpretarse gracias a la lectura de los grifos adyacentes{12}.

Otras fuentes «menores» para el estudio de los mayas son los Cantares de Dzitbalché (quince poemas para recitar con música y danza originarios de Campeche), y los escritos procedentes de Guatemala como el Memorial de Sololá, el Título de los Señores de Totonicapán, el Rabinal Achí, los Anales de los Cakxhiqueles y la Historia de Xpantzay{13}.

Además de las mencionadas, contamos con vocabularios, gramáticas y diccionarios compilados por los religiosos españoles entre los siglos XVI y XVII. Dejando a un lado los vocabulario y gramáticas, los cuatro calepinos más importantes son el Diccionario de Motul, formado por 465 folios y sin autor conocido (aunque hay muchos autores que lo atribuyen a fray Antonio de Ciudad Real); el Vocabulario de Mayathan o Diccionario de Viena, descubierto en esta ciudad a principios del pasado siglo, consta de 200 folios y es posterior al de Motul; el Diccionario de San Francisco, encontrado en el convento de los franciscanos (de ahí su nombre) de Mérida. Juan Pío Pérez lo copió a mediados del siglo XIX y es esta versión, con unos 204 folios a dos columnas, la que se conserva. Por último el Diccionario de Ticul, con 296 páginas, descubierto en esta localidad por fray Estanislao Carrillo en 1836.

A todo lo anterior habría que añadir las historias y relaciones de los frailes y seglares que trabajaron por esas tierras. Son abundantes, aunque las fundamentales son las escritas por el ya mencionado fray Diego de Landa, y por fray Bernardo de Lizana y fray Diego López Cogolludo sobre Yucatán; la de fray Pedro Sánchez Aguilar acerca de los cultos idolátricos en la misma zona; la de Alfonso Tovilla sobre Guatemala; la de fray Andrés de Avendaño sobre los indios itzáes; la de Juan Villagutierre sobre la conquista de Itzá; la de fray Antonio de Remesal sobre la historia de Chiapas y Guatemala; la de fray Francisco Vázquez y la de Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán sobre la historia de Guatemala y, por último, la de Pedro Cortés y Larraz en tono al «reino de Guatemala».{14}

Por último, son cada vez más abundantes las monografías que estudian diversos aspectos de comunidades mayas actuales. Citaremos, aunque repetimos que son muy numerosas, las precursoras de Robert Redfield y Alfonso Villa Rojas cuando estudiaron el pueblo maya de Chan Kom; la de Alfred Tozzer comparando los mayas con los lacandones; la de Charles Wisdom sobre los chortis de Guatemala; la de Ruth Bunzel sobre Chichicastenango; la de Evon Z. Vogt sobre los zinacantecos y la de Gary H. Gossen sobre los chamula.

Además de mencionar las fuentes, aunque sea brevemente, es imprescindible situar a dicha civilización dentro de su marco geográfico, ya que éste condicionó (aunque no determinó de manera inexorable) su desarrollo en todos los ámbitos. Estas descripciones, por otra parte, son habituales en todos los manuales clásicos sobre los mayas{15}. Así, existe un consenso casi general en admitir que el territorio definido culturalmente como área maya abarca básicamente aquellas zonas de México y América Central limitadas al oeste por el angosto istmo de Tehuantepec, al norte por el golfo de México y el litoral caribe, al sur por la costa del Pacífico, y al este por las cuencas del Ulúa y del Lempa, que atraviesan, respectivamente, de norte a sur las tierras altas de Honduras.

En términos de las actuales fronteras puede estimarse que más o menos la mitad del ámbito maya cae dentro de México, incluyendo la mayor parte de los Estados de Chiapas y Tabasco, aparte de los de Campeche, Yucatán y Quintana Roo (estos tres últimos integrando la península del Yucatán); la parte central de la zona se presenta ocupada por Guatemala y flanqueada por Belice (antigua Honduras Británica), al este; la parte sudoriental estaría dentro de Honduras y El Salvador. También es habitual dividir toda la zona en tres partes, que vamos a analizar brevemente a continuación:

El área maya del Sur

Son las tierras altas de Guatemala, Honduras occidental y Chiapas oriental. En algún lugar de esta región desarrollaron los mayas, durante el tercero o segundo milenio a. C., el sistema de agricultura en que había de fundarse más tarde toda su civilización. Esta región está formada por una altiplanicie con cadenas de montañas de origen volcánico que separan los valles elevados. Los picos más altos alcanzan alturas de más de 4.000 metros. Dos sistemas fluviales principales riegan esta región: el río Motagua, que nace en el Departamento del Quiché, Guatemala, y desemboca en el golfo de Honduras, en la costa del mar Caribe, y el río Usumacinta, que desemboca en Golfo de México. Éste era, con sus afluentes, la vía fluvial más importante de la región maya central.

La región central

Formada por la cuenca interior del Departamento del Petén, Guatemala, incluyendo en esta parte la mitad sur de la península del Yucatán. Aquí predomina la sabana. Seis ríos de tamaño mediano tienen su origen en las sierras bajas del noroeste, norte y nordeste de la cuenca interior; los tres primeros, el San Pedro Mártir, el Candelaria y el Mamantel corren en una dirección general oeste y norte y desembocan en el Golfo de México, en la parte occidental de la península del Yucatán. Los tres restantes, el río Hondo, el Nuevo y el de Belice corren hacia el nordeste y desembocan en el mar Caribe, en el costado oriental de la península.

Aunque es ésta actualmente una región que presenta innumerables dificultades para la vida, parece haber sido el medio ambiente ideal para los mayas antiguos. Se disponía de un extenso territorio para la agricultura. Una rica y variada fauna y flora suministraban gran cantidad de alimento, así como abrigo y medicinas. De esta sección norte y central del Petén, la cultura maya se extendió durante los siglos IV a VI d. C. hasta cubrir toda la península del Yucatán y los valles adyacentes, el área de la cultura maya clásica, que alcanzó su máximo esplendor hacia el siglo XIII de nuestra era.

La región norte

Aquí encontramos la llanura caliza que forma la mitad norte de la península del Yucatán. Así, a medida que se camina del sur hacia el norte, los árboles se vuelven más bajos, los enormes árboles de caoba, chico-zapote, cedro tropical y ceiba, ceden el paso a los árboles más pequeños y a los arbustos y matas más apretados y espinosos. La mitad norte de la península es baja y llana, el humus forma una capa muy superficial, al contrario del suelo del Petén, donde alcanza de sesenta centímetros a un metro de espesor. Hay extensos asomos del calcáreo nativo (terciario y reciente) y debido al desagüe inmediato subterráneo, hay pocos lagos y ríos. Así, esta mitad norte es extraordinariamente seca. La única fuente de agua superficial, exceptuando los pocos lagos y pequeños arroyos salobres próximos a la costa, es la que suministran los cenotes, o grandes pozos naturales. Éstos, afortunadamente, son numerosos, especialmente en el extremo norte. Los cenotes son cavidades de formación natural producidas por el hundimiento del suelo calizo que deja en descubierto la capa de agua subterránea que se encuentra en todas partes en el norte de la península{16}. En un país tan desprovisto de agua superficial como es el norte de Yucatán, estos cenotes eran el factor determinante del asiento de los antiguos centros de población. Donde había un cenote inevitablemente prosperaba un grupo de habitantes. En tiempos pasados eran la fuente principal de abastecimiento de agua de la misma manera que lo son en la actualidad, y constituían el factor decisivo que influía en la distribución de la población antigua del norte de Yucatán.

En cuanto a la historia de la civilización maya, suele dividirse ésta en cuatro amplios períodos: el llamado Período Lítico (del 9.000 al 2.000 a. C.), el Período Formativo (del 2.000 a. C. al 200 d. C.), el Período Clásico (del 200 d. C. al 900 d. C.) y el conocido como Período Postclásico (del 900 d. C. al 1.542 d. C.). Para resumir, vamos a centrarnos en los últimos tres períodos, los más interesantes para este trabajo{17}.

Durante el Formativo, gentes que bajan del altiplano de Guatemala van ocupando las orillas de los grandes ríos y lagos del Petén. Vestigios de sus aldeas han sido identificados en sitios como Altar de Sacrificios y Ceibal, en los ríos de la Pasión y Usumacinta. Estos grupos, que cultivan la tierra y poseen cerámica, se extienden poco a poco hacia las selvas interiores fundando nuevos poblados, y en ese momento, pocos siglos antes de la Era cristiana, reciben aportaciones de la cultura de Izapa, cuyo ámbito de expansión llegaba desde la costa del Pacífico de Chiapas hasta el lugar de Kiminaljuyú en los altos. Estimulados por estas influencias, los mayas construyen los primeros templos sobre basamentos piramidales e inician los procesos de diferenciación social que habían de culminar en el período siguiente, el Clásico.

En este período, en la fecha maya 8.12.14.8.15, es decir, en el año 292 de nuestra era{18}, se talla la primera estela de piedra de que tenemos noticia. El ritmo de homogeneización de la cultura de las tierras bajas viene marcado por la extensión que va alcanzando, a partir de ese momento, la costumbre de erigir estelas fechadas y el culto que acompaña a esas esculturas. Hasta el año 435 sólo se encuentran estelas en Tikal, Uaxactún, Balakbal y Uolantun, o lo que es igual, en una región que comprende los alrededores del lago Petén Itzá (petén, en maya, significa «isla») y el noreste del Petén. La ideología que emana de estos centros focales llega prontamente y es aceptada en el inmenso territorio; hacia finales del siglo V ya hay estelas dedicadas en Toniná, Copán, Oxkintok y desde Chiapas hasta el norte de la península del Yucatán.

Políticamente, el área maya se encontraba dividida durante el período Clásico en varios «distritos» de tamaño desigual, pero cada uno bajo el gobierno seguramente absoluto de un señor o Halach Uinic. A lo largo de los siglos IX y X, y por razones que analizaremos al final del artículo, son abandonados los centros ceremoniales del Petén, Belice y valles del Motagua y Usumacinta. No se vuelven a grabar fechas completas en las estelas, y la civilización, que se localizará en el Posclásico en el norte y la parte media de la península del Yucatán, toma nuevos derroteros. Este último período, el Postclásico, se suele dividir en tres fases:

Predominio de Chichén Itzá. Esta antigua ciudad clásica fue ocupada hacia el año 987 por un grupo étnico procedente del sur, de la costa de Tabasco probablemente, que se conoce como Itzá. Algo más tarde, otras gentes, mandadas quizá por un señor de nombre Kukulkán, fundan Mayapán. Todos ellos introducen en tierra maya rasgos culturales toltecas originados en el altiplano de México.

Predominio de Mayapán. Después de algunas intrigas, Hunac Ceel, señor de Mayapán, declara la guerra a Chichén Itzá y, posiblemente, con la ayuda de mercenarios mexicanos, destruye la ciudad hacia 1.200. El poder del linaje Cocom durará hasta 1.441 en que, aliados varios jefes maya-toltecas bajo la dirección de Ah Xupán Xiú, saquean Mayapán y matan al Halach Uinic y a sus hijos.

Desintegración. Con la caída de Mayapán desaparece la última poderosa ciudad-estado de Yucatán. Sigue en la mitad norte de la península un tiempo de guerras y desorganización política, durante el cual más de veinte pequeñas provincias se mantienen en conflicto permanente. A pesar de ello, los españoles tardarán casi veinte años (1527-1546) en conquistar y pacificar el territorio. El último reducto maya en las tierra bajas, Tayasal, logrará mantenerse independiente hasta 1.697 amparado en la densa selva petenera.

Acercándonos al «colapso» maya.

Comparando las bases de subsistencia de otras civilizaciones igualmente evolucionadas, las técnicas de subsistencia de los mayas eran casi primitivas, comparables con las prácticas agrícolas de la época neolítica del Viejo Mundo{19}. Los mayas ocuparon un territorio poco parecido al que ocuparon la mayoría de las otras civilizaciones primitivas y este territorio impidió el desarrollo de las más avanzadas técnicas agrícolas en que se basaron las civilizaciones más antiguas; así, el tipo de agricultura hizo necesario, por esta limitación ambiental, que los mayas vivieran esparcidos en las regiones que rodeaban los centros ceremoniales.

Con relación a las técnicas, el metal no se conoció hasta el período Postclásico y, en esta época aparece sólo en joyas y ornamentos, en su mayor parte importados de otras regiones. Las herramientas de metal se desconocían por completo, los mayas emplearon herramientas de piedra para todo, desde cortar las losas para las estelas y hacer los bloques, hasta para ejecutar la escultura más delicada. Aunque conocían la rueda (han aparecido animales de juguete con ellas en la costa del Golfo de México y en El Salvador) y no tenían vehículos de transporte de ninguna especie. El invento de los vehículos de ruedas parece haber estado relacionado muy de cerca con la disponibilidad de animales utilizados como fuerza de tracción, y los mayas no tenían más animal doméstico que el perro. Tampoco conocían el torno de alfarero, aunque sí usaban el cero. En general, la economía maya giraba en torno a la explotación de los recursos del bosque tropical húmedo. El modo de producción en su conjunto venía definido por las relaciones económicas entre el campesino y el grupo dirigente. Tales relaciones se traducen en pautas de comportamiento social y en la ideología que los enmarca. Así, la base de la economía era una estructura de dominación derivada de la existencia de dos estamentos fundamentales: los nobles, que formaban como personal de gobierno la clase dominante y que controlaba los medios materiales de producción, y los plebeyos que eran la clase trabajadora dependiente política y económicamente de la nobleza{20}.

La primacía del factor político en la organización de la economía se ve en que es éste el que explica los procesos de producción y distribución. Para muchos autores{21} es indudable que la economía de Mesoamérica era preindustrial, es decir, que la rama más importante de la producción era la agricultura, de la que se obtenían no solamente alimentos, sino materias primas para muchas artesanías. El medio de producción básico es, en consecuencia, la tierra y tanto la tierra como la fuerza de trabajo estaban controladas por el organismo político. A consecuencia de esto, en la sociedad clásica existía una estricta división del trabajo, tanto en términos de edad y sexo como en función del rango y probablemente de acuerdo con las especializaciones adscritas a los diferentes linajes. Estudios recientes{22} indican que el agricultor maya yucateco trabaja en el campo (cultivando maíz, preferentemente) solamente ciento noventa días al año, con una parcela o milpa de cuatro a cinco hectáreas de extensión{23}.

El sistema maya moderno de cultivar el maíz es el mismo que se ha practicado durante los últimos tres mil años o más, un sencillo procedimiento de derribar árboles, quemarlos junto con la maleza, sembrar el grano y cambiar el sitio de las milpas cada pocos años. Más explícitamente, Morley ha dividido la agricultura de milpa en once etapas sucesivas{24}: localización del campo, derribo del bosque y maleza, quema del monte (roza), cercado del campo, siembra, desyerba del campo, doblegamiento de las cañas, cosecha del maíz, almacenamiento, desgrane y conducción del maíz al pueblo. Siguiendo esta técnica consigue una cosecha regular que es suficiente para alimentar a toda su familia. Si aceptamos estos cálculos para la antigüedad, el campesino dispondría, según Morley, entre doscientos noventa y tres y trescientos diecisiete días para las actividades públicas y para los trabajos complementarios de la unidad doméstica{25}.

Pues bien, como podemos ver, la dependencia de los campesinos mayas en torno al maíz es vital para su subsistencia. Si a esto unimos la íntima relación que existía en la época precolonial entre la agricultura y la estructura social, podemos imaginar qué podría pasar si la producción agrícola no era la que se esperaba. ¿Pudo ocurrir algo semejante en la Época Clásica? ¿O fueron otros motivos los que provocaron su hundimiento?

Lo que se ha denominado «colapso maya» ocurrió en el siglo IX d. C. El panorama general de la civilización maya en esa época lo resume Ruz Lhuillier así: «La agricultura, esencialmente del maíz, alcanzó su punto máximo; la población creció en forma notable, estableciéndose en numerosos núcleos provistos de centros ceremoniales; se construyeron grandes pirámides, templos, juegos de pelota, palacios para residencia de sacerdotes y celebración de ceremonias rituales, caminos de piedra; la religión se volvió compleja y disponía de una clase que reunía a la vez el poder espiritual y temporal; se perfeccionaron la astronomía y las matemáticas, elaborándose un calendario solar que alcanzó su más complicada expresión entre los mayas; el arte escultórico y pictórico era de gran riqueza de estilos y logró una calidad que lo pone al nivel del arte de las grandes civilizaciones antiguas del Viejo Mundo; las clases sociales estaban muy diferenciadas y el poder político se ejercía a través de complicada jerarquía.»{26}

¿Por qué ocurrió la desintegración brusca de esta sociedad? ¿Y en qué consistió tan desintegración? Adams{27} ha resumido las características del colapso de la civilización maya en nueve puntos:

  1. Abandono de las estructuras administrativas y residenciales (palacios).
  2. Cese de la erección y restauración de monumentos funerarios y de focos de actividad ritual (templos).
  3. Cese de la fabricación de monumentos históricos esculpidos y grabados (estelas).
  4. Cese de la fabricación de productos de lujo, así como de la cerámica polícroma, trabajos artísticos en piedra y tallas en jade para el uso de la clase dirigente.
  5. Cese del uso de los sistemas de escritura y calendárico, al menos en las formas conocidas durante el Período Clásico.
  6. Cese de todos los patrones de conducta asociados a los puntos anteriores y cualquier otra actividad directamente relacionada con la clase dirigente, por ejemplo, el juego de pelota.
  7. De lo anterior se deduce que la clase dirigente del Periodo Clásico desapareció.
  8. El aparentemente rápido despoblamiento del campo y de los centros ceremoniales.
  9. El corto período de tiempo en que todo esto ocurre (de 50 a 100 años).

Se han formulado muchas hipótesis para intentar explicar estas características y han sido clasificadas de maneras diferentes. Con ánimo de resumir, seguiremos aquí la clasificación más conocida{28}, ampliándola con los nuevos datos conocidos, y se irán comentando por bloques. La clasificación a la que me refiero es la siguiente:

  1. Causas ecológicas:
    · Agotamiento del suelo (O. F. Cook, W. T. Sanders, M. Harris).
    · Pérdida de agua y erosión (C. W. Cook y O. G. Ricketson).
    · La hierba de sabana (S. G. Morley).
  2. Catástrofes naturales:
    · Terremotos (E. Mackie).
    · Huracanes.
  3. Evolución (B. Meggers).
  4. Enfermedades (H. Spinden).
  5. Demografía (U. Cowgill y H. E. Hutchinson).
  6. Estructura social (J. E. S. Thompson, M. Altschuler, A. V. Kidder).
  7. Invasión (R. E. W. Adams, G. Cowgill, J. A. Sabloff ,G. R. Willey)

Causas ecológicas

Agotamiento del suelo

Orator F. Cook enunció la hipótesis en 1921{29}; según él la agricultura de milpa era esencialmente destructiva con el suelo y acarreaba varios efectos nocivos, entre ellos la rápida invasión de las hierbas. El resumen de su argumento era que una vez que una población depende del sistema de roza y quema se ha desarrollado ya lo suficiente para que tenga que hacer una reducción al mínimo en el tiempo de espera entre cosecha y cosecha, lo que supone un rápido y desastroso declive en la fertilidad del suelo. Cook incluso consideraba, como se ve en el título de su artículo, el sistema swidden como «primitivo».

Sin embargo, estudios más recientes han demostrado que, de hecho, es sistema es muy adaptativo y eficiente, especialmente en las áreas del bosque tropical{30}.

William T. Sanders, en un conjunto de artículos sobre la ecología cultural en las tierras bajas mayas{31}, revisó el problema con nuevos datos. Había hecho estimaciones de población, basados en los datos suministrados por la ecología cultural, para Quintana Roo, el Petén y el valle de Belice en el Período Clásico y, posteriormente, los comparó con los patrones de asentamiento actuales, concluyendo que habían sido los mismos. Su siguiente deducción fue que, por lo dicho, sus sistemas agrícolas también debían ser los mismos. Su visión del colapso, aunque más elaborada, era la misma que la de Cook: un uso excesivo del sistema swidden llevó al colapso agrícola y, así, al colapso cultural.

Marvin Harris, es de la misma opinión: en el colapso maya «no caben dudas de que el proceso esencial lo constituyó el agotamiento del terreno frágil y de los recursos boscosos hasta un punto tan grave que, para su regeneración, es preciso dejar de explotarlos durante varios siglos»{32}.

Erosión y agricultura intensiva

Una variante de la teoría del agotamiento del suelo fue la formulada por C. Whyte Cook{33}. Afirmaban que los bajos actuales de las tierras bajas del sur habían sido una vez una serie de lagunas poco profundas o lagos. La agricultura swidden, la pesada lluvia tropical y la consecuente erosión eran suficientes para eliminar el suelo fértil, depositarlo en los lagos y hacer disminuir drásticamente la disponibilidad de agua potable. Los bajos serían consecuencia directa de la agricultura de milpa, y el declive cultural habría seguido al declive agrícola.

Por su parte, Oliver G. Ricketson{34} afirma que una agricultura mucho más intensiva tuvo que ser utilizada por los mayas. Para él, el sistema de agricultura de milpa era antieconómico y «no habría podido nunca soportar la población maya antigua y alcanzar su punto máximo»{35}.

Las críticas que ha recibido Ricketson se basan, evidentemente, en las estimaciones que ofrece, siempre difíciles de comprobar.

La hierba de sabana

Fue Sylvanus G. Morley{36} el que situó la creación de la hierba de sabana como el principal factor al hablar del colapso maya. Con sus palabras: «los desmontes y quemas repetidas de grandes extensiones, con el objeto de usarlas para las siembras del maíz, iban convirtiendo gradualmente los bosques primitivos en praderas hechas por el hombre», en sabanas artificiales. El proceso llegó a un punto en el que la agricultura, tal como la practicaban los antiguos mayas no podía realizarse. No disponían de nada para hacer que el suelo volviera a ser fértil. El colapso económico, afirmaba, precipitó los disturbios sociales, la desorganización del gobierno y una incredulidad religiosa.

Discusión

Todas estas teorías, afirma Adams{37}, tienen varias suposiciones en común. La primera es asumir que el maíz era su alimento más importante. La segunda creer que la agricultura maya y su sistema de subsistencia era el misma en la época Clásica y en el siglo XVI. La tercera pensar que el sistema swidden era el usado por los mayas del Período Clásico. La cuarta aceptar que las características ecológicas fundamentales de las tierras bajas mayas no han cambiado desde el Período Clásico, excepto por la mano del hombre. La última es asumir que los patrones de asentamiento en todas las zonas son congruentes con la agricultura swidden.

Con tantas suposiciones no es de extrañar que se hayan criticado estas teorías, precisamente, por la fragilidad de sus hipótesis. Ha sido el mismo O. G. Ricketson el que ha disparado a la línea de flotación de estas teorías, poniendo en duda dos de las suposiciones básicas. Como vimos, para él una agricultura intensiva era condición indispensable para mantener a la población maya en sus cotas más altas, es decir, la agricultura swidden no era el sistema de cultivo más importante entre los mayas de las tierras bajas. Además, también ha puesto en duda que el maíz haya sido el cultivo más importante del Período Clásico. Sugería que podrían haberse utilizado otros recursos. Dennis E. Puleston{38}, dándole la razón, señaló que las nueces del árbol denominado ramón (Brosimun alicastrum) eran usadas frecuentemente entre los mayas del Período Clásico, lo que podría llevar a admitir densidades de población mucho mayores de lo que hasta ahora se pensaba.

Catástrofes naturales

Terremotos

Euan W. Mackie{39} propuso en 1961, cuando trabajaba en Xunantunich (Benque Viejo), en la frontera entre Belice y el Petén, y a la vista de nuevos datos allí descubiertos, que habría que considerar la posibilidad de que los terremotos hubieran tenido un mayor papel en el abandono de las tierras bajas del sur. Según Mackie, al menos la estructura principal de un palacio y quizá todo el centro ceremonial, sufrió graves daños al final del Período clásico y éstos no se repararon. Para él estos daños los causó un terremoto y fue la causa de que abandonaran el lugar.

Mackie ha generalizado esta hipótesis a toda la zona, pero la mayor objeción que puede hacérsele es que no hay evidencias de más terremotos en el área. En definitiva, es muy difícil determinar las diferencias entre los daños producidos por un terremoto, por un fallo en la estructura o por un deterioro posterior al abandono del lugar.

Huracanes

Son raros los autores que sitúan a los huracanes como el factor principal del colapso maya, aunque han sido incluidos como un aspecto más en algunas discusiones. Los cronistas del Yucatán mencionan devastadores huracanes durante el siglo XV y en épocas más recientes se tienen noticias de alguno (como el de Belice, en 1961, y el Mitch de 1998). Los estudios de la Oficina del Clima de Estados Unidos han demostrado que las características de los huracanes de los últimos cien años han variado, pero saber si estos cambios son cíclicos o fenómenos de autoajuste aún es una incógnita{40}.

Discusión

En general, los efectos, tanto de huracanes como de los terremotos, son localizados y ocurren esporádicamente. Según Adams{41}, ninguna zona, que sepamos, se ha abandonado permanentemente por causa de estos fenómenos. Por eso, las explicaciones del colapso que dependen de catástrofes naturales no han ganado muchos adeptos ni tampoco credibilidad.

Causas evolutivas

Betty Meggers{42}, cree que los mayas sufrieron un colapso cultural debido a las limitaciones del potencial agrícola inherentes a esta área. Ella propuso que el colapso de la civilización maya fue, prima facie, evidencia de este potencial límite. Esto también explicaría por qué los mayas eran casi únicos al establecer su civilización en una zona de bosque tropical, con tantas limitaciones. La aventura no podía continuar. Estaban condenados al fracaso. Para Richard Hirshberg y William R. Coe{43} esta hipótesis es circular: ¿explica el colapso el potencial límite o explica el potencial límite el colapso? Desde estos escritos se han hecho más estudios de la agricultura maya (el sistema swidden, o roza y quema) que indican que este tipo de cultivo soporta un potencial de población mucho mayor de lo que antes se había creído.

Enfermedades

El primero que formuló esta hipótesis para referirse al colapso fue H. Spinden en su libro Civilizaciones Antiguas de México y América Central: «Hay razones para pensar que la rápida aparición de la fiebre amarilla pudo haber tenido su lugar en la catástrofe»{44}. Como en el caso de los desastres naturales, muchos autores han incluido las enfermedades como un factor más que intervino en la catástrofe.

Cuando Spinden habla de fiebre amarilla está suponiendo que esta enfermedad estaba presente en la Época Clásica. Pero, aunque se sabe que tanto esta enfermedad como la malaria, la sífilis o la viruela fueron los factores principales en las catástrofes biológicas que ocurrieron en América entre los siglos XVI y XVIII, también es sabido que estas enfermedades fueron introducidas allí desde el Viejo Mundo y, por eso, no pueden tenerse en consideración al hablar del colapso maya clásico{45}.

Sin embargo, R. E. W. Adams{46} no desecha del todo el factor de las enfermedades. Para él, el despoblamiento que ocurrió en América después de la conquista es el único caso documentado de descenso demográfico comparable al que ocurrió en la Época Clásica. Señala el hecho de que se han descubierto signos de que hubo fiebre amarilla y que en los huesos de esqueletos de las tierras bajas que indican la existencia de sífilis en épocas prehistóricas{47}. En suma, las enfermedades como elemento importante en el colapso, concluye, han de ser seriamente reconsideradas.

Causas demográficas

U. Cowgill y G. E. Hutchinson{48}, trabajando en el registro de un pequeño pueblo del Petén, notaron que se perseguía el nacimiento de las hembras.

Hicieron una proyección estadística según la cual si la tendencia continuaba, el pueblo podría autodestruirse. Asumiendo que el ejemplo del pueblo sea representativo, que la tendencia sea sólo esa y a largo plazo y que esa tendencia existía en la Época Clásica, concluyeron que esa situación hizo declinar la población y, en consecuencia, llevó al colapso de la civilización maya clásica.

Un escepticismo general ha recibido a esta teoría, sobre todo debido a los supuestos que encierra, lo que hace que no sea muy conocida.

La estructura social

Tan populares como el grupo de teorías ecológicas son las que defienden que el colapso ocurrió debido a problemas en la estructura social de los mayas.

John Eric S. Thompson resumía su hipótesis en tres tesis:

Estos tres elementos se unieron en un cóctel explosivo que destruyó violentamente el sistema social desde dentro. Para Thompson el fracaso agrícola, así, debía ser eliminado como la causa principal del colapso, aunque en escritos posteriores suavizó algo su postura y admitió la posibilidad de que la malnutrición, las enfermedades y la pérdida de moral que habían sido importantes durante el siglo XVI hubieran sido responsables, en alguna medida, del despoblamiento. Alfred V. Kidder{50} también pensaba que al incremento excesivo de las demandas de la clase dirigente sobre el resto de la sociedad maya hubieran creado una separación cada vez mayor entre las clases sociales y, al final, todo terminara en revueltas. Milton Altschuler{51} creía que las disensiones sociales eran una hipótesis más aceptable que el colapso ecológico. También afirmaba que la sociedad aristocrática, basada en relaciones parentales, se había debilitado al enfrentarse con la necesidad de sofocar la revolución.

Discusión

Para Adams{52} tanto Kidder como Altschuler dan razones socioestructurales para explicar el colapso, pero ninguno explica la disminución de la población.

La teoría de Thompson destaca por ser «multifactorial», no subrayando ninguna «causa primera» en sus hipótesis (aunque en el fondo el mayor énfasis lo pone en las relaciones élite-campesinos dentro de la sociedad maya, a pesar de que él aseguraba que las causas eran ideológicas y externas). Con relación a la hipótesis de Thompson dice Miguel Rivera{53}:

«Eric Thompson trataba de explicar el colapso cultural afirmando que las minorías gobernantes perdieron su influencia ideológica sobre el campesinado; no pudieron justificar, por tanto, la presencia de abundantes funcionarios y sacerdotes que exigían constantes contribuciones en trabajo y especie. Las castas inferiores, oprimidas en extremo, se rebelaron atentando contra los linajes reales y su expresión artística y ritual. La idea es muy interesante, puesto que hay vestigios de destrucción deliberada en el momento del abandono, pero tales revueltas son difíciles de observar con precisión a través de la arqueología en las tierras bajas centrales, y tampoco han quedado tradiciones que den cuenta de acontecimientos de esa envergadura. Por otra parte, es frecuente en casos similares que los cabecillas del levantamiento traten de reproducir poco después las mismas condiciones de gobierno centralizado que han ayudado a suprimir. El exterminio de tan copiosa nobleza es tarea harto complicada, y siempre cabe la posibilidad de que los refugiados vuelvan por sus fueros. Todavía hoy, nadie ha podido sugerir con fundamento el destino de aquellos miles de dignatarios y señores perdidos misteriosamente en los senderos de la jungla.»

Una invasión

En ciertos lugares de Chiapas y Petén, por ejemplo a orillas del río de la Pasión, se han descubierto rasgos inequívocos de la comparecencia de gentes extranjeras coincidiendo con el final de la actividad constructiva del Período Clásico. Para algunos investigadores este pudo ser el motivo del hundimiento de la civilización: los bárbaros abatiéndose sobre las sociedades florecientes de las tierras bajas y usurpando muchas de sus manifestaciones políticas y religiosas.

George L. Cowgill{54}, por ejemplo, cree que los invasores proceden de México. Su llegada supuso un rápido descenso de la población debido al hambre, a las guerras y a la esclavitud. Posteriormente, un pequeño grupo se consolidó en el poder estableciendo su capital en Chichén Itzá. Esta nueva elite forzó reasentamientos de la población del Período Clásico, llevándolos de las tierras bajas a la zona próxima a Chichén Itzá.

Valeri Guliáev es de la misma opinión: «A nuestro juicio, se acerca más a la verdad la opinión que relaciona la ruina de las ciudades clásicas mayas con la invasión de las tribus foráneas: Varias oleadas de conquistadores llegados del litoral del golfo de México y del México Central destruyeron el país antaño floreciente».{55}

R. E. W. Adams también opina lo mismo, pero cree, junto a J. A. Sabloff y a G. R. Willey{56}, que la invasión procedía de Altar de Sacrificios y de Seibal. La evidencia procede de los nuevos tipos de alfarería y de motivos artísticos que se encontraron sobre el tema en Seibal, lugar donde los dirigentes, con patrones iconográficos no pertenecientes al Período Clásico maya, aparecen en los monumentos del siglo IX durante un florecimiento tardío del centro.

Discusión

Sean cuales fueran las procedencias de los invasores, dice Miguel Rivera{57}, «es de todo punto inaudito que estos grupos reducidos fueran los causantes de la catástrofe clásica, aunque su irrupción en el Petén, a favor quizá de los primeros síntomas de descomposición, aceleró tal vez el proceso; son enormemente raros los casos de conquistas o incursiones que producen el despoblamiento de una extensa área territorial, donde poco más tarde no quedan ni los propios invasores.»

Revisando las hipótesis sobre el colapso de la civilización maya puede observarse que las hipótesis más antiguas acudían a una causa única como «primer motor» de la catástrofe y que las hipótesis actuales son multifactoriales, aunque hagan sobresalir uno u otro aspecto. La explicación definitiva, si se encuentra algún día, deberá tener en cuenta muchos más factores (Adams había escrito ya hace tiempo que «las circunstancias del colapso fueron probablemente muy diferentes, quizás únicas, de región a región e, incluso, de comunidad a comunidad{58}». Y de hecho, las investigaciones más recientes siguen este patrón. Así, en el último libro editado por Arthur A. Demarest, Prudente M. Rice y Don S. Rice, titulado El clásico terminal en las tierras bajas mayas: colapso, transición y transformación, el propósito es construir y luego enlazar historias regionales. Ya no se busca una catástrofe simultánea uniforme que, según los autores, nunca ocurrió{59}.

Concluimos. Estas cuestiones que hemos simplemente planteado, y que aparentemente son sólo asunto de arqueólogos o historiadores, llevan aparejados serios debates ideológicos. Sirva como ejemplo la conferencia celebrada en el año 2002 en la Universidad de Columbia Británica. Allí, políticos, nativos mayas y profesores de varias universidades (de Cleveland, Indiana o Pennsylvania, pero también de la Autónoma de Yucatán o de la Universidad del Valle de Guatemala, entre otras muchas), se reunieron bajo el lema «Hacia una arqueología maya más ética». Se presentaron ponencias bajo títulos como «Politizando el colapso maya», «Ciencia ficción en Nacional Geographic» o «Arqueología maya y la identidad política y cultural del pueblo maya contemporáneo». Como «temas para el debate» se sugerían algunos como los siguientes: «¿Cómo el supuesto colapso maya ha sido enfatizado para negar la continuidad histórica, legitimidad, identidad e igualdad a los presentes mayas?»; «¿Cómo podría ser imaginada la sociedad antigua maya para que tenga el mismo nivel de complejidad que las sociedades contemporáneas?»; «¿Cuáles son las preguntas apropiadas a utilizar sobre material arqueológico que puedan apoyar los objetivos del pueblo maya?»; «¿Cómo podrían entrenarse más mayas como arqueólogos y así poder tener influencia en la disciplina desde dentro?»; «¿Cómo el estudio de los jeroglíficos mayas ha beneficiado o denigrado a los mayas?», &c., &c.

Sí, la filosofía tiene mucho que decir sobre estos asuntos. No son sólo parcela de arqueólogos, historiadores o antropólogos de diferente tipo. Pero antes es imprescindible saber lo que éstos han dicho y han hecho.

Notas

{1} Una descripción más amplia que la nuestra sobre las fuentes puede encontrarse en Gerardo Bustos Trejo y Raúl del Moral: «Las fuentes», Mercedes de la Garza y Martha Ilia Nájera (eds.): Religión maya, en Madrid: Editorial Trotta, 2002, pp. 23-51 y en y Robert J. Sharer: La civilización maya, México: F. C. E., 1988.

{2} Remitimos a los artículos de Richard E. W. Adams: «Maya Archaeology 1958-1968. A Review», Latin American Research Review, vol. 4, nº 2, 1969, pp. 3-45 y Richard E. W. Adams y Norman Hammond: «Maya Archaeology, 1976-1980. A Review of Major Publications», Journal of Field Archaeology, vol. 9, 1982, pp. 487-512; Joyce Marcus: «Recents Advances in Maya Archaeology», Journal of Archaeological Research, vol. 11, nº 3, junio de 2003, pp. 71-148 (menciona unos 700 libros y artículos); Gordon R. Willey y Jeremy A. Sablof: A History of American Archaeology, San Francisco: W. H. Freeman and Company; Claude Baudez y Sydney Picasso: Las ciudades perdidas de los mayas, Madrid: Aguilar, 1990.

{3} John Lloyd Stephens: Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan, Nueva York, Harper & Brothers, 1841 e Incident of Travel in Yucatan, Nueva York; Harper & Brothers, 1843 Hay varias ediciones y traducciones al español. Sobre Stephens y Catherwood, las mejores biografías son las de Victor Wolfgang von Hagen: Maya Explorer. John Lloyd Stephens and the Lost Cities of Central America and Yucatan, Norman: University of Oklahoma Press, 1947 (Explorador maya, Buenos Aires: Librería Hachette, 1957) y Frederick Catherwood, Architect, Nueva York: Oxford University Press, 1950. Entre otros hablan extensamente de su trabajo e influencia, pero dentro de un marco histórico más general, Victor W. von Hagen: Search for the Maya. The Story of Stephens and Catherwood, Londres: Saxon House, 1973 (En busca de los mayas. La historia de Stephens y Catherwood, México: Editorial Diana, 1979); Brian Fagan: Elusive Treasure. The Story of Early Archaeologist in the Americas, Nueva York: Charles Scribner´s Sons, 1977 (Precursores de la arqueología en América, México: Fondo de Cultura Económica, 1984, especialmente las páginas 146-213) y Robert L. Brunhouse: In Search for the Maya. The First Archaeologist, Albuquerque: University of New Mexico Press, 1973 (En busca de los mayas. Los primeros arqueólogos, México: Fondo de Cultura Económica, 1989, sobre todo las páginas 83-107).

{4} John Lloyd Stephens: o. c., Nueva York: Dover Publications, 1966, vol. II, p. 442.

{5} Norman Hammond: Ancient Maya Civilization, Cambridge: Cambridge University Press, 1982 (traducción española, La civilización maya, Madrid: Ediciones Istmo, 1988, p. 35).

{6} Cfr. R. E. W. Adams y T. Patrick Culbert: «Los orígenes de la civilización en las Tierras Bajas Mayas», en R. E. W. Adams (ed.): Los orígenes de la civilización maya, México: F. C. E., 1989, p. 22.

{7} Un libro resumen de lo que hoy se conoce sobre la lengua maya en Stephen Houston et al. (eds.): The Decipherment of Ancient Maya Writing, Norman: University of Oklahoma Press, 2001.

{8} Para los códices, en general, José Alcina Franch: Mitos y literatura maya, Madrid: Alianza Editorial, 1989; también el libro de Thomas Lee (ed.): Códices mayas, Tuxtla Gutiérrez, México: Universidad Autónoma de Chiapas, 1985. Para el de Dresde, Edgard King, Vizconde de Kingsborough: Antiquities of Mexico, Londres: James Moynes y Colnaghi, Son and Co. (el vol. III reproduce el Códice); también William E. Gates (ed.): The Dresden Maya Codex, Baltimore: Maya Society, Publication nº 2, 1932 y el libro del gran mayista John Eric S. Thompson: A Commentary on the Dresden Codex. A Maya Hieroglyphic Book , Filadelfia: American Philosophical Society (hay traducción española, incluyendo una reproducción del códice: Un comentario al códice de Dresde. Libro de jeroglíficos mayas, México: F. C. E., 1988). Para el Tro-Cortesiano, los libros de Charles Etienne Brasseur de Bourbourgh (ed.): Manuscrit Troano. Études sur le système graphique et la langue des Mayas, 2 vols., París, 1989,1870 y el de Ferdinand Anders (ed.): Codex Tro-Cortesianus, : Akademische Druck-und Verlagsanstalt, 1967. Para el Peresiano, dos estudios clásicos son los de Leon de Rosny (ed.): Manuscrit hiératique des anciens Indiens de l'Amérique Centrale conservé à la Bibliothèque Nationale de Paris, París, 1887 y el de Ferdinand Anders (ed.): Codex Peresianus, Graz: Akademische Druck-und Verlagsanstalt, 1969. Una reproducción útil de los códices, salvo el Glorier, en J. Antonio Villacorta y Carlos Villacorta: Códices Mayas, Guatemala: Tipografía Nacional, 1977. El Glorier ha sido editado por Michael D. Coe en su The Maya Scribe and his World, New York: Glorier Club, 1973. Por último, en internet puede consultarse una reproducción de todos los códices en la página de la Fundación para el Avance de los Estudios Mesoamericanos (FAMSI)

{9} Los avatares de este desciframiento se narran en Michael D. Coe: El desciframiento de los glifos mayas, México: F. C. E., 1995.

{10} Los nombres proceden de diversos lugares de Yucatán, donde fueron encontrados. Como hemos dicho, todos se escribieron por sacerdotes o indios que conocían el español y a instancias de los frailes españoles. Si Chilam significa «el que es boca» y Balam significa «jaguar o brujo», Chilam Balam suele traducirse por «brujo profeta». Hay abundante bibliografía sobre cada uno. Así, para el de Chumayel, George B. Gordon (ed.): The Book of Chilam Balam of Chumayel, Filadelfia: University of Pennsylvania, The Museum Anthropological Publications, vol. V, 1913; Antonio Mediz Bolio (ed.): Libro de Chilam Balam de Chumayel, San José de Costa Rica: Ediciones del «Repertorio Americano», 1930 (la 2ª edición apareció en México: U. N. A. M., Biblioteca del Estudiante Universitario, nº 21, 1941); Ralph R. Roys (ed.): Book of Chilam Balam of Chumayel, Washington: Carnegie Institution of Washington, Pub. 438, 1933 (también en Norman: University of Oklahoma Press, 1967). Para el de Maní, las ediciones principales son las de Juan Martínez Hernández (ed.): El Chilam Balam de Maní. Códice Pérez, Mérida, 1909; E. Solís Alcalá (ed.): Códice Pérez, Mérida, México: Liga de Acción Social, 1949 y el libro de Eugene R. Craine y Reginal C. Reindorp (eds.): The Codex Perez and the Book of Chilam of Maní, Norman: University of Oklahoma Press, 1979. Por último, para el de Tizimín, Maud W. Makemson (ed.): The Book of the Jaguar Priest: A Translation of the Book of Chilam Balam of Tizimin, with Commentary, Nueva York: Henry Schuman, 1951 y el libro de Munro S. Edmonson (ed.): The Book of Chilam Balam of Tizimin. The Ancient Future of the Itza, Austin: University of Texas Press, 1982.

{11} Fray Francisco Ximénez: Historia de la provincia de predicadores de San Vicente de Chiapas y Guatemala, 3 vols., Guatemala: Bibliotheca Goathemala de la Sociedad de Geografía e Historia, 3 vols., 1929.1931. También es importante su obra Historia natural del reino de Guatemala (original de 1722), Guatemala: Ed. «José de Pineda Ibarra», 1967.

{12} Hay varias ediciones modernas en español del Popol Vuh. La mejor es la de Adrián Recinos, México: F. C. E., 1947. En inglés la mejor es la de Denis Tedlock: Popol Vuh, New York: Simon and Schuster, 1985.

{13} No es este el momento de analizar su contenido pormenorizadamente. Todos han sido editados con estudios introductorios. Para el Memorial de Sololá, los Anales y el Título de los Señores de Totonicapán, véanse los libros de Daniel G. Brinton (ed.): The Annals of the Cakchiquels. The Original Text, with a Translation, Notes, and Introduction, Filadelfia: Brinton's Library of Aboriginal American Literature, nº 6, 1885 y el libro de Adrián Recinos (ed.): Memorial de Sololá. Anales de los Cakchiqueles y Título de los Señores de Totonicapán, México: Fondo de Cultura Económica, 1950. Para el Rabinal Achí, el libro de José Antonio Villacorta (ed.): Rabinal Achí, drama danzado de los indios quichés de Rabinal, Buenos Aires: Nova, 1942 y el libro de Francisco Monterde (ed.): Rabinal Achí, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1955 (Col. «Biblioteca del Estudiante Universitario», nº 77). Este último reproducido en Mercedes de la Garza (comp.): Literatura Maya, Caracas-Barcelona: Ed. Galaxis-Biblioteca Ayacucho, nº 57, 1980, pp. 291-334. Para los Cantares de Dzitbalché, la mejor edición se encuentra en el libro editado por Alfredo Barrera Vázquez: Libro de los cantares de Dzitbalché, México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1965. Reproducido en Mercedes de la Garza (comp.): o. c., pp. 342-388. Por último, para las Historias de los Xpantzay puede acudirse Adrián Recinos (ed.): Las historias de los Xpantzay, en Crónicas indígenas de Guatemala, Guatemala: Editorial Universitaria, 1957. Incluido ahora en Mercedes de la Garza (comp.): o. c., pp. 412-424.

{14} Fray Diego de Landa: Relation des choses de Yucatan (ed. de Brasseur de Bourbourg), París: Agustin Duran, 1864 (hay muchas ediciones y traducciones posteriores. Una relativamente reciente en español es la de Miguel Rivera Dorado: Relación de las cosas de Yucatán, Madrid: Historia 16, 1985). Fray Bernardo de Lizana: Historia de Yucatán, Devocionario de Nuestra Señora de Izamal y Conquista Espiritual, Valladolid: Jerónimo Morillo, 1633. Una edición reciente en Madrid: Historia 16, 1988. Fray Diego López Cogolludo: Historia de Yucatán (1688), México: Ed. Academia Literaria, 1957. Fray Pedro Sánchez de Aguilar: Informe «contra idolorum cultores» del obispado de Yucatán (1639), Mérida: E. G. Triay e Hijos, 1937. Martín Alfonso Tovilla: Relación histórica descriptiva de las Provincias de la Vera Paz y de la Manché y del Reyno de Goathemala (hacia 1640), Guatemala: Editorial Universitaria, 1960. Fray Andrés Avendaño y Loyola: Relación de las dos entradas que hice a la conversión de los gentiles Ytzaex y cehaches (1696). Hay una edición de Temis Vayhinger-Scheer en Möckmühl, Alemania: Editorial Anton Saurwein, 1996. Juan Villagutierre de Sotomayor: Historia de la conquistas de la provincia de Itzá (Madrid: Imprenta de Lucas Antonio de Bedmar y Narváez., 1701). Una edición posterior en Madrid: Historia 16, 1985. Fray Antonio de Remesal: Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala (1619), Madrid: Biblioteca de Autores Españoles, 2 tomos, 1964 y 1966. Fray Francisco Vázquez: Crónica de la Provincia de Guatemala (1716), Guatemala: Biblioteca Goathemala de la Sociedad de Geografía e Historia, 3 vols., 1937-1944. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán: Historia de Guatemala o recordación florida, Madrid: Biblioteca de los Americanistas, 1882-1883. Una edición moderna en Guatemala: Biblioteca Goathemala de la Sociedad de Geografía e Historia, 3 vols., 1932-1933. Pedro Cortés y Larraz: Descripción geográfico-moral de la Diócesis del Reino de Guatemala (hacia 1780), Guatemala: Biblioteca Goathemala de la Sociedad de Geografía e Historia, 2 vols., 1958.

{15} Cfr. los manuales de Norman Hammond (1982): o. c., pp. 81-104 y de Sylvanus G. Morley: La civilización maya, México: F.C.E., 1972, pp. 17-30 (el libro de Sharer citado en la primera nota es una versión notablemente ampliada de este libro clásico)

{16} De entre los cenotes de esta península es famoso el de Chichén Itzá. Sus fines rituales son analizados en el libro de Clemency Chase Coggins y Orrin C. Shane (1990): El cenote de los sacrificios. Tesoros mayas extraídos del cenote sagrado de Chichén Itzá, México: F.C.E., 1993.

{17} En un trabajo general, como este, son suficientes estos períodos, aunque es necesario decir que en los estudios sobre los mayas cada una de estas fases se subdivide a su vez en otras dos o tres. Véanse, por ejemplo, Miguel Rivera: La religión maya, Madrid: Alianza Editorial, 1986, p. 36. Una visión general de la historia maya en Michael D. Coe: The Maya, London, New York: Thames and Hudson, 1980 y en T. Patrick Culbert: The Lost Civilization, New York: Harper & Row, 1974.

{18} No ha sido nada fácil correlacionar los calendarios maya y cristiano. La correlación más aceptada, y la que se usa aquí, es la formulada por Goodman-Martínez-Thompson (conocida como correlación GMT). Cfr. S. G. Morley: o. c., pp. 461-466.

{19} Betty Bell: «Examen crítico de la civilización maya», incluido en S. G. Morley: o. c., pp. 442-459.

{20} Más información en Miguel Rivera: Los mayas, una sociedad oriental, Madrid: Editorial de la U. Complutense, 1982 .

{21} Como Eric Wolf: Pueblos y culturas de Mesoamérica, México: Ediciones Era, 1967 y Wolfgang Haberland: Culturas de la América indígena, México: F. C. E., 1974.

{22} Véanse los artículos incluidos en el volumen de Peter D. Harrison y B. L. Turner II (eds.): Prehispanic Maya Agriculture, Albuquerque: University of Mexico Press, 1978.

{23} Una extrapolación de estos datos para la época precolonial en Rubén E. Reina: «Milpas y milperos: Implications for Prehistoric Times», American Anthropologist, 69, 1967, pp. 1-20.

{24} S. G. Morley: o. c., pp. 143-144.

{25} Evidentemente, no todos los autores son de la misma opinión. Joseph Hester cree que la «simplicidad» de la agricultura maya del maíz es más aparente que real. En verdad, dice, hay factores críticos en muchas de las etapas que hay que seguir para hacer una milpa, que podrían significar la diferencia entre el éxito completo o parcial y el fracaso absoluto. Por ejemplo, el potasio parece ser el elemento de más cuidado en la agricultura del maíz en Yucatán, y es el que más abunda después de la roza cuando se limpia la milpa. La temperatura del fuego debe estar dentro de los límites relativamente bajos para poder obtener los mejores resultados. Un fuego demasiado lento no es eficaz y un fuego demasiado fuerte consume el poco combustible que se tiene sin buenos resultados. Por si esto fuera poco, rozar demasiado pronto significa que las malas hierbas pueden tomar posesión de la milpa antes de que se haya hecho una buena siembra; esperar demasiado significaría que los aguaceros que preceden a la época de lluvias podrían mojar la maleza cortada a tal grado que ya no se podría quemar bien en el momento adecuado. El mismo autor indica que la cantidad de maíz necesaria para alimentar a una familia maya y sus animales, hoy, no es un índice del tiempo que pasa un nativo realizando labores agrícolas, ya que ahora, pero también antes de la conquista, se planta gran cantidad de algodón, con lo que el tiempo del trabajo aumenta considerablemente. En resumen, dice, «de los 293 a 317 días de cada año que se supone tiene o tenía libres el campesino, para actividades no agrícolas, es mejor pensar que sólo contaba con la mitad, una cuarta parte de este tiempo o menos aún». Cfr. Morley: o. c., pp. 470-472.

{26} Alberto Ruiz Lhuillier: La civilización de los antiguos mayas, México: F. C. E., 1991. Véase también la descripción, más pormenorizada pero coincidente a grandes rasgos, que hace T. Patrick Culbert: «Introducción: A Prologue to Classic Maya Culture and the Problem of Its Collapse», en T. Patrick Culbert (ed.): The Classic Maya Collapse, Albuquerque: University of New Mexico Press, 1973, pp. 3-19.

{27} Richard E. W. Adams: «The Collapse of Maya Civilization: A Review of Previous Theories», en T. Patrick Culbert (ed.): o. c., pp. 21-34. Una descripción más amplia de las hipótesis y las críticas que han recibido en David L. Webster: La caída del imperio maya. Perspectivas en torno a una enigmática desaparición, Barcelona: Destino, 2003.

{28} R. E. W. Adams: a. c., p. 23 y ss. Otra clasificación en Robert J. Sharer: «The Maya Collapse Revisited: Internal and External Perspectives», en Norman Hammond (ed.): Social Process in Maya Prehistory. Essays in Honour of Sir Eric Thompson, Nueva York: Academia Press, 1977, pp. 532-552.

{29} Orator F. Cook: «Milpa Agriculture. A Primitive Tropical System», en Annual Report of the Smithsonian Institution, 1919, 1921, pp. 307-326.

{30} Donald E Dumond: «Population Growth and Culture Change», en Southwestern Journal of Anthropology, vol. 21, nº 4, 1965, pp. 302-324.

{31} W. T. Sanders: «Cultural Ecology of the Maya Lowlands, Part I», Estudios de Cultura Maya, vol. 2, 1962, pp. 79-121 y «Cultural Ecology of the Maya Lowlands, Part II, Estudios de Cultura Maya, vol. 3, 1963, pp. 203-241.

{32} M. Harris: Caníbales y reyes, Madrid: alianza Editorial, 1987, p. 133. Esta posición sería ampliada, acudiendo a más factores, en escritos posteriores. Así, por ejemplo, en su Introducción a la antropología general (Madrid: Alianza Editorial, 1981, pp. 284-288), cuando habla del «auge y caída de los mayas», afirma que «al crecer la población, la clase dirigente intentó intensificar la producción agrícola aumentando sus demandas de impuestos y trabajo al campesinado plebeyo. Los campesinos respondieron intensificando sus esfuerzos agrícolas, reduciendo progresivamente los períodos de barbecho hasta que la invasión de hierbas y el agotamiento y la erosión del suelo hicieron imposible mantener altos rendimientos». Pero también añade, como factores asociados al colapso, las alteraciones de la pauta de precipitaciones causada por una tala excesiva del bosque y la sedimentación en los depósitos de agua potable. Estos cambios, a su vez, producirían competencia, descontento popular, revueltas y guerras fatales.

{33} C. Whyte Cook: «Why the Mayan Cities of the Peten District, Guatemala, were Abandoned», en Journal of the Washington Academy of Sciences, vol. 21, nº 13, 1931, pp. 283-287. La sequía es analizada pormenorizadamente en la obra de Richardson B Gill: The Great Maya Drought. Water, Life and Death, Albuquerque: University of Nuevo Mexico Press, 2000. Contra las sequía como factor determinante, al menos en las tierras bajas mayas, escribieron Larry C. Peterson y Gerald H .Haug el artículo «Climate and the Collapse of Maya Civilization», American Scientist, vol. 93, nº 4, julio-agosto de 2005, pp. 322-329.

{34} Oliver G. Ricketson y Edith B. Ricketson: Uaxactun,Guatemala, Group E, 1926-1937, Carnegie Institution of Washington Publication, nº 477, 1937.

{35} O. G. Ricketson y Edith B. Ricketson: o. c., p. 12.

{36} S. G. Morley: o. c., p. 86.

{37} R. E. W. Adams: a. c., p. 25.

{38} M. Harris: Caníbales..., p. 130. El artículo de Puleston al que nos referimos es Dennis E. Puleston y Peter Oliver Puleston: «El ramón como base de la dieta alimenticia de los antiguos mayas de Tikal», en Antropología e Historia de Guatemala, vol. 1, 1979, pp. 55-69.

{39} Euan W. Mackie: «New Light on the End of Classic Maya Culture at Benque Viejo, British Honduras», en American Antiquity, vol. 27, nº 2, 1961, pp. 216-224.

{40} El clima se estudia con detenimiento en Gerald H. Haug et al.: «Climate and the Collapse of Maya Civilization», Science, nº 299, 14 de marzo de 2003, pp. 1731-1735 y en David A. Hodell et al.: «Posible Role of Climate in the Collapse of Classic Maya Civilization», Nature, nº 375, 1995, pp. 391-394.

{41} R. E. W. Adams: a. c., p. 27.

{42} Betty J. Meggers: «Environmental Limitation on the Development of Culture», American Anthropologist, vol. 56, nº 5, 1954, pp. 801-824.

{43} Richard I. Hirshberg y Joan F. Hirshberg: «Meggers’ Law of Environmental Limitation on Culture», en American Anthropologist, vol. 59, nº 5, 1957, pp. 890-891 y William R. Coe: «Environmental Limitations on Maya Culture: A Reexamination», en American Anthropologist, vol. 59, nº 2, 1957, pp. 328-335.

{44} Herbert J. Spinden: The Ancient Civilizations of Mexico and Central America, New York: American Museum of Natural History , Handbook Series, nº 3, 1928, p. 148.

{45} Cfr. el artículo de José Carlos Escudero: «Quinto Centenario del colapso demográfico. El impacto epidemiológico de la invasión europea de América», en Ecología Política, nº 2, 1990, pp. 9-36. Una crítica general a las hipótesis que sobrevaloran las enfermedades y la dieta en Lori E. Wright y Christine D. White: «Human Biology in the Classic Maya Collapse: Evidence from Paleopathology and Paleodiet», Journal of World Prehistory, vol. 10, nº 2, junio de 1996, pp. 147-198.

{46} R. E. W. Adams: a. c., p.28.

{47} Véase, para más datos, el artículo de Dimitri B. Shimkin: «Models for the Downfall: Some Ecological and Culture-Historical Considerations», en P. T. Culbert (ed.): o. c., pp. 269-299 y el de Frank P. Saul: «Disease in the Maya Area: the Pre-Columbian Evidence», en P. T. Culbert (ed.): o. c., pp. 301-324.

{48} Ursula M. Cowgill y George E. Hutchinson: «Sex-ratio in Childhood and the Depopulation of the Peten, Guatemala», en Human Biology, vol. 35, nº 1, 1963, pp. 90-103.

{49} John E. S. Thompson: Grandeza y decadencia de los mayas, México: F. C. E., 1984, pp. 137-188.

{50} Véase A. Ledyard Smith: Uaxactun, Guatemala: Excavations of 1931-1937, Carnegie Institution of Washington Publication, nº 588, 1950, pp. 1-12.

{51} Milton Altschuler: «On the Environmental Limitations of Maya Cultural Development», en Southwestern Journal of Anthropology, vol. 14, nº 2, 1958, pp. 189-198.

{52} R. E. W. Adams: a. c., p. 30.

{53} M. Rivera Dorado: Los mayas de la antigüedad, Madrid: Alhambra, 1985, p. 200.

{54} George L. Cowgill: «The End of Classic Maya Culture: A Review of Recent Evidence», en Southwestern Journal of Anthropology, vol. 20, nº 2, 1964, pp. 145-159.

{55} Valeri Guliáev: Las primeras ciudades, Moscú: Editorial Progreso, 1989, p. 217.

{56} Jeremy A. Sabloff y Gordon R. Willey: «The Collapse of Maya Civilization in the Southern Lowlands: A Consideration of History and Process», en Southwestern Journal of Anthropology, vol. 23, nº 4, 1967, pp. 311-336.

{57} Miguel Rivera Dorado: Los mayas de la Antigüedad, p. 200.

{58} R. E. W. Adams: a. c., p. 33.

{59} Arthur Andrew Demarest et al.: The Terminal Classic in the Maya Lowlands. Collapse, Transition and Transformation, Colorado: University Press of Colorado, 2005. Otros trabajos suyos van en la misma dirección: Ancient Maya. The Rise and Fall of the Rainforest Civilization, Cambridge: Cambridge University Press, 2004 (en el capítulo X, pp. 240-276, analiza las hipótesis del colapso) y Petexbatun Regional Archaeological Proyect: A Multidisciplinary Study of the Maya Collapse, Nashville: Vanderbilt University Press, 2006.

 

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