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El Catoblepas, número 60, febrero 2007
  El Catoblepasnúmero 60 • febrero 2007 • página 19
Libros

Descrédito de lo históricamente correcto

Carlos Moreno Guerrero

Sobre el libro de Alberto Reig Tapia, Anti-Moa, Ediciones B,
Barcelona 2006, 501 páginas

Desde la publicación en 1999 de Los orígenes de la Guerra Civil española, Pío Moa ha aportado elementos valiosos para el debate y la reconstrucción de la Historia de España del siglo XX. Como ha señalado con acierto Stanley G. Payne{1}: lo más importante que ha hecho Moa «ha sido poner en tela de juicio las interpretaciones 'políticamente correctas' que sobre la República y la Guerra Civil han dominado en España a lo largo de los últimos veinticinco años. Su obra ha destacado el papel de la izquierda como subversora de la democracia en España durante los años 1933 a 1936, no siendo de sorprender las iras que ello ha despertado entre las fuerzas dominantes de la historiografía española». Con alguna notable excepción{2}, la generalidad de los historiadores universitarios y los principales medios de comunicación no han aceptado el debate propuesto por Moa: han preferido responder con el silencio, la descalificación o la censura.

La gran extensión de Anti-Moa y la violencia del ataque que contiene son, a contrariis, un exponente del extraordinario impacto de la obra de Pío Moa sobre el autor y, presumiblemente, sobre los colegas que Reig cita y con los que ha debatido el libro, partícipes en la elaboración de la Historia canónica (antifranquista) del periodo 1931-1975: una visión de la historia que todavía hoy es hegemónica en el sistema educativo y en los medios de comunicación de masas. En su artículo Ideología e Historia. Quousque tandem, Pío Moa?{3}, Alberto Reig anticipó lo principal de su libro Anti-Moa y, un cuarto de siglo después de la Constitución española de 1978, defendió el principio activo que inspira la elaboración «científica» de la historiografía «antifranquista»: « aún hoy, todo lo que es y significa ir contra Franco, es decir, contra el fascismo clerical, contra la ominosa autocracia y sus herederos, hermanos, primos y sobrinos me parece tarea obligada y un deber cívico insoslayable»(pág. 106){4}. El libro Anti-Moa es el fruto de ese anacrónico furor ideológico de Alberto Reig.

Sostiene Alberto Reig que el periodo sobre el que escribe Moa es una «época razonablemente depurada política e historiográficamente hablando pero que, ideológicamente, aún tratará de entablar alguna que otra «batallita» mediática de contención (historiográfica y democrática), tan absurda ya como inútil siempre» (pág. 25). A pesar de la oscuridad sintáctica y conceptual, y de las cacofonías de la cita –características todas ellas habituales de la escritura de Reig–, el autor parece querer decir que la versión históricamente correcta de la época está resuelta, y que frente a la misma sólo caben batallitas ideológicas condenadas al fracaso, como la que supone la obra de Pío Moa y de lo que llama su «contexto político y mediático». Dice Preston en el prólogo que «la Guerra Civil española se está luchando todavía sobre el papel». Pero la Guerra Civil terminó: otra cosa es que, retrospectivamente, se pretenda ganar sobre el papel lo que se perdió en el campo de batalla.

Reig combate la «sistemática y continuada subversión neofranquista de la Historia de España» que lleva a cabo Pío Moa, y lo hace porque advierte que Moa pone en cuestión elementos intocables de la versión históricamente correcta de los hechos –versión que incurre en el «pensamiento Alicia» analizado por Gustavo Bueno{5}– tales como los siguientes: 1º) «El golpe de Estado de 1936 lo fue contra el reformismo de izquierdas, no contra ninguna revolución en marcha» (pág. 201), y fue «la contrarrevolución lo que paradójicamente provoca la revolución» (pág. 450); 2º) «Es el ilegal e ilegítimo pronunciamiento militar... el principal factor que desencadena el proceso de una terrible guerra civil» (pág. 34); 3º) «Es la Guerra Civil y su resultado lo que provoca una feroz dictadura que nos mantuvo aislados del resto del mundo civilizado durante 40 años interminables hasta la muerte del gran caudillo» (pág. 35), y es «falso de toda falsedad» el tópico de la principal responsabilidad de Franco en el desarrollo económico español desde los años sesenta (pág. 36); 4º) «España sólo pudo reemprender, por fin, en 1975 el camino de la modernización política iniciado en 1931 y abortado en 1936 por las armas del fascismo, del militarismo, del tradicionalismo y del integrismo» (pág. 35); 5º) Hay una «evidente continuidad entre aquella democracia republicana y esta en el marco de una monarquía parlamentaria» (pág. 242); y 6º) Es «inevitable» la «recuperación (reparación) de la memoria de los vencidos y represaliados por el franquismo» (pág. 111).

Desde el principio de su libro Reig trata de descalificar absolutamente a Moa y a su obra. Reig encuadra lo que llama el «fenómeno Moa» dentro del «neofranquismo», entendido como «intentos validación política so capa de rigor histórico del régimen de dictadura del general Franco» (pág. 41). Incluye a Moa entre los «sedicentes historiadores» que tratan «de vender como historia la más vetusta propaganda puesta al servicio de un ilegítimo golpe de Estado (Alzamiento Nacional)» y de sus consecuencias (pág. 22). Anti-Moa está plagado de juicios de intenciones, es decir, de suposiciones inverificables, exentas de motivación racional, y así, por ejemplo, se atreve Reig a confesar: «tenemos la firme convicción de que los escritos pretendidamente historiográficos del señor Moa... obedecen a una malicia premeditada sin más fin que una manifiesta voluntad política de manipulación y engaño» (pág. 41). Cree Reig que la «sagrada causa» de Moa es «la legitimación de las derechas y la descalificación de las izquierdas» (pág. 486). El catedrático de Ciencia Política Alberto Reig frecuenta en su libro la escritura temeraria: no le avergüenza incluir a Moa entre los ex terroristas políticos «reciclados ahora como terroristas 'culturales' (?) a sueldo de intereses privados poderosos» (pág. 455). Tampoco se para en barras a la hora de hacer un aberrante paralelismo entre el pasado y el presente de Moa: «Al fin y al cabo, 'tanto monta, monta tanto...' ser de la policía como del GRAPO. De la policía ideológica neofranquista queremos decir» (pp. 431 y 432). A juicio de Reig lo que produce Moa «no es historia» (pág. 165). Afirma que dicha obra –no una determinada afirmación, capítulo o libro de Moa, sino en bloque– no se sostiene «sobre una base empírica mínimamente contrastable» y que carece de «la menor relevancia epistemológica» (pág. 34). La falta de «apoyatura empírica» de la obra de Moa es una acusación reiterada hasta el hastío por Reig, como una especie de mantra que recorre su libro, pero dicha fórmula, por más que se repita, no logra ocultar la realidad de la pavorosa ausencia de análisis concretos que desvirtúen o refuten los hechos o los enfoques esenciales de cualquiera de las obras de Moa.

No tiene empacho Reig en lanzar afirmaciones evidentemente falaces, y así dice que la obra de Moa «ha suscitado el rechazo firme y unánime de la comunidad historiográfica nacional e internacional» (pág. 168), cuando es de dominio público –que muestra conocer el propio Reig– que dicha obra cuenta con el aval de historiadores prestigiosos como Stanley G. Payne, Carlos Seco Serrano o José Manuel Cuenca Toribio, entre otros.

Mantiene Reig que «las pretendidas tesis del señor Moa no son sino los mejores tópicos y clichés franquistas apenas resumidos y reescritos» (pág. 457). Se niega toda originalidad e independencia a Moa y se le tilda de mero continuista de «los propagandistas añejos del franquismo» (Arrarás, Aznar, Comín, Ricardo de la Cierva), pero Reig no lo demuestra textualmente, ni lo intenta, simplemente lo da por supuesto. Más concretamente, afirma Reig que «De la Cierva es la fuente de inspiración ideológica que más cita Moa, su referente intelectual permanente» (pág. 76), pero ni se acredita tal declaración ni se compadece con la realidad, tal y como puede comprobarse confrontando los índices onomásticos de las obras de Moa con sus correlativos textos.

Observa Reig que «Moa no es sino la anécdota de un neofranquismo emergente que le utiliza como ariete... para justificar la política» de la derecha, y que «el contexto político y mediático que envuelve su publicística es mucho más importante que sus libros» (pág. 28). Dentro de lo que denomina el «contexto político y mediático» de Moa, Alberto Reig incluye, entre otros, «bajo la inspiración» de José María Aznar –del que tiene el cuajo de decir que su partido, bajo su indiscutible liderazgo, «ha conseguido preservar el ideario fundamental de la derecha, el de los principios y valores esenciales de los vencedores de la Guerra Civil y sus principales beneficiarios franquistas» (pág. 428)– a personajes tan disímiles como César Alonso de los Ríos, Federico Jiménez Losantos, César Vidal, José María Marco, y a «la COPE, La Razón, El Mundo, Libertad Digital, y los filósofos de El Catoblepas» (pág. 263). El catedrático de Ciencia Política Alberto Reig aplica a Moa y a su contexto, con tosquedad, sin matiz ni explicación alguna, diversas etiquetas de probada eficacia para desacreditar desde la izquierda: «neocons (residuos y derivaciones franquistas) (pág. 25); «neofranquismo» (pág. 35 y 41); «neoliberales» (pág. 364); «inequívoco neoconservador extremo» (pág. 411); y «revisionismo orgánico de la derechona» (pág. 133).

Declara Reig que su libro no es un «ataque personal» a Moa sino «contra lo que escribe y lo que representa» (pág. 27). Luego el lector constatará que una de las cosas que más abundan en Anti-Moa son los insultos a Moa y a su contexto, insultos tan repetidos como zafios y gratuitos, entre otros los siguientes: historietógrafo (en esa versión o en la de «historietografía», utilizadas hasta el hartazgo), advenedizo insolvente, tergiversador, manipulador, mentiroso, calumniador, montajista, falso, pobre infatuado, escribidor, sectario, maniqueo, mamporrero, servil, insustancial, paranoico, falsario, indocumentado, autor de operetas bufas, ejemplo de la degradación de la Historia, delincuente, desvergonzado, pupilo de Aznar, pigmeo moral, subversivo neofranquista supremo y terrorista cultural.

Pero a Reig no le basta con menospreciar a Moa, también hace pinitos de barata sociología literaria para cuestionar la influencia de su obra e introducir factores de descalificación –también– de los lectores de Moa, y a tal respecto escribe cosas como las siguientes: se ha convertido en el historiador de moda «de la derecha nostálgica y de la gran masa acrítica mediatizada» (pág. 48); una cosa es que se vendan muy bien todos sus libros y «otra cosa es que se lean algo más que las contraportadas», y de los que le leen habría que descontar al que «lee pero no se entera, al que se cree todo lo que le dicen sus ídolos mediáticos, al que hojea un poco... a algún tonto... que rotulador en ristre se traga el libro... y encima toma notas del mismo» (pág. 60); «lo único que les interesa es captar al mayor número de lectores pasivos acríticos y transversales o en diagonal predispuestos de antemano a sus atrabiliarias tesis por simple comunión ideológica, odio o rencor a no se sabe bien qué». (pág 85); venden «sus libros a un público consumista que no quiere dejar de tener en su casa aquello que está más o menos de moda o se vende mucho» (pág. 133).

La crítica de Reig a la obra de Pío Moa deja bastante que desear en cuanto que se lleva a efecto sin un previo trabajo de síntesis de las líneas básicas de los planteamientos de Moa, generales o de un asunto en concreto, y sin apenas utilizar citas textuales de las obras de Moa, limitándose en general a interpretar a Moa, deformándolo o ridiculizando, y así muchas veces atribuye a Moa afirmaciones que está lejos de haber escrito éste, por ejemplo la siguiente: «la II República fue un régimen espurio que predeterminaba la Guerra Civil y que despareció el mismo 19 de julio». Por tanto, nos permitiremos un breve resumen de los puntos básicos en que la aproximación historiográfica de Moa cuestiona a la versión históricamente correcta: 1º) En los primeros años de la República «las izquierdas impusieron una legalidad sectaria, y luego se sublevaron contra ella en octubre de 1934, después de que el pueblo diera la victoria a la derecha en las elecciones del año anterior. Ello hizo imposible la convivencia, sobre todo porque en 1936 ganaron las elecciones los mismos que se habían sublevado contra un gobierno democrático en 1934, todos los cuales volvieron a vulnerar la ley masivamente. Ello obligó a la derecha a sublevarse a su vez, por razón de mera supervivencia»{6}; 2º) Franco fue el último en sublevarse contra la república, «le habían precedido la CNT (tres insurrecciones), Sanjurjo, Azaña (dos intentos de golpe de estado), los socialistas y los nacionalistas catalanes»{7}; 3º) «la guerra no sucedió entre demócratas y fascistas, sino entre una izquierda mayoritariamente totalitaria y una derecha que, empujada por el proceso revolucionario, había abandonado la moderación de 1934 para defender una dictadura autoritaria como última salida», y anota «la historiografía hegemónica en estos años ha pretendido que la democracia fue defendida, en la guerra, por una coalición de estalinistas, marxistas revolucionarios, anarquistas, racistas y golpistas catalanes y republicanos, todos ellos bajo el protectorado de Stalin... sólo esa pretensión revela el grado de mendacidad de esa historiografía»{8}; 4º) Franco y el franquismo, con los «cargos» principales de su «carácter dictatorial» y de la «represión de posguerra», «derrotó la revolución», «libró a España de la guerra mundial»{9} y «modernizó la sociedad y asentó las condiciones para una democracia estable»{10}; 5º) «No cabe conceptuar el franquismo como un paréntesis oscuro y vacío entre la república y la democracia actual, pues ésta procede directamente de él, y su estabilidad descansa en la base social y económica creada por él»{11}; 6º) «Quienes proponen la ley de la memoria histórica se sienten herederos del Frente Popular, y lo son. Herederos de quienes destruyeron la democracia, la amenazan gravemente de nuevo. Ley contra la verdad, contra la democracia y contra la reconciliación».{12}

Es sabido que las principales contribuciones de Pío Moa a la Historia de la segunda república y de la guerra civil se encuentran en la trilogía esencial que forman Los orígenes de la guerra civil española (1999), Los personajes de la república vistos por ellos mismos (2000) y El derrumbe de la segunda república y la guerra civil (2001), y es en el primero de esos libros en el que desarrolla su tesis esencial de que la guerra civil comienza en octubre de 1934, para reanudarse en julio de 1936, y la trascendencia de esos hechos y de la ulterior campaña de agitación en torno a la represión de la insurrección para comprender la historia del periodo. Sorprende extraordinariamente que a lo largo de Anti-Moa, un libro de un autor que presume de historiador profesional, sólo exista una cita de texto de la citada trilogía –y no hay síntoma alguno de que Reig haya leído esos libros–, y que además dicha cita esté extraída de «la solapilla» (sic). El hecho de eludir la crítica directa a los textos principales y la falta de citas textuales califica el presunto rigor de un libro de critica historiográfica, máxime si se tiene en cuenta que Reig critica reiteradamente a los libros de Moa por la ausencia de citas textuales para apoyar su argumentación.

Reig destina poco mas de un centenar de páginas a «analizar» la obra de Moa. Puede ser ilustrativo examinar una muestra de ese tratamiento. A analizar la principal aportación de Moa sobre octubre de 1934 destina Reig 14 páginas (pp. 247 a 260), y en lugar de acudir a la trilogía básica de Moa, lo hace tomando como base un libro al que Moa atribuye carácter divulgativo: 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda (2004). Veamos con detalle qué escribe Reig en esas 14 páginas, pues en ellas encontramos el mismo modo de proceder que utiliza en el resto de su libro: 1º) Tras indicar que la tesis de Moa es «muy añeja y reiterada», escribe: «la República (nos ilustra este nuevo sabio incomprendido), desde el mismo momento de su proclamación el 14 de abril de 1931, llevaba en su seno el estigma de su propia destrucción, y por tanto el germen de la guerra civil» –ninguna de esas cosas las dice Moa ni en el libro citado ni en ningún otro–, «porque se proclama por un golpe de estado y, por consiguiente, parte su andadura de una ilegitimidad de origen (exactamente la misma tesis de la propaganda franquista)» –algo que tampoco ha escrito Moa–, «que va sembrando odios y enfrentamientos, pero la guerra misma empezó de hecho algo después, en octubre de 1934 en Asturias y Cataluña con la insurrección de los revolucionarios y nacionalistas catalanes...»(pp. 247-248) –Moa ha mostrado que la insurrección estaba planificada para toda España–. Eso el todo el resumen de los hechos y de la tesis de Moa. 2º) Inmediatamente después aclara Reig: «pero, en realidad, no se trata de analizar lo que pasó en 1934 y por qué pasó, pues ya ha sido dicho y escrito por numerosos historiadores. De lo que se trata es de demostrar el carácter revolucionario, marxista, radical, desestabilizador antidemocrático del PSOE de largo Caballero en 1934, que en el fondo en el fondo y en la superficie en la superficie (sic), sería el mismo de ahora que lidera Rodríguez Zapatero. El 'Lenin español' era una blanca paloma comparado con el Osama Bin Laden que actualmente ocupa la poltrona monclovita»(pág. 248). Reig se desentiende de los planteamientos del libro de Moa y pasa sin transición a la actualidad política que le preocupa y hace un gratuito juicio de las intenciones de Moa, como si la aportación de éste se hubiera propuesto, además de aclarar una encrucijada histórica, establecer la identidad entre el PSOE de entonces y el de ahora –piénsese que la tesis de Moa se publicó originalmente en 1999, cuando nadie podía imaginar que Zapatero accedería a la secretaría general de su partido–. 3º) Continúa Reig refiriéndose a un artículo de Javier Ruíz Portella contenido en el libro de Moa, y nos cuenta extensamente que dicho director editorial es un delincuente y un estafador que fue condenado por plagio. 4º) Posteriormente, Reig comenta lo que califica de «No-prólogo» de Payne, al entender que no dice lo que se debe decir en tal género de escritos, y sin solución de continuidad, en la misma frase, salta a una cita de Moa en la que éste aclara que por el carácter divulgativo de su libro no lo sobrecargará de notas, para lo que se remite a su trilogía, cosa que le parece inaudita y criticable a Reig, pero en ningún momento le llevará a utilizar en su crítica las páginas de la investigación original de la trilogía de Moa. 5º) Sigue Reig con su comentario del referido prólogo, en un asunto central para la tesis de Moa: «Payne dice lo que ya ha dicho otras veces Seco Serrano con la misma imprudencia que él, que no hay la menor prueba (sic) de que la derecha proyectara asaltar el estado democrático, principal argumento en que se ha basado cierta izquierda para 'justificar' su propia insurrección» (pág. 250). Reig, tras descalificar a Payne, en lugar de ir al grano y en su caso presentar pruebas de un pretendido proyecto de asalto de la derecha a la república, prosigue su errática deriva extendiéndose contra un comentario de Payne sobre las presiones existentes para que Moa sea silenciado o ignorado, y va enlazando consideraciones sobre las más variopintas cuestiones, sobre lo aséptico que es referirse a Moa como «ex terrorista reciclado en historiador» o sobre el corporativismo y la muy alta calidad de la historiografía universitaria española. 6º) Acto seguido, Reig se permite señalar que Moa ignora la inmensa bibliografía especializada sobre octubre de 1934, aunque éste incluya parte de la misma en su nota bibliográfica. Reig denuncia que en la nota bibliográfica del libro de Moa hay muchos «títulos de relleno o que manifiestamente no conoce», y precisa tres casos: no entiende la inclusión del libro de Álvarez Junco sobre Lerroux en una monografía científica sobre octubre de 1934, cuando es evidente la pertinencia de conocer en esa coyuntura el comportamiento de Lerroux, que el día 4 de octubre de 1934 había asumido la presidencia del gobierno de la República; le parece a Reig que la referencia de Moa a los libros de Marta Bizcarrondo o Bernardo Díaz Nosty es «de relleno», aunque es posible que diga eso al desconocer el interés de la discusión con la obra de esos autores para la tesis de Moa, como se desprende de la lectura de, por ejemplo, las páginas 217, 265, 427 y 429 de Los orígenes de la guerra civil española (1999). 7º) Aunque parezca mentira, prosigue Reig con nuevos juicios gratuitos de las intenciones de Moa: «como da la casualidad –dice Reig- que ocupa la Presidencia del Gobierno de España un socialista cuyo abuelo fue asesinado por los sublevados de 1936 y se dispone a avalar en 2006 la recuperación de la memoria democrática republicana, pues hay que tumbarlo como sea, y conectarle en tanto que socialista con los de 1934...» (pág. 253). Ni en el libro de Moa que comenta Reig ni en su trilogía se menciona la denunciada «conexión», que simplemente está en la cabeza de Reig: un delirio. 8º) Al no recoger o sintetizar los hechos que expone Moa avalando su tesis, llega un momento en que Reig, se exaspera y se pregunta: «entonces ¿qué fue lo que provocó, promovió o desencadenó la revolución de 1934? ¿Enloqueció casi toda la izquierda?». Y acude, como única «prueba» de que la derecha pretendía asaltar el estado democrático y que podría justificar el golpe de la izquierda, a unas conocidas palabras antiparlamentarias de Gil Robles, en un mitin de 15 de octubre de 1933, en plena campaña electoral de las elecciones de noviembre de 1933, y se pregunta cómo había de reaccionar la izquierda frente a las mismas. Pero esas palabras no son una novedad, Pío Moa –y los principales estudiosos del periodo– las ha valorado cuidadosamente{13}, ponderando que son ocasionales, formuladas en campaña electoral y mucho más moderadas que la de sus adversarios, y palabras que nunca fueron refrendadas por hechos violentos a diferencia de los enemigos de la CEDA en dicha campaña. 9) Y continúa elucubrando Reig cómo se puede estudiar la revolución de octubre ignorando por completo el contexto interno y externo, cuando en realidad Moa los ha tratado ampliamente en Los orígenes; niega la inevitabilidad de la revolución, cómo si Moa hubiera afirmado tal extremo; y nos sorprende al aludir a la «obsoleta tesis de la bolchevización del PSOE». 10) Anota que los publicistas como Moa se agarran a 1934 –nuevo juicio de intenciones– «para dotarse de legitimidad retrospectiva para justificar su golpe de 1936» (sic, pág. 259), y se pregunta Reig, ante la entrada de ministros de la CEDA en el gobierno de la república, ¿qué había que hacer? 11) Concluye Alberto Reig su exposición volviendo a relacionar absurdamente octubre del 34 con la actualidad, preguntándose «por qué era ilegítimo y una traición gobernar con ERC y Carod Rovira y no era ilegítimo hacerlo con Gil Robles y la CEDA» (sic) a la vista de discursos de su líder como el de 15 de octubre de 1933.

«No negamos la profunda irritación que nos produce la 'literatura' de Pío Moa» (pág. 475), confiesa Reig, y de la lectura de su libro se desprende que ese malestar se deriva fundamentalmente de la puesta en cuestión por aquel de algunas tesis de la versión históricamente correcta a la que contribuye este. No obstante, señala Reig que el rechazo hacia la obra de Moa se debe básicamente a razones metodológicas, a una escritura « sin la menor nota, ni aparato crítico, ni referencias bibliográficas en que ir apoyando la argumentación» (pág. 49), a falta de trabajo de archivo y a falta de aportación de fuentes nuevas. Esa crítica, errónea para los trabajos de investigación de Moa, y que en algún caso concreto podría ser correcta es, con todo, formal, y no ha ensombrecido la claridad y la fundamentación de las aportaciones de Moa. El alejamiento de Moa de las peores convenciones de la historiografía universitaria –como la hiperinflación de citas y referencias no indispensables– junto a una prosa sencilla y funcional, y a su argumentación sensata han contribuido al extraordinario éxito de sus libros. Acertadamente consideró Moa que para el periodo de la república y la guerra civil «la tarea consiste menos, quizá, en aportar nueva documentación que en criticar y ordenar de manera lógica y veraz la montaña de material disponible.»{14} Pero en materia metodológica el catedrático de Ciencia Política Reig tampoco olvida disparatar, y construir frases sin sentido ni referente material, por ejemplo cuando califica a la metodología de Moa como una «'metodología' fascista, fascistoide o fascistizante (queremos obviamente decir simplemente falaz)» (pág. 267).

Reig censura a Moa por hacer uso de que lo que llama «historia virtual», por especular sobre lo no sucedido, lo que para aquel es propio de la «historieta» e impropio de historiadores, y en tal sentido, por ejemplo, escribe: «es una falacia absoluta, una tontería supina... pretender que de haber triunfado la república se habría establecido en España un régimen prosoviético» (pp. 35, 43 y 243). Pero, por un lado, Reig se contradice pues también utiliza la «historia virtual» –por ejemplo: «¿Se habrían repartido armas a partidos y sindicatos de izquierda si todos los mandos de los institutos armados se hubieran mantenido leales a la Constitución que tenían la obligación de defender? No» (pág. 258)–. Y, por otro lado, la «historia contrafactual» o hipotética, como recuerda Gabriel Tortella{15} es una práctica común del oficio de historiador desde Heródoto, y hacer historia considerando las posibles alternativas es un imprescindible instrumento científico siempre que se haga con rigor.

Tanto Reig como su prologuista Preston se extrañan de que Payne haya denunciado la existencia de «persistentes exigencias» de que Moa sea «silenciado» o «ignorado», exigencias que ambos niegan, y Reig lo hace en varias ocasiones en Anti-Moa. Pero el texto de Reig confirma contundentemente el dictamen de Payne. Veamos dos ejemplos. «Debate entre historiadores e historietógrafos? No. No por excluir ni censurar a nadie sino porque no tiene el menor sentido. Toda comunicación exige un código de comunicación común y comprensible para ambos interlocutores, lo que no es el caso» (pág. 51). «No es un problema de censura, es un problema de higiene cultural no permitir el uso del espacio público a estos provocadores sociales, a estos mentirosos compulsivos, a estos falsificadores vocacionales y delincuentes culturales» (pág. 111).

Reig no se centra en las cuestiones esenciales de la obra de Moa, y tampoco cuida la exposición de las tesis a criticar y las razones o hechos que pueden refutarlas. Reig no logra refutar ninguna tesis de Moa, sino que elucubra en torno a ellas, y a lo sumo llega a afirmar que una determinada tesis de Moa se opone a la verdad histórica, remitiéndose a una relación bibliográfica (eso lo hace, por ejemplo, en las páginas 75, 172, 200, 226, 450 y 456), pero sin proceder al estudio y análisis concreto del contenido de esa bibliografía. La escritura de Reig consiste en una deriva desordenada, subjetiva, ideológica y confusa que va enlazando digresiones sobre las cuestiones más variopintas. El tono es a menudo faltón y de perdonavidas. Su divagación errática está trufada de dichos, refranes y chascarrillos –a modo de comentario de patio de colegio dice que a Ricardo de la Cierva y Hoces se le ha llamado Ricardo de la Cabra y de Coces– y de muestras de presunto humor –«A Franco... se habló de proponerle... para el Premio Nobel de Física por haber demostrado la 'inmovilidad del movimiento'» (pág. 37); «la historiografía emite en FM (Frecuencia Modulada) y la historietografía, obviamente, lo hace en OCM (Onda Corta Mental)» (pág. 136)–, que añaden al texto un característico tono ramplón y casposo. Se trata de un libro muy mal escrito, con una escritura oscura, conceptual y sintácticamente, y poco cuidadosa con el uso del lenguaje –por ejemplo: «El 18 de julio no es una defensa de la revolución que se preparaba sino un preventivo de las reformas que se emprendían de la mano de la izquierda parlamentaria (la que había)...» (pág. 201)–. Si a ello se añade que el libro está lleno de reiteraciones, se comprenderá que es un libro de lectura desagradable y del que suponemos sólo puede obtener recompensa el lector que participe ciegamente de los prejuicios ideológicos que lastran la obra.

Anti-Moa es la prueba de que Reig no ha digerido la obra de Moa, y esa indigestión es lo que se pretende traspasar al lector. A falta de juicios de hecho, de citas textuales de los libros de Moa y de análisis y crítica de textos, el libro está repleto de juicios de intenciones, de juicios de valor, de ideología e insultos. Por tanto, es un texto que no profundiza ni refuta las tesis de Moa, y que contiene fundamentalmente proyecciones de las intenciones de Reig sobre otras personas o personajes históricos. En suma, Reig se ha autorretratado en su libro prisionero de toscas y periclitadas categorías antifranquistas, y tal vez ha retratado a parte de su generación de profesores. Anti-Moa es un síntoma inquietante de nuestra historiografía universitaria.

Tras la publicación de Anti-Moa Pío Moa ha replicado con una importante serie de artículos, publicados en Libertad Digital a partir de 30 de octubre de 2006, al entender que Alberto Reig actúa como punta de lanza del gremio de historiadores progres y al estar interesado en abrir una discusión sobre la situación actual de la historiografía.

Leer a Moa puede ser una buena oportunidad para ayudar a despertar de los sueños dogmáticos incubados durante el franquismo y mantenidos a machamartillo por algunos hasta hoy mismo, quince años después del hundimiento de la Unión Soviética.

Notas

{1} Prólogo de Stanley G. Payne a Pío Moa, 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda, Áltera, Barcelona, 2004, págs. 18 y 19. Anteriormente había anticipado ese punto de vista con valentía en su artículo Mitos y tópicos de la Guerra Civil, Revista de Libros, núm. 79-80, Madrid, julio-agosto 2003, pp.3-5.

{2} Tras el artículo de Antonio Sánchez Martínez Pío Moa, sus censores y la Historia de España , El Catoblepas, 14:14, abril 2003, se originó una fecunda polémica, que se desarrolló a lo largo de un año, entre los números 14 y 24 de dicha revista, y en la que desde muy diversas posiciones intervinieron con trabajos notables Enrique Moradiellos, Pío Moa, Iñigo Ongay y José Manuel Rodríguez Pardo. Y si bien es dudoso que la polémica acercara un ápice las posiciones de los intervinientes, no es menos cierto que obligó positivamente a poner a prueba ante el lector la fundamentación fáctica y argumental de cada una de las posiciones.

{3} Sistema, núm. 177, Madrid, noviembre 2003, pp. 103-119

{4} No parece consciente Reig del alcance de su absurda definición antifranquista, que le obliga a ir más allá de la vigencia del propio régimen franquista y de sus protagonistas, contra «sus herederos, hermanos, primos y sobrinos», pues la coherencia con dicha definición podría obligarle a ir contra sí mismo, ya que Reig es hijo del que fue director de NO-DO, el popular órgano de propaganda franquista.

{5} Gustavo Bueno, Zapatero y el pensamiento Alicia. Un presidente en el país de las maravillas, Temas de Hoy, Madrid, pp. 83 a 109.

{6} Pío Moa, 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Ezquerra emprenden la contienda, Áltera, Barcelona, 2004, pág.173.

{7} Pío Moa, Los mitos de la Guerra Civil, Planeta DeAgostini, Barcelona, 2005, pag.181.

{8} Pío Moa, El iluminado de la Moncloa y otras plagas, LibrosLibres, Madrid, 2006, pp. 206 y 256.

{9} Pío Moa, Franco. Un balance histórico, Planeta, Barcelona, 2005, pp.188 y 189.

{10} Los mitos de la Guerra Civil, obra citada, pág. 531.

{11} Los mitos de la Guerra Civil, obra citada, pág. 529.

{12} Pío Moa, Observaciones a una ley antidemocrática, Libertad Digital, 15-XII-06.

{13} En Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil española, Encuentro, Madrid, 1999, pp. 186 y 187; en Pío Moa, Los personajes de la república vistos por ellos mismos, Encuentro, Madrid, 2000, pp. 290 y 291, y en Pío Moa, 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda, Áltera, Barcelona, 2004, pp. 67 y 68.

{14} Pío Moa, El derrumbe de la segunda república y la guerra civil, Encuentro, Madrid, pág. 13.

{15} Gabriel Tortella, Introducción a la economía para historiadores, Tecnos, Madrid, 2002, pp. XVI y XVII.

 

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