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El Catoblepas, número 67, septiembre 2007
  El Catoblepasnúmero 67 • septiembre 2007 • página 2
Rasguños

Conónimos

Gustavo Bueno

Se exponen en este rasguño los fundamentos del concepto de «palabras conónimas» que, sin definir, fue utilizado por el autor en su libro El mito de la felicidad

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En El mito de la felicidad (Ediciones B, Barcelona 2005), en el párrafo en el que se trata del «léxico felicitario de una lengua», puede leerse:

«Así, en el conjunto [a1, a2, a3… an] formado por los homónimos, sinónimos y conónimos (entre ellos los antónimos, los términos que significan infelicidad, o dolor) del lenguaje A, el análisis buscará, ante todo, las diferencias irreductibles que puedan ser encontradas.» (pág. 74)

Y en la página siguiente, en la que se examinan algunas equivalencias establecidas al cotejar diferentes diccionarios de traducción (felicidad = felicitas = eudaimonia = happiness = bonheur…) se advierte de que estas equivalencias «no tendrían por qué ser meras expresiones o significantes de un mismo significado», y se añade:

«Y con esto no estamos invocando la clausura de cada lengua [en su propio diccionario], la imposibilidad de la traducción, el relativismo lingüístico, al modo de Whorf. Por el contrario, lo que estamos diciendo es justamente lo opuesto: que las relaciones entre los conónimos, en el diccionario interlingua, de felicidad, en un lenguaje dado, son de la misma índole que las relaciones entre los yuxtanónimos de felicidad.» (pág. 75)

El concepto de conónimos engloba pues a varios conceptos –como parónimos (acepción de Aristóteles), antónimos, denominativos (análogos de atribución), géneros plotinianos, &c.– que se encuentran mencionados en diferentes lugares de la tradición filosófica o lingüística, como membra disjecta (por ejemplo, en los tratados de Lingüística, de Glosemática, de Lógica material –como pueda serlo el tratado escolástico De antepraedicamentis–, &c.).

La voz «conónimo» no figura, desde luego, en el Diccionario de la Academia de la Lengua española, pero no por otra razón sino porque los redactores no tienen el concepto o la idea de «conónimo». Tampoco figuran en ese diccionario «voces significativas» de gran importancia, utilizadas sin definir en el lenguaje común (periodístico, por ejemplo), tales como «reduccionismo», «autocatálisis», «molar» (en su acepción filosófica), aunque a veces figuran voces confundidas, como ocurre con «agible», que aparece confundida con «factible», prueba inequívoca de que el redactor no poseía este concepto de tan larga tradición. Tampoco el concepto que llamamos «conónimo» aparece en el diccionario a través de alguna otra voz significativa: lo que falta, por tanto, no es la palabra sino el concepto.

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Dejamos fuera del campo de los conónimos al campo de los que hemos denominado yuxtanónimos, entendiendo por tales a los «conjuntos empíricos» de palabras asociadas por algunas relaciones, de cualquier tipo que sean –sean relaciones fundadas en la suposición material de las palabras (como las relaciones entre palabras rimadas: 'estrella'-'bella', 'cortejo'-'reflejo'; o entre palabras trisílabas: 'almirez'-'reposo') sean relaciones fundadas en la suposición formal ('felicidad'-'eudemonía', 'laetitia'-'Glücklichkeit')–, que vamos obteniendo del cotejo de los diccionarios interlingua. Conjuntos de yuxtanónimos son, por ejemplo, las palabras relacionadas por semas en juego de dominó; o las que integran un soneto. Pero un conjunto yuxtanónimo no debe confundirse con una constelación semántica, cuyos términos se supone que están dados ya en relación a través de su significado; un conjunto de yuxtanónimos es por tanto un conjunto «bruto» o empírico, resultante de la asociación de términos según cualquier criterio de relación. El concepto de conjunto yuxtanónimo es obviamente un concepto crítico, que ofrece modelos de conjuntos de palabras que, presentándose como resultado de una selección según algún criterio coherente, se resuelve en realidad en el resultado de la aplicación de un agregado de criterios heterogéneos. Desde este punto de vista el concepto de yuxtanónimos sería asimilable, por su función crítica, al concepto tradicional de palabras equívocas (que es también un concepto crítico), que advierte de la existencia de ciertas palabras a las que no corresponde un concepto, puesto que ellas significan conceptos distintos y aún incompatibles o disparatados. Los yuxtanónimos se comportarían, respecto de las constelaciones semánticas, como los conceptos equívocos respecto de los unívocos o análogos.

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Ahora bien, la introducción de un nuevo concepto, como el de conónimo, en un sistema más o menos formalizado en el que figuran conceptos ya acuñados (tales como homónimos o sinónimos, en el texto citado, a los que cabe agregar, por descontado, conceptos tales como los de parónimos, denominativos, unívocos, análogos de proporcionalidad, &c.) no tiene por qué ser una operación inocua. Por el contrario, tal introducción podría alterar el sistema preexistente, sobre todo si este implicase algún criterio sistemático (si, por ejemplo, fuese una constelación semántica establecida por criterios claros, es decir, si no fuese él mismo un simple conjunto de yuxtanónimos).

Y la alteración resultante de la introducción del nuevo concepto en el sistema puede tener un calado tan profundo que nos obligue a revisar el sistema atribuido al conjunto de referencia.

Ocurre aquí como, en otro orden de cosas, ocurre con la introducción de una nueva ciencia en el conjunto de las ciencias establecido institucionalmente en una época o sociedad dada. La introducción de la nueva ciencia no se limita casi nunca a aportar un nuevo elemento en un agregado acumulativo; puede implicar la necesidad de desplazar los campos implícitamente atribuidos a otras ciencias, y aún destruirlos o reabsorberlos. Cuando Comte introduce la Sociología (o la Física social) en el conjunto del «Reino de las ciencias positivas», no se limita a pedir la admisión de una nueva disciplina por él propuesta, y destinada simplemente «a enriquecer» aquel Reino; se ve obligado a proceder de un modo polémico y no pacífico, porque la introducción de la Sociología, tal como Comte la proyectó, implicaba la eliminación por reabsorción, o por «expulsión» de la Teología y de la Psicología del Reino de las ciencias positivas.

Así también, la introducción de los conónimos en las series o conjuntos consabidos de conceptos tales como {homónimos, sinónimos, holónimos, parónimos, merónimos, hiperónimos, denominativos, unívocos, análogos de proporcionalidad, géneros plotinianos…} obliga a revisar los otros «elementos» del conjunto, y permite advertir la endeblez de sus fundamentos, así como la incoherencia asombrosa de las exposiciones lingüísticas, gramaticales, retóricas, lógicas, filosóficas… que utilizan tales conjuntos, y que acaso no tienen más alcance que el de un conjunto de yuxtanónimos.

Es interesante constatar las fechas de incorporación de estos términos a los registros de uso del español –según el CORDE– y al Diccionario de la Academia. Por ejemplo sinónimo está registrado en español desde 1603 y en el DRAE desde 1739 –«que se aplica a los nombres que con poca diferencia explican lo mismo»–; homónimo está registrado en CORDE desde 1849 y en el DRAE desde 1852 –«se dice de las voces que tienen más de un significado»–; parónimo, sin registro de uso en CORDE, se incorpora al DRAE en 1884 –«aplícase a cada uno de dos o más vocablos que tienen entre sí relación o semejanza, o por su etimología o solamente por su forma o sonido»–. Como puede advertirse, los términos aristotélicos 'homónimo', 'sinónimo' y 'parónimo' han experimentado una inversión total en estas definiciones académicas, dejando de aplicarse a las cosas para ser aplicados a nombres, voces o vocablos. De este asunto hablaremos más adelante.

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Comenzamos presentando algunas de estas incoherencias (por parte de algunos traductores del griego), que hemos advertido precisamente con ocasión de la introducción del concepto de los conónimos (lo que no quiere decir que algunas al menos, si no todas estas incoherencias, hubieran podido ser descubiertas de otro modo), en una serie o conjunto de «elementos» (paranomasia, sinonimia…) que se mantienen en la tradición con un núcleo estable, sin perjuicio de que otros muchos de estos elementos sean variables, entrando o saliendo del campo del núcleo según escuelas, épocas o lugares.

Acaso la razón de esta inestabilidad reside en la circunstancia de que no está bien definido el lugar del «sistema» implícito en el que se enmarcan estos conjuntos. Se diría que diversas disciplinas se disputan este lugar, y principalmente estas tres:

En primer lugar las disciplinas lógicas. Y consideramos aquí principalmente a las del fundador de la Lógica, Aristóteles, como autor del libro de las Categorías y de Sobre la interpretación, pero también (por la sencilla razón de tenerlos a mano), de tratados escolásticos como el de Cosme de Lerma (autor de unos Commentaria in Aristotelis Logicam –que siguen muy de cerca a Domingo de Soto o a Cayetano– publicados en Burgos en 1642 y varias veces reeditados; citamos por la séptima edición, Burgos 1734), el propio Tratado sobre la analogía de los nombres (1498) de Cayetano (traducido por Juan Antonio Hevia Echevarría, Biblioteca Filosofía en español, Fundación Gustavo Bueno, Oviedo 2005) o el tratado De Analogia de Santiago Ramírez (Ciencia Tomista, Madrid 1921-1922, ampliado en edición póstuma, Instituto de Filosofía Luis Vives, Madrid 1970-1972, 4 vols.).

Los lingüistas proceden casi siempre como si pisasen un terreno propio, libre de cualquier tipo de prejuicio (ya fuera lógico, ya fuera, sobre todo, filosófico). Sin embargo, lo cierto es que, de hecho, suelen estar ejercitando una ontología implícita, más o menos confusa, que perturba su trabajo mucho más que si reconocieran o lograran establecer cuáles son sus coordenadas efectivas.

En segundo lugar las disciplinas lingüísticas (gramáticos, traductores, &c.).

En tercer lugar las disciplinas llamadas filosóficas, sobre todo en sus tratados de ontología o metafísica. Quienes mantienen presupuestos metafísicos no actúan siempre como miembros de una institución gremial definida, sino a veces desde su condición de lógicos, de gramáticos o de traductores.

Pero estas tres disciplinas convencionales –lógicas, lingüísticas, filosóficas–, que tienen entre sí, en general, fronteras muy borrosas, llegan a desconocer prácticamente tales fronteras en el terreno en el que ahora nos vamos a mover, a saber, el del análisis de la constelación semántica o del conjunto de yuxtanónimos al que nos venimos refiriendo.

En efecto, una parte nuclear de este conjunto (homónimos, sinónimos, parónimos…) se encuentra tratada precisamente en el libro de las Categorías de Aristóteles, y en gran medida, aunque no fuera más que por razón de prioridad, cabría tomar siempre al libro de las Categorías de Aristóteles como punto de referencia.

El libro de las Categorías consta de quince capítulos (o de trece cuando los cuatro capítulos que anteceden al tratado de la sustancia se refunden en dos, o sufren otras refundiciones o desdoblamientos similares); los escolásticos reagrupaban los capítulos del libro de las Categorías en tres secciones (reagrupamiento que se ha perdido prácticamente, aunque todavía se hace referencia importante a él en la Crítica de la razón pura de Kant): los antepredicamentos (1. Homónimos, sinónimos y parónimos; 2. Términos simples y complejos; 3. Transitividad de la predicación; 4. Sobre la división en diez predicamentos), las categorías (5. Sustancia; 6. Cantidad…) y los postpredicamentos (10. Oposición; 11. Contrarios; 12. Prioridad; 13. Simultaneidad; 14. Movimiento; 15. Modos de tener).

Ahora bien: la cuestión de fondo es ésta: ¿a qué disciplina pertenece el tratado de las Categorías, el tratado que Aristóteles les antepuso «como preámbulo o premisa» –los Antepredicamentos– y el tratado que les pospuso –los Postpredicamentos–? En la escolástica esta cuestión se trataba en el mismo comienzo del comentario: el Tratado de las Categorías, ¿pertenece a la Metafísica –de hecho Aristóteles también se ocupó de las categorías en sus libros de Metafísica, por ejemplo, en el libro ∆, 1123, 1019a-1020b– o pertenece a la Lógica? El tratado de las categorías suele clasificarse siempre en el Organon.

Es obvio que la cuestión no es meramente gremial, una cuestión «de competencia» entre metafísicos, lógicos y gramáticos. La respuesta que solía darse se basaba en la distinción entre categorías y predicamentos (distinción que suele olvidarse hoy por parte de editores y traductores de Aristóteles, que identifican, sin más, categorías y predicamentos).

Las categorías son los géneros supremos; los predicamentos son la colección de todos aquellos géneros, especies, diferencias, &c., que se colocan en un predicamento, formando un árbol lógico, como el llamado «árbol de Porfirio».

La cuestión del lugar se resolvía entre la mayoría de los escolásticos «a favor de la Lógica»: Agere de praedicamentis pertinet ad Logicum (al lógico corresponde tratar de los predicamentos). Y esta conclusión se prueba así: «Los predicamentos no suponen (no se refieren) al género supremo de cualquier predicamento, sino a toda la colección de aquellas cosas que se colocan en algún predicamento; pero el lógico debe tratar de toda esta colección: luego también pertenece al lógico tratar de los predicamentos» (Cosme de Lerma, Commentaria, libro VI, cuestión 1, págs. 95-96).

Sin embargo, esta conclusión (que incluye al tratado de los predicamentos en la Lógica) no elimina la cuestión de las relaciones con la metafísica (la ontología, diremos hoy), ante todo porque los géneros supremos, cúpula de los predicamentos, eran considerados como asuntos de la ontología; y porque la primera categoría, la de sustancia, era también la que soportaba, como sujeto, a todas las demás categorías, y, por tanto, constituía la razón del cruce de los predicamentos.

En consecuencia, no parece que sea sencilla la separación entre lógica y ontología. Su conexión se aprecia mucho más profundamente a partir de la revolución darwinista, que fue, como varias veces hemos advertido, tanto una revolución lógica como una revolución biológica (bastaría tener en cuenta que el tratado de los predicamentos de Porfirio se mantenía vigente en la taxonomía de Linneo, que, desde el punto de vista lógico, no hacía sino introducir distinciones y denominaciones nuevas en la jerarquía de géneros subalternos y especies de Porfirio: especie, género, familia, orden, clase, reino). Pero el darwinismo transforma esta jerarquía porfiriana-linneana al descubrir que las especies proceden unas de otras y, con ello, los géneros, órdenes, clases, &c. Dicho de un modo sucinto: los géneros y especies distributivos de Porfirio-Linneo pasarán a ser, tras la revolución darwiniana, géneros y especies atributivos (géneros plotinianos, como solemos denominarlos).

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También los lingüistas consideran de su competencia el juzgar sobre el lugar que hoy corresponde al tratado de las categorías. Tenemos a la vista una de las últimas y más citadas traducciones de la obra de Aristóteles, presentada por la editorial Gredos (Madrid 1982), y debida a Miguel Candel Sanmartín, autor también de la introducción y notas al tomo I de los Tratados de Lógica (Organon) de Aristóteles.

Candel mantiene una perspectiva decididamente lingüística en su traducción y comentarios. Y así, al traducir el párrafo del libro de las categorías en el que Aristóteles habla de los parónimos, como «cosas que reciben la denominación de algo, pero con una diferencia en el caso (ptôsis)», traduce ptôsis por «inflexión». Y aquí lo interesante, más que la traducción, es la razón que da: «Pero Aristóteles (dice Candel en la nota 3) no entiende exclusivamente por ptôseis las distintas formas de la flexión nominal (casos de la declinación), sino cualquier conjunto de formas derivadas de un mismo lexema». Y en la nota 4 siguiente, se permite Candel hablar ya del «error aristotélico» (se refiere a cuando Aristóteles supone que en los parónimos uno de los términos deriva del otro, como grammatikós –gramático– de grammatiké –gramática– y andreîos –valiente– de andreía –valentía–):

«La raíz de este error aristotélico es su desconocimiento de la posibilidad de aislar y manejar independientemente los lexemas de los términos como bases de toda derivación o composición léxica; en lugar de ello, tiende a tomar como punto de partida los sustantivos, haciendo derivar de ellos los adjetivos: sigue, pues, no un criterio morfosintáctico, ni siquiera propiamente semántico, sino ontológico.»

Para el traductor, el error de Aristóteles habría consistido en adoptar un criterio ontológico, en lugar de adoptar un criterio lingüístico, fuera morfosintáctico, fuera semántico. Pero, ¿por qué Aristóteles debiera haber asumido la perspectiva de un lingüista? Precisamente la perspectiva de Aristóteles es ontológica, como se demuestra, de un modo evidente (aunque muchos traductores no se den ni siquiera cuenta de ello), porque lo que Aristóteles está clasificando al comienzo de las Categorías no son nombres (en el sentido general que esta palabra asume: «voces significativas», incluyendo sustantivos y adjetivos) sino cosas (seres reales, sustancias); o para decirlo en la terminología de los Atlas lingüísticos alemanes: no está clasificando Wörten sino Sachen.

En efecto, Aristóteles comienza diciendo que:

«Se llaman homónimas las cosas cuyo nombre es lo único que tienen en común»
̀Ομώνυμα λέγεται ών όνομα μόνον κοινόν…

y lo mismo con los sinónimos («Se llaman sinónimas las cosas…») y con los parónimos («Se llaman parónimas todas las cosas que reciben su denominación a partir de algo, con una diferencia en la inflexión, v.g.: el gramático a partir de la gramática, y el valiente a partir de la valentía»).

Pero lo que Aristóteles está diciendo, desde su perspectiva ontológica (que implica un componente semántico-material y no lingüístico-inmanente), es que hay cosas que, al recibir su denominación a partir de algo, lo hacen, en el caso de los parónimos, con una diferencia en la inflexión, que presupone una conexión de derivación (o de lo que sea) entre las cosas, sin que tengan aquí nada que ver los lexemas, salvo que a su vez estos lexemas (grámma y andrós, en el ejemplo) no sean interpretados como esencias semánticas indisociables de la ontología (por ejemplo, indisociables de las ideas en el sentido platónico). En consecuencia, es totalmente irrelevante, como veremos más abajo, que Aristóteles supusiera derivado el adjetivo del sustantivo, o que ambos derivasen de un tercer lexema, porque lo que es pertinente es decir que Aristóteles ha subrayado que «dos cosas» –como valiente y valentía– muestran su conexión ontológica a través de su denominación, y no directamente.

Pero hay más: Aristóteles distingue las cosas relacionadas por el nombre y el logos a través del cual estas cosas aparecen designadas. Este logos es el concepto de las mismas, y por tanto su definición (porque la definición representa al concepto, que no es ni verdadero ni falso). Pero Candel traduce logos por «enunciado» (aún reconociendo que logos puede traducirse por «definición», por «enunciado» y por «razonamiento» –Candel reproduce aquí, no sabemos si advirtiéndolo o no, la serie escolástica: concepto, juicio y raciocinio–): «Pero preferimos la traducción, más neutra, de enunciado, que tiene la 'ventaja' de poseer la misma ambigüedad que el correspondiente término griego.» ¿Dónde está la ambigüedad del término «enunciado» para quien, desde un punto de vista lógico, distingue la lógica de enunciados de la lógica de clases?

Esta distinción es imprescindible en la traducción y comentario de las Categorías de Aristóteles; y la ambigüedad que el traductor Candel atribuye a Aristóteles demuestra que es él quien no se ha enterado de que Aristóteles se sitúa en el punto de vista ontológico de las cosas (sustancias, ante todo), que se diferencian según sus conceptos (y no según los enunciados, verdaderos o falsos, que podamos hacer sobre las cosas).

Aristóteles se sitúa en la perspectiva de una ontología antrópica, que considera las cosas, pero no tomadas en una supuesta realidad absoluta, sino tal y como son delimitadas a escala de los sujetos operatorios que las conceptualizan. Y es aquí en donde el nombre (el significante) alcanza todo su valor, porque deja de ser un mero nombre en suposición material (ya sea a título de signo-mención, ya sea a título de signo-patrón, que corresponde a la «imagen acústica» de Saussure) para convertirse en una voz significativa, es decir, en un nombre tomado en suposición formal; por tanto, involucrando al concepto de la cosa por él aludida. Aristóteles, en conclusión, al definir los parónimos, está refiriéndose a cosas que, a través de su conceptualización (expresada en la denominación semántica) tienen ante sí «alguna conexión ontológica» (que es precisamente aquello que requerirá clasificar a los parónimos como una subclase de conónimos, según veremos).

Más aún: cuando Candel traduce ousia por entidad, en lugar de la traducción habitual por sustancia («…el correspondiente enunciado de la entidad es distinto…»), desbarata toda la doctrina de Aristóteles sobre la predicación, escogiendo además un término (entidad) que también se aplica a los accidentes. Y el desconocimiento de la estructura de la predicación de la lógica aristotélica y de su perspectiva ontológica le lleva a dar pasos en falso e irreversibles. Por ejemplo, cuando traduce «zôion por 'vivo' [en lugar de por animal] para salvar –escribe Candel– su predicabilidad acerca de 'retrato'», como si 'animal' respecto de 'retrato' de un hombre no fuera tan predicable como 'vivo' (teniendo en cuenta, además, que 'viviente' es considerado por Aristóteles o Porfirio como género supremo, mientras que 'animal' es considerado como el género próximo de hombre).

Y este paso en falso lleva a este traductor, «por coherencia» (pero la coherencia no es virtud, si se trata de coherencia con principios erróneos), a dar otro paso en falso, traduciendo zôion por 'vivo' y no por animal al hablar de los sinónimos (como si 'animal' que se predica de hombre y buey, en el ejemplo de Aristóteles, no fuera precisamente un género próximo, frente a 'vivo', que es género remoto y supremo, con lo cual perdemos la fuerza de la sinonimia). Desde la perspectiva habitual de un lingüista debe resultar demasiado fuerte reconocer a 'buey' y a 'hombre' como sinónimos. Por ello la raíz de este paso en falso del traductor la seguiríamos poniendo en la supuesta perspectiva lingüística desde la cual se está leyendo a Aristóteles, una perspectiva que no quiere ser ontológica, pero que, sin embargo, está siendo sustituida por una ontología implícita sustancialista atribuida ingenuamente a Aristóteles, y de la cual pretendería desmarcarse del Filósofo. Es esta pretensión de «desconexión ontológica» de la semántica lingüística lo que hace caer a tantos lingüistas, desde Saussure, en la consideración de los significantes lingüísticos como si tuvieran una conexión externa o arbitraria con los significados, cuando lo que ocurre es que los significantes, en suposición formal, están ya internamente vinculados a las cosas significadas, a través de los conceptos, y no por relaciones exentas («naturales») –aquí poco tiene que ver la problemática del Cratilo– sino por el contexto de relaciones con el sistema de cosas y significaciones que en cada caso se tienen entre manos.

La perspectiva de Aristóteles, en el libro de las Categorías, no puede pretender ser comprendida desde coordenadas lingüísticas. Como tampoco la teoría de las Ideas de Platón puede pretender ser comprendida desde las coordenadas del análisis lingüístico semántico de los clasemas de la lengua griega, ni tampoco la metodología del diálogo socrático puede comprenderse desde la metodología skinneriana de las «máquinas de enseñar». Otra cosa es que el lingüista pueda y deba aplicar sus conceptos al análisis de los textos aristotélicos o platónicos, o que la tecnología skinneriana de la enseñanza pueda aplicarse a la interpretación de los diálogos socráticos. Pero en ningún caso para «señalar errores», en el sentido de los que han sido aludidos.

Y cabe advertir, además, finalmente, un argumento ad hominem para mostrar las raíces por las cuales el lingüista no puede pretender «envolver» con sus comentarios lingüísticos al libro de las Categorías de Aristóteles. Un argumento que es, por lo demás, el más obvio imaginable: la Lingüística podría «envolver» al libro de las Categorías de Aristóteles si este libro hablase de palabras, pero no es así, como hemos visto. Porque el libro de las Categorías habla de cosas (ya se designen estas como sustancias, ya como entidades). Y para «hablar de cosas» es imprescindible disponer de unas coordenadas ontológicas desde las cuales interpretar la propia perspectiva ontológica de Aristóteles. Quien se limita a mantenerse alejado de la ontología metafísica de la sustancia, pero sin disponer de otra ontología capaz de sustituirla (como pudiera sustituirla, desde el materialismo filosófico, la ontología antrópica de las morfologías delimitadas por los conceptos), no tendrá otra alternativa que recaer en una especie de idealismo conceptualista, disimulado como perspectiva lingüística.

Otra cosa distinta a señalar supuestos errores de Aristóteles es, por tanto, debatir sobre el alcance que puede tener la perspectiva de Aristóteles al enfocar las relaciones entre cosas (sustancias o entidades) a través de nombres. Si los nombres se consideran como enteramente extraños a las cosas, parece evidente que no cabe hablar de un enfoque lingüístico-inmanente del libro de las Categorías; pero otra cosa será si los nombres a través de los cuales se establecen las relaciones de homonimia, sinonimia o paranomasia no son extrínsecos a la cosa, sino que son nombres asumidos según suposición formal, y, por tanto, según el concepto de las cosas significadas, sustancias o entidades). Por ello no cabe considerar sino como una ligereza la sustitución de zôion, animal, por 'vivo', como si fuera lo mismo la relación del hombre real y el hombre pintado (en hombre) y de hombre y buey (en los sinónimos), como vivo o como animal. Entre otras cosas porque 'vivo' incluye a las plantas, y 'animal' mantiene delimitado el campo genérico en el cual se relacionan 'hombre' y 'retrato' en los hombres, y hombres y bueyes.

Indicios de esta desorientación total que afecta a tantos lingüistas al traducir el libro de las Categorías aparecen también en muchas traducciones inglesas o alemanas. Por ejemplo, E. M. Edghill, traduce, sin más explicaciones, homónimos por equívocos, sinónimos por unívocos y parónimos por denominativos:

«Things are said to be named 'equivocally' when, though they have a common name, the definition corresponding with the name differs for each…» « On the other hand, things are said to be named 'univocally' which have both the name and the definition answering to the name in common…»

Esta desorientación de Edghill se traslada, como es natural, a otros lugares, por ejemplo y sin ir más lejos, en la Wikipedia, s. v. Categories (Aristotle), leemos:

«The text begins with an explication of what is meant by 'synonymous,' or univocal words, what is meant by 'homonymous,' or equivocal words, and what is meant by 'paronymous,' or denominative words.»

Ahora bien, la distinción escolástica entre equívocos, unívocos y análogos está concebida desde una perspectiva enteramente opuesta a la perspectiva ontológica de Aristóteles. La distinción escolástica va referida a nombres y no a cosas, mientras que la distinción aristotélica va referida a cosas y no a nombres (si bien los nombres de los escolásticos son «voces significativas», formalmente asociadas a conceptos –logoi– a través de las cuales se establecen conexiones entre cosas; no son solamente voces significativas o significantes de significados encerrados en el diccionario de una lengua o en el conjunto cotejado de diversos diccionarios). La distinción escolástica es también utilizada regularmente por los comentaristas escolásticos para traducir a Aristóteles, y en este sentido se diría que siguen la misma vía de los traductores ingleses actuales que acabamos de citar. Cosme de Lerma, en la cuestión segunda del libro VI de sus Commentaria (Utrum diffinitiones univocorum & equicovorum à Philosopho [Aristóteles] asignatae sint bonae) da por supuesto que los unívocos y los equívocos se corresponden respectivamente con los sinónimos y los homónimos (de Aristóteles), pero advirtiendo que Aristóteles no se refiere a los unívocos univocantes, ni a los equívocos equivocantes, sino a los unívocos univocados y las equívocos equivocados, puesto que «el filósofo no trata de voces, porque tratar de esto pertenece a la Dialéctica [a la Lógica] sino a las cosas mismas en cuanto significados por voces» (id est non agit hic Philosophus de vocibus, quia de his agere pertinet ad dialecticam, sed de rebus ipsius, ut significantur per voces).

6

El tratado aristotélico de las Categorías, ¿es un tratado lógico, dialéctico, o bien es ontológico?

Sin duda, es un tratado en el que estas «disciplinas» están involucradas, sobre todo cuando la clasificación aristotélica (homónimos, sinónimos, parónimos) se cruza con la escolástica (equívocos, unívocos, análogos). La clasificación aristotélica es incontestablemente ontológica, aún cuando esté involucrada con la clasificación lógico gramatical; la clasificación escolástica es lógico gramatical, aunque esté involucrada con la clasificación ontológica.

Contemplada esta cuestión desde la Teoría del cierre categorial, la intersección (o involucración) entre Lógica (material) y Ontología, implicada en los capítulos de los antepredicamentos con los que comienza el libro de las Categorías de Aristóteles, pasa claramente por el terreno de la Gnoseología, y se mantiene largamente en él. En efecto, las ciencias positivas, analizadas desde la Teoría del cierre categorial, se constituyen precisamente en el proceso de involucración de las diversas figuras gnoseológicas (dadas en cada uno de los ejes sintáctico, semántico y pragmático) con las diversas realidades materiales (y muy especialmente corpóreas) de la experiencia. La involucración de la Gnoseología y de la Ontología puede constatarse a lo largo de todos los ejes y figuras, pero se hace especialmente notoria en la figura de los términos (del eje sintáctico), en la figura de los referenciales (del eje semántico) y en la figura de los dialogismos (del eje pragmático), en la medida en que todas estas figuras se organizan a través de símbolos (σ) y objetos (O); y por símbolos (σ) hay que entender, en Teoría de la Ciencia, tanto a los símbolos del álgebra, lógica o matemática, o a los símbolos de la Química, como a las palabras utilizadas por las diversas ciencias, ya hayan sido acuñadas por ellas ('protón', 'quark', &c.), ya sean redefiniciones del lenguaje común ('agua', 'roca'). En el tomo 1 de la Teoría del cierre categorial (1992, pág. 116) constan las siguientes definiciones de las figuras citadas:

I1i, Ok) / (Ok, σj) = (σi, σj)Términos (del eje sintáctico)
II1(Oj, σk) / (σk, Oj) = (Oi, Oj)Referenciales (del eje semántico)
III2  (Si, Ok) / (Ok, Sj) = (Si, Sj)Dialogismos (del eje pragmático)

Los términos de las ciencias implican símbolos (σi), y no son concebibles al margen de símbolos (y no tanto porque expresen «pensamientos» o «significados mentales» saussureanos, sino porque designan objetos delimitados y «controlados» técnicamente) y consisten en cierto modo en relaciones entre símbolos (σi, σj), sin que por ello (como pretenden las concepciones nominalistas de la ciencia: «una ciencia no es otra cosa sino un lenguaje bien hecho») los términos de las ciencias se reduzcan a nombres, precisamente porque estos nombres no se relacionan entre sí según su suposición material, sino a través de los objetos (Ok) a los que ellos están vinculados como tales símbolos, es decir, según su suposición formal.

Los referenciales de las ciencias son, ante todo, objetos (Oi, Oj), pero en tanto están «delimitados conceptualmente» mediante símbolos (σk).

Los dialogismos son relaciones entre sujetos (Si, Sj) pero establecidas, no mentalmente (o «por telepatía») sino a través de objetos (Ok), entre los cuales hay que contar a los cuerpos de los propios sujetos operatorios que dialogan.

La involucración entre objetos (referidos a símbolos), objetos (referidos a sujetos) y símbolos (referidos a objetos o a sujetos) está en el fondo de los antepredicamentos aristotélicos. Una involucración gnoseológica constitutiva, pero que, vista desde la perspectiva de un lingüista, se interpretará como «ambigüedad».

«Conscientemente [anotaba Candel en su nota 5] respetamos la vaguedad del légesthai («decirse», «llamarse» [en el texto: «de las cosas que se dicen, unas se dicen en combinación y otras sin combinar»]) aristotélico, pues ello responde perfectamente, creemos, a la triple ambigüedad de su referencia.» (pág. 31)

Esta «triple ambigüedad» se resuelve, desde nuestras coordenadas, mediante la distinción entre «expresiones lingüísticas» (σ), «objetos extralingüísticos» (O) u «objetos extralingüísticos expresados» (S) lingüísticamente. Añade Candel:

«Dada esta triple ambigüedad (que Aristóteles no resuelve porque ni siquiera la percibe como tal), que recorre en su totalidad el tratado de las Categorías, hay que descartar traducciones rotundas y excluyentes como la de Patricio de Azcárate («palabras»), o la de Eugen Rolfes («Worte»), o incluso la de Tricot («expressions»): es preferible a todas ellas la de Ackrill («things that are said»: «cosas que se dicen»), que conserva el sentido pregnante genuinamente aristotélico.» (pág. 31.)

Pero, ¿quién le ha dicho a Candel que Aristóteles no advirtió actu exercito la triplicidad de componentes (que no ambigüedad), y precisamente por estarla advirtiendo actu exercito se refiere a ella con una fórmula global («pregnante»)? La ambigüedad estará en la nebulosa «pregnante» de quien no dispone de criterios para delimitar ese triple componente, por ejemplo, en quien no advierte la posibilidad de interpretar el texto aristotélico de las Categorías desde una perspectiva gnoseológica.

7

Para interpretar los antepredicamentos aristotélicos desde una perspectiva gnoseológica, lo primero que habrá que establecer es la distinción entre los tres ejes del espacio gnoseológico:

I. El eje semántico-ontológico nos remite a la perspectiva que se situa «desde los objetos referenciales» (O1, O2, …) en tanto se relacionan a través de las palabras o símbolos en general (σi). Según esto, los objetos, al relacionarse a través de símbolos o palabras, habrán de entenderse como objetos conceptualizados («antrópicos»), y no como realidades absolutas («objetos conocidos» metafísicos previos al conocimiento y, por tanto, a los «objetos de conocimiento»).

II. El eje sintáctico-lógicomaterial nos remite a la perspectiva que se situa «desde los términos simbólicos» (desde las palabras, por ejemplo), pero en tanto se relacionan a través de objetos, y no se reducen, por tanto, a la perspectiva de la estricta «inmanencia lingüística».

III. El eje pragmático-material es la perspectiva que se situa «desde los sujetos gnoseológicos» que se comunican entre sí dialógicamente a través de los objetos.

Parece innegable que el légesthai aristotélico –«de las cosas que se dicen»; «digo que está con»– está involucrado con el eje pragmático, y más aún, con los dialogismos y con los autologismos (que pueden ser no verbales).

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Concluimos que la clasificación inicial que Aristóteles propone en su tratado sobre las Categorías –la clasificación en homónimos, sinónimos y parónimos– está hecha desde la perspectiva semántica y, más precisamente, desde la perspectiva de los referenciales. Aristóteles, en efecto, está clasificando cosas («se llaman homónimas las cosas…»; «se llaman sinónimas las cosas…»; «se llaman parónimas todas las cosas…»). Y esto resulta sorprendente a muchos intérpretes acostumbrados a utilizar los conceptos de homónimos, sinónimos y parónimos como figuras lingüísticas que tienen que ver con relaciones entre palabras, es decir, como figuras delimitadas desde la perspectiva de las palabras de una lengua dada. Leemos en el Diccionario de términos filológicos de Fernando Lázaro (Gredos, Madrid 1953, 3ª edición 1968, por la que citamos):

«Homonimia. Igualdad entre los significantes de dos o más palabras que poseen distinto significado. Bally distingue entre homonimia absoluta, que se da entre palabras homófonas que pueden desempeñar la misma función (presa 'botín' y presa 'encarcelada', que son dos sustantivos femeninos) y homonimia parcial, cuando los significantes presentan alguna diferencia de forma: pollo y poyo.» (págs. 225-226)

(Permítaseme recordar conversaciones que, desde hace ya sesenta años, mantuve sobre estos asuntos con mi gran amigo Fernando Lázaro Carreter (1923-2004) –compañero de estudios desde el bachillerato en Zaragoza, durante la carrera en Madrid y en Salamanca como profesores, y posteriormente– en las que yo manifestaba mi asombro ante este modo de definir la homonimia, que contrastaba diametralmente con la definición de Aristóteles, puesto que iba referida a una relación entre «significantes» y no entre «cosas»; modo de definición que, por otra parte, está facilitado por la tendencia a la inmanencia lingüística de las disciplinas glosemáticas.)

Se refuerza más la perspectiva lingüística con la distinción de los homónimos en homógrafos –que poseen la misma ortografía y la misma pronunciación (canto de 'cantar', y canto 'esquina')– y homófonos, que se pronuncian igual pero su ortografía difiere (echo de echar, y hecho de hacer).

«Sinonimia. 1. Coincidencia en el significado entre dos o más vocablos, llamados sinónimos (can-perro, pelo-cabello, etc.). 2. Figura retórica, llamada también metábole, que consiste en usar palabras sinónimas en un mismo contexto: Acude, corre, vuela (Fray Luis de León)» (pág. 373)

«Parónimo. 1. Palabra fonéticamente parecida a otra: hombre-hambre, túmulo-tálamo, etc.» (pág. 315)

Pero es evidente que la clasificación de Aristóteles es una clasificación de cosas, y no de palabras. Otra cuestión es qué alcance pueda atribuirse (desde la metafísica de Aristóteles) a esta perspectiva. No basta con presuponer (como hacen algunos lingüistas) que la clasificación de Aristóteles es metafísica, y no lingüística, ignorando que la correspondiente clasificación, desde una reformulación lingüística, presupone también una ontología, solo que de carácter idealista (vinculada a la teoría mentalista de las significaciones, de Saussure), que se opone al realismo de Aristóteles, y se confunde muchas veces con la doctrina platónica del carácter natural (y no convencional o arbitrario) de la relación significante/significado.

Por supuesto, no tenemos por qué entrar aquí en esta cuestión. Para nuestro propósito es suficiente aludir a la reinterpretación materialista del texto aristotélico: «las cosas» de las que habla Aristóteles no tendrán por qué interpretarse como sustancias, en el sentido metafísico, pero sí podrán interpretarse como sustancias en el sentido actualista, es decir, como sustancias o invariantes sustanciales (no esenciales) referidas a las cosas «del mundo de los fenómenos», ya conceptualizados (delimitados, ocupando un lugar en el sistema de las cosas) por un sujeto operatorio que identifica y fija ese concepto intersubjetivamente mediante un símbolo o nombre (σ). No es necesario ni pertinente, por tanto, plantear aquí las cuestiones suscitadas por el Cratilo platónico sobre la relación originaria del nombre y la cosa, porque estamos ante la cuestión de la relación entre una cosa ya conceptualizada y su concepto asociado al nombre, y, por tanto, a su puesto en el sistema de los nombres, de los conceptos y de las cosas (todo lo cual implica el ejercicio de autologismos y de normas). Por ello, la importancia o alcance que una «clasificación de cosas» pueda tener en la interpretación del texto de Aristóteles, deriva, no de las conexiones originarias, naturales o arbitrarias planteadas en el Cratilo, entre palabras y cosas en general, sino de la conexión entre esta cosa y esta palabra a través de la cual se conceptualiza. No se están clasificando cosas absolutas a través de nombres extrínsecos y arbitrarios, sino«cosas conceptualizadas» (mediante definiciones, implícitas o explícitas, por ejemplo, las que figuran en el atlas lingüístico de una región geográfica dada) a través de los nombres correspondientes a tales conceptualizaciones.

Que las «cosas parónimas» y las «cosas sinónimas» de Aristóteles satisfacen este requisito es indudable. La definición de «cosas equívocas» presenta dificultades particulares: ¿Qué alcance interno puede atribuirse a un conjunto de cosas distintas entre sí y unificadas únicamente por su referencia a un nombre del que se dice que no tiene nada que ver con algo que pueda ser común a las cosas homónimas?

El criterio que estamos utilizando ofrece, de algún modo, una respuesta a esta cuestión central. Pues el nombre (de las cosas sólo unidas por él) habrá que entenderlo como el nombre que engloba a las diferentes conceptualizaciones que delimitan cada cosa por él significada. Es decir, la expresión «las cosas homónimas» (como hombre y retrato, respecto de animal, en el ejemplo de Aristóteles), al englobar como cosas las que tienen sólo de común el nombre, está también englobando en un nombre, «animal», a lo que se supone representado a la vez por él, el «hombre vivo» y el «hombre pintado». Por tanto, las cosas homónimas, por tener común sólo el nombre (cuya suposición formal nos remite a la vez a «hombre vivo» y a «hombre pintado») están en realidad compartiendo conceptos distintos e inmiscibles. No se trata, por tanto, de que las cosas homónimas sólo tengan en común un nombre; lo que tienen en común son ciertos conceptos diferentes, que aparecen yuxtapuestos, y no unidos por algún concepto, sino desvinculados hasta el punto de que su yuxtaposición pudiera ser disparatada. Por ello el concepto de homonímia en Aristóteles podría interpretarse como connotando un componente esencialmente crítico.

Por su parte, las «cosas sinónimas» (como hombre y buey) lo son no absolutamente, sino por relación a un nombre común, que expresa su conceptualización, es decir, por relación, en este caso, al concepto de animal (su género próximo), un género que les afecta a ambos esencialmente, al menos en el ejemplo propuesto por Aristóteles (en el que animal es, efectivamente, un género del cual son especies el hombre y el buey; circunstancia que pasa desapercibida a Candel cuando evitando la traducción de zôion por 'animal', lo traduce, ¡para «salvar su predicabilidad»!, por 'vivo').

Es decir, las cosas sinónimas no son meramente las que tienen por azar o arbitrariamente un nombre común, sino las que tienen un concepto común (animal) vinculado al nombre. Lo que quiere decir, que lo que Aristóteles llama «cosas sinónimas» (hombre y buey: ningún lingüista las vería como sinónimas) no están siendo unificadas sólo por el nombre, entendido como significante extrínseco, sino por un nombre que expresa el concepto «antrópico» desde el cual estas cosas se delimitan como sinónimos.

Otro tanto habrá que decir de las cosas parónimas: ahora las cosas están vinculadas por conceptos (por conceptos vinculados entre sí), no desvinculados como las homónimas, pero tampoco vinculados por algún concepto isológico, como pueda serlo el género (en sentido distributivo). Están vinculadas por otro tipo de conexión (que, sin duda, tiene que ver con la conexión que llamamos sinalógica, y que implica totalidades atributivas), sin que sea, por tanto, pertinente entrar en la cuestión de si esa conexión sinalógica entre las cosas parónimas es diamérica (como lo sería si se derivasen las unas de las otras) o si es metamérica (si se derivasen ambas de una tercera, como pudiera serlo el lexema o cualquier otra entidad).

De todo lo cual resulta que, desde la perspectiva aristotélica, los homónimos podrán ser interpretados como un caso límite respecto de los sinónimos o parónimos. En efecto, en estos dos casos, las cosas unificadas por el nombre son cosas conceptualizadas o bien por un concepto común (isológico) que las vincula distributivamente, compartiendo un todo distributivo, o bien por dos o más conceptos vinculados entre sí, por ejemplo, diaméricamente, como partes de un todo atributivo (aunque también pueden estar vinculados como las partes al todo atributivo, o recíprocamente). Las cosas homónimas, en cambio, no están unificadas por conceptos (distributivos o atributivos) vinculados entre sí, sino precisamente por conceptos desvinculados desde la perspectiva del campo que estos conceptos delimitan; situación que tiene un alcance gnoseológico crítico indudable, porque muestra como varias cosas (hombre vivo, hombre pintado), lejos de estar relacionadas por un concepto común (animal) –no por cualquier concepto– no lo están porque su nombre común encubre en rigor dos conceptos, que entre sí pueden mantener nada menos la distancia que hay entre lo vivo y lo pintado.

9

La clasificación que los escolásticos establecieron en su tratado de los antepredicamentos, la clasificación de los términos en equívocos, unívocos y análogos, está llevada a cabo desde la perspectiva sintáctico-material de los términos σ (que pueden ser palabras o símbolos algebraicos).

Los términos equívocos son aquellas palabras (σ, no cosas, O) cuya suposición formal remite a cosas no ya tomadas en absoluto, sino conceptualizadas. Pero tales que no tienen que ver entre sí a través de los conceptos expresados por el nombre. Los escolásticos advertían que los equívocos no son conceptos, sino nombres, «porque un concepto no puede ser equívoco». Pero con esto, en rigor, lo que se estaba diciendo era que los nombres equívocos representaban un agregado de conceptos diversos disparatados (no que no tuvieran concepto alguno). Es decir, los términos equívocos nos llevarían a la situación en la cual nos encontramos ante pares, ternas… de objetos conceptualizados disparatados entre sí, es decir, que no permiten en el contexto establecer un «concepto de conceptos». Por ello no les corresponde en el contexto un concepto, sino varios desvinculados entre sí y aún inmiscibles en el contexto (aunque pudieran ser vinculados en otro). Esto permite establecer una cierta correspondencia entre los homónimos (del eje semántico) y los equívocos (del eje sintáctico). Sin embargo su estructura es diversa, como lo pone de manifiesto el siguiente esquema (en el cual ┼┼┼┼ representa la desconexión entre O1, O2, O3, ...):

Homónimos
Homónimos
Equívocos
Equívocos

La homonimia tiene, por tanto, una estructura diferente de la estructura de la equivocidad, aunque homónimos y equívocos, sin embargo, son relaciones recíprocas. En el supuesto de interpretar σk no ya como un nombre patrón, sino como conjunto de menciones de ese nombre (σ'k , σ''k, …) podríamos reproducir de este modo la reciprocidad:

Homónimos
Homónimos
Equívocos
Equívocos

Ahora bien, habrá que poner en correspondencia los unívocos de los escolásticos con los sinónimos aristotélicos, manteniendo sin embargo sus estructuras diferentes, como se pone de manifiesto en los siguientes esquemas:

Sinónimos
(Aristóteles)
Sinónimos (Aristóteles)
UnívocosUnívocos
Sinónimos
(lingüísticos)
Sinónimos (lingüísticos)

(Representamos los signos mención mediante superíndices: ', '', ''',
representamos los nombres patrón mediante subíndices: 1, 2, 3,
las líneas punteadas representan relaciones de isología o unidad distributiva.)

La equiparación de los unívocos con los sinónimos de Aristóteles está favorecida por el concepto lingüístico de sinónimo, en el que figuran diferentes nombres (σ1, σ2, σ3) con un mismo significado (Ok). Por último, los parónimos de Aristóteles y los denominativos de los escolásticos, aunque mantienen la diferencia de perspectiva, dado que en ambos figuran varios símbolos (σ1, σ2, …) y varios objetos (O1, O2, …) admiten una transposición más fácil:

Parónimos
Parónimos
Denominativos
Denominativos

Pero los «parónimos», en el sentido lingüístico que hemos citado, ya no tienen nada que ver con los parónimos semánticos de Aristóteles.

El conjunto de términos (palabras) relacionados entre sí a través de sus significados (o cosas significadas) constituye una «constelación semántica» que, por tanto, no es equivalente a lo que los lingüistas llaman «constelaciones glosemática», en las cuales los términos no se implican a escala morfosintáctica (como en la «interdependencia») ni se «determinan» a esa misma escala, según categorías morfológico sintácticas señalables de un texto, como pueda serlo la «solidaridad» (entre los morfemas de persona y de número en las formas verbales españolas) o la «determinación selectiva», como pueda serlo la conjunción 'para qué' en español, en cuanto determina a un subjuntivo pero no recíprocamente.

Denominaremos a la constelación semántica en la que se incluyen los conceptos que venimos considerando (homónimos, sinónimos, holónimos, merónimos, parónimos, equívocos, unívocos, análogos) como «constelación semántica de los antepredicamentos» o «constelación semántica antepredicamental» (en atención al tratado escolástico De antipraedicamentis, que es el que mantiene, por escala, mayor afinidad con el punto de vista gnoseológico).

10

Nos arriesgamos a calificar de caótica la situación en la que hoy se encuentra la cuestión en la que se dirimen los conceptos de la «constelación semántica antepredicamental». Caótica porque algunos de los términos utilizados resultan ser equívocos (por ejemplo, el término sinónimo resulta ser equívoco al designar tanto la acepción aristótelica como la acepción lingüística). Caótica porque los conceptos centrales de la constelación, tales como equívocos y homónimos, como sinónimos y unívocos, presuponen definiciones estructuralmente distintas entre aristotélicos escolásticos y traductores de Aristóteles. Caótica, porque la perspectiva desde la cual se diferencian los elementos de estas constelaciones, es unas veces sintáctica, otras semántica y otras pragmática, sin que se tengan en cuenta los cambios de ejes (por ejemplo, al traducir los homónimos de Aristóteles por equívocos, o los parónimos de Aristóteles por los denominativos). Caótica también porque ni siquiera está definido el terreno en el cual esta cuestión está planteada, ni definidas por tanto las disciplinas implicadas.

Tradicionalmente esta cuestión estaba asignada a la Gramática, a la Retórica o a la Dialéctica, también a la Lógica, a propósito del tratado de los antepredicamentos y de los postpredicamentos, de los que hemos hablado. Pero ya hemos visto cómo los escolásticos señalaban la involucración de la Lógica y de la Metafísica en la teoría de las categorías, antepredicamentos y postpredicamentos.

Con el auge de la Lingüística se habría llegado a creer que todas las cuestiones concernientes a esta constelación semántica vinculada a los antepredicamentos encontraba su lugar propio en la «ciencia del lenguaje» (en la Glosemática, en la Filología). Pero caben dudas muy serias, que ya hemos suscitado, sobre la capacidad de la Lingüística para agotar el campo, sin comprometerse con la Ontología (que no ha de identificarse con el sustancialismo metafísico de los aristotélicos).

El proyecto de introducir todo el orden que nos sea posible en estas cuestiones lo hemos formulado acogiéndonos a la perspectiva gnoseológica.

Pero, tal como la entendemos, la perspectiva gnoseológica se estructura, según hemos dicho, en tres ejes: el sintáctico, el semántico y el pragmático. Ejes que, a pesar de las denominaciones, no hay que considerar como si fueran ejes lingüísticos (aunque estén tomados de la lingüística o de la semiología). Los ejes de los que hablamos son ejes gnoseológicos. El eje sintáctico, por ejemplo, en cuanto eje gnoseológico sintáctico, no se mantiene en la inmanencia de un lenguaje dado de palabras, es un eje sintáctico-material y, por eso, hemos recordado en otras ocasiones que la sintaxis gnoseológica tiene casi tanto que ver con la megalé sintaxis de Tolomeo como con la sintaxis gramatical.

Desde la perspectiva gnoseológica la sintaxis se mantiene en el círculo de las relaciones de signos con signos (σi, σj), pero teniendo en cuenta que estas relaciones se consideran mediadas siempre por los sujetos (S) o por los objetos (O).

Nuestro proyecto de reordenación, en lo posible, de este caos, se basa en la necesidad de escoger, dentro de los ejes del espacio gnoseológico, uno de ellos, evitando la confusión con otros, en todo o en parte; lo que no quiere decir que no sea preciso analizar las correspondencias e involucraciones de cada eje con los demás (por ejemplo, la involucración de los términos del eje sintáctico con los referenciales del eje semántico).

Y teniendo en cuenta que los elementos de la constelación semántica antepredicamental son términos, hemos elegido el eje sintáctico como perspectiva más adecuada para la tarea de la reordenación que nos hemos propuesto.

Ello nos lleva a la necesidad de reinterpretar los diversos términos de la «constelación antepredicamental» como relaciones establecidas entre términos de tipo σi, σj, lo que no implica reducción lingüística alguna, teniendo en cuenta que las relaciones σi, σj son interpretadas como productos relativos establecidos a través de Ok. Por ejemplo, las palabras 'triángulo' (σi) y 'trilátero' (σj) se relacionan entre sí a través del objeto geométrico designado por ellos. Pero estas palabras no son sinónimas, salvo extensionalmente, porque intensionalmente son objetos geométricos muy distintos, en principio, el triángulo y el trilátero. Entre ambos objetos hay una relación de sinalogía (y además, en este caso, necesaria: una relación que llamamos de sinexión). Con esto queremos decir que la relación entre los términos o palabras de las ciencias o afines habrá de tener siempre una base semántica ontológica; y las relaciones entre las cosas (por ejemplo los referenciales del eje semántico) habrán de entenderse siempre como relaciones conceptualizadas dentro de un sistema, y expresadas mediante palabras.

La reordenación de la constelación semántica caótica que nos ocupa (en cierto modo, una constelación de yuxtanónimos) la fundamentamos en la clasificación de las relaciones entre palabras σ a través de objetos O, que a su vez han de mantener relaciones definidas entre sí.

Como criterio principal de clasificación tomamos la distinción entre relaciones isológicas (entre objetos que asumen el papel de partes distributivas de una totalidad Շ, o unidad distributiva) y relaciones sinalógicas (entre objetos que asumen el papel de partes atributivas de una totalidad T, o unidad atributiva). Los lingüistas suelen desconocer la distinción entre totalidades distributivas y totalidades atributivas, y por ello confunden la holonimia distributiva (a la que suelen llaman hiperonimia) con la holonimia atributiva, y la meronimia atributiva con la meronimia distributiva; de este modo suelen considerar como merónimos tanto a 'azul' respecto de 'color', como a 'dedo' respecto de 'mano', pero tienden a restringir la holonimia y meronimia a la atributividad reservando la oposición hiperonimia/homonimia a la distributividad, apelando a una distinción muy grosera entre «inclusión conceptual» e «inclusión material», distinción que ignora que la relación de inclusión, en lógica de clases, es distributiva, y procediendo como si la «inclusión material» (que es una inserción atributiva) no fuese «conceptual».

En función de estas relaciones (isológicas o sinalógicas) entre los objetos, a través de las cuales se relacionan los términos (nombres, palabras, voces significativas), las clasificaremos en dos grandes clases, A y B, y estableceremos una tercera clase C definida por las relaciones entre términos que puedan considerarse como «privadas» de algunas de las relaciones que definen las clases A y B. Según esto, los términos de C no tanto niegan las relaciones A y B, sino que se suponen privados de ellas, y ésta es la única razón por la cual figuran, a traves de C, en la clasificación A, B, C.

(Las relaciones isológicas las representaremos por líneas punteadas -----,
las relaciones sinalógicas por líneas continuas ───,
la privación de estas relaciones por líneas cruzadas ┼┼┼┼.)

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Los términos de la «constelación semántica antepredicamental» se clasifican, de acuerdo con los criterios expuestos, en tres grandes órdenes, según que la relación entre los objetos (O) a través de los cuales se establece la conexión entre los nombres (σ) sean de isología distributiva (A), de sinalogía atributiva (B) o de privación de una u otra (C).

A. Isónimos

Los isónimos son términos (unitarios o plurales) que designan objetos vinculados entre sí por relaciones de isología (tales como semejanza, igualdad, analogía, identidad, equivalencia, &c.). Los isónimos se dividen en dos grandes grupos, según que los símbolos sean unitarios o plurales.

1. Isónimos unitarios

Los isónimos unitarios son aquellos que constan de una sola voz (σk). Los isónimos unitarios constan por tanto de una sola voz significativa que designa objetos diversos (O1, O2, O3) entre los cuales medie una relación isológica expresada por el concepto o definición asociado a σk.

Los isónimos se clasifican en dos grupos según que las relaciones entre los objetos sean simples o compuestas.

1.1. Los isónimos unitarios simples se corresponden obviamente con los unívocos (son unitarios puesto que constan de un único nombre patrón; que podría interpretarse en forma de relación reflexiva por Ok/Ok). Pero también se corresponden con los llamados holónimos distributivos, equivalentes a veces con los hiperónimos (cohipónimos son los hipónimos de un hiperónimo, como 'perro', 'gato', 'chacal'... son cohipónimos del hiperónimo 'animal').

1.2. Cuando los isónimos unitarios sean compuestos (relaciones de proporcionalidad entre los objetos O'1/O'2 = O'3/O'4) hablaremos de analogía de proporcionalidad o de proporción compuesta.

Como caso especial de términos unívocos (1.1) que a la vez son análogos (1.2) podemos citar los llamados, en una importante corriente escolástica, análogos de desigualdad que (definidos semánticamente) son las cosas que tienen un nombre común pero cuyo concepto, de acuerdo con el significado de este nombre, es exactamente idéntico aunque desigualmente participado, como ocurre con cuerpo predicado del Sol y de una roca, o de animal predicado de hombre y de buey: para el lógico estos predicados son unívocos; para el filósofo natural, que investiga las naturalezas, son análogos de desigualdad (véase la exposición de Cayetano, en su Tratado de la analogía de los nombres, edición citada, capítulo I, 5, página 47: «A estos análogos el lógico los llama 'unívocos' y el filósofo 'equívocos', pues mientras aquél considera las intenciones de los nombres, éste investiga las naturalezas»).

Conviene tener presente, para el entendimiento de la cuestión que nos ocupa, que tanto Cayetano como Lerma –y, por supuesto, otros escolásticos anteriores y posteriores– distinguían tres clases de analogías: los análogos de desigualdad (analogia inaequalitatis), los análogos de proporcionalidad (de proporción compuesta de cuatro términos) ya fuera propia ya fuera impropia o metafórica, y los análogos de atribución (o de proporción simple) o denominativos, ya fueran denominaciones intrínsecas ya fueran denominaciones extrínsecas. Sin embargo, estas clases y subclases de analogías no se interpretaban siempre del mismo modo. Por ejemplo, Santiago Ramírez suponía que la sustancia corpórea («cuerpo», predicado del Sol y de una roca, es decir, predicado de un cuerpo incorruptible y de un cuerpo corruptible) se predica unívocamente, en sentido lógico, pero analógicamente en sentido físico (Ramírez, De Analogía, C. II, A. 2, a, §III, 271, págs. 468-ss.). A muchos lectores de hoy (sobre todo a los lectores cristianos «pasados por Zubiri» que conocieron a Ramírez tan sólo como crítico de Ortega) les bastaría este texto de Ramírez para descalificarlo como autor anacrónico que sigue fundando un concepto lógico, el de analogía de desigualdad, en la doctrina anticuada de los astros incorruptibles. Sin embargo habría que tener en cuenta, y no solo como argumento ad hominem contra los críticos cristianos-zubirianos de Ramírez, que la doctrina de las sustancias corpóreas incorruptibles no se circunscribe únicamente a la teoría aristotélica de los astros divinos, sino que también se utiliza en la Teología dogmática cristiana para establecer la doctrina tomista de la transubstanciación, según la cual el Corpus Christi eucarístico divino es una sustancia material, remota quantitate, incorruptible. Por otra parte, Ramírez, coincidiendo con Suárez, aunque por motivos distintos, daba primacía a la analogía de atribución, respecto de la analogía de proporcionalidad, pero mientras Suárez tendía a aproximar esta analogía a la metafórica, Ramírez acepta también la posibilidad de la analogía de proporcionalidad propia, aún admitiendo también la posibilidad de la analogía de atribución interna (que a su vez tendría dos modos: la «analogía según la intención y no según el ser» y la «analogía según la intención y según el ser»). En la introducción al Tratado de la analogía de los nombres de Cayetano, Hevia Echevarría ofrece una exposición sinóptica muy clara de las posiciones de Cayetano, que defendió, como también Lerma, la primacía de la analogía de proporcionalidad sobre la analogía de atribución.

La diferencia de estructura entre los isónomos unitarios simples y los compuestos puede representarse en los siguientes esquemas:

Isónimos unitarios unívocos
1.1. Isónimos unitarios unívocos (géneros porfirianos),
conceptos sustancialistas (de Cassirer)
 

Isónimos unitarios análogos de proporcionalidad propia
1.2. Isónimos unitarios análogos de proporcionalidad propia,
características de las funciones (de conceptos o de ideas funcionales)

2. Isónimos plurales

Los isónimos plurales implican varias voces (σ1, σ2, σ3) cada una de las cuales designa objetos con relaciones de igualdad, equivalencia, semejanza y en el límite identidad. Este concepto de isónimo plural corresponde a los sinónimos de los lingüistas (se discute, por los lingüistas y por los lógicos que tratan de los llamados juicios analíticos, si existen realmente sinónimos en un lenguaje dado, y si las palabras llamadas sinónimas no tienen siempre alguna diferencia de matiz). En cualquier caso, habrá que distinguir entre los sinónimos simple (diferentes nombres designando «teóricamente» a un mismo objeto: 'docena de docenas'-'gruesa') y los sinónimos compuestos ('telescopio'-'catalejo', que designan objetos distintos pero tales que entre ellos media una proporcionalidad estructural).

2.1. Isónimos plurales simples:

Sinónimos simples
 
Sinónimos simples
 

2.2. Isónimos plurales compuestos:

Sinónimos estructurales
 
Sinónimos estructurales
(y análogos de proporcionalidad metafórica)

 
B. Conónimos

Los conónimos son términos (unitarios o plurales) que designan objetos diferentes pero vinculados por nexos sinalógicos o atributivos.

Los conónimos pueden clasificarse por el mismo criterio que ha sido utilizado para clasificar los isónimos:

3. Conónimos unitarios (de una sola voz)

El concepto de conónimos unitarios corresponde casi literalmente a lo que los escolásticos llamaban «denominativos».

«Denominativo» era en efecto el nombre que recibían los análogos de atribución (σ) que se predicaban propiamente de un primer analogado (O1) y «por denominación» de los analogados segundos (O1, O2, O3, …On) cuando éstos mantenían entre sí relaciones de causa, efecto, signo, &c. Los análogos de atribución no solían considerarse como conceptos simples sino como «ensamblaje de conceptos», y de ahí que se les considerase a veces como equívocos simpliciter. En realidad los denominativos son claramente un tipo de conónimos: son conónimas las modulaciones del análogo de atribución (SkO1, SkO2, SkO2…) –en el ejemplo habitual escolástico: sano dicho del animal es conónimo de sano dicho de la orina o de sano dicho del alimento). Ahora bien, los análogos de atribución eran considerados por algunos escolásticos como denominaciones extrínsecas (así Cayetano) mientras que otros comentaristas admitían la posibilidad de que los denominativos fueran intrínsecos. Los que venimos llamando géneros plotinianos (imprescindibles en el análisis de la lógica no porfiriana del darwinismo) pueden asimilarse por este cauce a los análogos de atribución intrínseca: 'reptiles' y 'aves', que en la lógica de Porfirio-Linneo eran especies del género (lógico) unívoco 'vertebrado', podrán ser interpretados ahora como conónimos por atribución interna sucesiva de vertebrado, como primer analogado (amphioxus, peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos).

Los «análogos de desigualdad» serían a la vez unívocos (desde el punto de vista de la intención predicativa lógico abstracta) y análogos de proporción compuesta, variable o graduada (desde el punto de vista del resultado de la composición del predicado con el sujeto, tal como la llevan a cabo los naturalistas).

También son conónimos unitarios los llamados holónimos (atributivos) como 'automóvil' respecto de 'chasis', 'cigueñal', 'cilindro', 'volante', &c.

4. Conónimos plurales (de varias voces): heterónimos

Los heterónimos son conónimos que implican diversas voces (palabras, nombres, ya sean con diversidad de patrones, ya sea con diversidad de menciones) pero designando objetos que mantienen relaciones sinalógicas atributivas muy diversas tales como:

4.1. Relaciones de parte a todo atributivo ('parietal'-'cráneo').

4.2. Relaciones de parte a parte de un todo atributivo ('tibia'-'peroné'), es decir, los llamados merónimos (atributivos).

4.3. Relaciones de intersección ('religión'-'sagrado').

4.4. Relaciones de contigüidad ('adosado'-'conectado', 'enchufado'-'acoplado').

4.5. Relaciones de oposición ('frío'-'caliente'). Según esto, los antónimos se reducen a la condición de un caso particular de conónimos.

4.6. Correlativos ('derecha'-'izquierda', 'padre'-'hijo').

4.7. Solapados ('bienestar'-'felicidad'-'placer'-'satisfacción'-'alegría'-'leticia') ('sociedad civil'-'sociedad política', en el sentido que actualmente se da a estos términos, no en el sentido tradicional en el que eran sinónimos).

4.8. De derivación: los parónimos de Aristóteles.

4.9. De implicación ('triángulo'-'trilátero': en este caso, como hemos insinuado, hay cononimia intensional, aunque extensionalmente 'triángulo' y 'equilátero' puedan considerarse como sinónimos).

Conónimos unitarios
 
3. Conónimos unitarios
Denominativos (análogos de atribución y géneros plotinianos-darwinianos)
Conónimos plurales
 
4. Conónimos plurales
Heterónimos (parónimos de Aristóteles, antónimos, &c.)

Los conónimos forman series o conjuntos (o listas, o tandas, o enumeraciones, o familias, o constelaciones) en función de un contexto [Ca, Cb, Cc, Cd,... Cn] que puede, según los criterios de enumeración, ser cerrado (cuando no cabe extraer de él ninguno de sus términos) o abierto, bloqueado (cuando no cabe admitir en él a otros términos) o permeable, cerrado y bloqueado, cerrado y permeable, abierto y bloqueado; asimismo sus términos pueden estar ordenados o inordenados, pueden ser parte de un todo atributivo, según capas de rango diverso, o partes de un todo distributivo, también según niveles distintos (especies, géneros, órdenes... de una misma clase o de un mismo tipo). Las palabras metonímicas ('iglesia', 'templo') pueden considerarse como conónimos plurales.

Los criterios de enumeración de los conónimos se suponen ejercitados antes que representados, y se mantienen originariamente en un plano «empírico» o «fenoménico», por tanto confuso (es decir, con criterios diversos no bien distinguidos). Cuando una lista de conónimos sea reinterpretada como una clasificación descendente, ese conjunto se transformará en una clasificación sistemática, y por ello las clasificaciones ascendentes se muestran más próximas a los conónimos que a las clasificaciones sistemáticas.

Las constelaciones de los conónimos (puesto que no cabe considerar conónimos a todos los términos de un diccionario) se mantienen en las diversas categorías. Damos algunos ejemplos de series de conónimos con posibles denominaciones tomadas de su materia:

biónimos: [célula, tejido, herencia, evolución, mitosis]

quarknónimos: [arriba, abajo, extraño, encantado, fondo, cúspide]

aritnónimos: [cardinal, ordinal, doble, triple, decenas, centenas, adición, multiplicación, división, fracción]

reginónimos: [Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio, Tarquino el antiguo, Servio Tulio, Tarquino el soberbio]

nucleónimos: [electrones, protones, neutrones]

trigonónimos: [mediana, mediatriz, bisectriz]

hierónimos: [religión, superstición, magia, fetichismo, ateísmo, chamanismo]

Los conjuntos de conónimos correlativos no sólo pueden formarse como clases uniádicas, sino también como clases diádicas, triádicas, &c. Así los llamados generónomos pueden considerarse conónimos cuyos elementos son pares de términos con significados correlativos pero de género gramatical opuesto: [(padre, madre), (hermano, hermana), (marido, esposa), (abuelo, abuela), (tío, tía)].

Advertimos como las constelaciones de conónimos no son constelaciones semánticas, ni tampoco series de yuxtanónimos.

 
C. Homónimos

Los homónimos resultan de relaciones entre palabras (σ) a través de objetos (O) que aún no teniendo entre sí conexiones significativas (a escala de los conceptos definidos por los nombres) aparecen como privados de ellas. Esta privación es la que hace que las relaciones de homonimia gnoseológica no sea una mera relación gramatical o lingüística (como la de paronímia lingüística, la de asonancia, la de consonancia o la de rima).

5. Homónimos unitarios (de una sola voz)

Los homónimos unitarios se corresponden puntualmente con los equívocos.

Equívocos
5. Homónimos unitarios. Equívocos

Los términos equívocos, en efecto, pueden redefinirse como homónimos de una sola voz, que, por tanto, se confunden con isonómos o conónimos, pero que cuando se les priva críticamente de esta relación confusa se manifiestan como equívocos. Los equívocos no son, según esto, conceptos, pero no, como hemos dicho, porque sean meros nombres, sino porque designan varios conceptos sin conexión mutua. Para que los equívocos de una sola voz puedan considerarse como conónimos (que requieren varias voces) es suficiente interpretar sus nombres como palabras-mención (σ'k, σ''k, σ'''k).

6. Homónimos plurales

Los homónimos plurales constan de varios términos (sean de palabras-mención, σ'k, σ''k, σ'''k, sean de palabras-patrón σ1, σ2, σ3, …)

Homónimos unitarios
 
6.1. Homónimos plurales
Equívocos
Homónimos plurales
 
6.2. Homónimos plurales
Homónimos gramaticales

Los parónimos gramaticales (tipo 'túmulo'-'tálamo'), los homónimos gramaticales ('echo'-'hecho'), absolutos o particulares, homófonos u homógrafos, aunque mantienen relaciones en principio gramaticales y no lógicas, pueden desempeñar el papel de equívocos.

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Resumimos sinópticamente los conceptos utilizados en esta reordenación de los términos (disjecta membra) de la constelación semántica antepredicamental (en la cual los predicables –notas genéricas, específicas, diferenciales, propios constitutivos y distintivos, accidentes– se corresponden, y correspondencia no es identidad, con los semas que la semántica lingüística determina en sus análisis inmanentes):

 
A. Isónimos. Una constelación de isónimos es un conjunto (uniádico, diádico, &c.) de palabras cuyos objetos significados mantienen entre sí relaciones de isología distributiva.
 
1. Unitarios
 
• Unívocos (géneros porfirianos-linneanos)
• Análogos de proporcionalidad
(características de funciones-conceptos o de funciones-ideas)
 
2. Plurales
 
• Sinónimos
 
B. Conónimos. Una constelación de conónimos es un conjunto (uniádico, diádico, &c.) de palabras cuyos objetos significados mantienen entre sí conexiones sinalógicas atributivas.
 
3. Unitarios
 
• Denominativos (análogos de atribución)
• Denominativos intrínsecos (géneros plotiniano-darwinianos)
• Denominativos extrínsecos
 
4. Plurales
 
• Heterónimos
(como antónimos, parónimos de Aristóteles, metonímicos...)
 
C. Homónimos. Una constelación de homónimos es un conjunto de palabras que aún no teniendo entre sí conexiones significativas (a escala de los conceptos definidos por los nombres) aparecen como privados de ellas.
 
5. Unitarios
 
• Equívocos
 
6. Plurales
 
• Homónimos gramaticales
• Parónimos gramaticales, &c.

 

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