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El Catoblepas, número 70, diciembre 2007
  El Catoblepasnúmero 70 • diciembre 2007 • página 11
Polémica

La física privada de Javier Pérez Jaraindice de la polémica

Francisco José Soler Gil

O como un filósofo sin complejos puede reinventar
la ciencia desde el sillón de su casa

En este artículo se comentan algunas alusiones de Javier Pérez Jara a la teoría cuántica y la teoría general de la relatividad, extraídas de su artículo «Monismo, espiritualismo y teología» (El Catoblepas, nº 68, página 9, octubre 2007). El propósito de este artículo es advertir, a través de la discusión de un caso concreto, de las dificultades que entraña el diálogo (por lo demás necesario) entre la física y la filosofía

1. Introducción

Lo primero que me gustaría dejar bien claro –para que nadie piense que este artículo va destinado a defender la incomunicación entre la filosofía y las ciencias naturales– es que, a mi modo de ver, necesitamos con urgencia intensificar el diálogo entre los físicos y los filósofos. Y lo necesitamos porque hay toda una serie de preguntas esenciales de cara a la construcción de una imagen verosímil del mundo, cuyo tratamiento requiere tanto la reflexión conceptual de la filosofía de la naturaleza como la experimentación y la búsqueda de evidencias empíricas de la física. Preguntas relativas a la naturaleza del tiempo, del espacio, de la materia, del universo, de la causalidad &c. &c., que reclaman la aplicación de conocimientos y destrezas argumentativas que, hoy por hoy, a duras penas podrá abarcar una sola persona.

Igualmente me gustaría dejar bien claro, desde el primer momento, que no tiene sentido que cada una de las partes implicadas en este diálogo exija de la otra un discurso impecable cuando se sale de su terreno. ¡Porque entonces ya no haría falta ningún diálogo!

Es natural que el físico cometa algunos errores al tratar de extraer las consecuencias filosóficas de su trabajo, como es natural que el filósofo cometa algunos errores al tratar de entender los modelos que maneja el físico. Y es tarea del diálogo interdisciplinar el ir depurando los planteamientos de unos y de otros, con la esperanza de que se pueda con ello arrojar, poco a poco, algo de luz en el gran enigma de la naturaleza.

Sin embargo, no todo vale. No basta con la buena voluntad de iniciar un diálogo, o de tener en cuenta las aportaciones de la otra parte, al ponerse uno a indagar en los temas fronterizos entre la física y la filosofía. Además de la buena voluntad hay que entender algo, y poseer una cierta base de conocimientos de lo que se hace al otro lado de la frontera.

Más aún, conviene advertir que en este asunto no hay reciprocidad: Las concepciones erróneas del filósofo en relación con las teorías físicas dificultan mucho más el diálogo interdisciplinar que las ingenuidades que el físico pueda comenter al tratar de extraer los aspectos filosóficos de las mismas. Semejante falta de reciprocidad obedece a varias razones, de entre las cuales bastará con apuntar estas dos:

La primera es que, por lo general, resulta mucho más fácil detectar un error en la comprensión del contenido de una teoría física que en los razonamientos interpretativos posteriores de carácter filosófico. Y es evidente que los errores más obvios son también los más feos y los menos perdonables.

La segunda razón es que habitualmente el punto de partida de las reflexiones fronterizas entre la física y la filosofía viene dado por las teorías físicas exitosas. Y por ello, si éstas no se entienden bien, el peligro de que los razonamientos filosóficos posteriores estén viciados es muy grande.

La consecuencia práctica de lo anterior es que un filósofo debería andarse con mucho cuidado cuando apoya su discurso en la física. De manera que, antes de publicar sobre estos temas, debería, al menos, consultar con algún especialista las referencias que incluya a las teorías o a los modelos físicos concretos.

Desgraciadamente, la humildad no es una virtud distintiva de los filósofos. Razón por la cual salen a la luz tantas páginas que, en rigor, tendrían que haber sido destinadas a la papelera. El daño que se deriva de estos textos no es menospreciable. Pues, por una parte, contribuyen a cimentar el desprestigio de la filosofía entre los científicos, y por otra, al ser tomados como referencia para el trabajo posterior de otros filósofos, aumentan de modo efectivo la confusión, y dificultan así el diálogo interdisciplinar al que aspiramos.

Como ejemplo de este tipo de aproximaciones negativas a la filosofía de la naturaleza, le propongo al lector de El Catoblepas que repasemos en las páginas siguientes algunas de las numerosas referencias a la física que pueden encontrarse en el artículo «Monismo, espiritualismo y teología», publicado en el número 68 de esta misma revista. En realidad, no se trata de un ejemplo especial. Textos así hay muchos. Pero, precisamente por su carácter de caso típico, el artículo de Pérez Jara puede servir mejor de ilustración de la problemática que estoy tratando de presentar aquí. Además, por haber sido publicado hace poco, algún lector de El Catoblepas recordará aún el artículo, y podrá comparar la crítica que sigue con la impresión que guarde del mismo. Lo que siempre constituye un ejercicio interesante.

Eso sí, conviene subrayar que esta crítica no pretende ser el inicio de ninguna polémica. A mi modo de ver, los errores de comprensión de las teorías físicas se prestan poco a la polémica. Las teorías se entienden o no se entienden. Otra cosa son los temas filosóficos asociados con ellas: Por ejemplo los problemas de interpretación de los aspectos de su formalismo que podemos asociar con tal o cual rasgo de la realidad, los problemas de consistencia entre teorías o entre modelos, &c. Pero no es de eso de lo que tratan las páginas siguientes. De modo que aviso, desde ya, que, por mi parte, no habrá réplicas ni contrarréplicas, en caso algún lector de la revista crea conveniente aportar sus puntos de vista. (Que bienvenidos sean).

2. La incursión físico-teológica de Javier Pérez Jara

«Monismo, espiritualismo, y teología» es un artículo de temática variada. El origen del mismo se encuentra en el debate que ha tenido lugar en la revista de filosofía Thémata, a raíz de la publicación del libro –excelente, por cierto– «Los filósofos y la libertad» de Juan Arana. Pero el tema de la libertad no es más que uno de los muchos tratados en el artículo de Javier Pérez Jara. Además de la libertad, entran en escena «la Idea tradicional de Dios, contemplada desde los atributos de Omnipotencia y Omnisciencia [...], el espiritualismo, el monismo, el indeterminismo ontológico, el Big bang, la posibilidad de «acciones a distancia» [...] [y] el monismo fisicalista». Todo un programa.

En apenas unas sesenta páginas (en mi versión word del texto de Javier Pérez Jara) quedan inexorablemente refutadas todas estas ideas. Y el lector, que contempla su hundimiento, termina cayendo en la cuenta de que posiblemente, de todos los enfoques ontológicos propuestos en la historia de la filosofía, sólo haya uno que no es autocontradictorio e inconsistente.

Para los que hemos pasado ya bastantes años de nuestra vida luchando por sopesar los distintos planteamientos filosóficos, y buscando las posibles ventajas parciales que, en un determinado tema, puedan tener unos sobre otros, el artículo de Javier Pérez Jara viene a ser como la salida de la caverna. ¡Qué maravillosa simplificación de la tarea del pensamiento!

No obstante, conviene que no nos dejemos llevar por el entusiasmo precipitadamente. Y es que, por ejemplo, al referirse Javier Pérez Jara a las múltiples contradicciones de la «Idea tradicional de Dios» –sin duda alguna, el tema estrella del artículo– la supuesta demostración de tales contradicciones se reduce a la mención de pasada de una serie de temas (contradicción entre la omnisciencia y la omnipotencia divina y la libertad humana, o entre la bondad divina y el mal en el mundo, o entre algunos de los atributos divinos, o entre el Dios de la filosofía y el de las religiones) que han sido respondidos ya, no una, sino mil veces por la teología natural.

De hecho, si prestamos atención tan sólo a la corriente actual de teología natural anglosajona, y mencionamos no más que autores «en activo», encontraremos la obra de filósofos como William Lane Craig (especialmente indicado para el tratamiento de las cuestiones relativas a la relación entre la eternidad de Dios y la temporalidad del mundo) Georg Ellis y Alvin Plantinga (que han estudiado, desde dos enfoques diferentes, la comprensión de la existencia del mal en clave del teísmo cristiano), Richard Swinburne –que ha discutido todos los «problemas» de consistencia que menciona Pérez Jara, más otros que éste no menciona– Ian Barbour, Michael Heller, John Polkinghorne, y un larguísimo &c. de filósofos y teólogos muy competentes, que vienen argumentando, entre otros muchos temas, contra las supuestas contradicciones del pensamiento teísta.

Pero será mejor que no nos desviemos de nuestro asunto, que no es el de las opiniones teológicas de Javier Pérez Jara, sino el de sus referencias a las teorías de la física. Por lo que respecta a la teología, y, en general, a la reducción al absurdo de todo el pensamiento salvo el materialismo filosófico, demos un voto de confianza a nuestro autor, y supongamos que éste, después de una lectura atenta y pausada de la obra de los teólogos mencionados –más el estudio riguroso de las posiciones de otros cuantos cientos de filósofos de toda la historia– ha ido descubriendo que todos sus argumentos eran falaces. Y esperemos confiadamente el momento en el que nos ofrezca su opus magnum, en el que se detallarán todas estas refutaciones que ahora echamos en falta.

En cierto sentido, las secciones siguientes podrían interpretarse como mi aportación personal a la realización de esta obra. Una aportación modesta pero eficaz, consistente en amonestar a nuestro autor, para que en lo sucesivo evite que su discurso quede salpicado de referencias incorrectas a las teorías de la física.

Vamos, pues, a ello.

3. La actitud teórica de Javier Pérez Jara con respecto a la relación entre las ciencias y la filosofía

En el resto del artículo, vamos a discutir algunos ejemplos del manejo que Javier Pérez Jara realiza de las teorías físicas contemporáneas, y en concreto de la mecánica cuántica y de la teoría general de la relatividad. Por este motivo, puede resultar interesante que nos preguntemos, en primer lugar, cuál es la actitud teórica de este autor con respecto a la relación entre las ciencias y la filosofía. En el apartado 16 de «Monismo, espiritualismo y teología» encontramos sobre este particular un razonamiento interesante, que paso a reproducir:

«[...] para hablar sobre el Big bang o el problema del «indeterminismo cuántico» hacen falta conocimientos de Física, como igualmente, podríamos añadir, para hablar de la conciencia o del ego hacen falta conocimientos de Psicología, Fisiología o Neurología, para hablar de Filosofía política hacen falta conocimientos de Sociología, Antropología, o Historia, &c., &c. La Filosofía, en suma –al menos tal es la tesis que a la que me inscribo–, requiere de las ciencias positivas sobre las que apoyarse, porque las Ideas filosóficas presuponen los conceptos científicos categoriales, sin perjuicio de que luego haya una retroalimentación, y muchos conceptos científicos estén inspirados, o «envueltos» por Ideas filosóficas [...].
Aclarado esto podríamos llegar incluso a sostener lo siguiente, pese a que suene escandaloso para muchos, a saber: que una Filosofía que no tenga «contacto directo» con los conocimientos científicos fundamentales de su tiempo es una pseudo-Filosofía; probablemente no sea más que retórica vacía o ingenua, cuando no decididamente falsa. [...].
Estoy de acuerdo [...], por tanto, en la necesidad de saber (por supuesto de modo riguroso, no superficial o ingenuo) contenidos científicos a la hora de hablar de problemas estrictamente científicos, o problemas (como el Big bang) que [...] presuponen, desde luego, conocimientos científicos».

Me gustaría subrayar que subscribo palabra por palabra la opinión de Javier Pérez Jara en este punto. Más aún, creo que el párrafo que acabamos de reseñar ilumina muy bien la importancia del problema que estamos considerando: Una filosofía que no tenga contacto directo con los conocimientos científicos fundamentales de su tiempo no es más que una pseudo-filosofía. Se queda en una retórica vacía o ingenua. Razón por la cual, es cuestión de vida o muerte para el filósofo entender la ciencia de un modo riguroso.

Apliquemos, pues, este razonamiento a su propio autor, y preguntémonos cómo de riguroso es el conocimiento que Javier Pérez Jara posee de la física de su tiempo. En los próximos apartados vamos a estudiar dos ejemplos que considero bastante significativos, entresacados del texto de «Monismo, espiritualismo y teología». El primero de ellos referido a la teoría cuántica, y el segundo a la física relativista.

4. Mecánica cuántica, variables ocultas y el fenómeno de la no-localidad

El apartado 6 de «Monismo, espiritualismo y teología» lleva un título muy expresivo: «El presunto «indeterminismo ontológico» de la mecánica cuántica se basa en una falacia idealista. Sobre la «no completud» de la Mecánica Cuántica».

Y la postura defendida ahí por nuestro autor puede resumirse del siguiente modo: La mecánica cuántica, a lo sumo, ha demostrado que no sabemos, o que no sabremos –el ignoramus o el ignorabimus, según nos dice Pérez Jara– los motivos de determinados eventos físicos. Pero de todas maneras tienen que existir estos motivos, porque de lo contrario estaríamos ante un caso de emergencia metafísica, que es algo absurdo –añado: él sabrá por qué–.

De manera que, según reza el título de dicho apartado, estamos ante la «no completud» de la mecánica cuántica. ¿Y cómo habría que completarla para que la teoría cumpliera los requisitos de inteligibilidad impuestos por Pérez Jara? Pues, según se colige de algunos pasajes del texto, la clave estaría en la existencia de algún tipo de variables ocultas:

«De nada sirve argumentar que estoy «emperrado» en que haya determinismo ontológico, y que por tanto postulo ad hoc «variables ocultas» desconocidas por la física actual, &c., porque, a priori, mi presunto «emperramiento» es, por lo pronto, tan gratuito como el «emperramiento» de signo contrario, consistente en sostener ad hoc que no existen tales variables ocultas, y que por tanto la indeterminación gnoseológica demuestra la indeterminación ontológica a nivel subatómico. Yo por lo menos puedo esgrimir que afirmar que «lo que no conozco, no existe», es un sofisma de grandes proporciones, y que es bastante problemático, por no decir absurdo, pensar la misma idea de una emergencia metafísica, esto es, de un movimiento o aparición en la realidad sin ningún motivo o razón».

Hasta aquí todo va bien. Efectivamente, parece que la teoría cuántica podría «completarse» con el postulado de la existencia de variables ocultas, que asegurarían el anhelado determinismo. Y, de hecho, por ejemplo, la famosa interpretación de Bohm va por ahí. Se puede discutir hasta qué punto esta interpretación es ad hoc, o no. O si resuelve bien los puzzles de la interpretación estándar o simplemente los cambia por otros, &c. Pero esto son cuestiones para especialistas. De manera que yo no le reprocharía nada a Javier Pérez Jara si éste sostuviera, por ejemplo, la interpretación de Bohm sin tener en cuenta el debate que existe actualmente en torno a si es posible, o no, considerar de una manera realista las trayectorias de las partículas cuánticas que se describen en esta interpretación. [El lector interesado en este tema puede consultar, por ejemplo, la comunicación de Mari Cruz Bosca en las actas del quinto congreso de la Sociedad de Lógica Metodología y Filosofía de la Ciencia en España, así como las referencias bibliográficas ahí contenidas].

Pero lo que sí que resulta sorprendente es que, después de haber optado por completar la mecánica cuántica con ayuda de las variables ocultas en el apartado 6 de su artículo, luego en el apartado 7 afirme la «imposibilidad ontológica de la acción a distancia». Y el motivo de mi sorpresa es muy sencillo: Ya hace bastantes años que John Bell ha demostrado que las únicas variables ocultas compatibles con la mecánica cuántica son aquellas de carácter no local, es decir, aquellas que admiten correlaciones características de una auténtica acción a distancia. Y es una demostración muy famosa, cuya validez es aceptada por la generalidad de los especialistas. Una demostración que además puede consultarse en castellano, en su libro «Lo decible y lo indecible en mecánica cuántica». [Muy ilustrativo de la situación cuántica en relación con la acción a distancia es el capítulo 16 del mencionado libro: «Los calcetines de Beltmann y la naturaleza de la realidad»]. De manera que, como bien resume Sánchez Gómez en su introducción a la edición española del libro de Bell:

«[...] la característica esencial de la mecánica cuántica es la no-separabilidad, el hecho de que esta teoría contemple la existencia de «misteriosas» correlaciones a distancia de una naturaleza absolutamente diferente de las correlaciones usuales o «clásicas». La peculiaridad de las correlaciones cuánticas, el ser instantáneas y, por lo tanto, no trasmitirse de manera «dinámica» entre los sistemas involucrados (y, no obstante, no provenir de propiedades comunes previas como es el caso de las correlaciones «clásicas») supone un auténtico rompecabezas para los interesados en la fundamentación de la teoría cuántica».

Digámoslo en una frase: La teoría cuántica es incompatible con la existencia, a un nivel más profundo de descripción física, de variables ocultas (deterministas o no, eso es lo de menos) que excluyan la acción a distancia.

Por consiguiente: O bien Javier Pérez Jara renuncia a sus variables ocultas y se conforma con el indeterminismo que él denomina ontológico (y que yo denominaría mejor «indeterminismo físico», para dejar la puerta abierta a la posibilidad de que haya en la realidad fuentes de determinación de carácter completamente diferente); o bien se mantiene en la hipótesis determinista, pero admite que los sistemas cuánticos pueden influirse instantáneamente a distancia; o bien simplemente declara que la mecánica cuántica es una teoría profundamente equivocada.

Ojo: digo profundamente equivocada, y no simplemente incompleta. Porque lo que los trabajos de Bell han mostrado es precisamente eso: que la teoría cuántica no se puede completar de la manera que Javier Pérez Jara (y tantos otros, eso hay que reconocerlo) desearían.

Yo no sé si la escuela filosófica a la que se adhiere Javier Pérez Jara exige realmente el determinismo y la negación de la acción a distancia. No conozco el materialismo filosófico tanto como para juzgar hasta qué punto estamos ante requisitos esenciales de este pensamiento. Pero, si así fuera, entonces lo que habría que afirmar es que el materialismo filosófico y la teoría cuántica son posiciones incompatibles. Lo cual no necesariamente significaría la refutación de esta variante del materialismo. Es verdad que la teoría cuántica constituye, con diferencia, la teoría física más exitosa de la historia. Hasta el punto de que la práctica totalidad de los físicos la consideran hoy por hoy como el marco descriptivo fundamental, al que deberán adaptarse las demás teorías presentes y futuras. Pero eso es algo que está por ver... y que también se pensaba, en su momento, de la física newtoniana.

En todo caso –y aunque no estoy muy seguro de si el rechazo del marco físico considerado actualmente como fundamental encajaría bien con eso que afirmaba Pérez Jara de que «una filosofía que no tenga «contacto directo» con los conocimientos científicos fundamentales de su tiempo es una pseudo-filosofía»–, pienso que si los representantes del materialismo filosófico se decidieran a negar abiertamente la teoría cuántica, estarían adoptando una postura valiente y arriesgada. Una postura que serviría de ejemplo de que las opiniones filosóficas no son infinitamente adaptables, sino que tienen un contenido bien delimitado, y son susceptibles, hasta cierto punto, de someterse a la prueba de la experiencia.

Pero en fin. No es mi intención dictarle a nadie lo que debe o no debe afirmar desde sus coordenadas de pensamiento. Lo que sí que quiero es subrayar que si un filósofo no cae en la cuenta de que las variables ocultas de carácter local no son compatibles con la mecánica cuántica lo más probable es que no tenga ni idea de mecánica cuántica. Una sospecha que, en el caso concreto de Pérez Jara, parece confirmarse si nos detenemos a considerar argumentos como éste:

«[el indeterminismo ontológico a nivel microscópico haría] ininteligible la legalidad determinista del «mundo macroscópico» (¿cómo se pasa del presunto indeterminismo ontológico microscópico al determinismo macroscópico sin hipostasiar ambos ámbitos?)».

Pero no me voy a detener, porque la frase se comenta sola. En realidad, son este tipo de declaraciones las que más contribuyen a que los físicos tiendan a considerar a los filósofos como una especie de ignorantes presuntuosos. De manera que pasemos de puntillas sobre el tema, y dirijamos nuestra atención a las ideas de Pérez Jara sobre la relatividad.

5. La teoría general de la relatividad y la finitud del universo

En este apartado vamos a considerar un pasaje más lamentable aún, si cabe, de las incursiones físicas de Javier Pérez Jara en «Monismo, espiritualismo y teología». Lo encontramos en la sección 16 de dicho artículo, que es una sección dedicada a refutar en dos minutos el materialismo fisicalista de López Corredoira.

Habida cuenta de que Martín López Corredoira es astrofísico de profesión, uno podría esperar que Javier Pérez Jara trataría en su refutación de no entrar en demasiados detalles acerca de las teorías concretas relacionadas con el trabajo de su oponente. Simplemente por ser un terreno en el que juega con desventaja. Pero no señor. Por lo visto, Pérez Jara –al que no tengo el gusto de conocer– debe ser una persona sin complejos. De manera que, ni corto ni perezoso, se pone a explicarle la teoría de la relatividad general a López Corredoira. Por si acaso aún no la conocía. Y así nos encontramos con pasajes como el siguiente:

«Corredoira, con su fisicalismo, tendría que aceptar necesariamente consecuencias contradictorias, como que la realidad es finita (cosa absurda, dado que la idea de Ser, o realidad, como ya vio Meliso de Samos contra Parménides, está aparejada necesariamente a la infinitud ontológica), en tanto que el universo de la gravedad, desde la relatividad general, ha de ser necesariamente finito. El espacio infinito es precisamente la posición límite a la que llega la teoría de la fuga gravitatoria (cuando no se acepta en Big crunch); un espacio infinito en el que por tanto habría una distancia infinita entre masas gravitatorias, con lo que su atracción sería nula, destruyendo así el universo de la gravedad constitutivo de la materialidad física; además, un espacio físico de Minkowski de curvatura cero haría desaparecer a las masas gravitatorias, aniquilándolas, porque mientras haya materia física siempre hay una curvatura en el espacio-tiempo, curvatura que desaparece en la «expansión universal» al ser llevada al límite. El argumento de la finitud constitutiva del Mundo a través de la relatividad general no hace sino especificar, a través de la gravedad, lo que ya sabían Anaximandro y sobre todo Aristóteles, a saber: que el Mundo es necesariamente finito».

En el Instituto de Astrofísica de Canarias, el centro de investigación en el que trabaja actualmente Martín López Corredoira, hay un grupo de físicos interesados por las cuestiones fronterizas entre la física y la filosofía que se reúnen (informalmente) con cierta periodicidad a discutir textos de filosofía de la ciencia. Me gustaría creer que López Corredoira no ha presentado el pasaje que acabo de mencionar ante este auditorio. Pues, de otro modo, las carcajadas se habrán oído desde el Teide.

Yo, por mi parte, prefiero no entrar en todos los detalles del pasaje –aunque habría mucha tela que cortar, por ejemplo con eso de la aniquilación de las masas gravitatorias en el infinito del espacio de curvatura cero–, y no destacar más que un punto. Pues de lo que se trata aquí no es de ridiculizar a nadie, sino tan sólo de señalar el peligro inminente de ridículo al que se expone el filósofo que, sin los conocimientos necesarios, comienza a hablar de física como si estuviera expresando opiniones políticas.

El punto que subrayaré es el de la relación entre la finitud del universo y la teoría general de la relatividad. ¿Qué relación hay entre estos dos asuntos? Si Javier Pérez Jara se estuviera refiriendo simplemente a la finitud temporal, lo que tendríamos que decir es que, si damos por supuesta la validez de la relatividad general, y la relevancia de la gravedad como «fuerza dominante» a gran escala, y si partimos de supuestos muy plausibles acerca del valor mínimo de la suma de la presión y la densidad del fluido cósmico, cualquier solución de las ecuaciones de Friedmann incluye una singularidad en el pasado, es decir, una gran explosión en el origen del universo. Con lo cual, el universo sería finito en el pasado.

Pero ya está. En eso acaba la ligadura de la relatividad con la finitud del universo. La finitud o infinitud del universo hacia el futuro no está determinada por las ecuaciones de la Gran Explosión. (Lo estaría, si el universo fuera más denso que una cierta densidad crítica, pero la densidad del universo no viene fijada por la relatividad). Y, por supuesto, la teoría general de la relatividad es compatible tanto con un universo espacialmente finito como con uno espacialmente infinito. Y no sólo espacialmente infinito en el límite, como afirma Pérez Jara, después de un tiempo infinito de expansión. No. En realidad, el universo relativista puede que haya sido espacialmente infinito desde el mismo momento de la Gran Explosión.

Sin embargo, en la teoría de la relatividad de Javier Pérez Jara, la finitud espacial del universo (salvo en el límite de la fuga gravitatoria, en el que las masas se aniquilan) es un hecho necesario. Y así, en el apartado 11, dedicado a la fulminación de Juan Arana, ya nos advertía que:

«[la teoría de la relatividad general] establece que todos los cuerpos están conectados entre sí por la gravedad (y por eso el Universo es, según Einstein, finito pero ilimitado).»

¿Qué podemos decir de alguien que liga necesariamente la gravedad con la finitud espacial del universo? Pues lo menos que podemos decir es que no tiene ni idea de la teoría general de la relatividad.

Y, sin embargo, este mismo personaje se queja de que Martín López Corredoira haya omitido profundizar en sus artículos sobre la Gran Explosión y el indeterminismo cuántico. Y dice así:

«Entre otras cosas, dediqué muchas decenas de páginas en una larga polémica sobre el Big bang, el indeterminismo cuántico, el vacío, &c., en las páginas de El Catoblepas, polémica a la que remito en mi artículo anterior, y que Corredoira ha elegido la opción de «saltarse a la torera»».

Doy gracias al Dios en el que no cree Javier Pérez Jara de que Martín López Corredoira no haya entrado en la lectura de sus artículos sobre la Gran Explosión. Pues, en caso contrario, las carcajadas de los físicos de su instituto se hubieran oído desde mi piso de Lübeck. Y es que, si uno no conoce mínimamente las teorías de la relatividad (ni la general ni la especial), ¿a qué viene ponerse a escribir sobre la Gran Explosión?

En fin. Creo que es necesario dejar ya la crítica. Podríamos hablar de bastantes más puntos del artículo –desde los pasajes de «Monismo, espiritualismo y teología» en los que se dan por ya encontradas las ondas gravitatorias, hasta el «vacío fenoménico constituido por los filtros de percepción»–. Pero insisto en que mi intención no es hacer sangre, sino señalar un problema que afecta al diálogo interdisciplinar entre los físicos y los filósofos. De manera que, elevándonos sobre el caso particular que hemos estado considerando en las páginas anteriores –y que no es único, ni mucho menos–, ha llegado el momento extraer alguna moraleja de carácter general.

6. Moraleja

Se cuenta –no sé si será verdad– que un grupo de físicos de una prestigiosa universidad fue una vez a visitar al rector de la misma, para pedirle un fuerte suma de dinero, necesario para la realización de un cierto experimento. Y se dice que el rector rechazó la propuesta de los físicos con las siguientes consideraciones:

–¿Tal suma para un aparato de medida? ¿Por qué no hacen como los matemáticos, que sólo me piden papel, bolígrafos y papelera? O, mejor aún, aprendan de los filósofos, que ni siquiera me piden la papelera.

Pues bien, la moraleja principal que deberíamos de extraer de las reflexiones anteriores es que los filósofos también tienen que usar la papelera. Sobre todo cuando se ponen a escribir de física.

Y eso aunque sólo sea porque, como hemos podido comprobar a lo largo de este artículo, los errores de comprensión del contenido de una teoría física son mucho más fáciles de detectar que los errores en una argumentación filosófica. Por ejemplo, si Pérez Jara afirma que Dios no existe porque su idea es necesariamente contradictoria, lo más seguro es que esté diciendo una tontería. Pero no es fácil establecer esta conclusión. Antes de ello, habría que comprobar hasta qué punto el que afirma tal cosa ha estudiado los argumentos de la teología natural (de nuestro tiempo, y no sólo los de hace siglos) en sentido contrario. Y hasta qué punto ha conseguido encontrar fallos en esos argumentos. Es decir: poner de manifiesto un error en filosofía es tarea que lleva bastante tiempo y esfuerzo.

En cambio, si Javier Pérez Jara pretende completar la mecánica cuántica con variables ocultas de carácter local, o si sostiene que el universo de la cosmología relativista es finito espacialmente (salvo en el límite del futuro infinito), la tontería salta a la vista.

Este hecho debería mover a la prudencia al filósofo aficionado a las cuestiones fronterizas con la física. Es mucho mejor consultar con los especialistas antes de publicar, que luego tener que lamentarse. Es bueno para la credibilidad del autor, y es bueno, sobre todo, para el diálogo entre la física y la filosofía.

 

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