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El Catoblepas, número 75, mayo 2008
  El Catoblepasnúmero 75 • mayo 2008 • página 4
Los días terrenales

Xavier Mina, guerrillero

Ismael Carvallo Robledo

Se ofrecen algunas consideraciones, acompañadas de un texto especial, sobre Xavier Mina, guerrillero hispanoamericano y símbolo político histórico de la segunda generación de la izquierda, la liberal

Xavier Mina (1789 Navarra, España - 1817 Guanajuato, México)
Xavier Mina (1789 Navarra, España - 1817 Guanajuato, México)

Frontispicio

«Podría cifrarse este rasgo aludiendo a la generosidad o liberalidad, paradójicamente ausente de la más asentada tradición política y filosófica española, realmente existente. Este liberalismo hace referencia a la generosidad política, más allá del formalismo que reduce liberalismo a un modelo político-económico. Este liberalismo, que lleva asociado un individualismo lejano del privatismo con el que hoy se confunde no es ajeno a la estructura histórica característica de la realidad política de España (liberalismo es de los pocos términos del léxico político internacional que proceden del español). Si el término «liberal» prosperó, los liberales españoles –paradójicamente afrancesados– sucumbieron una y otra vez. Nuestra firme tradición reaccionaria se ha impuesto a un liberalismo discontinuo que, sin embargo, tampoco podemos declarar inexistente. Contra la España ‘realmente existente’, son los liberales a los que mejor cuadra el símbolo político histórico de D. Quijote.» Fernando Muñoz, «Gustavo Bueno: pasión política-razón histórica», El Catoblepas, julio de 2002, nº 5, pág. 24.

«Las guerrillas constituían la base de un armamento efectivo del pueblo. En cuanto se presentaba la oportunidad de realizar una captura o se meditaba la ejecución de una empresa combinada, surgían los elementos más activos y audaces del pueblo y se incorporaban a las guerrillas […] No era raro verlos apostados todo un día al acecho de un enemigo vigilante para interceptar un mensajero o apoderarse de provisiones. De este modo capturó Mina el Mozo al virrey de Navarra, nombrado por José Bonaparte, y Julián hizo prisionero al comandante de Ciudad Rodrigo. El ejército y los guerrilleros (durante la guerra éstos recibieron de entre distinguidos militares de línea parte de sus jefes, como Porlier, Lacy, Eroles y Villacampa, mientras que el ejército de línea tuvo después entre sus jefes a Mina, el Empecinado y otros caudillos de las partidas) fueron la parte de la sociedad española en la que prendió más el espíritu revolucionario por proceder sus componentes de todos los sectores, incluida la juventud –juventud ambiciosa, entusiasta y patriótica, inaccesible a la influencia soporífera del Gobierno central–, y por estar emancipados de las cadenas del antiguo régimen; parte de ellos, como Riego, volvía después de algunos años de cautiverio en Francia.» Carlos Marx, La Revolución en España. Artículos (de 1854), Editorial Progreso, Moscú 1978.

«Pasados los años más duros, después de un proceso de formación y preparación intelectual de cierta intensidad, encontramos el Mina que preludia y anticipa sus mejores decisiones políticas e ideológicas. A los que tachan a Mina de traidor se les puede explicar que 1813 está mucho más cerca de 1817 que de 1810. En sus palabras, se puede encontrar el germen de un estilo y de un modo de pensar, tanto en la guerra como en la realidad, que aplicará intensamente a lo largo de su campaña mexicana de 1817.» Manuel Ortuño, Xavier Mina. Fronteras de libertad, Porrúa, México 2003.

«D. Manuel de Lardizábal, equivocando los sentimientos de mi corazón, me propuso el mando de una División contra México; como si la causa que defendían los americanos fuese distinta de la que había exaltado la gloria del pueblo español; como si mis principios me asemejaran a los serviles y egoístas que para oprobio nuestro mandan á pillar y desolar la América; como si fuese nuevo el derecho que tiene el oprimido para resistir al opresor y como si estuviese calculado para verdugo de un pueblo inocente quien sentía todo el peso de las cadenas que abrumaban a mis conciudadanos.» Xavier Mina, en 1814 (citado por Manuel Ortuño en Xavier Mina. Fronteras de libertad.)

«Ésa es la gloria y el valor de Morelos. Una vez que resignó el mando en el Congreso, él, que tenía aptitudes superiores y mejores méritos que ninguno, se retira con la dignidad majestuosa, ‘que sólo los cónsules romanos han sabido ostentar en derrota’, pero no se aleja, toma a su cuidado a su criatura y tratando de salvarla perece. Su desaparición fue también la del Congreso. A su caída, el movimiento insurgente decae y el panorama de la libertad sólo vuelve a iluminarse rápidamente, como lo hace un trueno que rasga la noche, con la llegada de Francisco Javier Mina en 1817.» Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, UNAM, México 1978.

Consideraciones

I

Xavier Mina (1789-1817) es uno de los más singulares personajes del siglo XIX hispanoamericano, en cuya trayectoria de vida cristalizaron políticamente las coordenadas de la que hemos venido caracterizando como la segunda generación de izquierda: la izquierda liberal.

A este respecto, Fernando Serrano Migallón, de la Facultad de Derecho de la UNAM, nos ofrece en el prólogo que presenta al libro de Manuel Ortuño, Xavier Mina. Fronteras de libertad (Porrúa, México, 2003), señales históricas de gran interés que nos permiten delimitar –para futuras investigaciones– los perfiles de la generación histórica en la que, a su juicio, Mina, desde un punto de vista intelectual e ideológico, se sitúa:

«Se trata de un hombre perteneciente a la formación y espíritu de otros como Baltasar Gracián y Feijoo, pero a diferencia de ellos es un revolucionario. No existe distancia entre su pensamiento y su acción, es un todo completo en sí mismo, cerrado en sí, en su ideal y en su actividad.»{1}

Ortuño mismo, en el libro en cuestión, ofrece su correspondiente juicio al respecto:

«A pesar de su juventud, Mina parece asumir el peso de la historia más reciente y se hace intérprete de los hombres y los principios que tratan de imponerse en Europa y en España, como respuesta a las expectativas de su tiempo. Representa a la nueva España, la de la generación de 1808, de la revolución de independencia, de los liberales enfrentados al servilismo de muchos siglos y que trataba de afianzarse y sobrevivir por encima de cualquier contratiempo. Mina estaba en la línea de la modernidad y del progreso y, con una enorme carga de ingenuidad y sencillez, pretendía transmitir e imponer sus convicciones.»{2}

II

Las notas, y el texto que siguen, han sido delineados con el propósito de destacar a la figura que no nada más queremos presentar como representante de la segunda generación de la izquierda, sino como uno de los símbolos político históricos de lo que ha venido dibujándose con una dirección que apunta, y que sólo apunta, hacia una séptima generación de la izquierda.

Pero permítasenos reparar en lo siguiente: queremos ser enfáticos al advertir que quienes hemos estado involucrados en todo lo que atañe a la séptima generación de la izquierda proyectada desde las coordenadas del materialismo filosófico, lo hemos hecho siempre desde la constatación de su inexistencia fáctica en el presente; nunca se presentó (como algunos, en su momento, objetaron), por lo menos en las Tesis de Gijón de quien esto escribe, a la séptima generación de la izquierda como algo ya operando en la realidad política de nuestro tiempo, sino tan sólo como algo que puede llegar a existir: como una posibilidad política («hacia la séptima generación de la izquierda»). Es por esto que aquí decimos que lo que nos concierne está presentado in medias res, por un lado, y en modo alguno como algo ya acabado, por el otro.

Se trata más bien de señalar el hecho de que todo esto está apuntando –en un primer momento dado dentro de su posibilidad esencial, de su Idea– hacia la dirección –en un segundo momento dado dentro del terreno de la existencia objetiva– de una séptima generación de la izquierda «realmente existente»; otra cosa es que esto nos esté situando de inmediato dentro de la formulación problemática de un argumento ontológico político (el problema dado en función de las relaciones que median entre la esencia (la Idea) de algo y su existencia real): si no existe, es imposible; pero si es posible, entonces tiene que existir.

Sirva esto, en todo caso, en el marco del bicentenario de las revoluciones hispánicas (la española, 1808-1814; las americanas, 1808-1824), como homenaje a la genuina tradición del guerrillero hispanoamericano; símbolo popular, como bien lo consigna Carlos Marx, de patriotismo, firmeza, generosidad y valentía, y que, en el siglo XIX, encontró en Xavier Mina, guerrillero patriota que peleó, no contra España, sino contra la tiranía y el absolutismo, a una de sus más consistentes manifestaciones; en el XX, ese lugar lo ocupa, con honores y por encima de todos, Ernesto Guevara Lynch, mejor conocido como el «Che» Guevara, guerrillero patriota que peleó por el socialismo y contra el imperialismo.

III

Xavier Mina. Fronteras de libertad (Porrúa, México 2003) es el título del libro en el que don Manuel Ortuño{3}, especialista español sobre la vida y obra de nuestro personaje, ofrece un cuadro general en el que nos es posible apreciar el discurrir vertiginoso de los escasos veintiocho años de vida del guerrillero que, en 1809, a los veinte años de edad, habría de organizar el «Corso Terrestre» de Navarra con el que, en sus propias palabras, «dio algo que hacer a los enemigos».

La referencia completa de lo dicho por Mina es un documento altamente estimable en virtud del desconocimiento total del que adolece por parte de los especialistas. Se trata de una carta fechada por Mina en Baltimore, Estados Unidos, en septiembre de 1816. Sus palabras eran de este tenor:

«Soy aquel mismo Mina a quien quizás habrá Vd oido nombrar, porque fue quien comenzó el sistema de partidas y guerrillas en España, y organizó en Navarra una división que dio algo que hacer a los enemigos…. Cuando Fernando, con el aparato de un conquistador invadió Madrid, aprisionó a la representación nacional, abolió la Constitución… yo fui el primero que osó resistirle. El grito de todos los españoles capaces de raciocinio y de los innumerables que han emigrado, es que en América ha de conquistarse la libertad de la España. La esclavitud de ésta coincidió con la conquista de aquélla, porque los reyes tuvieron con qué asalariar bayonetas; sepárese la América y ya está abismado el coloso del despotismo, porque independiente de ella, el rey no será independiente de la nación. México es el corazón del coloso, y es de quien debemos procurar con más ahínco la independencia. He jurado morir o conseguirla: vengo a realizar, en cuanto esté de mi parte, el voto de los buenos españoles, así como el de los americanos. Cuantos había en Londres de diferentes partes de la América me animaron y conjuraron al doctor Mier a que me acompañase. El es el vicario general de la Expedición que conduzco desde allí y que altos amigos de la independencia de América me proporcionaron.»{4}

Para don Manuel Ortuño, en esta carta se hacen patentes las conexiones orgánicas entre España y América que en la praxis de Mina encontraron paradigmática síntesis política: «esta carta constituye un apretado alegato a favor de la independencia americana, sin olvidar la íntima conexión existente entre la liberación de América y la vuelta de las libertades en España. En su texto se encuentran las claves fundamentales del proyecto de Mina, sus apoyos y sus propósitos. En cierto sentido es un resumen de la Proclama que estaba redactando también por esos días.»{5}

Ateniéndonos a la estructura del libro de Ortuño (de 373 páginas), la vida de Mina se despliega en tres grandes fases históricas que, para efectos sintéticos, nos permitimos rotular del modo siguiente:

1) 1789-1814. La formación y la acción del guerrillero en España y Europa: Guerrillero en Navarra – Preso de Estado de Napoleón– Aprendizaje liberal –Encuentro con el general Lahorie– El pronunciamiento liberal;

2) 1814-1816. El exilio político y la causa americana: Huida de Pamplona y prisión en Francia - Londres - Españoles y americanos en Gran Bretaña - Compromiso insurgente - Mexicanos en Londres - Fray Servando Teresa de Mier - Enviados de Morelos - La planeación de la Expedición;

3) 1816-1817. La expedición política americana, guerrillero español en América: Estados Unidos –Filadelfia y Baltimore– Haití y Galveston –Conversación con Bolívar– Desembarco en México –Campaña de guerrilla mexicana, Guerrilla en campo abierto, Prisión y muerte–.

Una vida sin duda breve y singularmente atrabiliaria; reflejo de épicas postrimerías en las que todavía era común concebir el sentido de la vida en términos políticos (la tragedia moderna es la política, habría dicho Napoleón a Goethe alrededor de aquellos años), y según la divisa en la que tal sentido vital sólo puede ser verdadero cuando, por su consumación, se está dispuesto a perder la vida:

«sólo era libre quien estaba dispuesto a arriesgar la vida; no lo era y tenía un alma esclava quien se aferraba a la vida con un amor demasiado grande –un vicio para el que la lengua griega tenía una palabra específica.» Hanna Arendt, ¿Qué es la política?{6}

La dialéctica que detona los avances en la vida de Mina, nos parece, es la que puso de un lado al liberalismo político de nuestro guerrillero patriota enfrentado a la reproducción conjugada del absolutismo con el imperialismo.

En un primer momento, esta dialéctica se activó, como bien se sabe, con la invasión que, al mando de Napoleón, trajo a tierra española al imperialismo francés. En un segundo momento, oponiendo esta vez a ese liberalismo político contra la restauración absolutista de Fernando VII en España, orquestada al compás de la restauración legitimista de la Santa Alianza en Europa. Fue éste el momento histórico preciso en el que la libertad americana se hizo divisa imprescindible y garantía de la libertad de España: ‘el grito de todos los españoles capaces de raciocinio y de los innumerables que han emigrado, es que en América ha de conquistarse la libertad de la España’.

En reciprocidad dialéctica, don Ernesto de la Torre Villar consignaba esa conexión histórica que, sólo a la luz de su posterioridad, nos permite advertir su urdimbre:

«Ésa es la gloria y el valor de Morelos. Una vez que resignó el mando en el Congreso, él, que tenía aptitudes superiores y mejores méritos que ninguno, se retira con la dignidad majestuosa, «que sólo los cónsules romanos han sabido ostentar en derrota», pero no se aleja, toma a su cuidado a su criatura y tratando de salvarla perece. Su desaparición fue también la del Congreso. A su caída, el movimiento insurgente decae y el panorama de la libertad sólo vuelve a iluminarse rápidamente, como lo hace un trueno que rasga la noche, con la llegada de Francisco Javier Mina en 1817.»{7}

Se trataba, ahora lo podemos también advertir con claridad, de la modulación histórica (por anamórfosis política) de la segunda generación de la izquierda: la izquierda liberal, una de las formaciones político ideológicas con las que Hispanoamérica encaró y encara a la historia universal.

Ortuño hace que su obra quede vertebrada con una tesis de interés notable: aquella con la que nos acerca a la evidencia de la altísima relevancia que México y su independencia tuvieron no ya nada más para el resto de América, sino, sobre todo y fundamentalmente, para el futuro de toda la hispanidad: «el porvenir de España y de América se jugaba aquellos días (Octubre de 1817, muy cerca ya Mina del final de su vida, I.C.) en los campos de batalla de México[,] y una solución incorrecta, como así sucedió, atrasaría durante muchos años el reencuentro y la convivencia entre españoles y americanos.»{8}

Xavier Mina fue un guerrillero destinado a la muerte prematura, como casi todos los grandes guerrilleros de la historia. Y esto fue así porque fue de esa clase de personas que, hipotecando no solamente su circunstancia presente, sino también su futuro, se condujo siempre a merced de la consciencia que tuvo de necesidades históricas fundamentales, que lo llevaron de Europa a América en la persecución de ideas políticas que, en su tiempo, perfilaban una época nueva que habría de modificar de manera irreversible a la historia universal.

Texto especial

La base de este texto –que aquí se modifica mínimamente– fue preparado por el autor de estas notas para la Gaceta de la Ciudad de México para los Bicentenarios de Iberoamérica, editado en noviembre de 2007 por la Comisión para las Celebraciones del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución en la Ciudad de México (www.bi100.df.gob.mx)

Guerrillero liberal en España
y guerrillero insurgente en México

I

Nacido en 1789 en Otano, Navarra, España, y muerto en 1817 en Guanajuato, México, Xavier Mina es de esas figuras emblemáticas del romanticismo hispánico y liberal, a las que posiblemente pudo haber tenido en mente Don Miguel de Unamuno cuando llegó a afirmar que la verdadera religión de los españoles, no es el catolicismo, es el quijotismo.

José Lezama Lima, en ese barroco y asombroso tratado habanero que es La expresión americana, decía que el romanticismo fue un hecho americano al cristalizar políticamente en figuras esenciales como las de Fray Servando Teresa de Mier, Simón Rodríguez y Francisco de Miranda; todos ellos, en su periplo novelesco y siguiendo la lección de los griegos, decía Lezama con acusado tono dialéctico desde La Habana, ‘convirtieron al enemigo en auxiliar: creían estar rompiendo con la tradición cuando no hicieron otra cosa que agrandarla’.

Pues bien, Xavier Mina puede ser, con pleno derecho, plasmación fehaciente no ya nada más del hecho americano, sino de lo que, situados en el tenor que aquí hemos cifrado, podríamos denominar como el hecho hispanoamericano. ¿Y no fueron acaso Ernesto «Che» Guevara o José Vasconcelos quienes, a su modo, en el siglo XX, tuvieron a su cargo la tarea honrosa de seguir agrandando la tradición? ¿No es acaso ese sentido trágico de la vida, y esa tristeza en el semblante como marca de la grandeza y la severidad del empeño, lo que está detrás de todas estas figuras definitivas de nuestra historia?

II

Mina el mozo, ese guerrillero de veinte años odiado por los franceses, comandante del temido Corso Terrestre de Navarra, y a quien, a su cortísima edad, las comunicaciones de la Junta Central llamaban «Comandante en Jefe», o «Coronel», las de la Junta de Aragón, peleó con furia incontenible contra el invasor que había usurpado el trono de Fernando VII y, con él, la soberanía de España. Habiendo sido el primero que organizó el sistema de partidas y guerrilla, luchó contra Napoleón y, en su empeño, fue hecho prisionero para pasar los días por venir, desde marzo de 1810 a abril de 1814, en la prisión para reos peligrosos instalada en el castillo de Vicennes, en Francia.

Tras los desastres napoleónicos en Rusia y derrumbado el Imperio francés, el Zar Alejandro, ocupando ya París, pone en libertad a los reos de Estado y Mina recobraba la suya el sábado 16 de abril de 1814. Pero se trataba de una libertad troquelada bajo los cánones estoicos en virtud de los cuales el momento de verdad de la libertad es aquél en el que su contenido se dibuja a la luz de la consciencia de una necesidad determinada. Muchas veces se es preso, o se muere, precisamente porque se es libre.

En Francia se proclamaba rey a Luis XVIII; en España, haciéndose lo propio, se proclamaba rey a Fernando VII, quien, a su vez, y provocando el devastador desengaño de los patriotas españoles y americanos que habían luchado en su nombre y por su libertad, lejos de jurar la Constitución que le presentaban las Cortes, llegó para traer de su mano al absolutismo nuevamente.

Mina, para esos momentos y tras cuatro años de prisión, no era ya nada más un guerrillero ingenuo e idealista, se trataba de un maduro estratega que había leído en cautiverio a Tácito y Polibio, a Plutarco y Jenofonte, habiéndose transformado así en un decidido enemigo de la tiranía. Y la tiranía, precisamente –repárese en la paradoja– encarnaba ahora en Fernando VII: «¿cómo no advertir la ruindad del monarca –escribe Martín Luis Guzmán– capaz de extraviarse al punto de subir de nuevo a su trono pisoteando y mancillando a aquellos mismos que se lo habían conservado mientras él lo perdía cobardemente?»{9}.

Ante los hechos, Mina y su tío, Francisco Espoz y Mina, conspiran desde Navarra para derrocar ahora al nuevo tirano. Su persecución daba inicio una vez más.

Mina rechaza las ofertas que un Napoleón vuelto al poder desde la isla de Elba le había hecho para unirse ahora a él y terminar, así, con el absolutismo que, tanto en Francia como en España y América, había sido restaurado. Huye a Bilbao donde amigos de antaño le facilitan algunas libras esterlinas para embarcarse con destino a Bristol, Inglaterra. Pero en el horizonte de su vida, se divisaba ya como su destino final y definitivo, acaso sin que tuviese él consciencia plena de ello, la América española.

En efecto, Inglaterra, inmersa en un concreto enfrentamiento de imperios y habiéndose erguido en la enemiga decidida del imperio español, se había convertido en refugio de liberales de España y América. En Londres, Mina conoce a muchos españoles americanos que, como él, llevaban consigo el airón de combate de la libertad, contra la tiranía y el absolutismo. Uno de ellos era de una notable perspicacia y elocuencia: Fray Servando Teresa de Mier.

El contacto con todos ellos permitió que Mina se percatase de un hecho de todo punto singular: las revoluciones de México, Venezuela, Buenos Aires, es decir, las revoluciones americanas, no eran otra cosa que fases de un mismo momento histórico y político, el de la revolución española, en donde el constitucionalismo gaditano y el liberalismo español encajaban, ideológica y políticamente, con precisión geométrica. Se trataba de la lucha que en Hispanoamérica habría de acometerse contra el absolutismo. Era el hecho hispanoamericano.

En mayo de 1816, Mina, junto con dos docenas de militares españoles, italianos e ingleses, se embarcaba en Liverpool con dirección, primero, a Estados Unidos, pero con destino final conocido: Nueva España. La consigna era unirse a la causa proclamada años antes por el Ayuntamiento de México, por los conspiradores de Valladolid y Querétaro (como Ignacio Allende, Juan e Ignacio Aldama, Miguel Domínguez y Josefa Ortiz de Domínguez), por el cura Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón.

Pero en el ideario político de Mina figuraba, además, un propósito fundamental, a saber: integrar la patria magna, es decir, lograr la hermandad de España con las colonias de América, pero emancipadas: ‘yo hago la guerra contra la tiranía –habría dicho después Mina– no contra los españoles’; ‘el que crea –diría también en otro lugar– honor suyo ser su esclavo (del tirano de España) combata, el que quiera ser fiel a su Nación, a Dios á quien juró guardar la Constitución, según la cual la soberanía reside esencialmente en la Nación, júntese a mi, libertemos esta parte de la Nación que está acá del Océano…’.

Para octubre de ese 1816, Mina, acompañado de un estado mayor en donde, entre otros, figuraba un colombiano que había estado bajo las órdenes de Simón Bolívar, el coronel Montilla, se embarcaba desde Puerto Príncipe, en Haití, para Galveston, en Texas.

En Puerto Príncipe se habría de entrevistar con Simón Bolívar. Pero al margen de la simpatía e interés mutuo, la opción de Bolívar fue la de no unirse a la expedición de Mina, quien, al poco tiempo, pisaría ya tierra novohispana para pasar a convertirse entonces en un guerrillero español incorporado a la insurgencia mexicana y americana. Su objetivo, llegar al centro político de México y derrocar a los virreyes de la Nueva España. Sólo lograría llegar hasta Guanajuato. El último periplo de su vida se abría camino. Un año más y ésta llegaría a su fin.

III

El 26 de octubre de 1817, Xavier Mina entraba a Silao Guanajuato. El coronel realista Orrantía lo venía siguiendo de cerca. Para el amanecer del 27, Mina caía preso. Se trataba de su cautiverio final. De Silao salió la noticia consignando la captura del odiado guerrillero, a quien el virrey, Don Juan Ruiz de Apodaca, había condenado por sacrílego, malvado, enemigo de la religión y por traición a su patria y a su Rey.

El 11 de noviembre de 1817, alrededor de las cuatro de la tarde, en el crestón del cerro de Bellaco, frente al fuerte de los Remedios, en las cercanías de Pénjamo, Guanajuato, el cuerpo de Xavier Mina, guerrillero español, navarro enemigo de la tiranía, cayó herido por la espalda fusilado como traidor. Su muerte estaba siendo en esos momentos el testimonio político de la necesidad hecha consciencia.

En 1823, el Congreso Mexicano habría de declararle, al lado de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende, Nicolás Bravo y otros héroes nacionales, «héroe en grado heroico».

Sus restos yacen al pie de la Columna de la Independencia, en la Ciudad de México.

* * *

«Americanos: he aquí los principios que me han decidido unirme a vosotros… Permitidme participar de vuestras gloriosas tareas, aceptad la cooperación de mis pequeños esfuerzos a favor de vuestra noble empresa… Contadme entre vuestros compatriotas… Entonces, decid, a lo menos, a vuestros hijos en recompensa: esta tierra feliz fue dos veces inundada en sangre: por españoles serviles, esclavos abyectos de un rey; pero hubo también españoles amigos de la libertad, que sacrificaron su reposo y su vida por nuestro bien.»
Proclama de Xavier Mina, Agosto 1816.

Monumento del Ángel de la Independencia, en avenida Reforma, Ciudad de México
Monumento del Ángel de la Independencia,
en avenida Reforma, Ciudad de México

Conjunto escultórico del basamento de la Columna de la Independencia. Don Miguel Hidalgo aparece al centro escoltado por dos estatuas de mármol de género femenino que representan: a la izquierda, la Historia, sosteniendo un libro, y, a la derecha, la Patria, entregando un laurel de victoria. En las esquinas se aprecian las estatuas de Don José María Morelos, a la izquierda, y Don Vicente Guerrero, a la derecha de la foto. Atrás se alcanzan a distinguir las estatuas de Nicolás Bravo y Xavier Mina
Conjunto escultórico del basamento de la Columna de la Independencia. Don Miguel Hidalgo aparece al centro escoltado por dos estatuas de mármol de género femenino que representan: a la izquierda, la Historia, sosteniendo un libro, y, a la derecha, la Patria, entregando un laurel de victoria. En las esquinas se aprecian las estatuas de Don José María Morelos, a la izquierda, y Don Vicente Guerrero, a la derecha de la foto. Atrás se alcanzan a distinguir las estatuas de Nicolás Bravo y Xavier Mina

Vista posterior del conjunto escultórico del basamento de la Columna de la Independencia. A la izquierda, Xavier Mina, a la derecha, Nicolás Bravo
Vista posterior del conjunto escultórico del basamento de la Columna de la Independencia. A la izquierda, Xavier Mina, a la derecha, Nicolás Bravo

Notas

{1} Fernando Serrano Migallón, Prólogo al libro de Manuel Ortuño, Xavier Mina. Fronteras de libertad, editado en 2003 por Porrúa, en la ciudad de México, pág. X.

{2} Manuel Ortuño, op. cit., pág. 226-227.

{3} Manuel Ortuño es profesor de excedencia en la UNAM y en la Universidad Iberoamericana, en México; es doctor en historia por la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de un sinnúmero de artículos y recopilaciones de documentos sobre la fascinante vida de Mina y de Fray Servando Teresa de Mier, de vida no menos fascinante y novelesca. Tenemos a la vista la referencia a estudios de su autoría que llevan por título Mina y Mier, un encuentro, Guadalajara, 1996 y Xavier Mina, guerrillero, liberal, insurgente, Pamplona 2000. Ortuño radica en España.

{4} Manuel Ortuño, op. cit., pág. 162.

{5} Ibid.

{6} Hanna Arendt, ¿Qué es la política?, Paidos, Barcelona-Buenos Aires-México 1997.

{7} Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, UNAM, México 1978.

{8} Ibid., págs. 322 y 323.

{9} Martín Luis Guzmán, Mina el Mozo. Héroe de Navarra, Espasa Calpe, Madrid 1932.

 

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