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El Catoblepas, número 75, mayo 2008
  El Catoblepasnúmero 75 • mayo 2008 • página 16
Comentarios

Recordando a Santiago González Escudero

Miguel Ángel Navarro Crego

Ante el fallecimiento de Santiago González Escudero

«El hombre auténtico se preocupa sobre todo de la sabiduría y de la amistad: de las cuales cosas una es un bien inmortal y la otra mortal.» (Epicuro, Sentencias Vaticanas, 78)

«Cómo debe ser uno en cuerpo y alma cuando nos sorprenda la muerte. La brevedad de la vida, la inmensidad del tiempo futuro y pasado, la fragilidad de toda materia.» (Marco Aurelio, Meditaciones, XII, 7)

El profesor Santiago González Escudero (1945-2008), que nos ha dejado en fecha todavía reciente, era profesor titular de Filosofía Griega en la Universidad de Oviedo desde 1989, pero con el Departamento de Filosofía venía colaborando desde los años setenta{1}, cuando dicha entidad formaba parte y parte eminente de la antigua facultad de Filosofía y Letras. Más tarde, creada la de Filosofía y Ciencias de la Educación (y la licenciatura de Filosofía «pura», pues así se decía con resonancias tan metafísicas), se incorporó a la misma en 1980 para impartir «Historia filológica de la Filosofía» e «Historia de la Filosofía Griega». En este sentido buena parte de su biografía pública, y más conocida socialmente, corre pareja a los avatares de este marco institucional universitario asturiano (creación de nuevas facultades, cambios de planes de estudio, &c.).

Yo lo conocí en el curso 84-85 como docente de la citada Historia filológica de la Filosofía y desde aquel año académico en que fui alumno suyo siempre me brindó su ayuda y consejo, y no sólo en cuestiones estrictamente académicas. La abnegada paciencia que siempre tuvo para conmigo bien merece el presente escrito.

Es necesario pues perfilar algunas cuestiones que, al ser de un ámbito objetivo de carácter sociológico e histórico, codeterminaron la biografía de Santiago Escudero dando profesionalidad, sabiduría y vigor a su trayectoria laboral e intelectual.

Matizar aquí, aunque sea de pasada, que el filósofo Gustavo Bueno quiso y pudo rodearse de personal altamente cualificado para desarrollar todo un vasto proyecto de investigación, lo cual es cosa que no por sabida en medios asturianos deja de ser aún hoy menos importante. Santiago, catedrático de Griego de Enseñanza Media, es decir de Bachillerato (cuando dichas enseñanzas eran algo serio y prestigioso en nuestra nación), supo aportar su tesón a todo este marco de trabajo en común.

En todo caso elaborar una semblanza del «personaje» que haga justicia a la «persona» es algo siempre delicado, cuando no un propósito imposible y por lo tanto vano. Porque es bien cierto que el que retrata se retrata en lo retratado. Toda imagen es siempre parcial y dice más de quien la escribe que del sujeto del ámbito discursivo al que se pretende esencializar con pinceladas o trazos impresionistas. Y es que las necrológicas «en memoria de…» son pasto siempre del logos poético, del mŷthos, y esto desde la oración fúnebre de Pericles. Se puede pues pensar que los muertos ya no pertenecen a mundo alguno (y en esto coinciden muchos de los que han «filosofado», desde el Epicuro de la Carta a Meneceo hasta el primer Wittgenstein del Tractatus).

Recordar pues a los que han fallecido es un acto de la memoria, de las Musas, que al evocar cantan las cosas no sólo como han sido (o no exclusivamente), sino como queremos que queden fijadas en el épos de muchos, de eso que erróneamente se llama «memoria colectiva» y que no es más que una doxa trillada y habitual. Pero que bastantes personas guarden una impresión similar hace que lo recordado se torne en casa común en la que anclar nuestras más íntimas impresiones.

Mas, ¿a que viene todo este circunloquio? Pues a referirnos a Santiago como un amigo entrañable, como un investigador callado nada proclive a intrigas de la «corte universitaria» y como un decano querido por los estudiantes.

Es cierto también que cuando se elogia a un difunto se versa de él, en general, no como es, no como fue, sino como quisiéramos entender que debía de haber sido. Este es el ámbito epistemológico sobre el que se encuadran y recuestan las conversaciones y condolencias habituales entre familiares, conocidos, compañeros y amigos los días que transcurren entre el fallecimiento, velatorio, funeral y entierro, y también los días posteriores a todo esto, mientras aún dura el recuerdo más vívido del finado, hasta que el cotidiano, habitual e implacable ritmo de la vida vuelve a imponérsenos.

Pero esto no impide que, en el caso que nos ocupa (el fallecimiento de Santiago G. Escudero), la intersubjetividad de muchos no sirva de morada común de la memoria (entre reconocida y triste por su pérdida), y del agradecimiento de haber sido un muy buen amigo de todos los que le trataron de forma cercana.

Es aquí donde cabe recordar a Platón, pues para él el que filosofa se prepara para morir. Y es que el del alma es un mito que el padre de la filosofía elaboró tan bien que todavía habitamos en su seno. Es aún, siempre y todavía, una de esas ideas convertida en creencia, como bien sabía Ortega y por supuesto el propio Escudero. Mas es sobre todo en Aristóteles en donde encontramos la senda desde la que ahora escribimos, pues no es fácil escapar del estagirita. Como es también sabido, y así se nos explica en la Ética a Nicómaco, el ser de una persona, su sustancia, su esencia (ousía), no puede quedar fijada en acto, por respecto a su dimensión ética (êthos y éthos) hasta que ésta ya ha fallecido. Ordo cognoscendi la forma (que definitivamente ya «es» porque ordo essendi «ya ha sido»), sólo puede ser fijada en acto tras la muerte. Cuando el ser sin materia, forma y privación alguna, sin potencia pues, ya no es y no es jamás y para siempre.

Así se nos recuerda además que un solo día de felicidad no basta para decir que un hombre es feliz (como una golondrina no hace verano). Y es que en ese «es» (punto de arranque de toda la Metafísica Occidental),radica todo el meollo. El «ser de lo que era» y «lo que era el ser» (el famoso to ti ên einai), como nos enseñó Pierre Aubenque, del que ahora nos acordamos también al evocar aquellas clases de 1983-84 de un Vidal Peña serio y grave, con una concentración entre contenida y sufriente. Y es que el fallecido era también un experto en el problema del Ser en Parménides.

Empero, volviendo de nuevo al redil, ¿qué tiene que ver todo esto con Santiago? ¡Pues claro que tiene ver! Y mucho.

Ya que en la symploké discursiva que uno ensaya trazar aquí lo que pretendemos justificar racionalmente (o no justificar, sino explicar para el que no lo conociera), es que Santiago Escudero era una buena persona en el buen sentido de la palabra. ¡Ahí es nada! ¡Ser bueno! (y esto en muchas facetas). Algo extremadamente difícil, cuando no para muchos simplemente inconveniente.

Y es que es hora de decirlo. Santiago, a través de sus múltiples caracterizaciones, es decir máscaras, que le constituyeron como persona a lo largo de su vida, tenía un sustrato de bonhomía; pero de bondad anclada en la fortaleza interior, en la firmeza, en la prudencia en el obrar con sindéresis y en la generosidad.

Muchos de los que le tratamos sabíamos que había militado en la izquierda (en la de verdad) durante los años de la lucha antifranquista, mientras un régimen que agonizaba se resistía a mostrar una cara más amable que la de la represión en ámbitos académicos.

Santiago, aún muy joven, había sido director del instituto de Sotrondio, en la cuenca minera asturiana del Nalón; en los dubitativos años de la «platajunta», donde miedos y anhelos cohabitaban con cierta aspereza y esperanza. Éste, como muchos otros centros docentes, no estaba exento de problemas y dificultades por aquellos cursos de los setenta, trufados de huelgas de PNNs y luchas reivindicativas. Algunos de los que todavía son hoy compañeros míos (y fueron mis profesores en el instituto Jerónimo González de Sama de Langreo), conocieron a Escudero y lo trataron en los años de la transición. Santiago, enamorado por vocación del Griego y de la Filosofía Antigua, dejó la biblioteca del instituto Juan José Calvo Miguel bien nutrida de los Clásicos (cuando las ediciones francesas bilingües de Les Belles Lettres empezaban a circular entre los filólogos eruditos). Este último dato me lo aporta mi colega Alberto Benito, también catedrático de griego como Escudero, y que se quedó gratamente sorprendido de que una minúscula biblioteca de instituto de pueblo estuviese tan sabia y selectamente dotada.

Líneas arriba hemos dejado entrever que Santiago Escudero trabajó (en la universidad) en el Departamento que dirigía Gustavo Bueno, y es cierto. Tras la publicación en 1972 de los Ensayos Materialistas (la obra de ontología más importante escrita en castellano en las últimas décadas, descartando el híbrido entre tradición neoescolástica y heideggeriana de Zubiri), se abrían múltiples expectativas. La valiente tesis de Vidal Peña, El materialismo de Spinoza, y la publicación por el propio Bueno de La metafísica presocrática, en 1974, establecían un ámbito de investigación filosófica lleno de promesas. Es fuerza reconocer que Santiago se formó también en este marco aunque de forma muy crítica. Él, aunque por vinculación política militaba en el núcleo duro del marxismo, estaba, y estuvo siempre, abierto a otras tradiciones de pensamiento.

Los que acudimos a sus espléndidas clases sobre Filosofía Griega pudimos percibir con prontitud su escrupuloso respeto por los textos. Él nos enseñaba por vía socrática a respetar lo leído, en buenas traducciones, y a no prejuzgar nada sin antes comprender al autor en su tiempo y en su contexto material: social e histórico. Por otro lado Santiago que, para realizar su magna tesis doctoral a la que dedicó más de diez años, había viajado a París en varias ocasiones, si mal no recuerdo, conocía bien las aportaciones de los estructuralistas en materia de filosofía antigua. En sus lecciones, además de intérpretes ya clásicos, como Jaeger, Cornford, Nestle, Guthrie, &c., marxistas (bien heterodoxos o humanistas), como Farrington o Rodolfo Mondolfo, no eran ajenos a sus explicaciones. Por supuesto también discutía las tesis de Bueno sobre la metafísica presocrática y conjuntamente el importante prólogo que éste puso a su obra y que todavía hoy es analizado. Pero sobre todo, gracias a Escudero, muchos alumnos fuimos sabiamente invitados a conocer a Dumézil, Lévi-Strauss, J. P. Vernant, M. Detienne y P. Vidal-Naquet.

Yo recuerdo también cómo compartí con Santiago el regocijo que para algunos estudiantes supuso el conocer el borrador de El Animal divino, de Bueno, poco antes de que saliera la primera edición. Y esto en un momento delicado para la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de Oviedo, cuando las arteras trampas de los (y sobre todo de «las») que pronto empezaban a tramar estrategias para alcanzar y tocar poder político ponían en peligro cualquier labor académica e investigadora mínimamente decente. Decir aquí que Santiago siempre intentó y logró ser ecuánime y mantenerse alejado de intrigas ajenas a la investigación seria y a la docencia socrática no es más que decir la verdad. Pues lo referido se adecua (aristotélicamente) a una de esas máscaras de la persona de Santiago Escudero.

Otro aspecto de este personaje académico ovetense (también recordado con admiración y cariño en otras semblanzas publicadas en medios asturianos){2}, era su infatigable voluntad por enseñar a investigar. Santiago, que nos deja un nutrido y selecto conjunto de artículos, principalmente de filosofía griega (además de su espléndida traducción de la obra de Paul Friedländer, Platón. Verdad del ser y realidad de vida, Tecnos, Madrid 1989), era, de nuevo al modo socrático, de los que prefería que investigasen y publicasen sus discípulos que publicar él mismo. Recuerdo, en los cursos 1984-86, que, a pesar de que su hijo pequeño estaba gravemente enfermo, nunca dejó de estimularme para que hiciera con él la Memoria de Licenciatura (la tesina, como coloquialmente se la conocía). Nada más fallecer este hijo suyo, al día siguiente, yo lo aborde, en mi ignorancia, en su despacho del viejo edificio Valdés Salas, y él, con emoción contenida, estaba aferrado a unos textos estoicos que leía en griego en una edición crítica. Yo le había importunado aquel día más de lo que lo hacía de costumbre y sin embargo me siguió aconsejando afable, paciente y con certera sabiduría a tenor de Engels y el replanteamiento hegeliano de la antropología de Morgan; una modesta lectura hermenéutica desde el materialismo filosófico de El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Evoco también cómo se hacía cargo hasta de los más mínimos inconvenientes. En el 86, cuando todavía él no era doctor, logramos que Vidal Peña me firmase la tesina, a lo que éste, siempre también amable, accedió gustoso sabedor de la solvencia investigadora de Santiago.

Muchas de las Memorias que el profesor Escudero dirigió como filósofo siempre en activo en los ochenta (antes de que cambiase el plan de estudios y entrase en vigor todo el asunto de los créditos), y que versaban sobre Filosofía Antigua, eran, y así lo percibíamos sus alumnos y discípulos, auténticos proyectos de investigación de mayor calado y fuste, nunca meros trámites académicos para hacer después los cursos de doctorado. Recuerdo aquí también que llamó la atención en medios universitarios y que fue premiada la que bajo la dirección de Santiago realizó Jaime Álvarez, sobre el De rerum natura de Lucrecio{3}.

Santiago Escudero se doctoró con un profundo y vasto trabajo titulado Epicuro y Marx. Un estudio sobre los precedentes del epicureismo, su desarrollo y su utilización como filosofía en Marx a partir de Hegel. Tesis dirigida por Gustavo Bueno Martínez. Después de esto dictó cursos de doctorado (recuerdo los del bienio 88-90, bajo el programa Problemas del Materialismo), y además dirigir Memorias de investigación y Tesis doctorales fue uno de los quehaceres académicos a los que se entregó con mayor ahínco.

Escudero siempre entendió que la reflexión sobre la Filosofía Griega era una tarea filosófica de primera magnitud, nada alejada de los problemas de nuestro presente. Si bien elaborada con fidelidad filológica a los textos y esclarecida desde Hegel, Marx y otros autores (por ejemplo Schelling, al que estudió en profundidad para elaborar su propio trabajo doctoral). Asimismo para él era consustancialmente filosófica la realimentación dialéctica entre la labor filológica esmerada y la interpretación filosófica (no simplemente ideológica) desde las coordenadas de la actualidad más perentoria. Así pues su amor por los Griegos (Platón, Aristóteles, Epicuro, &c.), siempre desde el hoy, le prevenía de toda intentona meramente ideologizadora.

Santiago discrepaba de algunas de las consideraciones que Bueno propone en ese importante prólogo de La metafísica presocrática (sobre la distinción y relación entre filosofía filológica y filosofía filosófica, véase §1, págs. 7-13), pero nunca en aras de una concepción metafísica, «exenta», dogmática (escolástica), o meramente histórica o sociológica y relativista de la filosofía{4}. Frente a las lecturas metafísico-intemporales de Heidegger o Gadamer sabía y ejercía que la Filosofía es el taller de las ideas que brotan de nuestra realidad y que hay que saber transmitir de forma mediadora. También conocía y valoraba positivamente las doctrinas de los estructuralistas y de Eric A. Havelock. Éste último con unas tesis verdaderamente importantes a la hora de juzgar el proyecto platónico en relación con el problema de la oralidad mítica, la nueva técnica de la escritura, la lucha contra mito como saber, la propuesta de un nuevo modelo de educación basado en la geometría y en el control de los mitos, &c. Las obras de la escuela americana (Martha Nussbaum y Allan Bloom) también formaban parte del quehacer de Santiago como profesor e investigador.

Todo lo anterior queda corroborado por el hecho de que Escudero, desde la Filosofía Griega (sobre todo Platón y Aristóteles), conectada con las modernas tecnologías de la comunicación, estaba muy interesado por el cine como constructor y transmisor de ideas. Frente a la apuesta meramente esteticista de sustrato nietzscheano, a la que tan acostumbrados nos tienen los postmodernos cuando escriben sobre cine, y que pronto escora hacia un sociologismo que es incapaz de mantener ninguna tesis ontológica y gnoseológica seria sobre qué es el cine, qué es lo que el cine hace y qué es lo que transmite, Santiago había ensayado volver a Platón y Aristóteles, algo que es mucho más interesante, entendemos, que el horizonte en el que se mueve Deleuze.

Ciertamente Deleuze pretende desarrollar todo un proyecto filosófico (epistemológico) en torno a la realidad cinematográfica, operando para ello con el par imagen-movimiento e imagen-tiempo{5}. Nuestro diagnóstico (que como es obvio debemos al sutil magisterio de Santiago Escudero), es que Deleuze es deudor (además de las innegables reminiscencias de los «aprioris» kantianos en la Estética Transcendental), de la ontología sartreana, pero más aún de la concepción del espacio-tiempo de Bergson. Un filósofo, éste último, cuya «metafísica de la duración» tanto debe al hecho cinematográfico, tal y como éste se presentaba en los albores de tal invento, es decir en la época del cine silente.

En España ya hace unos años que Gustavo Bueno ha dedicado algunas páginas sustanciosas a desentrañar la esencia (dialéctica) del cine, sobre todo del cine religioso, y principalmente también de la televisión en oposición a la cinematografía{6}.

Escudero, retomando las tesis de la teoría de la comunicación sobre el problema de la oralidad (ejemplificadas en parte en la polémica de Reale contra Havelock), intentó evaluar los mecanismos cinematográficos como estructuras gnoseológicas (lo cual quiere decir inevitablemente ontológicas), aplicadas a la propia obra de Platón, pues éste, como afirma Bueno, no es que prefigure la propia actividad cinematográfica, sino que el cine «ejecuta técnicamente una idea que encontramos ya configurada, con todos los detalles, en el libro VII de La República»{7}. No obstante el principal interés de Santiago era en este asunto de tipo epistemológico, pero con un tono claramente realista (por influjo de la Poética aristotélica) y en ciertos aspectos materialista (aceptación, bajo la impronta marxista, de las determinaciones sociales e históricas){8}. De ahí también que diera tanta importancia a los «mecanismos gnoseológicos cinematográficos» presentes en El Banquete platónico. De esta suerte el cine, sobre todo el más habitual, incluso el más masivo (como el norteamericano) es constructor y transmisor de ideas e ideas-fuerza, y como tal contribuye al cambio de las mentalidades e ideologías{9}.

Santiago Escudero estaba enamorado de los clásicos de Hollywood, por cuanto éstos (de Griffith a Mankiewicz, pasando por Ford, Hawks, Capra, Wyler y Kazan), han contribuido de forma decisiva a consolidar la propia visión y proyección de los Estados Unidos como democracia y como nación hegemónica.

El último trabajo que Santiago dirigió, que yo sepa, (salvo que Doña María Jesús Blanco Acebal se refiera a otra persona){10}, fue el mío. Desde el 2004 Escudero era decano de la Facultad de Filosofía de Oviedo. Como a mí me gustaba el western desde la infancia y había visto mucho de este tipo de cine y leído bastante sobre el mismo en fuentes francesas, Santiago me invitó a realizar una Tesis bajo su dirección y consejo. Él estaba muy atareado debido a su cargo y yo, fuerza es decirlo, me encontraba un tanto desorientado sobre cómo abordar el tema y sobre si tendría capacidad para ello. Nos pusimos a la tarea el 1 de diciembre de 2004 y a pesar de lo estresante de sus muchas ocupaciones nunca forzó la marcha de lo que yo buenamente podía ir redactando, pero él, avezado en la investigación y en los requisitos que ha de reunir un proyecto doctoral, siempre tuvo las cosas claras y me orientó con sabiduría y más aún con verdadera amistad.

El profesor Escudero perteneció a una generación –y esto es necesario subrayarlo aquí–, que pudo compaginar, aunque con mucho esfuerzo, la cátedra en la Enseñanza Media, cuando ésta era algo digno, con la colaboración en la Universidad. Sabía también del grado de degradación a la que se ha llegado hoy en día en lo que los politicastros de toda laya y condición llaman con eufemismo Educación secundaria y que no es más que un atiborrado conjunto de despropósitos a cuál peor. En esto Santiago era muy realista, es decir de un pesimismo entre rebelde y resignado. El haber sido durante muchos años docente en el Bachillerato le hacía sabedor, de primera mano, de cuántas trabas y miserias condicionan a veces cualquier tarea de lectura e investigación sosegada, por mínima que esta sea. Igualmente acabo de decir «nos pusimos» y no es un plural retórico y falaz, pues Escudero te acompañaba, de nuevo de forma socrática, en lo que estuvieras leyendo o escribiendo, de tal suerte que nunca perdía el hilo de lo que procedía hacer y esto por muy ocupado que él se encontrase en otras tareas. ¡He aquí su verdadera labor socrática y platónica! Tomarte en serio como interlocutor y acompañarte, al modo mayéutico, para que llegases a valorar realmente lo que estabas concibiendo por ti mismo.

Como he dicho a mí me interesaba el western, la gnoseología del mismo y cómo el cine construye mitos y contribuye a transmitir ideas y a conformar ideologías. También estaba habituado a oír en medios televisivos (y a leer en revistas divulgativas de cine), a través de José Luis Garci y Eduardo Torres-Dulce, que John Ford era un Homero de nuestro tiempo. El problema filosófico era, sí pero ¿por qué?; es decir ¿qué relación gnoseológica hay entre cine, mito e ideología?, ¿se podía ejemplificar esta problemática en un caso concreto que sirviese como marco de estudio? Sin saber hasta dónde daría de sí el tema a mí me gustaba Sergeant Rutledge (El sargento negro, 1960), de Ford, por su aparente complejidad, y a Santiago le había parecido de perlas. Además en Estados Unidos ya se habían publicado estudios muy serios sobre otra gran obra maestra (al menos al decir de muchos), The Searchers (Centauros del desierto, Ford, 1956).

El profesor Escudero siempre dejaba establecido, con claridad y firmeza a todo el que quisiera trabajar con él, que no se debía de utilizar ninguna filosofía de manera dogmática o escolástica para avasallar los datos. Pues aunque no hay hechos puros, esto no podía servir de excusa para no efectuar un análisis minucioso de lo que se quisiera estudiar. Y es que la dialéctica platónica (Diáiresis y Sinagogue) era utilizada por él hasta sus últimas consecuencias.

En todo caso Santiago González Escudero era un investigador serio que sabía que no hay que confundir la Lógica de la Ciencia con la Ciencia de la Lógica. Sabía también, y así lo profesaba, que la Filosofía es un saber de ideas, plural en su diversidad, pero con un tronco común de problemas y soluciones que dan identidad a la Civilización Occidental. Por eso no aceptaba ni el dogmatismo escolástico (fuese el que fuese), ni el relativismo sociologista, al que tan proclives son los postmodernos descreídos y con ellos tantos «estetas dionisíacos» e «ideólogos» (e ideólogas), que usan y abusan de la «filosofía» (dentro y fuera de la universidad), por considerarla una mera ideología que se impone simplemente por la «voluntad de poder» (tesis de Foucault o Paul Veyne). Sabía además que tan oscurantista es un «cristianismo acartonado, positivizado» (contra el que se enfrentó el joven Hegel dentro del Protestantismo) y administrado por unas jerarquías que se creen en posesión de la única verdad, como una «educación para la ciudadanía» que, anulando el verdadero saber filosófico y el saber filosófico verdadero, lo pervierten en aras de un total relativismo sociologista y nihilista, que oculta el afán de poder (y de perpetuarse en el mismo) de una «postmodernidad progre» carente de verdaderos valores morales y de valores morales verdaderos, y que pretende en suma aborregar aún más (si es que esto es posible ya), a una juventud desorientada en una España enferma carente hoy todavía de verdaderos valores cívicos, es decir republicanos.

Santiago, ya muy enfermo, trabajó hasta el último momento con paz interior y hasta el último momento también no dejó de ayudar a cualquiera que lo requiriese. Ése fue mi caso. Sé que su deseo hubiese sido, pues así lo había previsto, ayudarme a darle los últimos arreglos de presentación a mi tesis, y por supuesto facilitarme en todo lo posible los trámites de elección de tribunal y de defensa de la misma. Pero la Parca atajó su camino y a todos los que le quisimos nos dejó sumidos en una tristeza tan sentida como sincera y obvia. Pero los grandes hombres nunca mueren, pues como sucede siempre el espíritu de los muertos perdura en la memoria de los vivos. Por ello espero que Sergeant Rutledge, de John Ford, como mito filosófico sea merecedora de ser un digno homenaje a quien supo seguir con modesto estoicismo la sabia senda de Epicuro.{11}

Notas

{1} Véase una sucinta biografía y los datos académicos más importantes de Santiago González Escudero en el Proyecto Filosofía en Español: http://www.filosofia.org/ave/001/a297.htm

{2} Disponible en internet en: http://www.filosofia.org/bol/not/bn053.htm

{3} Véase el siguiente artículo: Jaime Álvarez, «La ‘imagen’ de Venus en Lucrecio», El Basilisco, nº 16, primera época, septiembre 1983-agosto 1984, Oviedo, págs. 57-61. Disponible en http://www.fgbueno.es/bas/bas11605.htm

{4} Para las concepciones de la Filosofía véase Gustavo Bueno, El papel de la filosofía en el conjunto del saber, Ciencia Nueva, Madrid 1970: http://www.fgbueno.es/gbm/gb70pf.htm. Véase igualmente Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía? El lugar de la filosofía en la educación. El papel de la filosofía en el conjunto del saber constituido por el saber político, el saber científico y el saber religiosos de nuestra época, Pentalfa, 2ª edición ampliada, Oviedo 1995. Además Gustavo Bueno, «El papel de la filosofía en el conjunto del hacer», conferencia disponible en internet: http://www.fgbueno.es/med/20080408.htm. También Pelayo García Sierra, Diccionario Filosófico. Manual de materialismo filosófico, Pentalfa Ediciones, Oviedo 2000, pág. 29-46.

{5} Gilles Deleuze, L'image-mouvement. Cinéma I, Les Éditions de Minuit, París 1983 (en español: La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1, Paidós, Barcelona 1994), L'image-temps. Cinéma 2, Les Éditions de Minuit, París 1985 (en español: La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2, Paidós, Barcelona 1986).

{6} Gustavo Bueno, «¿Qué significa ‘cine religioso’?», El Basilisco, nº 15 (segunda época), Oviedo (invierno 1993), págs. 15-28. Con el título «La virtualidad cinematográfica de la religión», en Marino Pérez Álvarez (comp.), La superstición en la ciudad, Siglo Veintiuno de España Editores, Madrid 1993, págs. 223-258. Bueno, Televisión: Apariencia y Verdad, Gedisa, Barcelona 2000.

{7} Gustavo Bueno, «¿Qué significa ‘cine religioso’?», El Basilisco, nº 15 (segunda época), Oviedo (invierno 1993), págs. 15-28, pág. 21.

{8} Santiago González Escudero, «Platón y el cine» (conferencia pronunciada en el Club de Prensa de La Nueva España de Oviedo), en Boletín nº 3 de la Sociedad Asturiana de Filosofía, Oviedo, noviembre de 2004, págs. 75-83.

{9} Cuando hablamos aquí del cine de Hollywood como cine de masas lo hacemos en un sentido claramente polémico. Es decir en oposición al cine experimental o engagé al que nos tuvieron acostumbrados algunos directores europeos y que hizo las delicias de la gauche divine y de la «progresía afrancesada» –-hoy militante del PSOE principalmente—, en los años del tardofranquismo español y de los primeros años de la transición, y que tan bien ha retratado con ironía José Ignacio Gracia Noriega en el diario ovetense La Nueva España.

{10} M. J. Blanco Acebal, «Santiago González Escudero, un hombre excepcional», La Nueva España, Oviedo, miércoles 14 de mayo de 2008.

{11} Testimoniamos aquí de nuevo nuestro pésame a la familia de Santiago G. Escudero. Sobre todo a su esposa (ahora su viuda), Rosa Cristina Pardo Avellaneda, que en todo momento nos brindó en estos últimos años un trato educado, delicado y exquisito. Ella, con su actitud hacia los que frecuentábamos a Santiago por razones académicas, es el mejor ejemplo de que Platón (con su Diotima socrática), no se equivocaba en El Banquete al hablar y ejercer «la mímesis en la verdadera jerarquía del Amor intelectual». La serena actitud de sus hijos es también buena muestra de ello. Un buen ejemplo del soterrado magisterio socrático-platónico de Escudero en materia de filosofía del cine véase en la siguiente obra: Laura Díaz Díaz y Javier González Fernández, Escapando de Matrix. Cine con sentido. Sobre cine y filosofía, Eikasia, Oviedo 2007.

 

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