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El Catoblepas, número 81, noviembre 2008
  El Catoblepasnúmero 81 • noviembre 2008 • página 6
Desde mi atalaya

Los precursores del eurocomunismo

José María Laso Prieto

Publicado originalmente en la revista Argumentos en 1977

Uno de los rasgos específicos que singularizan a la cultura italiana contemporánea estriba en el fuerte influjo que sobre ella ha ejercido el pensamiento marxista. Sin embargo, en este caso, no se trata –como ha sucedido en otros países– de un pensamiento trivializado por las impregnaciones positivistas y sumido en la inercia de la rutina propia de la divulgación populista. Por el contrario, nos referimos a un pensamiento marxista muy elaborado que ha logrado depurarse de la ganga positivista-mecanicista, reforzando, simultáneamente, los fuertes nexos orgánicos que le unen a la clase obrera.

Labriola, primer marxista italiano

Después del predominio de las corrientes idealistas y románticas que caracterizan culturalmente el movimiento político conocido por Il Resorgimento, se había producido en Italia una fuerte reacción positivista que anegaba todas las facetas de su cultura. No fue a ello inmune el marxismo italiano y el fenómeno se acentuó gradualmente hasta caer en las trivializaciones que tipifican Achille Loria y Enrico Ferri. De ahí la importancia del trabajo de Antonio Labriola, destinado a elaborar una concepción de la filosofía de la praxis que proporcionase al marxismo su necesaria autonomía filosófica.

En realidad, tanto las valiosas aportaciones de Labriola, como sus propias limitaciones, están ligadas al incipiente grado de desarrollo que durante su actividad intelectual habían alcanzado el proceso de concienciación marxista del proletariado italiano. Como primer pensador marxista de su país, Antonio Labriola se esforzó en combatir el economicismo imperante en el movimiento obrero italiano después de su idealismo hegeliano y el democratismo burgués original para situarse firmemente en una perspectiva marxista.

En 1895 Labriola subraya ya que, en la aparición del materialismo histórico, el comunismo había dejado de ser una «suposición problemática» para presentarse como culminación de la lucha de clases. Para él, la publicación del Manifiesto Comunista constituía una revolución en las ciencias sociales que situaba en la debida perspectiva la relación estructura-superestructura de la sociedad. Coherentemente, a la vez que señalaba el carácter derivado de la superestructura, rechazaba el determinismo económico considerando que el elemento económico sólo en última instancia determina la orientación del pensamiento.

A partir de 1890 Labriola, que ya estaba en contacto con el movimiento obrero, sostiene correspondencia con Engels, y dos años más tarde es uno de los fundadores del Partido Socialista. En 1895 publica su comentario al Manifiesto Comunista; en él, además del ya señalado antieconomicismo, destaca la tesis de la independencia filosófica del marxismo. Esta concepción se enfrenta a las tendencias positivistas o formalistas que pretenden completar el marxismo con los elementos que puedan faltarle desde el punto de vista académico-escolástico de la división de la cultura. De ahí que Labriola esclareciese, con más precisión que cualquier otro autor marxista contemporáneo, la originalidad e independencia del marxismo como totalidad concreta, el hecho de que, como pensamiento, no pertenece a ninguna «especialidad», a ningún género preexistente.

Rechazando todo escolasticismo, Labriola recupera plenamente la concepción marxista de práctica que había sido diluida por el empirismo estrecho de la socialdemocracia en su doble tendencia al positivismo o a la especulación filosófica tradicional.

Para él, la filosofía de la praxis es la médula del materialismo histórico. Y aunque Labriola no ha producido una obra de realización de esa idea en la interpretación de la historia y de la vida social, ni tampoco en el intento de construir una política comunista, su formulación, que queda en mero programa teórico, es sensible, aguda y lo suficientemente exacta como para que Gramsci haya podido recogerla en su propio trabajo.

Singularidad de la aportación teórica de Gramsci

La labor de autentificación del pensamiento marxista emprendida por Labriola constituía una tarea global y, en consecuencia, requería no sólo efectuar la conexión con las condiciones objetivas en que se desarrollaba el movimiento obrero italiano, sino un replanteamiento del conjunto de la cultura del país. En ese sentido la aportación filosófica de Benedetto Croce resultó fundamental, ya que acentuó los rasgos específicos de la cultura italiana. La crítica demoledora que Gramsci lleva a cabo, en sus Cuadernos de la Cárcel, de las facetas más negativas de la filosofía idealista de Croce no debe de ocultarnos la contribución de éste a la formación del filósofo marxista italiano.

Sin que para ello supongan un obstáculo sus reminiscencias idealistas, desde 1918 a la ideología de Croce opone Gramsci la de la filosofía de la praxis. En su pensamiento confluyen ya entonces –en síntesis dialéctica– Croce y Labriola.

De ese modo Gramsci profundiza su posición juvenil, que se había caracterizado por una fuerte reacción antipositivista tanto en el plano filosófico-científico, como en el específicamente político. Su mordacidad frente a las trivializaciones positivistas de un Achille Loria se complementa, muy coherentemente, con la crítica constante que lleva a cabo contra el empirismo estrecho de la II Internacional. El precoz instinto político de Gramsci le hizo percibir, ya desde sus primeros escritos, que el cientifismo tras el que se ocultaban las posiciones revisionistas de los líderes socialdemócratas tenía no sólo raíces sociales objetivas, sino también fundamentos gnoseológicos de claro origen positivista. A la pretensión que pronto se generaliza en esos medios, de que la Revolución de Octubre no era factible y estaba condenada al fracaso por su carácter prematuro Gramsci opone su trabajo titulado «La revolución contra El Capital». Título paradójico, pero sumamente aleccionador.

Frente al objetivismo economicista con que Plejanov y sus colegas socialdemócratas occidentales, basándose en una visión petrificada y dogmática del marxismo, trataban de utópica toda praxis revolucionaria del proletariado, elabora Gramsci nuevas concepciones que, a pesar de contener todavía una apreciable carga de voluntarismo, pronto evidenciarían un gran realismo político. En este sentido la coincidencia entre Lenin y Gramsci fue total, ya que, a pesar de notables diferencias en su proceso de formación, en ambos líderes marxistas se daba una profunda concepción revolucionaria que les permitía captar lúcidamente las condiciones mínimas necesarias para que el proletariado pudiese abordar seriamente la ineludible tarea de la conquista del poder político.

Empero, si la aportación gramsciana al caudal teórico del movimiento obrero la limitásemos al enriquecimiento de sus componentes subjetivos, que logra mediante los análisis superestructurales, no superaríamos una línea de interpretación ya rutinaria en los estudios de su pensamiento. En consecuencia, consideramos muy fecundo el intento realizado por el profesor Gustavo Bueno de aplicar, a una faceta básica del pensamiento de Gramsci, los «ejes» del sistema hegeliano. La utilización de tales coordenadas permite comprender mejor la sustantividad propia que las concepciones gramscianas han obtenido en el pensamiento marxista.

Ahora bien, esta sustantividad de la aportación de Gramsci al acervo común del pensamiento marxista no se limita al campo doctrinal. Todo lo contrario. En Gramsci, no obstante sus preocupaciones teóricas y el elevado nivel [con] que abordó las más complejas tareas intelectuales, la actividad del militante revolucionario ocupa un primer plano.

Conviene, no obstante, efectuar la distinción de que el énfasis gramsciano en una praxis revolucionaria real y la preocupación de dotarla de los instrumentos conceptuales necesarios (bloque histórico, hegemonía, intelectual orgánico, intelectual tradicional, crisis orgánica, &c.), o de los instrumentos políticos precisos (Consejos Obreros, Príncipe Moderno = partido político, intelectual colectivo, etc.) no ha de inducirnos a considerar que en sus concepciones privilegia la faceta operativa. Tampoco cabría incluir a Gramsci en el ámbito de ese sociologismo banal que tanto ha contribuido a rebajar, en algunas etapas de su desarrollo, determinados niveles del pensamiento marxista. Gramsci combatió con especial energía las manifestaciones de reduccionismo sociologista.

Guerra de movimiento y guerra de posición

No es cuestión, sin embargo, únicamente de una metodología general de la Historia. La preocupación específica del «hic et nunc» complementa el enfoque global. Gramsci se planteó, ante todo, la tarea de contribuir a resolver el problema planteado por la necesidad de que el proletariado italiano afrontase seriamente la conquista del poder. Y no sólo del poder político, entendido como expresión directa de la sociedad política, sino también de la captación del consenso popular preciso para hacerse con la hegemonía de la sociedad civil. Empero el análisis realizado en su extraordinariamente lúcido trabajo Guerra de movimiento y guerra de posición, transcendía el marco concreto italiano para pasar a ser paradigmático de todas las sociedades industrializadas. Para Gramsci ya no se trataba sólo de que en octubre se hubiese producido –según la formulación de Lenin– la ruptura del eslabón más débil de la cadena imperialista. En las condiciones de las sociedades industrializadas de Occidente la situación es muy distinta; la burguesía realizó en su momento la revolución y obtuvo, por uno u otro medio, el dominio del aparato estatal. Después, antes, o simultáneamente, según los casos, tuvo lugar un amplio proceso de sedimentación histórica en que ese dominio coercitivo se complementó con la dirección intelectual y moral de las masas subordinadas. Es decir, con la imposición de la hegemonía cultural, que aseguró el consenso popular en una medida jamás obtenida en las anteriores etapas de la historia de la explotación del hombre por el hombre.

En tales condiciones no cabe plantearse únicamente, como en el octubre soviético, el ataque frontal a la trinchera estatal. Gramsci considera que en Occidente esa trinchera posee también una serie de fortines y búnkeres escalonados a diversa profundidad, que constituyen los puntos neurálgicos de una sociedad sumamente desarrollada. Manteniendo la expresiva metáfora bélica gramsciana, cabe considerar a los intelectuales como los ingenieros que han construido esas líneas complementarias de defensa y, así mismo, como los oficiales que las mantienen. Pero no se trata de francotiradores aislados, como sería propio del concepto tradicional de intelectual, sino de cuadros militares organizados como fuerza coherente. Y cada clase social hegemónica o que aspira a serlo, debe de crearse sus propios cuadros intelectuales. Tales cuadros se vinculan, orgánicamente a su clase de origen, o de adopción, y la homogenizan ideológicamente.

El proletariado de cada país, si aspira seriamente a asumir la función hegemónica que le corresponde en el desarrollo social, debe de afrontar con decisión la creación = de sus propios intelectuales orgánicos y la captación de los tradicionales que han quedado desvinculados de su clase originaria. Estos «funcionarios de la superestructura», como les calificaba Gramsci, asumen la función de promotores del ejercicio de la hegemonía. Si se trata de los intelectuales orgánicos de la nueva clase ascendente, abordan la elaboración de su ideología, le proporcionan conciencia de su papel y acaban transformándola en concepción del mundo que se irá difundiendo por todo el cuerpo social. Para la mayor eficiencia de su labor deben asumir con rigor la función crítica de la cultura. Esta ofrece grandes posibilidades en cuanto a proporcionar la contribución precisa para producir el debilitamiento del consenso anterior y simultánea concienciación de la clase emergente. Con el desempeño de estas funciones, los intelectuales asumen la tarea de establecer los necesarios nexos orgánicos entre estructura y superestructura, que dan lugar al fenómeno del bloque histórico concebido no mecánicamente, sólo como alianza de clases, sino también como unidad orgánica entre esa estructura y superestructura. Se constituyen así los diversos bloques históricos que han jalonado el desarrollo de la dominación de clases. Pero no nos encontramos ahora en una etapa cualquiera de tan prolongado proceso, sino en su culminación. El nuevo bloque en gestación acabará imponiendo su hegemonía y posibilitando así la llegada a una etapa del desarrollo humano en que esa hegemonía no sea ya necesaria.

Togliatti: pensador y hombre de acción

Respondiendo a una creciente necesidad de clarificación antipositivista y antirrevisionista, aparece L'Ordine Nuovo. Su núcleo inicial lo integran Gramsci, Togliatti, Terracini, Tasca Pía Carena. La finalidad que se persigue queda claramente establecida en el triple lema que encabeza la publicación:

I. Instruyámonos, porque tendremos necesidad de toda nuestra inteligencia.

II. Actuemos, porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo.

III. Organicémonos, porque tendremos necesidad de toda nuestra fuerza.

Todo ello, en plena coherencia con la concepción que tenían de la interdependencia dialéctica entre lucha política, lucha ideológica y lucha económica. Gradualmente, por impulso directo de Gramsci y Togliatti, el semanario pasa de una fase de revista cultural socialista a la de foro e instrumento de investigación de los Consejos Obreros de fábrica. A la praxis político-social corresponde una elaboración teórica centrada en subrayar la perspectiva leninista.

La lucha de la fracción comunista del Partido Socialista, de la cual los ordinovistas constituyen la parte decisiva – por necesidad organizativa y peso intelectual– desemboca en enero de 1921 en la fundación del Partido Comunista de Italia. Dentro de él y a lo largo de su amplia y activa vida Togliatti ofreció indudables pruebas de su gran capacidad teórica utilizando muy diversos medios de expresión. En sus trabajos aborda los problemas fundamentales suscitados por el desarrollo del marxismo en Italia y a tal fin enlaza con el pensamiento de sus predecesores –Labriola y Gramsci– situándolo en su contexto social y en el ámbito nacional-popular.

En su preocupación por hacer de ese Partido un gran partido nacional, inserto en la tradición socialista del país, Togliatti expuso reiteradamente, su concepción de Partido nuevo. Con tal propósito razonaba la necesidad de abrir nuevas vías al movimiento obrero que liberase a su partido de vanguardia tanto de la impotencia reformista como del nihilismo político que caracteriza al maximalismo y el verbalismo pseudo-revolucionario. Para lograrlo, se precisa una línea política que se identifique, en todo momento, con los más amplios intereses de las masas populares desechando, por consiguiente, la típica tentación del elitismo sectario. En el plano orgánico supone igualmente la superación de eventuales procesos de deformación burocrática. De ahí la necesidad de distinguir, en la teoría y en la práctica, el centralismo democrático del centralismo burocrático.

Togliatti aborda igualmente en sus trabajos, con amplitud, el problema de la democracia. Y en todas sus facetas: como reconquista de las libertades abolidas por el fascismo inicialmente y, también, en el plano de la necesidad de profundizar en el contenido de esas libertades para alcanzar la democracia política y económica. Surge así la concepción de una democracia avanzada –o democracia antimonopolista– que en la culminación de su desarrollo permitiría abordar seguidamente la transición al socialismo. Más específicamente, considera que la existencia y el progreso de la democracia se hallan desde hace más de un siglo –y más especialmente hoy– ligadas a la presencia y desarrollo de los impulsos populares y de un movimiento obrero organizado, fuerte, consciente de sus objetivos políticos y capaz de realizarlos a través de la lucha unitaria.

Togliatti supo asimismo plantear la problemática de la transición del socialismo sobre una base pluripartidista. Se trata de una opción consciente que supone para los Partidos comunistas el abandono de toda pretensión monopolista de su función dirigente. De hecho tal función dirigente equivalía en la concepción gramsciana a la de dominante.

Por el contrario, actualmente, los Partidos Comunistas a los que se engloba bajo el poco riguroso término de «eurocomunistas» sostienen firmemente que su eventual papel dirigente sólo se alcanzará situándose en la perspectiva gramsciana de la dirección intelectual y moral. Es decir, si son capaces de obtener, competitivamente, esa función no mediante medidas administrativas, sino a través de una argumentación y acción política cualitativamente superior.

En definitiva, en ésa perspectiva se han elaborado ulteriormente los programas políticos de los partidos comunistas de los países industrializados. Prescindiendo de los rasgos nacionales específicos que les caracterizan singularmente –producto de su independencia estratégica y del marco histórico-cultural en que se han desarrollado– todos ellos tienen en común la aspiración [de] asumir las denominadas libertades formales, de origen burgués, como conquistas propias e irrenunciables de la clase obrera y el compromiso de profundizar en la democracia para lograr el socialismo. Socialismo que, superando los condicionamientos negativos de su etapa prehistórica, supondrá su más perfecta simbiosis con las tradiciones democráticas que las masas populares actuales han hecho suyas.

Togliatti dedicó también una gran atención a los problemas específicos del movimiento comunista internacional. Su contenido, muy complejo y diversificado, se condensa sin embargo en la lúcida y apretada síntesis que constituye su Memorial de Yalta. Este famoso documento ha constituido el fundamento teórico del policentrismo que caracteriza actualmente el movimiento comunista internacional.

Lo nacional pasa a un primer plano y la dimensión internacional constituye la resultante de la confluencia de luchas nacionales llevadas a cabo en función de las características de las fuerzas en presencia. Pero, precisamente por esto, el modelo de avance tiene que referirse a las condiciones históricamente alcanzadas por la lucha de clases en cada país y a las instituciones políticas resultantes de ese conflicto histórico.

La década transcurrida, desde la redacción del Memorial de Yalta, ha confirmado plenamente las previsiones de Togliatti. En nuestra circunstancia nacional, la perspectiva se ha clarificado también en un cierto grado. Cualquiera que sean las vicisitudes que todavía deberemos afrontar, somos conscientes de las oportunidades, y de los riesgos, que se ofrecen al movimiento obrero y demás fuerzas sociales que tratan de abolir definitivamente la explotación del hombre por el hombre. Constituimos también un factor importante en la posibilidad de lograr una vía específica al socialismo propia de la Europa meridional. Socialismo que, sin dogmatismos preconcebidos, y sobre la base del pluralismo filosófico y el pluripartidismo, puede superar positivamente la escisión que en la década del veinte sufrió el movimiento obrero. Para lograrlo será igualmente necesario que –inspirándose en el ejemplo de la Unión de la izquierda francesa– los Partidos Socialistas de Europa meridional abandonen las tentaciones «socialdemócratas» de servir de buenos gerentes al Capitalismo, para plantearse seriamente la vía al socialismo. Algunos comentaristas políticos opinan que, en la medida que los Partidos comunistas asumen plenamente el democratismo político, los Partidos socialistas –por reacción natural– se plantean con mayor consecuencia la obtención del socialismo. Aunque esta tesis requeriría algunas matizaciones, asumimos, no obstante, plenamente su aspiración de que en un proceso previsible pueda lograrse la unidad de la izquierda española y ulteriormente el objetivo común de todos los que aspiramos a una sociedad socialista totalmente desarrollada.

 

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