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El Catoblepas, número 92, octubre 2009
  El Catoblepasnúmero 92 • octubre 2009 • página 11
Artículos

Juan Donoso Cortés,
marqués de Valdegamas. 1809-1853

Joaquín Macías López

En el bicentenario de su nacimiento

Juan Donoso Cortés, marqués de Valdegamas. 1809-1853

Introducción

Se cumplen doscientos años del nacimiento del político, diplomático y filósofo español Juan Donoso Cortés. Con el presente artículo pretendemos evocar su figura, para que la desmemoria histórica de la izquierda divagante, y la apologética iracunda de la derecha primaria, no acaben por borrar los perfiles de una de las figuras clave de la Filosofía española de la primera mitad del XIX.

Origen y primeras letras

Juan Donoso Cortés, desde 1846 primer marqués de Valdegamas, nació en Valle de la Serena, provincia de Badajoz, un 6 de mayo de 1809. Los Donoso Cortés residían en Don Benito, pueblo distante unos treinta kilómetros de Valle, pero las circunstancias adversas que se derivaron de la Guerra de la Independencia, concretamente tras la batalla de Medellín, provocaron la marcha de la familia a Valle de la Serena en busca de un lugar seguro, ya que la ocupación de Don Benito por las tropas francesas era inminente. Cabe pensar que cuando la situación fue propicia, en torno a mediados de 1809, pudieran regresar a su residencia en Don Benito{1}.

La familia de Donoso, aunque originaria de Aragón{2}, se trasladó posteriormente a Medellín, tierra natal del conquistador de México, Hernán Cortés, de quien toman el apellido. Los Donoso Cortés, propietarios de una dehesa en Valdegamas, en tierras de Don Benito, gozaban de una próspera situación económica. Además de sus propiedades agrícolas y ganaderas, el padre de Donoso era un «abogado de los Reales Consejos»{3}, y su madre, mujer enérgica y de acusada personalidad{4}, tuvo otros nueve hijos, de los que Donoso fue el mayor. Donoso crece y recibe su primera formación en Don Benito, en un ambiente proclive a la Ilustración y al liberalismo moderado{5} de aquellos años.

Estudiante en Salamanca y Cáceres

En 1820 encontramos a Donoso estudiando en Salamanca, siendo condiscípulo, entre otros, de Juan Bravo Murillo, que se trasladará posteriormente, al igual que él mismo, a la Universidad de Sevilla. Eran muchos los extremeños que estudiaban por entonces en Salamanca, cuya universidad había sido reestructurada bajo el protectorado del también extremeño Manuel Godoy. A partir de 1820 el liberalismo español ya se encuentra dividido en dos grupos: los moderados o doceañistas, partidarios de la Constitución de 1812 (Canga Argüelles, Villanueva, Martínez de la Rosa), y frente a ellos los exaltados o veinteañistas, para quienes la Constitución de Cádiz debía ser superada (Mendizábal, Alcalá Galiano, Evaristo San Miguel).

Unos meses antes de la llegada de Donoso a Salamanca, se derrumbaba el sistema absolutista de Fernando VII, siendo éste obligado, a su regreso de Francia, a jurar la Constitución de Cádiz. A través de la universidad salmantina penetran en España las nuevas corrientes del pensamiento y la filosofía europeas. Es un momento de euforia generalizada en las filas del liberalismo, en el que se sientan las bases para la construcción de un nuevo Estado.

En Salamanca Donoso cursa los años de Filosofía que el plan de estudios de 1807 exigía a los estudiantes de Derecho. Las corrientes filosóficas predominantes son el sensualismo (del estilo de Destutt de Tracy) y el utilitarismo de Bentham{6}. Donoso se interesa especialmente por el estudio de la Historia, así como por la Filosofía más novedosa de entonces, los enciclopedistas, Benjamín Constant, &c.

En 1822, los padres de Donoso deciden que se traslade a Cáceres, al Colegio de San Pedro, que recientemente había recibido la categoría de Universidad Provincial. Donoso estudia allí durante los dos años siguientes. El segundo año, en el que se estudiaba Filosofía Moral, equivalía a primero de Jurisprudencia.

Romanticismo sevillano

En octubre de 1823 Donoso ingresa en la Universidad de Sevilla para cursar segundo de Jurisprudencia. La experiencia liberal ha fracasado, y el Trienio, que había comenzado con el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan, finaliza en 1823 con la intervención militar extrajera dirigida por el duque de Angulema al frente de los Cien mil hijos de san Luis. La segunda restauración del régimen absolutista (tras la «traición» por parte de Fernando VII a los principios constitucionales durante el periodo que transcurrió entre 1814 a 1820) trae consigo la persecución y represión de los liberales. Durante el verano de 1823 Donoso había conocido a Manuel José Quintana, que era amigo de su padre, y que se encontraba refugiado escapando al destierro en Cabeza de Buey. Era, en aquel momento, además de destacado liberal, una de las grandes figuras de la poesía española prerromántica.

El ambiente poético-literario de Sevilla atrae con fuerza a Donoso{7}, que llega a fundar «una especie de cenáculo literario»{8}. Alberto Lista era en aquel momento la figura más destacada del movimiento poético sevillano. Entre el círculo de amigos de Donoso de aquellos años están Nicomedes Pastor Díaz, Gabriel García Tassara o Joaquín Francisco Pacheco, que evolucionaron hacía un romanticismo «conservador»{9}, al igual que Donoso, defensor en la década de los cuarenta del Altar y el Trono, así como de las «baladas y leyendas populares»{10}.

Donoso lee a Locke, Condillac y Destutt de Tracy, y se adentra en el tradicionalismo político de De Bonald{11}.

Donoso en Madrid

Finalizados sus estudios de Derecho en Sevilla, Donoso se traslada a Madrid con una carta de recomendación de Manuel José Quintana, dirigida a quien era gran amigo suyo, Agustín Durán, también extremeño de Badajoz (de Alburquerque), seguidor y discípulo de Alberto Lista, así como erudito, bibliófilo y profundo conocedor del Romanticismo español.

Donoso se introduce en el ambiente literario madrileño paro antes de que hubiera pasado un año, regresa a Don Benito, quizá porque en los círculos literarios que frecuentó, no consiguiera integrarse plenamente. En el verano de 1829 Donoso continua con sus lecturas sobre temas filosóficos e históricos (Rousseau, Maquiavelo, Voltaire, Madame Stael, Montesquieu, Ferguson…). De aquí arranca, a juicio de Santiago Galindo Herrero, la primera reflexión de Donoso sobre la Dictadura. Galindo Herrero hace referencia a los cuadernos de notas de Donoso conservados en Don Benito, en uno de los cuales puede leerse una idea sacada de The History of the Progress and Termination of The Roman Republic de Ferguson:

«No bastando la autoridad de la nueva forma de gobierno para prevenir los grandes infortunios que alguna vez amenazaban a la República, el Senado resolvió confiar por un corto tiempo toda la autoridad del gobierno a una sola persona que se llamó Dictador: según algunos, el primer Dictador fue nombrado a los tres años de expulsión de Tartino; según Dionisio de Alicarnaso a los doce. El Senado reservó la facultad de declarar cuándo necesitaba la República de un Dictador, y los cónsules la de nombrarle; el nombramiento era de noche y cuando se sabía quién era el nombrado, los licitadores abandonaban a los cónsules, y se ponían a disposición del que iba a ser por un tiempo el señor absoluto del Estado.»{12}

El 4 de enero de 1849 Donoso pronunciará en las Cortes uno de sus más famosos discursos, el conocido como «Discurso sobre la dictadura» que tendrá enorme eco en toda Europa y donde se condensan algunos de los planteamientos más polémicos, originales y discutidos de la Filosofía Política donosiana.

La excepcionalidad política de la dictadura será tema de debate en el siglo XX, cuando la interpretación a la que Carl Schmitt someta a partir de los años 20 el pensamiento donosiano, ponga de manifiesto la relación entre «dictadura», «excepcionalidad política» y «decisionismo»{13}.

Catedrático en Cáceres

El Colegio Provincial de Cáceres, donde Donoso había estudiado unos años antes, había sido clausurado al finalizar el Trienio, y fue vuelto a abrir en 1829. En ese momento, pensaron en Manuel José Quintana para ocupar una cátedra, pero éste rechazó el ofrecimiento. A cambio, él mismo propuso a su amigo Donoso para ocuparla. Aunque a regañadientes, ya que prefería el ejercicio de la abogacía que ya estaba ejerciendo en el bufete de su padre, Donoso acepta finalmente la cátedra a condición de que ésta sea de Humanidades, ya que otra para la que se le propuso, de «Historia, Cronología y Geografía», requeriría, a su juicio, disponer de una «inmensa biblioteca», que en aquel momento considera no poseer. Donoso lee el Discurso de apertura del Colegio de Humanidades de Cáceres en octubre de 1829. Realiza un repaso histórico desde tiempos del Imperio Romano para terminar ensalzando los logros del siglo de las luces como uno de los puntos culminantes de toda la civilización occidental, en una línea netamente racionalista.

Entre el público se encuentra un muchacho de apenas 10 años que va a convertirse en el único alumno que escoja la asignatura opcional que Donoso imparte en el Colegio. Este alumno, que escuchaba atentamente con estoica ejemplaridad las lecciones de hora y media de duración que pronunciaba indefectiblemente su profesor, se acabará convirtiendo con el paso de los años en un gran amigo suyo, y no era sino D. Gabino Tejado, el primer editor de las Obras Completas de Donoso, publicadas en 1854.

La Memoria sobre la Monarquía

En 1830 Donoso contrae matrimonio con Teresa García Carrasco{14}, cuya familia esta vinculada al liberalismo (era hermana del futuro conde de Santa Olaya), y en 1832, terminado el curso académico en Cáceres, el matrimonio Donoso Cortés está viviendo en Madrid{15}.

En 1830 había sido promulgada la Pragmática Sanción por la que el Trono de España pasaría de Fernando VII a su hija mayor Isabel (deslegitimada hasta entonces para heredar la Corona en virtud de la Ley Sálica). Se abrió, con ello, la discusión sobre la cuestión sucesoria, ya que la Pragmática impedía, como es sabido, la subida al trono del Infante Don Carlos, hermano de Fernando VII, representante de los principios del absolutismo, y hasta entonces heredero legítimo a la corona. La importancia de la Pragmática fue enorme, por cuanto, a partir de ella, el problema dinástico quedará enteramente unido al problema político-ideológico (los partidarios del Antiguo Régimen pasan a ser «realistas»{16}, es decir, se mantienen fieles a los principios anteriores a la aprobación de la Pragmática{17} y se convierten, por tanto en carlistas, mientras que los antiguos liberales se hacen isabelinos, están por tanto, a favor de la Pragmática, puesto que ello supondría una transformación de la constitución política de la monarquía más próxima a su ideario. En 1832, con la discusión acerca de la cuestión sucesoria, y su trasfondo político, la división de la sociedad española era cada vez mayor.

Pues bien, en este contexto, y con objeto de darse a conocer en los círculos de poder próximos a Palacio, publica Donoso en octubre de 1832, su Memoria sobre la situación actual de la Monarquía. Donoso se muestra proclive a la Pragmática de 1830, que había sido derogada en 1832, y ofrece a Fernando VII un documento en el que recurriendo a la ilustración histórica, hace ver el papel fundamental de la Monarquía en España. En el texto de Donoso encontramos también su posicionamiento filosófico-político con respecto a la cuestión de la legitimidad:

«Cuando la experiencia y el choque continuo de los intereses ha producido ciertas reglas generales de conducta, ciertas condiciones necesarias de existencia que necesitan de fórmula y de expresión, entonces nacen las leyes, y con las leyes se forman los Estados. Las primeras leyes de los pueblos son siempre la expresión exacta de sus necesidades, porque son el resultado inmediato de las costumbres que ellas produjeron. Estas leyes deben ser siempre sagradas, porque han recibido la sanción de la experiencia y de los siglos.»{18}

Escrita tras la grave enfermedad del Monarca, que llegó a hacer temer por su vida, la Memoria sirve al futuro marqués de Valdegamas para atacar a los «traidores» que quisieron usurparle el Trono. El característico estilo literario de Donoso sale a relucir con contundencia:

«En tanto que la augusta esposa de Vuestra Majestad, estaba reclinada sobre ese lecho único objeto de sus temores y sus esperanzas, una facción que había crecido a la sombra del trono de Vuestra Majestad proyectaba arrebatar de la frente de su augusta hija la corona que Vuestra Majestad le dejaba sobre el borde de su tumba; esta facción impía cantó el himno de su triunfo y arrojó el guante del desafío en medio de la arena que iba a ser ensangrentada, ella rasgó la máscara alevosa y se ostentó triunfante; el espanto heló todos los corazones; los buenos desaparecieron del teatro donde brillaban los puñales, y hubo un momento en que el estandarte de la usurpación flotó como un velo funeral sobre el horizonte de esta Monarquía.»{19}

Donoso no ve inconveniente alguno en que Fernando VII sea sucedido por su hija. La Ley Sálica es foránea, ha sido impuesta a España por los franceses, y no forma parte de la tradición española, antes al contrario, «la historia de las reinas de España es tan interesante como la de sus reyes» (I:72), y «la Historia les debe sus mejores páginas, y la sociedad su esplendor y sus costumbres» (I:74)

Donoso tiene tan solo veintitrés años cuando escribe la Memoria. Su intención, era, como hemos dicho, darse a conocer, cosa que consigue con creces: Donoso defiende al Rey, se enfrenta a sus enemigos (los seguidores del Infante D. Carlos), y advierte del peligro de la revolución. Todo ello hace decir a Suárez Verdeguer que «el mayor servicio que podía haber recibido el liberalismo español en 1832 lo prestó Donoso Cortés con su Memoria sobre la Monarquía»{20}.

En 1832 Donoso, por tanto, defiende el liberalismo en su versión conservadora («ilustrada», pero no «revolucionaria»). La buena aceptación por parte de Fernando VII del escrito de Donoso, hace que en febrero de 1833 le nombre Oficial de su secretaría del Ministerio de Gracia y Justicia. Donoso es un hombre (un «joven») útil a la Corona. A partir de este momento, su carrera política progresará en veloz ascenso{21}.

El nombramiento permite a Donoso seguir viviendo en Madrid, donde continúa frecuentando las tertulias literarias. Según Galindo Herrero, Donoso tenía un piso en la calle Atocha{22}, y frecuentaba las tertulias literarias de la capital, forjando en ellas una gran amistad con Pastor Díaz. En El Parnasillo, la tertulia del Café del Príncipe, junto al café español, coincidió con los grandes escritores, dramaturgos y poetas del Romanticismo (Larra, Mesonero Romanos, Espronceda, Ventura de la Vega, &c.).

Como contrapunto a esta prometedora carrera, en lo personal, Donoso pierde a su única hija en 1834 y su esposa Teresa, fallece, repentinamente, un año después.

«Gobierno de la inteligencia» y «aristocracias legítimas»

Puesto que la futura reina de España, derogada la Ley Sálica, debería ser Isabel (futura Isabel II, entonces menor de edad), su madre María Cristina de Borbón accede al Trono de España a la muerte de su esposo Fernando VII en calidad de Regente.

Dos acontecimientos de crucial importancia van a suceder en 1834: los días 15 y 16 de julio del 34 se propaga la peste por Vallecas y Madrid. Corre el rumor de que los frailes han envenenado las aguas. El 17 de julio se queman conventos y se produce una matanza de religiosos en distintos lugares de Madrid. Por otro lado, muerto ya Fernando VII (en septiembre del 33), el Infante Don Carlos llega a Navarra para ponerse al frente de sus tropas. España está al borde de la guerra civil.

Pues bien, el 24 de julio se celebra una sesión en la Cortes en la que el gobierno de Martínez de la Rosa recibe fuertes críticas de la oposición. El Estatuto Real, del que el propio Martínez de la Rosa fue artífice, había sido aprobado el 1 de abril del 34, y otorgaba al Rey el derecho exclusivo de convocatoria y disolución de las dos Cámaras. La oposición pide que se discuta un proyecto de Constitución verdaderamente democrática{23}.

En este contexto, publica Donoso sus Consideraciones sobre la diplomacia. Su influencia en el estado político y social de Europa desde la revolución de julio hasta el tratado de la cuádruple alianza. Las Consideraciones van precedidas de un Prólogo, firmado en Madrid el 14 de agosto del 34 en el que Donoso alude a los violentos acontecimientos antes citados, lamentando profundamente lo sucedido:

«Este espectáculo se ha ofrecido a nuestra vista, y ha sido fúnebre y terrible. El es una lección, y esta lección es severa. Su recuerdo será indeleble y turbará largos días nuestro reposo, como si estuviéramos bajo la influencia de un funesto talismán o como si turbara nuestro sueño la imagen melancólica de un fantasma importuno.» (I:98)

Pero se muestra prudente, consciente de la situación de quiebra política a la que se enfrenta el país:

«Las leyes no pueden exigir obediencia si no conceden protección, y la libertad y el orden, para hermanarse y crecer, necesitan que se purifique el suelo que ha teñido la sangre y que ha profanado el crimen. La nación lo espera del Gobierno y de los que la representan, y ahora más que nunca, para asegurar nuestro porvenir y labrar nuestro destino, deben cumplir su misión defendiendo el Trono, consolidando la libertad y sofocando la anarquía.»(I:98)

Con respecto a la llega del infante D. Carlos a la Península, Donoso se muestra rotundo:

«¿Pretende el trono? ¡Infeliz! No conoce que entre el trono y él hay un río de sangre más difícil de salvar que el Pirineo; él no sabe que sus víctimas le acusan, que todos le maldicen, que este suelo le rechaza, que la Divinidad le condena y que le reclaman las leyes. ¡Un trono!...Si él pudiera ocuparle, su trono sería un osario.» (I:99)

Donoso, por tanto, sigue siendo aquí (en agosto del 34) un liberal moderado.

En las Consideraciones, Donoso analiza la situación de Europa desde El Congreso de Viena de 1815, (momento en que la diplomacia «empieza a pesar sistemáticamente sobre Europa»), la revolución de julio de 1830, hasta el Tratado de la Cuádruple Alianza (1834). Parte de un planteamiento en las que muestra cómo la diplomacia ha estado siempre vinculada a la Europa «civilizada y monárquica» (I:99) La primera época de la diplomacia es la representada por la paz de Westfalia. La diplomacia ha buscado siempre, desde entonces, la paz de Europa y el progreso y «prosperidad» de los pueblos. Encontramos aquí a un Donoso liberal partidario de la diplomacia como la vía idónea para preservar la paz y el progreso de las naciones. Aflora una idea que va a ir desarrollándose y cobrando fuerza en su primera filosofía política: la del «gobierno de la inteligencia», concepto que le sirve para interpretar el curso de la Historia Universal, jugando un papel similar al de Espíritu en Hegel o lucha de clases Marx . Se aprecia, asimismo, la influencia de los doctrinarios franceses.

La división de la sociedad a la muerte de Fernando VII, termina por desencadenar la primera guerra carlista (1833-1840), en donde, como hemos señalado anteriormente, la cuestión sucesoria aparecía en primer plano, pero era expresión de un conflicto mucho más profundo, y con muchas vertientes, entre absolutismo y liberalismo. El 7 de junio de 1835, el Conde de Toreno sucede en la presidencia del Consejo de Ministros a Francisco Martínez de la Rosa. Suárez Verdeguer, desde su óptica conservadora, apunta:

«La anarquía alcanzó, durante el ministerio de Toreno, alturas-mejor diría profundidades-difícilmente mensurables. Por todas las provincias habían surgido juntas revolucionarias que, ante la quiebra total de toda autoridad, campeaban por sus respectos.»{24}

El liberalismo radical pidió la formación de Cortes Constituyentes, a favor de lo cual también estaba Donoso, quizá porque la alternativa fuese la dictadura.{25}

Mendizábal sucede al conde de Toreno como presidente del Gobierno el 25 de septiembre de 1835, y neutraliza a las Juntas. Donoso colabora con el gobierno de Mendizábal y es nombrado Comisario regio en las provincias de Cáceres y Badajoz para reducirlas. Ello supuso un importante impulso a su carrera política: Se le concede la Cruz y Placa de Caballero de número de la Orden de Carlos III y a continuación es nombrado de la Secretaría del Ministerio de Gracia y Justicia en enero del 36 siendo ministro Gómez Becerra.

Poco antes de este nombramiento, en 1835 Donoso publicaba La ley electoral considerada en su base y en su relación con el espíritu de nuestras instituciones. Surge al hilo de la reforma proyectado por el gobierno de Mendizábal para lograr un sistema que seleccione a los mejores. Donoso desarrolla aquí su teoría de las «aristocracias legítimas» que fundamenta en su doctrina de la «soberanía de la inteligencia». Donoso sigue defendiendo la Monarquía constitucional. Estamos en la que se ha dado en llamar etapa «racionalista»{26} de Donoso en la que defiende un sistema monárquico-constitucional apoyado por las «clases medias» y legitimado por el principio de la «soberanía de la inteligencia» para el ejercicio del poder. El folleto de Donoso fue duramente criticado por Alcalá Galiano y muy bien valorado por Pastor Díaz.

Las Lecciones del Ateneo

1835 es también el año en que el Ateneo «Científico, literario y artístico» de Madrid abre sus puertas de nuevo, tras su clausura al finalizar el Trienio. Donoso tuvo parte activa en ello{27} y es invitado, junto con Antonio Alcalá Galiano y Joaquín Francisco Pacheco a impartir un curso en la Cátedra de Derecho Político Constitucional. El curso de Donoso se dictó entre 1836 y 1837, el de Alcalá Galiano entre 1843 y 1844 y el de Pacheco entre 1844 y 1845. Joaquín Varela Suances{28} señala que los tres cursos muestran cuatro características comunes:

* los tres cursos se presentan en oposición a los principios de la Revolución Francesa. Por oposición a ella y su influencia en el liberalismo «doceañista», los tres se suman a la nueva teoría constitucional vigente en la Europa postnapoleónica, influida por el utilitarismo, el positivismo sociológico y el historicismo.

* en los cursos se trata también de combatir la «intelectualmente pobre» y «políticamente incoherente» doctrina progresista.

* los tres defienden, asimismo, un modelo de Estado Constitucional muy similar basado en «un ejecutivo monárquico con amplias facultades», unas Cortes bicamerales (en las que la mayoría de la población no estaría representada, por basarse en un sufragio censitario), una Administración Pública muy centralizada y una Magistratura concebida como Administración de Justicia y «no como un auténtico poder judicial».

* por último, Joaquín Varela considera nota común a los tres cursos su «escaso o nulo contenido jurídico», ya que «están construidos los tres al margen del ordenamiento constitucional en vigor e incluso en contra de él y su contenido dogmático-jurídico es escaso o sencillamente inexistente. No son por ello cursos de Derecho Constitucional, sino de Teoría de la Constitución o, quizá más exactamente, de Política Constitucional»{29}.

Las Lecciones del Ateneo de Donoso son, en cualquier caso, pieza clave para la comprensión de su trayectoria política y de su evolución intelectual, y en ellas Donoso hace alarde de su erudición filosófica (con continuas referencias a Aristóteles, Platón, San Agustín, Buosset, Vico, Michelet, Condorcet, Turgot, Hobbes, Rousseau, Fergusson, Gibbon, Lessing, Shelling, Cousin, Guizot, Montesquieu, Bonald, &c.) con un afán sistematizador en el que se vislumbra toda una Filosofía de la Historia. Son también, junto con las de Alcalá Galiano y Pacheco, un importante exponente de la Teoría Constitucional española de la primera mitad del XIX.

En 1836 Donoso es elegido diputado a Cortes por Badajoz, pero queda en situación de «cesante por reforma» de su cargo político, tras una remodelación en la distribución de destinos públicos efectuada por José María Calatrava, lo cual viene a demostrar a juicio de Gabino Tejado, que Donoso era visto, en última instancia, como un moderado-conservador{30}.

Es en 1836, tras los sucesos de La Granja de San Ildefonso, cuando la reina regente suspende el Estatuto Real de 1834 y restablece la Constitución de 1812. Se inicia un periodo de dominio progresista. Calatrava asume la presidencia del gobierno, y convoca Cortes extraordinarias para elaborar una nueva Constitución.

Periodo de transición

En 1837 se discute en las Cortes el Proyecto de Constitución. Donoso saca a la luz pública su folleto Principios sobre el Proyecto de Ley Fundamental{31}. Su concepción del papel de la Monarquía ya no es tan «liberal» como antaño, sino que deriva hacia el conservadurismo. Defiende que se refuerce el papel de la Corona. El Monarca tiene un poder uno e indivisible, sus «súbditos» no son soberanos. Además Donoso demanda atribuciones para que el Rey pueda a voluntad elegir a los miembros del Senado. El depositario del «poder» ha de ser el Rey, no las Cortes{32}. Suárez Verdeguer considera que Donoso está convirtiéndose en un «absolutista isabelino»{33}. Donoso arremete contra el Proyecto de Constitución que se está discutiendo:

«El Proyecto de Constitución que divide la unidad indivisible del Poder y que le despoja de la fuerza que le constituye, le despoja también del prestigio que, haciéndole responsable y respetado, le erige un altar en todos los corazones.» (I:344)

La Constitución, finalmente aprobada el 18 de junio de 1837 supuso el comienzo de una nueva etapa: terminada la guerra civil, se aprueba un texto más moderado que el de Cádiz, pero más progresista que el Estatuto Real. La Constitución del 37 establece un marco básico de organización del poder político sobre los principios de «soberanía compartida» entre el Rey y las Cortes, «división de poderes» (con mayores atribuciones para la Corona que en la Constitución de 1812), «Cortes bicamerales» (con un Senado, la «cámara alta», en el que la mitad de sus miembros son nombrados directamente por el Rey y la otra mitad elegidos por sufragio censitario y un Congreso, la «cámara baja» en el que sus miembros son elegidos por sufragio directo y censitario). Durante este periodo la figura del general Espartero adquiere cada vez más relevancia política, dado su papel destacado en la guerra civil. A raíz de la discusión sobre el Proyecto de ley sobre la constitución de los municipios o «Ley de Ayuntamientos» se produce un enfrentamiento entre los progresistas y la reina María Cristina. El Proyecto, fuertemente centralista, dejaba en manos de la Corona el nombramiento de los alcaldes. Todo ello, en un momento en el que la figura de la Reina empieza a ser cuestionada a nivel popular por haber contraído matrimonio en secreto con Fernando Muñoz (teniente de la guardia de corps) a los dos meses de haber muerto Fernando VII. La presión de Espartero sobre la Reina va en aumento y ésta marcha al exilio en octubre de 1840. En ese momento, Espartero es elegido por las Cortes para asumir la regencia.

Entre los años 1836-1840 Donoso (ahora proscrito del gobierno por pertenecer al ala conservadora del liberalismo) continúa con su actividad política como diputado y desarrolla una intensa actividad periodística{34}. Donoso escribió con asiduidad en El Correo Nacional, El Porvenir, El Piloto, la Revista de Madrid, &c. Algunos de ellos tratan de temas poéticos o literarios, otros se ocupan de cuestiones políticas, otros abordan cuestiones filosóficas o históricas, y otros tienen una intención marcadamente polémica. Precisamente El Correo Nacional publica en Julio de 1838 una serie de artículos bajo el título «Polémica con el Dr. Rossi y juicio crítico acerca de los doctrinarios»(I:411) A pesar de la influencia que los doctrinarios{35} franceses (Royer Collard, Victor Cousin, Guizot, Rémusat, &c.) ejercieron sobre el pensamiento de Donoso, aquí antepone la cuestión de la integridad de la Nación Española, ya que considera que la pretensión de algunos miembros de esa escuela de dividir España en una serie de repúblicas, iría en perjuicio de los propios intereses de Francia. En esta época publica la Revista de Madrid un trabajo de Donoso titulado «España desde 1834»{36} (en el que expone su posición sobre la Monarquía) y otro titulado «De la Monarquía absoluta en España»{37}.

Donoso en París

El enfrentamiento de Espartero y los liberales progresistas con la reina María Cristina hace que Donoso (por su posición de liberal moderado) se aproxime más al círculo de asesores de la Reina. Pero el 27 de julio de 1840 solicita un permiso para trasladarse a Francia aduciendo problemas de salud{38}. Galindo Herrero supone que quizá en esa fecha ya conocía la intención de la Reina de abdicar. En efecto, tras la creciente inestabilidad del país, la Reina se exilia en octubre de 1840 y parte de Valencia el 17 de octubre, hacia Marsella. Una vez allí, dirige un Manifiesto a la Nación Española, según Schramm, «escrito sin duda por Donoso», en el que explica las circunstancias que la llevan a renunciar a la Corona. De allí parte hacia Roma (para regularizar su matrimonio morganático) y posteriormente se instala en París, donde se encontraba Donoso. La importancia de Donoso en el exilio va a ser enorme puesto va a verse llamado a intervenir en la cuestión suscitada en ese momento sobre la tutela de las hijas de la reina María Cristina (las infantas Isabel y Luisa Fernanda). Donoso formó parte del Consejo constituido, a petición de la Reina Madre, para tutelar a las infantas. Los miembros de ese Consejo eran las personas en quines la Reina en el exilio tenía depositada la máxima confianza: Quintana, Sancho, Montes de Oca, Cabello y Donoso. El gobierno de Espartero rechazó esta propuesta y recurrió ante el Tribunal Supremo a la vez que llevaba la cuestión a las Cortes{39}. La reina viajó después a Italia, con la intención de visitar al Papa para formalizar su situación, y mantuvo una entrevista (posiblemente en Lyon) con Donoso. Allí le confía una «misión especial»: mediar ante Espartero con relación a la tutela de las infantas. La misión no tuvo éxito, y, finalmente la persona elegida para tutelar a las hijas de la reina Cristina fue Agustín Argüelles{40}. Poco antes de que las Cortes adoptasen su resolución, Donoso había salido en defensa de la reina, con un artículo publicado en El Correo Nacional titulado «El gobierno y la conducta de la reina madre»{41}

En París Donoso ejerció como secretario personal de María Cristina. Da comienzo, entonces, un periodo en el que desde el exilio se intenta acabar con el gobierno de Espartero. Mientras tanto, en la Península, la decisión de Espartero de bombardear Barcelona el 3 de diciembre de 1842 para terminar con las revueltas de los obreros y patronos en Cataluña demandando una política proteccionista para sus productos, culmina, entre mayo y junio de 1843, en una insurrección general, tanto civil como militar, provocando el exilio de «Duque de la Victoria» en Londres.

Sobre otras actividades que pudiera desarrollar Donoso en París, no hay acuerdo entre los biógrafos: Edmund Schramm considera que «en general, parece que Donoso llevaba en París una vida bastante retirada»,{42} si bien estaba al tanto de la vida política, social y filosófica del país vecino. Por el contrario, Galindo Herrero{43}, disiente de esta tesis, y señala el conocimiento de primera mano que Donoso tuvo de los planteamientos de los doctrinarios franceses, a cuyas figuras más representativas conoció y trató personalmente, especialmente con Guizot (con quien siempre se le comparó en España). También atestiguaría esta participación activa de Donoso en la vida social parisina el que fuese miembro del Instituto Histórico de París, a la sazón dirigido por Roger-Collard, una de las mas destacadas figuras del movimiento doctrinario. Donoso habría conocido de cerca y recibido la influencia del catolicismo francés, también tuvo una relación muy estrecha con el liberalismo de ese país a través de Montalambert, se habría encontrado con los grandes autores tradicionalistas, De Maestre y De Bonald, &c.{44}

Orador, polemista, diputado

Entre 1843 y 1849 cobra especial relevancia la actividad parlamentaria de Donoso, ya de vuelta en Madrid. Continúa asimismo colaborando asiduamente con la prensa escrita y es ya un maestro de la polémica y la oratoria. También sigue participando en las tertulias literarias madrileñas en compañía de algunos de los principales representantes del movimiento romántico. Colabora junto con Martínez de la Rosa, Pacheco, Ríos Rosas, Mesoneros Romanos, Pastor Díaz y otros, en la redacción de la Enciclopedia Española del siglo XIX{45} redactando el artículo «Aristocracia».

El 10 de septiembre de 1843 Donoso es nombrado «ministro plenipotenciario», y en 1844 Secretario de la Reina Isabel II.

En otoño de 1843 Isabel II es declarada mayor de edad con 13 años. Se inicia así un periodo de veinticinco años durante el que se procederá a la construcción de un Estado liberal.

Con motivo de la declaración de mayoría de edad de Isabel II el 6 de noviembre del 43 pronuncia un discurso titulado Reinados de menor edad,{46} en donde, haciendo uso de su erudición en temas históricos, viene a demostrar que nada hay de extraño en que el Rey (o Reina) lleguen al Trono a edades tempranas (Alfonso VIII de Castilla reinó con once años, Jaime I a los diez, Alfonso XI lo fue antes de los catorce,{47}).

Por los servicios prestados a la Corona, recibe Donoso la Gran Cruz de Isabel la Católica en 1844.

Ese mismo año comienza la «Década moderada» (que se prolongará hasta el año 1845) bajo la regencia de Isabel II. Una de las primeras medidas que se adoptaron fue la de elaborar una nueva Constitución, que sustituyese a la del 37. Este nuevo texto constitucional iba a ser reflejo de la concepción política moderada (representada ahora por Narváez), aunque conservando, en parte la estructura formal de la anterior. En la nueva legislatura Donoso sale elegido diputado por Badajoz y pasa a desempeñar el cargo de Secretario de la Comisión encargada de la Reforma constitucional, encargándose de redactar el Informe que habría de ser presentado en las Cortes{48}. Donoso rompe, con los «puritanos» (grupo representado por Pastor Díaz, Istúriz, Patricio de la Escosura, Moyano, los generales Concha y Ros de Olano), que se oponían a la reforma del texto constitucional:

«Los que siguieron el estandarte de la reina legítima se dividieron en dos bandos: uno el llamado moderado y otro exaltado. El partido moderado ha aborrecido una cosa; no diré aborrecido, pero sí diré que ha desconocido la importancia de un elemento poderoso en España: la importancia de la democracia. Nunca la ha conocido, al paso que ha conocido mejor que otro la importancia de una cosa esencial: la importancia de la libertad. Es decir, señores, que ha desconocido la importancia de un elemento español, españolísimo, y éste ha sido su defecto, mientras que su cualidad ha sido acoger un principio eminentemente europeo, que es el de la libertad. De manera que el partido moderado ha sido, más bien que el representante de la civilización española local, el representante de la civilización europea.» (II:21)

Por el contrario:

«El partido exaltado no conoce los fundamentos hondos de la Monarquía española y mira con desdén el esplendor de la Iglesia. Es decir, que no representa nada: ni la civilización europea ni la civilización española.» (II:21)

La tesis de Donoso, que ya hemos visto aparecer anteriormente, es que «España, señores, ha sido siempre una Monarquía» (II:17) …una Monarquía «religiosa» y «democrática» (II:17) Su nacimiento tuvo lugar en Asturias:

«La monarquía española nació en Asturias. Yo no veo allí, señores, ni un rastro de aristocracia. Yo veo allí un rey que representa la Monarquía; veo sacerdotes que representan la Iglesia; veo soldados que representan el pueblo. La aristocracia vino después; vino cuando debía venir, vino con la guerra y por la guerra, porque donde hay guerreros, hay aristócratas. Entonces, señores, se levantó el castillo feudal, símbolo de la aristocracia, y no se puso al lado del trono: se puso enfrente.» (II:18)

Con esto, Donoso despeja la duda sobre cualquier atisbo de «aristocratismo». Ahora bien, ello no obsta, para admirar a la verdadera aristocracia:

«No se crea por esto, señores, que yo soy enemigo de la aristocracia. Lo contrario me sucede, y debo confesarlo. El espectáculo de esa decadencia general, de esa decadencia simultánea de todas las aristocracias, me entristece profundamente, como me entristece la desaparición de todas las grandes instituciones que han dejado huella profunda en la Historia. Yo admiro al Senado romano, a esa aristocracia dominadora y soberbia que tuvo sujeto al mundo. Admiro al patriciado inglés, esa aristocracia pujante que en donde pone la vista funda un imperio. Diré más: debo confesar mi flaqueza. Me he sorprendido a mí mismo con las lágrimas en los ojos al ver la desaparición de todas las aristocracias, porque yo lloro cien veces de admiración por una vez que llore de ternura. Pero hay una cosa que quiero más, que admiro más que a la aristocracia, y es a la Humanidad, y la Humanidad está más bien representada por la democracia que por la aristocracia»(II:19)

Galindo Herrero, resume así el contenido de la Propuesta:

«El proyecto de reforma seguía el camino hacia el orden iniciado también personalmente por su autor, y los puntos principales que contenían eran: conseguir un estado de solidez y garantía en las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y dar una mayor libertad a la Reina y a la infanta Luisa Fernanda para la elección de esposo, dada la necesidad de que se celebraran sus matrimonios próximamente. Punto capital, defendido por Donoso con gran apasionamiento, ya que anteriormente se había mostrado partidario de él, era el que los Senadores del Reino fueran elegidos exclusivamente por el Rey, y no tuvieran carácter hereditario, con lo que establecía ‘entre el Senado y el Congreso la diversidad que procede de su origen’.»{49}

Donoso defiende su concepción de la Monarquía e intenta llevarla a la práctica influyendo en Palacio, en el partido moderado, en las Cortes y en la «opinión pública» en general, esto último, mediante su actividad periodística en El Porvenir, El Piloto y La Revista de Madrid. Hasta tal punto que Suárez Verdeguer afirma que «desde las alturas ha sido [se refiere a Donoso], posiblemente, casi el artífice de la Constitución de 1845».{50} La Constitución, finalmente aprobada, se asienta sobre cuatro principios básicos:

* Cortes bicamerales, con un Senado constituido por un número ilimitado de miembros vitalicios designados por el Rey y un Congreso de diputados, elegidos éstos por sufragio censitario muy restringido (entorno al 1% de la población podía votar).

* Estado Confesional: el Catolicismo como religión oficial del Estado{51}.

* División de poderes, con un fortalecimiento de la autoridad de la Corona

* Soberanía compartida: «las Cortes con el Rey son la fuente de las cosas legítimas», fue la fórmula empleada.

Las relaciones de la Iglesia con el Estado empezaron a se problemáticas a partir del proceso desamortizador de Mendizábal. Para poder firmar un nuevo Concordato con la Santa Sede, el gobierno de Narváez llevó a las Cortes su propuesta de Ley de Dotación de Culto y Clero. Donoso pronunció un Discurso sobre Culto y Clero el 15 de enero de 1845 (II:23) en el que defendía la independencia de la Iglesia con respecto al Estado. Donoso reduce al absurdo los argumentos de sus opositores políticos:

«Se ha dicho por algunos señores que la Iglesia no debe ser independiente, fundándose en que no puede haber una sociedad dentro de otra sociedad. Señores: el principio es cierto, el principio es evidente cuando se aplica a sociedades de una misma naturaleza, pero no cuando se aplica a sociedades de naturaleza diferente. El principio es cierto cuando con él se quiere decir que dentro de la sociedad política no debe haber otra sociedad política; véase aquí el fundamento por qué en toda sociedad bien organizada están prohibidas las sociedades secretas, porque las sociedades secretas son sociedades políticas dentro de la sociedad política.
El principio es cierto cuando se quiere decir que no puede haber una sociedad religiosa dentro de otra sociedad religiosa; véase aquí, señores, el fundamento por el que la Iglesia arroja de su seno a los heresiarcas, porque tienden a establecer una Iglesia dentro de otra Iglesia, una sociedad religiosa dentro de otra sociedad religiosa.
Pero el principio es falso, el principio es absurdo cuando se trata de sociedades de naturaleza distinta. […]
El Estado, pues, señores, siendo religioso y la sociedad de la Iglesia siendo independiente, el Estado debe respetar ante todo la independencia absoluta en lo espiritual de la Iglesia, y debe respetarla del mismo modo, en los mismos grados, hasta el mismo punto que la Iglesia debe respetar la Independencia del Estado, porque sus derechos y sus obligaciones son iguales, y porque son iguales son recíprocos» (II:26-27)

En el Discurso sobre Culto y Clero se hace patente la influencia de De Maistre, en cuanto a la «teología política» que supedita el Trono al Altar:

«Señores, que hay quien sostenga, y es necesario creer que de muy buena fe, cosa que yo supongo en todas las opiniones, que sólo el hombre debe ser religioso, que el Estado debe ser ateo. Señores, el ateísmo en ningún caso le concibo yo como una teoría; en todos los casos es una blasfemia, así en la sociedad como en el hombre, así en el Estado como en la familia. La autoridad pública, considerada en general, considerada en abstracto, vine de Dios.» (II:25)

En la década de los 40 pasó a primer plano de la política nacional y europea en general el asunto de la boda de Isabel II, o más bien, el de quién debía ser el candidato para contraer matrimonio con la Reina. Cuestión ésta crucial importancia política, en la que había grandes intereses en juego, ya que el matrimonio real de Isabel podría romper el equilibrio político alcanzado por las potencias europeas en la era postnapoleónica. Se propusieron diversos candidatos y de distintos países:: María Cristina era partidaria de que su hija se casase con alguno de los pretendientes franceses: Henri, duque de Aumale, era uno de ellos, candidato éste no visto con buenos ojos por Inglaterra, dado, entre otras cosas, sus intereses en el Mediterráneo (ruta comercial de Inglaterra hacia la India). Una posible solución que se planteó al problema de la boda real fue que María Cristina se casara con un pretendiente carlista: se creyó ver aquí una salida al problema dinástico que había llevado a la guerra civil. Se confrontaron aquí dos tesis: una, la representada por el periódico La Esperanza que defendió la unión de María Cristina con el conde de Montemolín (que pasaría a ser Carlos VI, hijo mayor del aspirante a rey de España a la muerte de Fernando VII, y, por tanto, primo de Isabel), con la condición de que ambos figurasen como reyes, consiguiendo así la unidad de los españoles, de una forma análoga a como los Reyes Católicos consiguieran la unidad territorial. Otra variante, dentro de este planteamiento carlista, fue la defendida por Jaime Balmes, que lanzó una intensa campaña desde El pensamiento de la Nación. Como señala José Larraz:

«…el grueso de la acción política balmesiana se realizó desde fuera del Parlamento, sobre todo desde las columnas de El pensamiento de la Nación. Balmes se erigió en ellas como un árbitro extraño a los grandes partidos antiguos, ninguno de los cuales estaba exento de faltas; dispuesto a no transigir con el error, a tratar con severidad el crimen y a ser benévolo con la debilidad y la ignorancia. Así desarrolló una campaña memorable en pro de la conciliación de las fuerzas antirrevolucionarias y del matrimonio de la Reina doña Isabel con su primo el conde de Montemolín, hijo de don Carlos, como medio de expedir finiquito al pleito dinástico.»{52}

El gobierno de Narváez se enfrentó duramente a Balmes. Pero en definitiva, dada la complejidad del asunto, y como se buscaba no alterar el delicado equilibrio político europeo, se eligió finalmente al candidato que menos problemas pudiera causar, que no era otro que Francisco de Asís, duque de Cádiz, sobrino también de Fernando VII e hijo de Francisco de Paula Borbón-Dos Sicilias, conde de Trápani. Como señala Galindo Herrero, «uno de los que influyeron más efectivamente en la solución del problema fue Donoso Cortés»{53}.

Después de arduas discusiones, se aceptó la boda de Isabel II con el conde de Motemolín, y fue Donoso quien leyó el mensaje de felicitación del Congreso a Su Majestad el 17 de septiembre de 1846 (II:43-ss).

En 1845, con motivo de la celebración de la boda de Isabel II, Donoso es nombrado grande de España, Marqués de Valdegamas y Vizconde del Valle, y el gobierno francés le nombra Gran Oficial de la Legión de Honor. Posteriormente, el 6 de noviembre de 1848, Valdegamas es nombrado embajador de España en Berlín.

Poco tiempo antes de su nombramiento como embajador en Berlín, Donoso conoce y traba estrecha amistad con el Conde Raczynski, embajador de Prusia en Madrid{54}.

En el año 1847 se produce una crisis económica que va a prolongarse a lo largo del año siguiente. Las medidas modernizadoras de la administración pública, y la vertebración del estado liberal (en donde tuvieron una especial relevancia los ministros Sartorius y Bravo Murillo) permitían pensar en una paulatina recuperación de la economía. Pero el aumento del gasto público, llevó a la división en las filas del liberalismo{55}, que unido a los vientos revolucionarios provenientes de distintos países europeos, desata una grave crisis política.

1848, año crucial en la evolución intelectual de Donoso

En 1848 el marqués de Valdegamas es nombrado miembro de la Real Academia Española. Su Discurso de recepción{56}, leído el 16 de abril fue contestado por Martínez de la Rosa. Del solemne acto académico dio cuenta la prensa nacional, y el Discurso pasó a ser considerado, desde entonces, como una auténtica obra maestra de la oratoria académica{57}.

1948 es también el año en que ve la luz El Manifiesto Comunista, que comienza con estas famosas palabras: «Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Contra este fantasma se han conjurado en una santa jauría, todas las potencias de la vieja Europa, el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes»{58}. 1848, año de la revolución, por tanto, la primera revolución «autorrepresentada» como socialista{59} que se extiende por toda Europa, no comparable, por su magnitud e intensidad, a los procesos revolucionarios de la década de los 20 o 30. La revolución estalla en febrero en Francia, después vendrán Austria, Alemania, Italia, Hungría…

La revolución (las revoluciones) va a producir en el marqués de Valdegamas una transformación de su pensamiento. Como señala Acedo Castilla:

«Este avance triunfante de la revolución que Donoso se le antoja como la mayor catástrofe de la historia, lo deja sumido en una verdadera enfermedad moral, cuyos efectos son, según escribe al conde de Raczynski, hacerle ver los asuntos públicos con los colores más sombríos.»{60}

Sin embargo, Federico Suárez Verdeguer ha sostenido la tesis de que el cambio doctrinal de Donoso se aprecia antes de que tuviera lugar la revolución de febrero en París, y considera que ese cambio, que supuso el abandono del racionalismo por parte del marqués de Valdegamas, tiene que ver con un suceso que le afectó profunda e íntimamente, como fue la muerte de su hermano Pedro, fallecido en 1847{61}. Suárez Verdeguer cita una carta de 21 de julio de 1849 dirigida por Donoso al marqués de Raffin{62}, que comienza con unas palabras muy citadas a su vez posteriormente: «Tuve un hermano a quien ví vivir y morir, y que vivió una vida de ángel y murió como los ángeles morirían, si murieran. Desde entonces, juré mar y adorar, y amo y adoro»{63}. Aquí se habría producido una auténtica «conversión religiosa» conceptualizada por Verdeguer en términos cuasimísticos: «Solo la Gracia da la sobrenaturalaza, y esa, el hombre con sus simples medios, no puede producirla. La rendición absoluta de Donoso su conversión religiosa, fue, sin duda, obra de un instante: el paso del no ser al ser, del no amar al amar»{64}. Haciendo un juego de palabras creemos que no del todo afortunado, Suárez Verdeguer, tomando como referencia el texto antes aludido en el que Donoso habla de la muerte de su hermano Pedro, dice:

«Son muchas las consecuencias que se deducen de este texto. Está claro que la muerte de su hermano no fue ni siquiera el golpe de gracia: más bien fue el golpe de la Gracia.»{65}

Con esta tesis, sobre la que volveremos más adelante, se opone Suárez Verdeguer a la defendida por Scharmm, según la cual la «conversión» (que en realidad Schramm no considera como tal) de Donoso estuvo motivada fundamentalmente por los acontecimientos revolucionarios del 48:

«Fué, sin duda, la Revolución de Febrero la que impulsó a Donoso a la decisión que supone el verdadero viraje de su vida y que le llevó a una concepción total del catolicismo con todas sus consecuencias en el terreno de la política.»{66}

La vertiente «místico-teológica» de la obra de Donoso ha sido explotada, de todas formas, entre otros, por Diezmar Westemeyer{67}, Bernardo Monsegú{68}, Francisco Gutiérrez Lasanta{69}, o Gabriel de Armas{70}.

A finales de año 48 (el 6 de noviembre), Donoso es nombrado ministro plenipotenciario en Berlín{71}.

Teoría de la dictadura

En todo caso, lo cierto es que los acontecimientos que tienen lugar en Europa a partir de la Revolución de Febrero del 48 ponen al Gobierno de España en alerta. La «monarquía liberal» de Luis Felipe es sustituida en Francia por una «república democrática». Narváez pasa a la acción, y en una situación de crisis económica que presagiaba la proliferación de brotes insurreccionales, presenta a las Cortes un Proyecto de Poderes Excepcionales para garantizar el orden, aprobado como ley el 13 de marzo. El día 22 se suspenden las Cortes. El 26 de marzo hay ya barricadas en Madrid, lo que provoca la intervención de las fuerzas del orden, aplastando la intentona revolucionaria, pero el 7 de mayo hay un nuevo levantamiento popular. También en Cataluña se suceden los intentos de sublevación en forma de partidas armadas (los maitiners) a lo largo de la primavera y verano del 48, que tienen su momento culminante en los acontecimientos de finales de septiembre en Barcelona, con un intento de sublevación generalizada.

Conmociona especialmente al mundo católico la huída del Papa de Roma en noviembre del 48 al exilio en Gaeta. Donoso da cuenta de ello en un artículo que publicara, sin título ni firma de su autor, El Heraldo el 30 de noviembre de 1848{72}.

Ahora, la metáfora utilizada por Donoso, no es menos brillante que la antes citada de Marx:

«La demagogia, que va caminando por Europa, como las furias antiguas, coronada de serpientes; que va dejando en todas partes en pos de sí manchas rojizas y sangrientas; que ha hollado en París todos los tesoros de la civilización, en Viena toda la majestad del Imperio, en Berlín la cumbre de la filosofía, viniéndole estrecho a su ambición tan portentoso teatro, ha levantado su trono y ha asentado su yugo en Roma la santa, la imperial, la pontificia, la eterna.»{73}

El 15 de diciembre, las Cortes abren de nuevo sus puertas, para someter a debate la actuación del gobierno que obtiene un apoyo mayoritario.

Pero en enero del 49, se producen fisuras en el partido progresista. El 4 de enero del 49, Donoso interviene en las Cortes, apoyando las medidas excepcionales del gobierno de Narváez. Su discurso, pasará a ser conocido{74} a partir de entonces como «El discurso de la dictadura». «Mal llamado», habría que decir, ya que, como señala Schramm, el Discurso «en realidad es una defensa del plenipotente gobierno Narváez, combatido por los progresistas con máxima violencia»{75}. En la primera parte del Discurso, de fuerte tono polémico, Donoso analiza la dialéctica «legalidad-sociedad» en respuesta a la intervención del diputado Cortina, que había defendido el principio de legalidad a ultranza. Pero Donoso defiende que «las leyes se han hecho para las sociedades y no las sociedades para las leyes» (II:188):

«Cuando la legalidad basta para salvar la sociedad, la legalidad; cuando no basta, la dictadura. Señores, esta palabra tremenda (que tremenda es, aunque no tanto como la palabra revolución, que es la más tremenda de todas) [sensación en la Cámara]; digo que esta palabra tremenda ha sido pronunciada aquí por un hombre que todos conocen; este hombre no ha sido hecho por cierto de la madera de los dictadores. Yo he nacido para comprenderlos, no he nacido para imitarlos. Dos cosas me son imposibles: condenar la dictadura y ejercerla. […] Digo, señores, que la dictadura en ciertas circunstancias, en circunstancias dadas, en circunstancias como las presentes, es un gobierno legítimo, es un gobierno bueno, es gobierno provechoso, como cualquier otro gobierno; es un gobierno racional, que puede defenderse en la teoría, como puede defenderse en la práctica.» (II:188-189)

A continuación, Donoso se plantea la pregunta de si en España es necesario instaurar la Dictadura. Lo sucedido en Francia, puede ponernos en el camino de la respuesta a esa pregunta:

«Señores: la revolución de febrero vino como viene la muerte: de improviso [grandes aplausos en la Cámara]. Dios señores, había condenado la Monarquía francesa. En vano esta institución se había transformado hondamente para acomodarse a las circunstancias y a los tiempos; ni aun esto le valió; su condenación fue inapelable, y su pérdida infalible. La Monarquía de derecho divino concluyó con Luis XVI en un cadalso; la Monarquía de la gloria concluyó con Napoleón en una isla; la Monarquía hereditaria concluyó con Carlos X en el destierro, y con Luis Felipe ha concluido la última de todas las Monarquías posibles: la Monarquía de la prudencia [¡Bravo!, ¡bravo!]. ¡Triste y lamentable espectáculo, señores el de una institución venerabilísima, antiquísima, gloriosísima, a quien de nada vale ni el derecho divino, ni la legitimidad, ni la prudencia, ni la gloria! [Se repiten los aplausos].» (II:191)

Por tanto, sí, España necesita de la Dictadura para evitar la guerra civil. En la segunda parte del Discurso (concedida la prórroga --por haberse agotado el tiempo establecido-- por el secretario de la Cámara, Sr. Lafuente Alcántara) Donoso concluye, con tono profético:

«Señores, tremenda es la palabra, pero no debemos retraernos de pronunciar palabras tremendas si dicen la verdad, y yo estoy resuelto a decirla. ¡La libertad se acabó! [sensación profunda en la Cámara]. No resucitará jamás, ni al tercer día, ni al tercer año, ni al tercer siglo quizá. ¿Os asusta, señores, la tiranía que sufrimos? De poco os asustáis; veréis cosas mayores. Y aquí os ruego que guardéis en vuestra memoria mis palabras, porque lo que voy a decir en un porvenir más próximo o más lejano, pero muy lejano nunca, se han de cumplir a la letra.» (II:197)

La falacia, para Donoso está en pensar que en enero del 49 había que escoger sin más, en abstracto, sustancializádolos, entre los conceptos de «libertad» o «dictadura», como si se tratase de un dualismo mítico{76}:

«Señores; si aquí se tratara de elegir, de escoger entre la libertad, por un lado, y la dictadura, por otro, aquí no habría disenso ninguno; porque ¿quién, pudiendo abrazarse con la libertad, se hinca de rodillas ante la dictadura? Pero no es ésta la cuestión. La libertad no existe de hecho en Europa; los gobiernos constitucionales, que la representaban años atrás, no son ya en casi todas partes, señores, sino una armazón, un esqueleto sin vida. Recordad una cosa, recordad a Roma imperial. En la Roma imperial existen todas las instituciones republicanas: existen los omnipotentes dictadores, existen los inviolables tribunos, existen las familias senatoriales, existen los eminentes cónsules; todo esto, señores, existe; no falta más que una cosa: sobra un hombre y falta la República [¡Muy bien, muy bien!].» (II:203)

Donoso anuncia una época dominada por el despotismo, y el advenimiento de una crisis de civilización. La salvación sólo pude venir de la mano de la «civilización católica», concepto central de la «teología política» del «segundo Donoso»:

«O la reacción religiosa viene o no; si hay reacción religiosa, ya veréis, señores, cómo subiendo el termómetro religioso comienza a bajar natural, espontáneamente, sin esfuerzo ninguno de los pueblos, no de los gobiernos, ni de los hombres, el termómetro político, hasta señalar el día templado de la libertad de los pueblos [¡Bravo!]. Pero si, por el contrario, señores (y esto es grave, no hay la costumbre de llamar la atención de las asambleas deliberantes sobre las cuestiones hacia donde yo la he llamado hoy; pero la gravedad de los acontecimientos del mundo me dispensa, y yo creo que vuestra benevolencia sabrá también dispensarme; pues bien, señores, yo digo que si el termómetro religioso continúa bajando, no sé adónde iremos a parar. Yo, señores, no lo sé y tiemblo cuando lo pienso.» (II:200)

Donoso vaticina una profunda crisis epocal, por ello, hay que escoger «entre la dictadura del puñal y la dictadura del sable» (II:204), y Donoso prefiere escoger la del sable «porque es más noble» (II:204)

El Discurso sobre la dictadura tuvo amplia resonancia. Donoso aclaró posteriormente algunas cuestiones que aparecen desarrolladas en su correspondencia con el conde de Montalembert así como con el director del periódico L’Univers Luis Veuillot{77}. En España, la polémica se desplegó en los periódicos El País y El Heraldo.{78} Se le acusó de maniqueo y «neocatólico» («lo primero, no se si esa escuela existe; los segundo, que, si existe, ignoro lo que quiere; lo tercero, que en todo caso yo no pertenezco a ella»{79}).

Europa frente a España

El clima centroeuropeo{80} no sienta demasiado bien a la salud del marqués de Valdegamas, y deprimido psicológicamente, a los pocos meses de estar en Berlín, solicita a Pidal una licencia para poder volver a España a restablecer su salud. En otoño del 49 Donoso ya está de vuelta en la Península{81}.

El 30 de enero de 1850 Donoso pronuncia un Discurso en las Cortes con motivo de la propuesta, promovida por el Gobierno, solicitando autorización extraordinaria para aprobar los presupuestos de aquel año, o si por el contrario, deberían de ser aprobadas cada una de las partidas presupuestarias por separado: es el conocido Discurso sobre Europa{82}.

El Discurso sobre Europa es una pieza clave en la evolución intelectual del marqués de Valdegamas, en primer lugar porque en él aparecen recogidas las ideas de un hombre de Estado, un diplomático con experiencia, conocedor de la política europea del momento. Por otra parte, Donoso plantea aquí algunas de las tesis que serán desarrolladas en el Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo, la considerada «obra cumbre» del marqués de Valdegamas, que será publicada en junio de 1851, pero que fue redactado simultáneamente a los grandes discursos del último Donoso{83}.

La primera parte del Discurso contiene una réplica política a los planteamientos de la oposición, y defendiendo la constitucionalidad de la autorización solicitada por el Gobierno, y llevando a contradicción los argumentos de sus contrincantes políticos:

«Pero los argumentos usados aquí contra la constitucionalidad de las autorizaciones, ni son monárquicos ni son democráticos; no son argumentos de ninguna especie. Porque los señores, así de esos bancos como de aquéllos, que han atacado el principio de la autorización; han concluido por decir: «La discusión es obligación de los diputados». Y en seguida han dicho: «Pero son lícitas las autorizaciones en algunas circunstancias.» Lo cual es una contradicción.» (II:300-301)

A continuación Donoso expone su punto de vista sobre la importancia que concede a las discusiones sobre asuntos económicos. A su juicio, el error consiste en considerar que «las cuestiones económicas son de suyo las más importantes» (II:302). Donoso recurre, como en él es habitual, a argumentos extraídos de la Historia. En este caso, la Historia nos demuestra, que los grandes hombres de Estado («desde Moisés a Napoleón pasando por Carlomagno»), fundaron sus naciones sobre la base social y religiosa, no sobre la económica.

Sabido esto, el marqués de Valdegamas se pregunta de qué manera habría que combatir al Socialismo:

«Pues ¿qué es el socialismo sino una secta económica? El socialismo es hijo de la economía política, como el viborezno es hijo de la víbora, que, nacido apenas, devora a su propia madre. Entrad en esas cuestiones económicas, ponedlas en primer término, y yo os anuncio que antes de dos años tendréis todas las cuestiones socialistas ene. Parlamento y en las calles. ¿Se quiere combatir al socialismo? Al socialismo no se le combate; y esta opinión, de que antes se hubieran reído los espíritus fuertes, no causa risa ya en Europa ni en el mundo; si se quiere combatir al socialismo, es preciso acudir a aquella religión que enseña la caridad a los ricos, a los pobres la paciencia; que enseña a los pobres a ser resignados y a los ricos a ser misericordiosos. [Aplausos. ¡Bien, bien!].» (II:303)

Donoso procede después a analizar la situación general de Europa tras la revolución del 48, prestando especial atención a lo sucedido en Francia y a la posición en la que queda la Monarquía. Utiliza el tono profético por el que fue tan criticado, presentando un futuro sombrío a la situación política europea.

«Desde esa revolución, de recordación tremenda, nada hay firme, nada hay seguro en Europa. España es la más firme, señores, y ya veis lo que es España; este Congreso es el mejor, y ya veis lo que es este Congreso. [Risas]. España, señores, es en Europa lo que un oasis en el desierto del Sáhara. […] Todos los hombres de Estado no parece sino que han perdido el don del consejo; la razón humana padece eclipses; las instituciones, vaivenes, y las instituciones, vaivenes, y las naciones grandes, súbitas decadencias; tened, señores, tened conmigo la vista puesta por la Europa desde Polonia, hasta Portugal; decidme, con la mano puesta sobre el corazón, decidme de buena fe si encontráis una sola sociedad que pueda decir: estoy firme en mis cimientos; decidme si encontráis un solo cimiento que pueda decir: estoy firme sobre mí mismo.» (II:304)

Seguidamente, Donoso hace referencia al despliegue del Socialismo por Europa (o por «la Europa», como gustaba decir por la influencia del francés). Considera que hay «tres grandes teatros» en los que se está desarrollando:

«En la Francia están los discípulos, y nada más que los discípulos; la Italia están los seides, y nada más que los seides; en la Alemania están los pontífices y los maestros. La verdad es, señores, que, a pesar de esas victorias, que nada tienen de victorias sino el nombre, la pavorosa esfinge está delante de vuestros ojos, sin que haya habido hasta ahora un Edipo que sepa descifrar ese enigma.» (II:304-305)

Dada la situación europea, Donoso considera que Europa avanza hacia la catástrofe. Considera que la decadencia Europea no es solamente una cuestión de facto, sino que afecta también a las ideas, ya que tanto «las más asquerosas como las más magníficas, producen los mismos resultados»(II:305), y pone el ejemplo de «demagogia» lo sucedido en París desde el 48, y por otro lado, el fracaso de una idea «magnífica» como fue el de la independencia italiana. Piensa que la solución al problema interno de Francia pasaría por la disolución de los partidos políticos tradicionales (el bonapartista, el legitimista, y el orleanista) sustituyéndolos por un único partido monárquico (II:306).

La solución al problema europeo no depende, por tanto, según Donoso, de la economía, ya que el error fundamental considera que es pensar que «los males que Europa padece nacen de los gobiernos». Pero Donoso, maestro de la oratoria política, no hay que olvidarlo, introduce en este punto un giro magistral en su discurso:

«El mal no está en los gobiernos, el mal está en los gobernados; el mal está en que los gobernados han llegado a ser ingobernables. [Risas. ¡Bien, bien!]. Señores, la verdadera causa del mal hondo y profundo que aqueja a la Europa está en que ha desaparecidota idea de la autoridad divina y de la autoridad humana.» (II:306)

Pero, claro, podemos preguntarnos ¿qué tienen que ver las cuestiones políticas con las cuestiones religiosas? Donoso se plantea retóricamente esta pregunta, para darle respuesta a continuación en unos pasajes que fueron polémicos y controvertidos. Explica que la civilización tiene dos fases, una afirmativa («porque en ella la civilización descansa en afirmaciones; que yo llamaré también de progreso, porque son verdades», II:307) y otra negativa («porque reposa exclusivamente en negaciones; que yo llamaré decadencia, porque esas negaciones son errores, y que yo llamaré revolucionaria, porque esos errores se convierten al fin en revoluciones que transforman los Estados», II:307). Pues bien, para Donoso, las tres afirmaciones en las que ha de basarse la civilización en su fase afirmativa serían: la primera, que «existe un Dios, y ese Dios está en todas partes», la segunda: «ese Dios personal, que está en todas partes, reina en el cielo y en la tierra», y por último, la tercera, «este Dios, que reina en el cielo y en la tierra, gobierna absolutamente las cosas divinas y humanas» (II:307) Estas tres afirmaciones en el orden religioso son puestas en correspondencias con otras tantas afirmaciones en el orden político, a saber, «hay un rey que está en todas partes por medio de sus agentes; ese rey que está en todas partes reina sobre sus súbditos, y ese rey que reina sobre sus súbditos gobierna a sus súbditos» (II:307). Con este planteamiento claramente «antiliberal», el marqués de Valdegamas se convierte en el más férreo defensor del monarquismo y del principio de autoridad. La analogía de Donoso entre política y religión parece inspirada en el método de Bonald, tal como ha señalado Edmund Schramm. La analogía continua en el periodo de la civilización que Donoso denomina «negativo». Aquí las respectivas negaciones en religión y política serían: Primera: «Dios existe, Dios reina; pero Dios está tan alto, que no puede gobernar las cosas humanas» (DE 309) En política se correspondería con el planteamiento según el cual «el rey existe, el rey reina; pero no gobierna» (se daría aquí la monarquía constitucional). Segunda: «Dios existe, pero Dios no tiene existencia personal; Dios no es persona, y como no es persona, ni gobierna ni reina; Dios es todo lo que vemos; ni es todo lo que vive, es todo lo que se mueve; Dios es la humanidad» (DE 309) En el orden político, esta negación se correspondería con el republicanismo, que dice: «El poder existe; pero el poder no es persona, ni reina ni gobierna; el poder es todo lo que vive, todo lo que existe, todo lo que se mueve; luego es la muchedumbre, luego no hay más medio de gobierno que el sufragio universal, ni más gobierno que la república». Por último, en el terreno religioso, nos encontramos con la negación del ateo: «Dios ni reina ni gobierna, ni es persona, ni es muchedumbre; no existe». La última negación que en el terreno de la política se puede hacer corresponder con el ateísmo religioso, se la atribuye Donoso a Proudhon: «No hay gobierno». Según Donoso Europa se encuentra en el momento en que pronuncia su Discurso en la segunda negación, pero avanza peligrosamente hacia la tercera. A partir de aquí, Donoso analiza la situación europea con tono certeramente profético: no ve en Rusia un peligro inmediato para Europa, salvo que en el futuro se den tres circunstancias, como son: «que la revolución, después de haber disuelto la sociedad, disuelva a los ejércitos permanentes; segundo, que el socialismo, despojando a los propietarios, extinga el patriotismo […] tercero, el acabamiento de la empresa de la confederación poderosa de todos los pueblos eslavones [la edición de la BAC dice, por error, «esclavones», J. M.] bajo la influencia y el protectorado de la Rusia» (DE 310-311)

El peligro más inmediato que acecha a la política europea considera Donoso que proviene principalmente de Inglaterra «que quiere la guerra»(DE 310).

El motivo principal, en todo caso, del Discurso sobre Europa no era sino el defender la aprobación de los presupuestos del Estado sin que hubiera recortes en el ministerio de la Guerra. Donoso defiende nuevamente la idea de una Europa cristina defendida por los ejércitos permanentes. Como señala Edmund Schramm a propósito del Discurso de Donoso:

«Sólo el sacerdote y el soldado representan aún las ideas de la inviolabilidad, de la autoridad, de la santidad, de la obediencia y de la divinidad del amor. Por eso son los representantes de la civilización europea». (pág. 223.)

Donoso termina pidiendo a los diputados el voto favorable a su propuesta, ya que «los gobiernos representativos viven de discusiones sabias» y «mueren por discusiones interminables» (DE 314)

El Discurso sobre Europa tuvo enorme eco en su tiempo{84}. Fue publicado en distintos periódicos europeos, Metternich envió una felicitación personal a Donoso por el mismo{85}, y se editó en París como folleto con una tirada de 14.000 ejemplares. Fue publicado en Bélgica y se tradujo al alemán e italiano. Como señala Suárez Verdeguer:

«Nunca las palabras de un español habían causado un impacto tan universal, nunca nadie se había hecho escuchar con tanta atención más allá del Pirineo. La popularidad, el papel de Donoso en Europa, alcanzó el cenit.»{86}

Según Schramm, el éxito del Discurso sobre Europa radica en tanto en su contenido como en su estructura: por una parte, en lo certero del diagnóstico sobre la situación europea (crisis de los partidos políticos, falta de directrices políticas claras, pérdida de autoridad, falta de liderazgo…), y por otra, su rigor y claridad expositiva (el vigor de las fórmulas empleadas, su perfecta estructuración, la utilización con gran acierto de los métodos de la oratoria clásica mediante «formulaciones intensas de colorido, drásticas y desconcertantes», &c.)

España frente a Europa

Tras una breve estancia en su pueblo «natal» (Don Benito) para reponer su maltrecha salud, el 20 de agosto de 1850 Donoso es nombrado vicepresidente del Instituto de África en París. Y el 30 de diciembre pronuncia el que será su último gran discurso en las Cortes: «Discurso sobre la situación de España»{87}.

La motivación del Discurso es ahora la autorización solicitada por el Gobierno para cobrar las contribuciones antes de haberse fijado los presupuestos. El contexto en el que fue pronunciado era el de una paulatina degradación de la situación política española bajo el gobierno de Narváez que además había entrado en creciente tensión personal con el príncipe consorte, Francisco de Asís. A lo largo del año 1850 fueron aflorando las insuficiencias del aparato del Estado y de su gestión de la administración pública, y con una corrupción in crescendo. Los presupuestos generales anuales se encontraban en un permanente déficit, lo que acabará por provocar la dimisión de Bravo Murillo como ministro de Hacienda a finales de noviembre de 1850{88}.

Donoso, cada vez más distante del gobierno de Narváez, comienza explicando por qué, en esta ocasión, pedirá el voto en contra de la propuesta del gobierno, puesto que de elegir entre «su conciencia y su amistad» no tiene duda en decantarse por el voto en conciencia, ya que considera que la difícil situación de España (en el orden «moral, político, rentístico y económico») es, en parte, responsabilidad del Gobierno. Sobre dicha situación, considera que:

«A ella hemos venido por varias causas. La situación actual, es un efecto de los pasados trastornos; por otra, la situación actual es efecto y resultado del sistema errado de los anteriores ministerios; por otra parte, en fin, la situación actual es el resultado del errado y funesto sistema del Ministerio que hoy preside los destinos de la nación española.» (II:326)

Según Donoso una sociedad «sana» es aquella en la que se da el equilibrio entre los intereses materiales y los principios religiosos, políticos y sociales. Pone como ejemplos (o contraejemplos, mejor) las «dos grandes dinastías existentes en Europa»: la de los austrias y la de los borbones. Mientras que la primera «conservó vivos entre nosotros los verdaderos principios políticos, religiosos y sociales; y al mismo tiempo que hizo esto, tuvo la desgracia de dejar en el olvido y abandono los principios económicos los principios administrativos, los intereses materiales» (II:328), la segunda, desde Enrique IV, atendió en exceso a lo material para terminar muriendo a manos de la revolución. Por ello, Donoso intenta salvar de esta especie de «maldición» que pesa sobre los borbones a la reina Isabel II.

Donoso dibuja una España en la que «nadie está bien donde está»: todo el mundo ambiciona llegar más y más alto y ello ha llevado a la absoluta corrupción («una corrupción que está en la médula de nuestros huesos») del país alentada en primer lugar por el Gobierno como «comprador y vendedor de las conciencias»(II:329) Por otra parte, el «sistema financiero» seguido por el Gobierno ha sido errático, «como la péndola del reloj, que oscila, pero no anda» (II:335) El Gobierno ha restringido al máximo los gastos de Culto y Clero hasta el punto que «el clero se muere de hambre» y «el culto está sin esplendor». El pasado glorioso de la España de los austrias está simbolizado en El Escorial, que es a la vez «un palacio, un sepulcro y un convento». Sin embargo la situación presente la simboliza donoso con el teatro de Oriente, un «monumento elevado solo para los goces materiales». A partir de aquí, Donoso plantea nuevamente el problema de la revolución. En Francia la hubo porque había socialistas, cosa que en España no sucede. Sin embargo, el socialismo surge por un problema real, pero, a juicio del marqués de Valdegamas, «insoluble», como es «regularizar en la sociedad la distribución más equitativa de la riqueza» (II:339)

El Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo

El Ensayo, publicado en junio de 1851 ha sido considerado como la gran obra de Donoso. La versión francesa se debe a Veuillot, que ya tenía el manuscrito el 7 de agosto de 1850, lo que demuestra que la obra fue escrita a la vez que los grandes discursos de la última época. Fue publicada dentro de la colección Bibliothèque Nouvelle, que Veuillot dirigía, pero éste no quedó muy conforme con la traducción francesa, debida a Barrier, uno de los redactores del l´Univers.

En primer lugar se expone la idea de una «civilización católica». Donoso parte de la tesis de la vinculación de la política a la teología. La sociedad, «bajo el imperio de la teología católica» ha progresado por espacio de diecinueve siglos. La teología católica ha iluminado la Historia de nuestra civilización. Todas las sociedades han tenido religión, pero el catolicismo es la religión universal. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y sólo bajo «el imperio de la Iglesia» la sociedad saldrá triunfante. Para Donoso «el catolicismo es amor» (cap. IV), pero el razón humana a desoído su mensaje ya que «entre la razón humana y lo absurdo, hay una afinidad secreta» (II:379). La sociedad verdaderamente católica es incompatible tanto con el despotismo como con las revoluciones. Jesucristo ha triunfado en el mundo «por medios sobrenaturales» y «el conocimiento de lo sobrenatural es, pues, el fundamento de todas las ciencias, y señaladamente de las políticas y morales» (II:389) La verdad no nace de la discusión, sino de la revelación. Donoso analiza la cuestión del «libre albedrío» en el hombre, no como la sencilla capacidad de elegir entre el bien y el mal, sino como la facultad de «entender y querer perfectamente» (II:399)

Donoso estudia después el «maniqueísmo proudhoniano», que busca la victoria del bien sobre el mal, pero llamando «bien» al «mal» y «mal» al «bien», ya que para él «Dios es el mal, el hombre es el bien» (II:413) Pero el catolicismo no cae en la simplista rivalidad entre Dios y el hombre, sino que salva los principios de la providencia y la libertad simultáneamente. El hombre es el «autor del mal» y entre él y Dios no cabe competencia posible. La salvación del mundo, vendrá de la mano de la Providencia divina, ya que «no existe el bien fuera del orden establecido por Dios».

Donoso se pregunta cuáles son las soluciones que ofrece el liberalismo a todos estos problemas.

El liberalismo desprecia la teología siendo «la única escuela que entre sus doctores y maestros no tiene ningún teólogo» (II:442), pero sí cree en un Dios, el de los gobiernos que considera legítimos. El problema del bien y del mal es una mera cuestión de legitimidad.

En cuanto al socialismo, por su parte, representa a una «teología satánica» (II:446) El socialismo se ha opuesto violentamente al liberalismo diciéndole: «yo niego tu legitimidad y tú la mía; tú niegas mi razón y yo la tuya» (II:447)

El socialismo se opone radicalmente a la al diálogo sobre que se sustenta el parlamentarismo liberal. Es una escuela contradictoria y absurda. Donoso centra sus críticas en el socialismo de Proudhon, que «recorre la escala de todas las contradicciones racionalistas» (II:453) Para el socialismo el mal está en el orden establecido y por eso aspira a derribarlo. Para esta escuela el único mal está en la sociedad.

El «maniqueísmo proudhoniano» muestra al hombre como «una criatura en la que se agitan todos los instintos groseros y serviles que en los esclavos engendra la servidumbre» (II:454), y nos hace asomarnos a «un abismo tenebroso».

En la parte final del Ensayo, Donoso aborda los «problemas y soluciones relativas al orden de la humanidad» El orden, no puede ser otro que el establecido por Dios para salvar al hombre y a la sociedad. El hombre pecó libremente y de ahí su culpa, su pena y su desgracia.

El orden procede de Dios y llega hasta la sociedad y la política. Donoso analiza el «dogma de la solidaridad», entendida como «responsabilidad en común» (II:487), y entiende que «la ley de la solidaridad es tan universal, que se manifiesta en todas las asociaciones humanas» (II:488)

La crítica al liberalismo es que éste rechaza la solidaridad al oponerse a la herencia del pecado, y rechazar el castigo. Es una doctrina del egoísmo. Opone la herencia de la riqueza a la herencia de la sangre, y por tanto niega la aristocracia. Sus planteamientos llevarán a la desaparición de la familia, por cuanto niega la «solidaridad familiar», «al negar la acción de los ascendientes sobre sus descendientes» (II:491). La negación de la familia llevará a la «supresión de la propiedad privada como consecuencia forzosa» (II:493)

El socialismo, por su parte, está envuelto en contradicciones (por la variedad de sus escuelas y doctrinas, y por no asumir las consecuencias de sus propios principios).

Sus doctrinas llevarían a la disolución de la sociedad política, «pero se contenta con aceptar la disolución de la sociedad doméstica» (II:496) El socialismo «cree en la igualdad de todos los hombres, viéndolos desiguales», cree en la libertad, «viendo instituída en todas partes la servidumbre», cree que todos los hombres son hermanos, «enseñándonos la Historia que todos son enemigos» (II:497) Los mismos que afirman la solidaridad humana, niegan a la familia «lo cual es afirmar que todos los enemigos son hermanos y que todos los hermanos no deben serlo» (II:498)

Proudhon afirmó, creyendo ser original, que «la propiedad es un robo», pero Donoso le recuerda que, «desde Viriato hasta nuestros días, todos los ladrones que salen al camino, al poner la boca de su trabuco en el pecho del caminante, le llaman ladrón, y como a ladrón le quitan lo que tiene» (II:505-506) Proudhon no es en realidad una persona, «aunque lo parece» (II:507). Para Donoso es más bien una personificación: «de todas las ideas exóticas, de todos los principios contradictorios, de todas las premisas absurdas que el racionalismo moderno viene planteando de tres siglos a esta parte» (II:507).

Donoso analiza después las teorías del socialismo de Owen, «el más consecuente de los socialistas modernos» (II:509): niega el deber, la responsabilidad, el libre albedrío, la transmisión de la culpa, «y la culpa misma». Al negar la responsabilidad individual, niega la responsabilidad común (doméstica, política y humana), niega, en definitiva, la humanidad, la sociedad, la familia y al hombre.

Analiza después Donoso lo que denomina «los sacrificios sangrientos». Donoso fundamenta dogmáticamente la cuestión: «en virtud del dogma de la imputación padecemos todos la pena de Adán, y por el de la sustitución padeció el Señor por todos nosotros» (II:516). Estos dogmas nos revelan la verdadera naturaleza del hombre. Los «sacrificios sangrientos» simbolizan estos dogmas cristianos. Abel fue el primero en ofrecer a Dios un sacrificio sangriento y «desde aquella primera efusión de sangre, la sangre no dejó de correr, y no corrió nunca sin condenar a unos y sin purificar a otros, conservando siempre entera su virtud condenatoria y su virtud purificante» (II:518). En todos los tiempos y civilizaciones ha habido sacrificios de este tipo. La sangre derramada «purifica» y «enloquece».

Donoso finaliza su exposición sobre este asunto con una reflexión sobre la supresión de la pena de muerte por delitos políticos. Si se prescinde de esta pena, acabará desapareciendo también la pena de muerte por delitos comunes. La supresión de la pena, en ambos casos, llevará a la desaparición de toda penalidad humana:

«Suprimir la pena mayor en los delitos que atacan ala seguridad del Estado, y con ella la de los individuos que le componen, y conservarla en los delitos que se perpetran contra los particulares solamente, me parece una inconsecuencia monstruosa, que no puede resistir por largo tiempo a la evolución lógica y consecuente de los acontecimientos humanos.» (II:523)

Si con la supresión de la pena de muerte lo que se pretende es negar el delito político, y si esto se sustenta en la «falibilidad del Estado en estas materias, es claro que todo el sistema de penalidad viene al suelo» (II:523).

En Ensayo finaliza con una exposición de la doctrina de la salvación. La encarnación de Dios en Cristo es «el medio maravilloso de restaurar el orden en la humanidad caída» (II:534), de tal manera que:

«Habiendo sido condenados como lo fuimos por la ley de la solidaridad, que fue ley de justicia, nada más razonable y conveniente sino que fuéramos hechos salvos por la ley de la reversibilidad, que es una ley de misericordia.» (II:535)

La «sangre derramada en el calvario» redime nuestra pena y «borra nuestra culpa» y la muerte del Hijo de Dios en la cruz supuso la restauración del orden divino «sobre todas las cosas criadas» (II:536). La verdadera humanidad no está en el hombre, sino en el Hijo de Dios.

El mundo, en definitiva, ha negado las leyes perfectísimas emanadas del orden divino siendo esas leyes eternas y creadas por Dios. La necesidad del orden es tal que «hasta M. Proudhon, el más atrevido de todos, no defiende su anarquía sino en calidad de expresión racional del orden perfecto, es decir, absoluto» (II:549) Pero la huída del orden eterno creado por Dios, nos asoma al abismo del pecado y la condena.

El Ensayo provocó reacciones encontradas: una de las polémicas más sonadas tuvo fue la provocada por el abate Gaduel, vicario general de la diócesis de Orleáns, que publica una serie de artículos en L’Ami de la Religión a partir de febrero de de 1852{89}. La polémica tenía que ver más con la discusión entre católicos liberales y monárquicos que estaba teniendo lugar en Francia y va dirigida más bien contra Veuillot que contra el propio Donoso, pero Valdegamas dirige una carta a Pio IX{90} por los ataques recibidos (como «representante de una reina católica») y el Papa le responde con otra de su puño y letra, fechada el 23 de marzo de 1853.

Desde las páginas de L’Univers Veuillot salió en su defensa, y también en el periódico italiano L’Armonia aparece un artículo a favor de Donoso y de la traducción italiana del Ensayo aparecida en Foligno «con la aprobación de un asistente de la Inquisición y del Ordinario» (II:568) La revista romana La Civiltá Cattolica publica un artículo el 16 de abril de 1853 en apoyo de Donoso, escrito con casi total seguridad por el P. Luis Taparelli d’Azeglio{91}.

La Carta al Cardenal Fornari

El 19 de junio de 1852 Donoso dirige una carta, al cardenal Fornari{92}, a la sazón nuncio de Su Santidad en París, que él mismo le había pedido que redactase. Está directamente relacionada con el Ensayo, y puede ser leída como una continuación suya. Es, en sí misma, un pequeño tratado aclaratorio de las tesis del Ensayo y su aplicación a la realidad política de la época, y ha sido considerada como una obra maestra desde el punto de vista estilístico y alabada por su claridad expositiva.

La Carta mantiene la fundamentación teológica del Ensayo para efectuar un análisis de los «principales errores de nuestro tiempo». La negación de la Providencia y la negación de la culpabilidad del hombre son denunciados en primer lugar como origen de todos los demás (socialismo, comunismo, panteísmo) que han de conducirnos a la anarquía o al despotismo. Donoso critica asimismo el parlamentarismo republicano y la monarquía liberal constitucional.

Doce años después de la Carta al Cardenal Fornari (el 8 de diciembre de 1864), el Papa Pío IX promulga la encíclica Quanta cura y el Syllabus{93}. Este último tuvo en Donoso a uno de sus principales precursores. El Syllabus denuncia y condena «los principales errores de nuestro siglo» (el XIX) y sigue en muchos aspectos los planteamientos de Valdegamas en su Ensayo. En concreto, los capítulos V y VI condenan los «Errores acerca de la Iglesia y sus derechos» (§ V) y los «errores tocantes a la sociedad civil considerada en sí misma o en sus relaciones con la Iglesia» (§ VI), coincidiendo con las tesis defendidas por Donoso en el Ensayo, concretamente en los capítulos II («De la sociedad bajo el imperio de la teología católica», II:356) y III («De la sociedad bajo el imperio de la iglesia católica», II, 362). Más en general, la denuncia del socialismo{94} (§ IV) y del liberalismo (§ X) sigue la línea «antimoderna» que podemos también encontrar en el Ensayo.

El 3 de mayo de 1853, aquejado de una dolencia cardiaca, moría, en París, Juan Donoso Cortés, primer marqués de Valdegamas.

Notas

{1} Así lo cree Santiago Galindo Herrero, Donoso Cortés y su teoría política, Imprenta de la Excma. Diputación provincial de Badajoz 1957, pág. 41.

{2} Así lo vendría a demostrar el hecho de que en el escudo nobiliario de la familia aparezcan «palos gules sobre cuartel de oro». (V. Galindo Herrero, o. c., pág. 41).

{3} Edmund Schramm, Donoso Cortés, su vida y su pensamiento. [Traducción del alemán por Ramón de la Serna] Espasa-Calpe, Madrid 1936, pág.12

{4} Según descripción de Schramm, pese a la escasez de datos acerca de su persona (v. Edmund Schramm, o. c., pág. 15).

{5} Así lo atestiguarían, a juicio de Galindo Herrero, distintos hechos: D. Pedro, padre de Donoso, era miembro de la Sociedad Económica de la provincia de Cáceres, de tendencias progresistas; por otra parte, mandó a su hijo a estudiar a Salamanca, uno de los focos principales del liberalismo en aquellos años (v. Galindo Herrero, o. c., pág. 43). Schramm, por su parte, atribuye a la casa paterna su «severa educación religiosa» (o. c., pág. 17). En cualquier caso, «las primeras notas manuscritas de Donoso son extractos de obras francesas en idioma original» y el hecho de que fuese a estudiar a Salamanca a la edad de once años, demuestra que ya conocía los rudimentos del latín (Confert. Schramm, o. c., pág. 17)

{6} Galindo Herrero (o. c., pág. 45) no acepta la tesis de Edmund Schramm de que esa tradición filosófica ejerciese influencia alguna sobre Donoso por considerar en primer lugar el breve periodo de tiempo que permaneció en Salamanca y por el hecho de que los estudios que allí realizó (a tenor del plan de estudios vigente) fueron fundamentalmente científico-positivas (álgebra, elementos de geometría…).

{7} Esta etapa de la evolución intelectual de Donoso, así como la influencia del romanticismo literario en su formación intelectual, ha sido estudiada, recientemente, por Gonzalo Larios Mengoti, Donoso Cortés. Juventud, política y romanticismo, Graffiti Ediciones, Bilbao 2003. [V. especialmente, el capítulo I, «De la poesía a la política», págs. 43-71]

{8} Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 47

{9} Luis Gonzalo Díez Álvarez contrapone el «nacional-romanticismo» español (representado por Alberto Lista y Agustín Durán) al «romanticismo social» importado de Francia y representado por Larra y Espronceda. El primero sería una versión conservadora del Romanticismo que propugnaba «la resurrección del pasado» y la defensa de los valores, principios y tradiciones nacionales (V. Luis Gonzalo Díez Álvarez: La soberanía de los deberes. Una interpretación histórica del pensamiento de Donoso Cortés, Diputación de Cáceres, Institución cultural «El Brocense» editor, Cáceres 2003.)

{10} V. Gonzalo Larios Mengoti, o. c., pág. 46

{11} Edmund Schramm, o. c., pág. 36

{12} Citado en Santiago Galindo Herrero: o. c., págs. 49-50.

{13} Carl Schmitt, Interpretación europea de Donoso Cortés, Rialp, Madrid 1952 [Prólogo de Ángel López-Amo]. «La dictadura no es el extremo opuesto de la democracia, sino de la discusión. El peculiar al decisionismo del espíritu donosiano admitir siempre el caso extremo, en espera del Juicio final. Por eso desprecia a los liberales, y, en cambio, respeta el socialismo ateo-anarquista como a su enemigo mortal, reconociéndole una grandeza diabólica» (Carl Schmitt, Para la filosofía política de la contrarrevolución (De Maistre, Bonald, Donoso Cortés), en Interpretación europea de Donoso Cortés, pág. 89)

{14} Que fallecerá en 1835, después de darle una hija que no logrará sobrevivir a su madre.

{15} Galindo Herrero pone en cuestión el dato de Tejado, según el cual, nada mas contraer matrimonio, Donoso se trasladase a Madrid. (v. Galindo Herrero, o. c., pág. 53).

{16} V. Federico Suárez Verdeguer: Introducción a Donoso Cortés, Rialp, Madrid 196, pág. 26.

{17} En realidad, nunca aceptaron la legalidad de la Pragmática por considerar que suponía la trasformación de una ley fundamental mediante un acto personal del rey. (v. la exposición del asunto en Suárez Verdeguer, Federico: o. c., págs. 20-24)

{18} Memoria sobre la Monarquía, (Obras Completas, Tomo I, pág. 71, BAC, Madrid 1946) [A lo largo de este artículo citaremos las obras de Donoso por la edición de sus Obras Completas publicada en la B.A.C., Madrid 1946, en dos tomos y recopiladas y anotadas, con la aportación de nuevos escritos por Juan Juretschke].

{19} Memoria sobre la Monarquía, pág. 67, en Obras Completas, Tomo I, pág. 67

{20} Federico Suárez Verdeguer, o. c., pág. 43

{21} Francisco Escobar la resume en su Semblanza de Donoso Cortés: 1833 (oficial de la Secretaría del Ministerio de Gracia y Justicia), 1834 (Secretario con ejercicio de Decretos en el mismo ministerio), 1835 (Título de «funcionario más antiguo»), enero de 1836 (Jefe de Sección de la Secretaría del Despacho de Gracia y Justicia), mayo de 1836 (Secretario del Gabinete Mendizábal y de la Presidencia del Consejo), agosto de 1836 (Diputado a Cortes por Cáceres), 1837 (Diputado a Cortes por Cádiz), 1840 (Secretario particular de la Reina madre, en París), 1843 (Diputado por Cáceres), noviembre de 1843 (Enviado extraordinario y Ministro plenipotenciario cerca de María Cristina, en París), mayo de 1844 (Secretario particular de la Reina madre, restituida al país), octubre de 1844 (diputado por cuarta vez y miembro del Consejo real ordinario), 1845 (Título de marqués de Valdegamas y Vizconde del Valle), 1846 (Diputado a Cortes por Don Benito), 1848 (Académico de la Historia y Embajador de España en Berlín), 1851 (Embajador de España en París), &c. Además de los títulos de Grande de España, Gran Cruz de Carlos III, Gran Cruz de Isabel la Católica, Oficial de la Legión de Honor de Francia… (v. Escobar García, Francisco: Semblanza de Donoso Cortés, Imprenta de la Diputación Provincial de Badajoz, Badajoz 1953, pág. 15).

{22} Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 55

{23} Véase la exposición de todos estos acontecimientos en Edmund Schramm, o. c., págs. 62-63.

{24} Federico Suárez Verdeguer, o. c., p. 50.

{25} V. al respecto la polémica que mantuvo con Istúriz en la revista El mensajero («Sobre la opinión emitida por el señor Istúriz contra la convocación de las Cortes en las circunstancias de aquella época»). Dice Donoso en ese artículo: «la nación española, tal como a mis ojos se presenta, no es una sociedad, sino un campo de batalla, y no es un campo de batalla en donde cada individuo despliega al aire una bandera por él sólo defendida y, cuando más, de pocos aclamada. En algunas leo el nombre de Inquisición; en otras, el de libertad; en otras no miro un nombre, sino una mancha de sangre; en otras, en fin, miro grabado el nombre de exterminio con una pluma de fuego». (Opinión de Istúriz contra la convocatoria de Cortes, en Obras Completas, tomo I, págs. 179-180).

{26} V. Federico Suárez Verdeguer: o. c., pág. 59.

{27} Galindo Herrero señala que, «en la reunión preparatoria que se celebró el 16 de noviembre de 1835», al parecer, «Donoso obtuvo votos para ser nombrado Secretario de la entidad». (v. Galindo Herrero, o. c., pág. 61. V. también Edmund Schramm, o.c, págs. 84 y ss. En esta segunda andadura el Ateneo pasará a convertirse en una institución de referencia para comprender la cultura española de la segunda mitad del XIX. Donoso llegará a ser nombrado Presidente de esta institución el 1 de enero de 1848.

{28} V. Joaquín Varela Suances Carpegna: «Tres cursos de derecho político en la primera mitad del siglo XIX. Las «lecciones» de Donoso Cortés, Alcalá Galiano y Pacheco» [Revista de las Cortes Generales, Separata, segundo cuatrimestre 1986, pág. 97 y siguientes].

{29} Ibidem., pág. 100.

{30} V. Gabino Tejado: Noticia biográfica, en Obras Completas, tomo I, pág. XXX.

{31} V. Obras Completas, Tomo I, BAC, pág.333

{32} Principios sobre el Proyecto de Ley Fundamental, en Obras Completas, BAC, pág.338. Más adelante dice: «el monarca es el único representante de la sociedad, y como único representante de la sociedad es también el único Poder del Estado» (p. 340).

{33} V. Federico Suárez Verdeguer, o. c., pág. 66: «Donoso está recorriendo el camino que ha de llevarle a ser un «absolutista isabelino», por usar del término con que se le bautizó».

{34} Estudiada, entre otros, por Federico Suárez Verdeguer, V. Donoso Cortés y la fundación de El Heraldo y El Sol (con una correspondencia inédita entre Donoso Cortés, Ríos Rosas y Sartorius), Ediciones de la Universidad de Navarra 1986

{35} Así llamados porque «a diferencia de muchos otros liberales que se inspiraban en principios abstractos, empíricamente interpretados y aplicados, profesaban todos ellos los que habían extraído de las enseñanzas del Derecho público y contrastado con la experiencia histórica, acomodando a esa doctrina sus actitudes políticas».

{36} Publicado en 1838. V. Obras Completas, pág. 467, y ss.

{37} Publicado también en 1938, V. Obras Completas, Tomo I, pág. 481, y ss.

{38} v. Edmund Schramm, o. c., pág. 122.

{39} V. Edmund Schramm, o. c., pág. 125 y ss.

{40} Poco después de la elección, en 1841, Donoso publica «Relación histórica del origen, progreso y definitivo resultado de la cuestión de la tutela de Su Majestad doña Isabel II y de la serenísima señora infanta doña María Fernanda». V. Obras Completas, Tomo I, BAC, pág. 691 y ss.

{41} Su título completo era: «Sobre la incompetencia del Gobierno y de las Cortes para examinar y juzgar la conducta de Su majestad la reina madre doña María Cristina de Borbón, en su calidad de curadora y tutora de sus augustas hijas». V. Obras Completas, tomo I, págs. 665 y ss.

{42} V. Edmund Schramm, o. c., pág. 130.

{43} V. Santiago Galindo Herrero: o. c., pág. 79.

{44} La influencia de la cultura francesa sobre Donoso siempre fue grande. No solo porque, tal como hemos visto, se formó en un ambiente liberal, «afrancesado», leyendo a los enciclopedistas, &c., sino que tal como señala Gonzalo Larios: «Donoso recibió lecciones de francés desde muy joven, perfeccionándolo luego durante sus diversas estadías en Francia a partir de 1840. Al margen de esta circunstancia, un joven ávido de lecturas, como lo fue siempre Donoso, no podría estar ajeno al poderoso influjo cultural que desplegaba por entonces Francia, no sólo en su vecina España, sino, en mayor o menor medida, en todo el mundo occidental». (Gonzalo Larios Mengotti: Donoso Cortés durante la regencia de María Cristina. Soberanía y Monarquía ante el nuevo régimen, [Tesis doctoral]. Servicio de publicaciones de la Universidad de Navarra. Facultad de Filosofía y Letras, Pamplona 1992, pág. 82. Gonzalo Larios señala que Donoso estudio en su casa de Don Benito con un tutor llamado Antonio Beltrán, traído por sus padres desde Madrid y que le habría enseñado «latín, francés, y las materias básicas que necesitaría en Salamanca».

{45} Editada en la Imprenta y librería de D. Ignacio Boix, Calle Carretas, nº 8, Madrid 1844.

{46} V. Obras Completas, Tomo I, pág. 909 y ss.

{47} Reinados de menor edad, Obras Completas, Tomo I, págs. 912-913.

{48} V. «Dictamen y discurso sobre la reforma constitucional de 1837», Obras Completas, tomo II, pág. 3,

{49} Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 87.

{50} Federico Suárez Verdeguer, Introducción a Donoso Cortés, pág. 114.

{51} Téngase en cuenta que, a pesar de su intencionalidad «rupturista» con el pasado, la Constitución de 1812, en su artículo 12, manifiesta que: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra».

{52} José Larraz, Balmes y Donoso Cortés, colección O crece o muere, Rialp, Madrid, pág. 29. [no figura fecha de impresión, pero el libro reproduce el texto de dos conferencias sobre los dos autores que figuran en el título, una «Balmes, conciliador de la política española»pronunciada en Vich en 1948 con ocasión del primer centenario de la muerte de Balmes, y la otra, «En el centenario de Donoso Cortés, pronunciada en el paraninfo de la Universidad de Barcelona el 20 de febrero de 1953 ante la Academia de doctores de dicha ciudad]. A ello se opuso Donoso por considerar que «el hijo de Don Carlos no podía pisar el suelo español sino como súbdito de doña Isabel II». (Candidatura de Trápani, Obras Completas, tomo II, pág.35).

{53} Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 90. Véase la defensa del candidato-pretendiente que Donoso efectuó en Candidatura de Trápani, Obras Completas, tomo II, pág. 35 y ss. El artículo no fue finalmente publicado, posiblemente por considerarlo inoportuno en aquel momento su autor.

{54} Prueba de esta amistad, es la abundante correspondencia que se conserva, publicada inicialmente por el conde Antioche [v. Edmund Schramm, o. c., pág. 139]. v. Correspondencia con el Conde Raczynski en Obras Completas, tomo II, págs. 765-822. El Conde Raczynski fue embajador de Prusia en Madrid desde junio de 1848 hasta mediados de 1852.

{55} «Frente a las posiciones más habituales del progresismo representadas por Mendizábal o Cortina –a través de La Nación y buena parte de la minoría progresista en las Cortes- […] fueron tomando cuerpo las ideas de naturaleza democrática del sufragio universal, amplia declaración de derechos incluido el de asociación sin restricciones…representadas por jóvenes progresistas como Orense, Ordax, Rivero, Aguilar, Puig, Becerra o Martos. Junto a ellos otros jóvenes demócratas como Cámara, Garrido o Terrados, que ampliaban el horizonte doctrinal con referentes republicanos y del socialismo utópico» (Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez, Historia de España. Siglo XIX. Ed. Cátedra, Madrid, 2007 (1ª ed. 1994), pág. 296. [El subrayado es nuestro, J. M.]

{56} Discurso académico sobre la Biblia, Obras Completas, tomo II, pág. 159 y ss.

{57} V., por ejemplo, la recopilación de textos emblemáticos de la oratoria publicada en 1943 con el título Maestros de oradores, selección y estudios por Ignacio de L. GORDON, S. J, Ed. Escelicer, S. L., Cádiz 1943, en donde se reproducen textos de Cándido Nocedal, D. Antonio Maura, Menéndez Pelayo, Vázquez de Mella, Aparisi Guijarro, Ramón Nocedal. Como ejemplo de «oratoria política» se selecciona el Discurso de Donoso de 1850 sobre La situación de España (p. 139 y ss.). «A la sesión académica de reopción asistieron Narváez, presidente del Consejo; Sartorius, ministro de la Gobernación; Bravo Murillo, ministro de Instrucción pública; Roca de Togores, de Marina; y Pidal, Pezuela, Bretón de los Herreros, Gil Losada, Ochoa, Lafuente Alcántara, Madrazo, Pacheco, Ventura de Vega, Oliván y Tejado». (Santiago Galindo Herrero, o. c., p. 100.)

{58} Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto Comunista. «Las extrañas incongruencias de ese liberalismo [se refiere al liberalismo decimonónico], dice Schmitt, no sólo llamaron la atención a reaccionarios como Donoso y F. J. Stahl sino también a revolucionarios del cuño de Marx y Engels» (José F. Acedo Castilla, Donoso Cortés y la revolución del 1848, Sección de Crónicas y Publicaciones del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, pág. 19.)

{59} «Los ecos de las barricadas de París transmitían los nuevos contenidos de la revolución. Superada la revolución liberal moderada de los años 30, se abría camino el ideario democrático, popular y republicano. Pero además la revolución tenía como coprotagonistas, bajo el genérico manto del pueblo, nuevos sectores sociales resultantes de la industrialización, y con ello reivindicaciones de naturaleza social y laboral, como el tiempo de la jornada, las condiciones de trabajo, o la protesta por el desempleo, junto a la revisión democrática de la revolución liberal: sufragio universal, acentuación de las libertades individuales, república parlamentaria y soberanía popular» (Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez, Historia de España, siglo XIX, Ed. Cátedra, Madrid, 2007 (1ª ed. 1994), pág. 249. Sobre el apropiación del término «socialismo» por la llamada «izquierda política», véase Gustavo Bueno, El mito de la derecha, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 2008, pág. 10 y ss.

{60} José F. Acedo Castilla, Donoso Cortés y la revolución del 1848, Sección de crónicas y publicaciones del Ateneo de Sevilla 1956, pág. 15

{61} Schramm, recoge algunos datos sobre él: Pedro y Juan fueron compañeros de estudios y siempre estuvieron muy unidos. Pedro era carlista convencido y profundamente católico. Tenía gran interés por la Teología. A pesar de las diferencias ideológicas entre ambos hermanos en lo relativo a la política, nunca discutieron por ese tema. En 1848 Pedro enferma gravemente, y su hermano Juan, que se encuentra en Madrid, va junto a él. En el lecho de muerte, mantienen un misterioso diálogo que provocaría la posterior «conversión» de Donoso (v. Schramm, o. c., págs. 194-195.)

{62} Alberich de Blanche-Raffin, amigo personal y traductor de Donoso al francés.

{63} Citado por Federico Suárez Verdeguer, o. c., pág. 120.

{64} Federico Suárez Verdeguer, o. c., pág. 121.

{65} Federico Suárez Verdeguer, o. c., pág. 120.

{66} V. Edmund Schramm, o. c., pág. 185. Galindo Herrero, siguiendo a Gabino Tejado, también se aparta de la tesis defendida por Schramm, aunque de forma más moderada que Verdeguer: «A pesar de toda posible influencia de estos hechos revolucionarios en la transformación de Donoso, no puede seguirse a Schramm en su opinión de que ellos fueron un determinante sin igual» (Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 98)

{67} Donoso Cortés, hombre de Estado y Teólogo, Editora Nacional, Madrid 1957 [con presentación de Santiago Galindo Herrero]

{68} Clave teológica de la Historia según Donoso Cortés, Imprenta de la Excma. Diputación Provincial de Badajoz, Badajoz 1958 [obra premiada en el certamen nacional patrocinado por las diputaciones de Cáceres y Badajoz con motivo del centenario de la muerte del gran extremeño]

{69} Donoso Cortés, profeta de la Hispanidad, Imprenta Torroba, Logroño, publicada con motivo del «año donosiano 1953-1954».

{70} Donoso Cortés, su sentido trascendente de la vida, Editorial E. T., Madrid 1953, Colección Cálamo.

{71} Siguiendo a Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 108, que cita fuentes de primera mano (concretamente, el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Personal español, Legajo, nº 81, Núm.3.918 –en la nota a pie de pág. Nº186). Existía la controversia de si el nombramiento de Donoso como embajador de España en Prusia habría sido posterior al Discurso sobre la Dictadura. Entendemos que con los datos aportados por Galindo Herrero, esta polémica quedó definitivamente zanjada.

{72} Los sucesos de Roma, Obras Completas, Tomo II, pág. 183 y ss. «Lo que afectó más profundamente a Donoso fue el destronamiento de Luis Felipe en Francia, la huída de Roma del Papa y la caída de Metternich, el sustentador del viejo orden europeo» (Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 97).

{73} Los sucesos de Roma, Obras Completas, tomo II, pág. 183 y ss.

{74} «Conocido» y «famoso», tanto por su forma, como por su contenido, tanto en España como fuera de ella. Edmund Schramm señala que «En este discurso no hay ya vacilaciones: desde el firme polo de una concepción inequívocamente clara son analizadas las cosas, juzgadas y superadas. Ningún enigma queda sin resolver. Esta decisión del pensamiento encuentra su expresión adecuada en un estilo retórico que sólo de clásico puede calificarse» (v. Edmund Schramm, o. c., pág. 170). El Discurso tuvo repercusión internacional: apareció publicado en la prensa berlinesa (el marqués de Valdegamas había sido nombrado embajador de España en Berlín el 6 de noviembre del 48), Donoso intercambió una correspondencia con el Conde de Montalembert sobre el mismo y poco después fue traducido y publicado (en parte) en el periódico L’Univers (en traducción de Blanche-Raffin) [v. Edmund Schramm, o. c., pág. 173]. Posteriormente, esta correspondencia Donoso-Montalembert fue publicada junto con el Discurso en París en forma de folleto por el Comité pour la défense de la liberté relifieuse con el título de Letras et Discours de M. Donoso Cortés (v. Edmund Schramm, o. c., pág. 178). Véase también Federico Suárez Verdeguer, o. c., pág. 147. En el siglo XX, Carl Schmitt, sacará, como ya hemos dicho, importantes consecuencias del Discurso, y lo elevará a la categoría de texto de referencia en del filosofía política decimonónica. V. Carl Schmitt: Interpretación europea de Donoso Cortés, Rialp, Madrid 1952.

{75} V. Edmund Schramm, o. c., pág. 167.

{76} Sobre el proceso de mitificación del concepto de «derecha política», y su fundamentación dualista, v. Gustavo Bueno: El mito de la derecha. ¿Qué significa ser de derechas en la España actual?, pág. 78 y ss.

{77} Correspondencia recogida en la edición de sus Obras Completas, BAC, pág. 205 y ss.

{78} V. Obras Completas, pág. 213 y ss.

{79} V. Polémica con la prensa española (Carta dirigida a los Sres. Redactores de El País y del Heraldo fechada en Berlín el 16 de julio de 1849), en Obras Completas, pág. 214.

{80} No se trata de una metonimia. Parece cierto que Donoso empieza a encontrarse mal desde su llegada a Berlín, ciudad a la que no consigue aclimatarse. Galindo Herrero señala que de la correspondencia de Donoso se desprende que siempre pensó que su estancia en Berlín iba a ser breve (v. Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 109

{81} Schramm da por seguro que Donoso estaba ya en Madrid a finales de noviembre (v. Schramm, o. c., pág. 215).

{82} V. Obras Completas, BAC, tomo II, pág.299 y ss., también conocido como Discurso sobre la situación general de Europa.

{83} Nos referimos al Discurso sobre Europa (pronunciado el 30 de enero de 1850) y al Discurso sobre la situación de España (pronunciado en el Congreso el 30 de diciembre de 1850). «El siete de agosto, Veuillot ya tenía el manuscrito del Ensayo en sus manos» (V. Juan Juretschke, Obras Completas, tomo II; nota a pie de la página 347)

{84} Edmund Schram, o. c., pág. 224 y ss. Schramm señala la especial importancia que se concedió la visión de Donoso sobre la situación europea en los círculos políticos y filosóficos berlineses. Se sabe que Federico Guillermo IV, rey de Prusia, conocía el Discurso y Schramm cita la anécdota según la cual el rey de Prusia aludió, en una entrevista mantenida con Meyendorff, a una famoso pasaje en el que Donoso compara a la Asamblea de Francfort con una prostituta a la que se deja morir en una taberna («La Alemania, señores, la alojó como una divinidad en un templo, y esa misma Alemania la dejó morir como una prostituta en una taberna» (Discurso sobre Europa, BAC, pág. 315.)

{85} V. Santiago Galindo Herrero, o. c., pág. 115.

{86} Federico Suárez Verdeguer, o. c., págs. 168-169.

{87} Discurso sobre la situación de España, Obras Completas, tomo II, pág. 325.

{88} V. Ángel Bahamonde y Jesús Á. Martínez, Historia de España. Siglo XIX, Ed. Cátedra, Madrid, 2007 (1ª ed. 1994) pp. 297-298.

{89} La polémica con Gaduel, Obras Completas, tomo II, págs. 563 -570. [Incluye la carta de Donoso a Su Santidad Pío IX, págs. 565-570]

{90} Carta a Su Santidad Pío IX, en Obras Completas, págs. 565-570, fechada el 24 de febrero de 1853.

{91} Juan Juretschke, Obras Completas, tomo II, nota a pie de la pág. 570.

{92} En Obras Completas, BAC, Tomo II, págs. 613-630. Su título completo sería: Carta al eminentísimo señor cardenal Fornari sobre el principio generador de los más graves errores de nuestro tiempo.

{93} Disponibles en el Proyecto Filosofía en Español: http://www.filosofia.org/mfa/far864a.htm

{94} La denuncia del socialismo por parte de la Iglesia católica tendrá su continuación en la encíclica Quod Apostolici Muneris promulgada por León XIII, la Divini Redemptoris, de Pío XI, que condena el comunismo ateo.

 

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